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Pasión en el palazzo. Huyendo de una desilusión amorosa, Blair Carson se había echado en los brazos de un guapísimo aristócrata italiano. Desde que sus miradas se encontraron, Blair había caído bajo el hechizo de Draco Sandrelli. Se había lanzado a la aventura con total abandono, sin pensar. Pero había llegado el momento de enfrentarse a la realidad: estaba embarazada de un hombre al que apenas conocía. Draco exigía que volviera a la Toscana para tener a su hijo, pero jamás, ni en una sola ocasión, había hablado de amor.
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Seitenzahl: 162
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28001 Madrid
© 2009 Dolce Vita Trust
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Abandonados a la pasión, n.º 1715 - septiembre 2021
Título original: Secret Baby, Public Affair
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1375-702-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
–Has sido sexo de consolación, nada más.
Y eso era lo único que iba a ser. Blair miraba a los ojos de Draco Sandrelli, rezando para que se fuera antes de que hiciese alguna estupidez como desmayarse o ponerse a vomitar sobre sus brillantes zapatos hechos a mano. Pero su estómago, que había estado revuelto desde el desayuno, se encogió por otra razón cuando él sonrió, con esa sonrisa que la había cautivado desde la primera vez que se acostaron juntos.
–Cara mia, tú sabes que soy mucho más que eso.
Su voz, tan ronca, tan masculina, estaba cargada de sensualidad. Aún despertaba por las noches recordando esa voz, tan rica como el retumbar de un trueno en la distancia. Y peor, recordando la sensación de su cuerpo sobre el de ella, dentro de ella. Blair tuvo que contener el gemido que amenazaba con escapar de su garganta.
Los puntitos dorados en los ojos verdes de Draco parecían brillar más de lo normal mientras observaba su reacción. Para ser alguien que prácticamente acababa de conocerla parecía leerla como un libro abierto. Ni siquiera se había deshecho de la sombra de barba, tan típicamente italiana, para el funeral. Aunque había apartado su brillante pelo negro de la frente, las puntas rizándose en la nuca. En cualquier otro hombre ese corte de pelo sería ridículo, pero en Draco Sandrelli… Blair tuvo que tragar saliva.
Era demasiado guapo, su rostro demasiado perfecto, como para decir que era un hombre apuesto. Y, a pesar de ello, su pulso se aceleraba al mirarlo.
–Cena conmigo esta noche –dijo Draco entonces.
–No, lo siento. Lo que hubo entre nosotros fue… una aventura de vacaciones, nada más. No va a volver a ocurrir. Ahora estoy en casa, trabajando de nuevo, y tengo muchas cosas que hacer.
No pensaba preguntarle qué estaba haciendo allí, pero era una coincidencia increíble que el hombre con el que había tenido una aventura en Italia apareciese de repente en el colegio Ashurst. Especialmente en el catering de un funeral que había aceptado hacer como favor a uno de los amigos de su padre.
Por muy tentador que fuera retomar su aventura con el heredero de la fortuna Sandrelli, Blair tenía cosas más importantes en qué pensar.
De modo que, reuniendo valor, se despidió con un gesto y se dio la vuelta.
Intuyó, más que oír, el momento en el que Draco decidió seguirla porque se le erizó el vello de la nuca. Pero siguió caminando sin mirar atrás y giró por un pasillo que llevaba a la cocina. Angustiada, se apoyó en la pared y cerró los ojos, esperando poder esconderse allí.
Hasta le temblaban las manos, se dio cuenta entonces. No había estado tan nerviosa desde que encontró a su prometido, Rhys, besando a su mejor amiga, Alicia, en la bodega de Carson’s, su restaurante.
El dolor de perder al hombre del que estaba enamorada por la joven que debería haber sido su dama de honor unos días después había sido insoportable. La doble traición fue tan inesperada…
Eso era lo que la había empujado a tomar un avión para hacer un tour gastronómico por la región de la Toscana, donde conoció a Draco Sandrelli.
Sí, había sido sexo de consolación, era cierto. Totalmente adictivo, increíble sexo de consolación. Y justo lo que necesitaba para reconstruir su destrozada autoestima. Nada más.
Suspirando, Blair se apartó de la pared para ver si todo estaba como debía. Y fue un alivio comprobar que sus herramientas de trabajo habían sido cuidadosamente colocadas en el maletín que llevaba al efecto. No había nada más que hacer allí. El equipo que había contratado para el catering lo limpiaría todo cuando terminase el almuerzo y devolvería la vajilla y la cubertería al restaurante en un par de horas.
Blair pasó las manos por la blusa blanca y la falda negra que solía usar cuando organizaba un catering, intentando calmarse. Maletín en mano, salió de la cocina por la puerta de atrás y se dirigió a su furgoneta. Si no hubiera hecho aquel viaje a Toscana, podría haber reemplazado a la vieja Gertie por una furgoneta nueva. Pero de haber hecho eso seguiría siendo una víctima de la maldad de Rhys y Alicia, en lugar de aprender algo más sobre la mujer que ella podía ser.
Y había sido un descubrimiento que le enseñó muchas cosas; para empezar, que no podía tenerlo todo. Ella no era la clase de persona que podía levantar un negocio y ser la pareja de un hombre. No, su trabajo era demasiado importante. Pero estaba contenta con su decisión. El trabajo sería su vida por el momento. En cuanto a Draco… en fin, todo el mundo tenía derecho a conocer a un Draco en su vida, pensó.
La intensidad de su aventura con el italiano había sido tremenda y la habría consumido totalmente de haberse quedado más tiempo con él. Esa verdad lo había puesto todo en perspectiva.
Blair había visto el resultado de los amoríos de su padre; había visto cómo siempre acababa con el corazón roto y había jurado no sucumbir a esa obsesión.
El aviso llegó una mañana, cuando despertó en los brazos de Draco, las sábanas arrugadas sobre sus cuerpos desnudos. Fue entonces cuando se dio cuenta de que en esos tres días no había pensado en su restaurante ni una sola vez. Había abrazado su aventura con Draco Sandrelli con la pasión que solía reservar para el trabajo.
No, no había sitio en su vida para el amor y el trabajo. Su restaurante lo era todo para ella. Su éxito la definía como persona, no algo tan efímero como la atracción física por un hombre.
De modo que se había levantado de la cama para hacer las maletas, sin prestar atención cuando Draco le pidió que volviera a su lado.
Esos días en la Toscana habían sido pecadoramente deliciosos, pero era la clase de tentación con la que uno no podía construir un futuro. No había seguridad en esa atracción incendiaria… lo sabía por el doloroso pasado de su padre y el suyo propio.
Sólo había una cosa que quisiera en ese momento y era conseguir para su restaurante, Carson’s, las cinco estrellas que daba el crítico de la revista Fine Dining.
Ése había sido el sueño de su padre hasta que un infarto le obligó a pasarle las riendas del restaurante. Ahora era su sueño; uno que había pensado conseguir con Rhys y Alicia a su lado. Pero podía hacerlo sola. Carson’s se convertiría en el mejor restaurante de Auckland y ella se olvidaría por completo de Draco Sandrelli.
Draco vaciló en la puerta de la cocina. Blair tenía que estar allí y necesitaba hablar con ella. Tenía que verla otra vez.
Cuando se marchó aquella mañana, en el palazzo de Toscana, estaba dispuesto a mover montañas para convencerla de que se quedara. Sólo la llamada urgente de sus padres desde la casa en la que vivían, a unos kilómetros del palazzo Sandrelli, se lo había impedido. Porque, por supuesto, cuando volvió después de visitar a su padre enfermo, Blair se había marchado sin dejar una dirección.
Al verla allí aquel día se había quedado perplejo, pero no se lo pensó dos veces. Era una segunda oportunidad y no pensaba desaprovecharla. El magnetismo que había habido entre ellos fue instantáneo y sabía bien que esas cosas no pasaban todos los días. Demasiada gente se conformaba con lo que los demás esperaban de ellos. Él mismo lo había hecho una vez, por respeto a su familia y a su hermano muerto, pero el resultado había sido catastrófico. Y no volvería a ocurrirle nunca más.
La atracción que sentía por Blair era demasiado poderosa.
De modo que puso la mano en la puerta batiente y entró en la cocina… a tiempo para ver a Blair saliendo de ella. Draco aceleró el paso y llegó a su lado cuando estaba guardando el maletín en una vieja furgoneta.
–Blair.
Ella se volvió, aunque no parecía sorprendida.
–Ya te he dicho todo lo que tenía que decirte, Draco –suspiró, mientras subía a la furgoneta.
–Pero no has querido escucharme…
–Si quieres que sea sincera, no estoy interesada en lo que tengas que decir.
Blair intentó cerrar la puerta, pero él se lo impidió.
–¿Se puede saber qué te pasa?
–¿Qué te pasa a ti? ¿No toleras que una mujer te diga que no? Entiendo que no estés acostumbrado, pero vas a tener que aceptarlo.
Draco sonrió. Sonaba como una gatita enfadada.
–Sólo quiero que hablemos. Te fuiste tan de repente… no pudimos despedirnos como es debido. O como yo hubiera querido hacerlo.
Draco notó que la frase despertaba una repuesta inmediata y, cuando miró hacia abajo, comprobó que sus pezones se marcaban bajo la camisa. Blair llevaba sujetador, pero mas como una concesión a la profesionalidad que porque le hiciera falta. Le encantaban sus pechos, pequeños y altos. Le encantaba cómo podía despertar en ella un gemido de placer con sólo rozar las puntas. Nunca había conocido a una mujer que fuera tan sensible a sus caricias, pero él lo disfrutaba tanto como Blair. Y quería hacerlo otra vez. Muchas veces más.
Blair se dio cuenta de que estaba mirando sus pechos y puso la llave en el contacto, enfadada.
–Ya hemos dicho todo lo que teníamos que decir. Lo nuestro fue sólo una aventura de vacaciones. Bueno en la cama y bueno para mi ego malherido, nada más. Y ahora, por favor, apártate de mi coche antes de que llame a seguridad.
–Ahí es donde no estamos de acuerdo, delizzia. No hemos terminado. Te dejaré ir, pero te aseguro que volveremos a vernos.
Draco dio un paso atrás y ella aprovechó para cerrar la puerta y arrancar la furgoneta a toda prisa, aunque el motor protestó amargamente. Luego, mientras se alejaba por el camino, memorizó el número de la matrícula. Blair podía pensar que había escapado, pero él estaba seguro de que pronto la tendría en su cama de nuevo.
Un movimiento en el cercano aparcamiento llamó su atención y Draco vio a sus dos amigos, Brent Colby y Adam Palmer, al lado de las motos Guzzi que él mismo había llevado desde Italia para que pudieran disfrutar de una de sus actividades favoritas cuando conseguían estar en Nueva Zelanda los tres al mismo tiempo. Habían transcurrido muchos años desde que pasaron la noche de su graduación en Ashurst montando por la carretera que rodeaba el prestigioso colegio privado, pero no había nada como la sensación de controlar una poderosa moto como aquélla.
Brent era un millonario hecho a sí mismo y, si Draco no lo quisiera y respetase tanto, él se habría ganado su respeto cuando hizo fortuna y la perdió de repente, sólo para multiplicarla más tarde. El primo de Brent, Adam, pertenecía a una familia adinerada, la familia Palmer, con intereses económicos que se extendían por todo el mundo.
Pensando en su propia familia, los Sandrelli, una de las más antiguas de Italia, Draco sintió de nuevo un peso sobre sus hombros. El linaje de los Sandrelli terminaría, o continuaría, con él, como su padre, ya mayor y enfermo, le había dicho muchas veces. La responsabilidad hacia la historia familiar reposaba sobre sus hombros, lo cual hacía que su proyecto con Blair fuese más interesante… si conseguía que volviese a verlo, claro.
Draco se acercó a sus amigos, sonriendo. Era hora de ir a casa de Brent para tomar una copa y jugar a las cartas. Y, mientras volvían a Auckland, podría trazar su plan.
Blair podía pensar que había escapado, pero lo único que había hecho era tentarlo aún más porque Draco sabía que tampoco ella era capaz de darle la espalda. Un hombre no tenía esa suerte dos veces en la vida y debía aprovecharlo.
¿Pero sería capaz de hacer realidad el deseo de su padre antes de que fuese demasiado tarde? La última embolia no había sido tan grave como temían, pero el médico les había advertido que podría sufrir otra embolia o un infarto fatal en cualquier momento.
De modo que él tendría que asegurarse de no llegar demasiado tarde. Los Sandrelli habían dominado las tierras que rodeaban el antiguo palazzo durante siglos y, aunque el problema de la sucesión había caído sobre sus hombros tras la muerte de su hermano diez años antes, no sería él quien se encargase de terminar con el linaje de los Sandrelli. Su unión con Blair Carson le daría los hijos que su padre quería… y, a juzgar por la pasión que sentían el uno por el otro, eso no sería difícil.
Ni Brent ni Adam dijeron nada cuando se acercó a ellos, pero su expresión de curiosidad lo decía todo.
–No preguntéis –les advirtió mientras se ponía el brillante casco negro.
Ya les hablaría de Blair Carson cuando la tuviera donde quería tenerla.
–Aquí está otra vez. Siete noches seguidas –Gustav, el maître gay de Carson’s, levantó una ceja mientras entraba en la cocina.
Y a Blair se le cayó el cuchillo de las manos. Draco había ido al restaurante todos los días durante una semana. Aquella noche había llegado mas tarde de lo habitual y ella no había podido dejar de preguntarse si aparecería o habría vuelto a Toscana…
Y esa incertidumbre, combinada con la falta de su ayudante, que estaba enfermo, la estaba poniendo de los nervios.
Pero ése no era el comportamiento que se esperaba de una chef que había ganado varios premios, de modo que Blair intentó centrar sus pensamientos. Sólo había un objetivo en su vida y no era Draco Sandrelli.
–¿Qué ha pedido?
–Escalopines alla Boscaiola con sautée de verduras. Para ser un tipo tan grande come muy poco… o a lo mejor se guarda el apetito para otras cosas –respondió Gustav, haciéndole un guiño de complicidad antes de salir de la cocina.
Blair dejó escapar un suspiro. El plato de escalopines de cerdo era relativamente sencillo, igual que las verduras. Era uno de los platos que había aprendido a hacer durante su tour culinario por la Toscana, el tour que había tenido un giro inesperado y en el que acabó en los brazos de Draco.
Mientras calentaba el aceite de oliva en la sartén, Blair intentó no pensar en eso. No pensar en la abrumadora atracción que había sentido por él en cuanto sus ojos se encontraron en aquel patio, cuando bajaba del autobús en el palazzo Sandrelli. Y tampoco quería recordar el absurdo deseo que había sentido de ser parte de aquel histórico palazzo, con su antigua escalinata de piedra.
Su padre y ella habían vivido una vida de nómadas desde que su madre los dejó. Viajando de una ciudad a otra, normalmente siguiendo a los turistas, para encontrar trabajo. Carson’s era la única cosa permanente en su vida. Era su hogar, su base. Y si quería que siguiera siendo así, lo que tenía que hacer era concentrarse en lo suyo y dejarse de tonterías.
Sólo cuando los escalopines estaban en el plato se permitió a sí misma volver a pensar en Draco, que había enviado al maître a la cocina con felicitaciones cada noche. Normalmente, ella habría salido de la cocina para saludar al cliente, pero le daba miedo verlo otra vez. Le daban miedo sus sentimientos.
¿Y si él persistía en volver a verla? ¿Y si quería más? Saber que estaban bajo el mismo techo la ponía nerviosa. Todos sus sentidos parecían concentrados en él y a los hombres como Draco les gustaba ganar. Blair tenía experiencia con hombres como él.
Sin embargo, por alguna razón, esperaba ansiosamente cada noche la opinión de Draco sobre el plato que había pedido. Como si le importara, se dijo a sí misma, enfadada.
–¿Blair?
Gustav acababa de entrar en la cocina de nuevo.
–Por favor, no me digas que acaba de llegar un autobús lleno de turistas pidiendo osobuco.
–No, nada tan sencillo. Es Mister Italia y quiere hablar contigo personalmente.
Blair dejó escapar un suspiro.
–Imagino que le habrás dicho que estoy muy ocupada.
–No, la verdad es que no. Le he dicho que saldrías enseguida.
–¡Gustav!
–Mira, son las once y media, el restaurante está casi vacío y tú sabes que la cocina está controlada. No hay ninguna razón para que no tomes un oporto con él antes de cerrar. Venga, no seas tonta. Tú también tienes derecho a pasarlo bien.
Blair tuvo que disimular un gemido. Desde que rompió su compromiso con Rhys, y lo despidió a él y a Alicia del restaurante, un despido que le había costado caro cuando sus abogados presentaron una demanda, Gustav no dejaba de insistir en que debía salir con alguien y pasarlo bien.
Si él supiera, pensó. Ya lo había pasado más que bien con Draco Sandrelli. Por eso se había lanzado de cabeza al trabajo en cuanto volvió de Italia.
Pero Gustav empezó a tirar del cinturón de su delantal y luego le dio la barra de labios que sabía guardaba en el cajón.
–Venga, no te va a pasar nada. Mira, cariño, ese hombre ha dejado claro que le gustas.
Con desgana, Blair se pintó los labios frente al espejo.
–Ya está. ¿Satisfecho?
El maître le quitó el gorro de chef y le arregló un poco el pelo con los dedos.
–Ahora sí –sonrió, empujándola hacia la puerta–. No te preocupes por la cocina, nosotros nos encargaremos de todo. Tú pásalo bien.
Mientras la puerta se cerraba tras ella, Blair casi podría jurar que oía un aplauso del personal de la cocina. Y su intento de sonrisa desapareció cuando volvió su atención hacia el hombre que estaba sentado frente a una de las ventanas.