2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €
Encontrar un hombre no le debería haber resultado muy difícil a una mujer tan bella como Lilibeth Anderson, pero estaba harta de los tipos de su ciudad. Quería encontrar a alguien y estaba empeñada en cazar al próximo que se presentara, sin importar quién fuera. Entonces conoció a Alex, el nuevo director del colegio, entre cuyos planes no figuraba el amor. Pero ¿qué podía hacer un hombre cuando encontraba una rubia tan persuasiva que no aceptaba un no por respuesta?
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 161
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Charlotte Lobb
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un amor en el destino, n.º 1682 - noviembre 2019
Título original: A Hitchin’ Time
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-647-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
Vivir en Nowhere Junction, Texas, era casi tan excitante como un sándwich de puré de patata.
Lilibeth Anderson suspiró y encendió el ordenador en la pequeña trastienda del café y almacén que ayudaba a llevar a sus padres. Tal vez ese día tuviera alguna respuesta por e-mail a su búsqueda de marido a través de un servicio por Internet que se dedicaba a encontrar parejas a la gente. Hasta entonces solo había aparecido un marido en potencia y resultó que el atractivo Lucas McRifle había elegido a otra, a Mimsy Miles, la médico del pueblo.
Aunque no es que Lilibeth hubiera estado interesada por Lucas. No había sentido nada de química entre ellos, pero aun así le fastidiaba saber que había sido ella la que había agitado las aguas y había sido otra la que se había hecho con el pez.
Apretó los dientes y esperó a que apareciera HitchingPost.com en la pantalla.
La próxima vez que un hombre adecuado apareciera por Nowhere, estaba bien segura de que le echaría el lazo ella misma. Tenía veintisiete años, era ex reina de belleza del baile de graduación y no tenía ninguna perspectiva a la vista. Todos los hombres del pueblo o eran demasiado mayores, demasiado jóvenes o estaban casados, ya que últimamente había habido una terrible epidemia de matrimonios, lo que hacía que ella se sintiera incluso más aparte todavía.
Las lágrimas le nublaron la visión.
El pensamiento de vivir toda su vida en Nowhere como una solterona era como una sentencia a cadena perpetua en un convento, incluyendo las reglas sobre el celibato. Pero no podía dejarlo todo y marcharse como había soñado hacer.
Sus padres, Job y B. K. Anderson no habían ganado mucho dinero con el almacén durante los últimos treinta años. Nunca habían querido cobrarles mucho a sus amigos y vecinos por las medicinas e, incluso, los batidos, no cuando el dinero no abundaba para casi nadie. Salvo para Quade Gardiner, un ganadero millonario que no había llevado al altar a Lilibeth a pesar de los esfuerzos de esta para atraerlo. Mazeppa era otra anormalidad. Todo el mundo en el pueblo creía que esa mujer era pobre y resultó que era más rica que Quade.
Y ahora, cuando JoJo y B.K. estaban a punto de jubilarse, simplemente no tenían dinero suficiente para mantenerse en su ancianidad.
¿Y quién en su sano juicio podría querer comprar un almacén en Nowhere y que, además, estaba casi en la ruina?
Parpadeó y miró la pantalla. Entonces sintió que el corazón se le caía un poco más a los pies. Ni una sola respuesta a su anuncio. Heredera divertida y ex reina de belleza busca pareja para matrimonio.
Lilibeth se enorgullecía de no haber falseado el anuncio, por muy desesperada que estuviera por encontrar marido. Pudiera ser que exagerara un poco, pero lo cierto era que le encantaría divertirse más. Y había sido la reina de belleza del colegio durante cuatro años seguidos, algo realmente inusual. Eso debería contar para algo, ¿no? Y, en su momento, heredaría el almacén y el café, dando por hecho que sobreviviera a sus padres en vez de morirse antes de aburrimiento.
Había sido tan sincera con el anuncio como lo sería cualquier mujer en sus circunstancias.
Pero solo había respondido Lucas McRifle y él había elegido luego a otra. Ella deseaba desesperadamente un hogar y familia propios para que la conocieran como algo más que la bonita chica de los Anderson.
La próxima vez…
Alexander Peabody se dio cuenta de dos cosas nada más entrar en el almacén. Una que la campanilla de la puerta no sonó para anunciar la entrada de un cliente, y otra de la mujer que estaba colocando en las estanterías unos productos de higiene íntima femenina y que parecía un ángel.
Su cerebro empezó a pensar instantáneamente en la forma en que podría reparar y mejorar la rudimentaria campanilla. Pero otra parte de su anatomía sufrió una reacción muy diferente y se centró en el rizado y rubio cabello de la mujer que le caía por los hombros, su fina espalda y redondo trasero.
Raramente algo lo distraía de las ideas que lo podían llevar a su gran invento, la chispa de creatividad que lo colocaría entre Thomas Edison y Guglielmo Marconi, permitiéndole cumplir con su destino. Se había jurado a sí mismo darle nuevo lustre al apellido Peabody y ganar el aplauso familiar que siempre le habían negado.
Pero esa mujer, solo con estar de rodillas entre geles de ducha y tampones, hacía que perdiera todo su interés en circuitos impresos y demás y eso lo confundía. Generalmente ninguna reacción física se imponía a su mente analítica y a su normalmente despegado comportamiento.
La presencia de ella era una situación potencialmente desastrosa que no había anticipado cuando firmó el contrato para ser el nuevo rector de la escuela elemental del pueblo.
Cuando ella se levantó con un tubo de vaselina en una mano y uno de crema espermicida en la otra, a Alex se le hizo un cortocircuito en el cerebro. La mujer sonrió con su boca generosa y a él se le secó la garganta.
–Hola, no lo he oído entrar.
La voz de ella era como se la había imaginado, cantarina, encantadora y lírica. Los senos los llevaba apretados bajo un vestido vaquero que se pegaba provocativamente a sus curvas.
–¿Puedo ayudarlo en algo? –añadió ella.
Oh, sí, él necesitaba ayuda desesperadamente. Además del cortocircuito del cerebro, se le había olvidado respirar.
–¿Qué le trae por el pueblo? –continuó ella.
Alex logró recordar por qué estaba allí.
–Internet. Respondí a un anuncio en Internet.
–¿Internet?
¿Es que aquel tipo tan atractivo había ido en respuesta a su anuncio? Se puso tan nerviosa que temió que fuera a mojar las braguitas. Entonces se recordó a sí misma su juramento de no dejar escapar al siguiente que apareciera. De eso nada.
Sacó pecho, su mejor atractivo según los chicos del pueblo, y extendió la mano.
–Bienvenido a Nowhere. Yo soy Lilibeth Anderson.
Él la recorrió lentamente con la mirada, pero no extendió su mano.
–Ah, encantado de conocerla –balbuceó.
¿No era un encanto? Ese hombre adorable y atractivo, con su cabello rizado y castaño y anchos hombros era tímido. ¿No hacía eso que una chica deseara abrazarlo con toda su alma?
Le dedicó su sonrisa más cálida y seductora y miró su mano aún extendida… Con un tubo de crema espermicida en ella.
¡Cielo santo!
Se ruborizó fuertemente y deseó que se la tragara la tierra para siempre.
Dejó la crema apresuradamente sobre el carrito que había estado usando para llevar los productos nuevos y, con las prisas, hizo que las cajas cayeran al suelo en cascada. En un esfuerzo por evitar que cayera una de salvaslips, su cadera chocó contra el carrito, tumbando un bote de champú, abriéndose y derramándole el contenido por la pierna. Tubos de lápices de labios cayeron de la estantería baja y se desparramaron por el suelo, rodeando las botas de vaquero del desconocido.
Estaba a punto de ponerse a gritar cuando él sonrió y el mundo volvió de repente a su ser de nuevo.
–Hola, Lilibeth. Es un nombre muy bonito. Yo soy Alex, Alexander Peabody.
Ella pensó que se había muerto e ido al cielo. La voz de él era de un tono barítono profundo. Suave pero con fuerza.
–Normalmente no soy tan torpe –logró decir ella.
Y de verdad que no lo era. Todos los días ordenaba las estanterías y nunca había producido un desastre como ese. ¿Por qué habría tenido que hacer el tonto de esa manera delante del hombre más atractivo que había visto en su vida?
–Deja que te ayude –dijo él y se arrodilló para recoger los lápices de labios.
Él llevaba una chaqueta de piel de oveja para protegerse del frío de febrero y unos vaqueros que nunca habían estado sobre una silla de montar. No era un vaquero. Parecía mucho más elegante que eso.
Lilibeth se puso en cuclillas a su lado y se puso a recoger cosas también, con lo que le llegó el picante olor de su loción para después del afeitado. Instintivamente se acercó un poco más. Llevaba un protector de bolsillo de plástico lleno con dos plumas, dos lápices, una funda de gafas y todo eso sugería que era un profesional.
–¿Cómo me has encontrado?
Ella no había puesto su dirección en el anuncio, ya que había pensado hacerlo solo cuando hubiera intercambiado algunos mensajes con el candidato en cuestión, si salía alguno.
–Me lo ha dicho Quade Gardiner. Está en el consejo del colegio.
–Y también es el rector.
Aunque nunca había parecido que le encantara el trabajo.
–Me dijo que tu familia y tú sois unos respetables ciudadanos del pueblo.
–Tendré que agradecerle que vaya por ahí diciendo cosas agradables de nosotros –dijo ella tratando de ocultar un laxante–. Seguro que has estudiado muchos otros anuncios en Internet antes de venir aquí, ¿no?
–No había tantos, por lo menos no que buscaran a alguien con mis especificaciones.
En ese caso, las mujeres que ponían anuncios en HitchingPost.com debían tener unos criterios muy peculiares en lo que se refería a sus posibles maridos, pensó Lilibeth. En su libro, Alex parecía casi perfecto para el cargo.
–¿De dónde eres?
–Nací en Cleveland y allí es donde está el negocio de mi familia. Pero últimamente he estado viajando mucho.
Las cosas cada vez iban teniendo mejor aspecto.
–¿A qué negocios se dedica tu familia?
–Hacemos los Kazoos Peabody.
Cuando ella no respondió inmediatamente, él añadió:
–Son los mejores kazoos del mundo. Nuestros instrumentos han sido tocados en conciertos en el Rockefeller Center, la Casa Blanca e, incluso, delante de la Reina Isabel de Inglaterra.
–Eso es impresionante. ¿Y tú formas parte de ese negocio?
–Oh, no. Yo no distinguiría un buen kazoo de uno malo.
–¿No puedes distinguirlo?
¿Y quién podía? Ella no, desde luego. No tenía ni idea de los pormenores en la fabricación de kazoos. Tal vez más tarde tratara de conseguir información en la red para ampliar un poco sus horizontes en esa materia, una costumbre que había desarrollado para alimentar su insaciable curiosidad por lo que había más allá de Nowhere.
Él la miró con unos ojos muy tristes.
–Soy sordo para los tonos.
–Oh, vaya. Me doy cuenta de que eso puede ser un problema. Pero eso significa que tenemos algo en común. Las chicas y el profesor de canto del instituto decían que una tetera podía entonar mejor que yo.
Fueron a tomar una caja de polvos de talco al mismo tiempo y la mano de él se cerró sobre la de ella. Sus dedos eran largos y fuertes, llevaba las uñas perfectamente cuidadas. Eran unas manos fuertes y amables.
–Un profesor nunca debería ser poco amable con sus discípulos. Tu voz me suena encantadora a mí.
–Yo creo que estaba celoso porque le gané a su hija como reina de la belleza del instituto.
Se levantaron juntos aunque Lilibeth no estaba muy segura de que las piernas la pudieran sujetar.
–¿Está arriba el apartamento? –preguntó él.
Oh, vaya, él se estaba moviendo demasiado aprisa para ella. No estaba dispuesta a subir con él tan pronto. Como cuestión de principios, debería haber por lo menos una cita antes…
De repente una sensación desagradable le recorrió la espalda.
–¿Apartamento?
–Sí, él que Quade me ha dicho que tenías para alquilar.
El que acababa de dejar vacante la doctora Mimsy, pensó ella. Retrocedió un paso y chocó contra el carrito, que empezó a moverse de nuevo, pero esta vez lo sujetó.
–¿Has venido para alquilar el apartamento?
–Quade pensó que me podía venir muy bien.
Aunque ella sabía que fruncir el ceño producía arrugas, lo frunció.
–¿Y a qué anuncio en Internet has respondido?
–Al que solicitaba un rector para el colegio del pueblo. Supongo que he sido el único solicitante.
–¿Tú eres el nuevo rector?
Ella había oído que habían contratado a alguien para reemplazar al tío Dick Smollens, que no era tío de nadie, por lo que ella sabía. Lo había dejado para dedicarse al negocio de las demoliciones, pero no sabía que el reemplazo hubiera llegado ya a la ciudad. Lo que significaba que tenía una buena razón para sentirse incómoda.
–¿No respondiste a un anuncio en HitchingPost.com?
–No. Y no creo que conozca esa página Web. ¿Tiene algo que ver con vaqueros?
–No exactamente. Te acompañaré arriba para que veas el apartamento. No es muy grande.
–Estoy seguro de que me vendrá bien. También me preguntaba si no conocerías a alguien que pueda tener un garaje o un granero cercano y que lo quiera alquilar.
–¿Para tu coche?
–No. Es que soy inventor, ya ves, y necesito un lugar para trabajar en mis proyectos.
–¿Un inventor? ¡Qué interesante!
Aquello fue otro cuchillo atravesándola. El hombre más interesante que había aparecido por el pueblo desde hacía años y no había ido para conocerla a ella.
–Nosotros tenemos un garaje ahí detrás que mis padres te pueden alquilar. Está bastante lleno de cosas, pero lo único importante que guardamos allí es el licor de cactus de la tía Tillie.
–Vamos a echarle un vistazo al apartamento y luego tal vez pueda hablar con tus padres sobre lo del garaje.
Ella se volvió para conducirlo arriba y tropezó de nuevo con el carrito. Pero Alex la atrapó. Cuando la puso en pie, los senos de ella chocaron contra su ancho pecho. Ella se agarró al cuello de su chaqueta, con lo que se pegó más todavía contra él.
Alex la miró con los párpados entornados.
–Te diré lo que voy a hacer, Lilibeth. Si tus padres me alquilan ese garaje, veré si puedo automatizar ese carrito. Tal como está ahora es realmente peligroso.
Ella se estremeció. Solo porque Alex no había ido al pueblo para buscarla a ella, eso no significaba que no se pudieran encontrar el uno al otro ahora que el destino lo había llevado allí.
Ella agitó la cabeza para mover el cabello, su segundo mejor atractivo.
–¿Se reunirá tu esposa contigo aquí en Nowhere? –le preguntó.
Él sonrió de nuevo.
–Soy soltero.
Lilibeth deseó dar un puñetazo en el aire en señal de victoria, pero se contuvo. Alexander Peabody acababa de encontrar su pareja.
Y si alguna mujer con ánimo depredador se acercaba a menos de cien metros de él, Lilibeth le iba a arrancar el corazón con una cuchara.
Alex llevó su furgoneta detrás del almacén y la aparcó. Todo lo que necesitaba para trabajar en sus inventos iba en la cubierta trasera de camping de la misma. Sus herramientas, un generador y piezas de todas clases. Estaba seguro de que ser el rector de un colegio pequeño en medio de la nada le dejaría el suficiente tiempo libre para dedicarse a su vocación verdadera.
Pero lo que ya no le parecía tan buena idea era permanecer cerca de Lilibeth. Ella era un serio impedimento para su habilidad de concentrarse.
Sacó su maleta y utilizó la entrada trasera del almacén. El salón del pequeño apartamento daba a la calle principal, una calle muy ancha donde la gente aparcaba sus coches allá donde quería. Una tienda de ultramarinos y otra más de granos y herramientas se encontraban en la esquina con la calle transversal.
Un par de vacas caminaban en fila india por la calle. Una camioneta que pasaba las esquivó sin que al conductor pareciera sorprenderle el hecho. Alex llevó su maleta al dormitorio más grande de los dos del apartamento, ya que el segundo lo dedicaría a despacho. Se preguntó si esa no habría sido alguna vez la vivienda de la familia Anderson y el dormitorio pequeño el de Lilibeth cuando niña. Y también se preguntó dónde vivirían ahora. Sobre todo Lilibeth.
Desde la ventana del dormitorio podía ver la parte sur del pueblo. Cerca había un pequeño centro médico y, más allá, un taller mecánico. Al otro lado de la calle se levantaba una nube de polvo allá donde se estaba construyendo el nuevo edificio del colegio. Por el momento, los estudiantes asistían a clase bajo unas carpas de circo.
La situación del colegio era caótica, aunque no más turbulenta que sus pensamientos cuando vio a Lilibeth colocar la almohada de la estrecha cama.
Dejó la maleta sobre la cama y la deshizo. Tan pronto como se viera involucrado en un proyecto, sería capaz de volver a concentrarse. Se enorgullecía de olvidarse de cualquier cosa que le apartara de sus objetivos.
Aunque no había hallado el éxito todavía. Un leve error en los cálculos de su último proyecto casi le había costado una nueva cafetería a la escuela donde estaba trabajando entonces. Solo su rápida actuación había podido evitar la explosión de la máquina de vapor de la cafetería. Desafortunadamente, el superintendente no había apreciado los heroicos esfuerzos de Alex.
El que para entonces el colegio de Nowhere necesitara un nuevo rector había sido una enorme suerte.
***
–Por lo menos podías haber esperado hasta que lo conociéramos –dijo JoJo Anderson mientras se quitaba la chaqueta–. No me gusta la idea de alquilarle el apartamento a un desconocido.
–No es un desconocido, mamá –dijo Lilibeth–. Es el nuevo rector del colegio. Piensa en todo el nivel que vais a ganar teniéndolo aquí, bajo tu propio techo.
–Tener a una médico era mejor. No tenía que preocuparme porque Mimsy se dedicara a dar fiestas salvajes ahí arriba.
A Lilibeth le hubiera gustado decirle que alguna había habido entre Mimsy y Lucas en el apartamento, quisiera admitirlo su madre o no.
–No creo que Alex sea de los que dan fiestas salvajes, mamá.
Aunque contaba con que, si había alguna, ella tuviera algo que ver.