Matrimonio por convenio - Leanne Banks - E-Book

Matrimonio por convenio E-Book

Leanne Banks

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Beschreibung

Deseo 1650 ¿Casarse con Alex Megalos? Aunque se sentía atraída por el millonario griego, Mallory James sabía que sus conquistas eran legendarias. Involucrarse con un hombre como Megalos sólo podía romperle el corazón, pero no había contado con la determinación de Alex de acostarse y casarse con ella, la única mujer a la que no podía tener. Tras verse obligada a contraer matrimonio para evitar el escándalo, Mallory estuvo a punto de creer que los votos de su flamante marido eran sinceros. Hasta que descubrió que su matrimonio era el resultado de un acuerdo… con ella como premio.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2008 Leanne Banks

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Matrimonio por convenio, deseo 1650 - enero 2023

Título original: Billionaire’s Marriage Bargain

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411415828

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Mi hija necesita un marido.

Alex Megalos miró al hombre que había pronunciado la frase, Edwin James, propietario de Inversiones y Asesoría James y uno de los hombres más ricos del país, preguntándose si estaba sugiriendo que él ocupara ese puesto.

Él llevaba treinta años evitando ese tipo de compromiso… aunque las cosas con su novia más reciente se habían vuelto un poco incómodas cuando la relación empezó a encaminarse hacia su final.

El hecho de que eso no lo molestase lo hacía sentir un poco desaprensivo, pero sabía que era mejor cortar una relación cuando estaba destinada al fracaso. Además, conocía lo suficiente a las mujeres como para saber que todas querían algo. En su opinión, el amor era una mentira, una cosa de ficción.

Tomando un sorbo de whisky, miró a la mujer de la que estaban hablando. Una dulce morena con amplias curvas, pudorosamente tapadas por un discreto vestido azul que le llegaba por las rodillas, Mallory James no parecía una devoradora de hombres como las chicas con las que él se relacionaba.

Bonitas piernas, pensó. Pero lo que le más le gustaba de ella era su sonrisa. Tan genuina.

–No debería tener ningún problema para encontrar un marido. Es una chica guapa y con mucho encanto.

Edwin dejó su vaso sobre la barra y frunció el ceño.

–Por fuera. Pero por dentro es dinamita. Además, es muy exigente.

–¿Mallory?

–Su madre y yo hemos intentado emparejarla con media docena de hombres y no ha querido saber nada. Yo tenía esperanzas con ese tal Timothy con el que ha venido esta noche… pero me temo que la cosa va mal. Mallory dice que es un buen amigo.

Alex asintió.

–Amigos, el beso de la muerte. Pero ¿por qué quieres que se case?

–Porque acaba de terminar la carrera y quiere trabajar en mi empresa.

–¿Y eso es malo?

Edwin bajó la voz:

–No me gusta decir esto, pero sería un problema. Podría ser la empleada ideal, pero ¿y si no lo es? No puedo soportar la idea de tener que corregirla o, peor, despedirla. La verdad es que cuando se trata de mi hija soy un blando. Y en los negocios no se puede ser blando.

–Y crees que el matrimonio lo resolverá todo.

–Yo quiero que Mallory sea feliz, saber que alguien cuida de ella. Trabaja para un montón de asociaciones benéficas, pero dice que quiere algo más. Y si no está ocupada en algo, temo que acabe como algunas de las chicas de su entorno: drogándose, embarazada o en una cinta de vídeo haciendo el amor con su novio.

Sorprendido, Alex volvió a mirar a Mallory, imaginándola de repente con un atrevido conjunto de ropa interior.

–¿De verdad crees que es ese tipo de chica?

–No, claro que no. Pero todo el mundo puede tener un momento de debilidad. Todo el mundo –suspiró Edwin–. Mallory necesita un hombre que la mantenga ocupada, necesita un reto.

Alex, que había entablado conversación con Edwin porque necesitaba un inversor para su último proyecto, se quedó sin palabras. Y eso era raro en él.

–Me gustaría ayudar, pero…

–Sé que tú no eres el hombre adecuado para mi hija, Alex. Tú sigues yendo de flor en flor… bueno, ya me entiendes –Edwin le hizo un guiño de complicidad–. No hay nada malo en eso, claro. Nada malo en absoluto. Pero tú podrías saber de alguien. Y si es el adecuado, estaría dispuesto a recompensarlo. Si conoces a algún hombre con la mezcla adecuada de personalidad y ambición, mándamelo y te estaré eternamente agradecido.

Alex procesó esa información. Si Edwin James le estaba agradecido, podría conseguir los fondos que necesitaba. Una de las primeras reglas para triunfar en los negocios era usar el dinero de los demás para lograr los objetivos.

Luego miró a Mallory. No le haría daño a nadie que le echase una mano a Edwin, pensó. De hecho, todo el mundo tenía algo que ganar.

–Voy a charlar un rato con tu hija. Y tranquilo, si encuentro al candidato adecuado, te lo diré.

 

 

Metro ochenta y cinco de puro atractivo masculino, el pelo castaño y unos ojos verdes que podían robarte el aliento, Alex Megalos era un imán para las mujeres. Su rostro, de rasgos marcados, y ese cuerpo de pecado podrían haber sido esculpidos en mármol. Era inteligente, rico y podría enamorar a cualquiera. Aunque tras su encanto había un duro hombre de negocios. Alex, vicepresidente de Megalos-De Luca, era conocido por su energía y dinamismo.

¿Y por qué estaba mirándola? En el pasado, a Mallory siempre le había parecido que miraba a través de ella, no a ella directamente.

La primera vez que se encontraron sólo había podido tartamudear una disculpa… después de tirar una bandeja llena de copas.

Era tan atractivo que inmediatamente se había quedado deslumbrada por él.

Y aquella horrible noche cuando intentó seducirlo… Mallory hizo una mueca de horror. Había sido uno de los peores momentos de su vida. Alex tuvo que sujetarla para que no se rompiera la crisma cuando se desmayó… y aunque él pensó que el desmayo era debido a que se había tomado la copa de un trago, ésa había sido una llamada de atención.

El sentido común prevaleció y, a partir de entonces, había dejado de pensar en él. Sabía que no estaba a su alcance. Además, Alex Megalos era incapaz de conformarse con una sola mujer durante más de un mes y lo único que podía pasar era que le rompiese el corazón.

Mallory, suspirando, se volvió hacia los invitados al baile benéfico que ella misma había organizado.

–Gracias por venir –saludó a una pareja.

–Has hecho un trabajo maravilloso –dijo la señora Trussel–. Ha venido mucha más gente que el año pasado. Yo organizo una cena para la Asociación contra el cáncer y me encantaría que quedásemos un día para que me dieras ideas.

–Por favor, deja a la chica en paz –suspiró el señor Trussel, un adusto abogado que empezaba a perder pelo–. Aún no ha terminado de organizar este baile.

La señora Trussel estudió a Mallory un momento.

–No estarás cansada, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza.

–Pues no. Pero últimamente he estado muy ocupada.

–Yo tengo un sobrino al que deberías conocer. Lleva un año trabajando en el bufete de mi marido y creo que sería un buen partido para ti. ¿Puedo darle tu número de teléfono?

Mallory abrió la boca para rechazar amablemente la invitación. Si alguien volvía a sugerir una cita con un desconocido, se pondría a gritar.

–Pues…

–Mallory, cuánto tiempo –los interrumpió una voz masculina.

Su corazón dio un vuelco. Conocía esa voz. Respirando profundamente, y decidida a no desmayarse otra vez, se dio la vuelta.

–Alex, ha pasado mucho tiempo, es verdad. ¿Conoces a los señores Trussel?

–Sí, nos conocemos. Me alegro de volver a verlos. Señora Trussel, está usted tan guapa como siempre.

La mujer se puso colorada.

–Por favor, llámame Diane. Estábamos diciéndole a Mallory lo bien que ha organizado este evento.

–Estoy de acuerdo –sonrió Alex–. ¿Le importa si se la robo un momento?

–No, claro que no –dijo el señor Trussel.

En cuanto se alejaron, Mallory se volvió hacia Alex.

–Si estás siendo amable conmigo porque mi padre te lo ha pedido, te aseguro que no es necesario.

–¿Por qué dices eso? –Alex puso cara de sorpresa.

–Te he visto hablando con él hace un minuto y sé que espera que haga más amigos aquí para que no vuelva a California.

–¿A California? No me ha dicho nada de eso. Además ¿por qué no iba a querer saludarte?

–Sólo nos hemos visto un par de veces…

–Y la primera vez que nos vimos me tiraste una copa –Alex lo había dicho con una sonrisa, para que supiera que estaba bromeando.

Tenía que acordarse de eso, claro, pensó Mallory, poniéndose colorada.

–No te tiré una copa encima, lo que pasa es que choqué con el camarero cuando pasaba detrás de mí con una bandeja. Hasta Lilli de Luca reconoció que el hombre se movía demasiado rápido.

–Sabes que Max y ella han tenido un niño, ¿verdad?

–Claro. Y, aunque tiene una niñera, Lilli a veces me deja cuidar de él. Es una monada, ya ha empezado a andar.

Temiendo no ser capaz de mantener esa fachada de calma, Mallory dio un paso atrás.

–Me alegro de volver a verte. Gracias por venir. Tu donativo y tu presencia aquí son muy importantes…

Alex tomó su mano.

–¿No vas a darme las gracias por haberte rescatado?

Ella lo miró, confusa. Estaba hablando del día que se desmayó, ¿no?

–¿Por haberme rescatado? ¿A qué te refieres?

–Conozco al sobrino de los Trussel. Un buen tipo, pero más aburrido que una ostra.

Ella se mordió el interior del carrillo.

–Ésa podría ser tu opinión. No todo el mundo tiene que ser divertido. No todo el mundo conduce coches de carreras en su tiempo libre. Y no todo el mundo sale con tres mujeres a la vez.

Alex hizo una mueca.

–Creo que acabas de insultarme.

Ella negó con la cabeza, deseando haber sido un poco más discreta. Pero, por alguna razón, Alex Megalos la ponía nerviosa.

–Sólo digo la verdad.

–¿La verdad? Sí, he tenido unas cuantas novias, pero generalmente salgo con ellas de una en una… a menos que dejen claro que no les importa compartir.

Unas cuantas novias. Mallory tuvo que contener el deseo de soltar una risotada.

–Da igual, no es asunto mío. Agradezco mucho tu presencia y…

–¿Por qué quieres dejarme plantado? ¿Es que te caigo mal?

–No, qué va. Es que… el maestro de ceremonias llegará enseguida para empezar la subasta y…

–Muy bien, entonces vamos a quedar para otro día.

Mallory, a punto de caer en sus seductoras redes, negó con la cabeza. Ésas eran las palabras que había soñado escuchar meses antes, pero ya no.

–Miraré mi agenda…

–¡Hola, Mallory! –la saludó un chico con el pelo por la cara.

Ella se dio la vuelta, haciendo una mueca.

–Lo que faltaba…

–¿Quién es? –preguntó Alex.

–Brady Robbins. Quiere ser una estrella del rock y espera que mi padre lo ayude económicamente. Mal asunto –murmuró Mallory–. Muy mal asunto.

–Hola, guapa –dijo Brady, pasándole un brazo por los hombros–. Lo pasamos muy bien bañándonos esa noche, ¿eh? Estabas tan sexy… Dime que me has echado de menos.

Ella volvió a ponerse colorada. Esa noche llevaba un bañador y, por supuesto, no había pasado nada.

–Es que he estado muy ocupada –se disculpó, desconcertada por su habilidad para permanecer de pie a pesar de estar bastante achispado.

–La señorita no está interesada –intervino Alex, apartando su brazo–. Ve a tomar el aire, anda.

Brady arrugó el ceño.

–¿Y tú quién eres? Mallory y yo estamos saliendo juntos…

–No, ya no estáis saliendo juntos, se siente.

–Ella no me ha dicho eso –replicó el chico–. A Mallory le gustan los músicos.

Mallory hizo una mueca cuando vio que la gente empezaba a mirarlos con curiosidad.

–Brady, no creo que estemos hechos el uno para el otro.

–No digas eso, cariño –el joven intentó agarrarla de nuevo, pero Alex sujetó su brazo.

–Vamos, Brady. Es hora de que te marches –sonrió, llevándose al aspirante a estrella del rock.

Mallory dejó escapar un suspiro, rezando para no tener que toparse con ninguno de los dos hombres otra vez.

 

 

Una semana después, Mallory fue con Donna Heyer, una agente inmobiliaria, a ver un apartamento en una de las zonas más exclusivas de Las Vegas. El edificio tenía seguridad, un lujoso jardín con piscina y jacuzzi, pistas de tenis y hasta un campo de golf.

–Me encanta –dijo Mallory. En aquel momento, con tal de no estar bajo el mismo techo que su cariñoso pero asfixiante padre, le hubiera gustado hasta un armario–. Pero recuerda que es un secreto. No quiero que lo sepa nadie porque, si mi padre se entera de que quiero irme de casa, se pondrá como loco y encontrará la manera de sabotearme.

–No se lo contaré a nadie –sonrió Donna, una discreta mujer de unos cuarenta años a la que Mallory había conocido en un evento benéfico–. Me sorprende que no entienda que una chica joven necesita independencia.

Mallory suspiró.

–Le da miedo que pierda la cabeza.

–Pero tú nunca…

–Claro que no, pero tiene la tensión alta y le ha salido una úlcera. Cuando le dije que quería volver a California tuvimos que llevarlo al hospital, así que no quiero… –las puertas del ascensor se abrieron en ese momento y Mallory se encontró directamente frente a los ojos verdes de Alex Megalos.

Y se le encogió el estómago.

–Hola, Mallory.

–Hola, Alex –dijeron Mallory y Donna al mismo tiempo.

Ah, de modo que Donna también lo conocía. Claro que eso no debería sorprenderla. ¿No sabía todo el mundo en Las Vegas quién era Alex Megalos? Salía constantemente en las revistas económicas y en las de sociedad.

–Me alegro de verte, Donna –dijo Alex, antes de volverse hacia Mallory–. Si estás pensando comprar un apartamento aquí, te aseguro que es una buena inversión.

–Sólo estaba echando un vistazo…

–Alex ha comprado el ático –le explicó Donna.

–Ah –murmuró Mallory, cortada. Si se lo contaba a su padre… las puertas del ascensor se abrieron cuando llegaron a la primera planta–. Donna, ¿te importa si hablo un minuto con Alex?

–No, claro. Te espero aquí.

Con un traje de chaqueta oscuro, camisa blanca y corbata de diseño, Alex Megalos la miró, expectante.

–¿Quieres disculparte por no haberme llamado?

–Lo siento, pero he estado ocupada. Además, pensé que tú lo estarías también.

–Ocupada buscando un apartamento.

–Sobre eso… –Mallory hizo una mueca–. Te agradecería mucho que no dijeses nada.

–No quieres que lo sepa tu padre.

–No, no quiero. A este paso, tendré suerte si salgo de mi casa antes de los treinta años.

Alex sonrió.

–Siempre podrías casarte.

Mallory puso los ojos en blanco.

–¿Tú también? Eso es lo que dice mi padre… ¡y tengo veinticinco años! Tú no has tenido que casarte para irte de casa, ¿verdad?

–No, pero tú eres una chica. Mi padre hubiera pensado lo mismo que el tuyo de haber tenido hijas.

–Supongo que tú no estarás de acuerdo con esas tonterías –replicó Mallory, atónita.

–No, pero mi padre es griego y de otra generación, así que me educó para proteger a las mujeres.

–¿Protegerlas de qué? ¿De hombres como tú?

Alex soltó una carcajada.

–¿Por qué no discutimos eso en mi coche? Puedo dejarte en casa antes de ir a dar una aburrida conferencia sobre negocios.

–Si tú eres el orador, seguro que no será aburrida. Pero no te molestes, Donna me llevará hasta donde he dejado el coche.

–Ah, eso suena a operación secreta.

–No, qué va.

–¿Por qué no dejas que te lleve yo? Antes de decir que no, recuerda que me debes una.

–Yo no te debo nada –replicó Mallory.

–Te liberé de ese novio tuyo rockero, ¿no?

–Nunca fue mi novio.

–Pero fuiste a nadar con él por la noche. Y dijo que estabas «muy sexy».

–Probablemente porque no se acuerda de nada. Estaba tan borracho que tuve que volver a casa por mi cuenta.

–Ah, ya –murmuró Alex–. Empiezo a entender por qué tu padre quiere tenerte encerrada en casa.

 

 

Alex ayudó a Mallory a subir al coche, fijándose en la pulsera de diamantes que llevaba en el tobillo. Muy seductora, pensó. Como lo eran las sandalias de tacón y las uñas de los pies pintadas de color rojo. Tenía unas bonitas piernas, buenas caderas y mejores pechos. En realidad, tenía más cuerpo de mujer que ninguna de las chicas con las que él salía, pero había algo en su espíritu, en su personalidad, que llamaba su atención más que nada. Quizá porque últimamente se sentía un poco viejo y más bien cínico.

–Debes de hacer ejercicio –sonrió, sentándose frente al volante.

–Sí. ¿Por qué?

–Tienes unas piernas estupendas.