Amor inesperado - Dani Collins - E-Book

Amor inesperado E-Book

Dani Collins

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Beschreibung

Miniserie Bianca 200 Un embarazo muy deseado…, ¡pero el padre del bebé no es su marido! Huyendo de su inminente divorcio mediático, Vienna se encuentra con que ya hay alguien ocupando el escondite remoto en el que pretendía aislarse una temporada. El guapo y misterioso Jasper Lindor había sido dado por muerto... igual que la vida amorosa de Vienna. Así que su rápida y ardiente conexión con él resulta inesperada, pero totalmente innegable... El todavía marido de Vienna la localiza y descubre que Jasper sigue con vida, así que la pareja de amantes abandona la casa forzosamente para continuar con sus vidas por separado. Pero ambos son familia: Amelia, la hermana de Jasper, está casada con Hunter, el hermano de Vienna. En la cena familiar previa a la vuelta de Jasper a Chile se produce el reencuentro. Es en ese momento cuando Vienna le desvela que está embarazada y que él es el padre del bebé que ella tanto había deseado tener.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Dani Collins

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor inesperado, n.º 200 - junio 2023

Título original: A Baby to Make Her His Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411417815

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

VIENNA Waverly aparcó frente a la casa que poseía pero que nunca había visto.

Su hermano Hunter, de la manera más extraña, la había comprado hacía tan solo un mes.

–¿Puedo usar tu empresa para comprar una casa sin decirte para qué la quiero? –había preguntado–. No es nada ilegal, lo juro.

–Nunca pensaría eso de ti, pero creía que ya las estabas disolviendo. –Se refería a las empresas fantasma que Hunter había creado para proteger sus bienes mientras estaban en juicios con su madrastra.

–Sí, lo haré, pero me ha surgido algo –había dicho.

–¿Y cómo es? –A Vienna le gustaba pensar que ella y su hermano tenían una relación muy cercana. Siempre se cubrían las espaldas el uno al otro, pero también se ocultaban cosas, normalmente para protegerse. Ella quería mucho a Hunter y haría cualquier cosa por él, pero ese había sido un favor muy extraño.

–Tiene cincuenta años –había continuado él, dando por cerrado el trato con su hermana–. Está muy bien ubicada y cuenta con paneles solares y un pozo de agua potable. Los actuales propietarios la gestionan como alquiler de vacaciones, así que está amueblada y en buen estado. No tendrás que ocuparte de nada. Yo pagaré todas las tasas e impuestos y te explicaré por qué la quiero en unos meses. Entonces podrás hacer lo que quieras con ella. Hasta entonces, no puedes mencionar esto a nadie, ni siquiera a Neal.

Apenas había hablado con su futuro exmarido, así que había sido una promesa fácil de hacer.

–¿Lo sabe Amelia?

–Se lo diré. –Hunter había hecho una larga pausa–. Cuando sea el momento adecuado.

Solo llevaba unas cinco o seis semanas casado con una mujer que había ocultado que Hunter era el padre de su bebé. La revelación del secreto había provocado un gran escándalo y la cancelación en el último momento de la boda de su hermano con una de las mejores amigas de Vienna.

Desde entonces, Hunter y Amelia parecían estar enamorados el uno del otro. Sin embargo, que él ocultara algo tan grande a su recién estrenada esposa, le hacía saltar todas las alarmas.

–Necesito tu respuesta ahora, Vi –le dijo.

–¿Eso es todo lo que vas a contarme?

–Sí.

Como también había cosas que ella no estaba preparada para decirle, se había sentido obligada a confiar en él, aunque apenas le diese información.

–Está bien. Sí. Adelante.

–Gracias. –Sonaba aliviado–. No te lo pediría si no fuera importante.

–Lo sé.

Ella tampoco se habría apoyado en la asistente ejecutiva de Hunter para llegar hasta allí sin que apareciera ningún rastro en sus propias cuentas si no hubiera sido importante. Con el tiempo, reembolsaría todos los gastos de sus dos vuelos chárter, su tarjeta de crédito de la empresa y su teléfono temporal en la cuenta de Wave-Com, pero desaparecer del mapa era exactamente lo que necesitaba ahora.

Cuando aterrizó en Nanaimo, en la isla de Vancouver de la Columbia Británica, la esperaba un todoterreno alquilado por la empresa con el depósito lleno y todos los víveres que necesitaría. No le había dicho a la asistente de Hunter adónde iba, pero le había pedido que le hiciera llegar su nuevo número de teléfono para que lo tuviera cuando lo necesitara.

Cuando todo saliera a la luz.

Eso ocurriría poco después de que Neal recibiera los papeles del divorcio. El equipo de relaciones públicas de Vienna recibió instrucciones de pasar a la ofensiva en ese momento, con declaraciones de que el divorcio era un hecho consumado.

Nunca en su vida había sido una persona tan astuta y despiadada, pero sus deseos de un divorcio tranquilo se habían convertido en falsas promesas de que podrían seguir intentando tener un bebé y sutiles amenazas de ir a la prensa con un reportaje sobre los Waverly.

Eso había sido el año pasado, cuando Hunter había estado inmerso en una dura batalla judicial con Irina, su madrastra. Vienna no quería perturbarle más con sus propios dramas, así que simplemente le pidió a Neal algo de espacio. Se mudó a su apartamento de Toronto mientras él permanecía en Calgary, donde era vicepresidente de ventas de Wave-Com. Había hecho algunas gestiones de manera discreta, como redirigir su correo y abrir una cuenta bancaria separada. Mientras hiciera como si estuvieran felizmente casados y estuviese disponible para los compromisos laborales de Neal y las reuniones familiares, a él no le importaba.

Sin embargo, Vienna le contó a algunas personas que estaban separados. No a muchas, pero sí a las adecuadas para ejercer como testigos cuando llegara el momento.

Sabía que Neal se haría la víctima y diría que todo había surgido de la nada. Diría que quería reconciliarse. Había demasiado dinero en juego para que se fuera en silencio. Demasiado caché en ser el cuñado de Hunter Waverly.

Su historia sería una mina de oro para la prensa. Vienna ya había aceptado que el escándalo sería inevitable. Lo mejor que podía hacer era exactamente lo que había hecho. Había esperado a que Hunter se fuera con Amelia de luna de miel para que la onda expansiva no les alcanzara demasiado.

Y ahora ella pretendía ponerse a cubierto para capear el temporal. La dirección que figuraba en los documentos de la compraventa la había llevado a Tofino, uno de los lugares más húmedos de Canadá, situado en el extremo occidental del país, en el océano Pacífico.

Neal no tenía ni idea de la existencia de esa casa. Y solo su abogado conocía su actual paradero.

Pronto se libraría del peor error de su vida. Sería libre para hacer lo quequisiera.

Con un suspiro de alivio, salió del todoterreno. El viaje en coche había sido muy largo y agradeció poder estirar las piernas. Su primer contacto con aquel lugar fue por las fosas nasales, percibiendo un agradable y fresco olor a pino y cedro.

Dejó todo en el vehículo, pues primero quería ver el interior. Se suponía que tenía energía solar y un pozo, así que supuso que tendría electricidad y fontanería en funcionamiento, pero traía consigo una estufa de propano y un gran bidón de agua, por si acaso.

La casa era alta y estrecha, con algunas pasarelas de madera que parecían puentes levadizos de un castillo. Muchas de sus vidrieras estaban invadidas por las zarzas y toda clase de vegetación. Puede que el revestimiento fuera gris y que el tejado tuviera más musgo que tejas fruto del abandono durante años, pero tenía mucho potencial. En cualquier caso, se había enamorado al instante de aquel lugar.

Introdujo la combinación numérica para abrir la puerta de entrada, pero no funcionó. Un poco enfadada, se encaminó hacia un pequeño puente que conectaba una puerta lateral con el garaje. Ambas puertas estaban cerradas, así que continuó hacia la parte trasera.

Allí la cubierta se abría a un enorme salón-comedor al aire libre con una gran barbacoa. Las impresionantes vistas del océano sobre las copas de los árboles la detuvieron en seco.

Respiró profundamente y se dirigió a las dos puertas correderas con amplios ventanales.

Ventanas limpias, observó con un escalofrío de premonición. Se dio cuenta de que la cubierta estaba limpia de acículas y los muebles estaban bien colocados con los cojines de rayas azules y amarillas en su sitio. La barbacoa estaba descubierta.

Pero… ¿de verdad estaba abiertaaquella puerta? Su corazón dio un vuelco al darse cuenta de que podía entrar por allí.

Esperaba ver daños por agua en el suelo. Eso significaría que los anteriores propietarios o un agente inmobiliario, de un modo irresponsable, se habían olvidado de cerrar bien, pero aquello estaba limpio como una patena. Todo estaba en orden.

Con el corazón latiendo desbocado, se adentró con temor.

–¿Hola?

¿Se habría equivocado de casa?

–¿Hola? ¿Hay alguien aquí?

La planta baja era totalmente diáfana, con todo dispuesto alrededor de una enorme chimenea de piedra. A su derecha estaba la cocina, que se había renovado por completo con armarios blancos y encimeras de granito. La mesa de comedor ovalada era de roble antiguo, y los muebles del salón estaban pasados de moda, pero en buen estado.

Se fijó en el cuenco de madera que había encima de la mesa. ¡Esa fruta era real! Dos plátanos verdes, una naranja y una manzana roja brillante con una pegatina.

A través de la escalera abierta que subía desde el fondo del salón, pudo ver un escritorio en la ventana cercana a la puerta principal. Había un ordenador portátil sobre él, cerrado, pero enchufado, con una taza de café al lado.

De repente, escuchó el ruido de unos pasos que provenían de las escaleras del sótano.

Se le encogió el estómago y clavó la mirada en la puerta por la que pronto se asomaría el dueño de aquellos pasos. Aquella era sucasa, pero en el último segundo decidió que lo mejor sería salir por donde había entrado.

–¿Quién es usted? –Una voz profunda y poco amistosa detrás de ella le erizó el vello.

Se dio la vuelta esperando encontrarse con un okupa desaliñado, pero se topó de frente con un treintañero en forma y bien cuidado, con una camiseta gris y pantalones cortos de gimnasia, que irradiaba la peligrosa energía de una tormenta que se avecina.

La mirada azul de aquel hombre le penetró el alma, haciéndola estremecer.

Él la escaneó de arriba abajo y alzó las cejas pidiendo una explicación.

En un principio pensó en disculparse y escabullirse. No se le daba bien enfrentarse a la gente, pero tenía que empezar a defenderse. Era él quien tendría que darle una explicación.

–No. ¿Quién es usted? –Vienna mantuvo un tono cortés pero frío–. Esta es mi casa.

–No, no lo es. –Sonaba tan confiado que hizo que la incertidumbre se apoderara de ella, poniéndola a la defensiva.

–Puedo mostrarte la prueba en mi teléfono… –Miró sus manos y solo encontró un llavero. Ella había dejado su teléfono en el coche–. Esto es 1183 Bayview Drive. Ese era el número que ponía en el poste al final del camino –dijo señalándolo.

Él frunció el ceño sin comprender lo que estaba pasando.

–¿Podría explicarme por qué está usted en mi casa? –dijo ella mientras se cruzaba de brazos.

–¿Eres Vienna?

El corazón le dio un vuelco. Había ido a aquel lugar esperando no ser reconocida.

 

 

Jasper Lindor estaba a punto de empezar su entrenamiento diario en el sótano cuando oyó que alguien intentaba abrir la puerta principal. Él había cambiado el código el primer día que llegó allí.

Luego escuchó unos pasos dirigirse hacia la puerta lateral y luego pasar a la cubierta del fondo.

¿Lo habían encontrado o es que alguna persona se había perdido?

Cuando oyó la llamada de una voz femenina, dejó escapar un suspiro apagado.

Ella no trataba de ocultar su presencia, así que Jasper tampoco lo hizo. Subió las escaleras y se la encontró justo cuando ella estaba saliendo.

Tenía un trasero espectacular. Esa fue su primera impresión. Los vaqueros ajustados que llevaba marcaban su forma de corazón. La camiseta sin mangas dejaba al descubierto unos brazos tonificados y bronceados. Su larga melena colgaba suelta hasta la mitad de la espalda. Tenía el pelo castaño con unos bonitos reflejos rubio ceniza.

¿Sería una agente inmobiliaria? Debería haberla dejado marchar, pero las traiciones por las que había pasado recientemente le habían convertido en un tipo desconfiado.

–¿Quién es usted? –preguntó él mientras miraba de reojo a su alrededor buscando algún peligro.

Se dio la vuelta y… ¡Era preciosa! Algo dentro de él se removió, tenía unos ojos verdes hipnóticos.

–No. ¿Quién es usted? –preguntó ella de nuevo de manera condescendiente–. Esta es mi casa.

–No, no lo es. –Sabía quién era el dueño de esa casa, pero mientras ella le decía el número de la vivienda, su cerebro recordó las fotos que había visto en Internet.

–¿Vienna?

Ella se puso rígida. La confusión se reflejó en sus ojos mientras trataba de ubicarle.

–¿Te ha enviado Hunter? –Jasper pensó inmediatamente en su hermana y el bebé–. ¿Ha pasado algo?

–Aquí las preguntas las hago yo –insistió Vienna con tal altanería que a él le irritó–. ¿Quién eres? Se suponía que esta casa estaba vacía. –Vaciló como si repasara mentalmente los datos que le habían dado–. Hunter me dijo que ya no se usaría para alquileres vacacionales. ¿Sabe él que estás aquí?

–Sí. –Jasper se volvió cauteloso. No le tranquilizó saber que la intrusa era la hermana de Hunter. Ella parecía genuinamente sorprendida de que la casa estuviera ocupada y por lo visto no sabía quién era él, pero aun así podía arruinar sus planes.

–¿Trabajas para él? ¿Quién eres? –Vienna seguía insistiendo.

–¿De verdad no lo sabes?

–¿Crees que te lo preguntaría si ya lo supiera? –Ella apretaba los puños intentando disimular su nerviosismo.

Jasper se frotó la mandíbula afeitada. Mantenerla sin barba era una pesadez, pero se sintió aliviado al ver que cambiaba su aspecto lo suficiente como para que no pudieran reconocerlo comparándolo con las fotos que había de él en Internet.

–Dime primero por qué estás aquí. ¿Estás con alguien? ¿Con tu marido? –Recordó que ella estaba casada–. ¿O… con otra persona?

La indignación se apoderó del rostro de Vienna. No le gustaba que la llamaran infiel. Luego se sintió vulnerable al darse cuenta de que se encontraba a solas con un desconocido, así que mintió:

–Mi marido está a punto de llegar. Creo que deberías irte antes de que él aparezca.

–No me mientas, Vienna. Odio a los mentirosos. –Porque realmente lo estaba haciendo.

–Bueno, y a mí no me gusta la gente que finge conocerme cuando no lo hace. ¿Vas a decirme quién eres y qué haces en mi casa?

–Tu casa… –Él se pasó la lengua por los dientes, todavía juzgando que era una mentira.

Era una mujer alta, con una figura bien tonificada sin dejar de ser muy femenina. Guapa. Muy guapa. Se notaba que estaba cansada, pero no impedía ver su aplastante atractivo.

La belleza exterior no implicaba tener belleza interior también, se recordó a sí mismo.

Que ella no supiera que él estaba allí, y no lo reconociera, le decía que no trabajaba para REM-Ex.

–Soy Jasper Lindor, el hermano de Amelia.

Se quedó tan quieta que parecía que había dejado de respirar.

–¿Tienes alguna prueba? –preguntó temblorosa–. A Amelia le dijeron que habías muerto. Hunter no le ocultaría algo así.

–Ella sabe que estoy vivo. También lo sabe nuestro padre. Los he visto. –Una vez. Había sido una visita demasiado corta y desgarradora–. No estoy preparado para hacer públicas las razones de mi desaparición, así que Hunter lo preparó todo para que pudiera quedarme aquí.

Ella arrugó el ceño mientras trataba de decidir si le creía o no.

–Mi pasaporte está arriba. Puedo ir a por él y enseñártelo.

–No. No es necesario. La verdad es que os parecéis –murmuró ella mientras recorría su rostro con la mirada de manera minuciosa. Ella se relajó un poco y suavizó el tono–: Supongo que por eso Hunter compró esta propiedad de manera tan misteriosa. No tenía ni idea de que estuvieras vivo, y menos aún de que estuvieras aquí. Debió de ser un gran alivio para tu familia saber que estabas bien.

Decir que estaba bien era una exageración. Apenas dormía. Le atormentaba la muerte de su amigo y no podía evitar sentirse amenazado por una mujer que en realidad suponía el mismo peligro físico que un muñeco de peluche.

Nada de lo ocurrido podía cambiarse, pero estaba tomando medidas para lograr algo de justicia. Todo dependía de que mantuviera en secreto el hecho de que estaba vivo, y en Canadá, un poco más de tiempo.

–¿Por qué estás aquí? –preguntó él sin rodeos.

A ella le cambió la cara de repente. Pudo ver una sombra de dolor en su rostro.

–He venido buscando algo de tranquilidad.

–¿Y elegiste esta casa? ¿De entre todas las casas que tiene tu familia? –No sabía exactamente cuántas eran, pero apostaba a que había varios condominios, casas de campo y cabañas para elegir.

–Se me permite venir a una casa que es de mi propiedad.

Por lo que había leído –y había leído muy poco sobre ella porque no le había parecido relevante para su situación–, Vienna le había resultado la típica heredera insípida y superficial. Siempre aparecía con la ropa más clásica y perfecta, con la misma sonrisa sin sentido, ya fuera para asistir a una recaudación de fondos o a un banquete de premios o a la boda cancelada de su hermano. No tenía trabajo, no tenía hijos y, de alguna manera, mantenía un perfil discreto fuera del alcance de las malas lenguas.

–Bueno, pues ya ves que esta casa está ocupada. Yo también quiero estar solo. –Le dedicó una sonrisa forzada–. Por eso nadie sabe que estoy aquí.

–No habría venido de haberlo sabido –dijo poniéndose a la defensiva. Se cruzó de brazos y miró por encima del hombro hacia el todoterreno de la entrada–. Pero no puedo ir a ningún otro sitio. Me reconocerían. Y los buitres vendrían a por mí.

–¿Buitres?

–Paparazi. –Curvó los labios con disgusto–. Estoy en proceso de divorcio. Otro escándalo de la familia Waverly viene en camino… –Levantó las cejas con cara de pocos amigos para enfatizar la vergüenza que eso suponía a ojos de algunas personas.

Pero lo único que Jasper oyó fue «paparazi».

–¿Periodistas en mi puerta? –Sus latidos se dispararon.

–No es tu puerta. Es la mía –le recordó con sorna–. Y he tomado precauciones. Nadie sabe que estoy aquí. Ese todoterreno es alquilado por Wave-Com. Tengo un teléfono desechable como si fuera un capo de la droga y mi equipo de relaciones públicas utiliza un chat seguro para comunicarse conmigo. Me he esforzado mucho para poder aislarme. Me niego a estar en la picota solo porque te moleste mi presencia aquí. Esta es mi casa. Así que me quedo aquí.

Jasper era un hombre muy intimidante, sobre todo con ese rostro tan tenso y los brazos cruzados.

Pero Hunter no le ayudaría si fuera peligroso. De hecho, su hermano le había jurado que esa casa no se utilizaría para nada delictivo. Jasper no era un fugitivo de la justicia ni nada parecido.

–Somos adultos –señaló ella, intentando tener un tono más conciliador–. Y también familia.

Le ofreció una sonrisa de bienvenida. Realmente estaba feliz por poder conocer al hermano de Amelia, pero por alguna razón sus miradas chocaron.

Sin embargo, la mirada de Jasper mostraba rechazo a su proposición.

Pero Vienna se resistía a ceder, negándose a correr como una cobarde. Era sucasa.

Señaló las amplias habitaciones que les rodeaban.

–Estoy segura de que podemos hacer que esto funcione. Ambos queremos estar aquí de manera discreta. Parece un lugar lo suficientemente grande como para que podamos compartirlo sin estorbarnos mutuamente. Y he traído mi propia comida.

Él la escuchaba sin inmutarse.

–Solo me quedaré una semana. –Una vez pasada la onda expansiva inicial, volaría a Europa para asistir a una boda–. Tendré que aparecer en público al menos una vez antes de que Hunter y Amelia regresen. Haré mi aparición en Toronto para que no se apelotonen en su casa de Vancouver. –Con suerte–. Tengo un plan. No es la primera vez que tengo que lidiar con algo así.

Jasper resopló.

–¡Ni siquiera haré ruido! He traído mis pinturas. –Así que por fin podría trabajar en sus propios proyectos, en lugar de comisariar piezas terminadas para otros–. ¿De verdad te vas a negar a que me quede aquí?

–No tengo opción, ¿verdad? –Su voz destilaba sarcasmo–. Mi casa es tu casa.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

QUÉ gruñón.

Vienna salió a recoger su maleta y exhaló un enorme suspiro de tensión reprimida. ¿Estaba loca por quedarse? Su actitud era peor que una pesadilla.

Debería mejorar la comunicación con su hermano. Él había pasado por muchas cosas con su nuevo matrimonio y el bebé, así que ella no había querido ser una molestia. Nunca quiso ser una molestia, pero casi todos la trataban como si lo fuera.

Tenía que madurar. Lo sabía. Tenía que dejar de preocuparse por lo que los demás pensaran de ella e ir a por lo que realmente deseaba sin sentir vergüenza ni culpa.

Sin embargo, cuando volvió a entrar para enfrentarse a la mirada sentenciosa de Jasper, y a la sensación de que él veía todos sus defectos tan claramente como el día, le costó un mundo decir:

–Me quedaré en una de las habitaciones de invitados. No te preocupes por mudarte de la grande.

Su resoplido al pasar por delante de sus narices sugirió que no estaba preocupado, pero ella mantuvo la cabeza alta mientras subía su maleta.

La dejó en un dormitorio que estaba unido a otro a través de un cuarto de baño. Una breve exploración le mostró un rincón de lectura en el rellano y luego se asomó a la suite principal, donde la decoración azul y amarilla era fresca y luminosa. La habitación estaba dominada por una cama tamaño king size con un gran cabecero acolchado. La luz entraba por las puertas de cristal que daban a un balcón con una vista maravillosa del océano.

Aparte de una novela sobre la mesilla de noche y una camisa de franela colgada en el respaldo de una silla, la habitación parecía desocupada.

Amelia siempre había hecho que Jasper pareciera tan humano. Sus historias siempre estaban mezcladas con la angustia de que él estuviera desaparecido, pero tenía que reconocer que el humor de Amelia había mejorado recientemente. Vienna pensaba que su luna de miel tenía mucho que ver, sin embargo empezaba a comprender que quizá el cambio se había producido cuando Amelia se había enterado de que su hermano estaba vivo.

Por el bien de Amelia, Vienna estaba encantada de que Jasper hubiera sobrevivido a su desaparición, pero desde luego no se parecía en nada al hermano cariñoso que Amelia había descrito. Parecía amargado y brusco.

«Tal vez soy yo la que le hace ser así».

«Basta». Había ido a terapia. Reconocía el pensamiento autodestructivo cuando sonaba en su cabeza.

Se obligó a bajar las escaleras y descubrió que Jasper había sacado ya del coche la mayor parte de su comida.

–¿Cuánto tiempo te vas a quedar? –preguntó dejando la caja con aislamiento térmico que contenía carne y productos lácteos.

–Me gusta cocinar y sabía que tendría tiempo.

La realidad de compartir una casa con él hizo que se le revolviera el estómago. Había sufrido los roces de un matrimonio difícil en el que se callaban más cosas de las que se reconocían en voz alta. Siempre se había sentido muy insegura. No f