Vientos de magia - Esther Carretero - E-Book

Vientos de magia E-Book

Esther Carretero

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Beschreibung

Una guerra se cierne sobre el pueblo feérico. Y una fuerza oscura despierta para arrasarlo todo. ¿Será capaz de descubrir su destino y hacerle frente? Y su corazón, ¿estará a salvo durante el camino? La vida no ha vuelto a ser la misma para Sofía tras descubrir su origen y toda la aventura que la llevó a conocer el mundo de Gandara. Mientras intenta encontrar su lugar entre su familia, sus amigos y, sobre todo, darles sentido a los sentimientos de su corazón tras los últimos acontecimientos, se verá envuelta en el juego de poder, ambición y política entre elfos, hadas y otras criaturas mágicas, acompañada por su protector, Azariel. O tal vez no. El equilibrio del mundo de las hadas se ha roto, y el papel de los Guardianes está siendo cuestionado. Sofía se convertirá en la pieza clave, de modo que tendrá que actuar cuanto antes si no quiere acabar perdiendo todo lo que ahora es importante para ella.

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Vientos de magia

VIENTOS

DE

MAGIA

Trilogía Gandara

vol.3

Esther Carretero

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal).

Diríjase a CEDRO (Centro Español De Derechos Reprográficos). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

© de la fotografía del autora: Archivo de la autora

© Esther Carretero 2024

© Entre Libros Editorial LxL 2024

www.entrelibroseditorial.es

04240, Almería (España)

Primera edición: agosto 2024

Composición: Entre Libros Editorial

Ilustraciones: Sira Miralles

ISBN: 978-84-19660-48-0

ÍNDICE

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Capítulo 58

Capítulo 59

Capítulo 60

Capítulo 61

Capítulo 62

Capítulo 63

Epílogo

AGRADECIMIENTOS

Para todas aquellas personas que guardan aún la esperanza de un mundo mejor, con más sueños de los que se hacen realidad.

Capítulo 1

Hacer creer a tus padres que has muerto no es un trago fácil de digerir. Me costaba mucho aceptar la idea de tener que decirles adiós, de saber que no volvería a esa casa a la que hasta hacía no mucho había llamado hogar. Aunque pudiese verlos, tendría que ser desde la distancia, porque para ellos yo habría fallecido junto con Diana hacía ya más de un año, en aquel río.

Pensarlo provocaba unos pinchazos molestos en mi corazón, que no disminuían a pesar del tiempo ya transcurrido desde que asimilase la noticia. Al fin y al cabo, aunque no fueran mis padres biológicos, eran los únicos que yo conocía, quienes me habían criado durante veintitrés años. Y de la noche a la mañana, como quien dice, resultaba que tenía nuevos padres con los que lidiar.

Había pasado casi un mes desde que llegué a Gandara, el mundo subterráneo repleto de hadas, centauros, faunos, elfos... y magia. Un mes desde que descubrí que no era una chica humana corriente, sino una elfa hechizada para parecer humana en el mundo normal hasta que estuviese lista para volver a lo que todos consideraban mi verdadero hogar. Era la hija de Brimstone, el Guardián de la Tierra, y de Alanna, la Guardiana del Agua. Una descendiente prohibida según las reglas de aquel mundo. A los guardianes no se les permitía casarse ni tener hijos, para evitar así que se desviaran de su verdadero cometido: vigilar la fuerza de su elemento en cuestión.

El agua, el fuego, el viento y la tierra fluían en armonía dentro del Árbol de la Vida, llamado Galardi, y era este quien elegía a aquel feérico con potencial para albergar el poder elemental en su interior. Una descendiente de dos guardianes suponía un cambio en lo conocido, pues ahora yo había heredado esos poderes. O, al menos, en teoría.

Desde mi enfrentamiento con Irnan, el Guardián del Fuego que intentó hacerse con el dominio, no había vuelto a usar ninguno de mis poderes elementales. Nada en absoluto. Al principio pensé que sería por el agotamiento o la pena, pero aún resultaba inútil cualquier mínimo conjuro. Quizá a Galardi no le había gustado que convirtiese a su guardián en un árbol de plata que se alzaba sobre el Reino del Fuego.

Todo se había complicado más desde entonces. El Palacio del Reino del Fuego se había inundado, y habían tenido que pasar semanas hasta que por fin el terreno de alrededor comenzó a secarse. No solo eso, sino que el propio elemento del fuego se había descontrolado, y Galardi todavía no había dado señal alguna de escoger a un nuevo guardián. Según me contaron, se trataba de una situación similar a lo que pasó —y seguía pasando— con el Reino del Viento.

Además, el Consejo feérico no confiaba en mí precisamente. Los había salvado de Irnan, pero yo misma seguía siendo un peligro para los feéricos al contener un poder capaz de neutralizar un reino entero. Por ello, habían decretado una especie de arresto domiciliario sobre mí, hasta que Alanna y Brimstone pudieran convencerlos de que no era ningún peligro. Ellos serían mis mentores y custodios para que pudiese dar la talla de lo que ahora, según el resto de los feéricos, era: una especie de princesa feérica.

Caí al suelo de culo, soltando un quejido. La espada de madera se me escurrió de la mano mientras la punta de su adversaria me apuntaba directamente. Al levantar la vista, Brimstone sonrió.

—Estás mejorando —me dijo animado.

—¿Te parece que esto es mejorar? —repliqué, molesta por que me hubiese derribado. Estaba segura de que podría haber esquivado aquel golpe de no haber estado distraída pensando en el pasado.

Brimstone apartó su espada de prácticas y me tendió la mano. Parecía divertido.

—Hace unos días te habría derribado en menos de dos minutos. Últimamente aguantas en pie un poco más —me animó medio riéndose.

En cuanto me puse de pie, aparté la mano y me volví hacia mi espada.

—Estaba distraída —murmuré de forma evasiva.

—Eso ya lo he notado. —Se me acercó, poniendo una mano sobre mi hombro—. ¿Es por lo de...?

No quise mirarlo porque me sentía incapaz de hacerlo en ese momento. Hacía poco que Brimstone había conseguido que el Consejo feérico me diese permiso para pasar un par de días con mi familia humana, a fin de despedirme antes de que fuesen hechizados; tanto de ellos como de mis amigos, a quienes echaba terriblemente de menos. Sentí de nuevo otro pinchazo en el corazón.

—Es que... no sé si seré capaz llegado el momento —le confesé.

Tras unos segundos, Brimstone pasó el brazo libre por mis hombros y me abrazó.

—Lo comprendo, hija. Pero es lo mejor. Los humanos no pueden saber de nuestra existencia. Es una forma de protegerlos de sus mentes demasiado frágiles para asimilar tal cosa, y también de protegernos a nosotros —me explicó.

Me aparté de su abrazo de mala gana.

—Lo sé, lo sé —acepté, poniéndome de nuevo en guardia con la espada en alto—. Que me lo repitas una y otra vez no lo hará más llevadero. Sé lo que tengo que hacer, y sé... sé dónde quiero estar.

—¿Estás segura de eso? ¿Completamente segura?

Brimstone me miró con seriedad; yo, con el ceño fruncido, pretendiendo estar indignada por poner en duda mis palabras. Les había dicho que quería quedarme allí, en Gandara, porque en el fondo debía reconocer que no podía seguir viviendo en el mundo de los humanos. Solo pondría en peligro a mis padres y a mis amigos mientras intentaba ser algo que ya no era. Todo había cambiado desde el mismo momento en el que atravesé ese portal en busca de leyendas perdidas.

—Sigamos practicando —le pedí—. Aunque no sé por qué te empeñas en enseñarme a manejar la espada. ¿Sabes que podría estar practicando con mi violín?

Brimstone aceptó el cambio de tema y sonrió, poniéndose de nuevo en guardia, imitando mi postura.

—Eres mi heredera, y portas la espada de la familia. Creo que es necesario que sepas utilizarla en caso de extrema necesidad.

Empezamos de nuevo con la lección de esgrima, siendo él el atacante y yo la que defendía.

—¿Por qué? Para todos soy una especie de princesa feérica, así que estaré vigilada de sobra. ¿Acaso eso me convierte...?

—Te convierte en un objetivo para quienes piensan que los cambios no irán a mejor con tu presencia —terminó él.

Sus estocadas eran cada vez más rápidas, pero yo había estado fortaleciéndome con sus ejercicios cada día mientras permanecía en el Palacio de la Tierra, así que pude esquivarlo con facilidad, alejándome un par de pasos. Unos segundos después intercambiamos los papeles, siendo yo la que atacaba y él quien se defendía.

—¿Crees que intentarán matarme?

—No me fío de nadie. Y está visto que, por mucha magia que haya, la maldad acecha en cada esquina. No es algo solo propio de los humanos. —Bloqueó con facilidad mi espada y con una finta volvió a desarmarme, dejando el filo de su arma rozando mi cuello—. Debes vigilar tu espalda cuando yo no pueda estar a tu lado, o tus guardias.

—Bueno, Alanna está ocupándose de la parte diplomática, ¿no? —dejé caer, aludiendo a la Guardiana del Agua, mi madre biológica.

Él suspiró. No le gustaba nada recordarla, pues seguía enfadado con ella tras su engaño haciéndose pasar por mi madre humana para seducirlo. Apartó la espada y me dejó unos segundos para recoger de nuevo la mía.

—Tu madre... Ella es quien nos ha metido en todo este lío, en primer lugar —replicó con hastío—. Yo solo pretendo protegerte de su maldito juego de poder.

Sus ataques fueron un poco más serios de lo acostumbrado durante la siguiente ronda, quizá por la imagen de Alanna en su mente provocada por mis palabras. Pero yo no era tan torpe como creía. Puede que no fuera tan hábil con las armas, pero sí aprendía deprisa, y Brimstone cometía el error de repetir sus movimientos una y otra vez. Así que solo tuve que cambiar de estrategia, esquivar su espada y golpearlo en la muñeca para que la soltase. Cuando mi estoque apuntó a su pecho, sonreí victoriosa.

—Lo sé... Gracias por tu ayuda, Brimstone —le agradecí, demostrándole que sus lecciones iban surtiendo efecto.

Él me sonrió con cierto orgullo en sus ojos.

—¿Ves como sí has mejorado?

Capítulo 2

Aunque le demostré que podía desarmarlo alguna que otra vez, eso solo sirvió para que estuviésemos el doble de tiempo entrenando. Brimstone solía ser bastante indulgente conmigo, pero en cuanto se ponía el uniforme de profesor de esgrima era todo un tirano.

—¿Por qué no hacemos un descanso, Brimstone? —le sugerí, respirando con esfuerzo tras esquivar sus ataques en una nueva ronda.

Él bajó la espada, con evidentes signos de cansancio también.

—Con una condición. —Alcé la vista y esperé—. Que me llames papá. —Mi cara debió ser todo un poema, porque su expresión se tornó vacilante—. O padre. Como prefieras.

Seguí en silencio, hasta que pasados un par de segundos conseguí recuperar el habla:

—¿Estás hablando en serio?

—Bueno, soy tu padre, ¿no? No podemos negar eso —se explicó—. Y ya que vas a vivir aquí..., estaría bien que no me llamaras por mi nombre. Yo te llamo hija y no me convierto en piedra, como habrás comprobado.

Resoplé mientras me alejaba un par de pasos.

—Ya sé que eres mi padre —alegué—. Es solo... Es que es complicado.

¿Cómo podía llamarlo papá o padre? No es que fuera mentira, ya que nosotros no podíamos mentir, pero aún estaba adaptándome a mi nueva situación, a mi nueva vida.

Él esperó, mirándome algo dolido. Al final, claudiqué:

—Lo intentaré... Solo dame un poco más de tiempo —le pedí tras un suspiro.

Brimstone sabía que no podía seguir insistiendo más, así que solo asintió, concediéndome cierto margen. La verdad era que adaptarse a ese nuevo mundo, y más aún a una nueva familia, estaba siendo todo un reto.

En ese momento entró uno de los sirvientes, un chico hada al que había visto ya un par de veces, haciendo de mensajero entre los distintos reinos elementales.

—Mi señor... —Se aclaró la garganta. Llevaba un sobre en sus manos—. Ha llegado una carta para su hija, la señorita Trevanni.

Hice una mueca al oírlo. Mi apellido era Castillo; siempre lo había sido. Sin embargo, cuando todo fuera oficial y mis padres humanos creyesen que había muerto, Sofía Castillo habría desaparecido para siempre. ¿Quién sería entonces?

Ojalá Robert siguiese a mi lado. Él me habría escuchado y dedicado sus palabras llenas de sabiduría que harían que mi corazón se calmase. Desde que se había ido me sentía cada vez más perdida en un mundo que me aterraba y me fascinaba a partes iguales.

Brimstone me observó durante un momento antes de desviar su mirada al chico y asentir.

—Déjala por aquí. Y retírate —le ordenó, a lo que el joven hada respondió con una reverencia, dejando la carta sobre una mesa cercana antes de salir.

En cuanto estuve a solas con el Guardián de la Tierra, resoplé.

—¿Ahora me apellido así? —murmuré molesta. Dejé la espada junto al resto mientras le echaba una mirada a la carta—. Es otra carta de ella, ¿verdad? De Alanna.

Recibí la primera cuando desperté después de todo lo que ocurrió con Irnan, con el Palacio del Fuego, con Robert..., y cada poco tiempo enviaba otra más. No decía nada relevante, solo que quería verme. Quería que hablásemos. Lo que no sabía era que yo le había pedido a Brimstone que no la dejase entrar cuando ya me había recuperado. No estaba preparada para mirar a la cara a mi propia madre y mantener una conversación en la que sin duda se nombraría a Diana y las causas de su muerte. Alanna Delaqua era igual que Irnan, solo que su objetivo era el de utilizarme como una pieza de ajedrez.

—Tal vez deberías hablar con ella —dijo de pronto mi padre.

Suspiré.

—Creo que una conversación no sería el término que yo utilizaría.

—Aun así, no puedes seguir posponiendo ese momento —insistió.

Al final, lo encaré.

—Creí que a ti no te gustaba mucho.

—Lo que yo piense no tiene nada que ver en esto —expuso—. Alanna y yo tenemos nuestras diferencias, pero ella sigue siendo tu madre. Y tarde o temprano tendrás que aceptar la otra parte de todo esto.

—¿Qué otra parte?

—No eres solo una Trevanni, sino también una Delaqua. Eres hija del elemento del agua y del de la tierra. —Esa vez fue Brimstone quien suspiró—. Nos guste o no, eres heredera por ambas partes.

—¿Heredera de qué? Desde lo ocurrido en el Reino del Fuego no he conseguido invocar nada. Ya no tengo poderes —rebatí frustrada. Me dejé caer sobre un banco en uno de los laterales de aquella sala amplia y grande que servía para nuestros entrenamientos.

Mi padre me siguió, sentándose al lado.

—Tu poder sigue ahí. Nació contigo.

—Solo pude usarlo cuando aquella mujer me regaló ese medallón que potenciaba mis poderes.

—¿No has pensado que tú misma estás provocándote ese bloqueo?

La pregunta me hizo levantar la cabeza y mirarlo, extrañada.

—¿Qué quieres decir?

—El nudo celta potenciaba tus habilidades mágicas, es cierto —comenzó tras pensarlo un momento—. Sin embargo, no los creó para ti. Tú podías hacer magia desde el mismo instante en el que naciste. Hasta que no descubriste quién eras, no fuiste aceptando poco a poco esa parte de ti. Tal vez el trauma de lo ocurrido sea lo que está impidiéndote usar tu magia.

Empezaron a escocerme los ojos, señal de que mis emociones aflorarían de un momento a otro. Aparté la mirada y me los froté con fuerza para evitar romper a llorar al recordar a Robert: su sonrisa, su mirada franca...

De repente, noté cómo Brimstone pasaba un brazo por mis hombros para reconfortarme.

—Imagino lo duro que tiene que ser para ti... Y te prometo que te ayudaré en todo lo que esté en mi mano.

—Pero quieres que hable con ella.

—Creo que es un primer paso. Para ambas —terció, intentando reconfortarme—. No puedes seguir negando todo esto. Negándote a ti misma. Créeme, solo te hará más daño.

Levanté un momento los ojos para clavarlos en los suyos, tan verdes como uno de los míos; el otro lo había heredado de mi madre. Él tenía razón. Tal vez si empezaba a aceptar mi lugar en aquel sitio, a pasar página y a intentar... quizá perdonar, recuperase mis poderes. Y encontrar mi identidad, mi papel en ese nuevo mundo.

—De acuerdo —le concedí—. Hablaré con ella.

Capítulo 3

Recorrí los pasillos del Palacio de la Tierra a paso lento, todavía maravillándome con lo que veía. Aunque llevaba allí un tiempo, era la primera vez en mi vida que contemplaba la magia, que la respiraba. Aquel palacio no era como el del Reino del Agua, con innumerables pasillos que conectaban cascadas con lagos y estanques llenos de peces y criaturas inverosímiles, como las serpientes marinas, visibles a través de los propios cristales del palacio. En el Reino de la Tierra predominaban los árboles y el olor a hierba mojada. Su estructura me recordaba a los castillos y a las fortalezas de Irlanda y Escocia, solo que el propio bosque parecía fundido con la roca que formaban los muros del palacio, creando algo único que, desde luego, no era producto humano.

A pesar de la llegada del invierno, incluso en ese nuevo mundo, dentro del castillo de Brimstone la temperatura se mantenía suave, como en una eterna primavera. Los pasillos parecían tallados dentro del tronco de un árbol, y un montón de flores y setas brotaban desde todos los rincones. Las ventanas no eran tan abiertas como en el palacio de Alanna, pero a través de las pocas que había podía divisarse una gran extensión de bosque, montes y una pequeña ciudad entre estos. Brimstone me había contado que era la ciudad donde vivían sus súbditos, los elfos leales al elemento de la tierra.

Cada reino y su elemento tenían pequeñas poblaciones donde vivía, sobre todo, la comunidad élfica, tanto nobles como de clases más humildes. No era inaudito que hubiese quienes cambiasen de residencia a otro reino, pero tampoco era habitual; lo más común era que los elfos y criaturas nacidos bajo la influencia de un reino en concreto permaneciesen leales a este durante toda su vida. Apenas había diferencias físicas entre los elfos de un reino y otro. Solo destacaban las costumbres, hábitos del día a día y la indumentaria. Aún estaba aprendiendo a diferenciar cada lugar para adaptarme lo más rápido posible.

Los elfos del Reino del Agua eran más liberales, tanto en sus formas como incluso en sus relaciones. Según había aprendido a través de las clases que estaba recibiendo como parte de mi nueva educación, los del elemento del agua tendían a llevar ropa más ligera, a ser más extrovertidos y, sobre todo, amaban las fiestas, que solían convocar casi cada día durante el período estival.

Por otro lado, los elfos del elemento de la tierra eran en su mayoría gente tranquila y pacífica. Les gustaba comer, cultivar la tierra, eran expertos en las pociones curativas y tendían a ser más familiares. Esto último coincidía con la imagen que me había creado de mi padre, ya que estaba empeñado en que lo viese como a un padre, y él quería pasar más tiempo conmigo. Recuperar el tiempo perdido, según sus palabras.

Los elfos del Reino del Fuego eran más impetuosos, más volátiles y menos pacientes. También les gustaban las fiestas, pero estas tenían un cariz más salvaje. Para mí, ambos eran iguales que los del Reino del Agua, aunque fueran de elementos distintos. Vestían pieles y se dedicaban a la crianza de los pocos animales que podían vivir en Gandara, como aquel buey que vi en el carro que tiraba Drinda cuando nos sacó a Azariel y a mí de Ciudad Trébol en secreto.

Y, por último, estaban los elfos del Reino del Viento, languidecidos por la ausencia de su guardián. No llegaba a entender cómo todavía no había sido nombrado ninguno durante todo este tiempo, y me prometí intentar averiguar más al respecto. Lo único que sabía hasta la fecha era que Irnan había provocado tal destrucción en el Palacio del Reino del Viento que el guardián falleció en un incendio. Uno que, bajo los hilos de Irnan, fue declarado accidental. El Reino del Viento se quedó desierto poco después, con la tierra estéril, ausente de vida de cualquier tipo. Los elfos que allí vivían y que sobrevivieron al incidente fueron considerados refugiados acogidos por el resto de los reinos, y Brimstone me había contado que, en aquellas tierras, el viento ya no rugía con fuerza e impetuosidad, sino que era apenas un susurro moribundo que a veces costaba escuchar. Pensar en ello me entristeció: toda esa cultura, toda esa vida..., apagada de la noche a la mañana.

Cuando llegué a mi habitación, estaba recordando aquella información para no olvidarla. Mi padre había contratado a un fauno para que me enseñase todo lo que debía conocer sobre Gandara, a fin de poder prepararme para mi futuro puesto en el Consejo feérico; eso si acababan confiando en mí, claro estaba. Quizá incluso terminase siendo nombrada la guardiana de alguno de los dos elementos, o eso decía Brimstone, con lo que me parecía un positivismo poco realista. Pero pensar en eso me ponía demasiado nerviosa.

Deambulé por mi cuarto, una gran habitación con una terraza orientada a uno de los jardines interiores del palacio, donde había un hermoso lago que ahora estaba congelado. La nieve cubría lo que antes había estado repleto de hojas secas de todos los tonos de naranja y rojo. Era una visión hermosa que ahora, sin embargo, no me tranquilizaba en absoluto.

Busqué con la mirada el único objeto que podría calmar mis ánimos: el violín de mi padre, aquella pieza exquisitamente tallada que, aunque jamás reemplazaría el valor sentimental que tuvo el que me regaló mi hermana, era un detalle que sí apreciaba mucho. Puede que Brimstone tuviera razón y aquel nuevo violín me diese nuevos recuerdos que rememorar cuando me sintiese triste o perdida. Como en ese momento.

Estaba guardándolo en su estuche cuando noté una presencia a mi espalda.

—¿Os marcháis, señorita?

Una mujer fauno me esperaba en la entrada, de estatura baja y figura voluminosa. Brimstone le tenía un especial aprecio, ya que él mismo había crecido bajo su tutela. O sea, prácticamente aquella mujer, llamada Feri, había servido a esa familia desde hacía generaciones. No quería ni imaginar cuántos años serían al tratarse de elfos.

Aunque a Brimstone no le gustaban las multitudes ni demasiado personal merodeando por allí, en cuanto volvió a ocupar su lugar como Guardián de la Tierra muchos quisieron volver para trabajar en el palacio, que había estado a mínimos desde que desapareció su señor.

—Sí... Pensaba practicar un poco y después iré a visitar a la Guardiana del Agua —le dije de forma educada. No la conocía de mucho, pero no parecía una mala mujer y era agradable hablar con ella—. Vendrán a buscarme para llevarme hasta allí.

—¿Vais a ver entonces a vuestra madre? —Mientras hablaba, iba ordenando algunas cosas que había por mi habitación, sobre todo ropa nueva.

—Aún me resulta raro pensar así, pero... supongo que sí —le respondí.

—Conocí a la Señora de las Aguas cuando tenía vuestra edad —me contó mientras iba de allá para acá—. Era una joven elfa muy estudiosa, ¿sabéis? Siempre queriendo complacer a vuestro padre.

—Hablando de eso... —la interrumpí—. ¿Qué ha sido de los padres de Brimstone y de los de Alanna? ¿Siguen vivos?

—Los padres de la Señora de las Aguas fallecieron hace varios años, y ella es hija única —me aclaró, por fin parándose para mirarme con una sonrisa afable—. Por otro lado, los padres del señor están viviendo en la ciudad que hay en estas tierras. No mantienen mucho contacto desde lo ocurrido con la joven señora. Pobre Eovynne... Era tan joven...

—No sabía que sus padres siguiesen por aquí —confesé, un poco extrañada. ¿Por qué Brimstone no me habría hablado de ellos?

—Es por lo que conlleva su puesto, señorita —habló de nuevo Feri al ver mi expresión—. Ser nombrado guardián implica renunciar a todo lazo familiar y sentimental. Tan solo se permite conservar el apellido, nada más.

—Me parece muy injusto.

Feri se acercó y puso una mano cariñosamente sobre mi brazo.

—Bueno, quizá podáis cambiar eso. Son tiempos distintos ahora, ¿no creéis, señorita?

Bajé la vista hasta su mano. No sabía cómo sentirme con sus palabras, pues se referían a que yo iba a encabezar un cambio muy drástico en Gandara. Incluso me consideraban como si fuese una especie de miembro de la realeza.

—¿Tú también crees que yo soy una... princesa o algo así? —le pregunté en voz baja, mirándola como quien se encuentra perdido entre una multitud incapaz de hablar el mismo idioma.

La mujer me sonrió de forma maternal.

—Creo que sois el comienzo de algo nuevo. ¿Será bueno..., o será malo? Eso solo depende de vos, señorita.

—Pero ¿y si no soy capaz de dar la talla?

—Después de todo lo que habéis hecho ya por nosotros respecto a la corrupción del Reino del Fuego, ¿acaso seguís pensando que no sois lo suficientemente fuerte?

Me aparté de ella con una última mirada triste.

—Quizá perdí todas las fuerzas que tenía aquel día —dije antes de marcharme de la habitación sin mirar atrás.

Capítulo 4

Mientras me dirigía hacia el jardín interior, el que podía divisar desde mi propio cuarto, no dejaba de pensar en las palabras de Feri. «¿Seré un cambio a mejor o a peor?». Tal vez Irnan no estuviese tan equivocado y la presencia de alguien como yo, que tuviese el poder de controlar hasta dos elementos, fuese algo catastrófico. Eso sí, acaso, conseguía volver a invocar una mísera flor.

Azariel me había explicado una vez que no se les permitía tener hijos a los guardianes para que no se crease algo parecido a una monarquía. No había reyes en Gandara. Todo el proceso era gracias a Galardi, el Árbol de la Vida. Pero este me vio una vez, me sintió y me permitió subir a través de sus ramas. Entonces..., ¿no era tan peligrosa como me pintaban? ¿Me aceptaba? ¿Qué sería de mí cuando el Consejo terminase de arreglar el resto de los problemas?

Suspiré, frustrada, y me detuve frente al lago congelado del jardín. Los árboles movieron sus ramas peladas a modo de un saludo silencioso. Al darme la vuelta, vi que apenas había impreso huellas sobre la nieve; otra de las nuevas cualidades adquiridas al dejar atrás mi parte más humana..., si es que había tenido alguna.

Saqué el violín de mi estuche y lo preparé bien antes de comenzar a tantear algunos acordes. Desde aquel concierto, no había sido capaz de tocar nada, aunque poco a poco eso estaba cambiando. Mis padres humanos y mis amigos presuponían que seguía en Escocia, y tan solo les había dicho que estaría viviendo junto a mis maestros y que perfeccionaría mi violín cada día. Técnicamente, Brimstone y Alanna habían sido nombrados mis maestros al ser mis verdaderos padres, pero si quería seguir con aquella farsa un tiempo más tendría que practicar cada día para que se notase que no había perdido facultades.

Tocar el violín antes me consolaba, me aportaba paz y tranquilidad. Sin embargo, ahora solo evocaba en mi interior recuerdos tristes de tiempos en los que viajaba con alguien a quien perdí. Alguien a quien llegué a querer.

Las cuerdas del violín hicieron sonar la misma canción que en el concierto: El embrujo de la Violinista. Así era como me habían conocido allí en primer lugar. ¿Seguirían llamándome así, o ya solo me verían como una princesa? Casi prefería lo primero. Al menos, sonaba más místico.

La canción derivó entonces en otra que ya me sabía de memoria, una que utilicé en el barco Nimue, antes de las pruebas de la Dama del Lago: Algo salvaje. Una que sabía que la había compuesto para otra persona por la que ahora tenía sentimientos encontrados. Al principio no me caía bien, luego sentí cierta camaradería, y ahora... mi corazón parecía sobresaltarse cada vez que pensaba en él. No estaba segura de mis sentimientos porque, ¿no había estado yo tan segura de lo que sentía hasta hacía poco por Robert Kirk? ¿Qué significaba esa agitación cada vez que veía a Azariel?

Al terminar con las últimas notas, unas manos comenzaron a aplaudir a mi espalda. Me volví, sobresaltada, pero sonreí al reconocer a mi oyente.

—¿Desde cuándo estás ahí, Azariel? —le pregunté, apartando el violín de mi hombro.

Él estaba como siempre, con su cabello corto y sus ojos aguamarina. Pero también tenía algo distinto. ¿O era yo quien había cambiado? El modo en el que me observaba ya no era tan hostil como al principio de conocernos. Claro que yo tampoco lo miraba igual; no después del viaje que habíamos compartido. No después... de nuestro primer beso.

Ni Azariel ni yo habíamos vuelto a mencionarlo. Sospechaba que ambos queríamos restarle importancia al gesto, aunque era evidente que para los dos significó algo. Nos buscábamos con la mirada, y mi corazón se aceleraba cuando sabía que vendría a buscarme, sin faltar un solo día, para dar largos paseos los dos solos. No necesitábamos hablar la mayoría de las veces. Cuando estaba en su forma humana, accidentalmente su mano rozaba la mía, enviándome pequeños escalofríos por todo el cuerpo. Eran gestos muy fugaces que me alteraban más de lo que quería reconocer. Y, hasta donde sabía, solo me ocurría a mí. Por más que lo intentase, no conseguía llegar a saber nunca qué era lo que realmente pensaba Azariel sobre mí

Ni Azariel ni yo habíamos vuelto a mencionarlo. Intentábamos comportarnos como dos amigos únicamente, aunque de vez en cuando nuestras miradas se encontraban y mi corazón se aceleraba sin motivo; o cuando quería pasar tiempo fuera del palacio y lejos de mi padre y de Feri, e iba a buscarme para deambular por el bosque, los dos solos, recordando viejos tiempos o permaneciendo en silencio. En su forma humana, a veces nuestras manos se rozaban sin querer, lo que provocaba una descarga eléctrica que recorría mi espalda con un leve escalofrío. Esos fugaces contactos me alteraban. Y solo a mí, parecía ser.

—Siempre estoy por aquí —me respondió, acercándose—. Esa canción... la reconozco. La última que has tocado.

—¿La recuerdas? —le pregunté mientras guardaba el violín en el estuche—. Creía que no estarías muy pendiente.

—Es imposible no escucharte, Sofía.

Lo miré, intentando adivinar si esa frase escondía algún otro significado. Aunque, ¿de verdad quería saberlo? Nuestra relación había cambiado a mejor, sin duda, pero estos sentimientos, si es que eran nuevos para mí, habían empezado a cobrar fuerza tras haber perdido a Robert Kirk.

Otra vez su recuerdo, otra vez mi corazón encogiéndose por el dolor.

Me pregunté si algún día pararía ese malestar y esa tristeza. ¿Desaparecería, así como su recuerdo? Quizá preferiría vivir con el dolor a cambio de mantener a Robert vivo en mi mente.

—La compuse pensando en ti —le confesé de pronto, sin darme cuenta. Las palabras salieron solas a través de mis labios, sin poder detenerlas a tiempo, y la sorpresa para ambos fue mayúscula.

—Ah, ¿sí? —Tras el asombro, ladeó la cabeza como si estuviera pensando—. Pero cuando la compusiste no me conocías.

Lo miré extrañada.

—Claro que sí. La toqué en el barco de la Dama del Lago.

—Antes la tocaste en el parque cerca de tu residencia —puntualizó—. Le diste calabazas a ese pobre chico amigo tuyo.

Recordé el momento al que se refería, uno que parecía haber pasado hacía muchos años. Felipe me había seguido hasta ese parque para declararse, y yo no pude responder a sus sentimientos. Ahí fue cuando la compuse y toqué por primera vez.

—¿Estabas allí? —le pregunté, aunque la respuesta era obvia. Asintió—. Pero...

—Soy tu protector. Y no sería uno muy bueno si no me mantengo a tu lado, ¿no crees? —me contestó con una medio sonrisa. Ahora sonría un poco más que antes.

Empecé a recordar más detalles antes de aquel viaje a Escocia que me cambiaría la vida.

—Tú eras el chico de la gorra, ¿verdad? El que apareció bajo mi ventana simulando estar esperando a alguien. Y también en el aeropuerto —enumeré mientras las imágenes pasaban por mi cabeza.

Me devolvió una mirada curiosa.

—No sabías quién era yo en aquel momento. ¿Cómo pudiste crear una canción sobre mí? —quiso saber, interesado.

—Te veía en mis sueños. —Evité su mirada inquisitiva—. Te vi cuando me sacaste del río aquel día, pero mi mente era incapaz de aceptar que lo que vi era real. Pensaba que era una alucinación provocada por el trauma del momento. Y sin embargo aparecías todas las noches en mis sueños: un caballo en el agua, con los ojos brillantes clavados en mí, que me arrastraba hacia la superficie.

Azariel me escuchó atentamente, hasta que, al terminar, asintió.

—Creí que lo habrías olvidado. Estabas inconsciente cuando te saqué del agua.

—Sí, y mi madre me contó que tuviste que reanimarme. —Divertida, me crucé de brazos delante de él. Esbocé una sonrisa aún más amplia cuando noté su incomodidad—. Así que me robaste un beso.

—Eso no era un beso —me contradijo—. Y, si hablamos de robar, tú también me robaste uno.

—Pero tú lo hiciste antes.

—¡Hacer el boca a boca no es besar! —exclamó, con el ceño fruncido.

—¿Y qué es un beso si no? —continué picándolo. Me encantaba ponerlo nervioso.

Nuestras riñas ahora no eran tan bruscas ni agresivas como al principio. Parecía más un juego en el que los dos podíamos participar sin daños mayores.

—Un beso puede darse de muchas formas, ¿sabes? —Su mirada cambió de pronto, mostrando una seguridad que antes no estaba allí.

Retrocedí, deshaciendo el cruce de brazos mientras él se acercaba hasta quedar a pocos centímetros de mi rostro. Tuvo que inclinarse hacia mí al ser más alto que yo.

—¿Tú qué sabrás de esas cosas? —repliqué, bajando la voz. La conversación había tomado un cariz distinto, más íntimo de lo que había pensado.

Azariel se inclinó un poco más, casi rozando su nariz con la mía.

—Sé mucho más que tú, princesa —susurró.

—¿Cómo estás tan seguro de eso? —Levanté el rostro hacia él, encarándolo. No iba a dejarme intimidar solo porque se acercase mucho y pusiese aquella mirada intensa.

—Si quieres, te doy una clase privada.

Alcé una ceja al oírlo. Nunca había sido tan directo ni tan provocador. Estuve a punto de decir algo cuando, de pronto, frunció el ceño, parpadeó un par de veces y se alejó unos pasos, aturdido.

—¿Estás bien, Azariel? —le pregunté preocupada.

Se llevó una mano al pecho e hizo una mueca, como si le doliese algo.

—Sí... Sí, estoy bien. —Movió un poco el brazo que estaba más cerca de la herida que le provocó Irnan cuando se convirtió en aquella bestia oscura—. Solo es una molestia.

—¿Aún te duele la herida? ¿Has ido a que te la examinen? —Me acerqué hasta él, poniendo una mano sobre la laceración en su pecho. A través de la camisa que lo cubría notaba su pulso.

—Está curada. No te preocupes por eso. —De repente, cogió mi mano y la apartó—. Siento lo de antes. No volverá a pasar.

—¿Qué? Pero...

—No es propio de un sirviente que se tome estas libertades —dijo de forma automática, sin mirarme. Volvió a retraerse en sí mismo, como antaño—. Soy tu protector. Es lo que debo hacer, y nada más.

Nuestro momento, tan rápido como había aparecido, se había esfumado por completo. Azariel volvía a mostrarse frío, como al principio. Habíamos estado tan bien todo ese tiempo... ¿Por qué había retrocedido así? No estábamos haciendo nada malo, ¿verdad?

—Para mí, eres mi amigo, no un sirviente —le aseguré, mirándolo fijamente.

A pesar de su vacilación, al final me devolvió la mirada, en silencio. Esperé un par de segundos, pero no quiso añadir nada más, por lo que di el tema por zanjado..., por el momento. Ya averiguaría más adelante qué se empeñaba en ocultarme y por qué su herida seguía doliéndole.

Suspiré, rendida.

—Es hora de ir a ver a Alanna. Llévame con ella, por favor —le pedí.

Pospondría un momento para enfrentarme a otro: la conversación pendiente con mi madre.

Capítulo 5

El Reino del Agua se mostraba ante mí tal y como lo recordaba de mi primera visita. Allí, parecía que el verano era la estación permanente. La imagen de un terrario gigante acudió de nuevo a mi mente, con todas aquellas plataformas de tierra conectadas por puentes de piedra blanca inmaculada y con innumerables balsas de agua y cascadas que llenaban de vida acuática aquel paraje mágico e insólito.

Azariel, en su forma original de kelpie, me guiaba por el camino principal, el mismo que habíamos tomado la primera vez, solo que en esta ocasión no íbamos solos. Un par de guardias nos acompañaron desde que salimos del Palacio de la Tierra, siguiendo el trote de Azariel a buen paso y totalmente en silencio; otra de las novedades desde que había sido descubierta como la hija de dos guardianes.

Mi procesión particular captó la mirada de varios elfos y elfas que se detenían durante su paseo para observarnos. Su indumentaria, ligera y vaporosa, indicaba que eran vasallos de la Señora de las Aguas, residentes de aquel reino.

Suspiré aliviada en cuanto llegamos a las puertas principales, que fueron abiertas por los guardias de Alanna. Mis acompañantes se quedaron atrás, ya que no tenían permiso para entrar, y yo bajé de Azariel para caminar a su lado hasta el patio con fuentes del interior que hacía de recibidor.

Mi protector se removía inquieto en el sitio, como si algo le picase o le molestase. Lo miré de reojo, alzando una mano hacia él para intentar calmarlo.

—Azariel, ¿qué te ocurre? —Él respondió con un resoplido, pateando el suelo. En cuanto puse la mano sobre su cuello noté algo extraño: tenía el pulso acelerado, como si hubiese estado corriendo durante varios kilómetros a toda velocidad. Y estaba caliente, febril—. ¿Te encuentras bien? —insistí.

Por desgracia, justo en ese momento nos interrumpió la propia Alanna, que salió para recibirnos.

—¡Sofía! ¡Has venido al fin! —exclamó emocionada.

Se acercó rápidamente, con los brazos extendidos hacia mí como si fuera a fundirse conmigo en un abrazo. Sorprendida y molesta a partes iguales, retrocedí un par de pasos, lo que detuvo su avance e hizo que su expresión alegre vacilase durante unos segundos. Llevaba un vestido blanco largo del que caían unas cintas azules como si el agua se deslizase desde sus hombros hasta sus tobillos. Además, sobre la cabeza lucía una fina tiara plateada con una piedra azul en su centro.

—Hola..., Alanna —la saludé, un tanto incómoda.

Un silencio enrarecido se instauró entre nosotras. Azariel, mientras tanto, aprovechó para escabullirse, el muy cobarde.

—Hola —respondió al final ella, recuperando la sonrisa pero perdiendo la emoción inicial al verme—. Te veo bien. Tienes mejor cara.

No había vuelto a estar en su presencia de desde la reunión del Consejo feérico, cuando confesó ser mi madre. Ni siquiera la vi cuando estuve presa en aquella celda.

—Sí... Brimstone ha estado bastante atento con eso —comenté, sin saber muy bien qué decir.

—¿Has leído la carta, entonces? —cambió de tema, lo que me pilló algo descolocada.

—Eh... ¿Esta última, dices? Me la he olvidado en la sala de entrenamiento, lo siento.

—¿La sala de entrenamiento? —Frunció el ceño, mostrándose confundida.

—Brimstone está enseñándome a usar la espada —le expliqué.

La noticia no pareció hacerla especialmente feliz.

—No necesitas usar la espada. Tienes poderes de sobra. ¿En eso ha estado educándote tu padre? —Disgustada, resopló.

—En realidad, estoy aquí para mantener esa conversación que creo que tenemos pendiente —le dije, poniéndome seria.

Alanna respiró hondo un momento antes de asentir.

—Por supuesto. Pero antes, ¿por qué no vamos a un lugar más cómodo? —Se hizo a un lado para invitarme a entrar en su palacio y sonrió—. Vamos, hija mía. ¿Vas a estar de morros conmigo todo el día?

—No es la expresión que yo habría utilizado —repliqué, avanzando para seguirla a través de los pasillos—. Saber que fui concebida solo para ser usada como una herramienta en el juego de la política...

Alanna se detuvo repentinamente en mitad del pasillo y se giró hacia mí.

—Eso no es del todo así. Es cierto que yo quiero lo mejor para Gandara, pero no te tuve solo por ese motivo.

—Entonces, ¿cuál es la verdad, madre? —Enfaticé lo último mientras la fulminaba con la mirada. Con vaguedad, recordé las palabras de Robert que me animaban a calmarme para conseguir mejores resultados. Sin embargo, él ya no estaba allí y yo seguía demasiado enfadada con ella.

Alanna encajó el golpe con dignidad; todo había que decirlo. Se limitó a mirarme antes de darse la vuelta para continuar avanzando.

—Vamos a mis aposentos.

La habitación de la Guardiana del Agua era casi como una casa entera propia. Prácticamente podía hacer vida allí durante meses sin necesidad de pisar ninguna otra sala del palacio. Pero más me sorprendió fijarme en el suelo, que era de un material parecido al cristal que mostraba el fondo del lago más grande del Reino del Agua, con peces de distintos tamaños y colores pasando de un lado a otro.

Con aquel vestido, Alanna aparentaba flotar sobre el agua cual reina de las sirenas. En cambio, yo parecía una cortesana cualquiera, con una túnica y unos pantalones de lo más sencillos y de colores oscuros, más propios del Reino de la Tierra. Nunca me había importado mucho la ropa, pero en aquel momento pude notar esa diferencia abismal entre ambas. A pesar de llevar un vestido de tela tan fina que podría transparentarse, Alanna no dejaba de desprender ese aire regio y elegante propio de la Señora de las Aguas. Y aunque Brimstone había abastecido mis armarios con todo tipo de atuendos, los pantalones y las túnicas eran algo habitual, ya que casi todos los días acabábamos en la sala de entrenamiento, con las clases de esgrima.

Decidí tomar la iniciativa y sentarme cerca de uno de los amplios balcones desde los que se podía apreciar la otra cara de la cascada y se mostraba casi todo el Reino del Agua en todo su esplendor. El sillón que escogí, tapizado en tonos azules, se me antojó bastante cómodo, así que enseguida volví a prestarle atención a Alanna, que estaba examinando unos libros de su estantería.

—Como ya sabrás, ninguno de nosotros nacimos con el puesto de guardianes —comenzó—. Éramos elfos y elfas que crecían junto a su familia sin demasiadas preocupaciones. Brimstone, Eovynne y yo estábamos muy unidos durante aquellos años. Recuerdo a la joven Eovynne como una rebelde, alguien que soñaba despierta la mayor parte del tiempo. Sobre todo, anhelaba conocer el mundo de los humanos. Pero las reglas nos impedían acercarnos siquiera a la superficie si no era por un buen motivo, y nosotros, procedentes de las Casas más nobles y antiguas de Gandara, lo teníamos doblemente prohibido.

—Eso no la detuvo al final —murmuré mientras la escuchaba.

Ella sonrió ante mi comentario. Se acercó y tomó asiento en el sillón, justo frente al mío.

—Es cierto. Sin embargo, Brimstone era todo lo contrario a su hermana. Él es un firme defensor de los deberes familiares, con una mente muy cuadriculada, como ya habrás podido percibir. Ya entonces era difícil acercarse a él, aunque yo llegué a conseguirlo..., en cierto momento —siguió contándome—. Nuestras familias empezaron a hablar sobre una posible unión entre nosotros. Yo era joven y... albergaba ciertas esperanzas.

—¿Estabas enamorada de él? —le pregunté sorprendida.

—Supongo que sí —me respondió tras pensarlo un momento—. Pero, entonces, Galardi nos escogió. Para mi familia fue un honor; para mí, no tanto.

—Porque no podrías casarte. Ni tener hijos —resolví.

Ella asintió.

—Ser guardián es un camino solitario. La verdad es que creo que nunca llegaré a servir del todo para este propósito —me explicó—. Mis esperanzas se esfumaron cuando vi lo mucho que apreciaba Brimstone este nuevo don. Este... título. Esta responsabilidad. Lo aceptó con los brazos abiertos. —Su mirada adquirió un matiz triste. No me miraba; tenía la vista fija en algún punto más allá de la terraza—. Creo que él nunca llegó a quererme del mismo modo que yo a él. Así pues, decidí centrarme en ejercer mi papel como guardiana, pero sin renunciar a la posibilidad de cambiar las cosas. No quería pensar en otra elfa o en otro elfo sufriendo por no poder estar con sus seres amados: no poder casarse, tener una familia... Galardi nos escoge, sí, pero la voluntad solo es unidireccional. Yo no acepté este puesto. Ninguno de nosotros lo hizo. Unos lo aceptan con honor, otros lo toman con la ambición de querer más, y algunos...

—Se resignan —terminé por ella. Brimstone aceptó su nuevo lugar en Gandara tomándoselo muy en serio; en Irnan, solo provocó que la oscuridad en él se hiciera más fuerte. Para Alanna, en cambio, fue una sentencia—. ¿Qué hay del Guardián del Viento?

—Brimstone y él eran buenos amigos —contestó—. Ambos tenían una manera de pensar parecida. Al menos hasta que ocurrió la tragedia con Eovynne. Eso cambió radicalmente a tu padre. Lo volvió más triste, cierto, pero también despertó en él la curiosidad por conocer más el mundo del que se había enamorado su hermana. El mundo humano.

—Ya conozco esa parte de la historia. La cuestión es: ¿por qué lo engañaste?, ¿por qué te hiciste pasar por mi madre humana para quedarte embarazada de mí?

Alanna cerró los ojos, consternada por un momento, y suspiró.

—Mis deseos personales se mezclaron con mis anhelos como guardiana. Intenté acercarme de nuevo a Brimstone, pero su corazón ya estaba encandilado por una joven mortal del mundo humano. Sabía que eso no saldría bien. Si hubieras sido una mestiza, habría sido mucho más fácil eliminarte. Irnan ya estaba acumulando demasiado poder, y temía lo que su autoproclamación como rey de Gandara podría arrastrar consigo.

—Tú ibas a impedírselo. No habría conseguido hacerse con el poder del elemento del agua —intervine—. Sin embargo, actuaste como él, urdiendo a espaldas de todo el mundo.

—Yo quiero lo mejor para Gandara. Lo mejor para todos sus habitantes —objetó con seriedad—. ¿Crees que los que viven en Rodashya son desdichados? Porque aquí también hay elfos que han sufrido por nacer con una mayor inclinación hacia la magia antigua. Siempre he querido formar una familia, casarme, poder estar con mis padres en sus últimos momentos... Así que no te atrevas a juzgarme tan a la ligera, Sofía. Todos tenemos nuestros sueños.

Su declaración me hizo callar al instante. Tal vez hice mal en acusarla tan de primeras, pero seguía pensando que yo llevaba la razón. Podía comprender su angustia y el deseo de rebelarse contra su destino, pero las formas... El fin no siempre justifica los medios.

—Desde joven he estado obsesionada con la idea de mejorar Gandara —prosiguió la Señora de las Aguas—, algo que se acentuó cuando fui nombrada Guardiana del Agua. Y sabía que este método de elección al azar, sin posibilidad de renunciar, tendría que acabar. Hay quienes piensan que no se necesita un monarca aquí, que solo serviría para acumular todo el poder en un mismo feérico, pero yo pienso diferente. Creo que deberíamos tener a alguien que estuviese realmente bien preparado para ser nuestro líder, nuestro guía, y que no ansíe entrar en guerras absurdas contra los humanos. Todos sabemos que no saldría bien. Años de sangre derramada, ¿para qué? Gandara podría ser igual de próspera aquí, junto a nuestro Árbol de la Vida. —Su discurso se hizo cada vez más apasionado, hasta el punto de empezar a gesticular con las manos. En sus ojos brillaba la pasión de la revolución que, a su modo, llevaba años planeando.

»No voy a negar mi parte de culpa al pensar de forma egoísta. Tuve celos de esa humana, es cierto, y aún sentía algo por Brimstone. Además..., yo quería tener un hijo. Tenerte a ti, poder llamarte hija y decir que había formado una familia. Que no estaba sola en este mundo. Durante un instante, creí que podría tenerlo todo. —En un arrebato, alargó la mano hacia mí para coger la mía y estrecharla con fuerza, intentando hacerme ver su punto de vista. Que conectase con ella.

»Tú serías el futuro; lo tuve claro en su momento y lo tengo claro ahora. Vi claro mi papel aquí: ser la madre de quien debía guiarnos hacia una época de esperanza, de paz, lejos del sistema arcaico que nos ha mantenido esclavizados a todos desde hace siglos. Sin embargo, no podía criarte aquí mientras Irnan siguiese empeñado en su oscuro deseo de apoderarse de todos los elementos, pero podía sacar provecho de eso: criarte con humanos te permitiría tener esa sensibilidad por ellos, nos ayudaría a cambiar, a mejorar. Apreciaríamos gracias a ti la convivencia con los mortales.

Identifiqué esa emoción como una ambición que no sabía si terminaba de gustarme. Asustada por la combinación entre deseos egoístas y su afán por convertirme en una especie de reina feérica, aparté la mano de la suya.

—Luego urdiste ese plan para llevarme a Escocia y que Azariel me trajese aquí.

—Supe que estabas preparada para afrontar tu destino, y era hora de traerte para que pudieses aprender —me explicó—. No he podido estar presente en tu infancia, me temo... Pero igual que Brimstone, intentaré suplir esa carencia.

—No necesito que intentes suplir nada de eso —le espeté—. He tenido una infancia muy feliz, con unos padres atentos y una hermana a la que adoraba. ¿Te has olvidado de ella?

—No. No he olvidado a Diana —respondió, mirándome con tristeza—. Como ya te dije, supe que la mujer humana también estaba embarazada, así que me aseguré de que la niña que iba a nacer tuviese tu aspecto, salvo los ojos, para que pudieras pasar desapercibida. El hechizo fue tan fuerte que duró lo suficiente para despistar a Irnan cuando os atacó. Creyó que por fin te había eliminado, y a mí me dio tiempo a formalizar los detalles.

—¿Acaso estás oyéndote? —solté de pronto, poniéndome de pie—. ¡Ella murió por tu idealismo! Murió por tu culpa y no pude salvarla.

Alanna aceptó mis gritos con tranquilidad. Bajó la mirada, cruzó las piernas sobre el asiento y dejó las manos sobre estas.

—No puedo intentar excusarme sobre eso. La pérdida... era necesaria para protegerte.

—¡Entonces los humanos no te inspiran tanto respeto como vas pregonando!

—Yo no he dicho que me inspiren respeto —me aclaró, elevando los ojos hacia mí—. Quiero que haya una convivencia pacífica, no una guerra entre especies. Quiero saber qué ventajas podemos aprovechar de ellos para mejorar como pueblo, como comunidad.

Mi mirada se tiñó de dolor durante un instante, pero no iba a mostrarme vulnerable frente a ella.

—Eso sigue sin justificar que la usaste como moneda de cambio. Nos usaste a todos —argumenté con dureza—. ¿Cómo puedes decirme que querías tener una familia, que querías tenerme a mí, y ser tan insensible cuando se trata de haberle arrebatado la vida a una chica que para mí era mi hermana?

—Porque las vidas humanas para mí son ajenas. Mi vida, mi ser, mi esencia..., todo es con Gandara. Con la magia de los feéricos —especificó sin vacilar—. De verdad que siento muchísimo haberte provocado tal dolor. Y no espero que puedas perdonarme. Viviré con esa mácula durante toda mi vida.

Exhalé un suspiro de cansancio. Sabía que aquella conversación sería difícil, pero no tenía ni idea de cuánto, pues era como intentar discutir con una pared de granito. Nerviosa, comencé a deambular por la habitación sin darme cuenta. A pesar de comprender sus emociones, las acciones que llevó a cabo me parecían grotescas. No podía estar de acuerdo con eso. Si yo estuviera en su mismo lugar, ¿habría sido capaz de utilizar a quienes estaban a mi alrededor de la misma manera? Alanna era inteligente, sin duda, pero tenía miedo de que ese idealismo político que quería que alcanzase Gandara le hiciese olvidar que sus peones éramos de su propia sangre, o amigos cercanos: Brimstone, Azariel, yo misma...

Mi padre era mucho más sencillo de comprender, al menos en apariencia; un bosque tranquilo en el que nada cambiaba. Alanna, sin embargo, era como un profundo océano en el que, cuanto más te sumergías, más secretos podían llegar a encontrarse.

—Yo...

—Sé que ahora mismo debes estar muy confundida. Lo entiendo. —Alanna se levantó para acercarse a mí y cogerme las manos de nuevo—. Creo que, si pasamos más tiempo juntas, lograremos encontrar un punto en común. Entendernos de algún modo. ¿Qué te parece?

—Pero es que yo tengo que volver con Brimstone.

—No tienes que volver con él, Sofía. Este lugar también es tu hogar —me dijo—. ¿De verdad no leíste mi última carta?

—¿Qué decía la carta y por qué es tan importante? —terminé preguntándole, confundida.

Ella sonrió ampliamente en respuesta.

—Te pedía que vinieras aquí y me ayudases con los preparativos para el baile.

—¿Cómo? ¿Qué baile?

—El Baile de Invierno, por supuesto.

Capítulo 6

Ahora sí que estaba realmente confundida. ¿Baile de Invierno? Brimstone no me había avisado de algo así.

—Yo no sabía nada de eso.

Ella simuló una sonrisa divertida.

—Brimstone está demasiado ocupado con otras cosas —me soltó las manos—, como darte clases de esgrima y cero modales o costumbres feéricas. No comprendo en qué está pensando.

—Él quiere enseñarme a defenderme, simplemente. —Sentí la necesidad de justificarlo delante de ella.

—¿Y vas a blandir tu espada a cada momento del día y por cada vez que alguien intente manipularte como hacía Irnan? —Me miró con ambas cejas alzadas—. Está bien hacer ejercicio, Sofía, pero más importante es saber usar las palabras. Estas pueden servir para cualquier cosa: derrotar a tus enemigos, engañar a quienes quieran hacer lo mismo contigo, obtener todo cuanto desees tan solo con un susurro... La diplomacia te abrirá muchas puertas, y aquí será mucho más apreciado eso que blandir una espada.

Resoplé al oírla.

—Nunca he tenido la paciencia necesaria para ser diplomática —le dije—. Y, además, Brimstone ya me puso un tutor que me da clases todos los días sobre lo necesario para vivir aquí.

—¿En serio? ¿Quién es? —me preguntó interesada.

—Un fauno llamado Edmond.

Alanna meditó durante unos instantes hasta terminar asintiendo, conforme.

—Edmond... Está bien, lo mandaré llamar para que siga dándote clases, si quieres —me concedió—. Sería peor ponerte un tutor nuevo. Yo puedo enseñarte acerca del protocolo.

—Espera..., ¿estás organizando ya mi vida, acaso? —le espeté—. No he venido aquí por eso. De hecho, es que ni siquiera he accedido a quedarme.

—Sofía, cariño, no te cierres a nuevas oportunidades. —Se acercó a mí y puso una mano sobre mi mejilla—. Sé que ahora mismo no nos entendemos, pero si te quedas aquí y aceptas que te muestre cómo ser una verdadera líder...

—¡No quiero ser una líder!

—Ahora no, pero con el tiempo tal vez lo reconsideres —insistió—. Dame una semana. Quédate una sola semana aquí conmigo, asiste al Baile de Invierno, conoce al resto de nosotros... y entonces hablaremos.

Me aparté de su caricia y la miré, desafiante.

—¿Y si me niego?

Su mirada se endureció de pronto. Dejó de sonreír y alzó el mentón, orgullosa.

—Soy tu madre, y el Consejo me ha nombrado tu maestra. Podemos hacer esto por las buenas o por las malas.

Ambas nos quedamos mirándonos durante lo que pareció una eternidad, hasta que no me quedó más remedio que ceder. Estaba ante la Señora de las Aguas en todo su esplendor. Aun así, no pude resistirme a darle un último golpe de gracia:

—No me extraña que Brimstone no soporte ni verte.

Pude advertir el dolor en sus ojos durante apenas un instante. Luego, su expresión se volvió hermética, carente de emociones a simple vista.

—Estarás cansada por el viaje. Que las sirvientas te acompañen hasta tu habitación —se limitó a contestar en un tono neutral.

Se dio la vuelta y fingió ponerse a otros asuntos, esperando que me marchase de allí. Bien, porque yo estaba encantada de perderla de vista.

Mi habitación no había cambiado nada desde la última vez que estuve allí. Incluso seguía en la misma planta que había invocado usando mis poderes. Al verla, no pude evitar acercarme y extender una mano hasta ella. La planta palpitó bajo mi mano, y apenas por un instante sentí su energía. Sin embargo, no pude hacer nada más. Ni llamarla ni ordenarle que sus raíces trepasen hasta el techo. Nada. Resignada, bajé la mano y me aparté.

No quería compañía por el momento, así que despedí rápidamente a las dos jóvenes hadas que me habían llevado hasta allí. Otra de las cosas a las que me costaba habituarme era tener a feéricos atentos a cualquiera de mis caprichos. En parte porque nunca he tenido sirvientes a mi disposición, y en otra porque no quería confirmar si Alanna los utilizaba después como informantes sobre mis actividades y movimientos. En todo caso, seguro que se mantendrían cerca de mi puerta para evitar que volviese a escaparme.

Caminé, nerviosa, por todo el cuarto. ¿Dónde estaba Azariel cuando lo necesitaba? Él seguía siendo mi protector, así que podía pedirle que me acompañase a... ¿adónde? Alanna estaba decidida a mantenerme allí durante una semana y quién sabía cuánto tiempo más. En el fondo, sabía que tenía razón y que también era mi maestra a la hora de aprender a adaptarme a aquella vida. Una vida... lejos de lo que había sido mi hogar desde que nací.

No debía pensar en esas cosas. Cuanto antes me hiciera a la idea, antes dejaría de sufrir. Mis padres humanos estarían bien, podrían seguir adelante, igual que mis amigos. Aunque aún tenía pendiente despedirme de ellos.

Sin embargo, debía comunicarle a uno de mis padres, Brimstone, la decisión del otro sobre el cambio de planes respecto a mi persona. Me senté en el escritorio de aspecto pulcro que había en mi habitación y aproveché el tiempo escribiendo una carta en la que le contaba todo lo que había pasado entre Alanna y yo.

De repente, unos toques en mi puerta me hicieron levantar la cabeza.

—Adelante.

Quien apareció fue alguien que no esperaba.

—Saludos, mi señora. ¿Puedo pasar? —me preguntó Edmond desde el umbral.

Puse el sello en la carta ya escrita y le sonreí.

—Pues claro. —El fauno entró y cerró la puerta tras de sí—. Has venido muy rápido, ¿no?

—No podemos permitirnos ni un solo día de retraso.

Mientras lo seguía hasta una mesa más grande con varias sillas en las que poder sentarnos los dos, le eché un nuevo vistazo a mi tutor. Como fauno, tenía dos cuernos que sobresalían de su escasa cabellera blanca y dos patas de carnero por piernas. El resto de él podría pasar por un hombre de unos sesenta años, de mirada avispada y cierto humor sarcástico con el que me congracié enseguida. Aunque no era muy indulgente conmigo, sí que tenía la suficiente paciencia como para enseñarme poco a poco, asegurándose de que siempre entendía cada concepto antes de pasar al siguiente.

—No sé si tengo hoy la cabeza para aprender mucho... —comenté mientras me sentaba.

Él me tendió un libro antes de abrir el suyo propio.

—Ya me han contado que estará aquí un tiempo —habló él, con la vista clavada en el libro—. ¿Qué tal ha ido la reunión con su madre?

—Que fuera bien era una ilusión muy efímera —le respondí suspirando—. He escrito una carta para Brimstone. ¿Se la harías llegar cuando terminara la clase?

—¿A quién? —preguntó él, frunciendo el ceño con extrañeza.