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A Sam Becker le encanta su trabajo en una tienda de camas y baños. Lástima que el dueño sea un imbécil exasperante. Jonathan Forest contrató a Sam por una decisión sentimental que no funcionó. Decidido a despedirle, le ordena que vaya a Londres para tener una charla difícil… hasta que Sam se tropieza y se golpea la cabeza. Fingir amnesia parecía una buena idea cuando Sam temía que lo despidieran, pero ahora tiene que lidiar con que su jefe podría tener un lado bueno que nunca había visto… ¿Tendrá Sam el valor de decir la verdad? ¿O todo su futuro penderá de una mentira?
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AMNESIA FALSA.
PROBLEMAS REALES.
¿Y LOS SENTIMIENTOS?
A Sam Becker le encanta su trabajo en una tienda de camas y baños. Lástima que el dueño sea un imbécil exasperante.
Jonathan Forest contrató a Sam por una decisión sentimental que no funcionó. Decidido a despedirle, le ordena que vaya a Londres para tener una charla difícil… hasta que Sam se tropieza y se golpea la cabeza.
Fingir amnesia parecía una buena idea cuando Sam temía que lo despidieran, pero ahora tiene que lidiar con que su jefe podría tener un lado bueno que nunca había visto…
¿Tendrá Sam el valor de decir la verdad? ¿O todo su futuro penderá de una mentira?
UNA COMEDIA ROMÁNTICA DESOPILANTE DEL AUTOR DE SE BUSCA NOVIO.
Es el seudónimo de un autor británico de fantasía, ciencia ficción y romance LGBTQ+. Cuenta con decenas de libros publicados y ha sido nominado en varias ocasiones al Lambda Literary Award.
Nacido en la década de los 80 y graduado en Oxbridge, mantiene un perfil extremadamente bajo a pesar de su famoso sentido del humor. Puedes dirigirte a él con cualquier pronombre (él, ella, elle).
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Soy consciente de que muchos lectores de este libro son de otras partes del mundo y, por lo tanto, es probable que no estén muy acostumbrados a los dialectos del Reino Unido. El narrador de este libro es de Liverpool y, en mi cabeza, su narración tiene un acento scouce bien marcado. Si quieres saber cómo suena, escucha a Wayne Rooney, Cilla Black, Mel C o The Vivienne.
Probablemente sea algo bueno de la Gran Bretaña moderna (o más bien de Liverpool) que cuando estaba creciendo recibía menos burlas por ser gay que por tener el nombre de un hobbit. Y si bien agradezco que mis compañeros no fueran homófobos, el tema del hobbit sí me salió un poco mal, en especial porque el hobbit del que recibí el nombre ni siquiera era uno de los raros. Llamarse Meriadoc o el Gordo Bolger habría sido una cosa, pero mi nombre era Sam. Todavía lo es, de hecho. Mi nombre legal es Samsagaz Eoin Becker, así que cada vez que empezaba un nuevo año, el primer día de clase, la profesora leía la lista y me llamaba «Samsagaz» y yo tenía que decir, «Aquí, señorita», y quedar condenado desde entonces. No ayudaba que la primera tanda de películas hubiera salido cuando empezaba la primaria y la segunda cuando estaba empezando la secundaria, así que recibí bromas desde los cinco hasta los dieciocho años sobre el segundo desayuno y los pies peludos.
Pero no queda más remedio que reírse, ¿verdad? Mi padre me enseñó eso. Y probablemente fue lo más útil que aprendí.
Por ejemplo:
—Ey, Ban —grita uno de mis empleados. Sabe cuál es mi verdadero nombre, pero él es Amjad y Amjad es mucho más nerd que mi madre, así que una vez que se enteró de que tenía el nombre de un hobbit le pareció divertido llamarme por el nombre original de Sam en Westron, que había encontrado en los anexos que aparentemente se sabía de memoria. No me molesté en corregirlo porque al menos era original—. Te necesitan con los colchones.
Adoro a mi equipo. Bueno, no lo adoro, obviamente. Más bien lo tolero con desconcierto. Pero escuchar la frase «Te necesitan con los colchones»me produce una sensación tan alejada de la confianza que casi podría llamarla preocupación.
—¿Por qué? —pregunto.
La respuesta que me da es la única respuesta que necesito.
—Brian.
Suelto un pequeño «mierda» interno y voy hacia la sección afectada. La sección de los colchones ocupa la mitad de la tienda, lo que significa que tengo que recorrer un área bastante grande, pero, como Brian tiene la capacidad de crear una pequeña zona de caos a su alrededor, no me preocupa demasiado encontrármelo.
Y me lo encuentro. Está junto al colchón Hamsterley de Country Living que, con sus resortes pocket de calicó de doble capa, sus fibras naturales de lana de cordero y cabra de Angora colocadas a mano y un cubrecolchón belga de tejido damasco cien por cien natural, es uno de los colchones más lujosos, más caros y, no lo olvidemos, más «No le confíes esto a Brian» de toda la tienda.
Parece alterado. Tiene una taza extremadamente ominosa en una de las manos.
—Por favor —le digo en cuanto me acerco lo suficiente para no tener que gritar—, por favor, por el amor de todo lo que existe, dime que no acabas de volcar té sobre el Hamsterley de Country Living con resortes pocket de calicó de doble capa y fibras naturales colocadas a mano.
—No, nada de eso. —Como una marioneta, respiro aliviado—. Es café —aclara.
No son los detalles por lo que debería preocuparme.
—No sabía que bebías café.
—No bebo. —Su mirada muestra más arrepentimiento—. Pero se me ocurrió que Claire querría uno, así que le estaba llevando una taza a la oficina por si quería y, bueno, aquí estamos.
Tantos detalles. Y tan poco tiempo.
—¿Y elegiste pasar por donde están los colchones más caros de la tienda porque…?
—Bueno, imaginé que debería mantenerme alejado del Flaxby Nature’s Finest 9450 con cubrecolchón después de lo que pasó la semana pasada.
El hecho de que no sé nada de lo que pasó la semana pasada con el Flaxby Nature’s Finest 9450 con cubrecolchón probablemente no dice grandes cosas de mí como encargado de la tienda.
—¿Debería preguntar?
—Bueno, estaba comiendo un sándwich de mermelada…
—¿Manchaste el Flaxby Nature’s Finest 9450 con mermelada?
Brian asiente inocentemente.
—Pero está bien. Tiffany me ayudó a darle la vuelta para que no se vea.
Una vez más, cometo el error de sentirme aliviado. Después, las partes profesionales de mi cerebro, necesarias para saber cómo funcionan los colchones, empiezan a hablar entre sí.
—Espera un segundo, Brian, no puedes dar la vuelta a un colchón con cubrecolchón. Tiene el acolchado… arriba.
—Aaah —dice Brian, haciendo una mueca de dolor que nunca querrías ver en un hombre que está a cargo de un colchón de más de dos mil libras.
Decido que el tema del colchón con el cubrecolchón puede esperar.
—Bueno, supongo que al menos podemos dar la vuelta a este. Vamos.
Dar la vuelta a un colchón requiere mucho esfuerzo, pero al menos es un trabajo sencillo, y, una vez que le pido que aparte la maldita taza, Brian logra manejarlo de forma bastante competente. Levantamos el colchón y lo ponemos de lado, lo giramos por el medio y lo colocamos cuidadosamente sobre el marco que estamos usando para exhibirlo.
Después doy un paso hacia atrás y me aseguro de que se vea bien, y entonces veo otra mancha oscura en el medio.
—Ah —dice Brian—, eso sí es té.
***
Cuando vuelvo de la sección de los colchones, intentando descifrar cómo remplazar no uno, sino dos colchones lujosos de exhibición, Claire, mi subencargada, asoma la cabeza por la puerta de la oficina y grita:
—Su Cretina Majestad está al teléfono. —Se escucha por toda la tienda—. Y no te preocupes, lo tengo silenciado.
—Eso significa —grito— que tú no lo puedes escuchar, no que él no puede.
—Ah, bueno, mierda.
Uno de estos días voy a tener que hacer algo con Claire y su hábito de llamar a nuestro jefe Su Cretina Majestad. Y también con su costumbre de insultar a cada rato. Y también, ya de paso, con Brian, es decir, en general.
Aunque supongo que ahora mismo Su Cretina Majestad va a darle más importancia a los insultos.
Y tengo razón.
—Bueno. —El acento demasiado refinado de Jonathan Forest se desliza por el teléfono—. No te estaba llamando por esto, pero ¿por qué demonios tu subencargada me llama Su Cretina Majestad delante de lo que parecía ser toda la tienda?
No hay manera de tapar esto, pero lo intento de todos modos, por el bien de Claire.
—¿Es con cariño?
—¿Cómo que con cariño?
—Es algo del norte. Ya sabes, como cuando llamas «bastardo» a tu amigo.
—Viví en el norte durante dieciséis años —dice Jonathan Forest; le gusta mencionarlo porque lo hace parecer como si fuera de la clase trabajadora, aunque es un cretino ricachón al que solo le importan otros cretinos ricachones—. Y ningún amigo me llamó «bastardo».
Entre nosotros, creo que nunca tuvo amigos.
—Solo digo que así es como habla la gente.
—Como quieras, bastardo —lo dice como una persona normal, aunque todo lo demás que dice suena como si fuera un miembro de la puta realeza—, tiene una connotación diferente a «cretino».
—Aplica el mismo principio —intento. Suena flojo incluso para mí.
—Vale. —Estoy bastante seguro de que Jonathan Forest no es un robot, pero casi puedo escuchar su cerebro chirriando mientras avanza—. Si bien no era esto sobre lo que quería hablar, está bastante relacionado.
Ah, mierda, sabe que yo también lo llamo «cretino». Todos lo llamamos «cretino» porque es un cretino. Aunque yo lo veo así, si no quieres que la gente diga que eres un cretino, entonces no lo seas.
—¿Seguro? —pregunto, intentando no sonar demasiado como si me hubiera pillado pensando algo indebido.
—Sueños & Salpicones tiene tres sucursales y el año que viene va a abrir otra. A la sucursal de Croydon le está yendo como tenía previsto. A la sucursal de Leeds le está yendo como tenía previsto. A la de Sheffield definitivamente no.
Probablemente no era el momento para decirle que uno de mis empleados acababa de manchar con té dos colchones de dos mil libras cada uno.
—¿En qué exactamente no nos está yendo tan bien como tenías previsto?
—Os habéis excedido del presupuesto y no alcanzáis los objetivos. Y, francamente, me preocupa un poco que no lo sepas.
Ah, ¿por qué este cretino tiene que ser tan cretino? Sí, técnicamente nos hemos excedido un poquito sobre el presupuesto por toda la mercadería que Brian echó a perder, y sí, técnicamente no estamos alcanzando los objetivos, pero eso es porque los objetivos de Jonathan son una mierda.
—Ya sé cuáles son los números. Pero somos una tienda nueva, en una zona con mucha competencia, estamos acercándonos tanto como podemos.
—No te contraté para que te acerques tanto como puedas. —De algún modo, logra transmitir ira en su voz—. Te contraté para que alcances los objetivos que te asigno y, si no puedes hacerlo, buscaré a alguien que pueda.
Una parte de mí quiere decirle «Está bien, hazlo». Este trabajo no vale tanto como para tolerar esta porquería. Pero no es solo mi trabajo de lo que estamos hablando. Si me echan, entonces Jonathan Forest me reemplazará por alguien que cumpla con sus preciados «objetivos» de mierda y entonces ¿qué pasará con Clarie, Amjad, Brian y el resto del equipo?
Así que no lo presiono. En lugar de eso, intento caminar por esa línea entre prometer resultados que no voy a cumplir y darle una excusa para reemplazarme por alguien que sí lo haga.
—Estoy seguro de que podemos pensar en algo.
—Ya he pensado algo. —Hace la más breve de las pausas y luego su tono se suaviza levemente—. No quiero dejarte ir, Sam. Creo que tienes lo que se necesita para ser un gran encargado.
Maldita mierda condescendiente. Por lo que sé, soy un buen encargado. O al menos tan bueno como esperas que sea en una tienda de camas y baños de segunda en una zona competitiva con un equipo lleno de Brians.
Claire me alcanza un trozo de papel. Pone: «¿Está siendo un cretino?».
Le digo «sí, obvio» con gestos y levanta otro pedazo de papel que pone «Lo siento, no sé leer los labios».
Normalmente, esto estaría bien, pero normalmente no estoy intentando descifrar si estoy al borde de perder mi trabajo. Sacudo la mano para que se detenga. No lo hace. Y no hay manera de que lo haga, pero a veces me gusta aparentar estar al mando.
—Entonces, por eso —está diciendo Jonathan cuando vuelvo a prestarle atención— quiero que vengas a Croydon mañana para que puedas ver cómo hago las cosas aquí.
Mañana es viernes. Mi día menos favorito para ir a Londres. Mi día favorito para ir a Londres es nunca.
—Estamos bastante ocupados con todo lo de las fiestas.
—Estoy seguro de que Claire puede encargarse. Parece tener mucho tiempo libre. Claramente tiene tiempo para inventarme apodos «cariñosos».
Parece que todavía seguimos con la mierda condescendiente.
—Claire es un miembro valioso del equipo y…
Ahora Claire empieza a hacer un dibujo elaborado y encantador de un pene con pelotas.
—… y… y…
Añade pelos a las pelotas.
—… ella contribuye mucho al buen humor del equipo.
—Entonces —dice abruptamente Jonathan—, estoy seguro de que puede encargarse del local por un día. No es una petición, Samsagaz.
Logro no emitir ningún sonido, pero siento mucha incomodidad. Ya sé que es mi nombre, pero nunca nadie me llama así salvo mi madre, y no quiero pensar en ella ahora mismo.
—Por favor, no me llames así.
—El punto es, Sam, que soy tu jefe y mañana vas a venir a Croydon. La empresa te cubrirá el viaje.
Cuelga antes de que pueda decir algo más. Lo que, en este punto, probablemente sea lo mejor.
—¿Estás bien? —dice Claire, bajando su dibujo del pene, demostrando un poco de clemencia.
Me hundo en la silla y me siento sobre mis manos para que dejen de temblar.
—Sí. Es un… un…
—¿Cretino?
—Tan cretino.
—¿Quieres… —ahora me ofrece esa clase de mirada incómoda que nunca deberías recibir de alguien a quien le firmas los cheques—… hablar?
—Siempre sabe dónde pegarme y no me doy cuenta de si es malvado o si no lo sabe o si no le importa, o qué es peor.
Lo piensa durante un momento.
—Es malvado.
—Tengo que ir a Croydon mañana.
—Bueno, qué alivio. Creí que te iba a despedir.
—Todavía puede hacerlo —aclaro.
—No lo veo probable. Si haces ir a alguien desde Sheffield hasta Croydon para poder despedirlo, tienes que ser un completo…. Ah.
—Sí, no tiene buena pinta, ¿verdad?
Otra pausa. Claire pasa una mano por su cabello rubio platino y me mira como si tuviera salsa en la cara y no supiera cómo decírmelo.
—Estoy intentando pensar algo para consolarte, pero estás realmente jodido.
—Lo sé. Pero… —hago un gran esfuerzo por recomponerme y aparentar que esto no me afecta—, ¿qué se le va a hacer? No se puede evitar que un cretino sea un cretino. ¿Estarás bien mañana al mando de esto?
—Cariño, es una tienda de camas y baños, no un submarino nuclear.
—Sí, pero abre Brian.
—Entonces estamos perdidos. —Ahora que Jonathan no está al teléfono, Claire parece más seria. Quizás ha escuchado parte de mi conversación y sabe que estamos en una situación complicada.
—Ya sabes —dice—, si Jonathan te está presionando con los números, entonces quizás sea hora de considerar despedir a Brian.
No puedo creer que esté diciendo esto. O sea, sí puedo, porque lo acaba de hacer, y porque ya lo ha dicho antes, pero aun así.
—Brian es uno de nosotros.
—Es el peor asesor de ventas con el que he trabajado y eso que trabajé con Chel.
Palabras duras.
—Chel golpeó a una niña.
—Una niña muy molesta. Y no nos acarreó pérdidas.
—Técnicamente —nunca nada bueno viene después de un «técnicamente»—, todos acarreamos pérdidas.
No parece impresionada.
—Amjad me contó lo que pasó con el Hamsterley de Country Living. Y no fue la primera vez.
—Ah, vamos, solo derramó un par de cosas sobre algunos colchones.
—Cinco desde junio. Y rompió el asiento de un VitrA Sento sin borde de descarga mientras le mostraba a un cliente lo resistente que era.
Me he metido en un callejón sin salida defendiendo a Brian y ahora no puedo salir.
—Los asientos de los inodoros son fáciles de reemplazar. Además, Brian necesita este trabajo. Solo son él y su abuela, y es el único que puede pagar todos los gastos de la casa.
—Lo sé —dice Claire, esbozándome una sonrisa de simpatía, algo que no hace muy a menudo, probablemente porque no suele considerar que merezco simpatía—. Pero si Jonathan busca sangre y tienes que elegir entre salvar a Brian o a mí, honestamente, Sam, prefiero que me salves a mí.
Quiero decirle que no llegará a ese punto. Pero no puedo. Solo espero que Jonathan Forest sea razonable. Lo que, pensándolo bien, significa que estamos definitivamente jodidos.
Logro olvidarme de lo jodidos que estamos durante unos diez minutos hasta que camino para asegurarme de que todo esté donde tenga que estar y me doy cuenta de que se supone que deberíamos de tener las decoraciones de Navidad listas y todavía no hay nada. Así que voy a buscar a Tiff, que, por lo general, está a cargo de esa clase de cosas porque es buena con el diseño, aunque no sea necesariamente la persona más confiable del mundo, y me dice que tenían que entregar todas las cosas el miércoles, pero no llegó nada y no se le ocurrió decírmelo hasta ahora porque creyó que se resolvería solo.
—O sea —dice, un mechón de su cabello cubre uno de sus ojos de una manera que tengo que admitir que no irradia profesionalismo—, ¿importa? La Navidad es una festividad pagana y…
—De hecho —dice Amjad, que puede escuchar una inexactitud fáctica a ochocientos pasos en medio de una tormenta—, ese es un error común.
—No —dice Tiff, que es bastante joven y todavía arrastra esos debates adolescentes sin mucha argumentación.
Al decidir que las dos y media de la tarde el primero de diciembre en medio de una crisis de decoración es el mejor momento para entrar en una discusión profunda sobre el folclore comparativo, Amjad empieza a contar con sus dedos.
—El árbol es una tradición protestante alemana, Santa Claus igual, los primeros luteranos lo impulsaron como alternativa al Christkind porque creían que era demasiado católico, los troncos navideños son del siglo dieciocho o diecinueve, los villancicos son…
—Amjad, ¿importa? —pregunto. No lo digo mal. Intento evitar que suene mal; nunca hay una buena razón para hacerlo.
—Va a evitar que Tiff comparta información errónea.
A Tiff no parece importarle compartir información errónea.
—Vale, entonces la Navidad es una festividad auténticamente cristiana, pero en estos días es solo una celebración del consumo y…
La miro.
—Ya sé que es una celebración del consumo, Tiff. Pero trabajas en una tienda. El consumo es todo lo que importa.
—No significa que tengamos que estar de acuerdo —insiste Tiff.
—Un poco sí. —Me gusta que mi equipo tenga convicciones, pero a veces necesito que tengan muchas menos—. No vamos a poner luces para que la gente recuerde las maravillas de su salvación, lo hacemos para que puedan gastar un par más de billetes por algún cubrecolchón nuevo con renos.
Tiff me mira con más decepción de la que tendrías permitido sentir por alguien que es casi diez años mayor que tú y también es tu jefe.
—Ese es exactamente el problema del capitalismo tardío.
—Sabes —digo—, eres muy marxista para estar estudiando Peluquería.
—Estilista y maquilladora profesional —me corrige—, y ¿no se supone que el marxismo sea una filosofía para los trabajadores?
Tiene un punto.
—Supongo, pero es raro considerando que el tipo estaba bastante despeinado.
—Estás pensando en Einstein —dice Amjad.
—No. Puede haber más de un personaje histórico con un mal peinado.
Tiff saca su teléfono.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto—. ¿Vas a googlear si Karl Marx iba mal peinado?
Levanta la mirada.
—Solo busco una imagen —me muestra la pantalla—, su pelo a mí me parece bien.
La imagen que ha encontrado es de su tumba en el cementerio de Highgate.
—Es una estatua. No puedes usar el pelo de una estatua como evidencia. Además, está en su tumba. Nadie va a poner una estatua despeinada en la tumba de un tipo. —En contra de mi voluntad, saco mi teléfono, busco una fotografía del sujeto en cuestión y se la muestro a Tiff—. Ahí tienes, mira, mal peinado.
—Según esto —ahora Amjad se ha unido a la búsqueda, aunque conociéndolo, ha buscado algo como El cabello de Karl Marx la gente se equivoca—, de hecho, se cortó el pelo después de que le sacaran esa fotografía, así que probablemente no sea una buena referencia.
—Y —agrega Tiff, se van a poner en mi contra, siempre se ponen en mi contra— no es un mal peinado.
—Me parece bastante feo desde aquí.
Tiff me mira nuevamente con decepción.
—A veces, lo malo no es malo.
—Eso suena a pura mierda.
Suelta un suspiro exasperado, lo cual es una insolencia porque es demasiado joven para sentirse tan exasperada.
—Es el equivalente del siglo diecinueve de esos tipos que se pasan horas arreglándose el pelo para tenerlo perfecto, pero se muestran relajados como si no les importara ser perfectos. Si estás en el negocio, puedes verlo a kilómetros.
—¿Crees que se esforzaba por lucir así?
Tiff asiente.
—Creo que estaba buscando conscientemente la vibra Das Kapital.
Al darme cuenta de que me he distraído, guardo el móvil.
—Bueno. Esclarecedor, como siempre, pero si me disculpáis, tengo que ir a averiguar qué está pasando con los adornos de Navidad porque si no los ponemos para mañana…
—¿Los ponemos el lunes? —sugiere Tiff.
—Nos vamos a perder las ventas del primer fin de semana de diciembre y eso va a hacer que el cretino se enfade mucho más de lo que ya está. Y como Claire lo llamó cretino en la cara, estad seguros de que va a estar muy enfadado.
Amjad, quien a veces es útil cuando no es un pesado pedante, se queda pensativo un momento.
—Creo que tenemos algunas cosas del año pasado en el trastero. Podemos usar eso si no queda más remedio.
—¿En buen estado después de un año en un almacén frío? —pregunto.
Está pensando otra vez.
—Algo podrá usarse.
—¿Podemos al menos comprar luces nuevas? —pregunta Tiff mientras se toca distraídamente el cuello de su camisa negra de trabajo—. El año pasado tuve que revisar quinientas luces intentando encontrar cuál estaba rota.
—El árbol también va a ser un problema —dice Amjad—. El año pasado teníamos uno de verdad, lo cual me parecía extraño porque aquí vendemos árboles artificiales.
Me aferro a la teoría de que todo esto es factible.
—Vale. Bueno, voy a hablar con el proveedor. En el peor de los casos, usaremos las decoraciones del año pasado hasta que llegue todo lo nuevo.
—¿Y el árbol? —pregunta Tiff, quien creo que está disfrutando del caos más de lo que debería.
—Estamos en un centro comercial en diciembre. Habrá al menos tres lugares donde podamos comprar uno en cuestión de veinte minutos. —Pongo mi voz optimista porque en un mundo absolutamente ideal no haría falta que condujese para ir a buscar en el último momento un árbol de Navidad que probablemente tenga que comprar con mi maldito dinero, solo para poder decirle al cretino de mi jefe que al menos pude poner las decoraciones de Navidad a tiempo. Pero en un mundo ideal Karl Marx estaría mejor peinado y la Navidad no sería un espectáculo desalmado de consumo desmedido. A veces, necesitas arreglártelas con lo que tienes.
Vuelvo a entrar y llamo al proveedor. Una de las, se podría decir, ventajas de que Jonathan Forest sea un controlador obsesivo es que solo hay un único proveedor con el que hablar. Por supuesto, la desventaja de que sea un controlador obsesivo es que el proveedor no suele estar dispuesto a hablar con los encargados de las sucursales, aunque sería mucho más fácil para todos. Cada año, él le pide a su equipo en Londres que diseñe las decoraciones de Navidad, seleccione nuestro rango bastante limitado de mercadería de Navidad y luego envíe la misma combinación de luces y fundas de almohadas de Santa Claus a todas las sucursales desde una ubicación central. Y como solo hay tres tiendas, podrías creer que es bastante sencillo, pero si hay algo que aprendí en los últimos años como encargado de una tienda de camas y baños es que puede ser sorprendentemente sencillo estropear las cosas sencillas.
—¿Cómo —le pregunto al hombre al otro lado del teléfono— terminaste enviando todas las cosas a la Isla de Sheppey?
Para darle el beneficio de la duda, parece avergonzado.
—No sé qué decir. Hacemos muchas entregas de artículos para el hogar. Estábamos enviando un cargamento a B&M en Queensborough, y Kev, el chico de despacho, tiene una letra horrible y bueno…
—Espera, espera, espera. —No voy a dejar que esto pase de largo—. No me importa lo mala que sea la letra de alguien. Sheffield no se parece en nada a la Isla de Sheppey, en especial cuando la Isla de Sheppey tiene las palabras «la Isla de» al principio.
El hombre al otro lado de la línea hace un sonido que suena como si estuviera levantando los hombros.
—Nosotros la llamamos Sheppey. Y sea como sea, ahí fueron tus cosas.
—¿Las podemos recuperar?
—Están en Sheppey.
—Ya sé que están en Sheppey. Las necesito aquí. Las necesito aquí cuanto antes.
Se queda en silencio un momento. No es un momento que creo que esté usando para decidir la mejor manera de satisfacer mis necesidades como cliente.
—¿Puede ser el miércoles?
—Eso es dentro de una semana. —Estoy intentando con toda mi voluntad no enfadarme. No me criaron para que me enfadara—. ¿Cómo es que una semana es cuanto antes?
—Bueno, hay horarios…
No me criaron para que me enfadara, pero sí me criaron para defenderme.
—No me importan sus horarios. Se suponía que tenían que hacer la entrega ayer y ahora me dices que debo esperar hasta… —hago una cuenta rápida en mi cabeza, las matemáticas nunca han sido lo mío—, el ocho. Es un tercio de las ventas de Navidad y me imagino que sabes lo importante que es para la tienda.
—No puedo hacer nad…
No voy a dejarlo ir.
—Vale, pero escúchame, ponte de mi lado, ¿de verdad no puedes hacer nada o es una de esas cosas en las que sí puedes hacer algo, pero va a ser una molestia enorme para ti?
—Sería una molestia enorme para mí —confiesa—, y no quiero tener una molestia enorme.
Estoy bastante seguro de que lo he pillado. Además de los Jonathan Forest del mundo, la mayoría de las personas nunca te dirían a la cara que están complicando tu vida para no complicarse ellos.
—Y lo entiendo, amigo —le digo—. De verdad. Pero esto ha sido un error vuestro y me va a costar mucho a mí y a mi equipo, así que sería genial si pudieras encontrar una manera de ayudarme.
Se queda en silencio otra vez, pero creo que ahora está intentando pensar una manera de ayudarme.
—Probablemente pueda conseguir algo para esta noche —me dice al final—, pero será tarde.
—¿Muy tarde? —pregunto. Estoy bastante seguro de que no quiero saber la respuesta.
—Y tardará al menos seis horas, así que puede ser a las… ¿ocho y media, nueve?
Tengo que aceptarlo. Sería un ingrato si no lo hiciera.
Si bien no es culpa mía, poner toda esta mierda sí va a ser mi responsabilidad. Redecorar toda la tienda yo solo está completamente fuera de mis capacidades por el hecho de que tengo que ir en un tren a Croydon al amanecer.
Salgo fuera de la tienda para pensar y me encuentro a Tiff tomando un descanso no programado. Es algo que suele hacer y la única vez que la confronté al respecto me dijo que, si fumara, salir para fumarse un cigarrillo sería socialmente aceptable, así que al normalizar eso y no permitirles a los no fumadores tener su espacio de salud mental estaría reforzando hábitos destructivos.
—¿Estás bien? —pregunta.
—Ah, sí. —Me reclino sobre la puerta de cristal y me quedo mirando el cielo gris en uno de los días más fríos que hemos tenido este año, así que en realidad no. Me alegra tener mi bufanda heredada de mi madre, que es de un azul cielo pasado de moda—. Bien. Aunque acabo de hablar con el proveedor y las decoraciones no llegarán hasta las nueve y…
Tiff ya empieza a sonreír.
—¿Vamos a decorar?
—Vosotros no —explico—. No puedo pagaros horas extras, así que yo…
—Me encanta decorar.
—Vale, pero…
Ya empieza a volver hacia la puerta, haciendo un pequeño baile.
—Déjamelo a mí, jefe. Haré que todos se sumen, será grandioso, pero, no sé, pídenos unas pizzas o algo.
—Es que… —intento otra vez. Pero ya ha entrado en la tienda, cantando Fies-ta de de-co-ra-cióóón con una melodía que no reconozco.
Y espero, y luego rezo hasta que dejo de hacerlo porque soy ateo, que esto no salga desastrosamente mal.
***
Al final, somos Tiff, Claire, Amjad, Brian y este tipo nuevo llamado Chris que siempre es el primero en ofrecerse como voluntario para todo y sigue diciéndome que en tres años va a ocupar mi puesto. Compro pizza para agradecerles que se queden hasta tan tarde y nos sentamos en la sección de reembolsos comiendo pan de ajo y planificando cómo vamos a decorar la tienda. Bueno, en teoría ya planificamos eso. La mayor parte del tiempo la pasamos discutiendo sobre qué puede ir encima de una pizza.
—No tiene nada de malo —está diciendo Brian—, la pizza con piña.
—Claro que sí —dice Tiff saltando de inmediato; pasó de hablar sobre las injusticias del capitalismo a la pregunta más común de todas: si la pizza hawaiana es una mierda o no—. Es como un baño pintado de verde aguacate, pero en versión pizza.
Amjad esboza una sonrisa engreída.
—¿Dices que está de moda odiarla, pero al final está bien?
—No, quiero decir que objetivamente es la peor.
Nunca deberías usar la palabra «objetivamente» cerca de Amjad. Una vez lo escuché discutir que el cielo no es objetivamente azul por las longitudes de onda.
—No es objetivamente la peor —contesta—, es subjetivamente la peor. El gusto es subjetivo por definición. Y, de hecho, si quieres entrar en mediciones objetivas, entonces los dos, los baños verde aguacate y las pizzas hawaianas están objetivamente entre los mejores porque siguen siendo populares y la popularidad es algo que de verdad se puede medir.
—Mi abuela tiene un baño verde aguacate —dice el nuevo y entusiasta Chris—. Está bien.
El nuevo y entusiasta Chris todavía no ha terminado de entender al grupo, lo que provoca que quede un poco aparte en las bromas, así que cada vez que interviene siempre lo hace de una manera que mata la conversación. Estoy a punto de lanzarme de lleno a un nuevo tema cuando escuchamos que llega el camión. El nuevo y entusiasta Chris es el primero en ponerse de pie, seguido por Tiff. El resto los seguimos con un paso más medido, excepto Brian, a quien se le cayó pizza sobre la camisa y está intentando limpiarla con una parte diferente de la camisa.
Afuera nos encontramos con el conductor del camión que, para mi sorpresa, no parece molesto por haber hecho un viaje de seis horas con tan poca antelación, quizás necesita el dinero; y el equipo se acerca para ayudarlo a descargar las guirnaldas cuidadosamente seleccionadas y aprobadas por la empresa. El nuevo y entusiasta Chris y Amjad se ayudan con el árbol de Navidad, mientras Brian y Claire empiezan a hablar distraídos sobre una serie de edredones con bastones de Navidad que ya vendemos, pero que ahora tendrán su propia muestra.
—Lo único que digo —dice Brian— es que no estoy de acuerdo.
—Por más que aprecie el cinismo —responde Claire—¸ ¿por qué exactamente?
—Son muy yanquis.
Por alguna razón, a Claire le parece perfectamente razonable.
—Me parece justo.
—Espera —digo con varias cortinas de ducha festivas sobre mis brazos—. No es para nada justo. No puedes decir que algo es muy yanqui, incluso si fuera yanqui, no es una razón para que no te guste.
—Claro que sí —contesta Claire, que, a diferencia de Brian, al menos logra continuar este debate mientras mueve la mercadería.
—La verdad que no me lo parece —insisto. Luego me giro hacia Amjad—. Eh, Amjad, debes de tener una opinión sobre esto.
Amjad me mira desde el árbol de Navidad.
—Tengo las manos bastante ocupadas.
Es verdad. Lo ayudaría, pero yo también tengo las manos ocupadas y, además, está trabajando con el nuevo y entusiasta Chris y es difícil ayudar al nuevo y entusiasta Chris con cualquier cosa porque siempre está muy dispuesto a hacer el trabajo de dos personas a la vez. Así que vuelvo a la tienda y Amjad avanza unos pocos metros por el aparcamiento antes de detenerse.
—Pero estoy casi seguro de que son alemanes.
—No vamos a discutir el origen de la Navidad otra vez, ¿verdad? —pregunta Tiff, que tiene los brazos llenos de luces.
—No, si los bastones de Navidad son yanquis o no —explico.
—Superyanquis —coincide Tiff—. Son superyanquis incluso aunque técnicamente vengan de Baviera del siglo doce o algo así.
Ahora comprometido con equilibrar un árbol y dar explicaciones sobre la Navidad, Amjad cambia el peso del abeto y empieza su clase navideña improvisada.
—Siglo dieciocho —dice—, y probablemente eran blancos al principio porque no podían añadirle el color sin la maquinaria moderna. Y no es Baviera, es Colonia.
Brian solo lleva un exhibidor de cartón bastante pequeño.
—¿Qué tiene que ver un perfume con eso?
—Asumo que se refiere a Colonia, la ciudad —le explica Claire, pasándole cinco exhibidores más.
Abrumado por la súbita adición de los exhibidores de tamaño medio, Brian baja la mirada con pánico.
—No puedo con todo esto, se me va a caer.
Claire rara vez está de humor para tolerar las quejas de la gente.
—No se va a caer, están apilados y están bien. Mételos.
Hacemos tres viajes más para meterlo todo. Bueno, toma uno más de la mayoría y dos más del nuevo y entusiasta Chris, quien insiste con «No queda mucho» y «Yo me encargo». Cerca de las diez y media, Amjad y Brian se van a casa, lo cual es justo porque hicieron más que suficiente. Claire se va un poco más tarde porque se da cuenta de que lo tengo bajo control y, como es la segunda al mando, también me va a cubrir mañana, así que no puedo quejarme. Tiff se queda hasta pasada la medianoche colocando las decoraciones.
Tiff es rara, porque el noventa y nueve por ciento de las veces todo le importa tres mierdas y siento la necesidad de regalarle un laxante cuando jugamos al amigo invisible, pero el uno por ciento restante, algo enciende su imaginación y es un maldito milagro. Y, honestamente, me alegra tenerla aquí porque no podría hacer que la tienda tuviera un aire festivo sin ella. Yo simplemente pondría un poco de papel crepé sobre la cabecera de una cama y eso sería todo, pero ella pone las luces y los copos de nieve adhesivos con mucha dedicación, y cuando nos vamos, solo yo, ella y el nuevo y entusiasta Chris, que siempre es el último en irse por ser nuevo y entusiasta, nos giramos un momento y es como si fuera un lugar mágico. Probablemente esté embobado, pero en ese momento, en una zona comercial el primer día de diciembre, mirando una tienda de baños que una estudiante de Peluquería (lo siento, estilista y maquilladora profesional) hizo que pareciera un reino salido de un cuento de hadas, me siento casi orgulloso de nosotros. Sí, nos pasamos un poco del presupuesto y estamos vendiendo poco, pero a juzgar por los estándares específicos de las tiendas de camas y baños, hemos hecho un gran trabajo. Tenemos un buen equipo.
Mejor. Tenemos un gran equipo. Incluso si a veces Tiff no está exactamente donde tiene que estar y si Brian rompe un inodoro estrafalario o si el nuevo y entusiasta Chris sigue siendo más entusiasta que útil, somos… la sucursal de Sheffield. Y no voy a permitir que Jonathan Forest me quite eso. Que nos quite eso.
¿He dicho que Jonathan Forest es un cretino? Por si no lo he hecho, es un cretino. Es la clase de cretino que te dice un jueves por la tarde que tienes que estar en Londres para fastidiarte a las ocho de la mañana de un viernes. Y no me malinterpretes, soy una persona que disfruta de las mañanas. Pero no me gusta levantarme a las cuatro de la mañana. Que fue la hora a la que tuve que levantarme para coger el tren de las cinco y estar donde estoy ahora a las siete y cuarenta y nueve, que es plantado en la calle frente a la oficina de Jonathan Forest con el traje que usé en el funeral de mi abuela, esperando que me haga pasar, y, conociéndolo, no va a ser hasta exactamente las ocho.
Me hace pasar exactamente a las ocho.
Su oficina está en el segundo piso de la sucursal de Croydon de Sueños & Salpicones, y se esfuerza demasiado por hacerla parecer un ático. Si entrecierro los ojos, casi puedo imaginar que estoy en uno de esos rascacielos elegantes de la ciudad y no en un centro comercial entre un Nando’s y un DFS. Hay una mesa de conferencias con seis asientos y un sofá en el que parece que duerme más de lo que se sienta. Y hay un escritorio, más desordenado de lo que esperaba, con un portarretratos que apunta para el otro lado y una taza de café muy usada con la frase «Somos miércoles, ¿verdad?», repetida una y otra vez en blanco sobre azul. Detrás del escritorio, está sentado Jonathan Forest, mirándome.
Creo que quiere que me sienta intimidado, pero no le voy a dar el gusto. Durante un rato simplemente me mira con esos ojos oscuros e intensos que tiene y, cuando queda claro que no voy a cagarme encima, finalmente me pide que me siente.
—Lamento tener que llegar a esto, Sam —dice. Por lo menos no me llama Samsagaz esta vez.
—No debes estar tan arrepentido —le digo—, sino no hubieras llegado a esto.
—Lamento llegar a esto —repite—, pero Sueños & Salpicones es un negocio.
Cuando lo dice en voz alta, me cuesta mucho no reírme en su cara. Algo tiene que estar muy mal, supongo, con un hombre que llama a su negocio Sueños & Salpicones y no le ve la gracia.
—Ya sé que es un negocio, Jonathan, pero un negocio que genera dinero, así que no entiendo por qué estás haciendo un drama enorme por un par de números en una hoja de cálculo.
Jonathan Forest se reclina y me mira otra vez. En otras circunstancias, como si no fuera mi jefe y no me hubiera obligado a arrastrarme casi por todo el país a las cuatro de la mañana de un viernes, probablemente tendría un aire sexy-feo. Es que hay algo en su cara enfadada y arrugada y el mechón blanco en su cabello bien peinado que te hace querer que te haga cosas. O quizás que tú le hagas cosas para ver si puedes lograr que se calme de una puta vez.
—Creo que el hecho de que consideres que tu jefe te pida una reunión para discutir tu desempeño suponga un —hace las malditas comillas con las manos— «drama enorme»puede ser exactamente lo que está mal con tu manera de trabajar.
Llevamos hablando menos de cinco minutos y ya quiero meterle un lápiz por la nariz.
—Mi manera de trabajar no tiene nada de malo. Pregúntale a cualquiera de mi equipo.
—Si nadie de tu equipo tiene un problema con tu manera de trabajar, entonces tenemos un problema.
Es absurdo. No mejoran los resultados cayéndole mal a todo el mundo. Él es la prueba de ello.
—¿Por qué tenemos un problema? Es mi trabajo.
Y ahora se sujeta el tabique de su nariz como si estuviera decepcionado porque no hice mis deberes de geografía.
—Samsagaz…
—No me llames Samsagaz.
—No me interrumpas. Me arriesgué contigo… —hace una pequeña pausa desagradable— … Sam, porque creí que tenías potencial. Pero estoy empezando a sospechar que no entiendes lo que se necesita para el puesto.
—Suena como si quisieras que trate al personal como la mierda.
—Quiero que priorices los objetivos.
—Priorizo los objetivos —digo—. Solo que no los priorizo por encima de las personas.
Su expresión me hace querer meterle más que un lápiz por la nariz. Es la expresión que recibes cuando tu nuevo cachorrito se caga en el suelo y no puedes enfadarte porque sabes que no es capaz de evitarlo.
—Las personas no pagan tu salario. Yo sí.
Es muy tentador decir que acaba de decir que él no es una persona. Pero se supone que tengo que conservar mi trabajo, no masacrarlo.
—Bueno, no quiero enseñarte nada, pero las personas están a cargo de la tienda. La tienda produce dinero y con ese dinero me pagas. Así que, de cierto modo, sí.
—Y en este momento, esas personas me están costando más que cualquier otra sucursal, están recaudando menos que cualquier otra sucursal y… —Mira su monitor y, durante un breve momento, veo algo. Algo que es casi como si se preocupara. Solo que es explícitamente sobre el dinero—. Es preocupante, Sam. Genuinamente preocupante.
De algún modo, esto está yendo peor de lo que esperaba. Me había ido bien en la entrevista, pero no le había puesto mucha dedicación, lo cual había hecho fácil decir las cosas correctas. Me había preguntado «¿cuál es tu mayor debilidad?» y yo le había contestado con una tontería como «ah, bueno, me concentro demasiado en brindar un servicio de calidad al cliente en el sector de la cama y los sanitarios»,y, de algún modo, había funcionado. Ahora, si asiento o le sonrío a lo incorrecto, voy a tener que caminar hasta Sheffield y decirle a mi equipo que va a haber recortes porque este cretino quiere comprarse más cosas.
—Mira —digo—, puedo ver de dónde viene, en serio. Pero ¿no te parece que una empresa tiene una obligación con sus empleados? Quiero decir, ¿de verdad vale la pena hacer más miserable la vida de alguien solo para que podamos vender un par de edredones más para el final del trimestre?
No es lo que quiere escuchar. Pero eso es porque quiere escuchar «tienes razón en todo, volveré y empezaré a despedir gente».
—Sus vidas serán más miserables si tengo que cerrar la sucursal por completo.
—Pero no tienes que hacerlo, ¿no crees? —Estoy tentando mi suerte ahora. Mi madre solía decir que tenía la suerte de los irlandeses y de verdad espero que no se haya saltado una generación—. Podrías optar por hacerlo, pero si lo haces, deberías al menos ser honesto.
Y quizás, solo quizás, eso le llegue. No necesariamente en el buen sentido. Si usara gafas, se las habría levantado sobre la nariz, pero no es el caso, así que baja las cejas y me mira furioso.
—Estoy seguro de que piensas que soy un tipo extremadamente egoísta, Sam. Estoy seguro de que piensas que solo estoy intentando que le exprimas más dinero a la gente para que… para que…
—¿Para que puedas comprarte otro Ferrari? —intento, esperando que un comentario gracioso sea mi camino a la salvación.
—Exacto. —Deja que ese «exacto» resuene durante un buen rato antes de añadir—: Pero Sueños & Salpicones —el contexto serio hace que sea más difícil no reírse de ese nombre y apenas lo consigo— es un pez pequeño en un estanque enorme. Estamos intentando competir contra Dreams y Wickes a la vez. Y Bensons for Beds. Y todas las tiendas locales. Incluso Morrisons vende camas estos días.
—Morrisons no vende camas —le recuerdo.
—Venden almohadones y mantas. —No está precisamente relajado, pero tampoco tiene ni la mitad de la energía de jefe que tenía hace solo un minuto.
—No vas a ir a la quiebra porque Morrisons venda un par de almohadas.
—Lo sé. Así como sé que no voy a ir a la quiebra porque la sucursal de Sheffield quiebre —empieza a revisar un documento que parece fatídicamente largo—, una bañera con hidromasaje iluminada con leds y con catorce inyectores dobles que vale mil quinientos noventa y nueve libras, arruinada por un incidente de desembalaje.
Ese fue un código para no decir «Brian la chocó contra la camioneta».
—O veintidós almohadas blancas de espuma viscoelástica TheraPur, valoradas en ochenta y cinco libras cada una, por un percance en el almacén.
Brian otra vez y eso nunca me lo pudo explicar bien, y al final dejé de preguntárselo.
—Después está el hecho de que uno de tus empleados se tomó dieciocho días por enfermedad o para uso personal en los últimos doce meses.
—Es joven y está estudiando.
Ahora Jonathan tiene otra vez esa aura de dueño de un negocio y, de algún modo, me siento aliviado.
—¿Y le estoy pagando para que sea joven y estudie o le estoy pagando para que venda baños y camas?
—Le estás pagando para que venda baños y camas —admito, sintiéndome un poco resentido (no, muy resentido) por la capacidad de Jonathan Forest de hacerme sentir como un niño malcriado—. Pero…
—Pero ¿qué?
No tengo nada que decir, la verdad.
—¿No podrías haberme dicho esto por teléfono?
—Podría —asiente—. Pero es mejor cara a cara.
Mierda. Me va a despedir, ¿verdad?
—Mierda, me vas a despedir, ¿verdad?
—Mi desenlace ideal —se levanta del escritorio y camina hacia la ventana— es que conserves tu trabajo, pero que aceptes que necesitas mejorar la eficiencia de tu sucursal.
Ahora no me mira, está de pie con las manos detrás de su espalda mirando afuera como si fuera un rey que estuviera inspeccionando su dominio. Lo cual sería mucho más impresionante si estuviéramos en un rascacielos sobre Manhattan, en lugar de una tienda de baños y camas que da hacia un aparcamiento y uno de esos lugares que vende madera reciclada a peso.
—No estoy diciendo que no podamos ser más eficientes. —Empiezo a sentir que el bastardo me ha arrinconado—. Solo digo que la única manera de lograr que sea más eficiente es hacer que todo el lugar sea un lugar horrible para trabajar.
Sigue con su pose de emperador.
—No es mi problema.
Suspiro.
—Entonces, ¿qué quieres que haga? Porque lo único que escucho es «sé mejor» y, si no te molesta que lo diga, no es una muy buena manera de gestionar a tus empleados.
—Primero —se vuelve desde la ventana como si Medusa se enfrentara a él—, me molesta. Segundo, revisé los números y necesitas hacer exactamente esto: tienes que conseguir que tu equipo venda más planes de protección y servicio, reemplazar a tus vendedores con peores resultados, dejar de permitir que el personal al que se le paga por hora se tome descansos durante sus horas de trabajo, implementar la política de la empresa en relación con los días por enfermedad y arreglar lo que sea que esté provocando que pierdas tanta mercadería. Una vez que eso esté en orden, podemos seguir hablando.
—Entonces, se trata de ser básicamente un cretino —digo.
Para mi sorpresa, Jonathan Forest casi sonríe.
—Su Cretina Majestad, si quieres decirlo así. Así se maneja un negocio.
No estoy de acuerdo, pero no es el momento.
—Mi vendedor con peor rendimiento —digo— tiene que cuidar a su abuela, que es muy mayor.
—Yo también.
—Sí, pero tú eres un maldito millonario.
—Mis finanzas personales no son asunto tuyo. Vivimos en tiempos económicos inciertos.
Siento la necesidad de burlarme.
—¿Y te preocupa que tu imperio extremadamente lucrativo de camas y baños vaya a desaparecer de la noche a la mañana y termines en la calle cantando canciones de Ed Sheeran?
Y si bien no lo esperaba, eso le vuelve a tomar desprevenido y lo hace titubear un momento. Como si hubiera soplado una vela demasiado fuerte.
—Pueden pasar cosas peores.
—No, a los de tu clase no.
Jonathan entrecierra los ojos.
—Deberías pensar mejor cómo le hablas a tu jefe.
—¿Por qué? Me estás amenazando con despedirme y no veo cómo preocuparme por mis modales me va a ayudar a vender más colchones CoolTouch de élite.
Como se levantó para añadir mayor tensión, ya no puede sentarse, así que se queda deambulando por ahí.
—Quizás. Pero si eres así de insubordinado conmigo, eso sugiere que dejas que tu equipo sea insubordinado contigo, lo que explica… bueno, bastantes cosas, francamente. Por lo menos, explica por qué tu equipo no está motivado.
Cuando conseguí este trabajo, Jonathan me hizo hacer un pequeño curso de capacitación porque no tenía experiencia como encargado y me hablaron mucho sobre motivación intrínseca y extrínseca. Lo que aprendí de esos tres días en una sala de conferencias en Burnley fue que los vendedores intrínsecamente motivados son cretinos que venderían a sus propias abuelas a cualquiera que ya tuviera abuela, solo por diversión, y los vendedores extrínsecamente motivados no podrían alimentar a sus hijos si no consiguieran una comisión. No quería contratar a los primeros ni explotar a los segundos, y es por eso que terminé con Brian.
—Qué tal si… —intento— me das un año para subir los números y, si no funciona a mi manera, hablaremos sobre reemplazar gente.
Le ofrezco un año porque espero que lo baje a tres meses para que podamos arreglarlo en seis.
No lo hace.
—Ya es tarde para eso.
Puta mierda. Pero no digo eso. Llega un punto en el que tentar tu suerte cruza la línea y te convierte en un completo idiota.
—Lamento que te sientas de ese modo.
—Esto es lo que va a pasar. —Suena autoritario de una manera que probablemente sería más atractiva si no fuera a arruinarme la vida—. Hoy me vas a seguir en esta sucursal para que veas cómo manejo las cosas yo. Mañana, vas a volver a Sheffield y empezarás a hacer cambios inmediatos incluyendo reemplazar a los miembros del personal que rindan poco. ¿Entendido?
Sí. No me gusta entenderlo, pero sí.
***
Sigo a Jonathan Forest hasta la hora del almuerzo, desde sus instrucciones de negocios matutinas (aquí hay nueva mercadería, véndela, vete a la mierda) hasta sus rondas por la tienda donde detecta a los trabajadores que no se esfuerzan lo suficiente, como una especie de depredador que se alimenta de la inactividad. No es lo único en él que tiene una energía de hombre lobo, sus cejas gruesas y su ceño fruncido permanente lo hacen ver como si en cualquier momento fuera a sacar garras y empezar a desgarrarte la piel. O quizás solo tu ropa, si es como esos de los libros que Claire dice que solo lee irónicamente.
Finalmente, nos tomamos un descanso para el almuerzo. No me ofrece llevarme a ningún lugar ni mostrarme nada, probablemente porque esto es técnicamente una reunión de disciplina y, si bien se supone que me debería estar ayudando a aprender y crecer como encargado, parece que para él la mejor manera de hacer eso es recordarme sutilmente que soy un parásito.
Como Croydon es la oficina central, está en un parque comercial ligeramente más agradable que nuestra tienda en el norte. No es un centro comercial propiamente dicho como Meadowhall en Sheffield o Liverpool ONE en casa, y para nada es la clase de centro comercial al estilo estadounidense, pero comparte un aparcamiento con un cine Vue y también un PizzaExpress a unos metros, así que comparado con nuestra sucursal esto es prácticamente los Campos Elíseos. Pero no tengo ganas de comer pizza, así que voy al lado y me pido algo en Nando’s sin mis amigos. Aunque tampoco tengo amigos en Sheffield.
Una chica agradable llamada Rita me acompaña a una mesa y me pregunta si ya he venido a Nando’s antes y me ayuda a repasar el menú, aunque le haya dicho que sí. Una vez que estoy sentado, cojo mi teléfono y uso la aplicación para pedir un sándwich de pollo en pan árabe con una salsa de churrasco ahumada y una mazorca. Porque hay algo en los restaurantes de comida rápida que venden pollo que hace que sea necesario pedirse una mazorca, así como solo comes bastones de caramelo en Navidad.
Mientras espero mi pedido, llamo a Claire para no parecer un capullo solitario.
—Todo está bien —dice rápido. Muy rápido. Demasiado rápido.
—No lo está, ¿verdad?
—En gran medida.
—Bueno. —Me acerco más a mi teléfono para no estar gritando por todo Nando’s—. ¿Qué ha hecho Brian ahora?
Claire emite un sonido. Un sonido que se guarda especialmente para hablar de Brian.
—Bueno, ¿viste la alarma?
—Sí, vi la alarma.
—¿Sabes el código de la alarma?
—Sí. ¿Supongo que Brian no?
—No.
Empiezo a desear haber pedido un aperitivo.
—Es 1-2-3-4. ¿Cómo se olvida 1-2-3-4?
—Dice que entró en pánico. Aparentemente, el temporizador le causó mucha presión.
—Dime que no fue la policía.
—Vino la policía.
Debería haber pedido ese aperitivo.
—Dime que no dijeron que van a dejar de ir.
—Van a dejar de venir. Dijeron que era la tercera vez en un mes y no pueden seguir acudiendo a falsas alarmas de un almacén de baños y camas.
—No somos un almacén, somos una tienda.
—Extrañamente, no consideraron que esa fuera una distinción relevante. El tema es que ya no van a responder a nuestras alarmas durante seis semanas.
Dado lo mucho que a Claire le gusta gritar por toda la tienda, estoy al borde de entrar en pánico.
—No digas eso en voz alta, nos van a robar.
—No te preocupes, estoy en la oficina con la puerta cerrada.
Eso me preocupa más. Lo que habla mal sobre mi fe en mi equipo.
—¿Estás segura de que no deberías estar fuera supervisándolo todo?
—Está todo bien, Amjad está vigilando a Brian y asigné a Tiff y al nuevo y entusiasta Chris que se encarguen de diferentes departamentos, para que ella no sea una mala influencia para él. ¿Cómo va todo con Su Cretina Majestad?
—Todavía no está contento con que lo llames así.
Hace un sonido de reflexión al otro lado de la línea.
—Apuesto a que sí, sabes. A los hombres como él les encanta en secreto que la gente los odie. Lo confunden con obtener resultados.
Llega mi sándwich de pan árabe y veo que olvidé pedir una bebida.
—¿Puedo pedirte una Coca-Cola, por favor? —le pregunto a la persona que me trae las cosas.
—Lo siento, tienes que usar la aplicación o acercarte a la caja.
Miro la cola de la caja. Está cada vez más lleno, así que minimizo a Claire y hago el pedido por la aplicación. Soy demasiado joven para decir cosas como «y a eso lo llaman "progreso"», pero esto no parece progreso.
—¿Hola? —está gritando Claire al otro lado de la línea—. ¿Sigues ahí?
—Lo siento, me llegó el pollo.
—Ah, ¿fuiste a Nando’s?
—¿Cómo lo sabes?
—KFC no tiene servicio de mesa, recuerdo que hay uno exactamente al lado de la sucursal de Croydon y, en otra vida, era el maldito Sherlock Holmes. Bueno, ¿cómo ha ido todo con Forest?
—Mal.
—Gracias. Muy esclarecedor.
Le doy un mordisco al sándwich con la salsa de churrasco ahumada.
—Bueno, no quiero causar pánico, pero puede que haya dejado implícito que va a cerrar nuestra sucursal si no mejoramos las cosas.
—¿Qué? —pregunta Claire, audiblemente en pánico—. Eso… no… no tiene sentido.
—Creo que solo está haciéndose el duro, pero…
—Estoy bastante segura de que lo único duro que tiene ese tipo son sus pelotas.
—¿Podrías por favor no hablar de las pelotas de Jonathan Forest mientras estoy comiendo?
Claire entra en modo negación de inmediato.
—Está exagerando. Tiene que estar exagerando.
—¿Qué, el tipo que acabas de decir que sufre de una rara condición médica que le hace tener las pelotas duras?
—Mierda —maldice por el teléfono—. Mierda mierda mierda mierda mierda. Tienes que hacer algo.
Lo hace bien. Pasa de la ira directamente a la negociación.
—Estoy haciendo algo. Voy a seguirlo todo el día y cuando regrese, yo…
—No, quiero decir, hacer algo grande. Algo ahora. Porque si nuestra única esperanza es hacer mejor nuestro trabajo, estamos supermegaarruinados.
—¿Qué quieres que haga? ¿Pedirle que me siga al almacén y le rompa la cabeza con la tapa del váter de cierre suave y efecto de madera?
—Sí.
—No.
—Bueno, quizás no. —Escucho que exhala—. Mierda. Mierda, puta mierda, puta mierda.
Bienvenida a la depresión.
—Lo sé. Es una mierda, pero lo resolveremos.
—Tenemos que volver a considerar despedir a Brian.
—Brian tiene que cuidar a su abuela. Además, cuando hablamos, Jonathan me dejó bastante claro que si solo despedimos a Brian no va a funcionar —le explico los detalles del plan de mandar a la mierda a tu personal por algunos billetes extra.
—Bueno —dice Claire y se queda en silencio un largo rato—. Solo por preguntar, ¿quién es nuestro segundo peor empleado, según los números de Jonathan?
—Tiff.
Se queda en silencio otra vez.
—Para ser justa, ella tiene una ética de trabajo bastante de mierda.
Un instinto raro y probablemente un poco sexista me hace querer defenderla, como si fuera mi hermana o algo.
—No está tan mal.
Al otro lado de la línea, escucho a Claire moviéndose por la oficina hacia la ventana.
—Ahora mismo está en el aparcamiento pateando hojas.
—Prefiero que den el cien por cien el ochenta por ciento del tiempo que el setenta por ciento el cien por cien del tiempo —digo, sin estar seguro de si las matemáticas están bien.
Incluso si así fuera, Claire no está de acuerdo.
—Tiff da el cuarenta por ciento el cuarenta por ciento del tiempo y cerca del uno por ciento del tiempo da el diez millón por ciento. Lo cual es de agradecer, pero no es precisamente lo que necesitamos.
—Claire. —No soy brusco exactamente, pero dejo que mi exasperación salga por mi voz—. Tenemos que ser un equipo. ¿De qué lado estás?
—Del nuestro, obviamente. —Suena resignada—. Supongo que será mejor que busques esa tapa de váter y se la partas en la cabeza.
—No ayuda.
—Vale, pero necesitamos un plan. Y si no vas a soltar a Brian, tiene que ser algo drástico.
—¿Drástico cómo? —pregunto.
Y se queda en silencio otra vez.
—¿Fingir un ataque cardíaco? No puede pedirte que despidas gente si estás en el hospital.
—Tienes razón, te pediría a ti que los despidas.
—¿Engañarlo para que te acose sexualmente?
Me atraganto con mi sándwich con salsa de churrasco ahumada.
—Primero, ¿cómo? Segundo, no. Tercero, creo que es irrespetuoso para las víctimas de verdad.
—Tienes razón. ¿Qué tal si rápidamente encuentras evidencia de sus negocios turbios y lo amenazas con contárselo a los accionistas?
Tengo salsa de churrasco ahumada en los dedos, así que me cambio el teléfono de lado y me los limpio con una servilleta.
—Buen plan. Solo unos pequeños detalles: no tiene ningún negocio turbio y, si lo tuviera, S&S es una empresa privada, así que no tiene accionistas a quienes podría contárselo.
—Bueno, si vas a ponerte quisquilloso…
—Lo siento.
—¿Qué tal si lo invitamos a nuestra tienda para que nos vea como personas y se ponga demasiado sentimental para despedirnos?
—Ya te estás yendo por las ramas. Ha tratado conmigo un millón de veces y estoy bastante seguro de que ni siquiera me mearía encima aunque estuviera en llamas.
Se queda en silencio otra vez.
Yo también.
—Mierda —dice al final.
—Lo sé. Tengo algunos meses de margen, sabes, pero creo que estamos jodidos.
—Bueno —no suena muy servicial, ni muy esperanzada—. ¿Haz lo que puedas?
—Lo haré —le digo. Aunque no tengo ni la más mínima idea de por dónde empezar.
He perdido el apetito por mi sándwich de pollo en pan árabe con salsa de churrasco ahumada, así que deslizo el plato sobre la mesa, me levanto y regreso para enfrentarme a Jonathan Forest.