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Era la época en que el drama lírico, generalmente clásico o bucólico, hacía las delicias de la grandeza romana…
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Veröffentlichungsjahr: 2017
Amor'è furbo
Leopoldo Alas «Clarín»
Era la época en que el drama lírico, gene-ralmente clásico o bucólico, hacía las delicias de la grandeza romana.
Orazio Formi, poeta milanés, educado en Florencia, y después pretendiente en Roma, alcanzaba por fin en la capital del mundo ca-tólico el logro de sus esperanzas bien funda-das. Brunetti, su amigo, compositor mediano, escribía para las obras líricas de Formi una música pegajosa y monótona, pero cuya dulzura demasiado parecida al merengue, decía bien con las larguísimas tiradas de versos endecasílabos y heptasílabos que el poeta ponía en boca de sus pastores y de sus héroes griegos.
Formi creía en una Grecia parecida a los paisajes de Poussin; en cuanto a los dioses y a los héroes se los figuraba demasiado parecidos al Gran Condé, al ilustre Spínola y a Francisco I. Veía a Eurípides a través de Racine; amaba a Grecia según se la imponía la Francia del siglo de oro.
Brunetti, cuya verdadera vocación era la ci-rugía, pero que acosado por el hambre, había llegado a vivir del cornetín (un cornetín estri-dente que tocaba el pobre napolitano con to-do el furor de los rencores de su vocación paralizada), Brunetti se había dedicado al fin a componer música para óperas y dramas líricos, considerando que las partituras se parecían unas a otras hasta la desesperación del pobre instrumentista, y que vista una ópera, estaban hechas todas. Por consiguiente las inventó él, ni mejores ni peores que las había aprendido de otros, y desde entonces dejó de soplar en el metal ingrato y ganó más dinero aunque no mucho. Cuando Formi se dio a conocer en el teatro de Roma por su Leandro, drama sentimental y muy a propósito para las melodías simplicísimas que Brunetti sabía combinar, el compositor le buscó y le propuso su colaboración. Aceptó Formi, que aún no podía escoger músico a su gusto, y su segunda obra se cantó ya con melodías de la fábrica Brunetti. Se llamaba la ópera Filena; era una larguísima égloga, extremadamente fastidio-sa, falsa, absurda, pero tan del gusto predominante en la corte pontificia, que la fama de Orazio Formi llegó a las nubes, y Brunetti, si no de la gloria, participó de los beneficios contantes y sonantes. Agradecido a su buen milanés, como él le llamaba, el napolitano le procuró la amistad que más podía agradarle al poeta enamorado de todo lo francés, de todo lo que fuera siglo de oro y aun de los días de Luis XV; le hizo amigo de la famosa actriz y tiple ilustre Gaité Provenze, que en Italia quiso llamarse la Provenzalli, y así llegó a ser célebre en la península como antes en su patria lo había sido con su apellido verdadero. Gaité -cuyo nombre de pila no debía de ser este, pero que así decía llamarse- era una encarnación de todo lo que tenía de femenino el espíritu francés de aquellos tiempos. Amaba a Molière y deliraba por Racine, pero prefería a Scarron y aun se deleitaba con los poetas de tercer orden; era la cortesana hecha artista; para ella el galanteo y la poesía se fundían en el arte del bel canto y de la de-clamación académica, afectada, falsa y estira-da; no tenía más religión que la del pentá-
grama [...]