Algo más que sexo: Invierno - Nando López - E-Book

Algo más que sexo: Invierno E-Book

Nando López

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Beschreibung

Una nueva estación. Tres líos vitales. Bastantes amigos, mil meteduras de pata y un millón de comeduras de tarro. La vida de Leyre, Fran y Natalia está llena de alegrías, tristezas y cosas que no se sabe lo que son. Igual que la tuya.

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El amor es lo que te pasa mientras te equivocas.

ALGO MÁS QUE SEXO

Un podcast de @who_is_simone

1

Fran tenía claro que las Navidades irían regular, pero no contaba con que fueran a salir muchísimo peor.

A las bromas que siguen llegándoles después de que se viralizase lo que la red ha bautizado como «el vuelo de Stevens», se ha sumado una doble bronca familiar con la que ninguno de los tres contaba y que ha recaído en Leyre como protagonista.

Tras el episodio bélico de la fiesta y el hit de su patada voladora, a su melliza le ha tocado convivir con el entusiasmo de sus padres por su blog –Deberías dejarlo de una vez– y su apenas insistente obsesión por su participación en el campeonato –Preséntate, Leyre, Por qué no te presentas, Deberías presentarte, ¿En serio no te quieres presentar?, Sería una pena que no te presentases–, lo que ha contribuido notablemente a que la convivencia familiar se vuelva entre difícil e insufrible.

Tanto como para que este veinticinco de diciembre ninguno de los tres haya corrido a abrir sus regalos, que siguen junto al árbol, en el mismo lugar en que los han encontrado desde que eran niños.

Pero hoy temen que sentarse a abrirlos suponga retomar, una vez más, la conversación que se lleva repitiendo desde que ocurrió lo de la fiesta de Ray Stevens y que, a pesar de las veces que se lo han explicado a sus padres, ellos siguen resumiendo en que nada de eso habría ocurrido si Leyre no tuviera un podcast.

–¿Pero qué os ha dado con mi podcast? –se defiende ella mientras busca los regalos con su nombre bajo el árbol.

Fran, aún en el pasillo, duda si no sería mejor volver a su cuarto, recuperar su móvil –¿y si sus Frikies & Orgullosas han respondido a su mensaje?– y, en un acto de asumida cobardía, dejar que Leyre se defienda sola del enésimo ataque parental. Total, puede esperar a abrir sus paquetes más tarde.

–No nos ha dado nada con tu podcast –se justifica su padre, que no deja de intercambiar miradas con su madre para demostrar que los dos están de acuerdo en su argumentación–, pero nos preocupa que...

–... «me exponga demasiado».

–No hace falta que uses ese tono –le recrimina su madre.

–¿Qué tono?

–El tono de «sois unos pesados».

–Es que eso no es un tono: es una realidad.

Leyre, al darse cuenta de que Fran está presenciando la escena, le lanza una mirada que le hace renunciar a la huida que acababa de iniciar. Pero antes de que él pueda intervenir, Natalia se adelanta.

Su hermana pequeña entra con el móvil en la mano y va directa al árbol, dispuesta a batir su propio récord en la apertura de regalos, al mismo tiempo que les responde a sus padres.

–¿Ya estáis otra vez? Su blog no tiene la culpa de nada.

–No estamos diciendo que la tenga. Solo estamos diciendo...

–... «que se expone mucho» –repiten Fran y Natalia a la vez, sin contener la risa.

–A nosotros no nos hace tanta gracia –replica muy serio su padre–. ¿O lo de que no dejen de llegar comentarios insultándola os parece muy divertido?

–Son los infraseres básicos de siempre –les responde Fran–. Si no tuviera blog, le escribirían igual por Insta, por TikTok o por donde fuera. Hay mucho incel cabreado ahí fuera.

–No tengo TikTok –puntualiza Leyre.

–Ya, bueno, era un ejemplo.

–Sí, pero es que no es mi rollo. Un podcast es mucho más serio.

–Depende –interviene Natalia tras comprobar que uno de los paquetes se corresponde con la lista de libros que pidió–. Hay titktokers que suben cosas curradísimas y podcasts que dan pena.

–A ver, que no estamos debatiendo sobre el soporte –las interrumpe su madre, esforzándose por no perder la paciencia–. Estamos hablando de que a lo mejor no es tan buena idea que lo sueltes todo así, sin filtros, para que luego un montón de tíos te escriban burradas.

–¿De verdad no entiendes que eso nos preocupe? –la apoya su padre.

–Qué pena que hoy no haya algún maratón navideño...

Fran se da cuenta de que la ironía de Leyre, que daría lo que fuera por que sus padres estuvieran dando rienda suelta a su habitual pasión por el jogging, es el paso anterior a que su melliza pierda los nervios, así que decide intervenir. No vaya a ser que ese estallido les arruine definitivamente las fiestas, y acaben diciembre con algún castigo que empeore un fin de año ya poco memorable de por sí.

–A ver, que nos estamos perdiendo un poco. Lo primero, no le escriben burradas un montón de tíos: le escriben burradas un montón de machirulos. No es lo mismo. Y lo segundo, decir que le escriben por lo que cuelga en su podcast es un «por llevar la falda muy corta» digital. Eso lo pilláis, ¿no?

–Además −se suma Natalia−, ¿no nos habéis dicho siempre que defendamos nuestras ideas? Pues eso es lo que hace Leyre. Ella no tiene la culpa de que haya gente con las neuronas justas para hablar sin ahogarse.

–Como Biel, por ejemplo.

–Pues sí, Fran. Como Biel. Porque aquí deberíamos estar hablando de cómo la lio él, no de cómo reaccionamos nosotras.

Leyre extiende las manos hacia su hermana, dándole la razón en lo que acaba de decir.

–Ya vemos que os habéis puesto de acuerdo –asume su madre–. Pero que seáis más no quiere decir que llevéis razón.

Nadie ha dicho eso, pero tampoco se molestan en contradecirlos. A Fran, a menudo, se le escapa la lógica con la que sus padres atajan ciertas conversaciones, como si ante la falta de razones tuvieran que recurrir a giros argumentales tan inesperados como, en este caso, ineficaces.

–¿No vais a abrir los vuestros? –les pregunta Natalia antes de lanzarse sobre el segundo de los regalos con su nombre.

–¿Podemos decir algo antes?

–Claro.

–Son dos cosas también –su padre mira a Fran con una sonrisa irónica–. Uno: no queremos que os censuréis, solo que deis una vuelta a las consecuencias de lo que hacéis.

Fran respira aliviado. De momento, aún cabe la posibilidad de que la mañana de Navidad acabe bien.

–Y dos –su padre se gira ahora hacia Leyre–: queremos que nuestro regalo sea verte participar en ese campeonato.

Casi, piensa Fran.

Casi logramos que el día termine bien.

Pero la esperanza se desvanece gracias a ese (prescindible) punto número dos con el que su padre provoca que Leyre resople, se levante, pase despectiva junto al árbol, dé un golpe desdeñoso con el pie a uno de sus regalos –por suerte, lo bastante suave para no enviarlo al piso de enfrente– y se encierre en su cuarto tras un sonoro y elocuente portazo.

–¿Teníais que decirlo? –les regaña Fran–. ¿Precisamente hoy?

Sus padres se encogen de hombros sin saber qué responder, y a Fran le resultan, en ese instante, extrañamente cercanos. Como si ese no saber qué han hecho ni qué deberían hacer los humanizara y le permitiera verlos un poco mejor. Un poco más como se siente él, perdido y confuso porque no sabe cómo manejar una situación que le supera y que, por mucho que intente ocultársela, le sigue esperando en su móvil.

–¿Tú tampoco vas a abrir los tuyos? –se sorprende Natalia al ver cómo se dirige hacia su cuarto.

–Esperamos mejor a Leyre, ¿no? Cuando se le pase el cabreo, hacemos todas el remake navideño.

–Me parece bien –le da la razón su hermana, que también se pone en pie y sale del salón con él.

Sus padres se quedan sentados en el sofá con el mismo gesto, entre la confusión y la inquietud, con el que han reaccionado ante el portazo de Leyre.

Fran, ya en su habitación, le da la vuelta a su móvil y se queda sin respiración al ver que sí ha tenido respuesta.

Solo que no ha sido en el grupo.

Sino en privado.

Hablemos, sí.Hablemos.10:37

2

Han quedado a las seis, así que Fran confía en poder aclararse un poco las ideas en cuanto logre escapar de la comida navideña que, este año, se le hace aún más eterna que los anteriores.

Finge soportar a sus primos y tíos el tiempo imprescindible para que sus padres no se lo recriminen luego –es como si llevaran incorporado un cronómetro que indica la cantidad exacta de minutos en la que debe someterse a conversaciones que no le interesan lo más mínimo–, pero, tan pronto como la abuela apunta sus ganas de echarse una siesta, él se escabulle dispuesto a esconderse en su cuarto hasta que el desembarco familiar haya concluido.

En realidad, si no fuera porque hoy todos los temas han salido mal, tampoco puede decir que sus comidas navideñas sean de las peores. Antes sí, cuando todavía le preguntaban si tenía novia y cosas así. Claro que ahora tampoco le acaba de encantar que le insistan en que si tiene novio... Nota que lo hacen para dejar claro que les parece bien, como si a él le importase lo más mínimo su opinión, pero esa sensación de que no va a estar completo hasta que empiece a salir con alguien lo agobia un poco.

No.

Lo agobia mucho.

Le pone enfermo el cuestionario del amor que le espera en cada evento familiar. Como si fuera un requisito indispensable para madurar. Como si, hasta que no complete la casilla de ese novio, no pudiera saltar a la próxima etapa, o a la siguiente pantalla, porque su vida cada vez le recuerda más a un videojuego (y quien sea que lo ha escogido de avatar lo está manejando de pena).

Una vez en su cuarto, intenta poner en orden lo que va a decirle en cuanto lo vea.

Pero, para eso, necesita aclararse.

Es decir, dibujarse.

Sí, a lo mejor así consigue no hacer el ridículo esta tarde.

¿Te gustaría que pasara, Fran?

Porque lo mismo eso sí tienes que saberlo.

Lo mismo no sería mala idea que puedas decir algo mínimamente razonable cuando lo veas, en vez de quedarte sin palabras, porque tú eres muy de quedarte sin palabras cuando menos conviene.

Claro que también puedes limitarte a pedirle perdón, aunque, si lo piensas bien, no fue para tanto.

Que sí, vale, que a lo mejor no te dan el premio a la sinceridad, pero tampoco pasó nada. ¿Lo ves? Si lo has dibujado tú mismo. No llegó a pasar nada.

Bueno, sí, pasó que te enrollaste con Bryan porque te picó que no te diera bola Oliver, pero eso fue antes de que Bryan besara tan bien como besa, y de Miyakazi, y de romperle el brazo a la Novia Cadáver.

A lo mejor todo este drama no debería serlo.

A lo mejor Oliver y Bryan son los que tienen que disculparse por no haberlo querido hablar contigo antes.

No... Vas mal, Fran.

Si empezamos con el orgullo, vas muy mal.

Que te conoces y sabes que, cuando te da la vena rencorosa, ya no hay quien te pare.

Y aquí, en fin, aquí algo de responsabilidad sí que tienes.

Que no es shade, en serio.

Yo nunca haría eso.

Por favor, pero si soy tu mejor yo.

Lo único que creo es que tienes que aclararte un poco.

Saber qué quieres.

O a quién quieres.

Aunque, asúmelo, eso puede que no lleve a ninguna parte.

Quizás sean ellos los que ahora no te quieren a ti.

Qué movida, ¿no?

Y en Navidad.

¿Por qué a ti no te ha tocado la comedia romántica en la que acabas con un jersey hortera abrazado al tío que te gusta?

¿Por qué a ti te ha tocado el telefilme de sobremesa con la bronca familiar de esta mañana junto al árbol y el encuentro difícil de esta tarde?

Porque va a ser difícil...

Sobre todo cuando el problema no solo es que no sepas lo que va a decir él, sino que, por mucho que os dibujes, tampoco tienes ni idea de lo que quieres decirle tú.

Fran busca sus auriculares, con la esperanza de que la música baste para acallar esa voz que disfruta torturándolo con la duda de si el error fue suyo −por no haberse aclarado antes− o de ellos −por sobreactuar ante algo que, en el fondo, no era para tanto.

Si no fuera porque sabe que la de hoy tal vez sea su única oportunidad de resucitar al grupo Frikies & Orgullosas, inventaría una excusa para cancelar el encuentro y ganar algo más de tiempo. Quizá hasta que cumpla los cincuenta, o los sesenta, cuando haya podido superar la vergüenza que le da verse frente a ese chico al que tiene la sensación de haberle mostrado la cara que menos le gusta de sí mismo.

Bueno, pero eso también es salir con alguien, ¿no? Ver las partes feas.

Ni siquiera la música sirve.

Aunque intente controlarlo, hay algo en él que se remueve con fuerza desde el momento en que ha recibido ese mensaje.

Algo que, si atiende a los criterios físicos de lo que ha experimentado bajo su pantalón, podría llamar «deseo».

Y que, si se queda solo con la sonrisa boba que se le ha quedado al ver que había respuesta, llamaría «esperanza».

3

–¿Qué tal?

–Bien. ¿Y tú?

–Bien.

–Bien.

Fran se ve a sí mismo precipitándose por un bucle de repeticiones –¿cuántos «bien» más caben en su conversación?–, así que se frena antes de sentirte aún más tonto de lo que ya se siente.

En su cuaderno, justo antes de salir, se ha dibujado expresando un «lo siento» que ahora mismo no le sale. Y no porque no lo piense, sino porque no encuentra el modo de que suene espontáneo. Cada vez que intenta decirlo, esas dos palabras le pesan, como si se volvieran solemnes justo antes de tratar de liberarlas.

Y la intensidad con la que lo mira Bryan desde que se han reencontrado tampoco ayuda.

–Te he echado de menos –le confiesa él.

Fran se esfuerza por encajar lo que acaba de oír.

No se parece en nada a lo que esperaba, donde solo había un sinfín de reproches, y quizá por eso el «lo siento» con el que estaba a punto de atragantarse ahora se vuelve ligero y sencillo. Tanto como para poder responder a Bryan sin bajar la mirada, con la única intención de que entienda que esas dos palabras son sinceras.

–Y yo... Lo siento mucho, en serio.

–Ya... Yo también.

¿Él?

¿Él también qué?

¿Él también lo siente?

¿El qué, exactamente?

Tontísimo, Fran, si es que eres tontísimo.

Le gustaría no haber subestimado a Bryan, ni a Oliver, ni a Lena. Haberse dado cuenta de que era normal que se enfadaran con él en la fiesta, sí, pero que tendría la oportunidad de explicarse si se la ganaba.

–Tú no tienes nada que sentir, Bryan.

Lo piensa de verdad.

No se le ocurre qué ha podido hacer mal Bryan.

Él no es quien ha jugado con dos chicos porque no estaba seguro de con cuál quería estar.

Esto... Perdón por interrumpir, pero ¿ahora sí lo estás?

O peor aún, porque temía que el chico con el que de verdad quería estar perteneciese a una galaxia lejana y por eso se quedó con el otro, con el que habitaba en el planeta más cercano.

Y luego, cuando ya era tarde, se dio cuenta de que quizá ese planeta le podría llegar a gustar casi tanto como esa otra galaxia en la que, para qué negarlo, sigue pensando de vez en cuando.

No, a Fran le parece ridículo que Bryan pretenda compartir la responsabilidad de lo que ha pasado cuando el caos mental es solo suyo.

Pero Bryan no parece haberlo citado para someterlo a ninguna clase de tribunal.

Al revés.

Ni en su mirada ni en su voz hay rastro de esa actitud recriminatoria que Fran se había imaginado.

Lo que encuentra, en cambio, son ganas de hablar. De entenderse. Y hasta de recuperar lo que fuera que hubo.

–A ver... Le he dado muchas vueltas, ¿sabes? Y creo que, no sé, que yo también me monté una película que no era. O hasta te presioné.

–No me presionaste.

–No, pero tenía tantas ganas de que ocurriera que me creí que ya estaba pasando. ¿Me sigues?

–Pues regular... Porque sí pasó, ¿no?

–Bueno, sí, pasó que nos enrollamos. Pero a lo mejor yo necesitaba que hubiera más... No sé, como que tenía derecho a enfadarme, pero no a que todo se fuera a la mierda. Y me raya que Lena y tú estéis rayadas por eso. O que ahora no podamos irnos las cuatro a ver una de esas pelis raras que al resto del mundo le parecerían una porquería y que a nosotras nos encantan. O que nos quedemos sin sabotear la próxima expo que hagan por aquí.

–Yo necesito seguir arrancando brazos a estatuas cutres.

–Y yo.

Se ríen.

Por un segundo están allí otra vez. Con la mano de la Novia Cadáver entre las suyas. Corriendo sin saber adónde. Felices de que el azar los haya permitido conocerse. Y, en ese momento, también desearse.

–Lo he hablado con Oliver...

Lo ha hablado con Oliver.

Un momento.

¿¿¿Lo ha hablado con Oliver???

A ver, que sí, que era esperable... Pero lo mismo no hacía falta decírselo.

Fran se sentía más cómodo cuando imaginaba que la conversación de hoy fluiría espontánea, sin ese debate previo al que, obviamente, no ha sido invitado.

–Nos da pena que el grupo se rompa por algo así... Él piensa que estás llena de miedos, y yo, que te pueden las dudas...

Gracias por el psicoanálisis no pedido.

–... así que hemos decidido...

Han decidido.

–... darte otra oportunidad. Por nosotros tres, claro, pero más por Lena. Estáis currando juntos y no nos mola que se sienta incómoda solo porque tú no tengas las ideas claras.

Un segundo.

¿Esto no había empezado diferente?

Es más, ¿esto no había comenzado con un «lo siento» que le había hecho esperar una charla bonita, generosa y de las que acaban con un abrazo y un largo paseo hacia una estupenda puesta de sol?

Porque aquí sí que hay puesta de sol (aunque lo de «estupenda» es discutible) y posible abrazo.

Hasta el momento en que Bryan se ha convertido, junto con Oliver, en un juez que ha decidido perdonarle para evitar que Lena se sienta incómoda.

Le había gustado más el «lo siento» y el «te he echado de menos» del principio.

Sin embargo, Fran no se cree con autoridad suficiente como para exigir, así que asiente a la vez que se pregunta cómo será su relación en adelante, y cuándo desaparecerá esa sombra que lo persigue repitiéndole que se equivocó.

–Y de lo demás...,

¿Lo demás qué es, exactamente?

(Y, por cierto, ¿por qué en las escenas donde hay un diálogo importante en una puesta de sol nadie advierte de cómo deslumbran esos últimos rayos que ahora obligan a Fran a entornar los ojos mientras Bryan continúa su monólogo?).

–... hemos pensado que lo mejor es dejarse llevar. Fluir, ya sabes.

No, Fran no sabe.

Fran no tiene ni idea de lo que es fluir.

Ni de cómo se fluye.

Bastante le ha costado dar algún paso en estos últimos meses como para tener que ponerse ahora a «fluir».

–Entre tú y yo no hay nada. Entre Oliver y tú, tampoco. Pero lo mismo, no sé, lo mismo podría haberlo. Aunque con Oliver, difícil. No sé si te has enterado de que ha empezado a salir con Alonso.

Tío mamadísimo, 1 – Fran, 0.

Nada que le sorprenda: la normatividad, sobre todo si es de gym, triunfa de calle.

Le fastidia, claro, pero ya sabía que el de los bíceps gigantes tenía la partida ganada antes de que él empezara a jugar.

–Así que hacemos eso.

La expresión de Fran deja claro que sigue sin entender en qué consiste «eso».

–Fluimos y ya vemos.

Amazing.

Fluimos.

¿Qué somos de repente? ¿La Sirenita?

Fran no da crédito a lo que está escuchando.

Su cabeza había escrito esta escena mil veces, pero en ninguna de ellas fluía.

En todas acababa con un «lo dejamos». O con un «vamos a intentarlo de nuevo». O con un «mejor solo amigos».

Pero ninguna acababa con desenlace acuático.

Fluyendo.

Probablemente por eso se queda tan desubicado cuando Bryan se le acerca y, sin añadir nada más, le da un beso breve en los labios que, sin embargo, le sabe apasionado e intenso. Como si en esos apenas tres, cuatro segundos hubieran estallado todas las ganas acumuladas desde la última vez que se vieron.

–Así, por ejemplo.

Bryan sonríe.

Fran también.

No está seguro de por qué, ni de qué siente ahora mismo.

Pero si fluir es esto, quizá sí que le guste.

(Un poco).

Quizá eso le ayude a averiguar en qué galaxia se halla y a cuál se quiere dirigir.

–Pues entonces, ya está. Todo claro.

Sí, sí.

Clarísimo.

–Nos vamos escribiendo, ¿okey?

Fran asiente y, en su iniciación a la fluidez, aventura otro beso que Bryan recibe con ganas y en el que ambos se detienen unos segundos más que antes.

Esta vez no es tan vehemente, porque no nace de la ansiedad del primero, pero les resulta mucho más excitante y hasta los invita a unir un poco más sus cuerpos hasta que el abrazo es, a la vez, caricia. Y cuando se despiden, aún con el sabor del otro en sus labios, Fran piensa que tal vez no sea tan mala idea esto del mood fluvial.

4

Al principio piensan que la noticia es una inocentada.

Una broma de mal gusto con la que Sofía intenta tomarles el pelo este veintiocho de diciembre.

Ni Lena ni Fran pueden creer que vaya a dejar de ser la responsable de un proyecto que ha guiado y apoyado desde el principio.

–Me han ofrecido otro cargo en otro departamento –les explica–. Es un ascenso importante. Y creo que es el momento de afrontar ese reto.

–Si es bueno, nos alegramos –la felicita Lena–, aunque no trabajar contigo va a ser muy raro.

–Pero si ni siquiera me necesitáis... Estos meses habéis avanzado mucho por vuestra cuenta. Además, voy a seguir por aquí. Mientras no la lieis en más fiestas de empresa, todo bien.

–Tranquila, Sofía: tengo a mis hermanas vetadas de por vida en cualquier evento editorial.

–Me parece bien. Así os evitáis más momentos de fama no deseada.

–Y entonces, ¿quién se va a ocupar de nuestro proyecto? Porque ya sabes lo especial que es esto de la autoficción y, bueno, que no se puede hacer algo así con cualquiera, no porque no haya gente guay en la editorial, que seguro que sí, pero es que para esto no basta con ser guay, esto exige un rollo especial, como el tuyo, por ejemplo, que tú ya sabes lo que quiero decir, ¿verdad?

La incertidumbre ha hecho reaparecer a la Lena verborreica, y Fran sonríe por un momento al regresar al día en que se conocieron, antes de que ella le abriera las puertas de su mundo y en su galaxia aparecieran Oliver. Y Bryan. Y las pesadillas que ahora tiene, donde todos fluyen mientras que él, al final, siempre se acaba ahogando.

–En vuestro proyecto me va a sustituir Christian.

Fran y Lena ponen cara de no saber a quién se refiere.

–Se pasará hoy por aquí para presentarse. Es un tío con mucha visión de futuro y muy resolutivo. Seguro que os cae bien, ya lo veréis.

Pues no.

No les ha caído bien.

Y eso que tenía puntos a su favor. Como el hecho de que, a sus treinta y poquísimos, Christian sea, con permiso de Oliver, el hombre más guapo que Fran ha conocido.

Es obvio, por su forma de vestir y hasta de comportarse, que él también lo sabe. Y, a su modo, lo emplea. En su manera de hablar, de moverse, de mirar... Todo en él parece dispuesto a vencer a su posible oponente gracias a la intervención de un magnetismo que a Fran no le ha pasado desapercibido.

¿No irás ahora también a...?

No, claro que no.

Fran sacude la cabeza convencido.

Por supuesto que no se va a colgar de su jefe.

O eso, por lo menos, es lo que se promete a sí mismo.

Solo falta que a la dificultad que está encontrando en eso de «fluir» –que sigue sin saber en qué consiste– se sume una nueva circunstancia y, peor, un nuevo personaje.

Lo que no deja de sorprenderle es cómo, desde que se atrevió a alejarse de su galaxia, su capacidad para sentirse atraído por otros tíos se ha hecho mucho más amplia. Hasta más rápida.

Es como si el Fran que antes no se atrevía a alzar la mirada ahora se hubiese dado permiso no solo para elevar la cabeza, sino también para albergar sueños y fantasías que, hace no tanto, le habrían hecho sentir ridículo.

Menos mal que basta con que Christian abra la boca para que lo saque a patadas de su repertorio de galaxias deseables.

–Estoy encantado con el proyecto, de verdad. Y deseando ponerme al día con él para que se convierta en la mejor novela gráfica posible.

Hay algo en él que no le suena del todo sincero, y le basta con mirar de reojo a Lena para darse cuenta de que ella comparte su inquietud. Es más: en ella, el embrujo y la seducción de Christian no han calado lo más mínimo.

Al contrario.

Lena lo observa con atención, en una versión de sí misma muy alejada de la que antes acribillaba de preguntas a Sofía.

–Lo primero que me gustaría es conoceros un poco más −añade Christian−. Me gustaría que cada uno me entreguéis dos o tres páginas de vuestra historia. Aunque, en esta ocasión, realizadas de manera individual. ¿Me seguís?

–Sí, pero... –se atreve a contestar Lena.

–¿Algún problema?

–Pues que el trabajo es colectivo. Desde que empezamos en septiembre, ninguna de las dos hemos hecho nada de manera individual.

Fran se fija en ese femenino −«ninguna de las dos»− con el que Lena se reivindica frente a ese nuevo jefe que, por lo que intuye, no le gusta demasiado. Y le resulta valiente el soniquete sarcástico con el que le acaba de devolver sus propias palabras.

–Tranquila.

Mal.

Este es de los del clan «tranquila, no te pongas nerviosa» del que a veces habla Leyre en su podcast.

–No he dicho que vaya a cambiar vuestra manera de trabajar. He dicho que quiero conocer cómo trabajáis.

–Ya, pero... –segunda adversativa: Lena no vacila en volver a contradecirle–. Cómo trabajamos por separado no tiene mucho que ver con cómo trabajamos juntas. Aquí hemos creado un estilo propio. Algo distinto. Algo de las dos.

–Lo sé, lo sé, no hace falta que me lo expliques. Lo que pasa es que yo no puedo saber qué aporta cada cual en ese «algo de los dos» si no os veo trabajar de manera autónoma. No os estoy pidiendo más que unas paginitas.

Tenía que salir el diminutivo.

Cómo no.

Por un lado, Fran se alegra de que Christian haya dilapidado su atractivo en tan poco tiempo: no le queda espacio para complicarse la cabeza, el corazón y la libido con nadie más.

Por otro, se teme que este invierno editorial vaya a ser muy diferente al otoño anterior.

–Planteadlo como queráis. Los dos. Con total libertad. Y la semana que viene, me lo pasáis. Que tampoco quiero arruinaros el Año Nuevo.

Fran y Lena esperan a quedarse solos antes de comentar lo que acaba de suceder.

–Pffffffff...

Vale, sí, no es un comentario muy elaborado, pero es que Fran tampoco es capaz de expresar mejor lo que ha pensado. El paso de «este tío mola» a «este tío ya no mola tanto» hasta llegar a «de dónde ha salido este tío, por favor».

Por no hablar de que, por su generación, sería un crossover maléfico entre millenial y boomer. O, lo que es lo mismo, un boomer encerrado en un cuerpo de millenial.

Y qué cuerpo, eso sí, porque, si Christian no hubiera abierto la boca, ahora mismo seguiría ocupando una casilla en su ranking de hombres hot. Pero, como Christian tiene el extraño defecto de hablar, se le ha caído de ese listado en el primer encuentro.

–Podías haber dicho algo.

–¿Yo?

–Sí, no sé, me he quedado muy sola...

–¿Por no corregirle cuando decía lo de «los dos»?

–No, por no ayudarme a explicarle que este trabajo no tiene sentido si no lo hacemos juntas. No es ni tuyo ni mío, Fran.

–Eso está claro.

–Para nuestro jefe nuevo, no.

–¿Quieres que lo busque y hable con él?

–Ya no. Ahora parecería que te estoy enviando yo. Me haría quedar como si le tuviera miedo.

–Yo no me preocuparía por eso: ha quedado muy claro que no se lo tienes.

–Lo que no sé si ha quedado tan claro es que somos un equipo.

–Lo siento –Fran admite la recriminación de Lena, a pesar de que sigue pensando que su intervención no habría cambiado nada.

–Da igual. Y perdona tú, que lo mismo me he pasado... Pero ese tío me ha dado mal rollo. Y no quiero que esto se estropee ahora, ¿sabes? No sería justo.

–Si no lo he estropeado yo siendo un idiota, no lo va a estropear ese, te lo aseguro.

–Deja eso, anda.

–¿El qué?

–El látigo. No hace falta. Ya me ha contado Bryan. Y ahora sí.

–¿Ahora sí?

–Ahora sí que está todo chill.

–Sí, bueno, empieza a estarlo. De momento, vamos fluyendo.

–Es lo mejor.

Si supiera en qué consiste, sí.

Pero así, sin saberlo...

–Por cierto, Fran, ¿tienes algún plan para el treinta y uno?

–El de todos los años: quedarme en casa leyendo y viendo alguna peli.

–Pues ve pensando en el outfit, porque este año te vienes con nosotros.

–No hace falta, en serio.

–¿Pero tú no ibas a fluir?

–Si fluir es pagar una entrada carísima, pelearme por llegar a la barra y esperar tres horas a que me pongan una copa de garrafón, ya te digo que yo no fluyo nada.

–No, fluir es que te vengas a una fiesta en un local de unos amigos de Oliver, sin pagar entrada, y que pases una de las mejores noches de tu vida, además de acabar de una vez con el mal rollo de estos días. ¿A que suena mejor?

–Suena a que no puedo elegir.

–Bien: lo has pillado.

Fran acepta su invitación y en ese mismo instante nota cómo el río de estas últimas noches comienza a crecer y desbordarse bajo sus pies.

5

Algo más que sexo

Un podcast de@who_is_simone

Sexo

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00:00 / 19:57

[...] Este año, más que una hoja de cosas que han salido mal, he escrito un libro.

De momento voy por el primer volumen. Pero, como no llegue pronto la medianoche del treinta y uno, voy a acabar con una trilogía.

O una saga.

Es ridículo eso de valorar los años en errores y aciertos.

Como si la vida se pudiera controlar.

Como si el amor, esa cosa que acaba por liarlo todo, se pudiera decidir.

Pero qué va.

El amor es lo que te pasa mientras te equivocas [...]

Puede que no sea el episodio más optimista del podcast de su melliza, pero mientras stalkea el perfil de Oliver, Fran piensa que quizá lleve razón.

Ante los vídeos que Oliver cuelga desde que ha empezado a salir con Alonso, le surgen dos preguntas.

La primera, cómo no hizo algo a tiempo cuando se dio cuenta de que Oliver le gustaba de verdad.

La segunda, cómo es posible que le guste de verdad alguien que ha convertido sus redes sociales en un festival de abdominales.

Desde la fiesta de Stevens se había esforzado por no curiosear en sus publicaciones, tratando de esquivar la vergüenza que le provocaba recordar lo sucedido. Pero, si lo hubiera hecho, ni siquiera habría necesitado que Bryan le contara algo tan evidente.

Porque el hashtag #together (¿en serio?) con el que Oliver sube todas las publicaciones compartidas (en colaboración, por supuesto) con Alonso no deja lugar a dudas.

Los hashtags varían según la actividad de los vídeos –donde ambos aparecen en un 99% de las ocasiones sin camiseta– y, al final, van siempre acompañados de una nube de emojis de corazones que parecen seguir un código de colores inamovible y posiblemente pactado.

Cada vídeo, publicado primero en TikTok, se agrega después al feed de Instagram, no vaya a ser que alguien se pierda una de las dosis del amor que ofrecen diariamente a su público.

Del Oliver que conoció Fran, con un número insignificante de seguidores, a este que roza ya los 8K hay una notable diferencia. Y no solo en el número de followers, piensa Fran mientras duda si dar like en alguno de esos publirreportajes de lo fit que puede llegar a ser el amor romántico.

#together #entrenando *emoji brazo sacando bíceps *emojis (bastantes) de corazones azules

#together #dechill *emoji con gafas de sol *emojis (muchos) de corazones naranjas

#together #adictosalchocolate *emoji relamiéndose *emojis (mogollón) de corazones verdes

#together #nosvamosdefiesta *emoji cohete *emoji (infinitos) de corazones en llamas

Todos los vídeos siguen el mismo guion o, por lo menos, la misma estructura: Oliver y Alonso miran a cámara y se ríen, luego se dan una palmada cariñosa sin venir mucho a cuento, miran otra vez a cámara y se ríen, después se dan un pico, se acercan todavía más a la cámara y, sin que nadie sepa muy bien por qué, otra vez se ríen, o se dejan caer el uno sobre el otro en el sofá, se abrazan y, por supuesto, acercan el móvil para no dejar de mirar a cámara y, sorpresa, se ríen.

No es envidia.

Claro que no.

Fran se convence a sí mismo de que esas imágenes no lo enferman por no ser uno de los dos protagonistas, sino porque esa exhibición de músculos y romanticismo AliExpress no tiene nada que ver con el Oliver que da likes en sus ilustraciones más personales. Ni con el Oliver que disfruta debatiendo sobre Happy Together. Ni, en general, con el Oliver de quien se ha enamorado él.

Un momento.

¿Podemos rebobinar?



«... el Oliver de quien se ha enamorado él».

Entonces, ¿es eso?

¿Es que se ha enamorado?

Porque el verbo le ha salido así, sin pensar.

Igual que le ha salido silenciar todos los stories en el perfil de Oliver para ahorrarse los próximos #together con su correspondiente explosión de emojis cardiacos.

–Qué alegre el podcast de hoy, hermanita.

Por suerte, Natalia le proporciona la coartada que necesita para salir de su cuarto y alejarse de ese verbo y esa pregunta que acaban de estallar en su cabeza.

–Es lo que me ha salido –responde seca Leyre.

–Sigues rayada por lo que sea que te pasó en la fiesta, ¿no?

–Yo no he dicho que me pasara nada en la fiesta, Fran.

–No lo has dicho, pero sabemos que te pasó. Y cuando intentas negarlo, peor. Las Escorpio con ascendente Cáncer mentís fatal.

–Y los Escorpio con ascendente Tauro os ponéis pesadísimos cuando os da por creeros Sherlock Holmes.

–Pues yo estoy con Fran, tía. Lo que pasa es que eres una orgullosa y no lo sueltas.

–Que no es eso, Natalia.

–Lo que me pasó a mí sí que lo sabéis.

–Nosotras y media España, cari.

–Por cierto, Biel no ha vuelto a escribirte, ¿verdad?

–No...

–Ese «no» ha sonado un poco a «sí».

–Que no, Fran, no inventéis. No ha vuelto a escribirme. Y si me escribiese, lo dejaría en visto.

–Vamos, que sí. Que te ha escrito y lo has dejado en visto.

–¿Por qué siempre que hablamos de vosotras acabamos hablando de mí? Estábamos interrogando a Leyre, os recuerdo.

–¿Tenéis planes para el treinta y uno?

–Pero qué cutre, tía. Cambiar de tema así no vale.

–No cambio de tema, solo sumo otro.

–Sí, sí. Sumas otro para evitar el que nos interesa de verdad.

–¿Tenéis planes o no?

–Con Iria, en el Pink –responde Natalia, confiando en que satisfacer la curiosidad su hermana permita redirigir el diálogo al lugar del que acaban de desviarse–. Vienen Bruno y la gente de Barna.

–Yo, con Lena y estos... En un local, creo.

–¿«Estos» son el chico que te gusta y más gente?

–Sí, Naty, sí. El chico que me gusta –Fran, en realidad, piensa que a lo mejor debería haberlo dicho en plural, porque son dos, ¿no?– y más gente.

–¿Y vas a hacer algo?

–Está saliendo con otro tío. Y a mí no me va mucho el drama, la verdad.

–Vaya, un clásico.

Fran se encoge de hombros.

#niideadeloquevoyahacer

#yamegustaríaamiuntogetherdeesos

–¿Y tú, Leyre?

–Rebeca y estas me han propuesto ir al Rave.

–¿«Estas» son Tania y Eva? –se sorprende su hermano–. ¿Esas amigas a las que no ves desde tercero de primaria?

–No exageres, anda. Solo es que últimamente hemos salido menos.

–Eso, seguro. Pero si la última vez que estuvisteis juntas fue en un parque de bolas...

–¿No me puede apetecer verlas? A lo mejor lo que necesito es recuperar amistades que he tenido un poco olvidadas, no sé.

–Si lo necesitas –insiste Natalia– es porque sí que te pasa algo.

–Here we go again... –replica Leyre con fastidio.

–A ver, es que no podemos ayudarte si no nos cuentas. Y ahora que hemos terminado con el spam de los planes navideños, toca que nos cuentes tú.

–Queréis salseo.

–No –Fran se pone serio por primera vez en toda la conversación y mira a su melliza a los ojos–. Queremos que estés bien.

Si esto fuera un vídeo del tándem Oliver & Alonso, ahora sí que iría un #together y una buena tanda de emojis de corazones multicolor, aunque ellos tres no se abracen ni miren sonrientes a cámara. Solo se acercan un poco más a Leyre, a la que rodean en el sofá común hasta que ella, que se ha propuesto no emocionarse, les agarra las manos.

–Es difícil estar bien cuando sientes que la estás cagando en todo.

No dice más.

No se explica.

Fran querría saber qué hay detrás de eso.

Natalia también.

Pero acaban de darse cuenta de que quizá no sea una historia tan sencilla, y entienden que hoy no es el momento.

Así que tanto Fran como Natalia −que, como buena Piscis con ascendente Piscis, tiene un talento innato para la empatía− se quedan su lado. Sin preguntar nada más. Sosteniendo sus manos para que sepa que, si hace falta, también sabrán sostenerla a ella.

Porque puede que el amor sea lo que pasa mientras te equivocas.

Pero el lazo que los une a los tres es algo que nunca dejará de pasar.

6

En su cabeza había muchas formas de acabar el año, pero esta no se parece a ninguna de ellas.

No tiene nada que ver con las que imaginó hace solo doce meses, en ese otro enero que aún quedaba lejos de su beca y de la suerte de conocer a Lena.

Si entonces le hubieran preguntado cómo iba a ser la noche de hoy, habría dicho que como siempre: en su cuarto, refugiándose del bullicio de la cena familiar y chateando un rato con Ellis desde la cama, antes de ponerse una peli con la que quedarse dormido.

Pero tampoco se parece del todo a lo que había imaginado después de que las galaxias de Lena, Bryan y Oliver impactaran con la suya.

Aunque, al menos, sí que haya unas cuantas coincidencias:

En su fantasía:

En la realidad:

Estaban los cuatro en una fiesta

Están en una fiesta

Iban a un local guay

Sí, aunque es de los padres de Alonso (y eso la hace menos guay)

Lo pasaban genial

Llevan de risas toda la noche

Había muy buen rollo

Lo hay: «fluir» funciona

Él aclaraba por fin sus ideas

Ni ha pasado ni, después de esta noche, parece probable que suceda

Fran confiaba en que estar los cuatro juntos otra vez no solo ayudase a acabar con los recelos que aún pudieran quedarles, sino que también sería un buen modo de decidir si sentía algo:

a. por Bryan

b. por Oliver

c. por los dos, o

d. por ninguno.

(Que haya nada más y nada menos que cuatro respuestas posibles para la misma pregunta no facilita las cosas, sobre todo a quienes, como es su caso, se les dan fatal los exámenes tipo test).

Desde cuándo soy Hamlet, Yahoo respuestas.

Solo le falta la calavera e ir declamando un «ser o no ser» –reconvertido en un «arriesgar o no arriesgar»– que lo lleva a reírse de sí mismo y de su patetismo.

Sus hermanas lo regañarían si lo oyesen hablar así, pero ellas no están en su cabeza, ni mucho menos en su cuerpo. Ellas no saben cómo es sentirse mirado en esos entornos donde la atención que reciben chicos como Oliver, Alonso o incluso Bryan −pese a no compartir vigorexia con los otros dos− es muy distinta a la que le toca a él.

Sus hermanas lo quieren, sí. Y se empeñan en demostrárselo con frases de autoayuda que quedarían muy bien en una taza, pero que a él no le sirven para sentirse mejor cuando nota que alguien hace un gesto de desaprobación ante su aspecto. Un gesto que puede ser un simple arqueo de ceja, un chasquido de lengua o incluso un condescendiente movimiento de cabeza que, en su familia, ha llegado a ir acompañado de subtítulos.

Si te cuidaras un poco más...

La última vez que ha escuchado esa frase ha sido esta misma semana. En la comida del día de Navidad y en boca de su tía Sonia, que, en un acto de paradoja radical, es capaz de obligar a todo el mundo a comer un dulce de la bandeja navideña con la que los atormenta cada año y, al mismo tiempo, recriminarles que se lo estén comiendo.

Si te cuidaras más, Fran...

Le encantaría decirle un par de cosas a quien convirtió «cuidarse» en sinónimo de machacarse en el gimnasio. Como si el cuidado se pudiera medir por el número de flexiones y dominadas.

Y él ya se cuida.

Se cuida leyendo.

Se cuida dibujando.

Se cuida intentando quererse, a pesar de que las miradas ajenas –gracias, tía Sonia– no se lo pongan fácil.