Un bistec - Jack London - E-Book

Un bistec E-Book

Jack London

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Beschreibung

El cuento aborda la última pelea de un viejo y hambriento boxeador, Tom King, el "animal de la lucha", enfrentado a un hombre más joven. King necesita dinero para alimentar a su familia y acepta un duelo entre él y una joven promesa apellidada Sandel. Es un pugilista consumado que, sin embargo, se da cuenta de que "había gastado su juventud adquiriendo experiencia" y se encuentra en desventaja por la edad. "La juventud debe siempre ser joven", como escribe London, y "esta noche se sienta en el rincón de enfrente", como reflexiona, no sin escueta preocupación, el aventajado boxeador King. Es un relato clásico de boxeo. Los protagonistas no son sólo jabs y los uppercuts, sino el hambre y la desolación de un hombre que tiene que aceptar que el tiempo lo ha derrotado.

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Un bistec

Un bistec (1909)Jack London

Editorial CõLeemos Contigo Editorial S.A.S. de [email protected]ón: Benito RomeroEdición: Abril 2021

Imagen de portada: RawpixelProhibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

Índice

Portada

Página Legal

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Con el último pedazo de pan, Tom King rebañó del plato hasta la última partícula de salsa y masticó el bocado resultante con aire meditabundo. Cuando se levantó de la mesa, le oprimía una inconfundible sensación de hambre. Y, sin embargo, era el único que había comido. A los dos niños que dormían en la otra habitación los habían mandado a acostarse temprano, con objeto de que, con el sueño, olvidaran que no habían cenado. Su mujer no había probado bocado y estaba sentada en silencio y le contemplaba con mirada solícita. Era una mujer delgada y consumida de la clase obrera, aunque en su rostro aún se adivinaban signos de una belleza pasada. La harina para la salsa se la había pedido prestada a la vecina de enfrente. Los dos últimos peniques se habían ido en comprar el pan.

King se sentó junto a la ventana, en una silla desvencijada que protestó bajo su peso, y de un modo totalmente mecánico se llevó la pipa a la boca y hundió la mano en el bolsillo de la chaqueta. La ausencia de tabaco le hizo consciente de su acción y, tras fruncir el ceño a causa de su olvido, dejó la pipa a un lado. Sus movimientos eran lentos, algo toscos, como si el peso de sus poderosos músculos le resultara una carga. Era un hombre de cuerpo fornido, apariencia imperturbable y no precisamente atractivo. Sus ropas raídas estaban deformadas. El cuero de sus zapatos era demasiado fino para soportar el peso de las suelas que les había puesto en fecha no muy reciente. Y su camisa de algodón, barata, de a lo más dos chelines, tenía el cuello deshilachado y unas machas de pintura imposibles de quitar.

Pero era el rostro de Tom King lo que mostraba lo que inequívocamente era. Se trataba de la típica cara de un boxeador profesional, de alguien que se ha pasado largos años de servicio en el cuadrilátero y que, debido a ello, había desarrollado y acentuado todos los rasgos propios de un animal de pelea. Tenía un aire decididamente amenazador y, para que ninguno de sus rasgos pasase desapercibido, estaba perfectamente afeitado. Los labios carecían de forma y constituían una boca excesivamente dura, que en su rostro resultaba como una cuchillada. La mandíbula era agresiva, brutal, maciza. Los ojos, de movimientos lentos y párpados pesados, casi carecían de expresión bajo las cejas pobladas, muy juntas. Un completo animal, eso es lo que era, pero los ojos eran lo más animal de todos sus rasgos. Eran adormilados, leoninos... los ojos de un animal luchador. La frente huidiza se inclinaba hacia atrás, hasta el nacimiento del pelo que, cortado al cepillo, mostraba todos los bultos de aquella cabeza de aspecto repugnante. Una nariz, dos veces rota y moldeada irregularmente por incontables golpes, y una oreja en forma de coliflor, permanentemente hinchada y deformada, hasta alcanzar dos veces su tamaño, completaban su apariencia, mientras que la barba, recién afeitada, como estaba, pugnaba por brotar y daba a su rostro un tinte negroazulado.

En conjunto, era la cara de un hombre al que asustaría encontrar en un callejón oscuro o en un sitio solitario. Y, sin embargo, Tom King no era un criminal ni jamás había cometido delito alguno. Aparte de los golpes, propios de su modo de ganarse la vida, nunca le había hecho daño a nadie. Tampoco se le consideraba un tipo pendenciero. Fuera del ring era tranquilo y bonachón, y, en los días de su juventud, cuando el dinero fluía en abundancia, había sido más generoso de lo que le convenía. No abrigaba resentimientos y tenía pocos enemigos. Combatir para él sólo era una profesión. En el ring pegaba para herir, pegaba para destrozar, pegaba para destruir; pero no lo hacía con animadversión. Era una simple cuestión de negocios. El público pagaba para ver el espectáculo de dos hombres tratando de dejarse fuera de combate. El que ganaba se llevaba la mejor parte de la bolsa. Cuando Tom King se había enfrentado con Woolloomoolloo Gouger, veinte años atrás, sabía que sólo hacía cuatro meses desde que a Gouger le hubieran roto la mandíbula en un combate en Newcastle. Y él había trabajado esa mandíbula y la había vuelto a romper en el noveno asalto, y no por animadversión hacia Gouger, sino porque aquel era el modo más seguro de ponerle fuera de combate y llevarse la mejor parte de la bolsa. Tampoco Gouger le había guardado resentimiento por ello. Eran las reglas del juego, y los dos las conocían y se atenían a ellas.