Ambrosía - C.N. CRAWFORD - E-Book

Ambrosía E-Book

C.N. Crawford

0,0

Beschreibung

"Cuando el rey Torin me sigue y ve mis nuevos cuernos, rápidamente se da cuenta de que su futura esposa es una enemiga de su reino. De hecho, su nombre para mi especie es "demonio". Pero tampoco soy bienvenida en mi verdadero hogar. La reina Mab y sus monstruosos soldados están encantados de atormentarnos y me acusan de ser una traidora. Si queremos salir de la Corte de las Angustias con vida, la única esperanza que tenemos es permanecer tan cerca el uno del otro como sea posible, incluso si eso significa huir a caballo y compartir una cama. Cada momento es agridulce, ya que podría ser el último, y Torin está condenado a matar a cualquiera que él ame."

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 377

Veröffentlichungsjahr: 2025

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



A UN PASO DE CONVERTIRME EN REINA, FUI TRANSPORTADA A LA CORTE DE LAS ANGUSTIAS.

Cuando el rey Torin me sigue y ve mis nuevos cuernos, rápidamente se da cuenta de que su futura esposa es una enemiga de su reino. De hecho, su nombre para mi especie es “demonio”.

Pero tampoco soy bienvenida en mi verdadero hogar. La reina Mab y sus monstruosos soldados están encantados de atormentarnos y me acusan de ser una traidora. Si queremos salir de la Corte de las Angustias con vida, la única esperanza que tenemos es permanecer tan cerca el uno del otro como sea posible, incluso si eso significa huir a caballo y compartir una cama. Cada momento es agridulce, ya que podría ser el último, y Torin está condenado a matar a cualquiera que él ame.

MIENTRAS EL MUNDO SE CONGELA, EL ÉPICO FINAL DE ESTE FANTASY ROMÁNTICO HARÁ QUE TODO ARDA.

 

 

C.N. CRAWFORD

No es una persona, sino dos.

Christine es de Lexington, Massachusetts y toda la vida estuvo interesada en el folklore de Nueva Inglaterra, le gustan especialmente los cementerios viejos y abandonados.

Nick pasó su infancia en los eternos inviernos de Vermont leyendo fantasy y ciencia ficción, lo que lo volvió resistente al frío.

Con dos hijos, se turnan para escribir borradores y hacer revisiones. Son autores bestseller de varios libros de fantasía romántica y urbana.

¡Visítalos!

www.cncrawford.com

Para aquellos que quieran que las hadas los saquen de este mundo aburrido, y danzar como una llama sobre las montañas.

 

(También para aquellos a quienes no les importa que le haya robado estas palabras a W. B. Yeats)

1 RESUMEN

Torin es el rey de los seelie, quien está atormentado por distintas maldiciones. En Frost, descubrimos que su reino, Feéra, fue maldito por los noseelie hace mucho tiempo. Los seelie les dicen “demonios” a los noseelie porque son sus enemigos y, además, tienen algunas características animales, como cuernos y alas. La maldición tiene a Feéra sumida en extensos inviernos y magia oscura.

Torin debía encontrar una reina para detener el avance del invierno. Según la antigua tradición seelie, la reina debe elegirse mediante una serie de pruebas cargadas de brutal salvajismo.

Pero Torin también tiene otra maldición. Los noseelie lo condenaron a matar a cualquier persona que ame. Lo peor de todo es que no puede contarle a nadie de la maldición, y las candidatas a novia no saben por qué él está buscando una novia que no pueda amar.

Según Torin:

“Los demonios nos habían maldecido. Tras la conquista, nos condenaron a inviernos interminables hasta que aprendimos a mantenerlos a raya con el poder de una reina y un trono. Los demonios volvieron a maldecirnos con los Erlkings, que llegaban cada cien años para sembrar su muerte de hielo.

Y cuando intentamos hacer las paces con ellos una última vez, maldijeron a toda mi familia. Dejaron ciega a Orla. Sentenciaron a mis padres a muerte. Y me condenaron a matar a toda mujer que amara”.

Años antes, Torin mató a la única mujer con la que quiso casarse, Milisandia. Debido a la maldición, Torin decidió buscar una novia de la que no pudiera enamorarse. Pensó en Moria, una princesa de pelo bordó, hermana de Milisandia. Por muy bella que fuera, él no la amaba.

Pero cuando conoció a Ava, Torin tramó un nuevo plan.

Ava es una fae a la que encontraron abandonada de bebé. La adoptó y la crio una madre humana, Chloe, y ha vivido toda su vida entre humanos. Su mejor amiga es una humana llamada Shalini, una ingeniera de software que, al no necesitar trabajar más, enseguida se aburrió de su vida sin empleo.

Al comienzo de Frost, Ava llegó a su casa y encontró a su prometido humano en la cama con otra mujer. Salió decidida a emborracharse y renunció a los hombres para siempre. Cuando Torin entró al bar a pedir un whisky, ella lo insultó en plena borrachera. Torin decidió que Ava sería la novia perfecta: una mujer que no podría amar. Le ofreció cincuenta millones de dólares para competir en las pruebas y arreglar el resultado con él. A cambio, él también recibiría una enorme suma de dinero de parte del canal de televisión que transmitiría la competencia. Debido a los largos inviernos, el suministro de granos y alimentos de Feéra había disminuido considerablemente, y su pueblo estaba al borde de la hambruna.

Durante la competencia, Torin ayudó a Ava a entrenar para los terribles duelos, perfeccionando su muy buena aptitud para la esgrima. Pero a medida que pasaban tiempo juntos, comenzó a encenderse la pasión entre ambos. A Torin le preocupaba correr el riesgo de enamorarse de Ava, de volver a matar a alguien a quien amaba.

Cuando Ava ganó el último duelo, estalló el desastre. Torin le tocó el brazo, y se activó la maldición, que empezó a congelarla con su escarcha. El estallido de magia de Torin destruyó su propio trono y Ava terminó chocándose con el trono de la reina. Fue la magia del trono de la reina la que la llevó a su hogar.

Solo que no era un hogar que ella reconociera.

Cuando Ava miró su reflejo en el agua, descubrió que unos cuernos de color cobre asomaban de su cabeza. Resultó ser que Ava era noseelie, un demonio, enemiga natural de los seelie.

2 AVA

Me quedé contemplando el charco de agua en el suelo del bosque, con la vista clavada en los cuernos de un intenso color cobre que sobresalían de mi cabeza: pequeños y diabólicos, encorvados hacia afuera, apuntando hacia el cielo. Los ojos estaban oscuros y turbios, del verde opaco de un mar tormentoso. Tenía tierra pegada en una mejilla, y me la quité con una mano temblorosa.

Cuando caí por el portal de hielo a este lugar, mi pelo había pasado de tener las puntas de color lavanda a ser verde claro por completo. También había cambiado mi ropa. Ahora llevaba un vestido verde agua que se me había pegado al cuerpo, empapado por el agua del portal. La tierra húmeda del bosque me había manchado los zapatitos blancos y el dobladillo del vestido, ligero y vaporoso.

Temblando del horror, mis ojos volvieron a los cuernos. Se me disparó el pulso.

Demonio.

Ese era el término con el que los seelie llamaban a los noseelie.

Una vez Torin había dicho: “Se supone que un rey debe demostrar que tiene el poder para derrotar a los demonios”. Había un tapiz colgado en el salón principal de su castillo, y en él se veía al antiguo rey seelie cortándole la cabeza a un demonio de cuernos dorados.

Unos cuernos muy parecidos a los míos…

El pavor hundió las garras en mi corazón. ¿Acaso Torin me atravesaría la garganta con una espada si me viera así?

Ava Jones no tenía estos cuernos. Le pertenecían a mi nuevo yo, a un demonio con un nombre olvidado.

Alcé una mano para tocar una de las curvas y rocé la punta con el dedo. Me asustó lo sensible que era, y sentí un escalofrío que me recorrió por completo. Filoso como la punta de una espada fae. Por un segundo, en mi mente refulgió una imagen de los cuernos destrozando las entrañas de alguien…

Volví a estremecerme. Debajo de la magia glamour de la Ava Jones común y corriente, se despertaba un monstruo.

Cuando aparté el dedo de la punta de mi cuerno, una gota carmesí brillaba en la yema. Me metí el dedo en la boca y sentí el sabor a cobre.

Respiré hondo, tratando de calmarme. El aroma del bosque me llenó las fosas nasales, intenso y primigenio: musgo, tierra y un rastro de almendras dulces. El aroma cosquilleó algo en los recovecos más oscuros de mi memoria. Me envolvió una bruma, que ocultó mi reflejo en el charco de agua.

Se movieron unas hojas, y me sobresalté, recordando el espanto que había olvidado con la distracción: tenía una araña a mis espaldas, una terriblemente grande.

Me di la vuelta. Se iba acercando una araña del tamaño de un mastín, con los seis ojos iridiscentes clavados en mí.

Empecé a retroceder de a poco, con los zapatos empapados por el agua del charco. La araña avanzó, con la boca abierta para mostrarme los colmillos largos y puntiagudos.

Mientras me iba alejando con cautela, maldije en silencio la magia de este lugar por haberme dado un vestido bonito, pero no una espada para defenderme. Tenía los cuernos, claro, pero no estaba preparada para acercarme tanto.

La araña avanzó hacia mí; me di la vuelta y salí disparada en la dirección contraria.

Arremangándome el vestido, corrí entre la bruma. Del suelo húmedo asomaban raíces de árboles retorcidas, por lo que traté de no tropezarme.

Apenas podía ver por dónde iba con tanta niebla y la tupida maleza me raspaba los brazos y las piernas. Atravesé charcos llenos de barro y aparté las ramas que se me ponían delante de la cara.

Por mi mente revoloteaba el terror mientras intentaba encontrarle sentido a mi situación actual. ¿Qué fue lo que había pasado en la última hora?

Se suponía que ya debería ser la reina de los seelie.

Debería estar sentada en el trono, reponiendo la magia del reino, salvándolo de las heladas y el hambre. Debería ser la esposa de Torin, al menos en apariencia. Debería tener cincuenta millones en mi cuenta bancaria. Pero Moria había ido a mi habitación a contarme una historia sobre una hermana asesinada y una premonición de mi muerte. Tenía la certeza de que Torin también me mataría. Y eso la alegraba, en realidad.

El corazón se me hizo añicos.

Tal vez ella tenía razón. Porque según entendí, un rey seelie estaba obligado matar a una noseelie como yo tan solo para conservar su honor.

Iba corriendo por el bosque, con las palabras de Torin resonando en la cabeza: “Monstruos… demonios… incluso hablar de ellos podría atraer su atención retorcida”.

Un ruido bajo y sibilante me hizo sentir un escalofrío de miedo por la espalda. Volteé la mirada. La araña monstruosa me estaba alcanzando. Corrí más rápido entre la bruma, con los pulmones ardiendo. Las espinas me marcaban los brazos desnudos con furiosos rayones rojos. A la distancia, oía el correr del agua del río, y me dirigí hacia el sonido. Si seguía el río, quizá llegaría a una aldea o algún asentamiento.

Esperaba que en cualquier momento la araña se abalanzara y que, después de sentir sus patas peludas en la espalda, se sucediera el dolor intenso de los colmillos clavándose en el cuello.

Me tropecé con una raíz y revoleé los brazos para estabilizarme. Tomé del suelo una roca del tamaño de mi puño, giré y la arrojé a los ojos de la araña. La criatura retrocedió con un chillido, y volví a salir disparada.

Cuando estaba llegando al río estruendoso, el sol poniente teñía la niebla con una luz rosa dorada. El agua blanca corría sobre trozos de madera y bajaba por una pendiente suave que llevaba a un claro. Sentía el rocío de una bruma fresca. Cuando busqué entre la niebla, no vi ningún movimiento.

Seguí el sendero estrecho junto al río. Al adentrarme en el bosque, las tonalidades cambiaron a tonos vibrantes y cautivadores. Las hojas verdes se mezclaban con el granate, luego con el rojo intenso, y los troncos de los árboles oscilaban entre el añil y el azul oscuro. A medida que caía la noche, la luz iba oscureciéndose y adoptando tonos crepusculares de violeta e índigo.

Me apresuré a bordear la orilla del río, sobre piedras resbaladizas y raíces enroscadas. La noche se volvía cada vez más cerrada, las sombras se espesaban y alargaban a mi alrededor. Respiré hondo, tratando de imaginar cómo recorrería aquel lugar en la oscuridad total.

Abriéndome paso por el sendero, llegué a un árbol gigantesco que surgió de entre las tinieblas, con el tronco teñido de azul noche. Sus ramas se arqueaban sobre el río y la luz de la luna iluminaba las hojas carmesís. El enorme árbol bloqueaba el camino, y sus gruesas raíces se retorcían por la ladera hasta llegar al río.

Me resbalé cerca del árbol. Las ramas gruesas ocultaban la luz de la luna y me envolvieron las sombras.

Me estremecí, y alguien me sujetó por detrás y me llevó a la oscuridad, con un brazo rodeándome la cintura y una mano tapándome la boca. El miedo se me disparó por las venas.

Forcejeé, ataqué a codazos a mi agresor e intenté desgarrarle la mandíbula con los cuernos. El olor a roca y tierra húmedas me llenó la nariz y, cuando los ojos se adaptaron a la oscuridad, me di cuenta de que me arrastraban a una cueva.

Mi captor se inclinó y me susurró al oído:

–Por favor, quédate quieta, Ava.

Reconocí el barítono profundo y meloso de su voz peligrosa y a la vez que seductora. El aroma a roble del rey seelie me envolvió, rozando los bordes dentados de mi miedo. Estaba atrapada en las férreas garras del hombre que quizá deseaba mi muerte.

La pregunta seguía rondando en mi cabeza: ¿iba a matarme? Porque ese era el deber de un rey seelie.

–Ava. –Su poderoso brazo me tenía inmovilizada–. Necesito que te calmes. Alguien te estaba siguiendo.

Me quedé quieta, dejé de resistirme, y mis músculos cedieron. Poco a poco, recuperé el aliento y él me quitó la mano de la boca. El corazón aún me latía como el de un colibrí. ¿Era por miedo o era solo el efecto que Torin siempre me provocaba? No estaba segura.

Como fuera, él no me iba a soltar.

–¿Qué haces aquí? –susurré–. ¿Cómo llegaste?

–Te seguí a través del portal –murmuró él–. Y ahora mismo, estoy intentando salvarte de un demonio.

Sentía el aliento cálido de Torin en la oreja, su brazo musculoso quedó aferrado a mí.

–Te ha estado siguiendo –agregó.

¿No se había dado cuenta de que yo era un demonio?

El corazón me latía con más fuerza. Sumida en mi pavor, no había visto a los demás noseelie.

–¿Y por qué no me sueltas?

–Porque veo que eres noseelie y en este momento me estoy cuestionando todo. –El filo de una navaja se deslizó por su voz suave, y el miedo me recorrió la espalda–. ¿Te enviaron para destruir mi reino, niña cambiada?

La acusación me hizo enojar y giré para verlo. Pero él no me soltaba, así que me quedé mirándolo fijo a sus penetrantes ojos azules, apretada contra el muro de músculos de su pecho. Su antebrazo seguía firme alrededor de mi espalda baja, como una barra de hierro.

–¿Que si me enviaron con la misión de destruir tu reino? No digas tonterías, Torin. –Salió con un tono cortante y bastante alto que resonó contra las piedras–. Si todo esto fuera parte de un maquiavélico plan maestro, ¿crees que me habrías encontrado en un bar, borracha y manchada de curry?

Torin arqueó una ceja negra y susurró:

–Baja la voz, niña cambiada. Pero si no era tu intención, te has esmerado para destruir mi reino. Mi trono se partió. Mi poder ha desaparecido. Feéra quedó sumida en el hielo, y no tengo reina que pueda curarla. El hambre y el frío se apoderarán de mi reino, y estoy atrapado en la mismísima Corte de las Angustias, donde me espera una ejecución horripilante si me capturan. Parece un poco conveniente para los demonios, ¿no?

Demonios. Otra vez esa palabra, saliendo de su boca perfecta. Pero ¿cómo podría pensar que yo era una espía?

–No había ningún plan –dije, apretando los dientes–. No te he mentido. –Se me apagó la voz. Todavía estaba intentando hacerme a la idea–. Y quiero los cincuenta millones de dólares que me debes.

A Torin se le curvó la comisura de los labios.

–No lo dirás en serio, niña cambiada.

–Firmamos un contrato. Eres el rey fae y no puedes infringirlo.

–No eres seelie. El contrato es nulo.

Yo seguía mirándolo, presionada contra él.

–Pero esa regla no existe, ¿verdad? No estaba en la letra pequeña.

–¿De verdad te preocupas por esto ahora?

–Tu reino estará bien. Solo búscate una esposa seelie como corresponde. Estoy segura de que te las arreglarás. –Ojalá mi tono no hubiera sonado tan ácido–. Pero sigues en deuda conmigo.

Su brazo me rodeaba con fuerza y podía sentir el latido de su pulso a través de la ropa.

–Sabes, no debería estar cerca de ti.

–Entonces quizá deberías dejarme ir –dije con templanza.

–Así parece.

3 TORIN

Era una locura, pero no quería soltarla. Incluso en la penumbra de la cueva, podía ver las suaves curvas de sus cuernos de cobre. Era una antigua enemiga de los seelie, con cuernos diabólicos y todo: la evidencia estaba ante mis ojos. Y yo la había seguido hasta la Corte de las Angustias.

Lo único positivo era que había sentido cómo se disipaba el peso de la maldición de la reina Mab. En el momento en que salí del portal y respiré el aire del reino noseelie, el maleficio había quitado sus gélidas garras de mi pecho. Fue una extraña sensación de certeza, una ligereza que nunca había sentido.

¿Por qué había desaparecido la maldición? No tenía idea. Pero sin el agobio de su peso, podría ceder a mis deseos... Podría tocar a Ava. Podría besarla profundamente y levantarle el dobladillo del vestido hasta la cintura. Estaba en la naturaleza de los fae ceder a la lujuria, buscar el placer por encima de todo...

Excepto que la persona que ocupaba cada uno de mis pensamientos era un demonio.

¿Acaso me había traído hasta aquí engañado? No lo sabía. En cuanto vi que la seguía un desconocido, un noseelie con cuernos y alas que estaba armado, sentí la necesidad de protegerla.

–No puedo quedarme aquí, Ava –susurré–. Me queda una pequeña cantidad de magia, creo. Tal vez pueda abrir un portal.

Si llegaba a capturarme la reina Mab, me desollaría vivo. Encontraría la forma de provocarme una muerte dolorosa y humillante. Y, sin embargo, mi atención estaba fija en la noseelie que tenía delante. Ella me observaba entre las sombras de la cueva con unos grandes ojos verdes.

–¿Se te ocurre alguna idea de cómo sacarnos? –preguntó.

“Sacarnos”, a los dos.

–Tal vez me quede magia suficiente para crear un portal. Pero no puedes venir conmigo a Feéra, Ava.

Aquí, la maldición había desaparecido. Pero ¿en mi hogar? La mataría en cuanto se me acercara.

Ella entrecerró los ojos, luego agitó las largas pestañas negras.

–¿En serio me privarás de la encantadora compañía de Moria?

–Más allá del trato que hayamos hecho, los tuyos no pueden volver a pisar Feéra.

Se había librado una guerra entre mi mente y mi cuerpo, pero sabía que no podía llevarla conmigo por dos razones muy importantes. Uno, estuve a punto de matarla. Sin pensar, por instinto, quise alcanzarla cuando se apartó de mí. La maldición helada se había desprendido de mi cuerpo, y el invierno había empezado a llevársela. Dos, ella era un demonio, y un demonio había maldecido nuestra tierra con heladas brutales e inviernos interminables. Mis súbditos la harían pedazos; destruirían el reino antes de permitir que una noseelie llevara la corona. Y sería entendible. Habíamos sufrido durante siglos.

Eso no impidió que mi cuerpo deseara a este demonio en particular. Su forma actual la hacía más atractiva: salvaje, despiadada y seductora al mismo tiempo. Se me aceleraba el pulso al tenerla cerca. Hacía un momento, había sentido el latido de su corazón contra mi cuerpo a través de la tela delgada y húmeda de su vestido. Una caricia que habría sido mortal en Feéra...

Mis ojos se posaron en su boca perfecta, carnosa y apenas entreabierta. Quería saborear los labios de un demonio, hacerla gemir de placer. Mierda.

Se oyó un sonido grave y rítmico afuera, que interrumpió mi batalla mental. El ruido me produjo un escalofrío.

–Es la araña –susurró Ava.

Tomé una piedra y salí por la apertura de la cueva. Seis ojos oscuros brillaban en la penumbra mientras la araña trepaba lentamente por el tronco del enorme árbol, con los colmillos llenos de veneno. La sangre me latía fuerte contra el cráneo. No quería a esa cosa cerca de Ava.

Cuando la araña saltó, me lancé hacia delante y le di un duro golpe en la cabeza con la roca. La criatura cayó al suelo y la sangre me cubrió las manos y el cuerpo. Solté la piedra. Un icor azul noche me salpicó la camisa blanca y me la quité. Crucé hasta el río, me deshice de la camisa y me limpié las manos ensangrentadas con el agua fresca.

Observé el bosque oscuro en busca de movimiento. Aparte del viento que soplaba entre las hojas y el extraño canto de los pájaros, no percibí nada.

Cuando volví a entrar en la cueva, Ava me miró el pecho con el ceño fruncido.

–¿Acaso la araña te ha robado la camisa?

–La mayoría de las mujeres no se quejaría.

–Veo que la pérdida de tu trono no te ha afectado el ego.

Una cruel verdad se apoderó de mis pensamientos a pesar de todos mis intentos de racionalizar la situación. Debería dejar a Ava allí y volver a casa, pero no podía.

–Me aseguraré de que estés a salvo aquí, Ava, pero no puedo llevarte conmigo a Feéra. Y no me queda suficiente magia para abrir dos portales. –Tan solo un destello de magia chisporroteó en mi pecho.

Ava apretó los dientes. Parecía demasiado enojada para hablar, y le brillaban los ojos de color verde oscuro.

–¿Quién me seguía?

–Un noseelie grande con cuernos plateados y alas oscuras, armado con dardos. Pero no lo vi recién. Creo que lo hemos perdido en la niebla y la oscuridad.

Ava se dirigió a la apertura de la cueva y observó las sombras. Al cabo de un momento, se volvió hacia mí con el ceño fruncido.

–¿Cómo sabrás si estoy a salvo y cuándo?

No tengo ni la más puta idea.

Me pasé una mano por la quijada, con la mente revuelta como el río que rugía afuera. Era posible que los noseelie la recibieran con los brazos abiertos. Era parte de ellos, una hija perdida de la Corte. Entonces yo regresaría a mi reino lo antes posible. Arreglaría mi trono, restauraría mi poder, y me casaría con... alguien. Moria, tal vez. De ninguna manera me enamoraría de ella.

Una reina solo necesitaba cumplir con su función: traer la primavera de nuevo. Los graneros estaban casi vacíos, se había sacrificado el ganado a fin de tener carne para comer, y el reino se había quedado sin dinero.

Yo era el rey de los seelie, y mi vida era un caos absoluto.

–Observaré desde la distancia para ver cómo reaccionan los noseelie al verte. Si te aceptan, entonces regresaré a mi reino discretamente e intentaré restaurarlo. Creo que estarás mejor aquí que en Feéra.

Ava respiró hondo y preguntó:

–Entonces, ¿por qué te morías por meterme en una cueva?

Me pasé una mano por el pelo antes de responder:

–Porque ese demonio estaba armado. Sería mejor buscar a alguno inofensivo. Alguien a quien pudiéramos matar con nuestras propias manos si fuera necesario.

–Parece que nos espera una noche interesante –dijo Ava, alzando las cejas.

Se dio la vuelta y salió de la cueva, en dirección a la oscuridad del bosque.

La seguí, observando el contoneo embriagador de sus caderas mientras se internaba entre los árboles. Cuanto más nos adentrábamos en el bosque, más rojas se volvían las hojas. Atravesadas por la luz de la luna, parecían salpicaduras de sangre.

¿Cuánto había enfurecido a los antiguos dioses al meterme en aquel portal por voluntad propia? El rey ungido de los seelie estaba dejando que su pueblo muriera congelado para proteger a un demonio.

Los antiguos dioses me habían elegido para liderar a los seelie. Antes de mi coronación, el dios astado había transformado a los varones nobles en ciervos, y yo había demostrado mi fuerza derrotando a cada uno de ellos. Luego, cubiertos de sangre, habíamos marchado hasta donde se encontraba la Espada de los Susurros para la prueba final de los dioses.

Solo un alto rey de pura cepa podía levantar la espada. Fue forjada por los antiguos dioses en la tierra de los muertos. Estaba hecha de acero fomoriano y podía cortar la piedra. Si la sostenía contra la garganta de un enemigo, este confesaba sus pecados. Y cuando un alto rey verdadero sujeta su empuñadura, la espada susurra. En el campo de batalla, en manos de un rey, la espada susurra sobre la muerte y el valor, sobre cuerpos devastados y cantos de dioses. Así supe que los antiguos dioses me habían elegido.

Entonces, ¿qué mierda estaba haciendo ahora?

Ava se volvió hacia mí con el ceño fruncido.

–¿En qué piensas tanto?

–En la Espada de los Susurros –murmuré con aire distraído.

–¿Estás delirando? –suspiró ella.

La comisura de mis labios se crispó. No estaba del todo equivocada. Los reyes que usaban la espada siempre empezaban a oír voces.

Pero lo que pensaba sobre Ava era una locura propia, y ella ya me había hecho perder la cordura.

4 AVA

La luz de las estrellas se colaba entre las ramas de los árboles mientras seguíamos el río que bajaba por la pendiente. Cuanto más caminábamos, más parecía que nos acercábamos a algún tipo de civilización. Entre los troncos nudosos, aparecían arcos de piedra en ruinas, cubiertos de flores rojas trepadoras.

Torin caminaba detrás de mí, y le eché un par de miradas a su torso desnudo y atlético. La luz de la luna se reflejaba en sus tatuajes, que eran como cuchillas. Una pequeña parte de mí agradecía que él estuviera aquí, asegurándose de que no me pasara nada. Pero otra parte de mí, mucho mayor, se rebelaba ante el hecho de que él probablemente se marcharía para casarse con otra. Necesitaba una reina y yo ya no era una opción.

La idea de él sentado en su trono, ya reparado, con alguien como Moria a su lado...

A mí no me criaron en estos mundos, no me inculcaron la enemistad entre los reinos. ¿Qué sentido tenía arrastrar ese odio mutuo durante milenios?

Volví a mirarlo, sintiendo una grieta en el corazón al contemplar la perfección de su físico.

–¿Con quién te casarás? –No sabía por qué lo preguntaba si en realidad no quería saberlo.

–La verdad es que no importa con quién me case, Ava. Lo principal es que necesito volver y arreglar mi trono lo antes posible. Si el trono está roto, no tengo poder alguno –dijo en voz baja–. Tal vez Moria o Cleena. Cualquiera de ellas sería perfecta. Aunque, para ser franco, sospecho que mi mayor amor siempre seré yo mismo. Y cómo no serlo, niña cambiada…

Me volteé, interrumpiéndolo al apoyar la mano contra su pecho.

–Con Moria no. Te odia. Te culpa por haber matado a su hermana.

–Sí maté a su hermana.

–¿Por qué?

–Se llamaba Milisandia, y la enterré en el Templo de Ostara. –Respiró hondo–. Fue un accidente del que me he arrepentido todos los días desde entonces. No he podido contárselo a nadie hasta ahora. Solo lo sabía mi hermana. –Sus apenados ojos azules buscaron los míos–. La maté, Ava.

Me quedé mirándolo, con el corazón retorciéndose. No me parecía que él entendiera que Moria estaba trastornada y era peligrosa. Había asesinado a Alice, por el amor de Dios.

–Torin, no creo que ella piense que fue un accidente.

A él le destellaron los ojos, y se llevó un dedo a los labios. Su vista se dirigió a algo por encima de mi hombro.

–Puedo oler a otro noseelie.

Inspiré hondo, inhalando un nuevo olor del bosque. Bajo la marga, el musgo y los hongos con un dejo a almendras, flotaba en el viento un aroma salobre. Mientras me concentraba, se oía una canción lejana que recorría el bosque. Aquí, el caudal del río se había vuelto más suave, más borboteo que torrente. En la tranquilidad de la noche, la vida del bosque que me rodeaba emitía una especie de leve zumbido, como una tenue música boscosa.

Volví al sendero. Un débil resplandor azul brillaba entre las bóvedas de piedra en ruinas que se encontraban más adelante.

Me daba la sensación de que la canción me llamaba, acercándome cada vez más. Tomé la delantera mientras Torin se quedaba atrás; sus pisadas eran casi imperceptibles. Nos ocultamos detrás de un denso follaje rojizo, y observé la luz azul a través de las hojas.

Divisé el origen del resplandor: unas grandes luciérnagas azules que flotaban en el aire sobre un arroyo murmurante. Y allí, con los brazos apoyados en la orilla del río, había una mujer noseelie. Su resplandeciente cabello blanco le caía sobre los hombros desnudos del color del bronce. Llevaba un pequeño gorro de plumas rojas y un velo verde sobre el rostro. No parecía muy mala.

Estiré el cuello y vi unas escamas iridiscentes que brillaban sobre sus omóplatos.

Me volví hacia Torin, y él susurró:

–Una merrow. No es peligrosa, creo. No puede salir del agua.

Inhalé hondo, tratando de sentir el olor de alguna otra criatura. No olí nada.

La merrow había empezado a cantar de nuevo, una canción tranquila y hermosa que armonizaba con la melodía embriagadora de la vida que nos rodeaba.

Respiré profundo y me abrí paso entre el follaje, con las hojas resbaladizas que me rozaban la piel. La merrow se volvió hacia mí y guardó silencio. Ladeó la cabeza, con los ojos morados que le brillaban de curiosidad.

–Hola –la saludé, con una sonrisa vacilante.

Ella olfateó el aire y habló en una lengua cadenciosa y desconocida.

–Perdón, no te entiendo.

La merrow volvió a olfatear y dijo:

–Crom. Isavell. –Sonrió–. Mab.

Se veía bastante amistosa. Le devolví la sonrisa y me toqué el pecho.

–Ava. Mab... ¿es la reina? Disculpa, ¿te llamas Isavell?

Me sonrió, con los ojos brillantes, y repitió:

–Isavell.

Por los dioses, me sentía una estúpida. Mi aspecto era el de una noseelie, pero no hablaba ni una palabra de su idioma.

Isavell, si así se llamaba, soltó una risita. Se levantó del agua, revelando un vestido plateado sin mangas que se le pegaba al cuerpo, mojado por el agua del río. Parecía de verdad encantadora. Tal vez los noseelie no eran demoníacos en absoluto. Tal vez habían sido demonizados por sus enemigos durante siglos, pero en realidad eran muy buenos.

Me pregunté si Torin ya habría decidido que no me pasaría nada.

Estaba pensando en qué decir a continuación cuando Isavell señaló un árbol en flor. Me acerqué tímidamente y ella me esbozó una sonrisa alentadora. Entre las flores crecían unas pequeñas bayas moradas. Cuando las señalé y alcé las cejas, Isavell asintió.

¿Quizás ella quería comer algo?

Recogí un puñado de bayas y se las acerqué a la orilla del río, donde me agaché. Isavell se metió una en la boca y me sonrió. Luego hizo un gesto. ¿Quería darme una? Algo más íntimo de lo que estaba acostumbrada a hacer con gente que no conocía, pero tal vez era así como los noseelie hacían amigos.

No parecía que esta fuera la Corte de las Angustias.

Abrí la boca y ella metió una baya. Cuando la mordí, un jugo dulce y ácido explotó en mi lengua. Conocía las advertencias sobre la comida o el vino de los reinos de los fae, pero yo era parte de ellos.

Me quedé agachada junto a la orilla del río, mientras compartíamos el resto del puñado de bayas. Cuando terminamos de comer, tenía la palma de la mano manchada del jugo morado. Me puse de pie, con ganas de preguntarle qué encontraría si seguía caminando. ¿Encontraría un pueblo? ¿Una ciudad llena de bellos fae amantes de las bayas?

Pero no hablaba su idioma, así que señalé hacia el río y alcé las cejas.

La merrow volvió a olfatear el aire y su sonrisa se desvaneció poco a poco. ¿Acaso sentía la presencia del rey seelie? Unas sombras oscuras se deslizaron por sus ojos y se le encorvaron los labios, revelando unos caninos terriblemente afilados.

Me alejé, tambaleándome.

Ella echó la cabeza hacia atrás y el gorro de plumas cayó al agua. Abrió la boca y soltó un canto fuerte, como un gemido, con una palabra que reconocí: “Isavell”, seguida de la palabra “Morgant”.

Se me aceleró el pulso.

Aquella dejó de ser una actitud muy amistosa y volví corriendo al follaje. Desde la otra dirección, unas pisadas y el crujido de las ramas resonaban en la noche. El corazón me dio un vuelco. Me estaban persiguiendo.

Antes de llegar a comprender el peligro, un dolor intenso me atravesó los hombros y otro se me clavó en la parte baja de la espalda. De inmediato, el aire se me fue de los pulmones a la vez que un dolor atroz me recorría los músculos y los huesos. Oí a Torin gritar mi nombre mientras caía sobre la tierra húmeda. Me tomó entre sus brazos fuertes, me estrechó contra el pecho desnudo y empezó a correr.

Mis músculos sufrían espasmos a medida que me invadía una toxina, y me costaba mantener los brazos alrededor del cuello de Torin. Los dardos me desgarraban la piel.

–Eso fue un error –dijo Torin poniéndose tenso y me apoyó en el suelo.

Me dolía la espalda y rodé sobre la tierra musgosa. Con la vista nublada, busqué a Torin por el suelo del bosque. De su espalda desnuda sobresalían unos dardos como los de San Sebastián, y estaba tratando de levantarse haciendo fuerza con los brazos.

Se arrastró en cuatro patas hacia mí y me arrancó los dardos. Me acerqué para ayudarlo, pero una bota se estampó contra él, inmovilizándolo en el suelo, y alguien me jaló hacia atrás.

5 AVA

Me di la vuelta en el suelo y me quedé observando al hombre cuya bota se clavaba en la espalda de Torin, un fae imponente de hombros anchos cubiertos por una armadura de bronce. Llevaba una corona de escorpiones dorados apoyada contra los cuernos, y una larga cabellera blanca le caía por la espalda.

Tragué saliva.

–Espera. –Se me había secado la boca y ya no podía pensar con claridad–. Suéltalo. Él no debería estar aquí.

¿Acaso entendía algo de lo que le decía?

Unas alas negras se desplegaron tras él. Eran vaporosas y delgadas, como las alas de una mariposa. Podría haber sido hermoso si no fuera por sus gestos. Parecía dispuesto a matar a Torin a golpes.

Me miró, entrecerrando los ojos color ámbar. Poco a poco, levantó la bota de la espalda de Torin.

Torin se dio la vuelta, quebrando los dardos, sujetó la pierna de nuestro atacante con ambas manos y le torció el tobillo para un lado y la rodilla para el otro.

El noseelie de cabello blanco cayó al suelo, y el ruido resonó en el bosque.

Pero el desconocido quedó en el suelo tan solo unos segundos, y ni Torin ni yo podíamos mantenernos en pie. Otros noseelie se acercaron a nosotros. Vestidos con pieles y armaduras, cuero y musgo, gritaban en su extraño idioma.

Un noseelie con cuernos me sujetó los brazos y me levantó de un tirón.

–Morgant –dijo, dirigiéndose al fae de la corona de escorpiones.

Comenzó a embargarme el pavor al pensar en lo que le ocurriría a Torin aquí, en territorio hostil.

El cuerpo me vibraba de dolor por las toxinas, y quería hacerme un ovillo en algún lugar y vomitar. Pero no podía porque Morgant me estaba subiendo a un caballo. Me arrojó boca abajo sobre el lomo del animal, saltó detrás de mí y emprendió la cabalgata por el sendero del bosque.

Levanté la cabeza, miré hacia atrás y el horror me golpeó como un puñetazo. Tenían a Torin atado a una cuerda, y lo arrastraban detrás del caballo.

Ya no me importaba nada, excepto encontrar la forma de sacarlo de aquí. Incapaz de mirarlo, aparté la vista.

El bosque se fue haciendo menos denso y apareció un castillo a la distancia, entre las rocas y la niebla. Se alzaba por las alturas y la base se retorcía como raíces nudosas de árboles que se mezclaban con una fortaleza gótica.

El veneno corría por mis venas, nublándome la vista. Grité hasta quedarme ronca y un puño me golpeó la nuca.

Yacía en un suelo tortuoso, con los músculos doloridos y la cabeza a punto de estallarme. La luz de la luna proyectaba un resplandor frío sobre mi habitación, una especie de celda extraña. La mitad de las paredes parecían estar hechas de una corteza azulada que se elevaba hacia el cielo, a cientos de metros de altura. La otra mitad era de piedra, con una puerta de hierro empotrada en la pared.

Unos puntitos plateados salpicaban la oscuridad que tenía encima, unos rayos de luz muy pequeños para una celda estrecha e increíblemente alta. Aquí solo tenía la compañía de las sombras.

Me pasé los dedos por la parte de la espalda donde me habían clavado los dardos, y sentía un dolor agudo en los músculos cada vez que me movía. Intenté tragar saliva; tenía la garganta seca.

–¿Torin? –La voz me salió ronca.

La única respuesta que obtuve fue el eco de mi propia voz en las paredes.

Apoyé la cabeza entre las manos, tratando de contener las náuseas. No sabía si Torin había llegado con vida.

¿Y si seguía vivo? Quizás había podido abrir un portal para escapar.

Si se quedaba aquí, los noseelie lo harían pedazos.

Con la cabeza entre las manos, sentí ganas de vomitar, pero no salió nada. Si los noseelie eran en verdad monstruos como Torin dijo, ¿qué diablos decía eso de mí?

Tenía la garganta como papel de lija.

–¿Torin? –intenté de nuevo y me dio un ataque de tos.

Me levanté del suelo y fui renqueando hasta la puerta de hierro. Desesperada, azoté la puerta con el puño.

–¿Hola? –grité–. ¿Torin? ¿Alguien? –Cuanto más gritaba, más desesperada estaba por conseguir agua. Sentía la garganta como si hubiera tragado vidrios rotos.

El pánico se apoderó de mí y me volví hacia la celda estrecha y altísima, con los ojos puestos en el dosel atravesado por la luz de la luna. Cuando mis ojos se adaptaron, pude distinguir los tonos rojizos de las hojas.

Si hubiera sido capaz de trepar estos muros, habría podido escapar. Pero la piedra y la corteza eran demasiado lisas para sostenerme.

Me ardía la garganta, y en lo único que podía pensar ahora era en un torrente de agua y en lo bien que se sentiría bajando por mi garganta.

Me desplomé contra la corteza y cerré los ojos. Me lamí los labios resecos y pensé en Torin intentando correr conmigo en brazos; luego nos imaginé zambulléndonos en el río, donde el agua cristalina corría por nuestra boca.

Si no podía tener un alivio real para mi sed, tendría que conformarme con la fantasía.

6 AVA

Me desperté acurrucada en el suelo, iluminada por unos delgados rayos dorados. Me parecía que llevaba días perdiendo y recobrando el conocimiento. Si salía de aquí con vida, nunca volvería a dar por sentados la comida ni el agua. Siempre me asombrarían los milagros modernos, como los supermercados y las duchas.

En todo momento, incluso mientras soñaba, una sola pregunta destellaba como un letrero luminoso de neón: ¿Qué está haciendo Torin?

Mientras yacía en el suelo de mi celda, mi mente regresaba a la noche en que él me había mostrado la vista de Feéra desde un acantilado cubierto de nieve. Me había dado unos sorbos de whisky de su petaca y nos habíamos quedado contemplando la vista impresionante de un lago helado y las montañas ennegrecidas que lo rodeaban. La nieve había cubierto las laderas opacas y unos castillos oscuros sobresalían de los horizontes rocosos. A lo lejos brillaban unas ventanas doradas, miles de casitas acogedoras. Este recuerdo era ahora mi nueva fantasía. Mi nueva forma de escapar.

Quizás era allí donde estaba sentado ahora, bebiendo whisky. ¿Qué increíble sabor tendría si se deslizara por mi garganta? Y la nieve también. Me arrodillaría y la lamería directamente de la tierra.

Empezaba a dormirme de nuevo, solo por un momento, cuando oí el crujido de hierro contra hierro. Abrí los ojos de golpe y dirigí la vista hacia la puerta. Había estado a punto de saborear la nieve, de sentir cómo se derretía en mi lengua, y ahora la ilusión se había desvanecido. Esperaba que la reemplazaran con agua de verdad.

Cuando la puerta se abrió con un chirrido, se asomó un hilo de miedo en los recovecos de mi mente. Morgant estaba en el vano de la puerta, vestido de cuero verde oscuro. Un rayo de luz se reflejaba en el oro de su corona de escorpiones.

Llevaba una copa de piedra, pero su gesto gélido me revolvió el estómago. Intenté ponerme de pie, pero mis músculos estaban muy débiles, así que me apoyé contra la corteza.

–Agua –dije con la voz ronca. Hacía días que se había esfumado la escasa capacidad que tenía para seducir o engatusar a una persona.

Si fuera humana, ya estaría muerta.

Morgant me esbozó una sonrisa sombría y se arrodilló a mi lado. Sus ojos color ámbar se entrecerraron.

–Te daré un sorbo si me das la información que quiero. –Me tomó por el cuello–. Tienes un olor espantoso.

Como si el estado asqueroso en el que me encontraba hubiera sido por elección.

–¿Cómo llegaste a estar en compañía del rey seelie? –Hablaba con un acento en el que pronunciaba fuerte las erres.

Aún no sabía si todavía tenían cautivo a Torin, y no iba a confirmar su identidad al hombre que podría desollarlo vivo.

–¿El qué seelie? –pregunté.

Él me apretó la garganta.

–Si quieres agua para vivir, responderás mis preguntas. Los nuestros no mienten.

Levanté la vista hacia la luz que atravesaba las ramas de los árboles. Aquí tenía que llover de vez en cuando. Pero aún no había llovido.

–No sé de qué me hablas.

Con la mano alrededor de mi garganta, Morgant levantó la copa de piedra por encima de mi boca. Dejó caer una sola gota sobre mis labios, y yo la lamí, desesperada por beber más.

–A ver, traidora. La cuestión es que él sí nos está hablando. Y no parece que le importes en absoluto.

Miré fijo a Morgant, con un horror creciente que me laceraba los pensamientos. Todo este tiempo, había imaginado que él se había ido de aquí con su portal.

–Me llamo Ava, no traidora.

¿De verdad estaba Torin en el calabozo o era un engaño? Porque si lo estaban torturando...

Mis pensamientos se sumían en la oscuridad.

A Morgant se le curvaron los labios antes de decir:

–El rey seelie me ha dicho que te detesta, que regresará a su reino y se casará con una hermosa mujer llamada Moria. –Ladeó la cabeza–. No te es leal en absoluto. Creo que te considera repugnante, desaliñada y totalmente falta de disciplina y sofisticación.

Ay.

–Dijo –continuó Morgant– que te eligió para competir en sus pruebas para reina solo porque te odia. Porque no quería una esposa de verdad. Dijo que nunca podría amarte.

Miré al suelo y se me nubló la vista. Desde que volví a casa y encontré a Andrew enroscado con Ashley, el corazón se me había ido helando poco a poco. Ahora, el frío se filtraba hasta mis venas y arterias, extendiendo su manto gélido por mi pecho. Con las palabras de Morgant, el último resplandor de hielo terminó de cubrirme el corazón.

–Pero no es el rey –dije con voz monótona–. Te está mintiendo.

Morgant me soltó el cuello y me golpeó con fuerza la cara. La bofetada me mareó y el dolor me recorrió la sien. Caí al suelo de corteza rugosa de la celda y me quedé echada, sin molestarme en ponerme de pie.

Si alguna vez recuperaba las fuerzas, iba a arrancarle la columna vertebral a ese desgraciado.

–Si intentas proteger a un hombre que te detesta –señaló, por encima de mí–, debo decir que me das bastante... ¿cuál es la palabra en tu lengua? Lástima. También me parece grotesco que seas tan débil. Sin magia. Sin poder. Sin honestidad ni honor. No te pareces en nada a un noseelie de verdad. Nosotros no mentimos. Y sabemos quién es él. La reina sabe quién eres tú.

Desvié mi mirada hacia la suya y dije:

–Entonces solo ella sabe quién soy, porque yo no tengo idea. ¿Te importaría informarme?

–Aún no me lo ha dicho. –Su poderosa mano se aferró a mi nuca con fuerza. Me levantó en el aire, y se formaron magullones debajo de sus potentes dedos. Lancé patadas a mis espaldas, moviendo las piernas con todas mis fuerzas. Era como patear un muro que apenas podía alcanzar.

–¿Dónde está tu magia? –bramó–. Una noseelie no debería estar tan indefensa.

Me soltó y caí al suelo, hecha un ovillo. Antes de poder responder, Morgant me dio una fuerte patada en las costillas, y el dolor me recorrió el costado. La sensación de las costillas magulladas fue cegadora, y mis pensamientos se oscurecieron por un momento.