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Noche secreta Ethan Masters descubrió un secreto familiar que zarandeó sus cimientos y lo catapultó a tener una aventura de una noche con Isobel Fyfe, una desconocida, algo nada propio en él. Además, presa de la desesperación, le reveló aquel inquietante secreto. Sin embargo, cuando Isobel apareció en su bodega, contratada por su hermana, Ethan se dio cuenta de que estaba metido en un buen lío. ¿Podía confiar en que ella no revelara su secreto? ¿Podía confiar en sí mismo para no acercarse a Isobel? Estaba en juego el bienestar de su familia y él estaba jugando con fuego… porque la deseaba. Enamorada del hombre equivocado Enamorarse del hombre equivocado nunca había resultado tan peligroso… ni había sentado tan bien La diseñadora de moda Mia Serenghetti necesitaba desesperadamente encontrar pareja para la gala más importante de la temporada. Su única opción era el ardiente magnate de la tecnología, Damian Musil, cuya familia era el mayor rival de los Serenghetti en el negocio de la construcción. Cuando quedó claro que la pasión que ardía entre los dos era real y no parte de la farsa, surgió el dilema de si debían o no arriesgarse a ir en contra de sus familias y explorar su intensa conexión. Valor para amarte ¿Una pequeña aventura con un multimillonario? ¿Qué podía salir mal? Jamie Bacall, ejecutiva de publicidad, era una mujer que sabía exactamente lo que quería: iniciar una relación sin ataduras con Rowan Cowper, un irresistible promotor inmobiliario. Él también estaba por la labor, pero entonces, Jamie se quedó embarazada y ahora el señor independiente quería algo serio con ella. Por experiencia, estaba convencida de que el compromiso era una palabra prohibida, pero Rowan estaba decidido a demostrarle que podían tenerlo todo. ¿Podría convencerla para cruzar una línea más?
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Seitenzahl: 530
Veröffentlichungsjahr: 2025
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformaciónde esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepciónprevista por la ley.
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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 557 - febrero 2025
© 2013 Dolce Vita Trust
Noche secreta
Título original: One Secret Night
© 2021 Anna DePalo
Enamorada del hombre equivocado
Título original: So Right...with Mr. Wrong
© 2022 Joss Wood
Valor para amarte
Título original: Crossing Two Little Lines
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013, 2021 y 2022
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1074-557-5
Créditos
Noche secreta
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Enamorada del hombre equivocado
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Epílogo
Valor para amarte
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
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Su madre estaba viva.
Ethan Masters caminaba atontado por las calles de Adelaida con aquellas palabras revoloteándole por la cabeza. Todavía estaba intentando digerir la reciente e inesperada muerte de su padre, creyendo que era lo más duro a lo que se iba a tener que enfrentar en la vida, y aquel mismo día se acababa de enterar que el hombre al que había idolatrado y adorado sobre todas las cosas les había mentido a él y a su hermana durante veinticinco años.
Sentía una mezcla de dolor y traición que le oprimía el pecho. No sabía qué hacer. Una parte de sí mismo deseaba no haberse enterado nunca. De hecho, si no hubiera sido porque había descubierto una anomalía en las cuentas de su padre, tal vez seguiría sin saber nada. Cuando el abogado de la familia se había mostrado reacio a darle explicaciones, su curiosidad por saber qué era aquel pago mensual había crecido.
Así que ahora lo sabía todo. Su madre los había abandonado y había aceptado el dinero de su padre para no volverse a acercar a ellos, dejando que sus hijos creyeran que había muerto en el accidente de coche.
Y lo que era todavía peor, los hermanos de su padre, el tío Edward y la tía Cynthia, habían sido cómplices de la mentira.
Aquello contradecía todos los principios familiares con los que había crecido. Enterarse de que aquellas personas en las que tanto confiaba lo habían estado engañando era más de lo que podía soportar.
Lo que tenía que hacer era volver a casa, hablar con sus tíos y contarle la verdad a su hermana, pero si él todavía no había sido capaz de digerir la información que le habían dado, ¿cómo se lo iba a contar a Tamsyn?
Al imaginárselo, sintió un escalofrío por la columna vertebral. Tamsyn era buena por naturaleza. Le gustaba ser feliz, quería que todo el mundo lo fuera y se esforzaba mucho por ayudar a los demás a serlo. Aquella noticia podía destrozarla y Ethan no podría soportarlo. No quería ser el responsable de causarle tanto dolor. No, tenía que lidiar él solo con aquel problema y decidir lo que tenía que hacer sin molestar a sus familiares.
Algo le llamó la atención. Se trataba de una joven que resaltaba por encima de los oficinistas que estaban saliendo del trabajo. Era una mujer menuda, delgada y rubia que iba vestida con un vestido multicolor que le marcaba la silueta de las nalgas y de los muslos. Al conductor del coche que estaba pasando en aquellos momentos a su lado debió de gustarle porque le dedicó un silbido de aprobación.
La joven llevaba una mochila muy grande a la espalda, una mochila que no iba en absoluto con su atuendo. Aquello intrigó a Ethan, que se quedó mirándola hasta que la perdió de vista cuando la chica entró en un bar cercano.
Sin pensar lo que hacía, Ethan la siguió. Al entrar, se encontró en un local ruidoso lleno de turistas, estudiantes y oficinistas. Consideró la posibilidad de irse, pero decidió que le vendría bien tomar una copa, así que se dirigió a la barra.
Mientras lo hacía, miró a su alrededor en busca de la mariposa multicolor que lo había conducido hasta allí, pero no la vio.
Unos minutos después, comenzó a sonar una música que atrajo a mucha gente a la pista de baile. Ethan pensó que aquella gente tenía una existencia mucho más fácil que la suya y se puso a mirarlos bailar mientras se tomaba una copa de vino tinto. No pudo dejar de pensar en que la vida que había llevado desde el accidente de coche había estado basada en mentiras y más mentiras.
Recordó que su padre había cambiado mucho después del accidente. Se había convertido en un hombre más exigente y menos confiado. Entonces, Ethan tenía seis años y, una vez se hubo repuesto de las heridas, concluyó que lo que le pasaba a su padre era que estaba tan triste y solo como su hermana y él.
Por eso, se esforzó todo lo que pudo para complacer las exigencias de su progenitor. ¿Y para qué? Para descubrir que John Masters había estado viviendo en una gran mentira los últimos veinticinco años y, lo que era todavía peor, que había obligado a los que le rodeaban a hacer lo mismo.
Ethan se llevó el vino a la boca y dejó que el aroma a frutos rojos le explotara en la lengua y se deslizara por su garganta. No estaba mal, pero no se podía comparar con su último caldo, reconocido internacionalmente con varios premios. Cuando el alcohol le llegó al estómago, recordó que no había comido nada desde la mañana.
–¿Pensando mucho?
Al oír la voz femenina, se giró y se encontró a la mariposa sentada en el taburete de al lado. Se dio cuenta de que era mayor que los estudiantes que había por allí, pero que tampoco encajaba en el grupo de los oficinistas. Tenía los ojos azul claro y la piel ligeramente bronceada.
–Sí, un poco –respondió.
–Dicen que problema compartido problema resuelto, ¿no? –comentó ella con una sonrisa–. ¿Quieres hablar de ello?
Le brillaban los labios de manera natural y el pelo le llegaba a los hombros. El vestido le quedaba de maravilla, lo que hizo que Ethan sintiera una descarga de energía sexual por todo el cuerpo, pero, a pesar de que la había seguido hasta el interior del bar, no era de los que ligaba en los bares.
Ligar con una desconocida no era la respuesta a sus problemas. No era su mejor momento.
–No, gracias.
Lo dijo más bruscamente de lo que era su intención. La chica sonrió como si no le hubiera importado su rechazo y se giró hacia el camarero para pedir algo, pero Ethan se sintió mal por cómo la había tratado. La sentía muy presente a su lado, veía su mano y sus uñas, sorprendentemente cortas, sobre la barra de madera, percibía el aroma de su colonia y sentía el ritmo de su cuerpo moviéndose con la música.
Debería pedirle perdón y, cuando se giró hacia ella para hacerlo, descubrió que se había tomado de un trago el chupito que había pedido y se alejaba entre la gente.
Al instante, sintió cierto alivio, pero también una potente sensación de pérdida. Giró el taburete de nuevo hacia la pista de baile y se quedó mirándola. Se movía con una gracia natural maravillosa y Ethan tuvo ganas de bailar. Hacía mucho tiempo que no se relajaba y se dejaba llevar. Debería haber aceptado su intento de acercamiento. Se había precipitado al rechazarla y ahora no podía dejar de mirarla.
Un tipo con aire de ejecutivo se levantó de una mesa y se dirigió a la pista de baile. Se colocó detrás de la rubia, le puso las manos en las caderas y comenzó a bailar de manera sugerente con ella. Ethan sintió que la rabia lo poseía, pero se dijo rápidamente que no tenía por qué preocuparse por aquella mujer. No le correspondía a él cuidarla.
La chica agarró las manos del recién llegado con delicadeza y las apartó de su cuerpo. Ethan se irguió. Si le hubiera gustado que la tocaran, no habría ningún problema, pero por lo visto no era así...
El tipo dio un traspié, pero se enderezó, agarró a la chica de la mano y la giró hacia él para decirle algo al oído. A la mariposa se le contrajo la cara en una mueca de disgusto y negó con la cabeza mientras intentaba zafarse del desconocido. Ethan sintió que le hervía la sangre.
No era no.
En un abrir y cerrar de ojos, se abrió paso entre la gente, sabiendo muy bien lo que iba a hacer.
–Perdona por el retraso –dijo plantándole un beso en la mejilla a la sorprendida chica–. Está conmigo, tío –añadió mirando al otro hombre.
Afortunadamente, el otro tipo, algo borracho, se disculpó y volvió a su mesa. Ethan se giró hacia la rubia.
–¿Estás bien? –le preguntó.
–No hacía falta que hicieras nada. Sé cuidarme yo sola –le espetó ella.
–Ya lo veo –comentó Ethan irónico.
Le sorprendió que la chica se riera.
–Supongo que debería darte las gracias –comentó sonriente.
–De nada –contestó Ethan–. No parecía que te estuviera gustando demasiado su compañía.
–No, desde luego que no –admitió la chica extendiendo la mano hacia él–. Soy Isobel Fyfe.
–Ethan Masters –contestó Ethan aceptando la mano y dándose cuenta al instante de lo pequeña que era comparada con la suya.
Ethan sintió que el instinto protector por aquella chica se acrecentaba.
La música estaba muy alta e Isobel no entendió el apellido de su salvador, pero se dijo que tampoco tenía mayor importancia.
–¿Me permites que te invite a una copa o a cenar en otro sitio? –le sugirió Ethan.
La chica se quedó pensativa un momento y Ethan temió que fuera a decirle que no.
–Vámonos a cenar –contestó por fin–. Voy a buscar la mochila –añadió dirigiéndose a la barra.
Ethan la dejó partir y, cuando volvió a su lado, automáticamente se ofreció a cargar con la mochila.
–No, no hace falta, ya la llevo yo. Estoy acostumbrada –contestó Isobel.
–No lo digo porque no puedas con ella sino para que me permitas sentirme un caballero por ayudarte. Te prometo que no la perderé.
–Bueno, si te pones así –sonrió Isobel entregándole la mochila, que tenía pegatinas del aeropuerto–. La verdad es que no me va nada con los zapatos.
Ethan se fijó entonces en que lleva unas sandalias de tacón alto.
–¿Tomamos un taxi o vamos andando?
–¿Dónde habías pensado ir?
Ethan le dijo el nombre de un restaurante griego que no quedaba muy lejos.
–Entonces, podemos ir andando –contestó ella agarrándolo del brazo–. Hace una noche maravillosa.
Ethan se colgó la mochila de un hombro sin importarle que le arrugara su precioso traje de Ralph Lauren.
–No te gustan esos sitios, ¿verdad? –le preguntó Isobel.
–¿Tanto se me ha notado? –sonrió Ethan.
–Sí –contestó la chica.
Aquello intrigó a Ethan y le preguntó por qué.
–Por varias cosas. Para empezar, por tu comportamiento. Eres diferente. Algunos podrían pensar que es el aire que dan el dinero y los privilegios, pero yo creo que hay algo más. Parece que nada te da miedo –contestó Isobel tomándole ambas manos entre las suyas y volteándolas una y otra vez–. Definitivamente, cuidadas, pero sin exagerar. Sí, estás acostumbrado a mandar y a que tus órdenes se cumplan inmediatamente, pero también estás dispuesto a trabajar duro.
Aquello hizo reír a Ethan.
–¿Sabes todo eso de mí con solo mirarme?
Isobel se encogió de hombros.
–¿Cruzamos?
¿Cuándo había sido la última vez que se había permitido actuar así, por impulso? Nunca.
Isobel sentía un antebrazo fuerte bajo sus dedos, lo que la hizo sentir un chispazo de anticipación. Se sentía tan emocionada como cuando sabía que había hecho una fotografía especialmente buena.
Sentía el mismo nerviosismo que cuando estaba a punto de vivir algo grande y ella estaba entregada a vivir el momento, el presente, así que había aceptado la invitación de Ethan para cenar porque era natural en ella hacerlo.
No era una chica fácil, pero tampoco de las que dejaba pasar la oportunidad de disfrutar de una velada agradable con un hombre atractivo.
La intuición le decía que aquel hombre era de fiar, que no tenía nada que temer de él y su intuición jamás la había engañado. Además, tampoco había motivos para creer que fuera a ocurrir nada más aparte de la cena. Aquel hombre no era su tipo. Demasiado seguro de sí mismo, demasiado dominante y demasiado guapo.
Aun así, la velada prometía ser interesante.
Llegaron al restaurante e Isobel se dio cuenta rápidamente de la deferencia con la que el personal trataba a Ethan. Una vez sentados a la mesa, no pude evitar sonreír.
–¿Qué te hace gracia? –le preguntó él sirviéndose agua.
Isobel se fijó en los movimientos que ejecutaron los músculos de su garganta al tragar el refrescante líquido y no tuvo más remedio que beber ella también.
–Es increíble. Lo das todo por hecho, ¿verdad?
Ethan la miró sorprendido y enarcó las cejas.
–No te comprendo.
–Te tratan como si fueras un príncipe y tú ni siquiera te das cuenta –contestó Isobel riéndose y comprendiendo que era cierto, que Ethan lo daba todo por hecho.
–Bueno, eso es porque vengo a menudo y dejo buenas propinas –contestó él algo molesto.
–No lo he dicho como una crítica –le aseguró Isobel–. Seguro que están encantados contigo.
–No eres de las que se calla, ¿eh? –bromeó Ethan.
–No, claro que no –contestó Isobel encogiéndose de hombros–. Nunca me ando con rodeos –añadió consultando la carta para no tener que seguir mirando a su acompañante.
Pensó en el último trabajo que había realizado y en el que se había visto forzada, sin embargo, a andarse con ciertos rodeos. Gracias a su trabajo como fotógrafa, podía capturar lo mejor y lo peor de la gente.
En el último trabajo, las cosas se habían puesto feas cuando el gobierno del país en el que se encontraba la había invitado, educada pero tajantemente, a que abandonara el territorio. Isobel había decidido irse, pero con el firme objetivo de volver en cuanto tuviera dinero. Lo que hacía era aceptar trabajos tontorrones que le permitían costearse lo que de verdad quería hacer. En aquella ocasión, había aceptado hacer las fotografías de un catálogo.
–¿Y te va bien así? –le preguntó Ethan con una voz que hizo que a Isobel se le erizara el vello de la nuca.
–Bastante bien –reconoció–. ¿Qué me recomiendas? –le preguntó mirando la carta.
–Aquí todo está bueno, pero el cordero es increíble –contestó Ethan.
–De acuerdo, pediré cordero entonces.
Ethan cerró la carta y la dejó sobre la mesa.
–¿Así, sin más? –se sorprendió–. ¿No necesitas pasarte media hora viendo la carta y cambiar de parecer diez o doce veces?
–¿Por qué? ¿Tú sueles hacer eso? –bromeó Isobel sabiendo que no era así.
–No, yo prefiero no perder el tiempo. Si te parece bien, voy a pedir para los dos.
–Muy bien, gracias.
Así que Isobel se quedó mirándolo mientras Ethan llamaba al camarero y pedía la comida y una botella de vino. Sí, no se había equivocado, el personal lo trataba con sumo respecto.
–Definitivamente, debes de dejar muy buenas propinas –bromeó riéndose.
–Me quieres picar, ¿eh? Yo también sé jugar a eso y te lo voy a demostrar... viendo que no te gastas el dinero en dejar buenas propinas a los demás, ¿qué haces con él?
–Me lo gasto en viajar y lo que me sobra lo dono a causas benéficas.
–¿De verdad? Así que eres una filántropa.
–Bueno, no creo que lo que yo dono sirva para mucho, pero lo puedo hacer porque he aprendido a vivir con muy poco –le aseguró Isobel.
–¿Y cuando te hagas mayor? ¿Cómo vivirás cuando seas vieja?
–Ya me preocuparé de eso cuando llegue el momento –contestó Isobel viendo que Ethan fruncía el ceño–. ¿No te parece bien?
–Yo no he dicho eso, pero pienso diferente. Tengo una empresa familiar, trabajamos juntos, estamos todo el día juntos y trabajamos por un objetivo común. Estamos constantemente pendientes del futuro, así que me resulta muy difícil vivir el día a día, sin planificar lo que va a suceder al día siguiente. Tengo que preocuparme de un montón de gente que depende de mí.
–Las decisiones que yo tomo solo me afectan a mí, lo que tiene muchas ventajas.
Ethan sonrió e Isobel se dio cuenta de que envidiaba su libertad, como le pasaba a mucha gente que no se daba cuenta de que aquella libertad también tenía un coste personal. Era evidente que Ethan tenía una red de personas que lo ayudaban y lo apoyaban mientras que ella estaba sola.
Aprovechó el silencio que se hizo entre ellos para estudiarlo un poco más. Ethan tenía una nariz recta de corte patricio, el labio superior fino y el inferior voluminoso y atractivo. Llevaba el pelo corto y peinado y se preguntó cómo le quedaría un poquito más largo y revuelto.
Le hubiera gustado sacar la cámara de fotos y hacerle unas cuantas.
La excitación que se había apoderado de su cuerpo un rato antes estaba yendo en aumento. De hecho, Isobel apretó los muslos cuando el deseo se instaló entre sus piernas, y en aquel momento supo que lo más probable era que se acostara con Ethan como se llamara aquella noche y, sobre todo, que quería hacerlo.
La comida estaba deliciosa e Isobel se alegró de haber permitido que Ethan eligiera. Recogió con la yema del dedo un poquito de salsa que había quedado en el plato y se la llevó a la boca para disfrutar un poco más de aquel delicioso sabor. Al hacerlo, cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, descubrió que Ethan la estaba mirando fijamente. El deseo que había sentido por él volvió a la carga con toda la potencia del momento y vio que el interés era mutuo.
Mientras bebía un trago de vino, Isobel se preguntó qué tal amante sería aquel desconocido. No era el tipo de hombre que le gustaba, pues le solían atraer los hombres parecidos a ella, de espíritu libre, informales y sin ataduras. Definitivamente, Ethan no era así. Ethan exhortaba estabilidad y fuerza, por no hablar de una increíble dosis de atractivo sexual, una mezcla que resultaba explosiva.
–Háblame de tus viajes –le pidió Ethan echándose hacia delante para servirle un poco más del delicioso vino que estaban disfrutando.
No le resultó difícil pasarse la siguiente hora contándole anécdotas divertidas de sus viajes. Ethan se rio de buena gana cuando le contó que en el último viaje que había hecho a Nepal le había salido un ciempiés del agujero en el que estaba evacuando aguas menores. Se reía como un niño y daba gusto oír aquella risa. A Isobel le encantaban los hombres que se permitían reírse así. Era buen indicativo de que se dejaban llevar por el momento y por lo que les gustaba y esperaba que, en aquellos momentos, lo que le gustara a Ethan fuera ella.
–Me temo que yo no tengo nada tan gracioso que contar –comentó Ethan todavía riéndose–. ¿Y después de cosas así no prefieres viajar de manera más convencional y segura?
–No, cuando viajas de manera convencional y segura no ves el mundo de verdad, no conoces las situaciones que otras personas se ven obligadas a vivir.
–Es interesante que lo digas así.
–¿Por?
–Has dicho obligadas. La mayoría de las personas lleva la vida que quiere llevar, ¿no?
–Eso no suele ser así –contestó Isobel sonriendo con tristeza.
–Yo creo que cada persona puede elegir su camino.
–En un mundo perfecto, puede ser, pero no todo el mundo tiene el privilegio de vivir en un mundo perfecto.
Ethan se quedó considerando aquellas palabras antes de responder.
–Tienes razón. Estaba pensando solo en el mundo que yo conozco, en mi vida aquí, en mis decisiones –recapacitó, permaneciendo unos segundos en silencio–. Ni siquiera yo puedo controlar todo lo que sucede en mi mundo.
Isobel se preguntó qué le habría sucedido a aquel hombre, porque se había quedado lívido. Alargó el brazo por encima de la mesa y le colocó las yemas de los dedos en la mano.
–Lo siento –le dijo.
–¿Por qué lo sientes?
–Porque tengo la sensación de que te gusta tenerlo todo controlado.
–Sí, así es –reconoció Ethan con una sonrisa–. Por lo menos, me gusta controlar mis reacciones ante lo que pasa.
Después de aquello, la conversación volvió a temas más generales e Isobel le volvió a hacer reír, disfrutando de ello. El destello de vulnerabilidad que le había visto lo había vuelto todavía más atractivo a sus ojos, pues solo un hombre fuerte admitía sus debilidades.
Habían tomado postre y café y seguían hablando cuando Isobel se dio cuenta de que Ethan consultaba el reloj. Los camareros estaban recogiendo y el restaurante se había vaciado.
–Se ha hecho tarde –comentó Ethan–. ¿Quieres que te lleve a algún sitio?
–No, no hace falta. Voy a dormir en el hotel que encuentre más cerca –contestó Isobel apenada.
Cuanto más tiempo pasaba con aquel hombre, más atraída se sentía por él, y temía que fuera demasiado caballero como para intentar nada más después de la cena. Una pena.
–¿Todavía no tienes dónde dormir?
–No, he llegado esta tarde, pero no pasa nada. Hay muchos hoteles por esta zona –lo tranquilizó–. Tranquilo, sé cuidarme.
–Sí, como en el bar de antes.
–Me habría quitado de encima a ese tipo aunque tú no hubieras estado allí.
–Ya –contestó Ethan sin convencimiento.
–Si te quedas más tranquilo, le pido al camarero que me llame un taxi. De todas formas, solo necesito sitio donde dormir una noche.
¿Una noche? Una noche sin preguntas ni respuestas, sin recriminaciones. Probablemente, no la volvería a ver. Una noche de libertad y de pasión. La mente de Ethan comenzó a darle vueltas a la idea a una velocidad increíble, lo que lo llevó a hablar antes de haber pensado bien lo que iba a decir.
–¿Por qué no te quedas a dormir conmigo, quiero decir, en mi casa? –le propuso.
Para su sorpresa, Isobel sonrió encantada.
–Buena idea, me encantaría dormir contigo –contestó.
Ethan sintió que se le endurecía la entrepierna. Jamás había tenido una aventura de una noche, pues siempre le había parecido que aquello era propio de una persona con poco control sobre sí misma y poco respeto por los demás, pero el cuerpo le quemaba, la necesidad era imperiosa.
–Tengo un par de habitaciones de invitados.
–No creo que vaya a dormir en ninguna de ellas –contestó Isobel–. ¿No te parece?
Ethan negó con la cabeza y tragó saliva.
–Venga, vamos –lo urgió Isobel riéndose.
Ethan no estaba acostumbrado a que otra persona asumiera el mando, pero se dejó llevar porque había algo en aquella mujer que hacía que se fiara de ella de manera natural. Por una vez en su vida, no tenía que ser él quien tomara las decisiones importantes, no tenía que ser el responsable, podía relajarse y permitirse hacer lo que le apetecía.
Aquello le estaba encantando.
Ethan pidió la cuenta sin dejar de mirarla a los ojos ni un solo momento.
El corto trayecto en taxi hasta su casa transcurrió en silencio.
–¿A que tu casa es el ático? –le preguntó Isobel cuando bajaron del vehículo y Ethan la tomó de la mano.
–Efectivamente –admitió Ethan.
–Lo sabía –comentó Isobel mientras entraban en el edificio y subían en ascensor hasta la última planta.
Una vez allí, entraron en un vestíbulo privado y Ethan se quedó observándola mientras Isobel se acercaba a los ventanales desde los que se veía el parque Kurranga.
–Qué vistas tan impresionantes –comentó girándose hacia él–. Aunque creo que prefiero lo que veo por aquí.
Dicho aquello, avanzó hacia él. Ethan dejó la mochila en el suelo, detrás del sofá de cuero blanco. Cuando se levantó, Isobel le deslizó los brazos por la cintura.
–Sí, definitivamente, me gusta más esta vista.
Dicho aquello, se elevó sobre las puntas de los pies y lo besó en la boca suavemente. A pesar de que había sido un beso ligero como las alas de una mariposa, Ethan sintió el impacto en todos sus sentidos con tanta fuerza que tuvo la sensación de que alguien había incendiado todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo. Sentía calor a pesar de que Isobel apenas lo había rozado.
Quería más.
La abrazó con fuerza, se apretó contra ella, absorbiendo sus curvas, y la besó como había estado deseando hacer desde que la había visto por primera vez. Aquella mujer era el equilibrio perfecto para él, luz para su oscuridad, flexible para su rigidez, calor para su frialdad, la que se había apoderado de él aquel día.
Ethan apartó aquellos recuerdos de su cabeza y se dijo que lo único que importaba era el momento, que Isobel estuviera allí con él.
Isobel tenía unos labios suaves y una lengua que no dudó en encontrarse con la de Ethan y bailar con ella la danza de la necesidad y el deseo. Le desabotonó la camisa con tal fuerza que los botones salieron volando al suelo. Luego, apartó la tela dejando su torso y su abdomen al descubierto y lo acarició, dejando una estela de pasión allí por donde lo iba tocando.
Ethan le pasó los dedos por el pelo y la agarró de la nuca para apretarse contra ella y que le quedara clara la presión que sentía en la entrepierna. Isobel también se apretó contra él y gimió. Ethan sintió sus manos en el abdomen, yendo hacia el cinturón. Efectivamente, le desabrochó los pantalones, deslizó una mano dentro y le agarró la erección por encima de los calzoncillos. Su contacto era firme aunque suave a la vez.
Pero Ethan no quería nada suave, así que llevó la pelvis hacia adelante para que Isobel comprendiera e Isobel comprendió y lo agarró con más fuerza. Acto seguido, Ethan le desabrochó el vestido, que se anudaba en la nuca. La tela cayó hasta su cintura y Ethan se apartó un poco atrás para comerse sus pechos con la mirada, para deleitarse en sus pezones sonrosados, que pedían a gritos que se los chupara. Así que le tomó un seno con la mano y comenzó a acariciar el pezón con la yema del dedo pulgar, con fuerza, mientras se inclinaba sobre el otro y le daba placer con la lengua.
Isobel sintió un escalofrío por todo el cuerpo y jadeó de placer. Ethan concentró su atención en el otro pezón y, luego, la tomó en brazos y la llevó al dormitorio principal. Una vez allí, la dejó de nuevo de pie e Isobel aprovechó para quitarse el vestido y volver a acercarse a él. Ataviada tan solo con un tanguita minúsculo y sandalias de tacón, liberó a Ethan de la chaqueta y de la camisa y él mismo se quitó los pantalones, los zapatos y los calcetines.
Cayeron sobre la cama en un desesperado revuelo de brazos y piernas que exploraban y se tocaban. Isobel se sentó a horcajadas sobre Ethan y comenzó a seguir el recorrido de su clavícula con la punta de la lengua. Desde allí, se dirigió a sus pezones. Ethan nunca había sentido la piel tan sensible ni una respuesta tan intensa, nunca se había sentido tan desvalido y tan fuerte a la vez.
No estaba acostumbrado a permanecer pasivo, así que le acarició las caderas a Isobel, apartó la tela del tanga, descubriendo que era rubia natural, y deslizó un dedo hacia el centro de su cuerpo. Estaba caliente y húmedo. Ethan comenzó a dibujar círculos sobre su clítoris e Isobel jadeó de placer. Ethan presionó con la palma de la mano y deslizó un segundo dedo en el interior del cuerpo de Isobel, que se apretó contra él y comenzó a mover las caderas en círculos.
Ethan se quedó mirándola en toda su feminidad. Isobel tenía los ojos abiertos y lo miraba fijamente, como si le pudiera leerle el alma. Tenía los senos pequeños y perfectos, con los pezones muy duros. Ethan siguió masturbándola hasta que Isobel comenzó a temblar. Ethan sintió que se le tensaban los músculos del abdomen y de los muslos y la oyó gritar de placer a pesar de que se había mordido el labio inferior.
Ethan aprovechó entonces para colocarla tumbada sobre la cama y ponerse encima, para quitarle las braguitas y acariciarle las piernas. Luego, le quitó también las sandalias y le acarició los pies y las piernas desde abajo. Desde allí, le llegó el olor a almizcle de su primer orgasmo, lo que lo hizo lanzarse a chuparle el clítoris.
–Demasiado pronto –protestó Isobel, que todavía jadeaba por efecto de su primer orgasmo.
–Confía en mí –contestó Ethan succionando y lamiendo aquella perla sonrosada.
Luego, presionó con los dientes e Isobel sintió que la pelvis se elevaba de la cama en respuesta a aquellas caricias tan íntimas. Ethan sabía que no tardaría en alcanzar el segundo orgasmo, así que siguió chupando y lamiendo. Cuando volvió a pasarle los dientes por encima del clítoris, Isobel se puso a gritar. Ethan siguió chupando, lamiendo y mordisqueando. Isobel seguía gritando.
–¿Estás bien? –le preguntó acariciándole las costillas y los pechos.
–Estoy mucho mejor que bien –sonrió ella–, pero, ¿y tú?
–Ahora nos vamos a encargar de mí –contestó Ethan abriendo el cajón de la mesilla de noche.
–Déjame a mí –se ofreció Isobel tomando un preservativo y rasgando el plástico.
Luego, se lo colocó y lo deslizó hacia abajo. Ethan tuvo que hacer un gran esfuerzo para no perder el control. Una vez protegido, Isobel deslizó una mano entre sus cuerpos y lo colocó a la entrada.
Ethan aguantó todo lo que humanamente pudo. Finalmente, se internó en el cuerpo de Isobel, que lo recibió encantada, guiándolo hacia sus profundidades. Sus músculos internos le dieron la bienvenida y Ethan se sintió en la gloria.
Comenzó a moverse cuando las caderas de Isobel se colocaron hacia arriba para ir al compás de sus embestidas, que cada vez era más fuertes. Cada vez el placer era más intenso. Ethan sintió que el placer le pulsaba por todo el cuerpo y lo catapultada a un lugar en el que nunca había estado antes. Se aferró a Isobel y apoyó la frente en la suya mientras sus alientos se entremezclaban.
De repente, pensó que la estaría haciendo daño e intentó apartarse, pero Isobel no se lo permitió.
–Peso mucho –protestó Ethan.
–Me gusta –contestó Isobel.
Así que Ethan se relajó y se dio cuenta de que estaba experimentando una comunión física con aquella mujer que no había conocido con ninguna otra. No sabía qué pensar al respecto, pero se dejó llevar.
No era el momento de ponerse a pensar. A medida que fue sintiendo que el pulso cardíaco recuperaba la normalidad, se dejó caer a un lado. Isobel le acarició los labios y la besó con suavidad. Ella se arrebujó contra él y le apoyó la cabeza en el pecho.
Ethan se recordó a sí mismo que aquello solo era una aventura de una noche.
Solo una noche.
Isobel dibujó un círculo con el dedo índice a Ethan en el pecho. Le había sorprendido la fuerza con la que habían hecho el amor, la conexión que se había establecido entre ellos. Incluso le estaba dando pena tener que irse al día siguiente por trabajo y no volver a verlo, pero tendría que superarlo.
Así vivía ella, siempre fluyendo, siempre moviéndose. Nunca se quedaba en un sitio el tiempo suficiente como para echar raíces y así le iba bien.
Sin embargo, era evidente que Ethan no era así y le causaba verdadera curiosidad saber por qué con ella se había dejado llevar, por qué había roto sus normas, la había metido en su casa y había compartido con ella tanta intimidad.
Le hubiera encantado pensar que había sido por ella, pero sospechaba que había algo más, así que decidió preguntárselo.
–¿Por qué yo, Ethan?
–¿Eh? –contestó él con voz somnolienta.
–¿Qué te ha pasado hoy?
–No creo que lo quieras saber.
–Claro que quiero –insistió Isobel–. Venga, prueba a contarle a otra persona lo que te preocupa.
Ethan permaneció en silencio un buen rato.
–Hoy me he enterado de algo con lo que no contaba –declaró.
–¿Malas noticias?
–Sí y no.
–Fuera lo que fuese, te ha disgustado.
–Sí, porque no sé qué hacer con la información.
–Entonces, ha tenido que ser muy mala.
Ethan asintió.
–Supongo que sí. Mi padre murió hace poco y he estado repasando sus cosas. He encontrado algunos pagos que no me cuadraban, así que he ido a hablar con el asesor de la familia, bueno, lo que he descubierto es que mi padre nos ha ocultado durante años a mi hermana y a mí que nuestra madre estaba viva. Nos había dicho que había muerto hacía veinticinco años, pero no es verdad. Nos abandonó y le pagaba para que no volviera.
–Dios mío –exclamó Isobel sorprendida–. Supongo que te habrás quedado helado.
Isobel sabía por experiencia propia lo que era enterarse de una mentira así, era la peor traición del mundo.
–No entiendo por qué lo hizo y ahora ya no puedo preguntárselo –se quejó Ethan.
–A lo mejor lo hizo para protegeros. ¿Cuántos años tenías hace veinticinco años?
–Yo tenía seis años y mi hermana solo tres. Comprendo que no nos lo contara entonces, pero podría habérnoslo contado después. Ni siquiera nos dejó una carta para que la leyéramos después de morir él ni nada por el estilo. Si no hubiera revisado los pagos, jamás me habría enterado.
Isobel suspiró.
–No es fácil entender a nuestros padres a veces –recapacitó–. Se creen que nos protegen con sus acciones.
–¿Por qué iba a necesitar yo que me protegiera de la verdad? Merezco saber por qué mi padre creyó que mi hermana y yo íbamos a estar mejor sin nuestra madre.
–A lo mejor no era tan fácil.
–Supongo. De lo contrario, el resto de la familia no habría estado de acuerdo con él en mentirnos. Mis tíos también sabían la verdad y no nos la dijeron.
–¿Y ellos siguen vivos?
–Sí. De hecho, todos vivimos en la misma casa y nos vemos todos los días.
–Entonces, pregúntales a ellos –le sugirió Isobel–. Pase lo que pase no te enfades con tu padre ahora que ha muerto. Se equivocara o no, seguro que lo hizo con la mejor intención. El pasado ya no se puede cambiar, pero puedes vivir el presente y mirar hacia el futuro.
–¿Eso es lo que tú haces? ¿Vivir el presente y mirar siempre hacia el futuro?
Isobel sonrió.
–Más o menos –admitió.
–Yo no me veo viviendo así.
–Es que esta vida no es para todo el mundo –contestó Isobel encogiéndose de hombros–. Tu padre era un hombre fuerte, ¿verdad? Como tú. Inteligente y protector. Eso es lo que deberías recordar de él –le dijo acariciándole el brazo–. Y seguro que os quería mucho.
Ethan se quedó pensativo.
–Es increíble. Para no conocerlo de nada, lo has descrito al detalle. Es cierto que era una buena persona, pero también es cierto que necesito saber por qué no nos contó la verdad sobre mi madre.
–¿Qué te parece si lo averiguas mañana? –le sugirió Isobel volviendo a sentarse a horcajadas sobre él.
–Lo digo porque ahora me gustaría distraerte un poco.
Isobel se despertó cuando el sol estaba comenzando a dibujar los bordes del enorme ventanal. Al principio, se sintió desorientada, pero pronto recordó. Se quedó tumbada sin moverse cerca de Ethan, que estaba dormido, escuchando su respiración, percibiendo el calor que irradiaba su cuerpo.
¿Cómo se iba a imaginar que un hombre tan aparentemente serio iba a resultar un experto en la cama? Isobel sonrió al recordar eso que decían de que las apariencias engañaban.
Se sentía maravillosamente viva. Aquella noche había sido especial. Muy especial. Giró la cabeza y se quedó mirando a Ethan en la penumbra. Le entraron ganas de tocarlo para despertarlo, pero no lo hizo por prudencia.
Se iba a ir, de modo que lo mejor era irse cuanto antes, mientras estuviera dormido. Así, al despedirse, se ahorraría la incomodidad cuando Isobel le dijera que prefería no volver a verlo. Lo cierto era que no tenía intención de comprometerse con nadie y aquel hombre parecía querer precisamente eso, compromiso.
Isobel se deslizó cuidadosamente fuera de la cama, recogió el vestido y las sandalias y dio por perdidas sus braguitas tras mirar por todas partes y no encontrarlas. Llevaba unas limpias en la mochila, así que se encogió de hombros y fue lentamente hacia la puerta del dormitorio, que abrió y cerró con cuidado, sin hacer ruido.
Una vez en el salón, recuperó su mochila y se vistió a toda velocidad, a pesar de que le hubiera encantado darse una ducha y lavarse los dientes, pero no quería arriesgarse a que Ethan se despertara.
Sonrió al recordar lo bien que se lo habían pasado juntos y pensó que no le costaría nada hacerse adicta a todo aquello, pero ella no era de quedarse mucho tiempo en ningún sitio ni de comprometerse con nadie. Ella era una nómada con pocas pertenencias, justo lo que cabía en su mochila.
Ethan había hablado de una empresa familiar, de parientes con los que trabajaba y a los que veía todos los días. Isobel no se imaginaba una vida más diferente de la suya. No, en su vida no había sitio para el compromiso ni tampoco en la de Ethan para una persona tan inestable como ella.
Isobel agarró las sandalias con una mano y la mochila con la otra y se giró al dormitorio para lanzar un beso al aire. Había estado bien mientras había durado.
En aquel momento, apareció un taxi que llegaba para dejar a un pasajero que debía de venir de un vuelo transoceánico, a juzgar por la cantidad de equipaje que llevaba. Isobel dio gracias al cielo y habló con el conductor para que la llevara a un hotel barato.
Una vez dentro del vehículo, se preguntó qué habría sucedido si, en lugar de irse sin despedirse, se hubiera quedado y hubiera esperado a que Ethan se despertara. Sin duda, habrían vuelto a hacer el amor.
Isobel se dijo que no debía plantearse aquello, que debía tener más presente que nunca el lema de su vida: no mirar atrás jamás.
Mientras el taxi se alejaba, se dio cuenta de que seguía sintiendo el deseo de volver atrás, de explorar la vulnerabilidad agazapada tras la fachada que Ethan le mostraba al mundo, de maravillarse de la fuerza y de la capacidad que aquel hombre exudaba. Sin duda, Ethan Masters era adictivo, peligrosamente adictivo.
Mejor no volver a verlo porque, en lo más profundo de sí misma, sabía que podía hacerla desear quedarse con él más de una noche, y eso no podía ser.
No podía ser bajo ningún concepto.
Ethan se estiró y alargó el brazo, pero no encontró nada. Al abrir los ojos, comprobó que Isobel no estaba. Aquello lo hizo sentirse confundido y levantarse de la cama a toda velocidad. Se dirigió desnudo al salón y, al no verla allí, comprendió que se había ido.
Por una parte, agradecía no tener que mantener ninguna conversación después de lo que había habido entre ellos la noche anterior, pero también sentía profundamente no poder empezar el día como había terminado la noche.
Al final, ganó el alivio. Sobre todo, debido a la conversación que habían tenido antes de hacer el amor por primera vez. ¿Qué demonios le había poseído para abrirse así a una completa desconocida? Ni siquiera había hablado con su hermana todavía de lo que había descubierto. De hecho, todavía ni siquiera sabía si se lo iba a decir.
Tal vez sería mejor que Tamsyn recordara su padre tal y como él quería que lo hubiera recordado y no como al hombre que deliberadamente había mentido sobre un asunto familiar de extrema importancia y que no se había molestado en aclararlo antes de morir. Ethan no se quería ni plantear cómo podría afectar a su hermana descubrir que su madre estaba viva. A lo mejor, la desestabilizaba por completo.
El lío seguía allí, exactamente igual que el día anterior, pero también era cierto que se sentía un poco mejor. Ethan se dirigió a la ducha y se dio cuenta de que, de alguna manera, Isobel Fyfe lo había atrapado con su magia desde el primer momento que la había visto.
Ethan se metió en la ducha y se dijo que Isobel no era su tipo, que no era más que una aventura de una noche porque así lo había querido ella, además. Él no la había echado, había sido ella la que se había ido. Así era mejor. Lo cierto era que eso era también lo que Ethan había querido, una noche sin ataduras con una desconocida.
Aunque no tenía ninguna intención de volver a verla, recordaba su risa, su voz, su aliento sobre la piel, la textura de su lengua y...
Ethan le dio al agua fría. Aquello no le estaba llevando a ninguna parte. No, lo mejor era que se hubiera ido sin dejar rastro, solo su olor en las sábanas y cierto recuerdo en su mente.
Un rato después, mientras se estaba preparando para volver a la bodega a trabajar, se dijo que lo estaba consiguiendo y que, aunque hubieran querido, no podrían haber continuado, pues lo suyo nunca habría ido a ninguna parte, ya que eran demasiado diferentes.
Cuando media hora después salió de su casa, lo hizo con una sonrisa satisfecha en el rostro. Bajó al aparcamiento y recogió su coche pensando que las mujeres como Isobel Fyfe estaban bien para una aventura, pero para nada más. Isobel era lo opuesto a lo que él buscaba. Prefería a mujeres como Shanal Peat, su compañera de universidad, una mujer seria e inteligente y de una belleza exquisita, mezcla de sus ancestros indios y australianos. Además, había hecho un curso de postrado en viticultura y podría ayudarlos mucho en las bodegas.
Era cierto que las mujeres como Isobel añadían excitación a la vida, pero también caos. No, lo que necesitaba era una mujer como Shanal.
Se dijo que el asunto de su madre podía esperar. Mientras siguieran realizándose puntualmente los pagos a Ellen Masters, podía estar tranquilo, pues no iba a reaparecer para reclamar sus derechos parentales. El secreto podía seguir en secreto un poco más.
Para cuando llegó a la bodega era ya mediodía, enfiló el camino privado de entrada a la casa principal y aparcó frente a ella. Se bajó del coche e inhaló profundamente. Estaba en casa.
No había ningún otro lugar en el mundo como aquel. Sus ojos deambularon por las cimas de las montañas donde se elevaba la mansión familiar que un incendio había destruido hacía más de treinta años atrás.
En aquel momento, detectó movimiento en el camino que llegaba hasta las cabañas de lujo de los huéspedes. Se trataba de Tamsyn, que se ocupaba de aquella parte del negocio familiar.
–Buenos días –lo saludó con una sonrisa mientras se acercaba–. ¿Cómo es que llegas a estas horas? –le preguntó en tono de broma–. ¿Te lo pasaste bien anoche? –añadió con fingida inocencia.
–Sí, gracias –contestó Ethan.
Tamsyn suspiró.
–¿Ningún cotilleo?
–¿Desde cuándo doy yo motivos de cotilleo?
–Ya sabes a lo que me refiero, tienes que pasártelo bien, Ethan. A veces, estás demasiado absorbido por este lugar.
Por cómo lo había dicho, Ethan se dio cuenta de que su hermana no estaba bien.
–¿Te ocurre algo, Tam?
–No, claro que no –contestó Tamsyn con una gran sonrisa–. ¿Qué me iba a ocurrir? Por cierto, ¿vas a cenar en casa esta noche? Te lo digo porque me gustaría presentarte a la nueva fotógrafa del catálogo, que llega esta tarde...
–Claro, cuenta conmigo –se comprometió Ethan–. ¿Qué tal va lo de la boda?
–¿La mía o la que estoy organizando aquí?
–Las dos –contestó Ethan.
–Bien. Es muy fácil trabajar con la próxima novia que se va a casar aquí y, en cuanto a mi boda, todavía no tenemos fecha –le contó Tamsyn.
Todavía sin fecha. Aunque su hermana lo había dicho como si no tuviera importancia, Ethan tuvo la sensación de que no estaba contenta, pero no le dio tiempo a insistir porque Tamsyn cambió de tema.
–¿Te dio tiempo ayer de hacer todo lo que tenías que hacer en la ciudad?
Ethan tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlar el escalofrío que sintió por la espalda. Tam ya tenía suficiente como para, encima, añadirle más tensión. Se alegró de haber decidido no compartir con ella el secreto de su padre.
Ethan no tuvo oportunidad de contestar a la pregunta de su hermana porque, en aquel momento, le sonó el teléfono a Tam.
Ethan se despidió de ella y se fijó en que atendía la llamada con una sonrisa no demasiado convincente, lo que le llevó a darse cuenta de que, últimamente, su hermana hacía mucho eso, fingir que estaba bien y que era feliz.
Ethan lo achacó a la reciente muerte de su padre, pero no pudo evitar preguntarse si sería por algo más. Trent no parecía apoyarla demasiado. Era cierto que era abogado y que estaba muy ocupado en la ciudad, pero aun así los seres queridos eran más importantes que el trabajo. ¿A lo mejor su relación no iba bien? Ethan se dijo que, la próxima vez que estuviera a solas con su hermana, se lo preguntaría.
Ahora, de momento, tenía otras cosas que hacer, tenía que ocuparse de su trabajo, que lo estaba esperando desde primera hora de la mañana.
Si no se hubiera distraído tanto la noche anterior...
Ethan entró en el salón aquella noche satisfecho por el trabajo que había realizado. Ya estaban allí la tía Cynthia y el tío Edward junto con su esposa Marianne. Le costaba creer que todos ellos se hubieran conchabado con su padre para ocultarles a él y a su hermana la verdad sobre su madre.
Sin embargo, Ethan estaba dispuesto a perdonar a sus parientes porque entendía que en una familia tan tradicional como la suya su padre había sido el patriarca y los demás se habían plegado a sus deseos. Si lo que les había propuesto era por el bien de la familia y del negocio, sin duda, los demás habrían estado de acuerdo en respaldarlo.
Ethan se reunió con sus primos Cade y Cathleen, que se ocupaban de las catas de vino y del restaurante.
–¿Qué tal ha ido el día? –les preguntó sirviéndose una copa de vino.
–Muy ocupado –contestó su prima–. Se nos ha roto el lavaplatos y los pobres camareros han tenido que fregar a mano, y como mañana es domingo y también va a venir un montón de gente, he contratado a dos temporales para que nos ayuden.
–Muy bien hecho. Bueno, ¿seguís con la idea de incluir cenas en el restaurante? –preguntó Ethan.
–Claro que sí –contestó Cade–. Es un buen momento. Tenemos demanda y, además, como tu hermana y sus bodas se están haciendo cada vez más famosas, hay que aprovechar la oportunidad. Después de venir aquí a una boda, hay muchos invitados a los que les gustaría poder venir de vez en cuando a cenar.
Ethan asintió.
–¿Te has enterado de que Tamsyn ha conseguido que IF Photography se hago cargo del nuevo catálogo? –le preguntó Cathleen–. El chef está que no cabe en sí de gozo.
–Sí, me lo ha dicho esta mañana –contestó Ethan, dándose cuenta de que su hermana todavía no había aparecido y preguntándose si estaría bien.
–Me ha contado que es una fotógrafa que tiene muchos premios. Es de Nueva Zelanda, pero viaja por todo el mundo –le explicó su prima–. Hemos tenido mucha suerte de que haya aceptado nuestro proyecto y haya accedido a pasar un mes aquí. Ya verás, los nuevos catálogos y las fotografías de la página web van a quedar fantásticos.
–Por cierto, ¿alguien sabe dónde está Tam? Creí que iba a estar aquí...
En aquel momento, Ethan sintió un escalofrío por la espalda.
–Acaba de llegar –le dijo su prima señalando hacia la puerta del salón–. ¡Oh, y mirad con quién! Debe de ser la fotógrafa. Vamos a saludar.
Ethan dio un respingo y se puso en alerta máxima mientras sus primos se dirigían al vestíbulo. IF Photography, IF Photography... Aquellas siglas... ¿Isobel Fyfe?
No podía ser.
No, claro que no.
Ethan se giró hacia la puerta, miró a su hermana y a la mujer que llegaba con ella y sintió que se quedaba lívido al ver de quién se trataba.
Isobel percibió el momento exacto en el que Ethan registraba su presencia y se dio cuenta de que lo embargaban, en igual proporción, la sorpresa y la rabia.
Tamsyn le presentó a Cade y a Cathleen sin, por lo visto, darse cuenta de nada. Los demás fueron acercándose y formando un círculo a su alrededor.
Solo quedaba Ethan.
Así que se apellidaba Masters.
Isobel se dijo que debería haber prestado más atención cuando se lo había dicho. Se habrían ahorrado el aprieto en el que se encontraban. A juzgar por cómo la estaba mirando, era obvio que creía que ella lo sabía y que no le estaba gustando que lo hubiera mantenido en secreto.
–Ethan, te presento a Isobel Fyfe, la fotógrafa de la que te he hablado. Isobel, este es mi hermano mayor, Ethan. No le hagas mucho caso y recuerda que perro ladrador poco mordedor.
Isobel sintió que se sonrojaba. Sabía perfectamente cómo mordía aquel perro. De hecho, todavía tenía los restos de dos o tres mordiscos suyos por el cuerpo. Pero se obligó a alargar el brazo y rezó para que Ethan le estrechara la mano.
–Señorita Fyfe –la saludó muy serio, estrechándosela brevemente.
Por breve que hubiera sido el contacto, Isobel sabía que Ethan había sentido la misma descarga que ella, porque le brillaron los ojos.
–Por favor, llámeme Isobel –le dijo con una sonrisa artificial–. No me gustan las formalidades.
–Y tú llámalo Ethan –intervino Tamsyn–. Aquí todos nos llamamos por nuestros nombres de pila.
Isobel miró a Ethan algo nerviosa por la intensidad de su mirada y se dio cuenta de que se estaba enfadando ante su actitud. No tenía por qué ponerse así, por qué mostrarse tan distante. No le había ocultado nada deliberadamente, no se había dado cuenta de que se iban a volver a ver y, además, ¿tan terrible era? ¿Se creía que iba a contar lo que había habido entre ellos? Podía estar tranquilo, no se iba a poner a contar sus proezas sexuales delante de su familia ni lo que le había contado sobre sus padres. Su actitud le estaba resultando ofensiva, así que se giró y le dio la espalda cuando Tamsyn llamó su atención para ir a saludar a otro pariente.
Sabía que la estaba taladrando con los ojos y eso hizo que se enfadara un poco más. ¿Cómo se atrevía a tratarla así? Jamás hubiera creído que sería así de canalla.
–Siento mucho cómo se ha comportado Ethan –se disculpó Tamsyn–. Suele ser mucho más simpático, pero creo que está preocupado por algo –añadió riéndose nerviosa.
–No pasa nada, tranquila –le aseguró Isobel.
Lo que había sucedido entre ellos solo les atañía a ellos dos, pero era evidente que Ethan se arrepentía. Bueno, ese era su problema. Ella estaba allí para hacer un trabajo y eso era exactamente lo que iba a hacer, así que volvió a prestarle toda su atención a Tamsyn.
–Háblame de tus primos –le pidió–. ¿Raif, Cade y Cathleen? ¿No se llamaban así los tres hijos de Calvert en Lo que el viento se llevó?
Tamsyn se rio.
–Sí –contestó–. A la tía Marianne le encanta Margaret Mitchell.
Isobel sintió a lo largo de toda la velada y durante la cena que Ethan la seguía observando, pero hizo todo lo que pudo para ignorarlo. Estaban sentados cada uno a un lado de la larga e impecable mesa y a Isobel no le costó mucho conversar con los otros miembros de la familia.
Cynthia se encargaba de la casa. Se trataba de una mujer muy guapa que, sin embargo, tenía un rictus muy serio alrededor de la boca y cuyos ojos dejaban claro que esperaba mucho de los que la rodeaban. Se le podrían hacer unas fotografías muy interesantes. Edward y su mujer eran más cercanos y más simpáticos que Cynthia. Isobel se preguntó cómo sería el padre de Ethan y cómo hubiera encajado en aquella reunión. Supuso que sería el mayor de todos porque Ethan era el mayor de los primos.
Resultaba interesante observar a aquella familia. Todos eran atractivos y cada uno tenía una personalidad muy definida. Para una persona que era hija única y cuya familia era muy reducida, todo aquello resultaba de lo más fascinante. De alguna manera, sentía envidia, pero se apresuró a apartarla.
No mirar nunca hacia atrás.
Más tarde, tras haber cenado y haber tomado café y postre mientras conversaban, Isobel se puso en pie, dio las gracias y se dispuso a acostarse.
Para su sorpresa, Ethan también se puso en pie.
–Voy a acompañar a Isobel –anuncio con firmeza–. Vosotros quedaos aquí y disfrutad de la velada –añadió cuando su hermana hizo amago de levantarse.
Tamsyn asintió y miró a Isobel.
–Puedo ir yo sola –comentó ella–. El camino está bien iluminado y hace una noche preciosa.
–No, no quiero que vayas tú sola la primera noche que estás aquí –insistió Ethan acercándose a ella y señalando las puertas de cristal por las que se salía al impresionante jardín.
Cuando se habían alejado lo suficiente de la casa, se giró a ella bruscamente.
–¿A qué estás jugando? –le preguntó muy enfadado–. s¿Por qué no me dijiste anoche que ibas a venir?
–Porque no sabía qué vivías aquí. Había tanto ruido en el bar que no me enteré de cómo te apellidabas y la verdad es que tampoco tiene importancia.
–Pues claro que la tiene. Te tienes que ir. Pones cualquier excusa y te vas mañana mismo por la mañana. No te preocupes por el dinero, yo te pagaré lo que hayas acordado con mi hermana.
–Vaya, muy amable por tu parte. Sobre todo, porque no tienes ni idea de lo que cobro –contestó Isobel con sarcasmo–. En cualquier caso, creo que estás pasando por alto algo muy importante, y es que yo soy toda una profesional y, cuando me comprometo a algo, lo cumplo. Me he comprometido a realizar el catálogo de vuestra bodega y eso es exactamente lo que voy a hacer.
–Estoy dispuesto a pagarte un extra.
–¿Y qué te lleva a pensar que estoy tan desesperada por conseguir dinero como para aceptar ese ofrecimiento?
–Por favor, pero si vives con una mochila al hombro y, por lo que me contaste anoche, no tienes nada. Por supuesto que quieres el dinero.
Isobel sintió que aquello la ofendía. Qué diferente era del hombre con el que había pasado la noche.
–Mira, si quieres, no nos volvernos a cruzar, pero yo tengo un contrato firmado con Tamsyn y lo voy a cumplir.
Ethan dio un paso hacia ella e Isobel sintió al instante el calor que emanaba de su cuerpo. Al percibir su olor, inhaló sin pensar lo que hacía y su cuerpo reaccionó y se puso en alerta máxima... se le endurecieron los pezones, sus pechos se volvieron más voluminosos y sintió un intenso calor por todo el cuerpo.
A pesar de lo mal que la estaba tratando Ethan, lo seguía deseando. Aquello era patético.
–El problema, Isobel, es que no vas a poder evitar cruzarte conmigo, pero más allá de eso, el verdadero problema es que vas a tener que estar con mi hermana bastante a menudo.
–¿Y qué problema hay? –quiso saber Isobel, sorprendida–. No creo que le importe que tú y yo hayamos pasado una noche juntos... si es que se entera.
–No es eso lo que me preocupa. Lo que me preocupa es que le cuentes la confidencia que te hice.
Isobel volvió a sentir su desprecio.
–¿Todavía no se lo has dicho? Deberías hacerlo, ¿no? Tiene derecho a saberlo.
–Eso lo decidiré yo. Apenas nos conocemos y no sé si me puedo fiar de ti. No sé ni siquiera si quiero hacerlo.
–Pues no te va a quedar más remedio.
Dicho aquello, se giró y siguió caminando decidida, dando por finalizada la conversación. Sin embargo, sintió los dedos de Ethan agarrándola del brazo y girándola hacia él. La estaba mirando enfadado, pero también con deseo.
–Te advierto, Isobel, que conmigo no se juega. No le cuentes a mi hermana absolutamente nada de lo que te dije.
Isobel se zafó de él y se masajeó el brazo, intentando en vano hacer desaparecer el rastro del contacto.
–Y yo te advierto, Ethan, que no acepto órdenes de nadie –contestó–. La verdad es que me arrepiento de haberte conocido y quiero que quede claro que no pienso volver a jugar contigo, por utilizar la palabra que tú acabas de utilizar.
De nuevo, se apartó de él. Sentía que el cuerpo entero le temblaba de rabia. ¿Cómo se atrevía a tratarla así? Si no hubiera sido porque era cierto que jamás abandonaba un trabajo, le hubiera dicho sin pelos en la lengua lo que podía hacer con su dinero y con sus estúpidos secretos familiares.
Isobel sintió que le quemaban los ojos y se dio cuenta, sorprendida, de que estaba llorando. Ella jamás lloraba. Eran lágrimas de rabia, nada más. Se apresuró a limpiárselas y se prometió a sí misma que no iba a permitir que Ethan Masters volviera a hacerla sufrir.
Ethan se quedó mirando a Isobel hasta que llegó a su cabaña. Cuando oyó el portazo, se estremeció. Por lo visto, había conseguido enfurecerla.
Negó con la cabeza. A lo mejor, se había pasado. La sorpresa de encontrarla en su casa había hecho que el enfado le nublara la razón. No había estado muy acertado. Había perdido el control y no había sido solo por el temor de que pudiera revelar el terrible secreto a su hermana sino porque, a pesar del daño que sabía que podía hacer a su familia, lo malo era que seguía sintiéndose atraído por ella.
Ethan volvió lentamente a la casa principal. Era cierto que el intento que acababa de protagonizar para que Isobel se fuera había sido torpe por su parte, pero todavía tenía un as en la manga.
Isobel había insistido en que el contrato que había firmado lo había firmado con Tamsyn. Eso quería decir que su hermana podía romperlo. Ethan elevó la mirada al segundo piso, donde estaba la habitación de Tamsyn. Tenía la luz encendida.
Bien. Así podría dejar aquello arreglado. No había necesidad de esperar a la mañana siguiente. Entró en la casa y se dirigió a la escalera. Unos segundos después, estaba llamando a la puerta de la habitación de su hermana.
–¿Ethan?
–Sí, ¿tienes un minuto?
–Claro que sí, pasa.
Ethan entró y cerró la puerta detrás de él. Su hermana estaba acurrucada en la butaca que tenía delante de la chimenea.
–¿Has acompañado a Isobel a su cabaña? –le preguntó Tamsyn dejando sobre la mesa el libro que estaba leyendo.
–Sí, precisamente de ella quiero hablarte.
–¿Ah, sí?
Ethan eligió con cuidado las palabras.
–¿Qué sabes exactamente de Isobel Fyfe?
–Lo que me han contado algunas personas y lo que pone en su página web. ¿Por qué? ¿Estás preocupado por algo? ¿No te parece lo suficientemente buena como para hacer el trabajo?
–La verdad es que no me parece la persona adecuada para el trabajo, no. ¿Podrías rescindir el contrato con ella, Tam?
Tamsyn dio un respingo.