Veintidós mensajes - Whitney G. - E-Book

Veintidós mensajes E-Book

Whitney G.

0,0

Beschreibung

Todo empezó con una escena de sexo. Bueno, con una escena de sexo que yo no era capaz de escribir. A pesar de ser una autora con más de cincuenta libros románticos a mis espaldas, me estaba costando hacer lo que mejor se me daba, y, por pasar el rato, le pedí ayuda a un amigo al que conocía solo por internet. No debí haberlo hecho. Él escribió una escena mucho mejor que cualquiera que yo hubiera podido redactar, y nuestros siete meses de amistad platónica —aunque con algún coqueteo— se fueron al garete en diez minutos. Porque me pidió que nos viéramos en persona… Habíamos acordado mantener la relación en el plano digital, ser solo amigos y no ponernos cara, pero ninguno de los dos pudo resistirse. Cuando lo vi en el aeropuerto me sentí atraída por él al instante, pero no tardé en darme cuenta de que jamás íbamos a poder llegar a nada. El hombre con el que había estado hablando durante los últimos meses era la última persona que esperaba. La última persona con la que debía fantasear. Era el mejor amigo de mi padre.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 106

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Título original: Twenty-Two Messages

Primera edición: diciembre de 2024

Copyright © 2024 by Whitney G.Published by arrangement with Brower Literary & Management

© de la traducción: Silvia Barbeito Pampín, 2024

© de esta edición: 2024, ediciones Pàmies, S. L. C/ Mesena, 18 28033 Madrid [email protected]

ISBN: 978-84-10070-72-1

BIC: FRD

Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®

Fotografías de cubierta: Camomileleyla/Freepik

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Índice

Nota de la autora

Prólogo

1

2

3

4

5

6

7

8

9

9,5

10

11

12

13

13,5

14

15

16

17

Epílogo

Contenido especial

Por diversión. Solo por diversión.

Prólogo

Asunto: Hola; nada de sexo, solo relaciones platónicas

Querido Ryan:

La aplicación Palabras y letras me ha sugerido hoy tu perfil y no he podido evitar darme cuenta de que tenemos muchas cosas en común.

Dicho esto, he conocido a bastantes imbéciles y gilipollas en busca de sexo, así que me gustaría dejar claras algunas cosas antes de nada: si decides responderme, quiero que sepas que estoy aquí porque nunca me han gustado Twitter, Instagram o cualquier otra red social. Me encanta escribir, mantener conversaciones largas y conocer gente nueva.

Eso es todo. Por eso estoy aquí. Espero que me respondas y podamos ser amigos.

(Ya tengo novio, así que no te hagas ilusiones).

Bella

Asunto: Re: Hola; nada de sexo, solo relaciones platónicas

Querida Bella:

A mí me han recomendado tu perfil hoy, pero no me he puesto en contacto contigo por esa misma razón.

Tenemos muchas cosas en común, pero, teniendo en cuenta que soy dieciséis años mayor que tú y que creo que mientes sobre todo lo que has escrito, no me apetece perder el tiempo contigo. (¿Has publicado cincuenta putos libros a los veintiséis años? ¿Te gusta fumarte un habano de vez en cuando? ¿Y tratas de leer dos libros nuevos a la semana? Por no hablar del resto de las mentiras que has enumerado…).

Quizá te habría creído si solo hubieras contado algunas de esas cosas, pero soy incapaz de creerme las veinte.

No vamos a ser amigos aunque te haya respondido (tu chico no debe de ser un buen novio si puedes perder el tiempo escribiéndoles a desconocidos. Te bloquearé en algún momento de la noche).

Ryan

P. D.: No le veo el sentido a escribir una carta tan larga si el asunto lo revela todo.

Asunto: Re: Re: Hola; nada de sexo, solo relaciones platónicas

Querido Ryan:

Vale, que te jodan.

Lamento que hayas conseguido vivir cuarenta y dos años enteros bajo la patética asunción de que es imposible que alguien más joven que tú se interese por las mismas cosas.

Pero, espera: ahora mismo no tengo un palo metido en el culo; eso es algo importantísimo que no comparto contigo.

Sí, he publicado cincuenta libros, y serán cincuenta y dos a finales de este mes.

Mi nombre en Amazon es Bella J. Swan. Búscame, imbécil.

Bella

P. D.: No veo la necesidad de responder a una carta solo para comportarte como un cabrón arrogante. Por cierto, acabo de echarle un vistazo a tu lista de amigos. Cero. Creo que deberías agradecerme que haya perdido el tiempo en escribirte.

Asunto: Re: Re: Re: Hola; nada de sexo, solo relaciones platónicas

Querida Bella:

Debo admitir que tu sarcasmo me ha impresionado un poco, pero sigo a dos segundos de bloquearte. No obstante, ya que me pillas de buenas, permíteme que aborde alguna más de tus chorradas.

Bella J. Swan ha publicado cincuenta títulos en Amazon, aunque no estoy seguro de poder clasificarlos como «libros». Con la excepción de Profundamente en mi interior, Su gran miembro y Me llena suavemente, todos las novelas tienen menos de sesenta páginas. Si eres quien dices ser, creo que deberías dedicarte a añadir más páginas a tus libros en lugar de a malgastar las palabras en cartas dirigidas a gente a la que apenas conoces.

Les he echado un vistazo a las primeras páginas de Una prometida muy sexy, y es tan corta que la muestra del diez por ciento solo me ha permitido ver el índice.

Encuentra en esta aplicación a alguien que tenga tiempo para ti.

Ryan

P. D.: Tu lista de amigos también está en cero.

Asunto: Re: Re: Re: Re: Hola; nada de sexo, solo relaciones platónicas

Querida Bella:

Un momento…

Está claro que escribes con seudónimo —tanto aquí como en Amazon—, y, en contra de mi buen juicio, me he aventurado a visitar tu página web para leer tu blog y he visto que algunas de las entradas son más largas que la mayoría de los libros que has publicado. Pero me estoy yendo por las ramas…

Me he dado cuenta de que ya habías escrito sobre algunas cosas que tenemos en común, que valoras la palabra escrita y que, a pesar de mis infundadas suposiciones, lees dos libros nuevos a la semana.

No me interesa ser tu novio ni cualquier otra cosa que no sea mantener largas charlas, como te pasa a ti.

Mis disculpas.

Me gustaría que empezáramos de nuevo.

Ryan

1

Siete meses después…

Bella/Christina

—¿Te puedes creer que tu padre va a tener otro hijo con esa desgraciada? —Era sábado por la mañana y la voz de mi madre resonaba a través de los altavoces—. La próxima vez que lo veas, dile de mi parte que ya es hora de que madure. Tiene cincuenta años y sigue fabricando bebés como quien hornea pan. —Dejé escapar un gemido y me tapé la cabeza con la almohada para no escucharla, pero no sirvió de nada: la voz de mi madre podía oírse bajo el estruendo de un trueno—. ¡¿Ya te he contado lo de Max? —chilló—. Ha tenido la desfachatez de pensar que no iría al juez para exigir una pensión alimenticia. Ganaba quinientos mil dólares al año cuando estábamos juntos y piensa largarse sin darme ni un centavo. ¡Ese no sabe con quién se juega los cuartos, Chrissie!

—¡Biiip!

Suspiré y mantuve los ojos cerrados durante unos segundos, intentando volver a dormirme, pero era inútil. Me había desvelado, y solo podía culparme a mí misma por no haberlo visto venir.

Cada tres meses, como un reloj, mi madre se desahogaba llenando de mensajes el viejo contestador de mi estudio.

Siempre empezaba con calma, como si fuera una madre madura capaz de dejar el pasado atrás; despotricaba sobre su trabajo, se preguntaba por qué su «amada y única hija» prefería vivir en Charlotte, Carolina del Norte, antes que con ella en Miami… Luego decía: «Te quiero mucho, Chrissie», segundos antes de llegar al mismo punto central: una mezquindad extrema y vulgar sobre mi padre.

—¡Y te voy a decir una cosita más! —Su voz sonó una vez más a través de los altavoces—. Esa nueva esposa de tu padre es tonta. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Ahora publica todas las fotos de su embarazo en Instagram con el hashtag de mierda «Familia Grover para siempre» y «Señora Grover hasta la eternidad». Me sorprende que él no salga de ella deslizándose después de follar, porque después de tantos hijos debe de tener la vagina como el canal de la Mancha. ¿Y sabes qué? Que estoy a punto de comentar uno de sus posts y decirle que la lengua del señor Grover estuvo una vez lamiendo mi culo. Me pregunto si entonces pondrá tantas fotos de él besándola en los labios.

—¡Biiip!

Pero ¿qué leches…? Me incorporé y le lancé la almohada al contestador, que cayó al suelo.

Ya sabía que iba a volver a llamar para dejar la despedida habitual —«¡Te echo mucho de menos, Chrissie! ¡Espero que te siga yendo bien con ese trabajo de tutora! Llámame cuando puedas»—, y no iba a sentirme culpable por no escucharla. Mi padre y ella llevaban divorciados desde que yo había entrado en el instituto, pero seguían odiándose con la misma intensidad del primer día. Habían sido novios desde la adolescencia, y habían pasado más tiempo convenciendo a los demás de que estaban enamorados que recordando decírselo el uno al otro. La noche en que por fin iban a dejar de sufrir y a tomarse «un merecido descanso», descubrieron que estaban embarazados de mí y se casaron. Todavía dicen que fue la decisión más estúpida que han tomado nunca.

Habían cambiado de cónyuge y de vida, pero seguían utilizándome como peón en su guerra abierta.

Me quité las sábanas de encima, entré en el cuarto de baño y me di una ducha rápida para librarme de la negatividad de esos mensajes. Me puse la bata y fui a la cocina para encender la cafetera Keurig y el portátil.

En ese momento no podía perder el tiempo tratando con ninguno de mis padres. Debía cumplir con el plazo de entrega, y las escenas finales de Mi excitante vecino no se iban a escribir solas.

Gracias a Dios nunca les había contado que había dejado las tutorías y me había puesto a escribir libros eróticos para ganarme la vida…

Inspiré hondo unas cuantas veces, me preparé una taza de café y programé el cronómetro para que sonara a los cuarenta minutos, el tiempo que me llevaba habitualmente escribir una escena de sexo.

Continué donde lo había dejado el día anterior, escribí unas líneas y las borré. Copié y pegué una palabra aquí y otra allá en busca de inspiración —«miembro», «húmedos pliegues», «dureza»— y esperé a que la escena de sexo fluyera con tanta facilidad como de costumbre, pero antes de que me diera ni cuenta, el temporizador estaba sonando y en mi página solo había tres frases.

«Y entonces, con la mirada clavada en ella, deslizó su miembro palpitante dentro de sus jugosos y húmedos pliegues».

«Con una expresión ardiente, se deslizó en su vagina con lentitud y pasión».

«La penetró de una sola embestida, como un tren de mercancías, consumiéndola por entero».

Sacudí la cabeza e intenté convencerme de que esas frases no eran tan terribles como parecían, pero no tardé en darme de bruces con la realidad.

«¿Miembro palpitante?». «¿Embestirla como un tren de mercancías?».

Cuanto más las leía en voz alta, peor sonaban, y, aunque me resistiera a admitirlo, esa era la tercera semana consecutiva en la que me encontraba con el mismo problema. Aun así, me negaba a creer que estaba sufriendo lo peor a lo que puede enfrentarse una autora: el bloqueo del escritor.

Sin desanimarme, programé el temporizador para el doble de tiempo.

Entré en una página porno y vi unos cuantos vídeos guarros; leí algunas de mis escenas de sexo anteriores y me puse a mirar mi colección de fotos eróticas antes de volver a intentarlo.

Intenté apartar la mirada mientras tecleaba, para dejar que la escritura fluyera, pero cuando sonó la alarma y eché un vistazo a la página, las frases eran todavía más lamentables que las anteriores.

«La llevó a la cama y la penetró como si no hubiera un mañana».

«Con fuego en los ojos, follaron hasta que se deshizo en sus brazos».

«Llenó su cálido y húmedo interior y tomó su cuerpo de un modo que ella jamás iba a olvidar».

Esas palabras ni siquiera merecían ser editadas, así que cerré el documento de Word y descorché una botella de vino.

Cogí el teléfono y decidí aprovechar el tiempo que me quedaba para enviar mensajes a algunos de mis amigos de la aplicación Palabras y letras.

La bandeja de entrada estaba llena de nuevas cartas de Amy, Taylor, Sasha y Arnold, colegas autores de erótica. Por desgracia, todas estaban plagadas de referencias al agotamiento creativo y al bloqueo del escritor.

Eso es lo último que necesito ahora mismo.

Seguí mirando los mensajes y vi uno del hombre al que más había llegado a conocer en la aplicación, el hombre al que le enviaba mensajes todos los días para hablar de todo y de nada: Ryan.

Aparte de mi mejor amigo, era la persona a la que estaba más unida, y no tenía muy claro si eso era digno de felicitación o de lástima. Y la mayor parte del tiempo tampoco estaba segura de si quería darle una paliza o agradecer su amistad, porque su sarcasmo se paseaba entre la fina línea que separaba ser brillante de ser gilipollas.