Amor imprescindible - Leanne Banks - E-Book

Amor imprescindible E-Book

Leanne Banks

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Beschreibung

El empresario Michael Hawkins había tomado una rápida decisión. Tras dejar embarazada en una inesperada noche de pasión a su secretaria, Kate Adams, le pidió que se casara con él. Kate no quería ser vista como un interés comercial más de su jefe. ¿Podría convencerlo de que iba a ser tan imprescindible en su corazón como lo era en su oficina?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública otransformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2001 Leanne Banks

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor imprescindible n.º 1044 - noviembre 2024

Título original: Expecting the Boss’s Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. N ombres, c a r a cteres, l u g ares, y s i t u aciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410747081

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Según había dicho el director en su discurso durante la reunión de antiguos alumnos, ellos eran los que más éxito habían tenido a lo largo de la historia del Hogar Granger y, por tanto, debían ser los modelos a seguir por los más jóvenes. «Ellos» eran Dylan Barrow, Justin Langdon y Michael Hawkins. Este último no había podido dejar de pensar en el comentario sobre los «modelos a seguir». Unidos por su pasado común, su prosperidad y sus cuentas multimillonarias, los tres brindaron por su éxito en el bar O’Malley.

Justin, un mago de la bolsa, alzó su jarra de cerveza.

—Felicidades, Dylan —dijo—. Seguro que te sorprendió averiguar que tu padre era el famoso Archibald Remington, dueño de una de las empresas farmacéuticas más importantes del mundo.

Dylan asintió con expresión cínica. Michael consideraba que, de los tres, Dylan era el que mejor daba la imagen de hombre rico y próspero. Ocultaba muy bien sus duros orígenes, aunque Michael podía atisbarlos con facilidad bajo la superficie, pues eran similares a los suyos.

—Mi padre era un cobarde muy rico —dijo Dylan—. No me reconoció como hijo hasta su muerte. Me dejó mucho dinero, un puesto en la junta directiva de una compañía que no quiere saber nada de mí y unos hermanos horrorizados por el escándalo que represento. Todo tiene su precio.

Michael no podía culpar a Dylan por su actitud. No recordaba ningún chico del Hogar Granger que no hubiera anhelado tener un padre. Aquel era un amargo detalle más que los unía. Ninguno de los tres tenía padre. Apartó de su mente aquel deprimente pensamiento.

—¿Cómo celebraste tu triunfo? —preguntó a Justin, que empezó invirtiendo pequeñas cantidades en bolsa hasta hacerse muy rico.

—Creo que no llegué a celebrarlo. Viví durante años con muy poco dinero y en un barrio pobre para poder invertirlo todo en bolsa, y no hice nada especial cuando alcancé el primer millón. Cuando conseguí el segundo me trasladé a un barrio en el que no hace falta tener rejas en las ventanas. ¿Y tú? ¿Cómo celebraste el éxito de tu empresa en Internet?

Según la prensa y el discurso del director del Hogar Granger, Michael era un genio de los ordenadores que se había hecho rico de la noche a la mañana montando un negocio en Internet. Pero él sabía mejor que nadie cuánto esfuerzo y trabajo le había costado llegar donde estaba.

—Dormí ocho horas seguidas por primera vez en tres años.

Dylan movió la cabeza, pensativo.

—Yo pensaba que tener dinero lo solucionaría todo.

—Soluciona muchas cosas —dijo Justin.

—Pero tiene que haber algo mejor que esto. ¿No te has sentido como un fraude cuando el director no paraba de insistir en el ejemplo que representamos?

Michael sentía el mismo vacío y la misma insatisfacción que Dylan. El dinero le había aportado una publicidad que no quería, unos fortísimos impuestos y la sensación de que nunca encontraría lo que buscaba. Fuera esto lo que fuese.

—Para lo que nos está sirviendo, lo mejor sería jugárnoslo todo.

Justin estuvo a punto de atragantarse con su cerveza.

—Eso sería una imprudencia.

Dylan ladeó la cabeza.

—No es mala idea. ¿Dónde? ¿En Las Vegas o en Atlantic City?

Justin miró a Michael y luego a Dylan.

—¿Se puede saber qué habéis estado bebiendo?

—Michael tiene razón. Llega un momento en que añadir ceros a la cuenta corriente deja de resultar divertido. De momento, como más he disfrutado ha sido comprando un coche y una casa para mi madre. Ninguno de nosotros está casado ni tiene demasiada familia.

—El matrimonio es la aspiradora gigante de las finanzas —dijo Justin en tono alarmado.

Michael sentía el mismo rechazo por el dinero, aunque por motivos diferentes. Se había ganado honradamente su apodo de Hombre de Acero. Aunque apenas confiaba en lo emocional, sentía el empuje insistente de una idea extravagante.

—En lugar de ir a Las Vegas, podríamos convertirnos en los benefactores con los que todos habríamos querido contar cuando estábamos empezando.

Dylan lo miró un largo momento y sus labios se curvaron en una lenta sonrisa.

—Si uniéramos nuestros recursos podríamos hacer cosas grandes.

—Un momento —dijo Justin, claramente preocupado—. ¿Unir nuestros recursos?

—Podríamos deducirnos muchos impuestos —dijo Michael, y la expresión de Justin se suavizó al instante—. Deberíamos crear una especie de club secreto de millonarios.

—Una fundación secreta de millonarios con deducción de impuestos —aclaró Justin de inmediato.

—Hagámoslo —insistió Michael. No había tenido una idea tan clara respecto a lo que quería desde que había iniciado su negocio y había contratado a su secretaria, Kate Adams. Esta era una de las pocas personas del planeta en las que podía confiar, y si él fuera un hombre distinto, un hombre con corazón, su relación podría haber llegado a ser algo más que meramente profesional. Una noche llegó a serlo, pero, afortunadamente, Michael recuperó el sentido común a la mañana siguiente y logró salvar su relación profesional.

—Yo me apunto —dijo Dylan, e hizo una seña con la cabeza al camarero—. Sirva otra ronda.

Un prolongado silencio siguió a sus palabras mientras él y Michael miraban a Justin con expresión expectante.

—De acuerdo, de acuerdo —dijo este finalmente—. Pero si las cosas no salen bien, no me vengáis luego con lamentos.

—Salud —dijo Michael, y alzó su copa con un extraño sentimiento de anticipación—. Por el Club de los Millonarios.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Kate Adams miró al hombre por el que se había ido colando a lo largo de los tres años anteriores y notó que el estómago se le encogía. Aunque se sintió atraída por él desde el principio, su corazón, su pasión y su cariño habían alcanzado poco a poco el pozo en que residían en aquellos momentos. No era amor, se repitió por enésima vez, pero sí era algo muy fuerte.

El sillón de cuero que se hallaba junto a su enorme escritorio de nogal estaba vacío, como de costumbre. Michael prefería una silla alta y con ruedas y un tablero inclinado para trabajar. No le gustaba mucho estar sentado. Sus brillantes ojos color topacio parecían contradecir su actitud indiferente. Su inteligencia y tenacidad estimulaban la creatividad de Kate hasta un grado que nunca habría creído posible. Habían trabajado muy unidos y, después de un tiempo, ella había empezado a anhelar los comentarios de aprecio de su jefe, las ocasionales caricias de aprobación. De vez en cuando había sentido su mirada puesta en ella, y la atracción había palpitado entre ambos, pero Michael siempre se había ocupado de sofocarla.

Kate nunca había dejado de esperar que algún día su jefe apartara la vista de su trabajo, la mirara y comprendiera que era la mujer que necesitaba. Dos meses atrás, la fatídica noche en que Michael la miró y alargó una mano hacia ella, creyó que así había sido.

Una oleada de calor la recorrió al recordar. Podría haber sido el día anterior. Ambos estaban cansados después de haber pasado varias horas trabajando en un proyecto. Cuando Michael recibió la noticia de que había conseguido un importante contrato con una empresa de la costa oeste, sacó una botella de champán olvidada en la nevera e insistió en que lo celebraran.

Abrió la botella y roció accidentalmente a Kate con el champán. Ella gritó, él se disculpó y ambos rieron. Una copa siguió a otra y al final Kate no sabía qué le había afectado más, si el champán o las hambrientas miradas de su jefe.

En determinado momento, Michael le hizo beber de su copa y lo único que consiguió fue mojarla más.

—Voy a acabar con más champán en la blusa del que he bebido —dijo ella, riendo. Al mirar a Michael, la expresión de sus ojos la dejó sin aliento. Dejó de reír y sintió que una mezcla de temor y euforia se apoderaba de ella. Hacía tiempo que anhelaba que la mirara así.

Michael posó la vista en su boca.

—Siento curiosidad por averiguar cómo sabe el champán en tus labios.

Instintivamente, Kate se los humedeció con la lengua. Se sentía como si estuviera al borde de un precipicio. El corazón le latía tan fuerte que estaba segura de que él podía oírlo.

—Tal vez deberías comprobarlo —susurró.

Sin dejar de mirarla, Michael inclinó la cabeza y la besó. El primer beso dio paso a otro, y a otro más, hasta que Kate perdió la cuenta. Su blusa húmeda fue descartada y se excitó al instante bajo las caricias de Michael. Seductoras y exigentes, las manos de este no dejaron un rincón de su cuerpo sin explorar. Inevitablemente, en su interior floreció la esperanza de que la deseara como algo más que su secretaria.

Pero a la mañana siguiente su sueño quedó roto en mil pedazos. Michael se disculpó profusamente por haber traspasado las barreras de su relación profesional. Se mostró tan sinceramente disgustado por su comportamiento que Kate no pudo odiarlo.

E incluso después del tiempo transcurrido aún no había perdido la esperanza de que la mirara y comprendiera que la quería. Pensó que había llegado el momento de averiguarlo, y sintió que el estómago se le volvía a encoger a causa de los nervios. Respiró profundamente para tranquilizarse. Había llegado el momento de la verdad. Ganara o perdiera, no podía permitirse esperar más a Michael.

Se acercó a él y abrió la boca.

Michael apartó la mirada del papel que sostenía en la mano y se lo alcanzó.

—¿Te importaría investigar este hogar para madres solteras?

Kate sintió que su corazón dejaba de latir. ¿Sabía la verdad? Abrió la boca, pero ningún sonido surgió de ella.

—Necesito que lo mantengas en secreto —continuó Michael, en un tono que recordó a Kate la noche que pasaron juntos, la noche que él le demostró con su cuerpo y sus palabras cuánto podía desearla—. Es un favor para un amigo.

—¿Un favor para un amigo? —repitió ella, tensa.

Michael se encogió de hombros.

—Sí, algo referente a una fundación caritativa.

Kate tomó el papel.

—Lo intentaré, pero puede que tenga que irme.

—¿Irte? —Michael miró su reloj—. Son solo las diez. ¿Estás enferma?

—En cierto modo —murmuró Kate, sintiendo que su coraje se desvanecía. Pero enseguida alzó la barbilla y se dijo que debía hacer aquello—. No puedo volver —espetó.

—¿Volver adónde? —preguntó Michael, sin comprender.

—Adonde estábamos antes de la noche que pasamos juntos.

Michael asintió lentamente y se pasó una mano por los ojos.

—Ya te dije que lo sentía. Lo último que pretendo es estropear nuestra relación profesional. Eres la mejor secretaria que he tenido… la única que podría tener.

Se estaba refiriendo al hecho de que había tenido siete secretarias antes de que Kate llegara. Si ella no hubiera estado colada por él, sus palabras habrían sido un consuelo pero, dadas las circunstancias, no sirvieron para nada.

—No puedo volver atrás. Siento algo especial por ti —dijo Kate, y sintió que su corazón se desgarraba cuando Michael apartó la mirada. Decidida a hacer aquello lo mejor posible, continuó hablando a pesar de la inseguridad que reflejaba su voz—. Siento algo por ti que no puedo evitar. Te aprecio como jefe, pero me he encariñado contigo como hombre.

—Pues no lo hagas —dijo él con firmeza, volviendo a mirarla—. No soy el hombre que te conviene. No creo en el amor romántico. Ni siquiera estoy seguro de creer en el amor. Las emociones van y vienen. No se puede depender de ellas. Hay más probabilidades de ganar en Las Vegas que con algo tan caprichoso como las emociones humanas. No soy alguien con quien se pueda contar. Sería un marido y un padre funesto. No te encariñes conmigo de ese modo.

El corazón de Kate se encogió y las náuseas se acumularon en su garganta. Asustada, se volvió para correr hacia el baño.

—¡Kate! —exclamó Michael tras ella.

Al sentir que le iba pisando los talones, ella cerró de un portazo a sus espaldas. Tiró de la cadena y se arrodilló hasta que terminó de devolver. Luego, ignorando los golpes en la puerta, se irguió, se lavó la cara y bebió un poco de agua.

—Lo superarás, Kate —dijo Michael desde el otro lado de la puerta.

Kate se sentía humillada, mortificada… y embarazada. Pensó en la pequeña vida que llevaba en su seno, el resultado de la única noche que había pasado con Michael. Sintió que se le hacía un nudo en la garganta, pero se negó a llorar. Tal vez más tarde, pero no en aquellos momentos.

Al mirarse en el espejo vio un intenso dolor reflejado en sus ojos azules, unos ojos que, según sus amigos, siempre relucían. Algo no encajaba en aquella imagen.

—Si siempre haces lo que siempre has hecho, siempre obtendrás lo que siempre has obtenido —murmuró, citando de forma aproximada una frase que había leído recientemente en un libro—. Ha llegado el momento de hacer algo distinto —armándose una vez más de valor, irguió la cabeza y abrió la puerta—. Renuncio a mi puesto.

—¿Que renuncias? —repitió Michael, consternado—. ¿Por qué vas renunciar a un trabajo que te gusta cuando ambos sabemos que esa noche que pasamos juntos fue solo un gran error?

«Porque voy a tener un hijo tuyo», pensó Kate, pero se negó a decírselo en aquellos momentos. Tal vez más adelante, cuando hubiera recuperado la compostura.

—Es imposible que me quede. Renuncio —dijo, y se encaminó hacia su despacho.

Michael la alcanzó enseguida.

—Esto es ridículo. Lo superarás. Te aumentaré el sueldo.

—No necesito ningún aumento —replicó Kate a la vez que abría la puerta del despacho—. Mi opción de compra de acciones de la compañía me ha asegurado el futuro.

—Tendrás tu propio proyecto.

Aquella era una oferta muy tentadora, pero no para ella.

—No.

—Debe haber algo que desees con todas tus fuerzas —dijo Michael, exasperado—. Todo el mundo tiene su precio.

Aquellas palabras enfadaron tanto a Kate que apenas pudo hablar. Respiró profundamente.

—Siempre pensé que las personas que te llamaban «el hombre de acero» estaban equivocadas. Siempre creí que poseías otras cualidades. Por eso me quedé —se volvió y lo miró a los ojos—. Renuncio. Renuncio a organizarte el día, a recordarte que debes comer, a seguir dejándome seducir por tu inteligencia, a seguir deseando que me desees. Renuncio a seguir trabajando para ti.

—Tu contrato específica que debes avisar con dos semanas de antelación —replicó Michael con aspereza.

Kate sabía que podía ser duro, pero nunca lo había sido con ella. Sus manos empezaron a temblar. Si no salía pronto de allí iba a desmoronarse. Volvería más adelante por sus cosas.

—Descuéntame el dinero. Adiós, Michael —dijo y, tras tomar su bolso, salió del despacho con paso firme.

 

 

Michael la observó mientras se alejaba. ¿Qué diablos acababa de pasar? Se había ocupado de restablecer su relación profesional con Kate después de la noche en que cediendo al oscuro anhelo y necesidad que tan a menudo había negado, hicieron el amor.

Siempre se había sentido físicamente atraído por ella, pero, ¿a qué hombre no le habría sucedido lo mismo? Su sedoso pelo oscuro caía como una cascada sensual hasta sus hombros, sus ojos azules brillaban de inteligencia y humor, sus carnosos labios se curvaban a menudo en una intrigante y seductora sonrisa y movía su cuerpo al caminar como un felino.

Hacía aflorar el afán de conquista en un hombre, pero él se había negado a sí mismo el agua y el sueño mientras hacía surgir su empresa de la nada. Se dijo que el sexo era una necesidad más a la que había renunciado. Valoraba a Kate por razones más importantes. Ella había sido la persona con la que más había podido contar durante los tres últimos años de su vida. Kate lo había tratado del mismo modo cuando estaba endeudado hasta el cuello y cuando se había convertido en multimillonario. Confiaba en ella. Podía contar con Kate, y para ser un hombre que se había pasado la vida sin contar con nadie, eso era algo.

Su aroma aún permanecía en el aire… un aroma a galletitas y sexo. Eso solo habría bastado para volverlo loco. Lo más probable era que ni siquiera fuera consciente de su importancia. Pero ahora se había ido. La mirada emocionada y también triste de sus ojos aún lo perseguía. Kate no era impulsiva ni dada a muestras irracionales de emoción. Michael tenía la inquietante sensación de que había hablado totalmente en serio, y no solo había perdido a la mejor secretaria que había tenido; también había perdido a su mejor amiga.

El sonido del teléfono en el escritorio de Kate le hizo salir de su ensimismamiento. Descolgó el auricular.

—Hawkins —murmuró.

—¿Michael? ¿Qué haces respondiendo al teléfono?

Michael reconoció al instante la voz de Jay Payne, su especialista personal.

—Justo a tiempo, Jay. Necesito una nueva secretaria.

Se produjo un largo silencio.

—¿Has dicho una nueva secretaria? ¿Y Kate?

—Se ha ido.

—¿De vacaciones?

—No.

—¿Ha pedido una excedencia temporal?

—No —contestó Michael, sintiendo que se le empezaba a agotar la paciencia.

—¿Está enferma?

—No —contestó Michael, y entonces recordó que Kate le había parecido enferma justo antes de irse—. Ha renunciado a su puesto.

Se produjo otro largo silencio.

—¿De repente?

—De repente.

—Pero se supone que debe avisar con dos semanas de antelación —farfulló Jay—. ¿Te ha dicho por qué? ¿Te la ha robado alguno de nuestros rivales? Sé que ha recibido ofertas.

Michael frunció el ceño. Había algo en todo aquello que no cuadraba.

—Anota que está de baja por enfermedad y yo procuraré hacerle cambiar de opinión. Dame los nombres de las empresas que han tratado de captarla. Entretanto, consígueme una secretaria eventual.

—¿Algún requisito especial?

—Que sea alguien como Kate —contestó Michael, y supo que acababa de pedir algo imposible.

 

 

Dos semanas después, cuando se reunió con Dylan y Justin en O’Malley, la marcha de Kate aún tenía alterado a Michael.

—Hey, Michael, te estás quedando atrás en el trabajo —dijo Dylan—. Tú estás a cargo del hogar para madres solteras, Justin del programa de escolarización para niños desfavorecidos y yo estoy buscando información para el programa de investigación médica.

—Investigación médica —repitió Justin con expresión preocupada—. Eso suena muy caro.

—Si no tienes cuidado, vamos a empezar a llamarte el millonario agarrado —amenazó Dylan con irónico humor.

—Llamadme lo que queráis, pero no me arruinéis —Justin se tragó una antiácido y miró a Michael—. No tienes buen aspecto. ¿Qué sucede?

—Hace un par de semanas perdí a una empleada fundamental —contestó Michael de mala gana.

Dylan hizo una mueca de pesar.

—¿Una muerte? Cuánto lo siento…

—Mi secretaria no ha muerto. Simplemente renunció a su puesto sin previo aviso. Acababa de encargarle que se ocupara de investigar el hogar para madres solteras.

Dylan alzó las cejas.

—¿Es una mujer veleidosa?

Michael negó enérgicamente con la cabeza.

—En absoluto.

—Puede que recibiera una oferta mejor —dijo Justin.

—No. Lo he comprobado.

Dylan hizo una seña al camarero.

—Aún no he conocido a ninguna mujer que no actúe de vez en cuando siguiendo sus impulsos emocionales. Dolores de regla, embarazo… todas se vuelven un poco locas de vez en cuando. Puede que recupere el sentido común y regrese.

La mente de Michael se centró en las palabras de Dylan. «Dolores de regla, embarazo». Movió la cabeza. Embarazo no, se dijo. Tal vez la regla, u otra cosa, pero no embarazo. Había sido una sola noche. Pero una noche en la que hicieron el amor cuatro veces, cada vez de forma más desinhibida que la anterior. Lo último en lo que pensó fue en algún método anticonceptivo.

Empezó a sudar. Se había limitado a suponer que no se quedaría embarazada. Después de todo, él nunca había tenido intención de ser padre ni marido. Aquello no formaba parte de sus planes. No estaba escrito en su destino. De hecho, ni siquiera creía estar genéticamente diseñado para ser padre.