Acorde en llamas - Esther Carretero - E-Book

Acorde en llamas E-Book

Esther Carretero

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Beschreibung

Bienvenidos a Gandara… El mundo secreto de las hadas   La misión que ha unido a Sofía, Robert y Azariel no ha hecho más que comenzar. En una tierra mágica y llena de peligros, la joven violinista descubrirá que el mundo de las hadas está más conectado con ella de lo que creía en un principio, y los secretos que aparecerán en el camino no solo pondrán en riesgo su vida, sino también su corazón, ahora más dividido que nunca. Al mismo tiempo, ese lugar en el que se halla se encontrará al borde del colapso. Los elfos de Gandara se dividirán el poder entre los cuatro elementos naturales: tierra, agua, fuego y aire, aunque será un equilibrio difícil de mantener intacto. Cuando tiene claro que quiere salir de una guerra que a priori no le pertenece, los lazos de sangre le reclamarán lo contrario.   Las tensiones e intrigas políticas podrían complicar aún más la misión de Sofía. ¿Y si la maldición de Robert fuera más de lo que parece?

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Acorde en llamas

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal).

Diríjase a CEDRO (Centro Español De Derechos Reprográficos). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

© de la fotografía del autora: Archivo de la autora

© Esther Carretero 2023

© Entre Libros Editorial LxL 2023

www.entrelibroseditorial.es

04240, Almería (España)

Primera edición: noviembre 2023

Composición: Entre Libros Editorial

Ilustraciones: Sira Miralles

ISBN: 978-84-19660-26-8

Acorde

en

llamas

Trilogía Gandara

vol.2

Esther Carretero

A quienes, como yo, se pierden entre los sueños que nos llevan hasta tierras mágicas y desconocidas.

índice

índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Capítulo 58

Capítulo 59

Capítulo 60

Continuará...

Agradecimientos

Biografía de la autora

Tu opinión nos importa

Capítulo 1

En algún momento me desmayé, quizá por la falta de oxígeno o por el frío del agua que me golpeó con una fuerza inusitada. Mi mente divagaba, llevándome de vuelta al barco en llamas para seguir poniéndome a prueba, o incluso más atrás, de nuevo al accidente que hizo que el coche se descarrilara, cayese al río y mi hermana se ahogara en el fondo. Yo estaba dispuesta a ahogarme también con tal de salvarla, pero entonces algo me sacó del agua.

Según me contó mi madre tiempo después, al parecer había sido un chico quien me había salvado y dado el oxígeno que necesitaba para poder respirar de nuevo. Un chico que no volvieron a ver y cuyo rostro yo no podía recordar.

Abrí los ojos de golpe, tosiendo para expulsar toda el agua que sin querer había tragado. Unos brazos fuertes me sostenían con gentileza, ayudándome a erguirme cuando la tos remitió. Y al mirar a mi salvador...

Mis recuerdos se solaparon: un chico de pelo corto y mirada penetrante, un caballo bajo el agua... Y ahora, los ojos de Azariel evaluando mi rostro con preocupación.

—¿Mejor ahora? —me preguntó.

Asentí, sin prestar demasiada atención a sus palabras. La confusión del momento me había llevado a pensar que él podría ser... Pero no podía estar segura tampoco. ¿Era producto del shock de haber caído al agua o...?

—¿Robert? —pregunté con la voz aún un poco ronca por el agua.

Él apareció en mi campo de visión, sorprendiéndome por la nitidez de sus rasgos, su ropa, todo en él. Lo miré boquiabierta y sonrió, divertido.

—Parece que aquí puedo tener una apariencia más nítida —comentó al ver mi expresión—. ¿Qué le parece?

Azariel me ayudó a erguirme hasta quedarme sentada, pero yo solo tenía ojos para Robert. Podía ver con gran detalle el color de su cabello, castaño oscuro, e incluso el tono concreto de su chaqueta, camisa, pantalones y hasta las hebillas de sus botas. Parecía real. O casi. Fijándome bien, todavía seguía teniendo el contorno algo difuminado, de modo que cualquiera podría darse cuenta entonces de que no era tan real como aparentaba en un primer momento.

—¿Cómo es posible? —le pregunté extrañada.

—Gandara es una tierra de magia. Habrá más cosas que te sorprenderán más que eso —me dijo de mala gana Azariel, que se apartó para quedarse sentado a mi lado, reposando.

Ambos estábamos empapados tras nuestro chapuzón en el lago Katrina. Pero, ahora, ¿dónde nos encontrábamos? Miré a mi alrededor, en lo que parecía una especie de cueva amplia y húmeda. En la entrada tan solo veía una cortina de agua que caía con fuerza, como si estuviéramos tras una catarata.

—¿Ya estamos en Gandara? —Casi no podía creérmelo.

Robert se agachó a mi lado y asintió.

—Estamos justo en las profundidades del lago Katrina. El agua que ve es la que baja del mismo lago, para formar otro un poco más adelante, nada más salir de la cueva.

—He pensado que sería un lugar ideal para reposar un poco —comentó Azariel—. Necesitamos elaborar un buen plan de acción antes de seguir. Este primer estrato de Gandara no es el más amable.

—¿A qué te refieres? ¿Hay más niveles? —le pregunté con curiosidad.

Él asintió.

—Por así decirlo. Hay tres capas o estratos que conforman el mundo de Gandara: el primero es donde vivimos las criaturas consideradas inferiores, como los enanos, pukas, mestizos y hadas salvajes, entre otros; en el siguiente nivel vive la zona más burguesa, aparte de ser conocido como el lugar de ocio por excelencia; y el tercer nivel, el más profundo antes de llegar al propio corazón de Galardi, está dividido en cuatro portales que conducen a los reinos de los respectivos guardianes del fuego, la tierra y el agua —me explicó.

—¿Y el viento?

—El Guardián del Viento murió hace muchos años, igual que su descendencia. Nadie ha vuelto a pisar esas tierras, y su portal apenas sigue activo.

A pesar de la cantidad de información, poco a poco fui serenándome y aclarando las ideas. Después de quitarme los vendajes —por ser más una molestia que una ayuda—, comprobé que mis heridas no habían empeorado. Mi violín estaba en perfecto estado, igual que mi mochila. Pero había algo más, algo que colgaba de un cinturón en mi cadera.

—¡La espada! —exclamé al notarla. Estaba metida en su funda, inofensiva en ese momento, pero no tenía ni idea de que la había llevado encima todo ese rato. ¿Por qué la Dama me la habría regalado?

—¿Quién os la ha dado? —me preguntó intrigado Robert—. Azariel dice que ya la llevabais cuando la recogió en el agua.

Extendió una mano para rozarla y yo levanté la mía a la vez, sin querer. Aunque mi mano seguía traspasándolo, sentí una especie de calambre que me hizo sonrojar en el acto. Desvié la vista y él retiró la mano rápidamente.

—La Dama del Lago me la dio para hacer frente a mi última prueba. —Cuando pensé en aquello, no pude evitar mirar hacia Azariel, que se había levantado para aproximarse hasta la entrada de aquella cueva.

—Escucha, mi plan es el siguiente: como kelpie, puedo moverme por el agua con más rapidez, así que seguiré el curso hasta llegar a Rodashya, la ciudad feérica más cercana. Comprobaré que no están siguiéndonos y si nuestra llegada ha levantado rumores. Si todo está en orden, volveré a por ti, ¿de acuerdo? —Terminó de hablar y giró el rostro para mirarme fijamente.

Yo me levanté, tambaleante por el calzado, hasta que me quité aquellos zapatos de cristal que ya no eran necesarios en ese lugar.

—¿Quién está siguiéndonos? ¿Los responsables del incendio del barco? —le pregunté, un tanto confusa. Observé a Robert y su mirada se volvió algo más dura cuando miró a Azariel.

—El mismo que ha estado enviando a los gremlins y a esa banshee detrás de ti para atraparte o matarte —me dijo Azariel, apretando los puños—. No sé cómo ha podido seguirnos la pista. Pero el caso es que fue quien provocó aquel incendio para interrumpir la prueba. Por suerte, la superaste y la Dama estaba de nuestro lado. Me reveló la ubicación y te saqué lo más rápido que pude.

Otra vez el recuerdo de aquellas pruebas. Habían sido extrañas, y todas habían tenido un elemento en común: que habían participado personas que conocía. Bueno, y un gorrión, que seguramente se habría quedado arriba, esperándome en la superficie del lago.

—En las pruebas... estabais vosotros —les confesé.

Robert me miró con curiosidad al principio, aunque después vi cómo fruncía el ceño mientras desviaba la mirada. Parecía pensativo.

—Creo que recuerdo algo... La Dama del Lago debió utilizarme, pero apenas recuerdo nada. Eso demuestra que poseía un gran poder. Tan solo tenía la sensación de que debía encontrarla y protegerla, aunque no sé si solo fue mi deseo o quizá lo logré —comentó.

—Me guiaste en la oscuridad. Tenía que confiar en ti y en lo que nos unía para alcanzar el final de aquel espacio oscuro y lleno de voces conocidas que intentaban hacer que me desviara del camino —le expliqué. Pero después miré a Azariel. Permanecía demasiado callado, y cada vez sentía un mayor miedo en mi corazón—. En mi última prueba, en la que apareció esta espada..., estabas tú. La Dama me sugirió que te matara para que dejases libre a mi hermana.

Azariel hizo una mueca, aunque no se movió del sitio. Robert me miró con sorpresa, pero yo solo tenía ojos para el chico que había estado a mi lado incluso desde antes de lo que me imaginaba. Di un paso hacia delante.

—Mi hermana. ¿Te sabes su nombre? —le pregunté. Sabía que, por su naturaleza, no podía mentir.

—No me preguntes eso —me pidió en voz baja, esquivando mi mirada para fijar la suya en el suelo.

Me acerqué otro paso.

—Se llamaba Diana. Éramos gemelas. Íbamos a pasar juntas el verano —le dije. Empecé a sentir cómo las lágrimas luchaban por brotar de mis ojos—. ¿Estuviste allí? ¿Fuiste tú quien me rescató aquel día?

—Sofía, por favor...

—Eres mi protector, ¿no? ¿Desde cuándo? —insistí. Estaba empapada, pero podía notar cada lágrima que escapaba y surcaba mis mejillas como si fuera fuego lamiendo mi piel—. ¡Respóndeme! ¿Fuiste tú quien me sacó del río aquel día?

Finalmente, Azariel levantó la vista, reflejando unas emociones contenidas que no supe identificar por estar demasiado ocupada gestionando las mías.

—Sí.

Capítulo 2

Por un momento nos quedamos en silencio, tan tenso que podría cortarse con el filo de mi nueva espada. No podía creerlo. Lo tuve delante de mis narices todo ese tiempo, pero no fue hasta la revelación de la Dama del Lago cuando pude ver la conexión. Por eso el motivo de aquella última prueba. En realidad, era lo que había sucedido.

—¿Por qué...? ¿Por qué lo hiciste? —le pregunté con un hilo de voz cuando esta volvió a mi garganta y se atrevió a salir por mis labios temblorosos.

Azariel me miraba compungido.

—Tenía instrucciones que seguir. Me ordenaron que te protegiera —me contestó con vacilación—. A ti.

—¡¿Y qué pasa con mi hermana?! ¡Podrías haberla salvado! ¡Podrías haberme dejado que la salvara! —grité con todas mis fuerzas. Deseé llegar a su altura y golpearlo, o usar mi espada contra él, como debería haber hecho durante la prueba.

La cueva a mi alrededor empezó a temblar, como si la piedra tuviese vida propia y miedo de mi ira. El agua de la catarata rugió con más fuerza.

—Solo tenía que salvarte a ti.

Aquella frase, dicha con tanta facilidad y carente de emoción alguna, me rompió por dentro. Cogí sin pensarlo una piedra y se la lancé directa a la cabeza.

—¡Eres un monstruo! ¡Mataste a mi hermana! ¡Tú lo hiciste! —exclamé con toda la ira acumulada.

Misteriosamente, aparecían cada vez más piedras a mi alrededor y no dudaba en usarlas para lanzárselas. Él levantó el brazo a modo de escudo, pero no evitó ninguna de ellas. Yo seguí gritándole enloquecida, hasta que finalmente me acerqué a él y lo empujé hacia fuera, hacia el agua.

—¡Vete de aquí!

Rompí a llorar en el momento en el que escuché el trote de un caballo alejándose, para después zambullirse en el lago y desaparecer. Maldije al kelpie llamado Azariel una y mil veces, consumida por el dolor de revivir de nuevo la pérdida de mi gemela, de Diana.

Si Robert había sido utilizado por la magia de la Dama del Lago, sin duda él también había tenido que formar parte de aquel momento. Recordé sus palabras: «Esto es lo que soy», y yo no quise creerle. Pensaba que solo estaban intentando que desconfiase de él, engañarme para que usara la espada en su contra. Pero en realidad era la pura verdad. Azariel pudo haber salvado a mi hermana, ¡podría haberlo hecho! Y sin embargo solo siguió las órdenes de quien fuera que le hubiese ordenado ser mi protector. No tenía corazón, ahora lo sabía. ¿Por qué había pensado que sí lo tenía, que de verdad se preocupaba?... Me había engañado.

—Señorita Sofía... —me llamó Robert al cabo de un rato.

Su voz dulce me hizo levantar la cabeza. Estaba de rodillas, tirada en el suelo de aquella cueva que poco a poco había dejado de temblar, a la par que iba quedándome sin lágrimas que derramar.

—Lo siento, casi provoco otro accidente y nos quedamos aquí sepultados —murmuré.

Él se acercó hasta mí y puso una mano sobre mis hombros a pesar de que no podría ofrecerme la calidez de una persona física.

—No se preocupe por eso. Pero hay algo que debería decirle, dadas las circunstancias actuales. —Su voz adquirió un tono más serio y preocupado, así que atendí a sus palabras—: Antes escuché una conversación de Azariel con aquel otro kelpie, el pelirrojo.

—¿El que parecía escocés, que lo amenazó en el barco? —le pregunté para estar segura.

Asintió.

—Mencionó algo sobre una misión en concreto que Azariel tenía que cumplir. No se trata solo de que alguien le ordenase vigilarla, sino que al parecer tiene la orden de llevarla con ese feérico —me contó en voz baja—. No he podido decírselo antes porque no quería preocuparla de más antes de su prueba. Sin embargo, tengo que hacerle notar que Azariel mantiene su lealtad a ese otro feérico, no a usted. No a nosotros. Puede que ni siquiera tenga intención de ayudarla realmente y solo esté guiándola hacia otro objetivo.

Su revelación no me sorprendía, ahora que sabía la verdad sobre él. Por un lado, sentía el corazón herido por lo que había hecho, y también por haber pensado que podía confiar en él, que podía considerarlo un amigo; por otro lado, no estaba dispuesta a continuar con aquel juego de seguirlo a todas partes. Ya no, ahora que estaba donde quería.

—Entonces ya no lo necesitamos más —dije decidida mientras me ponía de pie—. Estamos en Gandara, así que ahora podremos continuar por nuestra cuenta.

Robert se mostró receloso.

—¿Es prudente hacer eso? No conocemos esta tierra, y yo no puedo ayudarla como podría hacerlo él si...

—Tengo esta espada. No será muy difícil usarla. —La saqué de su funda para comprobar que estaba tan afilada como en la prueba—. Solo hay que clavarla por la punta, ¿no?

Él sonrió divertido, pero negó con la cabeza segundos más tarde.

—No es un juguete, señorita Sofía. Podríais haceros daño.

—No soy ninguna princesita delicada, Robert —repliqué mientras volvía a enfundarla—. Y, según parece, también tengo un poder especial cuando toco el violín. Ahora que sé de lo que puedo ser capaz, no dejaré que me engañen tan fácilmente.

Fijó su mirada en la mía, y al final tuvo que claudicar y asentir. Puede que no le gustase la idea de separarnos de Azariel y dejarlo plantado, pero no pensaba dejarme llevar por él hasta cualquier otro sitio que no fuese el camino para liberar a Robert. Esa era mi misión en aquella tierra desconocida, y era algo que no debía olvidar.

—Estoy seguro de que intentará rastrearla cuando sepa que no está donde debería —comentó en tono sombrío.

Me encogí de hombros para restarle importancia.

—Que lo haga si quiere —respondí—. Escucha, no sé qué o quién es el que le ha mandado para que me traiga hasta aquí y me proteja por el camino, pero sí sé que no voy a dejar que vuelvan a engañarme ni a traicionar mi confianza. Además, prometí que te liberaría, y eso voy a hacer. —Pronuncié aquellas palabras con decisión y seguridad. Era lo único en lo que confiaba: en poder cumplir esa promesa—. Bueno, ahora que estamos en Gandara, ¿tienes alguna idea sobre dónde está tu cuerpo?

Él torció el gesto.

—La verdad es que no. —Parecía atormentado con sus pensamientos, hasta el punto de llevarse las manos a su cabellera para revolvérsela—. ¡Si tan solo pudiese recordar esos últimos momentos...!

—Esta es la tierra de las hadas, ¿no? Quizá podamos encontrar a alguien o algo que nos ayude a recuperar esos recuerdos —dije tras pensarlo un momento.

—¿Y cómo encontramos esa ayuda? Yo también soy nuevo en esta tierra.

Caminé hacia la entrada de la cueva y me asomé para echar un vistazo al exterior. Estaba oscuro, pero arriba parecía haber luz... ¿Estrellas? No, parecían piedras incrustadas en la roca que brillaban con la fuerza de un firmamento. Era lógico pensar que hasta allí no llegaría la luz solar, porque Gandara era exactamente como se definía: un mundo subterráneo. En un principio me agobié un poco al pensar que estaba a saber a cuánta profundidad bajo tierra, pero intenté no pensar mucho en eso.

El lago Katrina, o más bien el segundo lago Katrina, se extendía delante de mí hasta unos gigantescos acantilados que se alzaban al fondo del todo. Aun así, este segundo lago era prácticamente tan grande como el primero.

—Azariel ha mencionado algo de una ciudad cercana llamada Rodashya... Podemos empezar por ahí.

Capítulo 3

No fue fácil salir de aquella cueva, porque resulta que estaba a bastante altura del lago, y la caída podía ser peligrosa. Sobre todo, en cuanto creí vislumbrar un lomo reluciente y escamoso de una criatura enorme emergiendo amenazadoramente de la superficie.

—Creo que sería mejor ir a pie —comenté.

Robert me siguió a través de un pequeño y estrecho paso que conectaba aquella cueva escondida con la tierra al otro lado, donde podía verse un espeso bosque a poca distancia.

—¿Podría ser eso una serpiente marina? —preguntó él, sobresaltándome cuando me dio por mirar y volví a ver ese lomo escamoso surgiendo de la superficie del lago, esta vez más cerca.

—No me apetece averiguarlo —le respondí.

Un escalofrío me recorrió la espalda al pensar que podría tratarse de una serpiente gigantesca que habitaba en aquel lago, acechándonos bajo la superficie y esperando el momento ideal para devorarnos..., o devorarme a mí, más bien.

Robert parecía frustrado, y se quejaba abiertamente de no tener a mano una libreta con la que ir tomando notas. Al principio no entendí su entusiasmo por todo aquel lugar lleno de peligros, pero después comprendí que, para él, aquello era como visitar Disneylandia un lugar de ensueño en el que todas las criaturas que imaginaba que podían existir cohabitaban sin miedo alguno con los humanos.

—Estás emocionado porque estas cosas no pueden hacerte daño en tu estado actual —le recriminé medio en broma.

Se echó a reír, contagiándome a mí.

—Y aunque pudieran hacérmelo, seguiría emocionado —me aseguró—. Esto es... asombroso. Es prácticamente inverosímil creer que pueda existir un mundo con oxígeno y criaturas a una profundidad suficiente como para no ser detectados. ¿Y se ha fijado en la bóveda que nos cubre y en esas luces brillantes? Me pregunto qué clase de material será...

—Apuesto a que Julio Verne sabía algo de esto —comenté divertida.

—¿Quién es ese señor, Julio Verne? —Me miró intrigado.

—Oh, es verdad. Por las fechas, es imposible que lo hubieras conocido —le contesté, cayendo en la cuenta—. Fue un escritor que a día de hoy sigue siendo bastante famoso por sus novelas de aventuras, como Viaje al centro de la Tierra, en la que un profesor y su sobrino deciden emprender una expedición hacia el interior de la Tierra, donde encuentran un mundo totalmente inesperado.

Robert me miró con fascinación mientras me escuchaba.

—Ojalá hubiese podido leer ese libro —comentó con algo de tristeza.

—Creo que os habríais llevado bien, Julio Verne y tú —bromeé, con la intención de evitar que pensase en todo lo que se había perdido después de tantos años prisionero y ahora devuelto a la vida en un mundo totalmente ajeno al suyo—. No sé si él fue tan hablador como tú cuando te emocionas, pero, si es así, habría sido muy divertido veros juntos debatiendo sobre cualquier cosa desconocida y misteriosa.

Reí al imaginarme la escena, y él pareció un poco avergonzado, aunque con la falta de luz solar no podía ver bien si estaba sonrojado o no.

—Mis disculpas. A veces... me dejo llevar demasiado —musitó.

Me acerqué mientras caminábamos, sonriéndole con complicidad. No pretendía que se sintiera cohibido por mostrarse tal y como era.

—¡No! No lo he dicho en el mal sentido... Me gusta escucharte. Se nota que es algo que te gusta, y además veo cómo te brillan los ojos por la emoción —le confesé con total sinceridad, algo preocupada por que se hubiera tomado mal mi comentario de antes.

Él me devolvió la mirada y ladeó la cabeza, esbozando una sonrisa tierna.

—En su caso, cuando toca el violín, siento que está mostrando su alma. Y brilla tanto que hace que mi noche se convierta en día.

Sentí que me ruborizaba hasta tal punto que seguro que se notaría incluso con aquella oscuridad parcial por el entorno en el que nos encontrábamos. Bajé la vista, aunque no pude evitar sonreír como una idiota.

—Esa frase me suena. Creo que has copiado a Shakespeare —bromeé.

—Lo sé. Esperaba que recordase esa cita —me dijo, seguro de sí mismo.

Levanté la vista un momento antes de echarme a reír, disipando un poco la tristeza que había empañado antes su mirada.

—Será mejor que sigamos —comenté tras serenarme, y eché a andar de nuevo hacia el extraño bosque que se alzaba ante nosotros.

Me resultaba curioso que hubiese un bosque tan frondoso en un lugar en el que no parecía llegar la luz del sol, pero no podía estar mucho tiempo distraída pensando en posibles hipótesis. Si no nos alejábamos lo máximo posible de la cueva, Azariel nos encontraría y me llevaría a saber dónde, menos adonde yo quería realmente.

Las raíces de los árboles de la linde del bosque sobresalían de la tierra, gruesas y deformes. Parecía realmente viejo. Una vez que nos internamos, tuve que centrarme en no tropezar ni chocarme con las ramas que se extendían por todas partes.

—Entonces..., ¿te gusta? Mi música, quiero decir —volví a hablar para romper el incómodo silencio que estaba empezando a agobiarme. No se oía nada: ni pájaros ni ninguna otra criatura que habitase por allí. Era un bosque mudo, con un aura peligrosa.

—Creo que tiene un gran talento para ello —me contestó con sinceridad.

—Pero ¿no te parece que es peligroso? —Las palabras salieron solas de mi boca. Había pensado en voz alta. Me callé, un tanto avergonzada y esperando que quizá ignorase aquella pregunta.

Pero no lo hizo:

—Solo con lo que desee conseguir. —Al mirarlo con curiosidad, continuó—: Me he fijado en que cada vez que toca el violín, lo hace por un motivo en concreto que casualmente es el que se cumple. En el puerto, deseaba tener un beneficio económico para poder comer; y en el barco, insistieron mucho en que tenía que tocar deseando sorprender a todos los invitados. Creo que su habilidad se manifiesta según la voluntad de su deseo, pero esto es solo una hipótesis.

Su argumento parecía sólido y con cierto sentido. Además, me sorprendía que él hubiera reparado en esos detalles. Robert Kirk, sin duda, era un hombre que sabía observar.

—Puede que tengas razón... No sé si es conveniente que use este poder tan a menudo, pero tendré cuidado —comenté.

—Y luego está su capacidad para manipular el elemento de la tierra —añadió—. Ese, si me permite decirlo, me parece mucho más peligroso.

—Ah, ¿sí? A mí los dos me lo parecen por igual —reconocí con un gesto preocupado—. Aunque es cierto que, cuando me enfado o me pongo nerviosa, la tierra empieza a temblar o a hacer cosas raras. Me da un poco de miedo.

Robert extendió una mano para atraer mi atención, pues tenía la vista clavada en el suelo mientras hablaba, y al levantarla hacia él sonrió dulcemente.

—No debe tener miedo de sí misma.

Esbocé una sonrisa tímida, apartando con rapidez los ojos. Sus palabras habían sonado tan dulces y tranquilas... Él no parecía tenerme miedo, sino al revés: confiaba en mí, a pesar de toda esa magia. Aquello me hizo sentir más especial que el hecho de tener aquellos poderes nuevos y peligrosos.

Sin embargo, al mirar de nuevo a nuestro alrededor, me percaté de una extraña niebla que se había extendido por todo el bosque y que nos impedía ver más allá de los árboles que teníamos a pocos pasos de nosotros.

—¿Qué es esta niebla? —pregunté.

Robert frunció el ceño mientras la examinaba, intranquilo.

—Ha aparecido de repente. No me gusta nada —confesó.

Seguimos caminando hacia delante, ignorando si alcanzaríamos el final de aquel bosque o nos perderíamos más en él. Intentaba recordar dónde estaba el cauce de un río que había divisado antes, al salir de la cueva, y que seguramente conduciría a la ciudad de Rodashya. Sin embargo, al final dejé de escuchar el rumor del agua y me puse nerviosa al pensar que nos habíamos perdido.

—Robert, ¿y si nos separamos y buscamos el río? Si lo encontramos, solo tendremos que continuar sin despegarnos de este, aunque caminemos por su orilla —le propuse.

—Me niego a dejarla sola, señorita Sofía —me dijo bruscamente, mirándome con la decisión ya tomada en sus ojos castaños—. Lo buscaremos juntos.

En el fondo, agradecí que no hubiese aceptado mi idea. Quizá habría sido peor separarnos. Y ya que estábamos juntos, seguiríamos el viaje así.

—Creo que el río estaba por allí.

Eché a andar hacia mi derecha, pero una raíz que no vi se interpuso en el camino de mi pie y tropecé, perdiendo el equilibrio. Mi cuerpo se inclinó hacia delante, y estaba segura de que iba a caerme de bruces, pero un par de brazos me sujetaron de pronto, rodeando mi cintura y evitando la caída. Levanté la vista, extrañada.

Robert parecía estar tan confundido como yo en aquel momento. Sus brazos eran los que estaban sujetándome, y al ayudarme de nuevo a recuperar el equilibrio, fui consciente de la solidez de sus manos sosteniendo las mías.

—¿Cómo es posible? —murmuró, con sus ojos clavados en los míos.

Alcé una mano hacia su cara, temiendo aún que aquello fuera solo una ilusión, pero ahogué una exclamación al notar su mejilla contra mi palma. ¡La sentía!

—¡Puedo tocarte! ¿Qué clase de magia es esta? —pregunté sin poder creérmelo.

La expresión de Robert no salía de la confusión, pero al final se contagió de la sonrisa que esbocé de oreja a oreja al pasar mis dedos por su rostro, maravillada con aquella nueva situación. Sus ojos se desviaron hacia un punto detrás de mí, y entonces sus manos me soltaron, apartándose de mí.

Me volví hacia lo que él estaba mirando con tanta fijeza y descubrí una pequeña figura que se acercaba a nosotros con timidez. Era un niño pequeño, de cabello corto y la piel en un tono extrañamente verdoso. Nos examinó con curiosidad un momento antes de sonreír ampliamente.

—¡Nueva alma!

Capítulo 4

Aquel niño no era humano, eso desde luego. Su aspecto físico lo delataba. ¿Tal vez era de ese pueblo que había mencionado antes Azariel, Rodashya?

Me acerqué, con cuidado de no asustarlo, y me agaché hasta estar a su altura.

—¿Qué has querido decir? —le pregunté en tono inocente.

—¡Que eres la nueva! ¡Y has traído compañía! —exclamó, señalándome. Luego, al mirar a Robert, frunció el ceño—. Aunque ese hombre es extraño... Puede que él no se quede por aquí.

Con expresión confusa, me volví hacia Robert para compartir con él la misma mirada de desconcierto. Él se aproximó hasta colocarse a mi lado.

—¿Cuál es tu nombre, pequeño? —le preguntó en tono amable. Pero el niño parecía reacio a su presencia y retrocedió un paso, mirándolo con desconfianza.

—Tranquilo, no vamos a hacerte daño —añadí con una sonrisa—. ¿Quieres saber cómo me llamo? Yo soy Sofía, y él es Robert.

Aparte de su extraño color de piel, parecía un niño de lo más normal. Sin embargo, su indumentaria se veía como de otra época, con una camisa fina de lino blanco sin botones y unos pantalones oscuros junto con unas pequeñas botas marrones. A primera vista, no me parecía ropa moderna, o al menos ropa que yo misma llevaría en el mundo humano. Volví a preguntarme si vendría de la ciudad de Rodashya.

—Ya no importan los nombres. Ahora, todos somos almas para el bosque —me contestó alegremente.

Eso me hizo fruncir aún más el ceño, y como parecía que con Robert no quería hablar, tuve que preguntarle yo:

—Creo que no entiendo lo que dices. ¿Podrías explicarte mejor? —le pedí amablemente, con paciencia.

El niño suspiró como si yo fuese un poco lenta para entenderlo.

—Este es el Bosque de las Almas Errantes. Si has entrado aquí, ¡serás una de los nuestros! Seremos almas nuevas para el bosque. El bosque siempre quiere más almas, y nunca deja que ninguna se vaya. Aunque... ¿para qué alguien querría irse? —explicó, más animado—. Ya no necesitamos respirar ni dormir, ¡ni comer si no queremos! Iré a avisar de tu llegada. ¡Seguro que se alegrarán de verte!

Echó a correr entre la niebla, silencioso como una sombra. Hasta que no lo perdí de vista no me levanté, lentamente, con la mirada clavada hacia donde se había marchado mientras intentaba gestionar lo que acababa de decir.

—¿El Bosque de las Almas Errantes? —Me volví hacia Robert, que me miraba igual de preocupado—. ¿Eso significa que puedo tocarte porque...?

—Porque el bosque es mágico y convierte a todo ser vivo en un espíritu —terminó por mí la frase, dando voz a mis temores—. Atrapando almas para siempre.

—Pero, pero... —Me llevé las manos a la cabeza, intentando pensar en una solución—. ¡Entonces tenemos que salir cuanto antes! Ese niño ha dicho que tú podrías porque, técnicamente, ahora eres un espíritu. Solo tenemos que encontrar la salida.

Robert me miró con una emoción nueva que tardé en identificar: angustia. Paseó la mirada a nuestro alrededor y extendió una mano hacia aquella extraña niebla, intentando atraparla como si fuera algo sólido.

—No estoy tan seguro de que podamos encontrar la salida por nosotros mismos —confesó—. Si son ciertas mis sospechas, este bosque no dejará que se vaya... con vida.

Me miré las manos y el resto del cuerpo. No me sentía distinta, y tampoco notaba molestia o signos de que la vida se me estuviera consumiendo. Quizá formaba parte de la magia de ese lugar. Y no me gustaba nada. Me aterrorizaba más aún no darme cuenta de que aquel bosque estaba robándome la vida.

—¿Y qué podemos hacer? —Por mucho que intentara concentrarme, estaba demasiado nerviosa y deseaba escapar cuanto antes. No podía mantener la calma en una situación así. ¿Cuánto tiempo me quedaba? ¿Qué ocurría si ya era demasiado tarde?

Robert se acercó a mí y tomó mis manos entre las suyas. Aunque pudiese tocarlo, ahora me daba cuenta de que no era exactamente como si estuviese tocando a otra persona viva. El tacto seguía sintiéndose frío, antinatural, no con la calidez que irradiaría un cuerpo vivo. Tragué saliva y alcé la vista hacia él.

—Señorita Sofía, aún tenemos tiempo —me dijo en voz baja, con un tono que incitaba a la calma—. Aún puedo notar el latido de su corazón.

—Aun así, si dices que el bosque no nos dejará salir... —Desvié la vista de nuevo hacia los árboles y después a la niebla extraña del suelo—. Quizá si consiguiera trepar hasta la copa, lejos de esta niebla...

—¿Y si usa su habilidad? —me sugirió de repente, mirándome con apremio.

—Pero no sé cómo reaccionará este bosque. No es natural, sino mágico. ¿Y si no funciona en absoluto, por mucho que toque? Tardaría menos si subiese por uno de los árboles para encontrar la salida —insistí.

—Y aunque la encontrase, ¿cómo llegaría? ¿Saltaría de árbol en árbol cual ardilla? —replicó él. La intensidad de su mirada sobre la mía me dejó sin respuestas por un momento—. ¿No cree que ese niño de antes no lo habrá intentado? Probablemente, se acercó hasta aquí jugando, y al final acabó olvidando a su familia y convirtiéndose así en una de las almas que debe haber en este extenso bosque.

»Nosotros contamos con su violín, señorita Sofía. Y no solo eso, sino que también es la hija del Guardián de la Tierra, y ya hemos comprobado que ha heredado el poder de controlar ese elemento. El bosque responderá ante usted. Intentémoslo.

Su decisión parecía firme e inalterable. Yo no estaba tan segura de poder conseguirlo, principalmente porque no me sentía tan poderosa como él quería hacerme ver. Pero su argumento había dejado invalidado el mío. Aunque viese la salida, ¿cómo llegaría hasta allí a tiempo?

Asentí, devolviéndole el apretón de sus manos, que seguían firmemente unidas a las mías.

—De acuerdo. Lo haré.

Robert sonrió, dándome ánimos. Sin embargo, antes de poder apartarme para sacar el violín de su estuche, me retuvo un momento más.

—¿Puedo...? ¿Puedo pedirle un favor? —me preguntó, carraspeando brevemente. Parecía nervioso.

—Claro que sí, Robert. ¿Qué ocurre? —La verdad era que estaba intrigada. ¿Qué podría querer en un momento como ese? No teníamos precisamente el tiempo a favor, al menos por mi parte.

Tiró de mí, y antes de darme cuenta de lo que pasaba, me rodeó con los brazos, estrechándome contra su pecho. Me abrazó con fuerza y agachó la cabeza para dejarla sobre mi cabello.

Por un momento, me olvidé de respirar. No sentía su pulso ni la calidez como si estuviese vivo, pero igualmente sentía la intensidad de su alma junto a la mía. Parecíamos dos piezas de un puzle incompleto que finalmente se encontraban y encajaban a la perfección, la una junto a la otra. Cerré los ojos y le devolví el abrazo, que duró menos de lo que me hubiera gustado, pero en el que sentí más de lo que me atrevía a reconocer.

Tras unos segundos más, se apartó, rompiendo el abrazo. No me devolvió la mirada. Mantuvo la cabeza baja y las manos encogidas en dos puños.

—Mis disculpas. Sé que ha sido indecoroso por mi parte, pero... necesitaba algo así. Hace tanto tiempo ya... —me confesó avergonzado.

—Tranquilo. No me ha molestado en absoluto, así que no tienes que disculparte —lo excusé, intentando que cambiase aquella expresión. No quería que sintiese que estaba mal mostrar esa necesidad de contacto. Si yo estuviera en su lugar..., quizá me habría vuelto loca hacía mucho tiempo.

Robert levantó la vista y sus ojos castaños se clavaron en los míos. Un solo momento, y en aquella mirada expresamos más de lo que nos atrevimos a decir. Aquel abrazo puede que no volviese a repetirse, pero había sido un momento especial entre nosotros.

Sin decir nada más, saqué el violín de su estuche, junto con el arco. Me coloqué en posición, observé una vez más el bosque que nos mantenía presos... y empecé a tocar.

Capítulo 5

Me dejé llevar por la incertidumbre y la angustia del momento presente, evocando mi deseo de escapar, de salir con vida y sin que mi alma formase parte de aquel bosque extraño y aterrador. Casi grité el deseo en mi cabeza, frunciendo el ceño mientras las notas cobraban fuerza y salían con rapidez de mi violín, enterrándose en la tierra, envolviendo cada hoja y mezclándose con la niebla que nos rodeaba.

Al principio solo escuchaba el sonido de mi violín, la música que estaba creando de forma totalmente improvisada. Pero entonces algo más se unió a mi música: una especie de pulsación, como un corazón gigantesco que estuviese respondiendo al compás de mis notas. El latido del bosque.

Las ramas se movieron, provocando un susurro constante entre las hojas en la parte alta de los árboles. Sentí que el bosque estaba respondiéndome, que escuchaba mi petición. Y no solo eso, sino que también me obedecía. Con los ojos cerrados, seguí escuchando cómo el susurro de las hojas ahora pasaba al crujido de los troncos, más áspero y brusco.

Cuando terminé aquella pieza, inspiré con fuerza, abrí los ojos y aparté el arco del instrumento. Y delante de nosotros, a simple vista, estaba la salida. Podía ver la ciudad de Rodashya no muy lejos: un montón de casas de aspecto rústico apiñadas unas con otras, iluminadas en su interior indicando la presencia de vida. Estaba sorprendida. La niebla que antes nos rodeaba y lamía nuestras piernas y brazos ahora se apartaba, retirándose hacia el interior. Delante, los árboles se inclinaron, abriéndose y formando un arco en el límite del bosque.

Robert y yo nos miramos una vez antes de correr hacia la salida. Atravesamos los últimos árboles y salimos por fin del Bosque de las Almas Errantes. En cuanto lo hicimos, los árboles se movieron otra vez para cerrar aquella abertura, volviendo a tener el mismo aspecto sombrío y misterioso de antes. Varias raíces asomaron de nuevo bajo la tierra para dificultar más su acceso, quizá a modo de advertencia para que no regresásemos.

Solté un largo suspiro de alivio, y casi riéndome, me giré hacia Robert para compartir mi alegría.

—¡Nos hemos salvado! —exclamé triunfante. Él me sonrió ampliamente también y juntos compartimos aquel breve momento de júbilo. No podía creerme que lo hubiéramos conseguido, y había sido gracias a lo que él había propuesto—. Ha sido gracias a ti, Robert, por tu idea.

—Pero usted la puso en práctica —comentó, encogiéndose hombros.

Antes de que pudiera decir algo más, se acercó a mí y alzó una mano lentamente hasta mi mejilla. Pero, tal y como esperaba, no llegó a tocarme, y yo tan solo sentí una leve sensación de frío.

—Había que comprobarlo —musitó antes de retirar la mano. Intentó disimular su expresión decepcionada con una actitud positiva y centrada en nuestra misión—: Será mejor que continuemos. No deberíamos tentar más al bosque.

—Tienes razón. —Una última vez, volví a mirar hacia el bosque. Antes no podía advertirlo, pero ahora lo veía más claro: un asomo de peligro, una advertencia de no cruzar su umbral. ¿Cuántas almas habría allí atrapadas, aparte de la de aquel pobre niño?—. Ojalá pudiese salvar a ese niño... Y a todas las demás almas...

—Hemos conseguido escapar por muy poco, señorita Sofía. De momento, creo que es mejor dejarlo así... Por mucho que me pese a mí también —dijo Robert, mirando en la misma dirección que yo—. Me aferro al pobre consuelo de que todas esas almas se saben ignorantes de su prisión, y no parecen atormentadas por malos recuerdos pasados.

Apenada, desvié la vista. Tenía razón, y además era mejor hacer las cosas poco a poco. La promesa que le hice sobre liberarlo seguía en pie, y al menos en eso debía enfocarme por el momento.

—Espero que en la ciudad de Rodashya no nos esperen más problemas —murmuré, aunque ni siquiera yo me creía mis propias palabras. Guardé el violín de nuevo en su estuche y nos pusimos en marcha.

No tardamos mucho en llegar hasta las primeras casas. Las veía cada vez con más nitidez, con sólidas paredes de piedra y tejados de madera oscura. De lo que sí me di cuenta enseguida fue de que no había una muralla que rodease aquella especie de ciudad. Quizá es que allí no había enemigos a los que temer, ni tampoco criaturas salvajes.

Mientras me acercaba, advertí la figura de una persona agachada a un lado del camino, cerca de las primeras casas. Como estaba segura de que no habría humanos en aquel lugar, supuse que se trataría de algún ser feérico, pero ¿cuál? No era más grande que un niño de diez años, pero aquel ser era robusto, con unos fuertes brazos, y cargaba con una mochila bastante llena.

Miré a Robert un momento, sin hablar para no delatar su presencia. No sabía si la nueva criatura podría verlo; o peor, si tendría intenciones hostiles nada más verme. La verdad era que mi aspecto era de por sí bastante extraño, incluso con aquel vestido de mariposa que la Dama del Lago me hizo ponerme para su fiesta. Al menos tenía la espada, pero no sabía usarla. Y, por otro lado, no me parecía buena idea desenfundarla y amenazar con ella sin saber si esa criatura podría quitármela con más facilidad o amenazarme con algo peor.

Mi compañero me miró un momento con preocupación y asintió lentamente. Necesitábamos información para poder saber hacia dónde ir o qué hacer para continuar con nuestra misión, así que lo mejor sería empezar a preguntar.

Cuando estuve a unos metros de aquel ser, que seguía dándome la espalda y murmurando para sí mientras hurgaba en su mochila, carraspeé con fuerza.

—¿Eh? ¡¿Quién está ahí?! —exclamó mientras se daba la vuelta.

Sorprendida, vi que se trataba de una mujer joven, con el cabello rojo como el fuego recogido en dos gruesas trenzas. Complexión robusta, tamaño inferior a la altura media... ¿Quizá era una enana? Conocía a esas criaturas de películas populares como El Señor de los Anillos.

Ella también me examinó a mí, aunque no se fijó en ningún momento en Robert, lo que me llevó a pensar que quizá no era consciente de su presencia ni podía percibirlo de ninguna forma.

—¿Qué eres tú?... Ah, eres una elfa —se contestó a sí misma, y olisqueó el aire delante de mí sin disimulo—. Sí, hueles como uno de ellos, aunque no tan limpio. ¿Ahora las fiestas se celebran en algún cenagal? —Se echó a reír por su propia broma. Yo fui a replicar, pero levantó una mano—. No me respondas. Me importa una mierda de trol lo que digas, sinceramente.

Me dio la espalda, con total tranquilidad, como si no llevase una espada afilada encima que pudiese usar contra ella si me lo proponía, y siguió con lo suyo. No sabía cómo reaccionar ante aquello, pero sobre todo no sabía qué pensar tras haberme llamado elfa. ¿A qué se refería con eso? Miré a Robert, buscando con la mirada alguna posible explicación, pero él la rehuía a propósito. Eso me hizo sospechar aún más.

—Es una mujer enana —me dijo en voz baja, por si acaso yo aún no lo había captado—. Según mis estudios, esta raza no es demasiado sociable.

«De eso ya me he dado cuenta», pensé molesta. Aun así, no parecía muy hostil, y estaba claro que no me consideraba lo suficientemente peligrosa como para desconfiar. Volví a intentarlo:

—Yo no soy... —Me trabé con mi propia lengua.

—¿No eres una elfa? ¿Eso ibas a decir? —replicó rápidamente, aún sin mirarme—. Chica, llevo toda la vida pensando que cualquier tipejo estirado, vestido de forma elegante, con orejas puntiagudas y que apesta a magia era un elfo. ¡Perdóneme, señorita misteriosa! —exclamó antes de soltar otra carcajada.

Pero en vez de prestarle atención, me había llevado una mano a la oreja, y cuando noté la parte superior repentinamente alargada en forma de punta, el corazón se me paró de golpe. Miré a Robert aterrorizada. ¡¿Por qué tenía orejas puntiagudas?! Me devolvió la mirada con algo de pesar.

—Aparecieron al llegar aquí, quizá después de su contacto con la magia de la Dama del Lago —intentó explicarme.

Justo en ese momento, la enana se giró hacia mí, de repente interesada. Me observó con curiosidad y entrecerró los ojos mientras me examinaba con atención.

—En realidad, sí que me interesa algo de lo que puedas decir, chica que no es una elfa —dijo entonces—. ¿De dónde sales tú?

—¿Por qué te interesa saber eso? —le pregunté por mi parte, con desconfianza.

Se encogió de hombros.

—No todos los días se ven elfos por aquí. Oh, perdón, quería decir «elfos que dicen no ser elfos» —dijo con tono burlón.

Apreté los puños con fuerza. Quise replicarle igual que había hecho con otras personas que intentaban meterse conmigo —Azariel incluido, claro—, pero necesitaba ser amable para conseguir algo de información de la chica, por muy descarada que fuera. En aquel sitio tenía que ir con mucho cuidado.

—Vengo del bosque —le respondí secamente.

Ella arqueó las cejas, sorprendida, y se inclinó para mirar detrás de mí.

—¿Del Bosque de las Almas Errantes?

—Sí, el mismo.

La mujer enana me escrutó con mucha más curiosidad que antes. Tras echarme una mirada de arriba abajo, ladeó la cabeza.

—Y no te has convertido en un espíritu... ¿Cómo has conseguido salir? —me preguntó a bocajarro.

—Pues a pie.

—Nadie puede salir del Bosque de las Almas Errantes —soltó ella, frunciendo el ceño—. Y si no fuera por lo que eres, te diría que estás mintiéndome. Pero eso no es posible para vosotros, así que está claro que estás diciéndome la verdad. De modo que, ¿cómo lo has hecho?

La miré sorprendida. Realmente estaba intrigada por conocer la forma en la que había logrado salir de, aparentemente, un lugar imposible de escapar. Y decidí usarlo a mi favor:

—Te lo diré... a cambio de información —le propuse, aparentando una seguridad que no tenía.

Me devolvió la mirada con diversión y esbozó una sonrisa ladeada mientras se cruzaba de brazos.

—Bien, pues vamos a negociar.

Capítulo 6

—Cuidado con las palabras que emplee —me advirtió Robert detrás de la mujer enana, que me observaba con una sonrisa de suficiencia—. Presiento que aquí hay que decir las cosas con mucho tacto.

Eso solo logró ponerme más nerviosa todavía. ¿Cómo podría formular mi petición sin revelar demasiado y sin que quedase alguna laguna por la que ella pudiera escurrirse? Estaba claro que aprovecharía cualquier resquicio para sacar algo a su favor. Pensé que esto se parecía a esos cuentos en los que un joven se encontraba una lámpara mágica y despertaba a un genio que le concedía deseos. Pero, claro, el chico debía pedirlos bien, o podrían ser interpretados a placer por el malvado genio.

—¡Vamos, que no tengo todo el día, guapita! —exclamó mientras daba pequeños golpes con el pie contra el suelo.

—Necesito saber... —Me paré un segundo, vacilante, pero enseguida me obligué a continuar—: Necesito saber a quién o qué necesito para recuperar la memoria.

Bien, eso no era ni demasiado ambiguo ni tampoco daba demasiados detalles.

La joven enana resopló, divertida.

—¿Qué pasa, se te fue la mano con el alcohol en la última fiesta de estirados? —me preguntó con sorna—. Mira que eres tonta, chica. Los enanos no tenemos ni idea sobre magia o pociones o lo que sea que pueda hacer eso que pides. ¿Quieres saber mi opinión? Si lo has olvidado, es por algo. Así que quizá sea mejor no remover el pasado.

Hice una mueca, sin responder a su comentario. La verdad era que no tenía mucha idea sobre nada de aquel nuevo mundo, pero podía aprender deprisa. Por ejemplo, ahora sabía que aquella chica no iba a ayudarme mucho.

—Sin embargo... —añadió entonces como si tal cosa, mirándose con interés las uñas de sus manos enfundadas en unos guantes sin dedos—, sé quién podría conocer la solución a tu problema. —Me miró con picardía, como quien sabe que vuelve a tener la sartén por el mango—. Hay un tipo en el Mercado de Rodashya a quien recurre quien esté buscando cualquier información. Apostaría mi mejor pieza de ébano a que él puede devolverte tu memoria.

Esperé ilusionada a que continuase, pero se calló y no siguió hablando más. La miré con el ceño fruncido.

—Está bien, el Mercado de Rodashya, entonces. ¿Y cómo se llama? —insistí.

—No tengo por qué decírtelo.

—¿Por qué no?

—He respondido a tu pregunta, ¿no? O a tu petición, más bien. Has dicho: «Necesito saber a quién o qué necesito para recuperar la memoria», y yo te he dicho que sí que existe alguien que podría ayudarte con eso. No me has especificado que te dijera su nombre o cómo encontrarlo —argumentó, levantando un dedo de la mano a modo de profesora—. Y, por cierto, ¿alguna vez has estado en el Mercado de Rodashya? No es precisamente un mercado de tres al cuarto. Es el núcleo comercial de este primer estrato de Gandara —añadió, empleando el tono que utilizaría alguien para hablarle a un niño más pequeño, dejando claro que, sin su ayuda directa, no encontraría jamás a ese feérico. Al final, había conseguido salirse con la suya.

—¿Y cómo sé que estás diciéndome la verdad? —repliqué en tono acusatorio.

Ella fingió sorpresa.

—¿Por qué iba a mentir? Puede que los enanos estemos libres de poder decir lo que nos plazca, pero te doy mi palabra de que todo lo que te he dicho es verdad. —A la par que decía aquello, se llevó una mano al corazón y se inclinó en un gesto respetuoso. O tal vez burlón, por el carácter que estaba mostrando aquella mujer enana.

—Dice la verdad —me dijo la voz de Robert, esta vez en un tono normal, dado que la chica que tenía delante no parecía ser consciente de su presencia—. Si los enanos dan su palabra sobre algo, deben cumplirlo. Es similar a una promesa para nosotros.

No hice ningún gesto para no delatarlo, pero bajé la vista un instante y la subí momentos después, a modo de asentimiento.

—Y ahora, señorita estirada, dime lo que quiero saber: ¿Cómo saliste del Bosque de las Almas Errantes? —me pidió con voz un poco dura, cruzándose de nuevo de brazos.

No vi motivo alguno para ocultarle la verdad, así que simplemente se la conté:

—Soy violinista. Recientemente descubrí que tengo una habilidad especial con la música, así que toqué para el bosque y este me mostró la salida —resumí en pocas palabras.

Sin embargo, a la mujer enana que tenía delante no pareció bastarle, porque frunció el ceño con tal intensidad que parecía que sus cejas iban a juntarse y a fusionarse en una sola.

—¿Y ya está? —replicó, como si estuviese poco impresionada—. La verdad es que esperaba otra cosa. Está claro que no eres una violinista cualquiera y que esa música debe ser muy especial.

—¿Tan impresionante es haber escapado de ese bosque? ¿De verdad nadie lo ha logrado antes que yo? —le pregunté extrañada.

—¿Por qué crees que ese maldito bosque está lejos de todo? Ni las criaturas de mentes más simples se acercan por allí. Ese lugar ha atrapado a más almas feéricas de lo que cualquiera de por aquí está dispuesto a reconocer. Muchos habitantes de Rodashya han perdido a seres queridos, familiares y amigos, porque estos son lo suficientemente estúpidos como para intentar romper el maleficio o lo que sea que impida a esas almas salir —me explicó con gesto serio. Entonces, pareció maquinar algo dentro de su cabeza, mirándome con suspicacia. Fue tan rápido que apenas llegué a percibirlo—. Haremos otro trato.

—Cuidado —me advirtió rápidamente Robert—. Los tratos suelen beneficiarlos más a ellos que a usted. Ya ha podido comprobarlo.

Permanecí alerta y me puse un poco en guardia mientras observaba a aquella mujer enana.

—¿Qué quieres?

Se acercó un paso hacia mí, alzando la cabeza en un gesto desafiante.

—Quiero la partitura de la pieza de música que usaste para salir de ese bosque —me dijo sin tapujos.

—Pero... la pieza en sí no ha tenido mucho que ver. Lo sabes, ¿no? Ha sido por mi magia —le aclaré, por si acaso no lo había pillado.

La chica me bufó por respuesta.

—¡Ya lo sé, tonta! Pero quiero la partitura. Quiero una copia de la música que usó la violinista refinadita de ojos raros para salir del Bosque de las Almas Errantes —volvió a decir, esta vez añadiendo más apodos hacia mi persona que no sabía si tomarme como una burla descarada o como un insulto propiamente dicho.

—Tendrás tus motivos, supongo —musité, encogiéndome de hombros ante su hermetismo—. ¿Y qué ofreces a cambio de eso?

Ella me sonrió ampliamente y extendió una de sus manos enguantadas hacia mí.

—A cambio, te llevaré yo misma hasta el informante. ¿Hay trato o no?

Robert abrió mucho los ojos, sorprendido.

—Es un buen trato. No veo ningún vacío legal —me dijo—. Aunque eso no significa que no lo haya. Señorita Sofía, aclare bien los términos del trato. Repítalo todo si hace falta para que no nos la juegue —me aconsejó.

Y, por supuesto, le hice caso.

—Te plasmaré en una hoja la partitura de la pieza musical que utilicé en el Bosque de las Almas Errantes, y en el día de hoy me llevarás hasta el Mercado de Rodashya y me presentarás a ese informante del que hablas. Solo hasta que quede frente a él y pueda verlo, quedaré satisfecha —repetí, extendiendo la mano también pero sin llegar a coger la suya. El corazón me latía a mil por hora. Si todo salía bien, estaría más cerca de avanzar en la misión de liberar a Robert Kirk.

Ella no lo pensó demasiado. Sonrió divertida al tener que oírme repetirlo todo y accedió, estrechándome la mano con fuerza.

—Trato hecho. Ahora, dame mi partitura —me exigió.

Quizá fuera por el ambiente mágico de Gandara o tal vez porque estaba convirtiéndome cada vez más en uno de aquellos seres, pero noté cómo el aire cambiaba entre nosotras. Era como si un vínculo mágico nos hubiera conectado, y hasta que los términos no se cumpliesen, ese vínculo seguiría palpitando como un pulso invisible de magia. Aparté la mano y sonreí con malicia.

—¿Quién ha dicho que tenga que darte la partitura ahora? —comenté como si nada—. He dicho que la plasmaría en una hoja, y eso pienso hacer ahora mismo. Pero te la daré solo cuando tú cumplas con tu parte del trato.

La enana me miró boquiabierta. Seguramente no se esperaba que alguien como yo se la devolviese tan rápido. Por unos segundos se quedó así, estupefacta, y pensé que iba a enfadarse, hasta que rompió a reír en carcajadas tan sonoras que temí que alguno de los habitantes de las casas más cercanas se asomase por alguna ventana para mirarnos con mala cara.

—¡Aprendes rápido! Ha sido una buena jugada —me dijo—. Está bien, elfita rara, te llevaré con el informante cuando termines de escribirla. Pero que conste que confío en ti lo suficiente como para permitírtelo, ¿me oyes? De cualquier otra forma, solo tendría que meterte un tiro entre ojo y ojo y quedarme con lo que es mío.

Capítulo 7

Saqué mi pequeño cuaderno de la mochila y comencé a escribir la partitura en una hoja en blanco. Mientras plasmaba las notas en tinta, sentí la espada pendiendo de mi cintura y el peso de mi violín en la espalda. De reojo, vi que Robert se había alejado en dirección a las casas de los límites de Rodashya para examinarlas más de cerca. Y en cuanto a la mujer enana...

—Bonita espada —me dijo, con la mirada totalmente fija en esta, examinándola sin disimulo—. ¿Es tuya o la has robado?

—No la he robado —le contesté con brusquedad mientras seguía concentrada en la melodía que aún resonaba en mi cabeza.

La enana gruñó a modo de respuesta.

—Han tenido que dártela, entonces —se respondió a sí misma. Parecía que no sabía estar callada demasiado tiempo—. ¿Y quién habrá sido? ¿Tu novio? ¿Novia, tal vez? Alguien que sí sepa usarla, desde luego.

—¿Y qué te hace pensar que yo no sé usarla? —repliqué, levantando la cabeza de golpe para fulminarla con la mirada.

Ella resopló, divertida.

—Si hubiera estado ante una guerrera, no te habría dado la espalda —me contestó—. Y no vas vestida precisamente para entrar en batalla. De hecho, me intriga bastante saber de dónde vienes con exactitud. —Miró hacia el bosque—. Más allá del bosque no hay nada documentado, pero sí que está cerca el lago Katrina. Y su entrada está custodiada por la Dama del Lago, si no recuerdo mal. —Desvió de nuevo la vista hacia mí, que la observaba con recelo, y sonrió—. Es conocida por sus fiestas con sus ninfas y dríades, incluso aquí. Pero es raro que deje entrar a alguien por la puerta que guarda. Debiste caerle bien. ¿O es que tocaste algo especial para ella?

—Da lo mismo de dónde venga o lo que haya hecho para conseguirlo —le dije un poco molesta. Aquella joven enana era bastante observadora. Terminé la partitura y se la mostré, pero sin dársela—. Mira, ya he terminado. Ahora, te toca guiarme hacia el Mercado de Rodashya.

Ella se llevó la mochila a la espalda, al igual que yo tras guardar de nuevo el cuaderno.

—Espero que no seas una de esas hadas mestizas salvajes. No quiero tener nada que ver con esa chusma —comentó, mirándome de reojo.

—¿No decías antes que yo era una elfa? ¿Y a qué te refieres con hadas mestizas y salvajes?

—¡Mierda de trol! ¿Es que no sabes nada de nada? —me preguntó en vez de seguir andando—. ¿Cuál es tu nombre, elfa rara?

Robert me hizo una señal para que lo mirase.

—No diga su verdadero nombre. Podría desvelar su paradero a quien sí está buscándola —me advirtió.

Asentí de forma imperceptible.

—Yo..., eh..., me llamo...

Estaba costándome dar con algún nombre falso. Ya no solo porque estaba repentinamente con la mente en blanco, sino porque no podía mentir. Intenté darle la vuelta a la situación; con ingenio, podría conseguir salir de esa y responder con un nombre que fuera mío y que a la vez no fuera mi verdadero nombre.

—Violinista. Soy la Violinista —respondí finalmente, mirándola con decisión. Así me habían llamado antes, varias veces, por lo que podía decir que ese apodo convertido en nombre me representaba.

La enana me miró y se echó a reír.

—No es tu verdadero nombre, pero si has podido decirlo es porque respondes a él. —No pareció muy molesta con la respuesta, como si en realidad no le importase tanto—. Yo soy Drinda. Y sí, es mi nombre de verdad —añadió con sorna antes de echar a andar hacia la calle que se intuía entre dos de las casas más cercanas.

La seguí a poca distancia, y Robert se puso a mi lado, casi rozándome. Aunque era imposible por su estado incorpóreo, podía sentir una especie de energía electrizante recorriendo mi brazo. Él no podría ayudarme en un plano físico, pero igualmente agradecía no sentirme sola en aquel lugar, siguiendo a Drinda hacia lo desconocido.

Una vez que entramos en la ciudad de Rodashya, pude ver mejor y con más detalle las casas que la poblaban. Hechas de sólida piedra, algunas tenían lo que parecía ser una chimenea sin usar, y todas, por lo general, mostraban un aspecto más bien rústico y antiguo, tan apelotonadas unas con otras que me generó cierta sensación de claustrofobia. Las ventanas permanecían cerradas a cal y canto; muchas, a oscuras, pero otras con cierta luz iluminando el interior.

—Ya que eres nueva por aquí, te explicaré un poco cómo va —comenzó a hablar de nuevo Drinda, por delante de mí y sin volverse—. Estamos en Rodashya, la principal ciudad con el mercado más importante de este estrato.

—¿Estrato? ¿Quieres decir que Gandara tiene niveles o algo así? —no pude evitar preguntar.

Ella se volvió para mirarme con los ojos muy abiertos.