Amores y mentiras - Yvonne Lindsay - E-Book
SONDERANGEBOT

Amores y mentiras E-Book

YVONNE LINDSAY

0,0
2,99 €
1,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¿Llevaría hasta el final la venganza? Judd Wilson por fin tenía la oportunidad de vengarse. Iba a desmantelar el imperio empresarial de su padre y pondría la guinda al pastel robándole a su amante, Anna Garrick. La intensa atracción que sentía por Anna haría más dulce su venganza. Sin embargo, cuando la fascinación se transformó en un deseo insaciable, todo cambió. Había creído lo peor de su padre y de Anna, pero tras desenterrar los oscuros secretos familiares, la fiera lealtad de ella hacia su padre lo obligó a reconsiderar sus planes; porque destruir al hombre que tanto lo había herido también implicaría perder a Anna.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 175

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Dolce Vita Trust. Todos los derechos reservados.

AMORES Y MENTIRAS, N.º 1897 - Enero 2013

Título original: The Wayward Son

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2607-6

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

CapítuloUno

Hacía una vida que ella no veía algo tan bello. Dejando de lado el exquisito paisaje otoñal, la imagen de los músculos del hombre descamisado tensándose bajo el aún cálido sol de Adelaida, bastó para provocarle una intensa reacción hormonal a Anna.

Se acercó más. Un escalofrío le acarició la piel y le erizó el vello. Estaba a unos veinte metros de él cuando, como si le cayera encima un cubo de agua fría, supo quién era.

Judd Wilson.

La razón por la que estaba en Australia.

Aunque no se conocían, no podía ser otro que el hijo de Charles Wilson. Muy alto, Judd tenía pelo oscuro, piel bronceada y un físico que era el epitome de las fantasías de cualquier mujer. Sus rasgos esculpidos apuntaban un claro parecido con su padre. Estaba dispuesta a apostar que sus ojos eran del mismo azul penetrante.

Le sorprendió que sus músculos internos se tensaran con una instintiva tensión sexual. Hacía tiempo que Anna no sentía una reacción tan fuerte ante alguien; no había esperado sentirse tan atraída por el hijo del hombre que, además de ser su jefe, era como un padre para ella. Inspiró profundamente para dominar su atracción y se recordó que estaba allí por cuestión de negocios.

Le había hecho una promesa a Charles e iba a cumplirla. Sus instrucciones eran claras: persuadir a Judd Wilson para que volviera a casa, a Nueva Zelanda, antes de que muriese el padre al que hacía más de dos décadas que no veía.

Anna dio unos pasos por el sendero, entre hilos e hilos de viñas. Miró fijamente a Judd. Hizo una pausa, los nervios estaban mermando su resolución.

Judd tenía seis años cuando sus padres se divorciaron y, en consecuencia, su madre y él abandonaron Nueva Zelanda, a Charles y a Nicole, la hermana de Judd. Anna se preguntó si Judd se acordaría de su padre y si agradecería poder reconciliarse o sentiría amargura por los años perdidos.

Si no hubiera sido por las mentiras de Cynthia Masters-Wilson, Charles nunca se habría separado de su hijo. Anna aún no había conocido a la mujer que había destrozado la existencia de Charles, y no le apetecía hacerlo. Sin duda sería un mal necesario en algún momento, pero en principio iba a concentrarse en conocer al hijo de Charles y calibrar cuál era su respuesta. La intensa reacción física que experimentaba al verlo prometía complicar las cosas más de lo que había anticipado.

Se recordó que estaba allí para hacer un trabajo, pero no pudo evitar volver a mirar el torso bronceado de Judd. No podía distraerse, así que tal vez no fuera el mejor momento para conocerlo y plantear el tema. Iba a tener que ser muy hábil si quería tener éxito, y le debía a Charles serlo. Él se había hecho cargo de su madre y de ella durante muchos años. Lo mínimo que podía hacer a cambio era proporcionarle una cierta paz mental. No podía precipitarse y dar al traste con su única oportunidad de llevar a Judd Wilson a casa.

Cambió de dirección, decidida a poner distancia entre ella y el hombre culpable de que hubiera volado casi cinco horas. Tendría tiempo de sobra para conocerlo durante su estancia en el viñedo y residencia Los Masters. A pesar de sus buenas intenciones, no llegó lejos.

–Hola –llamó una voz tan matizada y sensual como un vino Shiraz clásico–. Hace una tarde preciosa, ¿no cree?

No podía ignorarlo; era importante causarle buena impresión. Anna hizo acopio de valor y se dio la vuelta para mirar al hijo de su jefe.

Debe de ser la nueva huésped, pensó Judd observando a la mujer. A principios de semana, su prima Tamsyn enviaba a toda la plantilla información de las casas de lujo que contarían con huéspedes. Pero no había mencionado que la nueva visitante fuera tan espectacular.

Judd observó a la mujer de vestido azul. Caminaba con una gracia que no dejaba traslucir lo abrupto del terreno. El sensual bamboleo de sus caderas le provocó una oleada de interés masculino.

–Soy Judd Wilson, bienvenida a Los Masters –pasó el hacha a la mano izquierda para ofrecerle la derecha. Ella sonrió, y el movimiento de sus labios hizo que él sintiera cierta tensión en la entrepierna. Le devolvió la sonrisa y le estrechó la mano con fuerza.

–Hola, soy Anna Garrick –dijo ella con voz ronca. Sus ojos escrutaron su rostro como si buscara algo, tal vez que él la reconociera.

Judd rechazó esa posibilidad. Si hubiera visto a Anna Garrick antes, no la habría olvidado.

Desde el pelo castaño rojizo, pasando por el cuerpo de proporciones perfectas, hasta las uñas pintadas de los pies, era la imagen de su fantasía. Incluso su voz, suave y rasposa a la vez, le acariciaba los sentidos.

–Encantado, Anna. ¿Has llegado hoy?

Ella desvió la mirada, como si estuviera nerviosa o escondiera algo. Judd se puso en alerta.

–Sí. Esto es maravilloso. Tienes suerte de vivir en una zona tan bella. ¿Hace mucho que trabajas aquí? –la pregunta era inocente, pero él había notado un leve titubeo.

–Podría decirse que sí –contestó Judd–. Es un negocio familiar de los Masters, crecí aquí.

–Pero tu apellido...

Su apellido. Su padre lo había dado de lado años atrás y, aunque era el exitoso director de Los Masters, algunos de sus primos lo trataran como si no fuera uno de ellos.

–Mi madre es Cynthia Masters-Wilson –contestó. No tenía por qué entrar en detalles. Tenía cosas mucho más placenteras de las que hablar con esa mujer.

–¿Y todos los Masters cortan leña para las chimeneas del viñedo? –bromeó ella.

–Por supuesto. Cualquier cosa para hacer que la estancia aquí sea más agradable –eso sonaba mejor que admitir que necesitaba disipar tensión tras un frustrante día de trabajo.

Le ocurría a menudo. Pasarse el día dándole a las teclas del ordenador no servía como sustituto de la actividad física. Y entre cortar leña o partirle la cara a su primo Ethan, Judd había elegido cortar leña, a su pesar.

Sin duda, Ethan necesitaba que alguien le pusiera la cabeza en su sitio. Aunque producir vino se le daba de maravilla, sus numerosos premios eran prueba de ello. Ethan se empeñaba en mantener la integridad y superioridad de los vinos que se consideraban sinónimo de la marca Los Masters. Pero, dada la saturación de los mercados locales en ciertas variedades de vino, Judd estaba igual de empeñado en que Ethan diversificara. Llevaba diciéndolo desde el día en que, hacía años, había visto las primeras proyecciones de exceso de oferta. Pero su primo era intratable en cuanto a ese tema.

No había duda de que Judd necesitaba la distracción que podía ofrecer la señorita Garrick.

–No dude en hacérmelo saber si necesita que haga algo por usted –añadió.

–Lo tendré en cuenta. Pero ahora mismo no se me ocurre nada. Mi plan es disfrutar de un paseo antes de que oscurezca demasiado.

–Entonces, dejaré que siga su camino. ¿La veré en la cena esta noche?

–¿Cena?

–Sí, todas las semanas celebramos una cena familiar para dar la bienvenida a los nuevos huéspedes. Encontrará una invitación en el pack que le dieron en recepción. Empieza con un cóctel en el salón formal de la casa grande, a las siete –Judd se acercó y le agarró la mano de nuevo–. Estará allí, ¿verdad?

–Sí, me gustaría.

–Excelente –murmuró él–. Hasta entonces –alzó la mano y rozó el dorso con los labios. Ella pareció desconcertada un instante, pero después le ofreció otra deliciosa sonrisa antes de seguir su camino. Judd se apoyó en el palo del hacha y observó su marcha. Las sombras empezaban a envolver la parte baja de las montañas. Alzó la vista hacia las ruinas de la mansión gótica en la cima más cercana.

Los restos carbonizados eran cuanto quedaba de la mansión Masters original. Años después de su destrucción, seguía siendo el símbolo de la gloria pasada de la familia y de su lucha por reconstruir un mundo que había sido devorado por las llamas. No se podía dejar de admirar a una familia que había perdido su riqueza pero había luchado con uñas y dientes para estar donde estaba en la actualidad.

Se sentía orgulloso de su patrimonio. A pesar de su apellido, era tan Masters como cualquiera de sus muchos primos y tenía el mismo derecho que ellos de estar allí. Aun así, siempre se había sentido como un intruso. Eso lo había llevado a trabajar el doble para demostrar su valía; esa ética de trabajo había conseguido que Los Masters prosperara hasta ocupar una plataforma global que nunca había entrado en sus expectativas.

Sin embargo, en los últimos tiempos había estado demasiado centrado en el trabajo. Sus obligaciones llevaban meses consumiéndolo. Por fin, había admitido que se aburría. La vida, el trabajo, todo, carecía del reto que ansiaba. Un leve flirteo con la encantadora Anna Garrick sería el antídoto perfecto para su frustración.

Metódicamente, apiló los troncos que había cortado y guardó la herramienta antes de ir a ducharse. La perspectiva de otra velada con su familia le parecía mucho más atractiva que unas horas antes, después de su último altercado con Ethan.

Tal vez había encontrado el reto que buscaba.

Judd aún tenía el cabello húmedo cuando puso rumbo al salón, donde los miembros residentes del clan Masters se reunían con los huéspedes para tomar un aperitivo antes de la cena. Era un hábito anticuado, que enraizaba en las ruinas de la colina y en un estilo de vida ya desaparecido, pero que seguía teniendo cierto encanto y había jugado un importante papel en la unión de la familia.

Para paliar el frescor del ocaso, el fuego chisporroteaba en la chimenea de piedra. Judd miró a su alrededor, saludó a Ethan con la cabeza y sonrió a su madre que, con su elegancia habitual, ocupaba un sillón que había junto a la chimenea. La nueva huésped no estaba allí.

Fue hacia el aparador y se sirvió media copa del pinot noir Los Masters. Mientras lo hacía, el objeto de su interés apareció en el umbral. Puso rumbo hacia ella pero su madre, siempre vigilante, llegó antes que él y empezó a interrogarla.

–Discúlpeme por ser tan directa, pero me resulta familiar. ¿Se ha alojado aquí antes? –preguntaba Cynthia cuando él llegó.

Judd captó su desconcierto, aunque Anna lo disimuló rápidamente.

–No. Es mi primera visita a Australia, pero espero que no sea la última –sonrió, pero sus ojos aún mostraban un atisbo de inquietud.

Judd se preguntó si estaría mintiendo. La señorita Garrick adquiría interés por momentos.

–Tal vez su doble ande por ahí. Dicen que todos tenemos uno –Cynthia arqueó una ceja–. ¿Qué quiere que le sirva Judd, querida?

–Una copa de sauvignon blanco, por favor. He oído que hace poco ganaron dos medallas de oro.

–Así es. Estamos muy orgullosos de Ethan por lo que está consiguiendo con los vinos. ¿No es así, Judd? –el retintín de Cynthia hizo saber a Judd que ya estaba al tanto de su reciente discusión.

–Es todo un máster, no hay duda –dijo Judd.

El doble sentido no le pasó desapercibido a Cynthia, que le lanzó una mirada de reproche antes de decidir que el mejor castigo sería llevarse a Anna para presentarle al resto de la familia. No se equivocaba, Anna era la única persona cuya compañía quería Judd esa noche.

Con una mano en el bolsillo del pantalón, observó a Anna mientras le presentaban a los dos hermanos mayores de Cynthia y a Ethan. Cuando su primo se puso en pie para saludarla, a Judd se le erizó el vello y se despertó su instinto salvaje.

Debió notársele, porque los ojos de su primo chispearon con interés antes de que se inclinara para decirle algo a Anna. Algo que le arrancó a Anna una risa deliciosa que a Judd le aceleró el pulso.

Empeñado en no darle a Ethan la satisfacción de saber hasta qué punto lo había irritado que fuera el causante de esa risa, Judd se dio la vuelta para saludar a Tamsyn, la hermana de su primo, que acababa de entrar al salón.

–Veo que ya está aquí la nueva huésped –comentó, quitándole la copa de vino de la mano y tomando un sorbo. Su nuevo anillo de compromiso destelló bajo la luz–. Mmm, muy bueno. ¿Puedes servirme uno?

–Quédate con ese, no lo he tocado.

–Gracias –Tamsyn le sonrió.

–¿Hoy no te acompaña ese prometido tuyo?

–No, sigue en la ciudad, trabajando –sus cálidos ojos marrones lo escrutaron–. Pareces tenso, ¿va todo bien?

Judd forzó una sonrisa. Tamsyn siempre percibía cuándo estaba disgustado.

–Nada que no vaya a solucionarse cuando tu hermano aprenda a prestar tanta atención a las tendencias de mercado como a los huéspedes.

–Suerte con eso, primo –Tamsyn se rio–. Sabes que a Ethan le importan poco las tendencias de mercado. Yo que tú no me preocuparía por eso –señaló a Anna con la cabeza–. A Ethan le gustan las rubias. Y esa morenita no deja de mirarte de reojo. ¿Ya os han presentado?

Judd asintió y dejó que su mirada recorriera la esbelta figura de Anna. Sonrió con satisfacción al comprobar que su prima tenía razón, Anna lo miraba con cierta frecuencia.

–¿Sabes por qué ha venido a Adelaida?

–No lo dijo cuando llamó para hacer la reserva. Supongo que son unas breves vacaciones. Solo se quedará cuatro días. Tendrás que darte prisa en conocerla –lo pinchó Tamsyn.

–Entonces será mejor que no le permita desperdiciar más tiempo –dijo él–. Discúlpame.

Sin esperar la respuesta de Tamsyn, cruzó la sala y fue hacia Anna. Ella lo miró sonriente.

–Debe de ser un placer trabajar con la familia –dijo–. Ethan me ha explicado lo que hacéis.

–Tiene sus ventajas, desde luego –corroboró Judd–. Dime, ¿has pensado en hacer visitas turísticas mientras estés aquí? Por suerte, tengo un par de días de poco trabajo y me encantaría enseñártelo todo, si te apetece.

Anna se ordenó mantener la calma. Esa era la oportunidad que buscaba. Pasar tiempo a solas con Judd Wilson la ayudaría a descubrir cómo era. Charles solo le había pedido que concertara una cita con él y le entregara la carta que llevaba en el bolso, pero prefería saber más del hijo de su jefe antes de dar ese paso. Charles había sufrido muchas desilusiones en su vida y, si estaba en su mano, en sus últimos años solo habría alegrías.

Por mucho que Charles anhelara reunirse con Judd, estaba preparado para recibir la negativa de su hijo. Esa era la razón de que solo Anna supiera lo crucial que era para él que Judd volviera al redil. Charles le había hecho jurar que guardaría en secreto los detalles de ese viaje incluso ante su hija Nicole, que se había hecho cargo de la dirección de la empresa cuando él había enfermado. Anna tenía la sensación de estar traicionando a Nicole, sobre todo porque era su mejor amiga, trabajaban juntas y vivían bajo el mismo techo.

Pero era por el bien de Charles. Y Charles se merecía que hiciera cuanto estuviera en su mano para convencer a su hijo de que volviera a casa.

No sabía cómo plantear el tema, pero el instinto le decía que Judd sería más receptivo si conseguía que se abriera antes de revelarle el propósito de su visita. Su lado femenino, en cambio, temía que cuanto más retrasara el momento, más difícil le sería resistirse a la poderosa atracción que ejercía sobre ella.

–¿Seguro? No me gustaría ser una carga. Es mi primera visita a la región y ya me doy cuenta que no le tengo tiempo suficiente.

–Entonces tal vez podamos convencerte para que vuelvas –dijo Judd, acercándose más.

Ella sintió un escalofrío. A ese ritmo iba a necesitar darse una ducha fría antes de que acabara la velada. No sabía cómo manejar la inesperada complicación de su atracción visceral hacia Judd Wilson.

El sonido de la campana llamando a cenar la libró de responder. Judd le ofreció el brazo.

–¿Puedo escoltarte hasta la mesa?

–¿Siempre eres tan formal? –preguntó ella, metiendo la mano en el hueco de su brazo.

La llamarada de sus ojos azules dejó claro que podía ser muy informal. El cuerpo de ella reaccionó de forma inconsciente. Sus pezones se endurecieron y se le hincharon los senos de deseo.

–Cuando necesito serlo –replicó él con una sonrisa que era pura malicia.

Anna se obligó a romper el contacto visual. El poder de su atractivo viril era suficiente para quitarle el aire y el sentido. Quizás no fuera tan buena idea conocer mejor a Judd Wilson. En el trabajo se relacionaba con hombres poderosos y absorbentes, pero no había conocido a ninguno con tanto carisma natural.

De repente, sintió incertidumbre con respecto a los días siguientes. ¿En qué lío se había metido?

CapítuloDos

La larga mesa del comedor parecía una exposición de porcelana, cristal y plata. Anna dio gracias al cielo por haber crecido en casa de Charles Wilson, que había insistido en que disfrutara de la mismas ventajas sociales que Nicole, a pesar de que su madre no era más que ama de llaves y acompañante de Charles.

Sentada cerca de la cabecera de la mesa, a la derecha de Judd, Anna pudo observar la dinámica de la familia en acción. Era obvio que Cynthia era la cabeza del hogar. Si bien Judd Wilson se parecía a su padre, su distante hermana, Nicole, era el vivo retrato de su madre.

Anna estudió a Cynthia y no tuvo duda que ese sería el aspecto que tendría su amiga veinte años después salvo, tal vez, por las leves líneas de amargura que enmarcaban la boca de su madre. Cynthia Masters-Wilson seguía siendo una mujer muy atractiva.

Su actitud daba impresión de realeza, esperaba que todo el mundo se doblegara a sus deseos y no ocultaba su desaprobación cuando no era así. Anna se preguntaba cómo habría sido Cynthia en la primera época de su matrimonio con Charles cuando la mujer capturó su mirada. Anna le sonrió y miró hacia otro lado, horrorizada porque la hubiera pillado escrutándola. Lo último que quería era llamar la atención.

Anna también observó que el vínculo entre Cynthia y su hijo era muy fuerte. Parecía que Judd era el único capaz de distender la actitud autocrática de su madre y hacer que sus labios se curvaran con una sonrisa genuina. Se preguntó por qué, si su hijo le importaba tanto, había renunciado a Nicole, la hija que había tenido cuando regresó a Australia. ¿Habría pensado en el bebé que había dejado atrás y en el impacto que ese abandono habría tenido en su vida?

Anna había ido a Australia llena de compasión por Charles, a quien Cynthia había herido durante su matrimonio. Pero ver a la mujer le hizo pensar en la injusticia que había cometida con Nicole.

–Estás muy seria. ¿Hay algún problema con la comida? –le preguntó Judd en voz baja.

La caricia de su cálido aliento cerca de la oreja le cosquilleó la piel. Anna se obligó a volver al presente y negó con la cabeza.

–No, todo está delicioso, gracias.

–¿Te inquieta alguna otra cosa? –insistió él, alcanzando una botella para rellenarle la copa.

Tú, pensó ella, antes de negar con la cabeza.

–Estoy un poco cansada, eso es todo.

–Podemos resultar abrumadores, ¿no?

–No, no es eso. De hecho, os envidio. Soy hija única y también lo eran mis padres. Tantos parientes bajo el mismo techo... Sois afortunados.

–Sí, es una suerte, y también una maldición –Judd le guiñó un ojo, quitando acidez a la última parte de su comentario.

Nicole debería haber tenido la oportunidad de formar parte de esto, pensó Anna para sí. No por primera vez, se preguntó qué había ocurrido para distanciar a Charles y Cynthia y a sus hijos. Charles se había negado a discutirlo, más allá de decir que Cynthia había traicionado su confianza, algo que para él era imperdonable. Fuera lo fuera, no solo había arruinado su matrimonio, también había creado una brecha insalvable entre sus socios y él. Demasiadas vidas alteradas. Y allí estaba ella para intentar arreglar lo roto.