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Un Problema de Henry James: Septiembre llegaba a su termino, y con el la luna de miel de dos jovenes personas en las cuales celebrare interesar al lector. La habian estirado con un soberano desden hacia los datos del calendario.
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HENRY JAMES
Septiembre llegaba a su término, y con él la luna de miel de dos jóvenes personas en las cuales celebraré interesar al lector. La habían estirado con un soberano desdén hacia los datos del calendario. Que septiembre tiene treinta días es una verdad sabi-da por cualquier chiquillo; pero nuestros jóvenes enamorados le habían concedido al menos cuarenta. Pese a todo, en términos globales no deploraban ver finalizar la obertura y alzarse el telón para el drama en el cual habían aceptado los papeles protagónicos.
Muy a menudo Emma pensaba en la encanta-dora casita que la aguardaba en su ciudad y en los sirvientes que su querida madre había prometido contratar; y, a decir verdad, en cuanto a eso, la joven esposa dejaba vagar su imaginación alrededor de las selectas viandas de que esperaba encontrar repletas sus alacenas merced a las mismas cariñosas gestiones. Además, se había dejado el ajuar en casa -considerando absurdo llevarse sus mejores galas al campo- y sentía un gran anhelo por refrescarse la memoria en punto al tono concreto de cierta seda color lavanda y la exacta longitud de la cola de cierto vestido. El lector advertirá que Emma era una persona sencilla y corriente y que probable-mente su vida matrimonial iba a estar hecha de pequeñas alegrías y pequeños disgustos.
Era simple y amable y hermosa y joven; ado-raba a su marido. También él había empeza-do a opinar que ya era hora de que vivieran en serio su casamiento. Sus pensamientos volaban hacia su contaduría y su vacío des-pacho y los posibles contenidos de las cartas que había solicitado a un compañero de oficina que abriese en su ausencia. Pues David, asimismo, era un individuo sencillo y corriente, y a pesar de que consideraba a su esposa la más dulce de las criaturas humanas -o, precisamente, a causa de ello-, no podía olvidar que la vida está llena de amargas necesi-dades y peligros inhumanos que soterrada-mente hacen acopio de fuerzas mientras uno está ocioso. Era feliz, en resumidas cuentas, y no le parecía equitativo continuar disfru-tando de su felicidad a cambio de nada.
Por consiguiente, los dos habían hecho el equipaje y encargado el vehículo que a la mañana siguiente habría de conducirlos puntualmente a la estación. El crepúsculo se había iniciado y Emma estaba sentada junto a la ventana sin nada que hacer, silenciosamente despidiéndose del paisaje, al cual sentía que ellos dos habían permitido participar del secreto de su joven amor. Se habían sen-tado a la sombra de cada uno de aquellos árboles y habían contemplado la puesta de sol desde la cima de cada uno de aquellos peñascos.
David había salido a pagarle la cuenta al casero y a despedirse del doctor, quien tan útil había sido cuando Emma atrapó un resfriado por pasarse tres horas sentada sobre la hierba tras un abundantemente lluvioso día anterior.
Resultaba aburrido permanecer sentada a solas. Emma cruzó el umbral de la puerta vidriera y se llegó hasta la verja del jardín para ver si regresaba su marido. La casa del doctor estaba a kilómetro y medio de distancia, cerca del pueblo. En vista de que no aparecía David, echó a andar a lo largo del camino, destocada, envuelta en su chal. Era un atardecer precioso. No habiendo nadie a quien [...]