Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Dick Diver es un brillante psiquiatra casado con su paciente, Nicole, una rica y atractiva joven, y son una de las parejas más emblemáticas de la Riviera francesa, epicentro del glamour en los años veinte. Allí es que Dick, atrapado en una complicada relación con su mujer, comienza un amorío con Rosemary, una joven actriz. A partir de entonces, la vida de Dick se precipitará y cambiará tanto sus relaciones personales como el amor.-
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 33
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
F. Scott Fitzgerald
Saga
Amor en la noche
Original title: Love in the Night
Original language: English
Copyright © 1925, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726521085
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
Amor en la noche apareció en el Saturday Evening Post el 14 de marzo de 1925. Escritoen la Riviera en noviembre de 1924, después de entregar El gran Gatsby a Scribner, es elprimer cuento de E itzgerald cuya acción transcurre en el extranjero. Amor en la noche esel primero de un grupo de relatos en los que Fitzgerald compara Estados Unidos yEuropa. Parte del material que se refiere a la Riviera en este cuento —por ejemplo, laevocación de la colonia rusa prerrevolucionaria—sería recuperado en Suave es la noche.
Aquellas palabras conmovieron a Val. Le habían venido a la cabeza de pronto, aquella tarde de abril fresca y dorada, y se las repetía una y otra vez: «Amor en la noche; amor en la noche». Las pronunció en tres idiomas —ruso, francés e inglés—, y decidió que sonaban mejor en inglés. En cada idioma significaban un tipo diferente de amor y un tipo diferente de noche: la noche inglesa parecía la más cálida y suave, con la lluvia de estrellas más diáfana y cristalina. El amor inglés parecía el más frágil y romántico: un vestido blanco y una cara en penumbra y unos ojos que eran remansos de luz. Y, si añado que en realidad Val pensaba en una noche francesa, comprendo que debo retroceder y empezar desde el principio.
Val era mitad ruso y mitad norteamericano. Su madre era hija de aquel Morris Hasylton que fue uno de los patrocinadores de la Feria Internacional de Chicago de 1892, y su padre —véase el Almanaque de Gotha, edición de 1910— era el príncipe Pablo Sergio Boris Rostoff, hijo del príncipe Vladimir Rostoff, nieto de un gran duque —conocido como Sergio el Charlatán—, y primo tercero y distanciado del zar. Era, como se ve, impresionante: casa en San Petersburgo, un pabellón de caza cerca de Riga, y una lujosísima villa, más bien un palacio, con vistas al Mediterráneo. En aquella villa de Cannes pasaban el invierno los Rostoff, y lo último que se le podía recordar a la princesa Rostoff era que aquella villa de la Riviera, desde la fuente de mármol —estilo Bernini— hasta las doradas copas de licor —estilo sobremesa—, había sido pagada con oro americano.
Los rusos, por supuesto, vivían alegres en Europa en los días festivos de antes de la guerra. De las tres razas que usaban el mediodía francés como parque de atracciones eran, con mucho, los más distinguidos. Los ingleses eran demasiado pragmáticos, y los americanos, aunque gastaran con generosidad, no tenían una tradición de comportamiento romántico. Pero los rusos… Eran tan galantes como los latinos y además eran ricos. Cuando los Rostoff llegaban a Cannes a finales de enero, los dueños de restaurantes telegrafiaban al norte para que pegaran en las botellas de champán las etiquetas de las marcas favoritas del príncipe, y los joyeros apartaban las piezas más increíbles y maravillosas para mostrárselas al príncipe —pero no a la princesa—, y barrían y adornaban la iglesia rusa por si al príncipe se le ocurría pedir ortodoxamente perdón por sus pecados. Y hasta el Mediterráneo tomaba en su honor un intenso color de vino en las tardes de primavera, y los barcos de pesca, con las velas hinchadas como el pecho de un petirrojo holgazaneaban primorosamente a poca distancia de la costa.