Volveremos a amarnos - Iria Knight - E-Book

Volveremos a amarnos E-Book

Iria Knight

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Beschreibung

Benjamin O'Brien por fin ha conseguido la estabilidad y la felicidad que durante años le han robado. Lo único que falta para que todo sea perfecto es que su compañera licántropa deje atrás ese acuerdo de mantener solo sexo y lo reclame como su pareja. Rachel Decker siempre ha sabido que Ben es su compañero destinado y ha estado enamorada de él desde que era adolescente. Pero cuando parecía que su relación empezaba a consolidarse, él la traicionó de la peor forma. Los sentimientos que creían haber silenciado vuelven cinco años después, y no lo hacen solos: han creado una vida durante un periodo de guerra en el que nadie estará a salvo mientras Charles Wayne y sus aliados sigan con vida para lograr lo único que desean: borrar a los O'Brien a cualquier precio. ¿Será esa nueva vida la señal para que ambos dejen a un lado sus diferencias y se preparen para formar una familia?, ¿o se convertiría en el arma que usará el enemigo para destruirlos desde dentro?

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Volveremos a amarnos

Volveremos a

amarnos

Iria Knight

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal).

Diríjase a CEDRO (Centro Español De Derechos Reprográficos). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

© de la fotografía de la autora: Archivo de la autora

© Iria Knight 2024

© Entre Libros Editorial LxL 2024

www.entrelibroseditorial.es

04240, Almería (España)

Primera edición: agosto 2024

Composición: Entre Libros Editorial

ISBN: 978-84-19660-61-9

A mi familia, por apoyarme a cumplir este sueño y por estar siempre a mi lado.

A mis padres, mi hermano y mi tía.

Sois un pilar fundamental en mi vida.

Y a todos los que me han apoyado en este camino.

ÍNDICE

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Epílogo

AGRADECIMIENTOS

Capítulo 1

Ocho meses antes

Manhattan, Nueva York

Como los capítulos de una serie, la vida es una sucesión de eventos, y en el caso de Rachel Decker, los suyos estaban coprotagonizados por Benjamin O’Brien.

Él estuvo con ella en su primer día de escuela, de instituto y de universidad, y también cuando se le cayó su primer diente, cuando corrió por primera vez por los bosques de Greenwich e incluso consolándola el día que enterraron a su mejor amiga. Ben había sido la primera persona con la que había mantenido relaciones, su primer y único amor y quien le rompió el corazón en mil pedazos. Pero, para su desgracia, seguía queriéndolo.

No importaba lo mucho que luchase por tener su orgullo intacto o la necesidad de hacerse valer; Rachel sabía que, a pesar de lo que Ben había hecho, solo necesitaba que él pidiese ayuda de esa forma silenciosa que lo caracterizaba para que ella volviese a ponerlo en primer lugar en su lista de prioridades. Por eso intentó mantenerse alejada todo lo que pudo y darle un trato frío. Sin embargo, no contaba con que la diosa Selene decidiera joderle la vida y recordarle que, ante todo, eran pareja y estaban destinados a estar juntos.

El primer momento de debilidad lo tuvo en el Harmony, la discoteca de moda que había abierto en pleno Manhattan. Había decidido salir con una compañera de trabajo y sus amigos. ¿Quién sabía? Quizá, conocer al chico con el que su amiga no dejaba de repetirle que eran tal para cual sería bueno para ella.

¡Ja! Como si eso fuera posible cuando tú ya conoces a esa persona, se burló su espíritu lobo, un guardián espiritual que los licántropos poseían de nacimiento y que se manifestaba el día que realizaban su primer cambio.

Se vistió para matar y sentirse segura y sexi. No pretendía impresionar a ese muchacho, solo quería arreglarse para ella e intentar adormecer a base de diversión la voz de Hëna, su espíritu, quien, como siempre que intentaba salir con otro hombre, le taladraba la cabeza pidiéndole que no lo hiciera.

No esperaba encontrárselo allí ni sentir en sus entrañas aquella oleada de celos. «Hipócrita». Tampoco se imaginó que notaría su angustia ahogada en el fondo de un vaso de whisky ni que cada centímetro de su piel se erizase por culpa del hervidero mental que le mandaba Ben a través del vínculo, una conexión mental que unía a todos los miembros de la manada y que, en su caso, al ser compañeros destinados, era más sensible de lo que le gustaría admitir. Y mucho menos había imaginado acabar ese día juntos, despierta entre sus brazos.

¿Hacía bien no encarándolo? ¿Debería hablar con él?, ¿decirle que sabía lo que le había hecho? No estaba preparada, así que no lo hizo. Pero durante el fin de semana, al encontrarse su desayuno favorito sobre la mesa en un dulce gesto para disculparse por su comportamiento, notó cómo una de las barreras que había erigido a lo largo de los últimos cinco años cayó cuando decidió quedarse una segunda noche. Los siguientes meses intentó alejarse y comportarse como antes, pero le costaba mantenerse firme.

La segunda capa de su armadura cayó después de una llamada de Nick. Según le había contado el menor de los mellizos O’Brien, Ben había salido muy alterado de una reunión que tuvieron con Williams Consulting, la empresa de márquetin con la que trabajaban para el lanzamiento del primer teléfono inteligente de la compañía y la cual dirigían los cuatro amigos. Algo le produjo tan mala espina de aquel comportamiento extraño que, sin dudarlo, salió corriendo a su encuentro.

—¿Qué ha pasado? —intentó averiguar.

—No voy a mentirte, pero tampoco estoy preparado para decirlo en voz alta —le respondió—. Solo dame un minuto, por favor.

Esa fue la tercera noche que pasaron juntos. No podía negárselo a sí misma. Incluso sin tener relaciones, dormía mejor entre los brazos de Ben, aunque no era algo que estuviese dispuesta a reconocer en voz alta. Así que no fue de extrañar cuando, en el instante en el que el mayor de los O’Brien abandonó la cama, ella se despertase. Era consciente de que no era correcto estar allí sentada, escuchando esa conversación privada, pero quería saber qué era aquello que había alterado a su compañero.

De todos los escenarios, nunca imaginó que fuera Kate. Su mejor amiga de la infancia, a quien creía muerta, estaba viva. De ser así, el mundo de todos colapsaría.

No quería verse débil ante él, sin embargo, tampoco quería dejarlo solo en esa situación, así que se tragó su orgullo y se prometió estar a su lado pero no entregarle su corazón de nuevo; algo que, sin duda, era mucho más fácil decirlo que hacerlo. Cada minuto que estaban juntos, todos los sentimientos que había intentado ahogar en lo más profundo de su interior regresaban. Volvía a sentir que era querida y especial para Ben, como cuando eran niños o cuando habían estado juntos, hasta que... Sí, los recuerdos del día en el que su corazón murió estaban siendo lo único que la ayudaba a que no lo mandase todo a la mierda y buscara una segunda oportunidad con él.

Rachel, Ben es nuestro compañero. Estamos destinadas a amarlo.

No, Hëna. No puedo claudicar. La última vez que reconocí en voz alta que lo quería, él me correspondió de esa forma. No voy a caer. Tengo que mantenerme firme.

No obstante, lo que la golpeó fuerte fue su instinto protector. Rachel podía intentar autoengañarse, podría ponerse su máscara de orgullo, pero lo que no soportaba era verlo malherido. Durante muchos años creyó que había conocido a Ben mejor que a sí misma, y aunque resultara no ser cierto, lo que sí era capaz de afirmar es que jamás lo había visto tan fuera de control como aquella noche.

Tras regresar del intento fallido para que Dylan y Kate hablaran las cosas en el pub de Delhi, no esperaba que al llegar a la impecable casa de Ben se la encontrase casi destruida, y a él, con las manos —esas que tantas veces la habían consolado— manchadas de sangre, la ropa revuelta y el pelo despeinado.

Se movía por instinto; necesitaba calmarlo, necesitaba sacarlo de allí. Todas las células de su cuerpo querían cuidar de él y confortarlo. Era una lucha constante entre la razón y el corazón que la tenía exhausta. ¿Por qué no sería todo más fácil? ¿Por qué tuvo que joder lo bueno que tenían? ¿Por qué coño tenía que excitarla tanto ver el control que podía ejercer sobre él?

Y allí estaba, tranquilizándolo mientras era ella quien quería ser acunada entre sus brazos, viendo cómo su polla se alzaba buscando también su atención; una que, en lo más profundo de sus instintos, estaba más que dispuesta a prestarle.

O puedes distraerlo de otra forma.

No creía que fuera una buena idea, pero ¿qué había de malo en eso? Durante los últimos años se había acostado con más hombres y siempre habían sido relaciones sexuales superficiales y vacías. «Tan vacías que no has podido correrte con ninguno, porque ellos no son Ben», se recordó.

Salió del cuarto de baño sin poder reprimir una sonrisa de victoria y odiándose al saber que el mero hecho de excitarlo le daba poder. Cogió su pijama y lo miró fijamente. ¿Estaba bien cometer aquella locura? ¿La convertía en una persona débil desear por una noche olvidar su pasado y hacer lo que su cuerpo le gritaba? Si él era capaz de buscar el placer con otras, ¿ella era la mala por hacer lo mismo pero con su mate?

Que Selene la perdonase por romper la promesa que se hizo a sí misma. Ambos lo querían, lo necesitaban, y no significaría nada. No era entregarle su perdón, sino dejar de negarse el placer que tanto deseaba.

Subir a horcajadas sobre su regazo la elevó al rango de diosa, pero volver a besar sus labios mientras Ben le acariciaba los costados con mimo le devolvió la vida. Necesitaba más de él y no quería parar ahí.

Notó esas grandes manos palpar la piel de su espalda por debajo de la camiseta que ella le había robado.

—Rae... No llevas sujetador.

—Lo sé.

—Por Selene, vas a volverme loco. ¿Estás...?

—Calla, no digas nada que pueda estropearlo. Voy a usarte para mi propio beneficio.

—Me encanta cómo suena eso.

Su sonrisa de satisfacción provocó que el corazón de Rachel se saltase mínimo dos latidos. Se alzó sobre él, lo que hizo que su cabeza quedara ligeramente por encima para así poder dominar mejor los labios. Sería ella quien marcase el ritmo desesperado que ambos tenían, quien diera las órdenes.

—Pégate a mí —le pidió Ben.

—Suplícamelo. —El gruñido tan profundo que surgió del pecho de él fue correspondido con una carcajada de ella antes de morderse el labio inferior—. Hazlo.

—¡Joder, Rae! Por favor, te necesito piel con piel.

El tono de voz tan desesperado fue música para sus oídos. Nunca se había comportado así en la cama, ya que no le gustaba ese juego de poder, pero si iba a caer ante esa debilidad, lo mínimo que podía hacer era que Ben O’Brien sufriera en sus carnes una décima parte de la necesidad casi enfermiza contra la que ella había tenido que luchar.

—Rae...

Sonrió; quizá era un poco arpía por disfrutar tanto de ese momento. Agarró el borde de la única prenda que cubría su cuerpo y de un rápido movimiento acabó decorando alguna parte desconocida del suelo del dormitorio. Ben no tardó ni un segundo en lanzar las manos hacia sus pechos desnudos, atraído como un imán por esos pezones erectos que tenía ganas de morder. Querría haberlo detenido, seguir manteniendo el control, pero necesitaba que eso sucediera, así que le permitió continuar. Llevó las manos a su nuca para atraerlo hacia sus tetas, hacia ese punto donde quería que se centrase su atención.

—Muerde —le dijo Rachel.

—Como ordenes.

Sin hacerse de rogar, un latigazo de placer recorrió toda la columna vertebral de Rachel en el preciso instante en el que los dientes de Ben se centraron en su pezón derecho. Sí, le encantaba que hiciera eso, y podía notarlo no solo en cada terminación nerviosa de su cuerpo, sino también en la humedad que sentía en su ropa interior y que cada vez era más abundante.

Se echó hacia atrás, llevándolo con ella. Sabía a la perfección que no la dejaría caer. No entendía cómo después de todo seguía teniendo esa confianza, pero muy dentro de ella lo sentía así. Aprovechó ese delicioso ángulo que su cuerpo y el de Ben habían formado para estampar su coño contra la polla, que se encontraba todavía cubierta por los finos pantalones de pijama.

Ante la fricción que ambos sexos ejercían buscándose el uno al otro, todo fue una reacción en cadena. Ben no pudo evitar soltar ese delicioso pezón y gemir a milímetros de él. Lanzó sobre esa terminación nerviosa tan estimulada una bocanada caliente de su aliento, que se transformó en un escalofrío de placer y recorrió todo el sistema nervioso de Rachel hasta manifestarse en el jadeo que escapó de sus labios. Por Selene, estaba decidido. Necesitaba aquella boca entre sus piernas, la necesitaba lo antes posible. Cada segundo que tardaba era eterno.

Cuando se levantó de su regazo, un pertinente y grave gruñido emergió de lo más profundo del pecho de Benjamin que solo consiguió sacar una carcajada por su parte. Con una elegancia digna de una reina que era conocedora de su poder, se sentó a su lado en la cama, lo más cerca posible del borde, y apoyó los talones en el colchón, dándole a su mate la imagen más exquisita y sexi que había visto en toda su vida.

—De rodillas delante de mí, Ben. Ahora.

Su orden no tardó mucho en ser obedecida. Nunca había visto a alguien moverse con tanta rapidez. En un segundo estaba a su lado, mirándola con deseo y a la vez como si no pudiera creer que aquello estuviera pasando en realidad, y al siguiente lo tenía justo como quería: a sus pies, más que dispuesto a complacerla como deseara.

A pesar de estar toda tensa, expectante a su siguiente movimiento, la primera vez que Ben recorrió su coño usando la lengua la pilló por sorpresa. Un fuerte gemido escapó de sus labios conforme arqueaba la espalda para acercarse más al hombre que estaba dispuesto a torturarla. Pero ¿era de verdad una tortura cuando era la primera en haberse ofrecido a ello? Sí, sin duda alguna, la mirada brillante que provenía de los ojos de él le anunciaba dos cosas: primera, que pensaba darle el más dulce de los suplicios, y segunda, que Mesic, el espíritu lobo de Ben, tenía tantas ganas de ser partícipe de ese encuentro como el suyo.

El O’Brien seguía atormentándola: demasiado lento para su gusto, jugando con su coño y desesperándola. Rachel sentía que en ese momento no sería capaz de hilar dos pensamientos lógicos seguidos, y tampoco tenía claro si le gustaba o si quería más. Entonces, por primera vez en ese calmado martirio que estaba padeciendo, Ben se atrevió a morder en el punto neurálgico de todo su placer, y lo supo. No le permitiría ir despacio. Llevó una mano para enredarla entre las hebras despeinadas de su cabello y tiró de su cabeza para pegarla lo máximo posible a su centro.

—Más, Ben. No querrás ver lo que pasará si no me das lo que necesito.

Ni siquiera ella sabía de dónde había salido esa amenaza. No es que tuviera nada pensado, pero esperaba que el nivel de excitación que ambos mantenían en ese instante fuera suficiente para que no intentase averiguarlo.

Él rio sobre su sexo, y no había imaginado que algo tan sencillo y natural como eso pudiera excitarla tanto. Su petición fue dicha y hecha. Ben se dedicó a lamer con todas sus fuerzas mientras le introducía dos dedos, tan bien doblados que llegaban a ese punto que la hacía derretirse. Y si le sumábamos las atenciones que el mayor de los mellizos O’Brien estaba dedicándole a su clítoris, terminaría por volverse loca.

En el momento en el que notó la necesidad vital de retorcerse, supo que no tardaría en llegar, así que cerró los ojos, arqueó el cuerpo, apretó aún más el rostro de Ben contra ella y se dejó llevar mientras él se bebía su orgasmo como si fuera la primera fuente de agua tras horas en el desierto.

Cuando pudo recuperar un poco el aliento, separó los labios, dispuesta a darle la siguiente orden, pues tenía claro qué quería que ocurriese a continuación:

—Condón y dentro de mí. Necesito que me folles ya.

Ben maldijo levantándose del suelo.

—No tengo condones en casa.

—¿Cómo que no tienes? ¡Joder, Ben!

—Rae, podemos...

—Ni se te ocurra terminar esa frase —lo interrumpió, señalándolo acusadora con un dedo—. Sin gorrito, eso no entra dentro de mí. No hay discusión.

Rachel se incorporó y, frente a sus ojos, se encontró con el imponente y duro miembro de Benjamin. Habían pasado muchos años, pero era capaz de recordar a la perfección cómo esa parte de su anatomía la hacía vibrar, y nunca admitiría en voz alta que se debía a que era justo la verga que tenía delante la que se imaginaba cuando se introducía su vibrador para buscar esos orgasmos que nadie, hasta esa noche, había podido darle.

No sabía dónde había estado y no importaba que Ben pudiera decirle que nunca había mantenido relaciones durante ese tiempo sin protección, tal y como ella había hecho. Él ya no era una persona de su entera confianza en ese ámbito, así que el uso del condón era algo en lo que no pensaba claudicar. Pero ¿dejarlo así?

Era cierto que le dijo que esa noche era para su placer, cosa que ya había conseguido, y que había estado comportándose como una dominatrix de segunda, y por mucho que una ínfima parte de ella le susurrara que lo hiciera, no era una decisión con la que se sintiera cómoda. El ángel en su hombro que le recordaba lo mucho que le había gustado en el pasado darle placer a él tenía claro lo que ocurriría.

Sin ningún aviso previo, ya tenía una mano rodeándole la base de la polla. La movió a lo largo de la envergadura: una, dos, tres veces... Primero despacio, devolviéndole así lo que la había hecho disfrutar minutos antes. Después, justo antes de que el O’Brien fuera a decir algo, usó su mano libre para apretarle la nalga izquierda, sin importarle mucho que notara sus uñas clavándosele en la piel, y forzándolo a que diera un paso hacia adelante para que ella pudiera rodearlo con los labios.

Decidió centrarse en la punta: la envolvió con la lengua, succionó y chupó, sin abandonar ese vaivén cada vez más rápido, más necesitado por parte de ambos. En uno de esos viajes, deslizó la mano desde la base de la polla hasta los huevos y se la introdujo por completo en la boca. Ben soltó un fuerte gemido y se vio obligado a concentrar todas sus fuerzas en mantenerse de pie para que ese placer no acabase nunca, pero ella estaba jugando sus cartas como una auténtica profesional.

—Duendecilla, si no paras...

Su frase se vio cortada por otro gemido cuando se dedicó a jugar con sus pelotas. Lo quería dentro, quería bebérselo, como él había hecho. Y lo consiguió. No dejó de torturarlo, más rápido, más despacio, con su mano, con su boca. La descarga vino acompañada de él gritando su nombre:

—¡Joder, Rae! —fue lo único capaz de pronunciar antes de alzarla en volandas y dejar que ambos cayeran sobre el colchón.

Quiso resistirse, pero los latidos constantes y acelerados que escuchaba apoyada en el pecho de Ben y el cansancio físico y emocional que sentía hicieron que tuviera que cerrar los ojos antes de que su cerebro pudiera anular la orden.

Ocho meses después

Greenwich, Connecticut

Jacob Carmichael la observaba desde las sombras. Desde aquel lugar, podía discernir a la perfección la figura que había salido del cuarto de su Alfa, desnuda. Desde que la invitación al resto de los clanes proveniente de Canadá había explotado en su cara, Charles Wayne estaba cada vez más desesperado y violento. Las marcas de manos en las caderas, pechos y nalgas de esa belleza pelirroja habían pasado del leve bronceado que solían tener a un color rojizo, y los mordiscos y arañazos que adornaban todo su cuerpo eran prueba del descontrol que había acontecido en esa habitación.

Sonrió al verla morderse el labio. Sí, él mejor que nadie sabía cómo lo volvían loco aquellas sesiones de sexo duro o lo cachonda que se ponía cuando su Alfa se la follaba delante de su mujer para humillarla. También conocía al detalle ese cuerpo amoratado, y estaba deseoso de contribuir a marcarla. Siempre habían tenido una buena química en la cama. ¿Y qué iba a hacer él si le ponían las zorras como ella?

Nunca habían sido exclusivos, pero sabía que, aunque el carcamal que tenían como Alfa le diera el sexo duro que a ella le gustaba, aunque fuera su puta favorita y ella pudiera correrse con él, nunca podría ofrecerle lo que él sí podía.

Respiró hondo; ahí estaba el delicioso aroma de su coño mojado dispuesto a más.

—¿Espiando, Carmichael?

—Esperando mi turno, querida. Sé que ese viejo no puede darte más de una ronda, y ambos somos conscientes de que eso no te complace. Hay que pensar en cuánto tiempo pasará hasta que el ninfómano de tu coño vuelva a encontrarse con su polla favorita en el momento en que te vayas. Estoy haciendo mi buena acción de la noche. Tu principito azul nunca te follará como la puta que eres.

—Tú sí que sabes decir las palabras que pueden hacer que me corra solo con oírlas —le dijo la joven mientras se deshacía del pantalón de Jacob—. Por favor, no seas dulce conmigo. Cuanto más malherida, mejor para nuestro plan.

Capítulo 2

Estaba paralizada. Las voces de fondo de sus amigas eran murmullos para Rachel en ese instante. Sus manos acariciaban con dulzura su aún inexistente vientre. Un hijo. Un pequeño cachorro de Ben y ella. Eso no estaba planeado, no podían tener un hijo juntos; no después de todas las cosas que quedaban en el tintero. Pero era su bebé. ¿Cómo podía amarlo con tanta fuerza e intensidad si hacía solo unos minutos que sabía de su existencia?

—Ben no lo sabe, ¿verdad?

La dulce pregunta de Kate la sacó de sus pensamientos y la miró asustada. Su amiga vestía una bata blanca, pues todavía no había empezado a arreglarse para el evento que tendría lugar horas después. Por el pelo castaño de la futura Alfa caían gotas de agua, señal de que se había duchado hacía poco, y sus preciosos ojos verdes, idénticos a los de Ben, la miraban a la espera de una respuesta.

Santa Selene, tendría que decírselo. Era algo innegociable, pero no estaba preparada. Lo suyo, por mucho lazo de mate que tuvieran, era solo una relación física y esporádica.

Y por eso lleváis los últimos dos meses durmiendo en la misma cama, aunque no folléis. A otro perro con ese hueso, Rachel, le recordó Hëna.

—No, no es que haya sido un bebé muy planeado, Kate.

Eso era casi un eufemismo. Por el tiempo que marcaba el último test digital que se había hecho con las chicas delante, eran de tres a cuatro semanas. Sabía con exactitud qué noche había sido concebido. Incluso en ese instante, si cerraba los ojos, no necesitaría mucho esfuerzo para volver a sentir las yemas de los dedos de Ben clavándose con fuerza en sus caderas mientras se introducía en ella una y otra vez.

Para aquel entonces, ya llevaban cuatro meses follando con asiduidad, y el muy bastardo le había estampado unas analíticas mostrándole que estaba limpio. Lo que ella olvidó por completo, en cuanto tuvo a Ben entre las piernas, fue que había dejado de tomarse la píldora después de que rompieran la primera vez. Y cuando el sentido común regresó a su mente, ya era tarde.

Solo se necesita una vez. Fuiste muy confiada.

Y tanto que lo fue. Aquel día cometió dos errores: uno por culpa de la excitación y otro por ser una ingenua. Así que cuando llegó el momento de que su regla viniese, una que siempre la visitaba con una puntualidad pasmosa, lo supo y le entró el pánico. Estaba pagando el precio de confiarse y no haber ido a por la pastilla del día después.

No obstante, algo había cambiado en ella después de que el primer palito saliera positivo. Se sintió aliviada. Era su pequeño, no podía considerarlo un desliz o un error; no cuando por él correría su sangre y la de la persona a la que más quería. «Sin importar lo que tu papá piense, eres una bendición».

—Yo os conozco poco, pero si me preguntas, no debes tener miedo. No te rechazará. —Las tiernas palabras de Adele la sacaron de sus pensamientos.

Desde que Ben descubrió que Kate seguía viva, todo se había vuelto un completo caos. Habían tenido que mudarse a Canadá y había renunciado a su trabajo, pues Charles, tras un intento de asesinato a Kate, los había desterrado a todos y no podían volver a Nueva York. A pesar de estos cambios, Rachel había sacado cosas buenas de la situación; entre ellas, a Adele. La humana se convirtió en un gran apoyo y en una nueva amiga. Había aprendido que era una persona muy especial. Más allá de su aspecto de modelo, de su pelo rubio claro y de sus ojos tan azules que parecían grises, tenía un corazón de oro tan grande que no le cabía en el pecho, así que se sentía agradecida de que, en ese instante, cuando acababa de colocarle la guinda al pastel después de un montón de meses de poner su vida patas arriba, las dos estuvieran con ella.

Se levantó de la taza del váter, donde había permanecido desde que la primera prueba de embarazo diera positivo. Tenía que ser la adulta, hacer que todas se preparasen para la ceremonia tan importante que tendría lugar esa misma noche. Y conociendo la lealtad de ambas muchachas que la acompañaban en aquel —en apariencia— minúsculo cuarto de baño, sabía que no se irían a ningún lado si ella no les demostraba que estaba bien. Sus miedos de ahora tendrían que ser un problema para la Rachel del futuro.

Sin embargo, no pudo engañar a sus dos amigas, quienes, en cuanto dio un paso para guardar las pruebas en el cajón, se abalanzaron sobre ella para abrazarla con fuerza. Un cálido sentimiento inundó de tal manera su pecho que dejó ir las lágrimas que hasta ese momento guardaba para sí.

—Ese pequeño o pequeña tiene mucha fortuna, mamá —le dijo Adele con suavidad mientras le limpiaba las gotas saladas que no dejaban de empapar su rostro.

—Esta noche, el imbécil de mi primo me jurará lealtad como su Alfa. Tú solo tienes que pedirlo, y si te lastima de alguna forma a ti o a mi sobrino, lo mandaré a dormir a la intemperie de por vida. —Ante las palabras de ánimo de la que en su momento había sido su mejor amiga, Kate, soltó una suave risa—. Rachel, han pasado muchos años y es posible que aún necesitemos tiempo para retomar la amistad que teníamos, pero yo seguiría haciendo cualquier cosa por ti. Nos separamos, sí, pero esta vez has ganado dos nuevas mejores amigas. Adele y yo somos mucho más que un dos por uno de supermercado. En serio, nunca vas a estar sola.

—Chicas..., somos afortunados de teneros. —Rachel se sintió agradecida y se dejó llevar un poco; un ligero momento de debilidad antes de ponerse su capa de adulto responsable.

—Será mejor que dejemos la conversación para más adelante —apuntó Kate, soltando una risita—. Dylan acaba de amenazarme con tirar abajo toda la casa si tiene que empezar a rastrearme para saber dónde estoy. Vamos a terminar de prepararnos.

Incluso queriendo ser la responsable de las tres, Adele y Kate mostraron una vez más ser las mejores amigas que pudiera desear, pues no la dejaron ni un momento sola con sus pensamientos, sino que se dedicaron a arrastrarla de una habitación a otra para que las tres pudieran acicalarse para la recepción.

Sin duda, se sintió agradecida cuando vio la complicidad entre Adele y Kate. Pensó que no podrían recuperar la amistad que tuvieron tiempo atrás: ellas dos contra el mundo, siempre juntas. Pero Kate no solo había vuelto a ser su compañera, sino que también había traído consigo a Adele, una joven que en tan poco tiempo se había ganado el a veces duro corazón de Rachel. Ambas se habían conocido en el instituto, cuando Kate tuvo que huir de casa tras el asesinato de sus padres, y, desde entonces, las dos, junto con Elijah, habían formado una amistad que iba más allá. Eran una pequeña familia de tres, en la que poco a poco Rachel empezaba a encontrar su lugar.

—¿Qué os traéis entre manos las tres? —le preguntó Dy, acercándose por su espalda—. Algo pasa, y por más que le pregunto a Kate, se niega a decirme nada. No me gusta que no me cuente las cosas.

El mayor de los hermanos Wayne y compañero destinado de Kate iba de punta en blanco, con un traje a medida que le sentaba como un guante. Tras repasar a las dos amigas, pues Adele se había adelantado, clavó la mirada en ella intentando descubrir qué era aquello que las había tenido desaparecidas —en especial, a su chica— durante todo el día.

—Así que como sabes que Adele se cortaría un brazo antes que contarte algo... —Rachel dejó la frase a medias.

—He ido a por mi mejor amiga, exacto.

Ambos soltaron una suave risa.

—No es nada grave, Dy. Ella solo está siendo una amiga leal. Te prometo que en cuanto tenga tiempo para procesarlo, te lo contaré —le aseguró Rachel.

—Entonces, ese secreto es sobre ti —dedujo Dy, y mirándola con una expresión preocupada, le preguntó—: ¿Estás bien?

—¿Respondiéndote con sinceridad? No lo sé, pero lo estaré. Siempre me repongo de todo, ¿no?

Dy la abrazó y Rachel se dejó acunar entre sus brazos. Sabía que la relación de ambos, desde que Kate tuvo que esconderse, no había sido tan cercana como cuando eran niños. Además, una de las mayores consecuencias de evitar a Ben y volver su corazón de piedra había sido terminar de romper el pequeño hilo que la había unido durante su infancia, pese a que el sentimiento de amor fraternal que los conectaba no desapareció jamás.

—Está bien. Vais a hacerme llorar —los regañó en broma Kate—. Y Adele ha pasado mucho tiempo maquillándome como para echarlo a perder. Podéis volver a ser los mejores amigos después de la ceremonia.

Rachel se quedó observando cómo Dy se había dado la vuelta para mirar a Kate. La expresión de su rostro, el brillo en sus ojos y la enorme sonrisa que habitaba en sus labios y que contagiaba todas sus facciones daban fe de su felicidad. Sí, sin lugar a duda, ella también se sentía muy feliz de que estuvieran reunidos, aunque una pequeña puñalada de celos asestaba su pecho, y se preguntó si alguna vez Ben la miraría con la misma devoción con la que Dylan contemplaba a Kate.

Ben estaba que se subía por las paredes. Se había despertado aquella mañana con ganas de pasar un rato remoloneando con Rachel. Se venía por delante un día estresante, y lo que más le apetecía antes de enfrentarse a todas sus obligaciones era calmar su ansiedad en brazos de su compañera. Sin embargo, cuando extendió los suyos hacia el lugar de la cama donde se suponía que había dormido la noche anterior, la encontró fría y vacía.

Quiso buscarla en el mismo instante en el que se levantó, pero parecía que el universo estaba confabulándose para que no pudiera hacerlo, con artimañas tan desesperantes como que ella se marchara a primera hora de la mansión, que estuviera arreglándose con sus amigas o que su padre requiriera su presencia en la recepción.

Una vez allí, los primeros asistentes estaban llegando a la mansión LeBlanc, y sus padres, su hermano y él se encargaban de darles la bienvenida junto con el Alfa Christopher, el líder de la manada de Canadá y quien se había acogido a Kate bajo su protección, cuidándola cuando ellos creían que estaba muerta. Era la hora de la verdad, y lo que menos le preocupaba era la ceremonia o poder ser el receptor de un ataque por parte de Charles; motivos que deberían ser su principal inquietud esa noche.

Pero no. A él, lo que le tocaba los cojones era el malestar que todo su cuerpo sentía porque no había sido capaz de pasar con su Duendecilla ni un solo minuto de ese día. Desde la noche en su apartamento, que ya parecía lejana, no se habían separado tanto tiempo. Aunque no hablaran o se encontraran solos, él siempre la había tenido a la vista, y eso no acallaba la agonía que todavía sentía por estar lejos de su mate.

Por supuesto, no estaba de acuerdo con ese trato que Rachel lo obligaba a aceptar: ese acuerdo meramente físico. Y no porque no le gustara acostarse con ella, pues ninguna mujer hacía que su cuerpo se estremeciera tanto, pero no le era suficiente. ¿Qué haría al respecto? Prefería eso a no tener ningún trato.

Cuando llegó al salón que habían preparado para el acontecimiento, la ceremonia que le mostraría al mundo que Kate no solo estaba viva sino que era la auténtica Alfa de la manada de la Costa Este y que estaban dispuestos a jurarle lealtad, fue cuando su corazón y su espíritu lobo pudieron calmarse después de aquel tortuoso día.

Su boca se entreabrió.

La belleza que exudaba Rachel estaba acaparando todas las miradas sobre su cuerpo; en especial, la suya. Con ella enfundada en un llamativo vestido rojo, no sabía dónde centrar su mirada, si en su hermosa espalda al descubierto, en lo ceñido que le quedaba a su pecho —uno que la noche anterior había estado devorando— o en la imponente abertura que permitía un vistazo a su kilométrica pierna. Que Selene le perdonase la blasfemia, pero en ese momento solo había una diosa a la que quisiese venerar, y estaba más que dispuesto a ponerse de rodillas si ella se lo ordenara.

Sus miradas se cruzaron segundos después, como siempre que estaban en la misma habitación. Por un momento, como un espejismo que apareció durante una fracción de segundo, creyó haber visto pánico en sus ojos. Pero ¿por qué sentiría temor al verlo? No tenía sentido, así que decidió que habían sido imaginaciones suyas.

Por fin, se fijó en que estaba acompañada de su prima y Dylan. La primera no soltaba el brazo de su compañera, buscando su apoyo. Eso lo hizo sonreír. Kate había recuperado su color de pelo al dejar de teñírselo, y gracias a esa complicidad que ambas mostraban, parecía que el tiempo no hubiese pasado entre ellas. Sin embargo, esa era la mayor de las mentiras.

—Veo que falta una rueda para el carro —les dijo Ben divertido cuando se reunió con ellos.

—Si nos ponemos tiquismiquis, me faltan dos —le respondió Kate, señalando a Elijah, quien mantenía una conversación con Christopher, el Alfa de la manada canadiense, Nick, su hermano mellizo, y Demi, el hermano pequeño de Dylan y uno de sus mejores amigos.

—Adele está convenciendo a un invitado de última hora de Kate para bajar las escaleras —añadió Rachel.

—¿Vas a invitar a ese chico? —Un fuerte tono de enfado impregnó cada una de las palabras de Ben.

—Ben, es solo un niño... —dijo Kate suspirando.

Pero a él no le importaba que su prima pudiera estar harta de repetírselo ni que Lucas Carmichael solo tuviera diecisiete años. Kate había estado inconsciente mientras él la veía sangrar por culpa de las heridas que tanto Charles como Jacob y Lucas le habían causado cuando intentaron matarla. Así que lo disculpara, pero no le hacía la más mínima gracia que su prima quisiera invitar a una de las personas que había participado en ese ataque.

—Uno que intentó acabar con tu vida —le recordó.

—Uno que haría lo que hiciese falta para recibir amor de su familia —contraatacó Kate—, un chaval que aún no sabe que la sangre no es sinónimo de amor.

—Ni que tu sangre no te amase. —Ben dio un paso para ponerse cara a cara con ella en una charla que empezaba a caldearse.

—Yo sé mejor que nadie que puedes encontrar el amor de una familia fuera de los lazos de sangre, y también aprendí que soy afortunada porque tengo ambos —le dijo Kate bajando el tono de voz, casi a un susurro, pero manteniéndose firme. Se enzarzaron en un duelo de miradas, verde contra verde, que ninguno estaba dispuesto a perder—. Ese niño no ha podido aprenderlo. Así que escúchame bien, Benjamin O’Brien. Mi decisión es inamovible. Aprendí de mi padre la importancia de la justicia y la misericordia. No empezaré mi mandato castigando a una persona cuyo único delito es saber el significado de la palabra lealtad, aunque se la profese a gente equivocada.

Kate tomó la mano de Rachel y salió de allí, zanjando la conversación. Ambos hombres permanecieron en el sitio, mirando a sus parejas y cómo su Alfa les daba la bienvenida al lugar a todos los invitados.

—¿Tú estás de acuerdo con eso? —le preguntó Ben a Dylan.

—No, ni remotamente, pero ha tomado una decisión firme sobre ese muchacho.

—¿Va a unirlo a la manada?

—No, si él no lo quiere. Ben, está decidida a enseñarle que su concepto de familia es erróneo. Adele y ella llevan meses hablando de él. Ambas tienen un fuerte sentimiento de protección. Yo solo puedo pensar que, a pesar de ser partícipe del intento de asesinato, a esos hijos de puta no les tembló el pulso para abandonarlo, sabiendo que existía la posibilidad de que nosotros lo matásemos. Joder, Ben, Jacob es un idiota, pero jamás imaginé que no tuviera remordimientos por dejar a su propio hermano atrás.

—Tenerlo en nuestro grupo nos hace más débiles.

—Es posible, pero ni tú ni yo la haremos cambiar de opinión. Esta es su primera decisión como nuestra Alfa y tenemos que respetarla.

Ben no estaba del todo convencido, ya que no se fiaba del pequeño de los Carmichael. No tenía dudas de que era un buen muchacho, pero esa lealtad casi ciega a esa familia sin escrúpulos lo convertía en una bomba de relojería. Esperaba no tener que decirle nunca a su prima que se lo advirtió.

Rachel podía sentir cómo los ojos de Dy y Ben no se despegaban de ellas mientras paseaban por la sala. La música que sonaba de fondo era muy tenue, lo justo para acompañar las conversaciones formales que estaban teniendo lugar en la estancia.

Actuaba en modo automático: respondía cuando se le preguntaba y su cuerpo se movía gracias a la memoria muscular. Solo era capaz de pensar en las rayitas rosas que la atormentaban desde hacía unas horas. Había bloqueado su comunicación mental con Ben. Lo último que ella, él o cualquiera necesitaba aquella noche era que la noticia cayese como una bomba que arrasara con todo a su paso.

—Parece que ni mi nombramiento podremos disfrutar tranquilos.

Las palabras de Kate hicieron que desviase la vista hacia donde ella estaba mirando. Una acalorada discusión se producía en susurros entre Adele y Demi, de la que el joven Lucas Carmichael era un mero espectador.

—Los chicos no están muy de acuerdo con tenerlo por aquí —le recordó.

—¿Tú tampoco?

—Ese niño se ha criado rodeado de odio, rencor y competitividad. Siendo franca, no entiendo cómo una persona ha salido con un buen corazón en ese ambiente.

—Ahora es cuando viene un pero. —Kate sonrió resignada.

—Pero tengo mis dudas sobre si, a la hora de la verdad, elegirá el odio al que está acostumbrado en lugar de lo bueno que puedas mostrarle.

—Así que estás de acuerdo con ello.

—No del todo. Kate, dice mucho de ti como persona que este sea tu primer dictamen. Estoy orgullosa de ti y de la decisión, pero no puedo evitar sentir esa pequeña reticencia hacia el chico.

—Disculpadme, señoritas —las interrumpió Christopher—. Ha llegado el momento, Lobita.

Capítulo 3

Kate inspiró con fuerza y, tras un suave apretón de manos por parte de Rachel, agarró el brazo de Christopher, quien la guio hasta el centro de la sala. Los invitados se apartaron de su camino, la música que sonaba de fondo se detuvo y, en ese inquietante silencio, solo se escuchó el traqueteo de los tacones de la futura Alfa sobre el suelo de mármol. Caminó entre la gente hasta situarse en un lugar desde donde los chicos lo observaban todo. Demi la besó en la frente y se apartó para hacerle un hueco entre los cuatro hombres para que estuviera protegida en el centro. Era algo que siempre habían hecho con Kate y con ella desde que eran niñas, y con el paso de los años se había mantenido.

Ben rozó una mano con la suya, lo que le provocó un latigazo de deseo y culpabilidad a su cuerpo, concentrándose en ese lugar donde ahora sabía que una pequeña vida estaba formándose. Se apartó al microsegundo dando un paso hacia su derecha de forma involuntaria, buscando refugio en Dy, quien no había sido consciente de nada de lo que ocurría, puesto que todos sus sentidos estaban centrados en Kate.

—Alfas y consejeros de todo el mundo, primero me gustaría agradeceros que hayáis acudido a la llamada de Katherine —comenzó el canadiense—. Como muchos de vosotros habéis podido comprobar con vuestros propios ojos, la injusticia se ha abierto paso en nuestro mundo y ha destruido nuestra paz.

»Hace tres años me topé de forma accidental con esta joven que se encuentra a mi lado. Primero pensé que no era más que otro caso de un lobo solitario, hasta que vi en ella un cachorro en el cuerpo de una mujer, una joven no muy consciente de su naturaleza y aun así poseedora de una esencia magnética. No estaba preparada para todo lo que supondría conocer la verdad, pero Canadá le prestó su apoyo y le dio su protección.

»Ahora ha llegado el momento de volver a nuestro equilibrio original y quitar a ese usurpador de un trono que no le corresponde. El primer paso lo hacemos esta noche, con la ceremonia del nombramiento de Katherine O’Brien. Como todos los presentes sabéis, en este acto es el antiguo Alfa quien le entrega a su heredero a Selene y jura instruirlo en sus enseñanzas. Debido a las circunstancias, he tenido el honor de tomar el lugar de un hombre al que tanto mi padre como yo admirábamos, uno al que nunca creo poder hacerle justicia ante semejante distinción.

»Así que, frente a todos y terminando ya este discurso que creo que se me ha hecho demasiado largo —bromeó—, quiero agradecerte a ti en especial, Lobita. —La miró a los ojos—. Que aparecieras en mi vida me devolvió la ilusión justo cuando más perdido me encontraba. Y que de entre toda esta sala llena de Alfas con mucha más experiencia me hayas elegido a mí para guiarte en tu cargo, es una responsabilidad que voy a tomarme como si mi vida dependiese de ello. No importa tu posición o tu territorio, ya que siempre tendrás en Canadá un hogar al que acudir.

Rachel, quien se encontraba aún refugiada junto a Dy, notó cómo el cuerpo de este se conmovía tanto como el de ella al escuchar las palabras que Christopher LeBlanc le dedicaba a su reina.

—Es muy afortunada —comentó Rachel, acariciando el brazo de su amigo.

—Como si fuera posible conocer a mi Kate y no caer rendido a sus pies —le respondió con un claro tono de orgullo.

—En primer lugar —continuó Christopher—, hoy se encuentran aquí reunidas unas personas que han decidido huir del yugo opresor al que Charles Wayne los tenía sometidos y que están decididas a jurarle lealtad a su nueva Alfa.

Sarah, James y Mark O’Brien fueron los primeros en caminar hasta colocarse frente a los dos líderes. Los padres de Rachel fueron los siguientes, seguidos de alrededor de unas veinte personas más, en su inmensa mayoría miembros del círculo interior de Alexander O’Brien.

Ben le ofreció un brazo a Rachel para unirse a los demás. Ellos cinco eran los únicos que faltaban. Durante un segundo, dudó, como si fuera posible que con el más ligero roce de sus cuerpos él fuese a descubrir el secreto que guardaba. Respiró hondo y tomó su brazo. Todos los miraban, y ella no quería rechazarlo delante de otras personas, y más teniendo en cuenta lo que se les venía por delante.

Cuando por fin todos los miembros de la nueva manada de la Costa Este se reunieron ante su reina, hincaron una rodilla en el suelo. Un signo de sumisión y pleitesía.

—Cuando le juréis lealtad a vuestra nueva Alfa —les indicó el canadiense—, todo lazo que os unía a Charles Wayne se romperá por completo. En ese instante, respirareis para servir, para ayudar y para protegerla a ella y a su descendencia.

Uno a uno, fueron llamados. Al oír sus nombres, se levantaban para acercarse a Kate, quien portaba en su mano el sello de la familia O’Brien, el cual había ido pasando de generación en generación.

Conforme iban nombrando a los allí presentes y se acercaba su turno, Rachel notaba los latidos de Ben cada vez a más velocidad. Estaba nervioso. Ella, en un gesto de aquella bipolaridad que la caracterizaba cuando se trataba de su pareja, entrelazó los dedos con los de él, y cuando sus miradas se cruzaron, le dedicó una sonrisa que de forma automática hizo que Ben se calmase.

—Rachel Decker.

Llegó su momento. Apretó con fuerza una última vez el agarre que unía sus manos antes de erguirse, caminar hasta su amiga y quedarse mirándola a los ojos. Recordó cómo solo hacía unas horas aquella mujer, su Alfa y amiga, la había acunado entre sus brazos, apoyado y distraído ante la noticia de su embarazo. ¿Jurarle lealtad a una persona que había estado ahí cuando más sola se había sentido? Era un mero trámite.

—Ambas sabemos que esto es una tontería, como bien ha dicho Nick antes. —Las chicas sonrieron al recordar las palabras del menor de los mellizos O’Brien: «Si no le jurase lealtad a mi propia sangre, ¿a quién lo haría? Todo esto es una tontería. Dar mi vida por que seas mi Alfa es el sacrificio más fácil que he hecho nunca».

—¿Tú también vas a decir unas palabras aparte del juramento?

—Por supuesto. ¿Quedarme por detrás de tus tíos, tu primo o tu cuñado? No, perdona, quiero volver a ser tu mejor amiga, con permiso de Adele, así que tengo ciertos privilegios que mantener. —Las dos jóvenes rieron cómplices—. No tengo un solo recuerdo en mi vida en el que tú no hayas sido mi Alfa, Kate, pero si la gente necesita que lo haga, y lo más importante, si puedo romper cualquier influencia de Charles sobre mí con esto, soy la primera en apuntarme. —Cogió la mano de Kate, quien se mordía el labio para ahogar las ganas que tenía de seguir riendo—. Yo, Rachel Decker, juro ante la diosa Selene entregarle mi vida y mi lealtad a Katherine O’Brien, Alfa de la manada de la Costa Este. Lucharé por ti, sangraré por ti y obedeceré tus órdenes hasta el día en el que la diosa me llame para sus huestes y corra durante la eternidad por su bosque celestial.

Besó el anillo que Kate portaba en el dedo antes de reunirse con el resto de sus familiares y otros miembros de la manada que ya habían pasado por lo mismo. Centró su mirada en las dos últimas personas que quedaban por pronunciar el juramento. No le sorprendió en absoluto que los hubiera dejado a ellos dos para el final.

—Benjamin O’Brien —lo llamó LeBlanc. El nombrado se puso de pie y anduvo hasta situarse frente a su prima, como solo unos minutos antes había hecho Rachel.

—Antes de que lo digas, sí, yo también voy a decirte algo. —Ambos sonrieron—. Lo que yo sentí por ti, prima, fue amor a primera vista. Eras un bebé que solo lloraba, pero a mí me parecías el ser más perfecto de este mundo. Que te alejaras de nosotros, aunque fuese por el bien de todos, rompió una parte de mi corazón que hoy en día sigue temiendo que vuelvas a marcharte. No siempre he sido la mejor persona para ti, pero somos familia y yo te adoro mucho más allá de la sangre que nos une. —Tomó la mano de su prima—. Yo, Benjamin O’Brien, juro ante la diosa Selene entregarle mi vida y mi lealtad a Katherine O’Brien, Alfa de la manada de la Costa Este. Lucharé por ti, sangraré por ti y obedeceré tus órdenes hasta el día en el que la diosa me llame para sus huestes y corra durante la eternidad por su bosque celestial.

Besó el anillo y se colocó a su lado.

Rachel no podía dejar de mirarlo con dulzura por las palabras que le había dedicado a su prima, aguantándose las ganas de llorar.

—Dylan Wayne —anunció su nombre Kate, y este caminó hacia ella—. No te he dejado para el último por casualidad. Tú no solo eres la persona que el destino decidió que debía caminar a mi lado, sino también mi elección. Mi compañero, mi mate, mi macho Alfa. ¿Estás dispuesto a cumplir con las obligaciones que eso conlleva?

—Sí, lo estoy.

—¿Estás preparado para todo lo que implica liderar nuestra manada junto a mí?

—Sí, lo estoy.

—Que Selene te bendiga, mi Guardián.

—Con ella estaré siempre en deuda por protegerte y devolverte sana y salva a mis brazos. Si quieren tocarte, tendrán que pasar por encima de mí. Si quieren herir a nuestra manada, les infligiremos el doble de dolor. —Dy apoyó la frente en la de Kate—. Yo, Dylan Wayne, como Alfa consorte de la manada de la Costa Este, juro entregar mi vida por ti y nuestra gente, liderarlos a tu lado con sabiduría y justicia, siempre obedeciendo tus órdenes. Lucharé y sangraré por ti y por nuestro clan hasta el día en el que la diosa me separe de tu lado, me llame para sus huestes y corra por la eternidad a través de su bosque celestial.

El mayor de los hermanos Wayne rodeó la cintura de su mujer con un único brazo y la acercó para que sus cuerpos se encontrasen. Juntó sus labios con los de ella en un beso pasional que provocó que todo el mundo los vitorease. Dy giró su rostro para centrar su mirada en el sello de Alfa de la familia O’Brien y lo besó, después posó su boca en la frente de la joven Alfa durante unos instantes, antes de separarse y reunirse con sus amigos.

Demi, Nick y Ben lo recibieron con sonrisas triunfales, mientras que Rachel no había podido contener más las lágrimas. Dy la acogió y la abrazó con fuerza.

—Te estropearás el maquillaje, Rachel —bromeó.

—¿Y de quién será la culpa? Ojalá alguna vez pueda tener un amor como el vuestro.

Rachel, en aquel momento de debilidad y fruto de la marabunta de emociones que ese día estaba provocando en ella, no fue consciente de cómo había dejado caer durante un segundo la armadura con la que intentaba resguardar sus sentimientos. Tampoco fue consciente de la cara de dolor y la puñalada directa al corazón que habían provocado sus palabras al ser escuchadas por el mayor de los O’Brien.

Asha, la líder de los Guardianes de Canadá, el equipo de licántropos guerreros que se encargaba de proteger cada manada, se situó al lado de su sobrino portando un cuenco con agua de luna. Christopher mojó un pulgar en el líquido y lo pasó por la frente de Katherine.

—Ungida con el agua de nuestra diosa, ahora eres una de sus Alfas. Sigue sus enseñanzas, lidera con cabeza y que la diosa Selene te bendiga, Katherine O’Brien.

Dylan fue el primero en recorrer la distancia para unirse con Kate cuando la ceremonia acabó. Ben, por su parte, por mucho que quisiera unirse a su familia y felicitar a su prima, no podía desviar sus ojos de la joven rubia que luchaba por aguantar sus lágrimas abrazándose a sí misma.

Se veía muy vulnerable ante cualquiera que no la conociera. Justo como la confesión que había hecho antes. ¿De verdad ella creía que nadie la amaba con intensidad? Porque él sí lo hacía, con cada célula de su piel y cada latido. La amaba con locura. Si durante esos meses que habían vuelto a estar juntos no habían retomado su relación, era porque Rachel no dejaba de decirle una y otra vez que lo suyo era solo algo sexual, y Ben aceptaría cualquier cosa solo por estar a su lado.

De un movimiento, sacó el pañuelo de tela que adornaba el bolsillo de la americana de su traje gris para entregárselo a Rachel, quien lo miró sorprendida y le agradeció el gesto con una mueca que quería parecer una tímida sonrisa.

Las primeras notas de La Valse de L’Amour,de Patrick Doyle, empezaron a sonar, retomando el ambiente de fiesta que había antes de la ceremonia. Rachel y Ben se miraron cómplices. Habían aprendido a bailar el vals juntos y esa era su canción favorita.

Ben le tendió una mano con súplica en sus ojos.

—No puedo bailar esta canción con otra persona. No me digas que no, Rae.

—Será un honor concederle este baile, joven O’Brien —le respondió Rachel con teatralidad, haciéndole una reverencia con la cabeza antes de tomar su mano.

Caminaron hasta el centro de la sala, donde más parejas estaban bailando. Ben le colocó una mano en medio de la espalda, tocándose piel con piel. Rachel, por su parte, no le puso una en el hombro, sino que la deslizó unos centímetros más abajo, justo encima de su corazón. Respiraron hondo, sincronizados por completo, y cuando el tiempo de la canción volvió a marcar el uno, empezaron a danzar.

—Está bien emocionarse, Duendecilla. Nadie en esta sala tendrá las narices de negar lo fuerte que eres por sentir alegría. Después de todo lo ocurrido, lo que hemos sufrido, este es el primer paso para que seamos felices y volvamos a casa.

—Hoy ha sido un día muy intenso en todos los sentidos. —Sonrió con dulzura ante las palabras tan sinceras que se habían dedicado.

¿Qué sería aquello que la preocupaba? La conocía, e intuía que algo la carcomía por dentro, pero ¿era tan importante como para no dejarla disfrutar de ese momento? No lo sabía. ¿Qué había sido de aquellos años en los que él era su primer confidente? Se habían esfumado delante de sus narices de un día para otro y aún no era capaz de comprender por qué.

—Si te hubieras quedado, te habría ayudado a relajarte —le dijo Ben con una sonrisa provocativa en un intento de alejar de la mente de Rachel aquello que le comía las entrañas.

—Necesitaba pensar sin tu aroma en mi ecosistema —se sinceró mientras daban vueltas al ritmo de la música.

—¿Es algo que te incomoda a la hora de pensar?

—Estas últimas veces, cuando estamos juntos, no es que sea un espacio adecuado para meditar. Eres demasiado bueno usando tu lengua, y no me refiero a que sea para dialogar.

—¿Y sobre qué necesitabas pensar? ¿Es por nosotros? —le preguntó, esperanzado de que quizá podrían volver a estar juntos—. ¿Has llegado a alguna conclusión?

—A una que no vamos a discutir ni aquí ni ahora, Ben. No es el lugar más apropiado para una conversación tan íntima, ¿no crees?

—Pero ¿esta vez si vas a hablar conmigo, o tendré que volver a esperar? —le echó en cara, un poco harto de tanto misticismo—. ¿Serán días o meses?... No, tú siempre has sido más de años, si hablamos de la ley del silencio.

—Te merecías cosas peores por lo que hiciste, pero no es de nada de eso de lo que tenemos que conversar. Es algo que nos afecta a los dos. Esta noche, ven después de todo esto a mi dormitorio. Y ven tranquilo. Necesitamos tratarlo con calma.

La música terminó y ambos se pararon en mitad de la sala. Con la mano, Ben le alzó el mentón para que pudiera mirarlo directamente a los ojos y no lo evitase.

—Cosas peores por hacer... ¿qué, exactamente? Tu dictaminaste sentencia sin exponer los hechos, letrada —la atacó, haciendo uso de un lenguaje que solo los dos utilizarían en una corte. A fin de cuentas, ambos habían estudiado Derecho, aunque se hubieran especializado en ámbitos diferentes—. Y ahora que parece que las cosas empiezan a mejorar, vuelves otra vez a las andadas. ¿Tanto temes mi reacción que has cerrado el vínculo entre nosotros todo el día?

Rachel no tuvo tiempo de responder porque varios aullidos de lobo en clara cacería desataron el caos en la mansión LeBlanc.

Capítulo 4