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Bianca 3002 Negociando el anillo con un multimillonario... La inocente Olivia tenía el prestigioso apellido Thornton-Rose, pero, según el testamento de su padre, eso sería lo único que tendría si no se casaba con Luca Giovanardi. Ella y sus seres queridos estaban al borde de la indigencia y tuvo que proponerle un matrimonio de cuatro semanas... de cara a la galería. Luca no podía rechazar la oferta si quería recuperar el lustre de su familia, pero la luna de miel en Italia desató un deseo inesperado en él cuando la virginal Olivia le pidió una noche de bodas auténtica. Luca ni se planteaba que entrasen en juego los sentimientos, pero la pasión pondría a prueba su resistencia mientras se acercaba la fecha del fin de su relación.
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Seitenzahl: 198
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2021 Clare Connelly
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un matrimonio con condiciones, n.º 3002 - mayo 2023
Título original: Vows on the Virgin’s Terms
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411417914
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Si te ha gustado este libro…
SI Olivia hubiera podido cerrar los ojos y desaparecer en cualquier otro lugar del mundo, lo habría hecho. Pero, después de engañar a la asistente de Luca Giovanardi para que le revelara que asistiría a ese evento de estrellas, de gastarse un dinero que no podía permitirse en un billete de avión a Italia y de presentarse en la fiesta a orillas del Tiber, sabía que había cruzado el punto de no retorno. Miró alrededor, se deleitó con esa elegancia y sofisticación desconocidas para ella y una punzada en las entrañas le recordó que estaba fuera de lugar, que eso no tenía nada que ver con su vida habitual
La fiesta estaba en su apogeo y el aire olía a una mezcla de jazmín y perfumes empalagosos. Él, naturalmente, estaba en el centro. No solo de la fiesta, también de un grupo de personas que lo miraban absortas. ¿Por qué tenía que ser tan guapo? Todo sería mucho más fácil si fuese normal y corriente, pero todo lo que rodeaba a Luca Giovanardi era excepcional, desde la caída en desgracia de su familia hasta su impresionante resurrección hasta lo más alto de la élite empresarial. En cuanto a su vida personal, solo había ojeado lo más imprescindible en Internet, pero le había bastado para saber que era lo opuesto a ella en todos los sentidos. Si bien ella era una virgen de veinticuatro años que ni si quiera se había besado con un hombre, Luca, después de su fugaz y lejano matrimonio, era un soltero que no disimulaba la velocidad con la que cambiaba de una mujer a otra. ¿De verdad quería ser una de ellas?
Tragó saliva y sacudió la cabeza aunque estaba sola. No quería ser una de sus amantes, tenía que ser su esposa. Sentía el redoble de un tambor por dentro, el mismo tambor que llevaba oyendo desde que se enteró del testamento de su padre y de lo que implicaba para ella y su vida. Sin embargo, en ese momento, mientras miraba a Luca, el tambor sonaba con más fuerza y con un ritmo que era enervante y acuciante a la vez.
Habría doscientas personas como mínimo en el patio y ella movió un pie para intentar abrirse paso entre la multitud para captar su atención, pero entonces, él levantó los ojos y los clavó en los de ella, que tuvo que separar los labios para soltar la oleada ardiente que sintió por todo el cuerpo. No pudo seguir, tenía las piernas como si fueran de cemento.
Había visto fotos de él en Internet, pero no le habían preparado para la imagen real de Luca y lo mucho que le afectaría tenerlo tan cerca. Tenía los ojos oscuros como la corteza del viejo olmo que había detrás de Hughenwood House, pero después de una copiosa lluvia, cuando tenía un brillo resplandeciente. Se estremeció de arriba abajo y apartó la mirada parpadeando, pero aunque se quedó mirando el río que serpenteaba casi a sus pies, podía notar la calidez de su mirada en la piel, los ojos que le recorrían la cara y el cuerpo como no lo habían hecho antes.
Los ojos de ella, casi como si tuvieran voluntad propia, volvieron a mirar hacia los invitados con la esperanza de que pudiera encontrar una tabla de salvación, pero no había nada que pudiera compararse con el magnetismo de Luca Giovanardi. Volvió a mirarlo a los ojos y él esbozó una sonrisa jactanciosa, como si supiera que no podría resistirse, y siguió hablando con el grupo de personas que lo rodeaba. Se le cayó el alma a los pies.
Eso no saldría bien si su marido le parecía atractivo. Quería un matrimonio aséptico que le permitiera heredar. No podía haber ninguna relación personal entre ellos, nada que pudiera complicar más ese matrimonio. Sin embargo, ¿cómo no iba a parecerle atractivo? Seguía siendo una mujer y podía reconocer a un hombre impresionante cuando lo tenía delante aunque su vida sentimental fuese inexistente. Luca Giovanardi tenía unos rasgos como cincelados en mármol y la tez morena; el pelo oscuro y un poco revuelto como si se hubiese pasado los dedos; un cuerpo fuerte y fibroso, medio humano y medio animal. El traje hecho a medida le quedaba como un guante, pero él parecía demasiado primitivo para tanta elegancia, debería estar desnudo. Se le secó la boca solo de pensarlo. No había visto a ningún hombre desnudo y los detalles no eran muy precisos, pero no pudo evitar sonrojarse.
Una cosa estaba clara, Luca no era el tipo de hombre al que se le pedía matrimonio sin más. Ella sabía muy bien los motivos que tenía, pero ¿por qué un hombre como Luca, que tenía a todo el mundo rendido a sus pies, iba a aceptar lo que ella pensaba proponerle?
Hizo un esfuerzo para moverse otra vez, pero las piernas no la llevaron hacia Luca, la alejaron de la fiesta hasta que llegó a un rincón tranquilo al lado de una mesa con copas vacías y un camarero fumando un cigarrillo sentado sobre una caja de refrescos boca abajo. Fingió no haberlo visto, fue hasta la barandilla y se agarró mirando el río. Era una cobarde.
¿Iba a marcharse sin habérselo pedido siquiera? ¿Acaso había creído que podría hacerlo?
No les había contado ni a Sienna ni a su madre, Angelica, lo que había pensado hacer para que no le reprocharan el fracaso. Aun así, ¿cómo podría mirarles a la cara cuando sabía que habría podido arreglarles el porvenir y había tropezado con el primer obstáculo?
Le escocieron un instante los ojos azules, pero hacía mucho tiempo que no lloraba y no pensaba arriesgar a que alguien le viera llorar. Se mordió el labio inferior y pudo sacar pecho y darse la vuelta para volver a la fiesta y sopesar otra vez sus alternativas, o atormentarse con el camino que sabía que tenía que tomar aunque le aterrara. Se giró bruscamente y, al no ver por dónde iba, acabó chocándose contra un pecho duro como una roca.
–Ah… Lo siento, no le había visto.
Olivia se disculpó precipitadamente antes de darse cuenta de que las manos que la agarraban de los brazos para sujetarla eran las de Luca Giovanardi.
–Bueno, los dos sabemos que eso es mentira.
Ella no había sabido que una voz pudiera ser así de sensual y el corazón se le desbocó cuando se encontró frente a la que era la peor de sus pesadillas en muchos sentidos. Se separó de un salto y miró alrededor como si quisiera que el camarero siguiera por allí.
–¿Va a marcharse? –le preguntó ella abruptamente.
Él esbozó una sonrisa que a ella le pareció de caramelo derretido. Intentó que no le afectara, pero no estaba preparada para eso.
–No –contestó él.
–Muy bien…
Ella se alegró solo porque eso significaba que todavía podría hacerlo… Él la miró con un brillo de curiosidad indiscutible en los ojos. Eso iba de mal en peor. Bastante era que se lo hubiese imaginado desnudo, pero que él pudiera sentir una curiosidad parecida…
–Entonces, entiendo que tú tampoco vas a marcharte.
–No… ¿Por qué?
–Esto es la salida.
–Ah… –ella arrugó la frente–. Yo… Solo necesitaba un poco de espacio.
–¿Ya has tenido suficiente espacio, bella? –le preguntó él arqueando una ceja.
Bella era hermosa en italiano. Se estremeció. No era hermosa o, al menos, no quería serlo de tal manera que un hombre se fijara en ella y la piropeara. No iba a ser como su madre, primero elogiada y adorada por su belleza y luego detestada por el poder que eso le daba. Ese era uno de los motivos para que no se hubiese vestido de una manera especial esa noche, se había puesto unos pantalones negros y una blusa de lino color crema, nada que pudiera llamar la atención.
–Me llamo Olivia –comentó ella sin decirle el apellido.
–Yo me llamo Luca.
Él le tendió la mano como si quisiera estrechar la de ella, pero cuando la tomó, se la llevó a los labios y le besó con delicadeza los nudillos. Quizá hubiese sido delicado, pero el efecto en ella fue un cataclismo. Retiró la mano con la tensión arterial por las nubes.
–Lo sé –replicó ella con la voz ronca antes de aclararse la garganta–. En realidad… –Olivia se clavó las uñas en las palmas de la manos–. Eres el motivo para que esté aquí esta noche.
Él no cambió de expresión, pero ella captó que irradiaba una tensión que no había tenido antes.
–¿De verdad? –preguntó él con escepticismo–. ¿Por qué?
–He venido para hablar contigo.
–Entiendo.
¿Vio decepción en sus ojos? Se había equivocado antes, no eran del color de la corteza, eran oscuros como el firmamento, firmes como el acero y fascinantes como todos los libros escritos. Sus recovecos estaban atrapándola cuando debería estar concentrada en lo que tenía que decirle.
–¿Y bien? –siguió él entrecerrando los ojos–. ¿De qué quieres hablar?
¿Cómo podía Olivia Thornton-Rose pedirle a Luca Giovanardi que se casara con ella? Era tan ridículo que dejó escapar un sonido parecido a una risa fantasmagórica.
–En general, las mujeres me hablan por dos motivos. Por una oportunidad de inversión o para proponerme algo más… personal. ¿Por qué no me dices de qué has venido a hablar tú?
Ella tomó aire porque no se había esperado esa arrogancia, pero, en cierto sentido, eso facilitaba las cosas porque le recordaba vagamente a su padre y así podía odiarlo un poco.
–Creo que esta conversación podría encuadrarse en la primera categoría.
Él la miró primero a los ojos y después a los labios dejando un rastro abrasador por el camino.
–Es una pena –murmuró Luca–. En estos momentos, no me interesan más oportunidades de inversión. No obstante, habría tanteado con mucho agrado una relación personal.
A Olivia se le encogieron las entrañas y el aire le ardió en los pulmones.
–Imposible… –consiguió balbucir ella–. No me interesa… lo más mínimo.
La expresión de él le indicó que sabía que eso era mentira. ¿Tan transparente era? Desde luego. No tenía experiencia. ¿Cómo iba a ocultarle lo que sentía a alguien como Luca?
–Entonces, no sé de qué podemos hablar.
Tenía que hacerlo. ¿Qué era lo peor que podía pasarle? Que él se negara.
–He oído hablar del banco que quieres comprar.
Él se puso muy recto y la miró con otro tipo de interés. Lo había sorprendido.
–Todo el mundo sabe la oferta que he hecho –replicó él con un dominio de sí mismo admirable.
Ella sonrió levemente parta intentar aliviar la tensión, pero no lo consiguió. Él no dijo nada y el silencio se alargó entre ellos.
–Quieres comprar uno de los bancos más antiguos de Europa, pero el consejo de administración no quiere vendértelo por tu fama de playboy. Ellos son conservadores y tú… no tanto.
Los ojos de Luca brillaron fugazmente, hasta que recuperó la expresión de despreocupación.
–Además, tu padre…
–Mi padre no es asunto tuyo –la interrumpió él sorprendiéndole con su vehemencia.
Al parecer, las heridas seguían abiertas y Luca no se había repuesto del escándalo que acabó con su padre y con toda la familia, y del papel que había tenido él.
–En realidad, eso no es verdad del todo.
–Entiendo –Luca volvió a entrecerrar los ojos–. ¿Es otra de sus deudas? ¿Te debe dinero? Sin embargo, eres demasiado joven. Será una deuda con algún ser querido.
¿Un ser querido? Naturalmente, quería a Sienna, su hermana pequeña, pero, aparte, estaba sola en el mundo. No quería a nadie más. Sentía lástima por su madre y se ocupaba de ella, pero ¿la quería? Era demasiado complicado y explicarlo así era muy simplista.
–No se trata de eso.
–Entonces, ¿por qué no me dices de qué se trata?
–Estoy intentándolo –replicó ella entre dientes–, pero eres muy intimidante.
Le había sorprendido su sinceridad, y él retrocedió un paso, giró la cabeza, tomó aire y volvió a soltarlo antes de mirarla otra vez.
–No puedo evitar ser quien soy.
–Lo sé, pero… ten paciencia conmigo. No es fácil. Quizá debiéramos empezar por mi padre, no el tuyo. Supongo que habrás oído hablar de él, es Thomas Thornton-Rose.
Le expresión de Luca cambió completamente mientras retrocedía en el tiempo.
–Era amigo de mi padre. Lo apoyó en el juicio y muy pocos lo hicieron.
–Eran muy buenos amigos –murmuró ella preguntándose si él sabría algo sobre el testamento.
–Falleció poco después de que mi padre entrara en la cárcel –siguió él sin dar indicios de que supiera algo–. Me acuerdo de que leí los titulares.
–Sí –Olivia parpadeó varias veces–. Fue muy repentino. No estaba enfermo ni nada parecido.
–Lo siento.
–No te preocupes –replicó ella sacudiendo una mano.
Él arqueó una ceja por la frialdad de su reacción, pero Olivia no lo vio.
–Las condiciones de su testamento se supieron poco después –siguió ella–. Sabrás que pertenecemos a la aristocracia británica y que hay mucho dinero y tierras…
–Solo sé lo que hemos hablado hasta ahora –la interrumpió él encogiéndose de hombros.
Olivia dejó escapar otra risa destemplada. ¿No sabía nada de la situación ni sabía nada de ella? El pánico estaba dominándolo. Había contado con cierto conocimiento, pero había hecho mal. Al fin y al cabo, el padre de él había pasado mucho tiempo en la cárcel y lo más probable era que no se hubiesen visto mucho para contarse sus vidas. Tendría que empezar de cero y empezó muy despacio para disimular el nerviosismo.
–Cuando murió mi padre, se descubrió que su patrimonio estaba repartido de una forma muy… especial –a ella le parecía desalmada–. Mi madre no heredaría nada y mi hermana y yo heredaríamos si cumplíamos ciertas condiciones antes de los veinticinco años.
–¿Qué condiciones? –preguntó él sin inmutarse.
Tenía que hacerlo. Él se negaría y ella podría volver a su casa… ¿para qué? ¿Para expulsar a su madre y darle las llaves de la casa familiar a su atroz primo segundo Timothy?
–Bueno, es muy sencillo. Mi padre era muy… anticuado.
–¿Eso es un inconveniente? –preguntó él inclinando la cabeza hacia delante.
–Creía que las mujeres eran incapaces de gestionar sus propios asuntos económicos.
Ella no pudo mirar a Luca mientras hablaba y por eso no vio el fugaz gesto de rechazo que ensombreció sus maravillosos rasgos… y con motivo. Luca se enorgullecía de haber contratado a todo tipo de personas para reconstruir su imperio familiar y entre sus ejecutivos había más mujeres que hombres.
–Cuando se casaron mis padres, mi madre puso sus ahorros a nombre de él. Había sido una actriz con cierto éxito aquí, en Italia, y había ganado dinero, pero era muy joven, solo tenía veinte años y él era diecinueve años mayor que ella. Lo amaba –siguió ella con cierto desdén por la mera idea del amor–. Confiaba en él. Mi padre lo administraba todo y cuando murió, mi madre no sabía en qué condiciones estaban sus cosas, no pudo haber sabido que mi padre lo había organizado todo para no dejarle nada a ella.
Olivia no pudo disimular toda la emoción, pero tampoco transmitió toda la rabia por cómo había abusado su padre de esa confianza. La había castigado el resto de su vida solo porque Angelica había cometido un error de juventud y sin importarle lo mucho que ella hubiese intentado arreglarlo y la cantidad de veces que le había pedido perdón.
–¿Qué pasó para que tu padre hiciera algo así? –preguntó él con incredulidad.
–Estaba enfadado con ella –la crueldad de su padre le había dolido durante años–. Era una historia muy antigua cuando él murió, un error muy tonto que mi madre había cometido hacía mucho tiempo. Evidentemente, nada que pudiera justificar su decisión.
Luca apretó los labios y ella se los miró. Sintió algo abrasador en el vientre que se propagó por todo el cuerpo y le flaquearon las rodillas. Desvió la mirada sin acabar de entender lo que estaba pasándole. Ese inconfundible arrebato de deseo hacía que quisiera salir corriendo para disimular lo que estaba sintiendo. Se consideraba una experta en disimular los sentimientos, pero también estaba acostumbrada a sentimientos que entendía mejor.
–No pensaba dejar parte de la fortuna familiar a mi madre ni a Sienna y a mí.
–No tiene ningún sentido. ¿Tiene hijos de otra relación?
–No –contestó ella con una sonrisa tensa–. Ojalá fuera tan sencillo. Solo estamos nosotras y para cerciorarse de que el dinero quedaba en buenas manos, redactó el testamento de tal manera que Sienna y yo tenemos que casarnos antes de que hayamos cumplido veinticinco años. Solo entonces recibiremos la parte que nos corresponde.
–¿Y tu madre?
–Le concedió una pequeña cantidad que ha ido reduciéndose con los años y se acabará cuando cumplamos veinticinco años. Mi cumpleaños es el mes que viene.
–Con todo respeto, pero tu padre me parece un majadero.
Ella abrió los ojos como platos y se habría reído si la situación no hubiese sido tan apurada, pero le costaba respirar por la preocupación.
–Tenía… las ideas muy claras.
Olivia no terminaba de entender por qué seguía defendiéndolo después de que hubiera convertido sus vidas en una pesadilla. Luca dejó escapar un sonido para indicar que lo que había dicho no era nada convincente.
–No habría venido si no estuviese completamente desesperada –a Olivia le tembló un poco la voz y miró hacia otro lado–. Yo solo tenía doce años cuando murió mi padre. No sabía lo que gastaba mi madre. Acumuló deudas enormes con las tarjetas de crédito y con una considerable línea de crédito contra la casa. Cuando fui lo bastante mayor para entender lo que estaba pasando, la situación era muy apurada. Luca, he intentado arreglar las cosas, pero nunca hay suficiente dinero para rebajar lo más mínimo la deuda. Tengo que aceptar empleos que estén cerca de casa y eso limita las posibilidades. Además, no tengo ningún título académico. Hemos vivido en el umbral de la pobreza durante años –siguió ella–. Nos hemos apretado el cinturón, pero no ha servido de nada. Si hubiese dependido de mí, me habría marchado de Hughenwood House sin ningún reparo, pero no puedo dejar a mi madre con una deuda de cientos de miles de libras. No puedo permitir que mi padre les haga esto a mi madre y Sienna. No voy a permitir que nos haga eso.
–Como ya he dicho, tu padre me parece un majadero –insistió él en un tono compasivo que a ella le llegó al alma–, pero no entiendo por qué has venido para contarme todo eso a no ser que creas que mi padre puede hacer algo con el testamento. Si es así, tengo que decepcionarte, pero no tengo influencia con mi padre, sería mejor que acudieras directamente a él, te lo aseguro.
–No se trata de eso –ella se pellizcó la nariz–. Si no me caso pronto, le herencia pasa a mi primo segundo. No es solo el dinero, pero nuestra casa… La casa familiar…
A Olivia se le quebró la voz, pero levantó la barbilla desafiantemente y con rabia por esa demostración de debilidad, y más todavía porque esa casa siguiera significando tanto para ella cuando habían sido tan infelices allí.
–Es la única casa que tiene mi madre y se moriría si tuviera que dejarla.
–Yo no soy un casamentero –él se cruzó los brazos–. Además, me cuesta creerme que no encuentres un hombre dispuesto a representar el papel de tu novio.
Él bajó la mirada a sus pechos, que estaban bastante tapados por la amplia camisa de lino. Aun así, le bulló la sangre y se le endurecieron los pezones. Le miró las manos y supo lo que quería, necesitaba que la acariciara íntimamente, por todo el cuerpo. Contuvo un gruñido y utilizó toda la firmeza que le quedaba para mantener una expresión fría.
–No puede ser un hombre cualquiera –replicó ella–. Mi padre fue muy explícito al respecto.
Se hizo un silencio sepulcral y los nervios la atenazaron por dentro. ¿Sabía él lo que se avecinaba? Lo miró de soslayo, pero no pudo adivinar lo que estaba pensando.
–Tengo que casarme contigo, Luca. No puede ser nadie más, solo tú.
BASTABA con mirar a Luca para saber que era un hombre que valoraba su fuerza y su dominio de sí mismo, pero, en ese momento, habría podido tumbarlo con el meñique. Evidentemente, no se había esperado, ni remotamente, que ella dijera eso.
–Estás diciendo…
–Que tengo que casarme contigo –ella lo miró a los ojos aunque la sangre se le convertía en lava–. Además, tú también saldrías ganando.
–Eso no tiene sentido.
–Lo sé –ella se mordió el labio inferior–. La verdad es que esperaba que estuvieras al tanto…
–Mi padre y yo no nos hablamos.
–Lo acordaron hace mucho. Supuse que a lo largo de los años…
–A mí no me lo dijeron nunca.
–A mí, tampoco –aseguró ella–. Me enteré cuando los abogados se presentaron en casa.
–¿Cómo te enteraste de que voy a comprar un banco?
–A intentar comprarlo –le corrigió ella–. Lo leí en Internet. ¿Por qué?
–Entonces, me has investigado antes de venir aquí.
–Si tenemos en cuenta que venía con la intención de pedirle que se casara conmigo a un hombre que no conocía de nada, sí, me preparé un poco.
–Entonces, es posible que también hayas leído que ya me casé una vez. Fue un desastre absoluto en todos los sentidos. No pienso… –él se acercó tanto a ella que podría haberlo besado–. No pienso volver a casarme. ¿Entendido?
–No será un matrimonio normal –replicó ella sin inmutarse gracias a la práctica que tenía con sus padres–. Yo no quiero un esposo más de lo que tú quieres una esposa.
–Lo siento, pero creía que me habías pedido que me casara contigo.