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Beschreibung

¿Lograría que ella aceptara otro tipo de pacto? Dave Firestone no tenía intención de casarse, pero era capaz de fingir cualquier cosa con tal de conseguir un importante contrato para su rancho. Necesitaba encontrar rápidamente a una prometida y decidió acudir a Mia Hughes. El jefe de esta, y rival de Dave, estaba desaparecido y no podía pagarle, así que Mia aceptó la propuesta de Dave. Pero cuando su romance falso dio un giro inesperado y se convirtió en largas noches de pasión, Dave no quiso dejar marchar a Mia y tuvo que recurrir a la persuasión para intentar conseguir alargar la situación.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Un acuerdo permanente, n.º 116 - abril 2015

Título original: The Lone Star Cinderella

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6377-4

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Dave Firestone era un hombre con un objetivo.

El futuro de su rancho estaba en juego y no iba a permitir que los rumores o un escándalo arruinasen lo que tantos años había tardado en construir. Habían pasado varios meses desde la desaparición de Alex Santiago y Dave seguía teniendo la sensación de que una nube de sospecha se cernía sobre su cabeza. Había llegado el momento de averiguar qué pensaba del tema el sheriff.

Bajó de su todoterreno, se cerró el cuello de la chaqueta de cuero y entrecerró los ojos al notar que lo golpeaba el viento. Estaba haciendo un mes de octubre frío en el este de Texas, lo que significaba que el invierno sería todavía más frío. Eso no lo podía cambiar, pero Dave había ido hasta la frontera de su rancho para intentar enderezar, al menos, una parte de su vida.

Un hombre alto, vestido con una chaqueta de cuero negro desgastada y un sombrero marrón de ala ancha estaba arreglando la alambrada que separaba su rancho, el Royal Round Up, del rancho del vecino, el Battlelands. Detrás del hombre de negro había otro hombre, Bill Hardesty, que trabajaba para el rancho vecino y estaba descargando malla de alambre de una vieja camioneta. Dave saludó a Bill y después se acercó a Nathan Battle.

Este levantó la vista al verlo llegar.

–Eh, Dave, ¿cómo estás?

–Bien –respondió él, que jamás admitía que tenía un problema si no lo podía solucionar–. He estado en tu casa y Jake me ha dicho que podría encontrarte aquí. No pensé que encontraría al sheriff reparando la alambrada.

Nathan se encogió de hombros y miró a su alrededor antes de volver a mirar a Da–ve.

–Me gusta este tipo de trabajo. Aquí tengo tiempo para pensar y aclararme las ideas. Mi hermano hace la mayor parte del trabajo duro, pero el rancho también es mío y me gusta colaborar, ¿sabes?

Luego sonrió.

–Además, Amanda está haciendo muchos cambios para preparar la llegada del bebé, así que siempre hay alguien de la empresa de Sam Gordon trabajando en casa, y yo prefiero estar aquí… tranquilo.

Bill se echó a reír.

–Disfruta mientras puedas, jefe. En cuanto nazca el bebé, olvídate de la tranquilidad.

Nathan rio también.

–Tú dedícate solo a descargar el alambre, ¿entendido?

Dave no entró en el juego. Habría preferido que Nathan estuviese solo, pero iba a hablar con él de todas maneras.

En los últimos meses, las cosas habían cambiado mucho en Royal. Nathan y Amanda se habían casado y estaban esperando un bebé. Sam y Lila iban a tener gemelas. Y él tenía un motivo por el que necesitaba hablar con Nathan en su día libre.

La desaparición de Alex Santiago.

No podía decir que hubiese sido amigo de Alex, pero tampoco le había deseado nunca ningún mal. Su desaparición era tan extraña que todo el mundo en el pueblo hablaba del tema, y muchas personas comentaban que Alex y él habían sido rivales en los negocios, y que tal vez él podía tener algo que ver con el asunto.

A él nunca le había importado lo que dijese la gente. Llevaba su vida y su negocio como le parecía mejor, independientemente de lo que pensasen los demás, pero las cosas habían cambiado. Y, por mucho que le molestase, tenía que admitir que los rumores y la amenaza de un escándalo lo habían llevado allí, a hablar con el sheriff.

–Te comprendo –le dijo a Nathan–. Tengo el mejor capataz del mundo, pero a mí también me gusta trabajar. Siempre lo he hecho.

Se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo.

–Y siento estropearte el momento de paz y tranquilidad…

–¿Pero? –le preguntó Nathan.

Dave miró un instante a Bill, que ni siquiera se estaba molestando en hacer como si no estuviese escuchando la conversación.

–Pero necesito saber si tienes alguna novedad con respecto a la desaparición de Alex.

Nathan frunció el ceño.

–No, nada nuevo –admitió–. Es como si se lo hubiese tragado la tierra. No tengo ni la menor idea de lo que le ha ocurrido y la verdad es que el asunto me está volviendo loco.

–Me lo puedo imaginar –comentó Dave–. A mí me está pasando igual.

Nathan asintió muy serio.

–Sí, he oído los rumores.

–Estupendo.

Justo lo que Dave quería, que los rumores llegasen a oídos del sheriff del pueblo.

–Relájate –le dijo Nathan–. Sé cómo son las habladurías en este pueblo, Dave. Casi pierdo a Amanda por su culpa.

Se quedó pensativo unos segundos y después sacudió la cabeza.

–Si te sirve de ayuda, no se te considera oficialmente sospechoso.

Dave ya lo había imaginado y, a pesar de que aquello no solucionaba su problema, saber que Nathan creía en su inocencia le quitó una preocupación. Con respecto al resto de sus vecinos, era consciente de que él había sido una de las últimas personas en ver a Alex antes de que desapareciese, y que al menos una docena de personas los había visto discutir en la calle principal del pueblo.

Además, casi todo el mundo sabía que Alex le había arrebatado una inversión que Dave quería hacer. Y era cierto que eso lo había puesto furioso, pero jamás había deseado que le pasase nada malo.

–Me alegra oírlo –dijo por fin–. De hecho, eso es lo que quería preguntarte. Me siento mejor sabiendo que no soy sospechoso, pero eso no va a cambiar el modo en que me mira la gente del pueblo.

Llevaba tres años en Royal y había pensado que, a esas alturas, todo el mundo lo conocía, pero, al parecer, bastaba con que se estuviese rumoreando algo malo de él para que todo el mundo lo mirase con cautela.

–No podemos evitar que la gente hable. Aunque tengo que admitir que yo lo he intentado. Y, en un pueblo del tamaño de Royal, tienen poco más que hacer para pasar el tiempo. No obstante, eso no significa nada.

–Tal vez para ti no, pero yo estoy intentando firmar un contrato con TexCat y…

Nathan se echó a reír y lo interrumpió.

–No me digas más. Todo el estado conoce Texas Cattle y cómo lleva la empresa Thomas Buckley. El viejo es muy estricto… Supongo que eso es lo que te preocupa.

–Sí, si los rumores llegan a Buckley, jamás podré firmar un contrato con él para venderle carne.

Y Dave no podía permitir que eso ocurriese.

TexCat era el principal comprador de carne de vacuno del país, pero era una empresa familiar al frente de la cual había un hombre muy conservador, que no quería que su nombre se viese manchado por ningún escándalo.

–Al viejo Buckley le preocupa mucho lo que piense la gente –comentó Bill desde la camioneta.

–¿Has terminado ya de descargarlo todo? –le preguntó Nathan, fulminándolo con la mirada.

–Casi –respondió él.

–Lo siento –se disculpó Nathan con Dave–. Aquí todo el mundo tiene siempre algo que opinar, pero eso ya lo sabes, ¿verdad?

–Sí –murmuró Dave.

–Con respecto a Buckley –continuó Nathan sonriendo–. No deberías preocuparte solo por los rumores.

Dave frunció el ceño.

–Sí, ya lo sé.

Nathan sonrió todavía más.

–Buckley solo negocia con hombres de familia. Y, que yo sepa, tú sigues soltero. Así que me temo que los rumores son solo uno de tus problemas. ¿Cómo tienes pensado hacerte con una esposa?

Dave suspiró.

–Todavía no lo tengo pensado. Solo hemos empezado a negociar con TexCat, así que aún tengo tiempo.

Se volvió a poner el sombrero y se encogió dentro de la chaqueta.

–Ya se me ocurrirá algo.

Nathan asintió.

–De todos modos, TexCat no es el único comprador de carne del mundo.

–No –dijo Dave–, pero es el mejor.

Quería ese contrato. Y Dave Firestone siempre conseguía lo que se proponía. Punto. Trabajaba y luchaba duro para tener éxito, y no había nada que lo detuviese.

 

 

Mia Hughes abrió la puerta de la despensa y miró las estanterías casi vacías casi como si esperase que apareciese comida en ellas por arte de magia, pero, naturalmente, no ocurrió. Así que suspiró, tomó otro paquete de pasta y volvió a la cocina.

–Como tenga que seguir comiendo esto mucho tiempo…

Puso agua en una cacerola y esperó a que hirviese mientras miraba el paquete que tenía en la mano.

–Al menos es pasta con sabor a carne. Tal vez, si cierro los ojos mientras me la como, pueda fingir que es una hamburguesa.

La idea hizo que le rugiese el estómago y se llevó una mano a él para aplacarlo. Estaba en una situación muy complicada, y ya llevaba varias semanas así.

Como ama de llaves de Alex Santiago, tenía acceso a la cuenta destinada a los gastos de la casa, pero había utilizado el dinero para ir pagando las facturas y los cientos de gastos que habían ido surgiendo desde su desaparición, así que no le había quedado dinero para su sueldo ni para comprar comida. Por eso había ido consumiendo lo que había encontrado en el congelador y en la despensa, pero a esas alturas los armarios estaban prácticamente vacíos y en el congelador solo quedaban cubitos de hielo. Y ella no tenía más ingresos, ya que estaba terminando de estudiar. Y tampoco podía buscar otro trabajo. ¿Y si Alex llamaba a casa y ella no estaba?

–Lo bueno es que te estás quedando delgada –se dijo a sí misma–. Lo malo, que estás dispuesta a comerte hasta la pata de la mesa.

Su voz retumbó en la cocina, que estaba impecable, sobre todo, porque llevaba varios meses sin cocinar en ella. Seguía tomándose su trabajo muy en serio y mantenía la mansión impoluta, aunque lo cierto era que no había mucho que limpiar.

El agua empezó a hervir y ella echó la pasta y la removió. Mientras esperaba a que se hiciese la comida, se acercó a los ventanales que daban al patio de piedra y al jardín trasero de la casa.

Desde allí podía ver también los tejados de las casas vecinas, aunque Pine Valley era un barrio muy caro y las casas no estaban pegadas las unas a las otras. Cada mansión era distinta y todas tenían algo de terreno alrededor para asegurar la privacidad de sus dueños.

No obstante, en esos momentos Mia sintió que estaba demasiado sola. Lo había estado desde la desaparición de Alex. Sola con un teléfono que, durante semanas, no había dejado de sonar. Además, cada vez que salía de casa la asaltaba la prensa, aunque era una situación que no podía durar.

El hecho de que un hombre rico hubiese desaparecido era una noticia importante, sobre todo, en un pueblo como Royal.

Mia golpeó la encimera de granito negro con las uñas. Su estómago volvió a protestar y ella pensó que Alex había sido muy bueno con ella. Le había dado un trabajo cuando más lo había necesitado. Le había permitido que siguiese estudiando y, gracias a ello, estaba a punto de conseguir su título en psicopedagogía.

Y no era solo que le debiese eso a Alex, sino que, además, le caía bien. Desde que había empezado a trabajar para él, se habían hecho amigos. Y Mia no tenía muchos amigos. Siguió mirando por la ventana y se fijó en cómo se movían las copas de los árboles con el frío aire de octubre. Se estremeció al pensar en la llegada del invierno y en que Alex siguiese sin volver. Odiaba no saber si se encontraba bien, pero siempre había querido ser positiva y pensar que antes o después volvería a casa.

Tampoco podía evitar preocuparse acerca de lo que ella misma iba a hacer después. Todas las facturas estaban pagadas, pero su matrícula seguía pendiente, y si Alex no volvía pronto…

Se sobresaltó al oír el teléfono, pero no descolgó inmediatamente. Unas semanas antes había empezado a dejar que saltase el contestador para así poder filtrar las llamadas y evitar las preguntas de los periodistas.

Seguía con la esperanza de que llamase Alex y le dijese que estaba bien, que sentía haberla preocupado, y que iba a ingresar más dinero en la cuenta. Era poco realista, pero Mia siempre había sido una persona optimista, difícil de desanimar.

El contestador automático saltó y, después de un pitido, habló una mujer:

–¿Mia? ¿Estás ahí? Si me estás escuchando, descuelga.

Ella sonrió y descolgó.

–Hola, Sophie.

–¿Todavía sigues evitando a la prensa?

–Todos los días –respondió ella, apoyándose en la encimera y volviendo a clavar la vista en el jardín–. No me dejan en paz.

–Al menos, el guardia de seguridad no les deja llegar hasta la casa.

–Un par de reporteros lo han conseguido, pero se ocupan de ellos en cuanto llamo a seguridad.

No obstante, Mia odiaba sentirse asediada y tenía que admitir que por las noches tenía miedo de estar sola en una casa tan grande. Royal era un lugar seguro, y aquella era una urbanización cerrada, pero Alex había desaparecido y nadie sabía dónde estaba. No obstante, Mia no quería pensar en aquello.

–Mi propuesta de venir a quedarte conmigo una temporada sigue en pie, ya lo sabes.

Sophie Beldon era una buena amiga. También era la secretaria de Alex y, desde que él había desaparecido, la amistad entre ambas mujeres se había estrechado todavía más. Juntas, habían hecho todo lo posible por encontrar a Alex, aunque sin éxito. En esos momentos tenían un nuevo plan. Por ese motivo, Mia estaba intentando encontrar información acerca de Dave Firestone, rival de Alex en los negocios. Aunque todavía no había empezado a hacerlo, porque no tenía ni idea de por dónde comenzar.

–Muchas gracias, de verdad. Es una oferta muy tentadora –confesó Mia.

Pero no podía irse a casa de su amiga y dejar vacía la de Alex. Además, tampoco quería que Sophie tuviese que pagarle la comida. No le gustaba pedirle nada a nadie. Estaba demasiado acostumbrada a ser independiente y no quería que eso cambiase.

–Pero quiero seguir aquí por si Alex llama o vuelve. Además, no me sentiría bien dejando su casa vacía –añadió.

–Está bien, lo entiendo –le respondió Sophie–, pero, si cambias de idea, ya sabes dónde estoy. ¿Cómo va todo? ¿Puedo ayudarte en algo?

–No, pero gracias.

Sophie sabía que Mia se encontraba en una situación complicada. Un par de semanas antes habían ido a comer juntas y Mia había intentado pagar la comida de ambas, como agradecimiento a su amiga, pero su tarjeta de débito había sido rechazada porque ni siquiera tenía dinero suficiente en la cuenta para pagar una comida.

Odiaba aquello. Odiaba tener que preocuparse por el dinero. Odiaba estar preocupada por Alex. Solo quería recuperar su vida. ¿Acaso era tanto pedir?

–Somos amigas, Mia –le dijo Sophie en voz baja, cariñosa–. Sé que necesitas dinero. ¿Por qué no dejas que te ayude? Te haré un préstamo y ya me lo devolverás cuando vuelva Alex.

Aquello también era tentador, pero Mia no sabía cuándo iba a poder devolverle el dinero a su amiga, así que no podía aceptar su ofrecimiento.

–Sophie –respondió, suspirando–, de verdad que te lo agradezco, pero llevamos meses buscando a Alex y es como si hubiese desaparecido de la faz de la Tierra. No sabemos cuándo va a volver.

«Si es que vuelve», pensó, pero no lo dijo.

–Estoy bien, de verdad –continuó–. Lo que ocurrió con mi tarjeta fue solo un error del banco.

No pasaba nada por mentir un poco. Mia no quería que su amiga se preocupase por ella y no podía aceptar que le prestase dinero. Mia llevaba arreglándoselas sola desde los dieciocho años y no quería que la empezasen a ayudar a esas alturas. Por mucha hambre que tuviera.

–Eres una testaruda –murmuró Sophie.

Mia sonrió.

–Gracias.

–No es un cumplido –le aseguró su amiga riendo–, pero, bueno, da igual.

–Gracias.

–En cualquier caso, no te he llamado por eso.

Mia se preguntó qué querría contarle su amiga. Sophie se había comprometido recientemente con Zach Lassiter, el socio de Alex. Después de unos comienzos complicados, ambos eran felices juntos, pero en esos momentos Mia se temió que hubiese ocurrido algo.

–¿Va todo bien con Zach?

–Muy bien, gracias. No se trata de nosotros.

–De acuerdo. ¿De qué se trata? –le preguntó Mia, llevándose el teléfono al otro lado de la cocina para levantar la tapa de la cazuela en la que estaba su comida.

–¿Te acuerdas de que hablamos de cómo íbamos a hacer para recabar información acerca de Dave Firestone?

–Sí, pero todavía no tengo nada. No soy precisamente una buena detective.

Había intentado hallar algo por Internet, pero solo había encontrado información que era pública.

–Bueno, pues yo tengo algo –le contó Sophie–. Acabo de hablar por teléfono con Carrie Hardesty.

Mia frunció el ceño e intentó identificar aquel nombre.

–El marido de Carrie, Bill, trabaja en el rancho Battlelands.

–Ajá –murmuró ella, que seguía sin entender nada.

–Bill ha llamado a Carrie para decirle que llegaría pronto a casa porque Nathan y él habían terminado temprano de trabajar a pesar de haber tenido visita.

–De acuerdo…

–Bill le ha dicho a Carrie que Dave Firestone ha ido a hablar con Nathan.

Mia se puso tensa. Dave había sido una de las últimas personas que habían visto a Alex antes de que este desapareciese. Y algunas personas del pueblo se preguntaban si él tenía algo que ver con la desaparición de Alex, aunque a ella no le gustaban las habladurías.

No obstante, Dave Firestone era un hombre rico, resuelto y demasiado guapo como para confiar en él.

–¿Y de qué quería hablar con Nathan?

–Al parecer, quería averiguar si se le consideraba sospechoso de la desaparición de Alex.

Mia tomó aire.

–¿Y?

–Que, según Bill, Nathan le ha asegurado a Dave que no se encuentra entre los sospechosos.

Mia no pudo evitar sentirse decepcionada. No porque quisiese que detuviesen a Dave Firestone, sino porque quería respuestas. Cuanto antes.

–No me sorprende –comentó, mordiéndose el labio inferior–. Dave Firestone es un hombre muy importante. Si no tienen pruebas contra él, Nathan no puede considerarlo sospechoso.

–Es cierto –comentó Sophie.

–¿Tú piensas de verdad que Dave tiene algo que ver con la desaparición de Alex?

–Probablemente, no –admitió su amiga suspirando.

–Yo tampoco lo pienso.

–Pero es lo único que tenemos, Mia. Así que opino que deberíamos ceñirnos a nuestro plan y que deberías averiguar todo lo posible acerca de él. Aunque sea inocente, es posible que sepa algo y que ni siquiera sepa que lo sabe, ¿me entiendes?

Mia se echó a reír.

–Por desgracia, te entiendo.

–Y, según Bill, Nathan ha admitido que no tiene ni idea de lo que le ha ocurrido a Alex.

La noticia entristeció todavía más a Mia a pesar de saber que Nathan Battle llevaba varios meses trabajando en el caso y que no había conseguido averiguar nada. El sheriff y Alex eran buenos amigos, así que Mia tenía la certeza de que Nathan estaba implicado en la búsqueda tanto personal como profesionalmente.