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Viaje al Parnaso fue publicado en 1614, este relato en verso cuenta el viaje al monte Parnaso de Miguel de Cervantes y los mejores poetas españoles. Cervantes, montado en una mula, recorre lugares reales y míticos juntos a los mejores poetas españoles. Tras pasar por Madrid, la comitiva llega a Valencia, y asistidos por Mercurio, se hacen a la mar con destino al Parnaso en un barco hecho de versos. En el viaje avistan Génova, Roma y Nápoles y consiguen cruzar el terrible estrecho de Mesina. Ya en el Parnaso, tras un breve descanso, entablan combate con el ejército de los malos poetas utilizando como munición libros y poemas.
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Seitenzahl: 129
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje al Parnaso
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: Viaje al Parnaso.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-325-2.
ISBN rústica: 978-84-9816-868-6.
ISBN ebook: 978-84-9897-088-3.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Una guerra de libros y poemas 7
VIAJE AL PARNASO 9
Prólogo 11
Capítulo I 13
Capítulo II 27
Capítulo III 45
Capítulo IV 65
Capítulo V 89
Capítulo VI 103
Capítulo VII 117
Capítulo VIII 133
Apolo délfico a Miguel de Cervantes Saavedra 157
Libros a la carta 163
Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 1547-Madrid, 1616). España.
Era hijo de un cirujano, Rodrigo Cervantes, y de Leonor de Cortina. Se sabe muy poco de su infancia y adolescencia. Aunque se ha confirmado que era el cuarto entre siete hermanos. Las primeras noticias que se tienen de Cervantes son de su etapa de estudiante, en Madrid.
A los veintidós años se fue a Italia, para acompañar al cardenal Acquaviva. En 1571 participó en la batalla de Lepanto, donde sufrió heridas en el pecho y la mano izquierda. Y aunque su brazo quedó inutilizado, combatió después en Corfú, Ambarino y Túnez.
En 1584 se casó con Catalina de Palacios, no fue un matrimonio afortunado. Tres años más tarde, en 1587, se trasladó a Sevilla y fue comisario de abastos. En esa ciudad sufrió cárcel varias veces por sus problemas económicos y hacia 1603 o 1604 se fue a Valladolid, allí también fue a prisión, esta vez acusado de un asesinato. Desde 1606, tras la publicación del Quijote, fue reconocido como un escritor famoso y vivió en Madrid.
Publicado en 1614, este relato en verso cuenta el viaje al monte Parnaso de Cervantes y los mejores poetas españoles. Cervantes, montado en una mula, recorre lugares reales y míticos junto a los mejores poetas españoles.
Tras pasar por Madrid, la comitiva llega a Valencia, y asistidos por Mercurio, se hacen a la mar con destino al Parnaso en un barco hecho de versos. En el viaje avistan Génova, Roma y Nápoles y consiguen cruzar el terrible estrecho de Mesina. Ya en el Parnaso, tras un breve descanso, entablan combate con el ejército de los malos poetas utilizando como munición libros y poemas.
DIRIGIDO
A DON RODRIGO DE TAPIA,
CABALLERO DEL HABITO DE SANTIAGO, &C.
PUBLÍCANSE AHORA DE NUEVO UNA TRAGEDIA Y UNA COMEDIA INÉDITAS DEL MISMO CERVANTES: AQUELLA INTITULADA LA NUMANCIA: ESTA EL TRATO DE ARGEL
EN MADRID POR «DON ANTONIO DE SANCHA»
AÑO DE M. DCCLXXXIV
Se hallará en su Librería en la «Aduana Vieja»
«Con las Licencias necesarias.»
«A don Rodrigo de Tapia, caballero del hábito de Santiago, hijo del señor don Pedro de Tapia, oidor del consejo real, y consultor del Santo oficio de la inquisición suprema.»
Dirijo a Vm. este Viaje que hice al Parnaso, que no desdice a su edad florida, ni a sus loables y estudiosos ejercicios. Si Vm. le hace el acogimiento que yo espero de su condición ilustre, él quedará famoso en el mundo, y mis deseos premiados. Nuestro Señor, &c.
«Miguel de Cervantes Saavedra.»
AL LECTOR.
Si por ventura, Lector curioso, eres poeta, y llegare a tus manos (aunque pecadoras) este Viaje, si te hallares en él escrito, y notado entre los buenos poetas, da gracias a Apolo por la merced que te hizo; y si no te hallares, también se las puedes dar. Y Dios te guarde.
Don Augustini de Casanate Rojas
EPIGRAMA
Excute cæruleum, proles Saturnia, tergum,
Verbera quadrigæ sentiat alma Tetys.
Agmen Apollineum, nova sacri injuria ponti;
Carmineis ratibus per freta tendit iter.
Proteus æquoreas pecudes, modulamina Triton
Monstra cavos latices obstupefacta sinunt.
At caveas tantæ torquent quæ mollis habenas,
Carmina si excipias nulla tridentis opes.
Hesperiis Michaël claros conduxit ab oris
In pelagus vates. Delphica castra petit.
Imó age, pone metus, mediis subsiste carinis,
Parnassi in littus vela secunda gere.
Un quidam caporal Italiano,
De patria Perusino a lo que entiendo,
De ingenio Griego, y de valor Romano,
Llevado de un capricho reverendo,
Le vino en voluntad de ir a Parnaso,
Por huir de la corte el vario estruendo.
Solo y a pie partióse, y paso a paso
Llegó donde compró una mul antigua
De color parda, y tartamudo paso:
Nunca a medroso pareció estantigua
Mayor, ni menos buena para carga,
Grande en los huesos, y en la fuerza exigua:
Corta de vista, aunque de cola larga,
Escrecha en los hijares, y en el cuero
Mas dura que lo son los de una adarga.
Era de ingenio cabalmente entero,
Caía en cualquier cosa fácilmente
Así en Abril, como en el mes de Enero.
En fin sobre ella el poetón valiente
Llegó al Parnaso, y fue del rubio Apolo
Agasajado con serena frente.
Contó, cuando volvió el poeta solo
Y sin blanca a su patria, lo que en vuelo
Llevó la fama deste al otro polo.
Yo que siempre trabajo y me desvelo
Por parecer que tengo de poeta
La gracia, que no quiso darme el cielo:
Quisiera despachar a la estafeta
Mi alma, o por los aires, y ponella
Sobre las cumbres del nombrado Oeta.
Pues descubriendo desde allí la bella
Corriente de Aganipe, en un saltico
Pudiera el labio remojar en ella:
Y quedar del licor suave y rico
El pancho lleno: y ser de allí adelante
Poeta ilustre, o al menos magnifico.
Mas mil inconvenientes al instante
Se me ofrecieron, y quedó el deseo
En cierne, desvalido, e ignorante.
Porque en la piedra que en mis hombros veo,
Que la fortuna me cargó pesada,
Mis mal logradas esperanzas leo.
Las muchas leguas de la gran jornada
Se me representaron que pudieran
Torcer la voluntad aficionada,
Si en aquel mismo instante no acudieran
Los humos de la fama a socorrerme,
Y corto y fácil el camino hicieran.
Dije entre mí: si yo viniese a verme
En la difícil cumbre deste monte,
Y una guirnalda de laurel ponerme;
No envidiaría el bien decir de Aponte,
Ni del muerto Galarza la agudeza,
En manos blando, en lengua Radamonte.
Mas como de un error siempre se empieza,
Creyendo a mi deseo, di al camino
Los pies, porque di al viento la cabeza.
En fin sobre las ancas del destino,
Llevando a la elección puesta en la silla
Hacer el gran viaje determino.
Si esta cabalgadura maravilla,
Sepa el que no lo sabe, que se usa
Por todo el mundo, no solo en Casulla.
Ninguno tiene, o puede dar excusa
De no oprimir desta gran bestia el lomo,
Ni mortal caminante lo rehúsa.
Suele, tal vez ser tan ligera, como
Va por el aire el águila, o saeta,
Y tal vez anda con los pies de plomo.
Pero para la carga de un poeta,
Siempre ligera, cualquier bestia puede
Llevarla, pues carece de maleta.
Que es caso ya infalible, que aunque herede
Riquezas un poeta, en poder suyo
No aumentarlas, perderlas le sucede.
Desta verdad ser la ocasión arguyo,
Que tú, o gran padre Apolo, les infundes
En sus intentos el intento tuyo.
Y como no le mezclas ni confundes
En cosas de agibilibus rateras,
Ni en el mar de ganancia vil le hundes;
Ellos, o traten burlas, o sean veras,
Sin aspirar a la ganancia en cosa,
Sobre el convexo van de las esferas:
Pintando en la palestra rigurosa
Las acciones de Marte, o entre las flores
Las de Venus más blanda y amorosa.
Llorando guerras, o cantando amores
La vida como en sueño se les pasa,
O como suele el tiempo a jugadores.
Son hechos los poetas de una masa
Dulce, suave, correosa y tierna,
Y amiga del hogar de ajena casa.
El poeta más cuerdo se gobierna
Por su antojo baldío y regalado,
De trazas lleno, y de ignorancia eterna.
Absorto en sus quimeras, y admirado
De sus mismas acciones, no procura
Llegar a rico, como a honroso estado.
Vayan pues los leyentes con lectura,
cual dice el vulgo mal limado y bronco,
Que yo soy un poeta desta hechura.
Cisne en las canas, y en la voz un ronco
Y negro cuervo, sin que el tiempo pueda
Desbastar de mi ingenio el duro tronco:
Y que en la cumbre de la varia rueda
Jamás me pude ver solo un momento,
Pues cuando subir quiero, se está queda.
Pero por ver si un alto pensamiento
Se puede prometer feliz suceso,
Seguí el viaje a paso tardo y lento.
Un candeal con ocho mis de queso
Fue en mis alforjas mi repostería,
Útil al que camina, y leve peso.
A dios dije a la humilde choza mía,
A dios, Madrid, a dios tú, prado, y fuentes
Que manan néctar, llueven ambrosía.
A dios, conversaciones suficientes
A entretener un pecho cuidadoso,
Y a dos mil desvalidos pretendientes.
A dios, sitio agradable y mentiroso,
Do fueron dos gigantes abrasados
Con el rayo de Júpiter fogoso.
A dios teatros públicos, honrados
Por la ignorancia que ensalzada veo
En cien mil disparates recitados.
A dios de S. Felipe el gran paseo,
Donde si baja, o sube el Turco galgo,
Como en gaceta de Venecia leo.
A dios, hambre sutil de algún hidalgo,
Que por no verme ante tus puertas muerto,
Hoy de mi patria, y de mi mismo salgo.
Con esto poco a poco llegué al puerto,
A quien los de Cartago dieron nombre,
Cerrado a todos vientos y encubierto.
A cuyo claro y singular renombre
Se postran cuantos puertos el mar baña,
Descubre el Sol, y ha navegado el hombre.
Arrojose mi vista a la campaña
Rasa del mar, que trujo a mi memoria
Del heroico Don Juan la heroica hazaña.
Donde con alta de soldados gloria,
Y con propio valor y airado pecho
Tuve, aunque humilde, parte en la victoria.
Allí con rabia y con mortal despecho
El Otomano orgullo vio su brío
Hollado y reducido a pobre estrecho.
Lleno pues de esperanzas, y vacío
De temor, busqué luego una fragata,
Que efectuase el alto intento mío.
Cuando por la, aunque azul, liquida plata
Vi venir un bajel a vela y remo,
Que tomar tierra en el gran puerto trata.
Del más gallardo, y más vistoso extremo
De cuantos las espaldas de Neptuno
Oprimieron jamás, ni más supremo.
Cual este nunca vio bajel alguno
El mar, ni pudo verse en el armada,
Que destruyó la vengativa Juno.
No fue del Vellocino a la jornada
Argos tan bien compuesta y tan pomposa,
Ni de tantas riquezas adornada.
Cuando entraba en el puerto la hermosa
Aurora por las puertas del oriente,
Salía en trenza blanda y amorosa.
Oyose un estampido de repente,
Haciendo salva la real galera,
Que despertó y alborotó la gente.
El son de los clarines la ribera
Llenaba de dulcísimo armonía,
Y el de la chusma alegre y placentera.
Entrabanse las horas por el día,
A cuya luz con distinción más clara
Se vio del gran bajel la bizarría.
Ancoras echa, y en el puerto para,
Y arroja un ancho esquife al mar tranquilo
Con música, con grita y algazara.
Usan los marineros de su estilo,
Cubren la popa con tapetes tales
Que es oro, y sirgo de su trama el hilo.
Tocan de la ribera los umbrales,
Sale del rico esquife un caballero
En hombros de otros cuatro principales.
En cuyo traje y ademán severo
Vi de Mercurio al vivo la figura,
De los fingidos dioses mensajero.
En el gallardo talle y compostura,
En los alados pies, y el Caduceo,
Símbolo de prudencia y de cordura;
Digo, que al mismo paraninfo veo,
Que trujo mentirosas embajadas
A la tierra del alto coliseo.
Vile, y apenas puso las aladas
Plantas en las arenas venturosas
Por verse de divinos pies tocadas:
Cuando yo revolviendo cien mil cosas
En la imaginación, llegué a postrarme
Ante las plantas por adorno hermosas.
Mandóme el dios parlero luego alzarme,
Y con medidos versos y sonantes,
Desta manera comenzó a hablarme:
¡O Adán de los poetas, o Cervantes!
¿Qué alforjas y qué traje es este, amigo?
Que así muestra discursos ignorantes.
Yo, respondiendo a su demanda, digo:
Señor, voy al Parnaso, y como pobre
Con este aliño mi jornada sigo.
Y él a mí dijo: o sobrehumano, y sobre
Espíritu Cilenio levantado!
Toda abundancia, y todo honor te sobre.
Que en fin has respondido a ser soldado
Antiguo y valeroso, cual lo muestra
La mano de que estás estropeado.
Bien sé que en la Naval dura palestra
Perdiste el movimiento de la mano
Izquierda, para gloria de la diestra.
Y sé que aquel instinto sobrehumano
Que de raro inventor tu pecho encierra,
No te le ha dado el padre Apolo en vano.
Tus obras los rincones de la tierra,
Llevándolas en grupa Rocinante,
Descubren, y a la envidia mueven guerra.
Pasa, raro inventor, pasa adelante
Con tu sutil designio, y presta ayuda
A Apolo; que la tuya es importante:
Antes que el escuadrón vulgar acuda
De más de veinte mil sietemesinos
Poetas, que de serlo están en duda.
Llenas van ya las sendas y caminos
Desta canalla inútil contra el monte,
Que aun de estar a su sombra no son dinos.
Ármate de tus versos luego, y ponte
A punto de seguir este viaje
Conmigo, y a la gran obra disponte.
Conmigo segurísimo pasaje
Tendrás, sin que te empaches, ni procures
Lo que suelen llamar matalotaje.
Y porque esta verdad que digo, apures,
Entra conmigo en mi galera, y mira
Cosas con que te asombres y asegures.
Yo, aunque pensé que todo era mentira,
Entré con él en la galera hermosa,
Y vi lo que pensar en ello admira.
De la quilla a la gavia, o extraña cosa!
Toda de versos era fabricada,
Sin que se entremetiese alguna prosa.
Las ballesteras eran de ensalada
De glosas, todas hechas a la boda
De la que se llamó Malmaridada.
Era la chusma de romances toda,
Gente atrevida, empero necesaria,
Pues a todas acciones se acomoda.
La popa de materia extraordinaria,
Bastarda, y de legítimos sonetos,
De labor peregrina en todo, y varia.
Eran dos valentísimos tercetos
Los espaldares de la izquierda y diestra,
Para dar boga larga muy perfetos.
Hecha ser la crujía se me muestra
De una luenga y tristísima elegía,
Que no en cantar, sino en llorar es diestra.
Por esta entiendo yo que se diría
Lo que suele decirse a un desdichado,
Cuando lo pasa mal, pasó crujía.
El árbol hasta el cielo levantado
De una dura canción prolija estaba
De canto de seis dedos embreado.
El, y la entena que por él cruzaba
De duros estrambotes, la madera
De que eran hechos claro se mostraba.
La racamenta, que es siempre parlera,
Toda la componían redondillas,
Con que ella se mostraba más ligera.
Las jarcias parecían seguidillas
De disparates mil y más compuestas,
Que suelen en el alma hacer cosquillas.
Las rumbadas, fortísimas y honestas
Estancias, eran tablas poderosas,
Que llevan un poema y otro a cuestas.
Era cosa de ver las bulliciosas
Banderillas que al aire tremolaban,
De varias rimas algo licenciosas.
Los grumetes, que aquí y allí cruzaban,
De encadenados versos parecían,
Puesto que como libres trabajaban.
Todas las obras muertas componían
O versos sueltos, o sextinas graves,
Que la galera más gallarda hacían.
En fin con modos blandos y suaves,
Viendo Mercurio que yo visto havia
El bajel, que es razón, lector, que alabes,
Junto a sí me sentó, y su voz envía
A mis oídos en razones claras,
Y llenas de suavísima armonía,
Diciendo: entre las cosas que son raras
Y nuevas en el mundo y peregrinas,
Verás, si en ello adviertes y reparas.
Que es una este bajel de las más dinas
De admiración, que llegue a ser espanto
A naciones remotas y vecinas.
No le formaron maquinas de encanto,
Sino el ingenio del divino Apolo,
Que puede, quiere, y llega, y sube a tanto.
¡Formóle, o nuevo caso! para solo
Que yo llevase en él cuantos poetas
Hay desde el claro Tajo hasta Pactolo.
De Malta el gran Maestre, a quien secretas
Espías dan aviso que en oriente