Anhelo secreto - Miranda Lee - E-Book
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Anhelo secreto E-Book

Miranda Lee

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Beschreibung

Rafe deseaba a Isabel, pero su trabajo era fotografiar a la futura novia, no seducirla. Fue entonces cuando descubrió, para su sorpresa, que la boda se había anulado... Sin dudarlo dos veces, Isabel le pidió a Rafe que la acompañara en lo que habría sido su luna de miel. El amor no formaba parte del trato, pero el guapísimo Rafe Saint Vincent podría ayudarla a olvidar el abandono que había sufrido. Cuando se terminó la luna de miel, Isabel descubrió que, de forma accidental, se había quedado embarazada...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2002 Miranda Lee

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Anhelo secreto, n.º 1345 - septiembre 2014

Título original: The Secret Love-Child

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2002

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4664-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

POR FAVOR, Rafe. Mi reputación de profesional serio está en juego.

Rafe suspiró. Les debía de estar realmente desesperado para pedirle aquello. Su ex socio sabía de sobra que odiaba profundamente hacer fotos de bodas. Mientras que Les disfrutaba de lo emocional de aquellas ocasiones, a Rafe le resultaban profundamente irritantes. No soporta ni los nervios de antes, ni los llantos, besos y abrazos de después.

Rafe no era precisamente un entusiasta de los llantos femeninos.

Además, le era imposible ser creativo cuando el trabajo solo consistía en captar cada momento sin más. Era un perfeccionista y odiaba tener que trabajar en cualquier circunstancia, sin saber el tiempo que iba a hacer, si la localización sería espantosa o si la novia sería poco fotogénica.

Él era un fotógrafo de moda y trabajaba para revistas importantes. Estaba acostumbrado a controlarlo todo.

–Asumo que no has podido conseguir a nadie más –dijo Rafe con resignación.

–La boda es dentro de dos semanas, y cae en sábado –le explicó él–. Ya sabes la cantidad de bodas que hay los sábados. Todos los fotógrafos de Sydney están ya comprometidos.

–De acuerdo, de acuerdo. ¿Y qué es lo que quieres que haga?

–La novia irá a tu casa a mediodía hoy.

Rafe miró el reloj de pared. Eran las once y media.

–¿Y si hubiera dicho que no?

–Yo sabía que no me dejarías en la estacada. Puede que seas un demonio con las mujeres, pero eres un buen amigo.

Rafe no estaba de acuerdo con aquella imagen de playboy que Les tenía de él. Sí, había tenido muchas relaciones a lo largo de los años, ¿y qué? Tenía treinta y tres años, era bastante atractivo, soltero y se pasaba el día retratando modelos también solteras. Era inevitable que sucedieran cosas.

Pero no era un devorador de mujeres. Solo tenía una novia por vez, y jamás las engañaba. Sencillamente, no quería saber nada de matrimonio ni de niños. ¿Acaso eso era un crimen? A ojos de alguna gente, sí.

Le habría gustado que sus amigos casados, y entre ellos Les, entendieran que no todo el mundo quiere las mismas cosas en la vida.

–Dame unos cuantos detalles más antes de que la novia llegue –le dijo él.

–Se llama Isabel Hunt, tiene treinta y pocos años, es rubia y muy guapa.

–Les, a ti todas las novias te parecen guapas.

–Y lo están en ese día. Pero esta es guapa siempre. Te lo vas a pasar bien fotografiando a la señorita Hunt. O quizá debería llamarla señora Freeman. La afortunada novia se va a casar con Luke Freeman, el único hijo de Lionel Freeman.

–¿Se supone que eso debería significar algo para mí? ¿Quién es Lionel Freeman?

–Siempre se me olvida que eres un ignorante total en cualquier tema que no sea comida, mujeres y fotografía. Lionel Freeman era uno de los arquitectos más reputados de Sydney. El pobre hombre murió, junto a su mujer, en un accidente de coche hace un par de semanas. Así que trata bien al novio cuando lo conozcas.

–Pobre hombre. Qué mala suerte –el padre de Rafe también había muerto en un accidente de coche cuando él tenía solo ocho años. Aquel había sido un momento muy difícil en su vida que no le gustaba recordar–. ¡Vaya! Me parece que oigo un coche acercándose a la casa. Debe de ser la novia. Llega a tiempo. Ya veremos si es igual de puntual en la boda. Bueno, te dejo. Me debes una, Les, y no me vuelvas a preparar una encerrona como esta. Te llamaré cuando la novia se haya ido y ya te contaré lo que opino de ella.

Rafe colgó y se encaminó hacia las escaleras, curioso por saber si la mujer era tan atractiva como Les le había dicho.

Tendría que ser algo muy especial para llegar a sorprenderlo. Después de todo, estaba acostumbrado a rodearse de rubias despampanantes. Había fotografiado a cientos de ellas e, incluso, se había enamorado locamente de una.

Aquello había sucedido cuando él tenía veinticinco años. Liz era entonces una ambiciosa modelo de belleza felina, que a sus diecinueve años hacía alarde de un espíritu manipulador e interesado. Solo que él no se había dado cuenta hasta que no había sido muy tarde. Habían vivido juntos un año y, durante ese tiempo, ella había sacado de él todo lo que había necesitado. Después, se había marchado con otro fotógrafo mayor y más poderoso, dejando a Rafe profundamente herido.

A pesar de que todo aquello había sucedido años atrás y de que, supuestamente, el dolor había desaparecido, no había vuelto a vivir con nadie desde entonces y se había resistido con fiereza a cualquier tentación de hacerlo. Tampoco salía ya con rubias. La experiencia le había enseñado que, muy a menudo, fingían debilidad y vulnerabilidad, cuando en realidad eran manipuladoras y ambiciosas.

Otra cosa era fotografiarlas, porque las rubias seguían siendo sus modelos favoritas.

Rafe abrió la puerta.

¡Guau! Les no había exagerado un ápice.

«Qué pena que se vaya a casar», pensó Rafe. Porque, si había alguna rubia en el mundo que pudiera hacerle cambiar sus principios, la tenía delante.

¡Era exquisita! Isabel Hunt era un ejemplo de heroína de Hitchcock. Tenía una belleza clásica, con un rubio helador, unos pómulos de ensueño y unos ojos grandes y azules con largas pestañas, además de una figura perfecta. Aunque le habría gustado poder quitarle la chaqueta para asegurarse.

–¿Señorita Hunt? –dijo él sonriendo cálidamente. Lo que había supuesto la perspectiva de un duro trabajo, de pronto se había convertido en la promesa de algo muy placentero. Lo que más le gustaba en el mundo era fotografiar a mujeres hermosas. Por supuesto, aún no sabía si era fotogénica, porque, extrañamente, algunas mujeres realmente hermosas en carne y hueso no daban bien ante la cámara.

–¿Es usted el señor Saint Vincent? –preguntó ella, mirándolo de arriba abajo con un gesto desaprobatorio. Quizá no le gustaban los hombres sin afeitar.

Ella, por el contrario, era una perfeccionista. Su maquillaje era absolutamente correcto, su ropa inmaculada y la camisa que llevaba estaba tan blanca, que bien habría podido servir para un anuncio de detergente.

–Sí, soy yo, el único e irrepetible –respondió y amplió su sonrisa. La mayoría de las mujeres que había conocido en su vida acababan sucumbiendo a ella. A Rafe le gustaba que sus modelos estuvieran totalmente relajadas, pues la tensión no daba buenos resultados, y así era como lo conseguía–. Por favor, llámeme, Rafe.

–Rafe –obedeció ella, pero pronunciando el nombre en un tono helador.

La señorita Hunt no era una mujer que se dejara encandilar fácilmente. Quizá era lo mejor dadas las circunstancias. Era demasiado atractiva, con aquellos grandes ojos y aquella boca de pecado, provocativa y sensual. ¿Cómo reaccionaría él si se le ocurría sonreír?

«Será mejor que no lo haga. No sonría, señorita Hunt, o vamos a tener problemas», le advirtió él en silencio.

–¿Te importa que te tutee?

–Si insistes.

¿Era realmente desprecio lo que veía en su mirada? No podía ser.

Por si acaso, Rafe decidió replegar sus encantos y centrarse en el trabajo.

–Les acaba de llamarme para contarme que ibas a venir –la informó él–. ¿Por qué no pasamos dentro y concretamos unas cuantas cosas?

Él la condujo al interior de la casa. Allí era donde él pactaba la mayoría de sus negocios. No tenía una oficina propiamente dicha, sino solo un salón decorado de modo sencillo. Las paredes estaban decoradas con sus fotos favoritas, todas de mujeres, en blanco y negro, con más o menos ropa.

–No veo fotos de bodas –dijo la novia secamente.

–Hace mucho que no trabajo en reportajes de boda. Pero tiempo atrás fui socio de Les. Sé bien lo que hago.

Ella lo miró con dureza.

–Seguro que eres mucho más caro que él.

Rafe se sentó en un sofá azul oscuro, justo enfrente de ella.

–Normalmente lo soy, pero esta vez no. Este trabajo es un favor para Les.

Ella continuó mirando las fotos.

–Supongo que también haces fotos en color.

Rafe no solía enfadarse, pero aquella mujer estaba empezando a molestarlo de verdad. ¡Era un profesional, podía hacer el tipo de fotos que quisiera!

–Por supuesto –respondió en un tono calmado que no se correspondía con su estado de ánimo–. Hago muchas fotos para revistas de moda. La moda no sería tal sin color. Pero te puedo asegurar que tú saldrías fabulosa en blanco y negro. Creo que te gustarían los resultados.

–Señor Saint Vincent –comenzó a decir fríamente.

–Llámame Rafe, por favor –insistió él, decidido a marcar su territorio.

Rafe se preguntó si el pobre novio sabía qué tipo de mujer se llevaba. ¡Era una princesa de hielo!

–La cuestión es, Rafe, que no habría elegido un vestido burdeos para mi dama de honor de haber querido las fotos en blanco y negro.

Rafe ignoró su sarcasmo.

–¿De qué color irá vestido el novio?

–De negro.

–¿Y usted?

–De blanco, por supuesto.

–Por supuesto –repitió él secamente, mirándola demasiado fijamente.

Ella se ruborizó y él se quedó muy sorprendido. No podía ser virgen, no con treinta años y aquel físico. A menos que tuviera problemas con el sexo.

Rafe sintió pena por el novio. No parecía que su noche de bodas tuviera buenas perspectivas.

–Lo siento, pero no quiero mis fotos en blanco y negro –insistió ella–. Si no puedes acomodarte a mis deseos, tendré que buscarme otro fotógrafo.

–Te va a resultar imposible a estas alturas –dijo Rafe con firmeza.

Ella pareció genuinamente frustrada y Rafe sintió una repentina e inesperada compasión. Estaba siendo demasiado terco, aunque sabía que tenía razón.

–Isabel, ¿tú le dirías a un pintor cómo pintar, o a un cirujano cómo operar? Yo soy un fotógrafo profesional, uno de los mejores, y sé lo que me hago. Sé lo que sale bien y lo que no, y te aseguro que en blanco y negro saldrías magnífica.

Nunca antes había tenido la oportunidad de fotografiar a una novia tan hermosa como aquella y no estaba dispuesto a desaprovechar la oportunidad de dar su punto de vista creativo. Con una cámara automática, cualquiera podría hacer unas fotos vulgares. Pero solo Rafe Saint Vincent era capaz de hacerle obras de arte en blanco y negro.

–Habrá en la fiesta muchos invitados con cámaras que os harán fotos en color –continuó él–. Mi trabajo consiste en proporcionarte unas fotos que no solo sean hermosas, sino eternas. Te garantizo que serán fotos que también podrás enseñarle a tus nietos con orgullo.

–Estás muy seguro de ti mismo, ¿no? –dijo ella.

–Sé cuáles son mis habilidades. ¿Qué me contestas?

–Creo que no tengo elección.

–No te decepcionaré. Confía en mí, Isabel.

Por su gesto, Rafe se dio cuenta de que Isabel Hunt no era alguien que confiara fácilmente en nadie.

–¿Querrías ver algunas de mis fotos en blanco y negro más convencionales? –le sugirió él y le dio un álbum–. Puede que así te convenzas. Las fotos que tengo en las paredes son un poco vanguardistas. Mientras tanto voy a preparar una taza de café. No hace mucho que me he levantado. Ayer me acosté bastante tarde. ¿Quieres algo?

–No, gracias. He desayunado hace poco.

–¿También te acostaste tarde?

Ella lo miró directamente a los ojos durante uno segundos. Luego volvió la vista al álbum. Comenzó a pasar las hojas a una velocidad tal que para Rafe supuso un insulto.

De pronto, sintió unos deseos tremendos de deshacerle aquel moño tenso que llevaba, agitarla hasta que sus cabellos cayeran como una cascada sobre sus hombros, besarla y lograr templar aquella fría y heladora mirada. Quería ver cómo se ruborizaba, pero no de vergüenza, como momentos antes, sino de pasión.

Quería... quería... ¡la quería a ella, la deseaba!

Rafe trató de contener aquel repentino impulso. Desear a aquella mujer era absurdo e insano.

En primera lugar, se iba a casar en cuestión de dos semanas. Segundo, era rubia. Tercero, a ella no le gustaba.

Lo mejor que podía hacer era ir a hacerse un café. Luego, regresaría, se centraría en las fotografías y se olvidaría de la mujer que suponía el mayor reto del siglo para él.

Capítulo 2

EN CUANTO se quedó sola, Isabel cerró el álbum de fotos y levantó la vista.

¡Aquel hombre era imposible y contratarlo como fotógrafo para su boda era una locura! Rafe Saint Vincent podía ser un brillante profesional, pero si no era capaz de oír lo que ella le pedía, no le servía.

Los hombres como él la irritaban tremendamente.

Y, por desgracia, también la atraían.

Isabel suspiró. Ese era el mayor problema que tenía: lo encontraba increíblemente sexy.

Isabel cerró los ojos y recostó la espalda en el respaldo del sofá. Había pensado que ya estaba curada, que ya no la atraían los hombres como él. Había creído que su compromiso con Luke iba a ser la garantía de que nunca más necesitaría lo que hombres como Rafe podían ofrecer.

Luke era el tipo de marido que ella necesitaba. Era guapo, inteligente, un hombre de éxito y tremendamente agradable. Los dos habían llegado a la conclusión de que el amor romántico no era una buena base para el matrimonio. Ambos habían descubierto que al enamorarse la gente actuaba como una necia. La pasión era un buen tema para la poesía, pero no era garantía de felicidad a largo plazo.

El sexo no lo era todo ni lo más importante en una relación.

No pensaba eso porque Luke fuera malo en la cama. Era bueno. Tampoco la preocupaba tener que buscar otras fantasías cuando estaban juntos.

Pero, claro, una cosa era tener imágenes de algún místico extraño mientras hacía el amor con Luke y otra muy distinta preferir que en la noche de bodas, su amante fuera Rafe Saint Vincent en lugar de su marido.

Y eso sería exactamente lo que le ocurriría si estaba en la boda todo el día, mirándola con aquellos sensuales ojos.

Isabel agitó la cabeza con frustración.

Siempre le habían gustado los hombres equivocados. No porque supiera a priori que lo fueran, sino porque siempre eran los que le resultaban atractivos, interesantes y excitantes. Después de varios desengaños había llegado a la conclusión de que se había equivocado en sus elecciones del sexo masculino.

Eso había hecho que Isabel desarrollara un sistema de alarma: si le gustaba algún hombre, eso indicaba que era el hombre equivocado otra vez.

Así que no tenía que saber mucho sobre Rafe Saint Vincent para tener la certeza de qué tipo de hombre era. Solo necesitaba mirarlo.

Les le había contado que era soltero y un brillante fotógrafo, pero no le había dicho nada sobre su ropa negra, sus pendientes y su casa de diseño. El hecho de que viviera, además, en Paddington completaba la imagen de hombre del nuevo milenio, cuyas prioridades eran su carrera, el placer y el éxito. Quizá no fuera un criminal como había sido Hal, pero seguía siendo una pérdida de tiempo para una mujer que, como ella, quería un marido e hijos.

La verdad era que todos los hombres que a Isabel le habían gustado habían sido siempre una pérdida de tiempo. Por eso había cumplido los treinta sin un hogar y una familia propios, cosas que siempre había deseado. Cansada de esa situación, había decidido en un momento dado buscar un marido con la cabeza y no con el corazón.

Y lo había encontrado.

Isabel sabía que podía llegar a ser muy feliz con Luke.

Pero lo último que necesitaba era tener a su alrededor durante toda la boda a un hombre como Rafe.

El problema era que necesitaba un fotógrafo. ¿Qué excusa podría ponerle a su madre para no contratarlo? A ella le encantaban las fotos en blanco y negro, pues a su setenta años las veía como un vínculo con su pasado. Isabel había sido el producto de una segunda luna de miel de la que Doris Hunt había disfrutado al cumplir los cuarenta.

No tenía más remedio que contratar a Rafe Saint Vincent. No tenía por qué causar ningún daño real el que fantaseara con un hombre mientras su marido le hacía el amor, incluso en la noche de bodas. Luke jamás se enteraría si ella no se lo contaba.

Y no lo iba a hacer.

La verdad era que había muchas cosas sobre sí misma que no le había contado. Y no tenía intención alguna de empezar a hacerlo en aquel momento.

Abrió los ojos y se fijó en las fotos que había colgadas por las paredes. Eran increíblemente eróticas y sugerentes. Aunque eran todas de mujeres desnudas o medio desnudas, los juegos de luz mantenían ocultas las partes clave.

Podría haberse quedado horas mirándolas absorta. Pero el sonido de unos pasos la instaron a apartar los ojos y buscar algo que hacer.

Buscó su móvil desesperadamente y lo sacó del bolso. Marcó el número de sus padres y esperó impaciente a que respondieran. En ese momento, volvió Rafe con una humeante taza de café.

Ella fingía no estar fijándose en él, pero lo siguió de reojo hasta que se sentó en el mismo lugar de antes. ¡Era maravilloso! Tan alto y estilizado, el tipo de hombre que la fascinaba. Era muy atractivo y muy sexy.

–¿Sí? –su madre respondió finalmente.

–Hola, mamá, soy yo –dijo en un tono tremendamente compuesto, a pesar de que por dentro se partía en trozos.

–¡Oh, Isabel, cómo me alegra de que hayas llamado antes de que saliéramos para el club! Estaba pensando en ti. ¿Qué tal la entrevista con el señor Saint Vincent?

–Bien, muy bien.

Isabel notó cómo la miraba por encima de la taza de café.

–¿Es tan bueno como Les? –le preguntó su madre. Sus padres habían contratado a Les con anterioridad para su fiesta de aniversario.

–Yo diría que es mejor.

–Me alegro. He esperado tanto tiempo para verte casada, que lo menos que puedo tener son unas fotos decentes de un momento así.

Isabel miró algunas de las provocativas imágenes que había en la pared y pensó en que no era precisamente la palabra «decente» la que le venía a la mente. ¿Qué se sentiría estando totalmente desnuda ante un extraño? ¿Y estando totalmente desnuda delante de él? ¿Qué se sentiría cuando él depositara una sábana de raso sobre el cuerpo expuesto? ¿Y estar de pie o tumbada, haciendo poses sugerentes con aquellos ojos sensuales mirándola fijamente?

Solo pensarlo le aceleró la respiración.

Por suerte, Isabel no era una de esas mujeres que dejaban adivinar sus sentimientos.

Podía mirar a un hombre pensando las cosas más increíbles y parecer fría como un témpano de hielo, incluso fingir desinterés. Quizá eso la había salvado de haberse pasado la mitad de su vida en la cama.

No solía flirtear. Muy a menudo la confundían con una de esa rubias frías con modales de señorita, puritana y recatada. Puede que por eso la mayoría de sus amantes fueran hombres que se atrevían a hacer lo que los caballeros de verdad no podían: acercarse a ella a pesar de su frialdad y tomar lo que querían.

Isabel miró al hombre que tenía enfrente y se preguntó qué tipo de amante sería.

«No lo vas a averiguar jamás», le dijo su conciencia.

–Me tengo que ir –dijo su madre–. Nos estábamos marchando. ¿Cuándo vas a venir? ¿Vendrás a cenar esta noche?

Isabel había estado viviendo con sus padres durante las últimas semanas. Había dejado su piso y su trabajo como recepcionista en una empresa de arquitectos. Luke y ella tenían intenciones de intentar tener un niño de inmediato.