Una pasión sin igual - Kate Hewitt - E-Book
SONDERANGEBOT

Una pasión sin igual E-Book

Kate Hewitt

0,0
1,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 1,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Su dinero podía comprarlo todo… ¡excepto a su heredera! Tras haber escapado de las calles de Roma, Alessandro dirigía un imperio multimillonario con un control reconocido en el mundo entero. Sin embargo Mia, su nueva asistente ejecutiva, ponía en peligro aquel control. ¡Y muy pronto sus apasionados intercambios estallaron en una pasión sin igual! A Mia le costaba trabajo confiar en los demás, así que, cuando Alessandro la rechazó con frialdad tras la noche que pasaron juntos, no se atrevió a decirle que estaba embarazada. Pero, cuando descubrió su secreto, Alessandro decidió reconocer al bebé. La prioridad de Mia era su hija, pero ¿podría abrirle la puerta a Alessandro cuando eso significaba poner en peligro su corazón?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 196

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Kate Hewitt

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una pasión sin igual, n.º 2777 - mayo 2020

Título original: The Italian’s Unexpected Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-059-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

YA VIENE!

A Mia James se le puso el estómago del revés mientras corría para colocarse detrás de su escritorio con los hombros hacia atrás y la barbilla alta.

–Está en el ascensor…

Los números que había encima de las plateadas puertas brillaron uno detrás de otro. Dos… tres…

Mia observó por el rabillo del ojo cómo sus colegas de Inversiones Dillard hacían lo mismo que ella, corriendo a sus escritorios y sentándose muy rectos. Eran como colegiales esperando la inspección del director. Un director particularmente estricto e incluso despiadado… Alessandro Costa, conocido por su crueldad, era un multimillonario hecho a sí mismo y desde el día anterior, el nuevo director general de Inversiones Dillard.

Alessandro Costa se había hecho con la empresa a través de una calculada e inteligente maniobra que dejó a todos los miembros de la compañía impactados, incluido el jefe de Mia y hasta entonces director general, Henry Dillard. El pobre Henry estaba completamente devastado y había envejecido diez años en cuestión de minutos al darse cuenta de que no podía evitar que Costa International se hiciera con el control de las acciones. Todo había sucedido antes de que él tuviera tiempo de darse cuenta de lo que ocurría.

Cuatro… cinco… las puertas del ascensor se abrieron y Mia contuvo el aliento cuando el nuevo director general de Inversiones Dillard las cruzó. Había visto fotos suyas en Internet cuando hizo una exhaustiva búsqueda la noche anterior al confirmarse la noticia. Lo que había visto no la había tranquilizado, precisamente.

Alessandro Costa era especialista en opas hostiles tras las que despojaba a las empresas de sus activos y sus empleados y las absorbía en su gigantesca corporación, Costa International.

Mia trató de no establecer contacto visual con Alessandro Costa, pero se dio cuenta de que no podía dejar de mirarlo. Las fotos de Internet no le hacían justicia. No comunicaban la intensa energía que tenía, como si un campo de fuerza lo rodeara.

Tenía el cabello corto y tan negro como la noche, y le enmarcaba un rostro que era todo líneas duras, desde la mandíbula hasta la nariz y las cejas oscuras que enmarcaban los ojos grises y fríos como el acero. Su cuerpo, alto y poderosamente atlético, estaba encajado en un traje de seda gris oscuro hecho a medida. La corbata plateada le hacía juego con el color de los ojos. A Mia le recordó a un láser, o a una espada… algo poderoso y letal. Un arma.

Alessandro entró en la planta llena de escritorios con paso firme y decidido, mirándolo todo con sus ojos de halcón. Daba la sensación de que hasta el aire temblaba. Alessandro Costa era increíblemente intimidante.

Mia sabía que su puesto de trabajo estaba prácticamente condenado al despido, pero estaba decidida a hacer algo para conservarlo. Llevaba trabajando en Inversiones Dillard desde los diecinueve años, recién salida de un curso de empresa y tecnología, emocionada y feliz de poder ser finalmente independiente.

Había estado durante toda su infancia bajo el control de su autoritario padre, haciendo lo que él mandaba y bailando a su son. Su madre se había mostrado siempre servil y obediente ante él, y Mia había jurado que conseguiría su libertad en cuanto pudiera y que nunca cometería el mismo error que su madre casándose con un hombre encantador y al mismo tiempo controlador… ni con nadie.

Alessandro Costa se detuvo en el centro de la planta con los pies abiertos y las manos en las caderas. Parecía un emperador supervisando sus dominios.

–¿Quién es Mia James? –preguntó con ligero acento italiano.

Mia sintió cómo todas las miradas de la sala se giraban de pronto hacia ella. Como si fuera una niña en el colegio, levantó la mano y confió en que la voz le saliera fuerte.

–Yo –le pareció que había sonado estridente, agresiva incluso.

Alessandro Costa entornó todavía más los ojos mientras la miraba y apretó los labios.

–Ven conmigo –dijo entrando en el despacho de Henry Dillard, el único espacio privado de la planta. Se trataba de una elegante estancia con paneles de madera y sillones de cuero, bonitos cuadros al óleo y pesadas cortinas. Parecía un club de caballeros, o el estudio de una mansión elegante.

Costa se dirigió hacia el enorme escritorio de caoba tras que el que siempre se sentaba Henry mientras Mia tomaba notas al dictado. Era un hombre chapado a la antigua al que le costó incluso informatizar la empresa. Sintió una punzada al pensar que todo aquello había terminado. Henry se había retirado a su hacienda de Surrey y no sabía si volvería a verle jamás. Y todo por culpa de este hombre.

Alessandro Costa estaba detrás del viejo escritorio de Henry con las manos colocadas sobre la lisa superficie mirándola con ojos magnéticos. Todo su cuerpo irradiaba energía apenas contenida, era un hombre dispuesto a la acción y Mia se puso tensa.

–Te necesito –afirmó Costa.

Y absurdamente, aquellas palabras hicieron que el corazón le diera un vuelco. No lo decía de aquel modo, por supuesto que no, pero tal vez significaba que podría conservar su empleo.

–¿Ah… sí?

–Sí, al menos por el momento –Costa estiró la espalda y la miró con frialdad–. ¿Cuánto tiempo llevabas como secretaria de Dillard?

–Siete años.

–Entiendo. Y por lo que parece, Dillard estaba un poco anticuado. Y muchos de sus clientes también, por supuesto.

–Lo que hace surgir la pregunta de por qué ha adquirido usted la empresa –le espetó ella.

Costa alzó las cejas sin apartar la mirada de ella, y algo cobró vida en Mia. Algo que desde luego no iba a reconocer.

–Sí, ¿verdad? –comentó él–. Por suerte no es algo de lo que tú tengas que preocuparte.

Y aquello la puso firmemente en su sitio.

–Muy bien –no apartó los ojos de su mirada de acero, aunque le costó. Cada vez que lo miraba sentía que algo en ella se encendía de un modo que no le gustaba.

Aquel hombre era muy intenso y daba miedo, pero también había algo que la atraía, algo en su fiera energía, en su increíble concentración.

–Entonces, ¿para qué me necesita? –preguntó decidiendo que mantener la conversación encauzada era lo mejor que podía hacer.

–Necesito tus conocimientos sobre los clientes de Henry para poder lidiar con ellos adecuadamente. Así que mientras seas útil…

Aquello sonó como una amenaza velada, o tal vez fue solo una declaración de hechos.

–¿Y cuando no sea útil? –preguntó, aunque no estaba muy segura de querer conocer la respuesta.

–Entonces te irás –respondió Costas con brusquedad–. No me quedo con empleados inútiles. Es una mala práctica para el negocio.

–¿Y qué pasa con el resto del equipo?

–Esto tampoco es asunto tuyo.

Vaya. El hombre no tenía reparos en ser brusco, pero Mia no percibió ninguna crueldad en sus palabras, solo una declaración de los hechos desnudos. Y eso podría agradecerlo aunque no le gustara lo que oía.

En cualquier caso, enfrentarse sin necesidad a Alessandro Costa era el camino más rápido para el despido, y ella quería conservar su empleo. Lo necesitaba. Era lo único que tenía.

–Muy bien –Mia estiró la espalda y alzó la barbilla, decidida a mostrarse tan profesional como él–. ¿Qué quiere que haga?

Algo brilló en los grises ojos de Alessandro, algo que casi parecía aprobación y le provocó una oleada de placer traicionera que le recorrió todo el cuerpo, de la cabeza a los pies.

–Quiero los informes de los clientes principales de Dillard con notas sobre sus peculiaridades, hábitos, tendencias y cualquier otra información pertinente para dentro de una hora.

–De acuerdo –Mia pensó que sería capaz de hacerlo, aunque llegaría muy justa.

–Bien –sin decir una palabra más, Alessandro Costa salió del despacho y cerró la puerta tras él.

Mia dejó escapar un suspiro y se sentó en la silla frente al escritorio. Le temblaban las piernas. Ahora que se había ido fue consciente de cuánta energía le había arrebatado Costa. Estaba físicamente agotada.

Y también… afectada. La personalidad fuerte de aquel hombre era solo una parte de su intenso carisma. Mia se levantó. Tenía que demostrarle a Alessandro Costa que era absolutamente útil. Esencial, incluso. Porque no estaba preparada para enfrentarse a la alternativa.

Salió a toda prisa del antiguo despacho de Henry y se sentó en su mesa, que estaba justo fuera. La gente que había estado esperando la llegada de Costa se había dispersado y estaban todos en sus escritorios, fingiendo que trabajaban.

Pero ella tenía que concentrarse. Tenía un trabajo que hacer.

 

 

Inversiones Dillard era todavía más caótico de lo que había imaginado. Tras una mañana de reuniones con los empleados y tras supervisar el estado de la empresa, Alessandro Costa solo podía sentir desprecio por Henry Dillard, un hombre cuyo afable exterior escondía una terrible debilidad… una debilidad que había provocado la inevitable pérdida de su compañía, los activos de sus clientes y el bienestar de sus empleados. Alessandro se alegraba de haber puesto fin a su ineptitud disfrazada de benevolencia.

Al negarse a estar a la altura de los tiempos que corrían y buscar nuevas oportunidades e inversiones, Henry Dillard había llevado a su empresa y a su cartera de clientes a la bancarrota. Si Alessandro no se hubiera apoderado de la firma lo habría hecho otro. Pero mejor que fuera él. Aquel era su ámbito de competencia y la misión de su vida: hacerse con empresas fracasadas o corruptas y convertirlas en algo útil o desmantelarlas por completo.

Tendría que despedir al menos a un tercio de los empleados que había conocido ese día. Siempre procuraba transferir a la gente a otros puestos dentro de su cartera de empresas, pero la mayoría de los empleados que había conocido ese día no se merecían esa oportunidad. La secretaria de Dillard, Mia James, era sin embargo una excepción…

A su pesar, Alessandro se había sentido intrigado por ella. Era guapa a su manera, inglesa y aburrida: pelo rubio y liso, ojos azules, alta y de complexión atlética, sin curvas que llamaran la atención. Competente en todos los sentidos, y desde luego no se trataba de la clase de mujer que normalmente despertaría su interés sexual.

Y, sin embargo, lo intrigaba. Y no le gustaba que eso le pasara, y menos con una secretaria a quien seguramente trasladaría lo antes posible porque a él le gustaba trabajar solo. Solo sabía conducir su vida en soledad, lo había aprendido en la infancia y lo había pulido en la edad adulta, y no creía que lo fuera a cambiar. Nunca.

Mia James lo estaba esperando en el despacho de Dillard cuando entró una hora más tarde puntual. Alessandro siempre llegaba puntual y mantenía su palabra.

–¿Y bien? –le preguntó–. ¿Tienes los informes?

Ella se había levantado en cuando Alessandro entró, y se fijó aunque no quiso en sus largas y esbeltas piernas encajadas en medias negras, los pies calzados en zapatos negros de tacón bajo. Llevaba una falda negra de tubo, chaqueta y una blusa blanca. Tenía el cabello rubio y largo recogido con una pinza. No podía ponerle ni una pega y, sin embargo, se sentía incómodo. Irritado incluso por su interés en ella y por su presencia.

No le gustaba que la gente lo afectara. Él no trabajaba las emociones, y desde luego no actuaba acorde a ellas. Su perturbadora infancia era la prueba del poder de las emociones y de su peligro y por eso Alessandro necesitaba tener el control. Siempre.

–Lo tengo todo aquí –dijo Mia con voz firme y calmada–. Informes personales e información relevante de los diez clientes más importantes de Dillard.

–¿Y cómo has determinado que son los más importantes? –preguntó Alessandro con tono seco.

Ella lo miró con sus ojos azules. No parecía afectada por su tono.

–Son los mayores inversores, y los que más tiempo llevan con Dillard.

No mordió el anzuelo de su irritabilidad, un punto más a su favor que sin embargo lo enfadó todavía más.

Alessandro se sentó tras el escritorio y le hizo un gesto con la mano para que se acercara.

–Enséñamelo.

Mia vaciló durante un instante apenas perceptible. Luego agarró la pila de carpetas y se acercó al escritorio, colocándolas delante de él y abriendo la primera.

–James Davis, un millonario que creó su propia empresa para manejar sus intereses financieros. Dinero heredado. Generoso hasta el extremo. Amable y de trato fácil, pero con poco sentido común. Hablando claro: no tiene problemas en seguir el camino que le marquen.

Alessandro guardó silencio, impresionado a su pesar por lo rápido y claro que Mia había resumido al cliente. Le había dado la información relevante, sin nada innecesario, tal y como quería. Poca gente lo impresionaba, pero Mia James sí lo había hecho. En más de un sentido.

Miró hacia la hoja de arriba que detallaba las inversiones del hombre, pero los números se difuminaron delante de él cuando aspiró el aroma de Mia James, algo suave y cítrico. Estaba muy cerca de él, con los senos a la altura de su mirada. No es que estuviera mirando, pero sí se fijó en cómo la camisa de algodón bien planchada destacaba su esbelta figura.

Pero, ¿en qué estaba pensando?

Molesto consigo mismo y sus errantes pensamientos, Alessandro pasó las páginas fijándose en todos los detalles con más concentración de lo habitual.

–Está operando con pérdidas –observó tras un instante.

–Sí –otro leve instante de vacilación–. Muchos de los clientes de Dillard lo están haciendo, dada la actual situación financiera. Pero el señor Dillard confiaba en que las cosas mejorarían en los próximos dieciocho meses.

Cuando él ya estuviera retirado y no tuviera que preocuparse de los mercados ni de cómo afectaban a sus clientes. Alessandro había hablado por teléfono con Henry Dillard el día anterior, cuando se completó la opa. Siempre intentaba tratar a sus adversarios con dignidad, sobre todo cuando ganaba. Y siempre ganaba.

Dillard estaba furioso porque le hubiera vencido alguien a quien consideraba socialmente inferior… y lo había dejado muy claro. Alessandro no se lo tuvo en cuenta, era frecuente cuando escogía como objetivo empresas dirigidas por hombres como Henry Dillard, hombres ricos y débiles. Casi sentía lástima por el hombre, no era corrupto como otros ejecutivos que Alessandro había conocido, solo era un inepto. Había echado a perder la empresa familiar, sin importarle las necesidades de sus clientes, y ahora se enfadaba porque alguien que él consideraba que no se la merecía la había ganado de forma justa. Alessandro no sentía respeto alguno por gente así. Había lidiado con muchos en su vida, primero de niño, cuando no tenía poder, y luego siendo hombre.

–Dieciocho meses es toda una vida en el mercado de valores –le dijo a Mia–. Henry Dillard tendría que haberlo sabido –se giró para mirarla y alzó la cabeza para encontrarse con sus ojos azules. Cuando sus miradas se cruzaron algo resonó en su interior, como una gigantesca campana. Sintió cómo reverberaba por todo su cuerpo y le pareció que a Mia le sucedía lo mismo, a juzgar por el modo en que se le dilataron las pupilas y por cómo se humedeció los labios con la lengua.

–Siéntate –le ordenó.

La sorpresa se asomó brevemente a los ojos de Mia antes de que obedeciera en silencio y tomara asiento frente a él con el escritorio en medio. Así estaba mejor. Ahora no se distraería.

No se lo permitiría.

–El siguiente, por favor –le pidió.

Y Mia fue mostrándole el resto de los clientes, todos ellos con dinero de familia y con una visión anticuada de la inversión, la riqueza, del riesgo, y de todo. Inversiones Dillard era una institución que se había relajado en los laureles durante demasiado tiempo… y esa era exactamente la razón por la que Alessandro la había comprado.

Cuando terminó con los informes miró a Mia, que seguía sentada con las espalda muy recta, los tobillos cruzados y una expresión serena. Parecía una duquesa. Aquello le molestó, como todo lo demás relacionado con ella, y era una reacción que sabía que era absurda y, sin embargo, allí estaba. Además, prefería sentirse molesto que afectado. Lo que también sucedía. Desafortunadamente.

–Gracias por esto –le dijo finalmente con tono crispado.

–¿Necesita algo más?

–¿Conoces bien a los clientes de Dillard?

Una nube de sorpresa cruzó por la plácida expresión de su rostro como el viento en el agua, y luego Mia se encogió suavemente de hombros.

–Bastante bien, supongo.

–¿Interactúas con frecuencia con ellos?

–Cuando visitan la oficina, sí. Charlo con ellos, les ofrezco café, ese tipo de cosas –Mia hizo una pausa y le escudriñó el rostro, como si buscara alguna clave de qué quería de ella–. También organizaba todos los años la fiesta de verano para los clientes y sus familias, que se celebraba en la hacienda del señor Dillard en Surrey. Después de siete años me atrevería a decir que conozco a muchos de ellos bastante bien.

Alessandro no lo dudaba, lo que convertía a Mia James en insustituible… por el momento. Podría ayudarlo a llegar a conocer a los clientes de Dillard y así él podría tomar una decisión más informada sobre qué hacer.

–¿Necesita usted algo más? –preguntó Mia mientras él seguía mirándola fijamente.

–Sí –afirmó Alessandro al tiempo que una idea cristalizaba en su interior–. Que vengas conmigo a una gala benéfica esta noche.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

MIA SE quedó mirando la expresión decidida de Alessandro, se fijó en sus ojos de acero y en su mirada láser y trató de entender lo que acababa de oír.

–¿Disculpe? –preguntó finalmente deseando que no se le notaran los nervios.

Había hecho todo lo posible por mostrarse como la secretaria impávida y perfecta, pero en aquel momento le parecía que todo no era más que una fachada endeble.

–Una gala benéfica en el Ritz –aclaró Alessandro con tono algo impaciente–. Muchos de los clientes de Dillard estarán allí. Voy a ir para asegurarles de que sus inversiones están a salvo. Y tú vendrás conmigo.

Así que se trataba de una orden, y una que no podía permitirse desobedecer. Sin embargo, la mente de Mia no paraba de dar vueltas. Nunca había asistido a un evento de tan alto copete, y además, ¿en calidad de qué iba a hacerlo? ¿Cómo su secretaria? ¿Cómo su acompañante?

No, por supuesto que no. Debía estar loca para haberlo pensado siquiera por un segundo y, sin embargo, el modo en que él había dicho «conmigo» le había sonado…

Posesivo. Como si estuviera marcándola a fuego con sus palabras.

Pero por supuesto, no era eso lo que había querido decir. La perspectiva la horrorizaba y, sin duda a él todavía más.

Pero, ¿por qué la necesitaba en un evento así?

–No sé si… –empezó a decir. Y se detuvo porque no estaba muy segura de lo que quería decir. ¿Que no tenía costumbre de asistir a ese tipo de actos? ¿Que se iba a sentir fuera de lugar? Sin duda, pero lo último que quería era admitir su debilidad. Parecía como si Alessandro Costa estuviera esperando a que le diera una buena razón para despedirla, y estaba decidida a no facilitarle las cosas.

–¿No sabes si…? –repitió él con cierto tono, como si la estuviera retando.

Mia levantó la barbilla.

–¿Cuándo es la gala?

Un esbozo de sonrisa asomó a los labios de Alessandro y ella se quedó paralizada. El hombre ya era arrebatador, pero que el cielo la ayudara cuando sonreía. Los ojos se le convirtieron en plata y Mia se derritió por dentro. Tragó saliva y volvió a levantar la barbilla.

–A las siete.

La mente de Mia empezó a discurrir a toda máquina. Sin duda se trataba de un evento en el que el atuendo de gala era necesario, y su único conjunto adecuado era un vestido de cóctel básico negro bastante soso. Estaba en su apartamento de Wimbledon, tardaría casi una hora en llegar hasta allí y luego tendría que volver…

–¿Qué ocurre? –preguntó Alessandro, que ahora ya sonaba sin duda irritado–. ¿Por qué parece que esto te resulta imposible, cuando puedo asegurarte que sí lo es?

–Por nada –se apresuró a decir Mia–. Estaré lista a las siete.

–Siete menos cuarto –matizó él–. En punto. Me gusta ser puntual.

Mia regresó a su escritorio y no fue capaz de concentrarse en nada. Aunque tampoco era que tuviera mucho que hacer. Estaba en el limbo, igual que todos los demás, esperando a que Alessandro Costa decidiera cómo manejar su última adquisición y si al día siguiente seguirían conservando su puesto de trabajo.

Unos minutos después de que hubiera salido del despacho, Alessandro hizo lo mismo sin dedicarle ni una mirada. Cuando entró en el ascensor, Mia trató de no fijarse en cómo la cara tela del traje se le ajustaba a los hombros, o cómo le brillaba el pelo negro como el azabache bajo la luz. De hecho, pensó, aquel era un buen momento como cualquiera para volver a su apartamento y recoger el vestido.

El corazón le latía con fuerza dentro del pecho cuando agarró el bolso y salió, medio temerosa de tropezarse con Alessandro y tener que lidiar con su ira. Era la hora de comer y tenía un motivo para dejar la oficina, pero su puesto de trabajo estaba en la cuerda floja.

Una hora y media más tarde, Mia estaba corriendo sin aliento hacia el ascensor con el vestido y los zapatos apretados contra el pecho en una bolsa. Y cuando las puertas se abrieron, entró… y se topó de bruces con Alessandro Costa.