Aprendiendo con Freud - Lou-Andreas Salomé - E-Book

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Lou Andreas Salomé

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Beschreibung

Pedagogos y psicólogos podrían sentirse agradecidos a la mítica Lou Andreas-Salomé escribió durante los dos años de su vida (1912 /1913) consagrados al estudio del psicoanálisis, como alumna del curso "Capítulos de la doctrina psicoanalítica" dictado por Sigmund Freud en Viena.Esta obra es ya clásica y creemos que conviene reeditarla para reubicar las reflexiones y los análisis de los hallazgos de diferentes protagonistas del psicoanálisis. Protagonistas a favor y en contra de esa corriente filosófica y psicológica. En el cuaderno de memorias de Lou Andreas Salomé -mujer de extraordinario talento y belleza reconocida, amante de R. M. Rilke y muy querida por F. Nietzschse- se explican no sólo sus impresiones sobre temas que entonces emergían con fuerza (el consciente, las pulsiones, los símbolos oníricos, la homosexualidad, el narcisismo, la magia y la religión, la neurosis, la sexualidad, los traumas infantiles, el autoanálisis, el lugar del hombre y de la mujer, etcétera) sino también las relaciones personales e intelectuales -no siempre fáciles- entre S. Freud, Alfred Adler, C.G. Jung, V. Tausk, y C. Furtmüller con todo lujo de detalles cotidianos que hacen de esta obra una amena incursión en la intrahistoria del psicoanálisis.La nueva tendencia psicopedagógica a explicar a los jóvenes y a las personas adultas cómo construir su propio proyecto personal y vital se verá afianzada con la lectura crítica de las aportaciones de L-A. Salomé al respecto del valor de la disección psicológica de la persona sobre sí misma y de la actualidad de la psicología

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Lou Andreas-Salomé

Aprendiendo conFreud

Diario de un año, 1912-1913

Prólogo y notas de Ernst Pfeiffer

Título original: In der Schule beiFreudTraducción: L. Lalucat y J. Vehil

© de esta edición: Laertes, S.L. de Ediciones, www.laertes.es

ISBN: 978-84-18292-06-4

Prólogo

En Mein Dank anFreud, que apareció en 1931 como carta abierta dirigida a Sigmund Freud en su 75 aniversario, menciona Lou Andreas-Salomé, recordando conversaciones con él sostenidas en tardes del invierno de 1912, «un pequeño librito de cuero rojo» que las conserva fielmente.

Ese librito es el presente diario, que Lou Andreas-Salomé escribió durante el invierno de 1912-13 en Viena, cuando asistía al curso de Sigmund Freud «Einzelne Kapitel aus der Lehre von der Psychoanalyse» [Algunos capítulos de la doctrina psicoanalítica], a las discusiones vespertinas de los miércoles del círculo interno de los psicoanalistas vieneses, e inicialmente también a los encuentros del grupo opuesto a Freud reunido en torno a Alfred Adler; durante el medio año siguiente continuó consignando sus colaboraciones con destacados psicoanalistas no pertenecientes a la asociación vienesa, su encuentro con Max Scheler y, especialmente, su reencuentro con Rainer Maria Rilke en Gotinga, Múnich y Dresde-Riesengebirge, en los que continuó predominando el tema fundamental del psicoanálisis. Las anotaciones del segundo medio año tienen un especial interés para la historia del psicoanálisis por contener las impresiones de Lou A.-S. sobre el Congreso Psicoanalítico de Múnich; concluyen también sus reflexiones sobre C. G. Jung, por entonces claramente enfrentado a Freud, que se habían iniciado con las primeras notas escritas en su diario vienés.

El diario permite seguir, pues, la manera cómo realizó Lou Andreas-Salomé el propósito enunciado en su primera carta a Freud —el «único motivo» de su estancia en Viena— de consagrarse por completo a la «labor». Junto a las anotaciones en el libro rojo, Lou Andreas-Salomé tomó breves notas diarias en otro cuaderno, con el único objeto de que le sirvieran de recordatorio y que sólo ocasionalmente se amplían hasta convertirse en una exposición (no de contenido psicoanalítico, sino, por ejemplo, con descripciones de paisajes). Allí anotó también, inicialmente, las impresiones de la visita de Rilke a Gotinga en julio de 1913, pasándolas más tarde, como recuerdos, de forma independiente y más sujeta a los hechos, al diario donde constaban los recuerdos de Freud. Con esta incorporación acentuó la pertenencia de sus comentarios sobre Rilke al tema del psicoanálisis.

Según parece, Lou Andreas-Salomé no fue presentada por primera vez a Freud en el Congreso Psicoanalítico de Weimar, aproximadamente un año antes de sus estudios en Viena, sino mucho antes, durante su primera estancia prolongada en Viena en el año 1895. Tras la lectura de Lebensrückblick me informó Lucia Morawitz, quien por aquel entonces «estaba próxima al círculo que formaban Hofmannsthal, Bahr, Kraus y Eckstein» y quien también coincidió —al igual que Lou Andreas-Salomé— con el joven Rilke en Berlín, entre otros detalles, que recordaba perfectamente que Lou Andreas-Salomé había interrumpido una conversación con ella (en Viena, en la primavera de 1895) porque tenía que ir a ver a Freud, con quien había concertado una cita. Lou Andreas-Salomé, por tanto, estableció relaciones no sólo «literarias» en Viena el año siguiente a la publicación de su libro sobre Nietzsche, como pudiera parecer por su Lebensrückblick. Algunos escritos psiquiátricos de esos años que se conservan en su legado testimonian su interés de entonces por cuestiones psicomédicas. Podría suponerse que los Studien über Hysterie [Estudios sobre la histeria], publicados conjuntamente por Freud y Breuer en 1895, la impulsaron a visitarle. (No ha sido encontrado en su legado ningún ejemplar de esta obra que pudiera apoyar esta hipótesis, pero debemos considerar que todos los libros conteniendo escritos de Freud, así como todas las revistas psicoanalíticas, fueron excluidos de su biblioteca después de su muerte durante una «depuración» llevada a cabo por órganos del régimen entonces imperante.) Quizá resuene en la frase de Lebensrückblick: «al encontrarme ante Freud en el Congreso de Weimar», algo todavía de los recuerdos de su anterior encuentro.

Lou Andreas-Salomé no se dedicó al psicoanálisis porque tuviera que «solucionar una confusión entre profundidad y superficie», como dice expresamente en el diario, es decir, para librarse de un padecimiento fruto de una problemática interna. Tampoco, para clarificar las fatalidades a las que la había enfrentado su propio destino personal. Incluso la más profunda y rica en consecuencias, la desaparición de la imagen infantil de Dios, la ordena de modo biográfico en Lebensrückblick gracias a sus conocimientos psicoanalíticos, aunque no intentó profundizar en ella de modo propiamente psicoanalítico. También el análisis (didáctico) llevado a cabo por Freud —aunque quizá no de modo sistemático— dejó en la sombra esta vivencia infantil; sólo «con la edad» llegó a «recordarla en sus detalles»; lo mismo que otros enigmas de su vida —esta experiencia fue soportada y aceptada—, según rezan sus propias consideraciones.

En Lebensrückblick, Lou Andreas-Salomé describe las «impresiones vitales tan contradictorias» que, provenientes del exterior, «la hicieron especialmente receptiva a la psicología profunda de Freud: la vivencia de lo extraordinario y extraño del destino psíquico de un individuo» —se refiere a la ruta penosa y creadora de Rilke tal como la veía entonces, en 1912—, y por otra parte, reveladoras de lo humano, su infancia y primera adolescencia en Rusia, «el crecimiento entre unas gentes de una interioridad que se da sin más, como si la evolución creciera aquí más directamente, sin mediaciones, desde lo más primitivo hasta la adquisición de la conciencia». Ambas cosas habían conducido, por así decirlo, su mirada en la dirección en que se encontraba el «inconsciente» freudiano.

Hay que añadir, además, que Lou Andreas-Salomé había ya convertido en algo útil esa capacidad para captar lo «humano»: así, en su libro FriedrichNietzsche in seinen Werken [Friedrich Nietzsche en sus obras], 1894, que podría considerarse como un estudio sobre las limitaciones del hombre pensante, y en sus relatos de 1901, Im Zwischenland [En tierra de nadie], que llevan el indicativo y sobrio subtítulo «Aus dem Seelenleben halbwüchsiger Mädchen» [De la vida espiritual de una adolescente] y en que muestra por primera vez poéticamente las primeras decisiones, llenas de presagios, tomadas en la penumbra de los finales de la infancia. También puede considerarse asimismo, como una obra teórica preliminar al estudio psicoanalítico su librito sobre «el erotismo» (Erotik), de 1911, y apreciar simultáneamente en él el valor de los instrumentos creados por Freud para esta labor.

Lou Andreas-Salomé se encontraba al principio de su sexto decenio cuando tropezó en Weimar y Viena con Freud, cinco años mayor que ella, y que le sobrevivió por espacio de dos años.

Su vida había encontrado una forma y no sólo se hallaba especialmente preparada para esta «causa», sino igualmente libre para llevarla a cabo. La disponibilidad interior no estaba limitada o entorpecida por ningún condicionamiento externo; si después ejerció prácticamente el psicoanálisis como profesión, fue como fruto de su colaboración con Freud, no como un objetivo que se hubiera fijado previamente.

El librito «de cuero rojo» que, si nos fijamos más atentamente, no es más que un cuaderno escolar de tela roja con hojas intercambiables, y que también fue utilizado a su manera para su finalidad práctica, se convirtió así en el diario y testimonio de un auténtico encuentro. Que ello ocurriera así no había sido presupuesto por Lou Andreas-Salomé a pesar de todas sus tensas expectativas sobre la «causa»; se repetía aquí un proceso fundamental de su vida. El seguir este encuentro, el considerarlo como el «momento crucial» de su vida, el valorar su significado, es algo que queda en manos del lector.

Con ello queda dicho que este diario de Lou Andreas-Salomé no debe ser considerado, en primer término, como documentación de su debate con Freud en lo tocante a su aceptación o rechazo, sino más bien en el sentido de la posición interior a partir de la cual lo lleva a cabo.

Un párrafo de su Dankbuch [Agradecimiento], el mismo, por otra parte, en que hace referencia al librito rojo, deja ver por sí mismo hasta qué punto se opuso libremente a Freud en este terreno. Freud había opuesto, en su última formulación teórica, el eros, que «persigue la finalidad de preservar... la vida» al instinto de muerte, al que corresponde el deber de «retrotraer lo vivo orgánico al estado carente de vida». Enlazando con esta concepción modificada, Lou-Andreas-Salomé le recuerda a Freud una conversación sostenida en el invierno de 1912, «en que usted y yo nos extendimos en consideraciones sobre este tema —tan, tan lejos de sus formulaciones actuales—; reconocimos recíprocamente que, incluso en una actitud conceptual semejante, las cosas (no menos que en el arte) permanecen à travers un tempérament. Freud ha «recalcado la soberanía del instinto de muerte» (...) «veo en ello algo muy distinto, casi lo opuesto de lo activo que ven las gentes, que entonces “al recalcar el eros” lo aceptaron y que hoy “al recalcar el instinto de muerte” dan gritos de bravo. Y precisamente porque siento como muy personal lo vuà travers un tempérament, lo involuntariamente filosófico», como «la resolución de su toma de partido en favor de toda realidad viva». Puede dejarse en suspenso el saber si lo vu à travers un tempérament constituye el núcleo de lo que aquí se trata. En este punto no se trata más que de disuadir al lector de buscar lo esencial de la «posición conceptual» de ambos, y que Lou Andreas-Salomé dice que es «la misma».

En lo referente a la edición de las anotaciones del diario, se deben extraer las consecuencias de lo anteriormente expuesto, precisamente en lo referente a que el diario es algo más que una toma de postura frente al psicoanálisis y que, en consecuencia, al comentar las anotaciones, se tenía que hacer algo muy distinto a una contraposición crítica de las concepciones de Freud en aquella época con las posteriores, y una consideración crítica de las concepciones psicoanalíticas de Lou Andreas-Salomé «desde un punto de vista actual», como si constituyera una especie de introducción al psicoanálisis.

La primera conclusión fue, casi paradójicamente, que el comentario de un material tan especial y difícil de comprender, por estar basado en sus experiencias, no debía ser realizado por un especialista. No sería un especialista si no tuviera su propia concepción del psiquismo, y tendría que dejarla a un lado para realizar lo que es necesario aquí: hacer comprensibles los textos incluso para los no especialistas o para aquellos que provienen de otras «disciplinas». Lo que el psicólogo profundo de hoy haga con el libro, es cosa suya; él sacará sus conclusiones desde un punto de vista histórico, metodológico o psicológico según sea su punto de vista, y no medirá las insuficiencias del comentario con su propio rasero.

La segunda conclusión surgió de la primera: las notas aclaratorias debían basarse, a ser posible, en los textos de Freud de la misma época en que fundamenta su doctrina, en las publicaciones de entonces. Ello significa que la teoría freudiana posterior debe quedar, en lo esencial, al margen.

Por eso mismo, las notas, que sólo sirven para mejor entendimiento del texto, no pueden pretender cientificidad propia, como queda ya dicho. Las mismas anotaciones del diario precisan, como documento histórico, ser introducidas en el correspondiente contexto; pero tampoco era éste el lugar apropiado para ello. Así, los conocimientos freudianos que aquí se especifican deberían ser considerados en el contexto de su doctrina total; por otra parte, las concepciones psicoanalíticas aquí defendidas por Lou Andreas-Salomé no suponen más que «una parte» de su aportación al psicoanálisis, la de sus trabajos hasta MeinDank anFreud, así como el capítulo dedicado a Freud en Lebensrückblick; pero también debería considerarse su correspondencia con Freud. Especialmente necesitadas de esa ordenación dentro del conjunto de su obra, están las informaciones sobre Rilke contenidas en el diario, visión global en la que fue entrando también progresivamente Lou Andreas-Salomé; no puede olvidarse tampoco relacionarlo con los estudios sobre Rilke.

Como justificación de una publicación no resumida de los párrafos sobre Rilke, mencionaremos que deben ser entendidos en el contexto en el que se encuentran. Quien conozca el conjunto de la literatura científica sobre Rilke, incluida la extranjera, sabrá que la discusión ha pasado al terreno de problemas que no pueden recibir una respuesta meramente basada en categorías psicológicas o de concepción del mundo, y que la consideración psicoanalítica de Rilke desde la perspectiva de Freud fue llevada a cabo de modo impresionante. No existe pues ningún derecho para retirar, como en la edición de la correspondencia entre Rilke y Lou Andreas-Salomé, material interpretativo alguno como el que ofrece el diario. Junto con la correspondencia, constituyen por vez primera la posibilidad de ofrecer los comentarios que Lou Andreas-Salomé hizo en su libro recordatorio sobre Rilke y en Lebensrückblick, así como también en MeinDank anFreud. En el fondo se oculta la pregunta de si es posible interpretar la obra poética de Rilke sin hacer uso de las interpretaciones psicoanalíticas. Lou Andreas-Salomé intentó responderla con su interpretación del ángel en el libro recordatorio de Rilke y en MeinDank anFreud.

No se limita para nada la obra ni la vida de Rilke porque se le apliquen conocimientos psicoanalíticos; el conocimiento de los condicionantes de ambas brinda más bien la posibilidad de la admiración y el respeto. Quisiera recordar aquí lo que dice Freud en su estudio Eine Kindheitserinnerung des Leonardo da Vinci [Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci]: «Expondríamos de buen grado de qué modo la actividad artística está, en última instancia condicionada por primitivos impulsos psíquicos. Pero no lo sabemos». Tenemos «que aceptar que lo esencial de la producción artística no nos es accesible psicoanalíticamente». Y poniendo su mirada en lo humano añade: «No afecta a la grandiosidad de un artista que estudiemos los sacrificios que tuvo que realizar a lo largo de su vida, desde la infancia, ni que consideremos los momentos que le han proporcionado ese trazo trágico de la infelicidad».

Finalmente, los imprescindibles datos acerca de la labor de edición del texto en sí. Dado que el diario es un cuaderno de hojas intercambiables, y que Lou Andreas-Salomé lo había ordenado, en parte, de modo temático, tuvo que ser reordenado en su sentido cronológico original. Para ello pudimos apoyarnos en varios elementos: la numeración de las lecciones del curso, algunos apuntes de Lou Andreas-Salomé sobre el contenido de las hojas, las ya citadas anotaciones diarias, los datos acerca de las actividades de la Asociación Psicoanalítica Vienesa de la Internationale Zeitschrift y por último, el propio contenido del texto. Los títulos de los párrafos pertenecen en su mayoría a Lou Andreas-Salomé. En ocasiones tuvimos que modificar el orden de las palabras, resultado de una escritura rápida pero no apresurada y que hubiera podido dificultar su lectura. Se ha respetado siempre que ha sido posible las peculiaridades de algo «escrito para uno mismo», así como posibles repeticiones. Sólo se ha prescindido de unos pocos puntos sin interés para el caso o de puras anotaciones de agenda.

Debo agradecer al Sigmund Freud Copyrights Ltd. por haber dado su consentimiento para la reproducción de las cartas de Freud a Lou Andreas-Salomé que corresponden al contexto, y por su consejo y ayuda en la superación de las dificultades de edición a algunas de mis amistades, y especialmente a Evamaria von Busse.

ERNST PFEIFFER

Gotinga, noviembre de 1957

1 Viena(del 25 de octubre de 1912 al 6 de abril de 1913)

Lou Andreas-Salomé a Sigmund Freud(Gotinga, 27 de septiembre de 1912)

Después de haber asistido el pasado otoño al Congreso de Weimar,1 no he podido abandonar ya el estudio del psicoanálisis, y cuanto más profundizo en él, más fuertemente me atrae. Y he aquí que va a cumplirse ahora mi deseo de pasar algunos meses en Viena: ¿Verdad que podré dirigirme a Vd., asistir a sus clases, y solicitarle me autorice a tomar parte en las sesiones de los miércoles por la tarde? Consagrarme plenamente a esta tarea es la finalidad única de mi estancia allí.

Sigmund Freud a Lou Andreas-Salomé(Viena, 1 de octubre de 1912)

Cuando venga a Viena todos nos esforzaremos por hacerle accesible lo poco que del psicoanálisis puede ser mostrado y comunicado. Yo había interpretado ya su participación en el Congreso de Weimar como un presagio favorable.

APERTURA DE CURSO(sábado, 26 de octubre de 1912)

Cuando Ellen y yo nos asomábamos a la ventanilla del vagón, al entrar en Viena, pensábamos: todo cuanto aquí nos espera está ya predeterminado, es ya un hecho. Nos esperan alegres coincidencias: buscando alojamiento tropiezo con el Dr. Jekels;2 me informa de que el curso de Freud comienza precisamente hoy; la residencia de Freud, a la que he acudido para recoger mi tarjeta de admisión, está muy cerca; el aula (en la Clínica Psiquiátrica), que creía en la Universidad, está casi en frente de la puerta del Hotel Zíta, donde nos alojamos. Y pocos pasos más allá, el restaurante de los freudianos, al que acuden después de las clases y no sólo entonces: die Alte Elster. Un buen principio.

Freud tiene un aspecto más envejecido y cansado que en los días del Congreso (de Weimar); él mismo lo comentó al hacer juntos parte del camino de regreso. Quizás, el actual enfrentamiento con Stekel.3 El curso da la sensación de responder al meditado deseo de asustar ante las dificultades que entraña el psicoanálisis: incluso si lográsemos, «con la rapidez del buceador que recoge algo del fondo del mar», hacernos con algo inconsciente, la generalización de este fragmento no nos reportaría sino una imagen deformada; e insiste en que ello casi sólo puede sernos accesible en la enfermedad, ya que el hombre despierto y consciente se resiste a que nos ocupemos del particular.

Y sin embargo, todo esto no es sino secundario comparado con la grandeza única de lo que no dijo: el que, en principio, haya sido posible captar algo del inconsciente gracias a su modo simple y genial a la vez de acceder a él en las formas patológicas y similares. Este descubrimiento no podía haberse conseguido más que en lo patológico, allí donde la vida interior renuncia algo a sí misma al salirse de su camino, al mecanizarse en la expresión, al hacerse susceptible de morder el anzuelo lógico en sus durmientes aguas, en todas las oscilaciones entre la profundidad y la superficie. Me di cuenta de cómo habían enraizado en mí estos pensamientos desde el primer momento en que se mencionó el tema freudiano: desde mi primer y superficial contacto con él, lo que sucedió gracias a los escritos de Swoboda.4 El inconsciente de Swoboda es respecto al de Freud como un germen de vida, algo en crecimiento, lo que madura para el futuro, frente a lo que ya pertenece al pasado, a lo muerto, a lo esterilizado. Pero es precisamente por ello que Swoboda no puede hacer sino adelantos metafísicos, y su «periodicidad» no es sino un semiintento de introducirse en el terreno de lo científicamente observable. En consecuencia su labor se asemeja a las hipótesis freudianas, por ejemplo allí donde trata un material casuístico, porque nada profundo aporta acerca de su origen, y allí donde dice algo al respecto, cae en especulaciones filosóficas, mientras que Freud puede mantenerse alejado de ellas en el terreno de la interpretación empírica, poniendo al descubierto algo realmente nuevo.

Este aspecto debe ser siempre vigorosamente destacado.

Alfred Adler a Lou Andreas-Salomé(Viena, 6 de agosto de 1912)

Tanto su carta como la perspectiva de poder conversar con Vd. en octubre, aquí en Viena, están para mí tan íntimamente unidas que se las agradezco conjuntamente... Comparto su apreciación de la importancia científica de Freud incluso en cada uno de los aspectos en que más me aparto de él. Su esquema heurístico es importante y útil como esquema, puesto que se reflejan en él todas las líneas de un sistema psíquico. Pero a ello se añade el que la escuela freudiana tome el ornamento sexual como esencia de las cosas. Es posible que Freud, como persona, me haya incitado a tomar una posición crítica. No puedo arrepentirme de ello.

VISITA A ALFRED ADLER(lunes, 28 de octubre de 1912)

Primera visita a Adler.5 Hasta bien entrada la noche. Es amable y muy razonable. Tan sólo me molestaron dos cosas: el que hablara de un modo excesivamente personal de las actuales disputas, y también, el que parezca un botón. Como si se hubiera quedado sentado en algún lugar de sí mismo.

Le dije que no había llegado a él a través del psicoanálisis sino por los trabajos de psicología de la religión6 que en su libro (Über den nervösen Charakter) [Acerca del carácter nervioso] llevan a ricas confirmaciones y a conceptos emparentados con los míos en lo tocante a la formación de la ficción. Pero en cuestiones prácticas no pudimos avanzar casi nada. Tampoco cuando, después de cenar, discutimos vivamente sobre cuestiones psicoanalíticas. Considero poco fructífero el que, para conservar la terminología7 de «arriba» y «abajo» y de la «protesta masculina», tan sólo pueda dar un carácter negativo a lo «femenino», mientras que algo pasivo (y actuante como tal, en lo sexual o de modo general) descansa como fundamento positivo del yo. En él, toda entrega se ve desprovista de su positividad y realidad, simplemente porque la califica de «medio femenino para fines masculinos», cosa que halla muy pronto su venganza en la teoría de las neurosis, donde, como consecuencia, no se constituye el concepto de compromiso. Por el contrario, Freud ha considerado siempre el compromiso, incluso cuando concebía anteriormente el fundamento de las neurosis de un modo más uniteralmente sexual,8 como lo esencial, es decir, como la perturbación mutua entre dos partes. Adler tan sólo en apariencia llega a desprenderse de ello, puesto que en sus seguros «secundarios» (que contienen justamente lo opuesto a las sobrecompensaciones del sentimiento de inferioridad gracias a los seguros primarios) la vida instintiva reprimida resurge de nuevo enmascarada, sólo que entonces es considerada como un artificio de la psique.

Toda neurosis me parece una confluencia de yo y de sexo; en lugar de estimularse recíprocamente, abusan mutuamente de sí: el yo se «limita» con tendencias sexuales, y éstas hacen lo propio con el yo. La pulsión del yo se sexualiza, por ejemplo en la crueldad (sadismo), y lo sexual salta, en el masoquismo, por encima de las barreras impuestas por el yo. Me fue muy antipático lo que Adler relató sobre Stekel, y lo que espera para sí de su publicación periódica, a pesar de que sabe muy bien de qué medios se ha valido Stekel para hacerse con ella. Considera que Stekel es a pesar de todo, una buena persona; ciertamente que no es tan profundamente malo, cuanto que no es capaz de imponer su pensamiento de modo dominante. Lo que más me ha gustado de él es su movilidad, que le impulsa a interrelacionar muchas cosas; sólo que resulta superficial y poco fiable, dando saltos en lugar de recorrer paso a paso grandes distancias. Ahora, por ejemplo, se convierte en símbolo yoico sexual (Sexuelles ich symbol) en sentido adleriano, todo aquello que no era antes más que símbolo sexual en forma aparentemente yoica, y sobrepasa a Freud allí donde admite una causa orgánica y no un origen psicosexual.

Al acompañarme a casa, Adler me invitó a asistir a las discusiones de los jueves por la tarde, cosa de la que no quiero hablar francamente con Freud.9 Acepté con satisfacción.

Alfred Adler a Lou Andreas-Salomé(29 de octubre de 1912)

Le quedaría muy agradecido si silenciara aún por unos días lo que le he confiado sobre el asunto Stekel-Freud-Zentralblatt. Su silencio no perjudicará a nadie y evitará me vea inmiscuido en la lucha en que se hallan empeñados Stekel y Freud. Considere que no deseo pronunciarme a favor de ninguno de los dos.

CARÁCTER DEL CASTIGO

Mi habitación, cuya amplia ventana da a numerosos jardines y en la que no me despierta por la mañana más que el piar de los pájaros, parece concebida para el trabajo. Pero todavía no he conseguido iniciarlo. Hoy he leído el último número de Imago donde ha publicado Freud el más bello de sus artículos sobre los salvajes y los neuróticos.10 Me parece muy interesante comprobar como, en otros tiempos, la contravención de la moral era considerada una intromisión en las relaciones universales positivas, de modo análogo a como ocurre con las realidades científicas en el sentido que les damos hoy en día. Por ello, y aunque no pudiera apreciarse un castigo inmediato, recurrían a él en defensa propia (del mismo modo quizás a como se aísla a personas con enfermedades contagiosas o se queman objetos infectados). Freud ve ahí el origen del castigo y me parece a mí que es algo también presente en la venganza, en lo que impulsa a realizarla (lo que puede explicar igualmente por qué el vengador puede convertirse a continuación en el niño de la casa, concediéndosele el derecho a besar el pecho de la madre de familia). Creo que si insistimos más sobre el motivo que sobre la acción, es decir sobre lo que se considera su superior valor ético a posteriori, ello no nos revelará más que en apariencia el hecho ético en sí; a decir verdad, dicho valor surge de la contracción del carácter sagrado de las relaciones universales, de la necesidad práctica de contemplarlas de forma objetiva. Ahora se destaca al menos la nobleza humana. Y sin embargo, mientras que eso tiene lugar de modo creciente hasta alcanzar las mayores sutilezas morales, se relaja la unión con el auténtico sustrato vital, no subsistiendo más que bajo la forma de esa hijastra de la moral que es la higiene. Y tan sólo en éxtasis tan opuestos a la moral, como los que acompañan los más nobles egoísmos, es cuando, desbordados de entusiasmo, alcanzamos una vaga intuición de lo que los hombres más primitivos supieron siempre, que tan sólo debemos obedecer al imperativo de la vida y que la «alegría es perfección»11 (Spinoza).

COLOQUIO VESPERTINONaturaleza de la neurosis. La concepción de Adler(miércoles, 30 de octubre de 1912)

Llegué muy temprano; tan sólo había una persona, un rubio testarudo (Dr. Tausk).12 Conversación sobre Buber.13 No sé qué observación suya despertó una resistencia en mí, pero lo olvidé en seguida y no pude expresarlo.

Freud me hizo sentar a su lado y dijo algo muy cariñoso. Él mismo tenía a su cargo la conferencia.14 Durante la discusión intercambiamos observaciones en voz baja. Me sorprendió ver hasta qué punto subrayaba una concepción de las neurosis como perturbaciones entre la libido y el yo, y no como algo proveniente exclusivamente de la libido; cuando le hice la observación de que en sus libros se expresaba de otro modo, me contestó: «es mi última formulación». Mi impresión general es que la teoría no se halla aún sólidamente cimentada, sino que evoluciona según las experiencias, y que la grandeza de este hombre está en que personifica al investigador, en que avanza en silencio trabajando sin reposo. Quizás el «dogmatismo» que se le reprocha no haya surgido más que de la necesidad, en este avance sin pausa, de establecer en algún lugar límites orientadores para aquellos que, trabajando como él, le acompañan en su camino.

Durante el descanso, he discutido con él y con el Dr. Federn15 que defendía la teoría de Adler de la inferioridad en el niño.16 En este punto di toda la razón a Freud: es precisamente por el sentimiento de su valor total, mejor aún, de su sobrevaloración, que el niño «lo quiere todo», porque todo «sale a su encuentro», no porque esté «compensando» de este modo un sentimiento de inferioridad. Este «no tener» y su «derecho a todo» no suscitan todavía un dilema en él. Tan solo en el niño con disposición neurótica, y entonces, incluso sin que aparezca la más mínima postergación social, aparece ese supuesto derecho a todo como compensación. Queda abierto el interrogante de si ese niño con predisposición neurótica debe ser orgánicamente inferior, tal como pretende Adler, y niega Freud, quien cita entonces la existencia de niños muy delicados de salud, con una alegre seguridad en sí mismos, tan frecuente como la aparición de neuróticos «sanos». Naturalmente que toda psíquica es, a su vez, una enfermedad orgánica, pero el problema es qué podemos considerar y definir como orgánicamente enfermo. Adler tiene razón únicamente en la idea, en sí evidente, de que en último término, resulta una identidad entre lo psíquico y lo físico, mientras que se equivoca en lo concerniente a atribuir por principio, a cada proceso psíquico, una lesión orgánica determinada; claro que para él, los procesos psíquicos tienen lugar únicamente en el plano consciente, y hallan así un fundamento en lo orgánico, sin necesidad de recurrir a los mecanismos freudianos del inconsciente. Su libro sobre Minderwertigkeit von Organen [La inferioridad de los órganos], que no se ocupa todavía de las consecuencias últimas de su teoría, tuvo para mí un carácter enormemente estimulante.

Después de todo esto no me veo con ánimos de asistir mañana a su coloquio; acabo de telefonearle.

CURSO (II)Inconsciente, complejo, pulsión(sábado, 2 de noviembre de 1912)

De nuevo, una introducción; ésta sobre el concepto de inconsciente17 examinado desde tres distintas vertientes (descriptiva, dinámica y sistemática). Me pareció nuevo en sus labios el que afirmara que el material del inconsciente no tiene por qué estar exclusivamente formado por lo reprimido,18 sino también por aquello que, llegado muy cerca de la conciencia y ya a sus puertas, ha sido inmediatamente excluido de ella. Esta concesión pudiera tener grandes consecuencias.

Las controversias del momento se ven estimuladas por el hecho de que Freud no pierde oportunidad de pronunciarse sobre los disidentes. En esta ocasión se refirió con toda claridad a la defección de C. G. Jung.19 Había una línea y refinada maldad en sus esfuerzos por hacer (terminológicamente) superfluo el concepto de «complejo»:20 esta expresión había sido introducida por comodidad como término, sin asentar sobre terreno psicoanalítico, del mismo modo como el exótico dios Dionisos se vio elevado artificialmente a la dignidad de hijo de Zeus. (Llegados a este punto, Tausk, que vestía todavía su bata blanca, pues acababa de llegar de la Clínica Psiquiátrica, y que ocupaba un lugar junto a Freud, no pudo evitar una sonrisa).

El concepto de complejo se referiría a la sustancia, al contenido (como lo concibe la escuela de Zúrich sobre la base de las reacciones asociativas a estímulos verbales), pero sin significar nada en cuanto a su efecto o morbilidad, puesto que cada uno posee su complejo de padre y de madre, etcétera. No menciona Freud el hecho de que esta palabra se adecua perfectamente a su representación de una energía succionante que atrae hacia sí todo cuanto es análogo de un estado de cosas inconscientes determinadas, y lo útil que es por afirmar un carácter intermedio entre la salud y la enfermedad. Todo el mundo tiene complejos, pero su particular intensidad constituye si no una enfermedad, por lo menos una predisposición a ella, porque ejerce fatalmente su atracción compitiendo con una elaboración consciente de las cosas. En cuanto al concepto de pulsión,21 Freud se sirve de la definición habitual según la cual «asienta sobre lo orgánico». Pero mientras la teoría de la pulsión se limite a ser aquello que opone a fisiólogos y psicólogos o incluso el objeto de muchos reproches, su sentido se mantendrá sin clarificar, incluso en Freud. También en él permanece como una expresión nacida de la confusión existente entre las ciencias de la naturaleza y del espíritu. Quizá sea por esta especial situación que Adler no haya podido colocar la vida pulsional más que entre los signos simbólicos de sus reglas del juego psíquicas. Pues si la pulsión no es, hasta cierto punto, más que una noción límite examinada desde dos perspectivas distintas, el contenido específico que se le atribuye no sería sino resultado de un doble error óptico.

Pero aquí aparece nuevamente la grandeza de Freud en la forma como trata estas cuestiones, atendiendo tan sólo a sus efectos e ignorando tan filosóficas preocupaciones. Partiendo de estos terrenos, y antes de conocer en qué dominios penetraba, supo trazar su mapa con la única ayuda de aquellos perdidos tránsfugas cuya propia necesidad había conducido a ignorar las fronteras existentes. En las enfermedades psíquicas alcanzó a coger al vuelo aquella vida que se hallaba atrapada e indefensa en el quicio de una puerta entreabierta hacia nosotros y sin conseguir evadirse hacia lo meramente orgánico (a donde todo se evade, es decir, donde se convierte en «físico» para nosotros; lo que, entiendo, no podemos acompañar de nuestra comprensión psíquica), obligándola a hablar y a responder. No puede describirse de mejor manera el gran descubrimiento de Freud que afirmando que ha convertido la inquietud de la vida psíquica en la serenidad de la ciencia; precisamente allí donde la imagen psíquica amenaza con salirse fuera del marco del examinador, porque la enfermedad ha deformado sus normales contornos, Freud ha conseguido acercársele por los dos lados: tanto desde el lado de la vitalidad imposible de aprehender, y que en condiciones normales no es accesible a la ciencia, como desde la descomposición en elementos que no se conocía hasta ahora más que como manifestaciones de degradación psíquica. Por ello no es casual que haya sido un médico quien tuviera que descubrir el huevo de Colón, pues él es quien descubrió que la solución estaba en apoyarlo por el lado roto.

Sigmund Freud a Lou Andreas-Salomé(4denoviembre de 1912)

Ya que me ha hecho partícipe de su intención de asistir a las reuniones de la Agrupación Adleriana, me tomo la libertad de ponerla al corriente, aún sin haber sido consultado, de las poco agradables circunstancias del momento. Entre las dos agrupaciones no reinan las relaciones que debiera esperarse entre dos esfuerzos análogos, aunque divergentes. Estas personas, además de ocuparse del ψα tratan también otros problemas. Nos hemos visto obligados a suspender cualquier relación entre la escisión adleriana y nuestro grupo, e invitamos a los médicos que acuden a visitarnos a escoger entre uno u otro. Esto no está bien, pero la conducta personal de los disidentes no nos ha dejado lugar donde elegir.

No me ha pasado por la mente, estimada señora, el imponerle a Vd. semejantes condiciones. Tan sólo solicito de Vd. que, teniendo en cuenta la situación, haga suya una división psíquica artificial y no mencione allí su presencia entre nosotros, y a la inversa.

COLOQUIO VESPERTINOSadomasoquismo(Miércoles, 6 de noviembre de 1912)

Declaración oficial de Freud sobre la defección de Stekel (como si no concerniera más que al grupo local de Viena, mientras que sé por Adler cuáles son las intenciones de Stekel, y Freud comienza a entreverlas. Sin embargo, me he visto obligada a callar).

Conferencia de Sadger sobre el sadomasoquismo.22 Freud no ha dicho gran cosa como conclusión al aburrimiento. Con razón pensaba que si la repulsión no despertaba resistencia, el aburrimiento paralizaría el interés profesional por culpa de un material que no estaba coherentemente ordenado. En Sadger hay indudablemente algo que despierta la impresión de que le falta menos la capacidad que el deseo de elevar el material, expuesto mediante una mayor penetración espiritual, por encima de la inapetencia de la pura y simple exposición fáctica; como si el recurso al análisis molestara su contemplación silenciosa y beatífica. Probablemente disfruta más con sus pacientes que no les ayuda o aprende de ellos.

Conversación con Freud sobre su amable carta, que conservaré como un regalo.

Regreso a casa con Tausk y Federn, conversando sobre Adler, respecto a quien creo que se muestra más justo Federn que Tausk; pero a Adler le beneficiaría más el apoyo del segundo.

Tausk realizará un curso sobre Freud23 al que me gustaría asistir.

EN EL CÍRCULO DE ADLER(jueves, 7 de noviembre de 1912)

En el momento de mi llegada a casa de Adler, éste hablaba telefónicamente con Stekel, de tal modo que pude oír la conversación (sobre la inminente «defección» de Stekel con respecto a Freud). En mi entrevista con Adler se me han aclarado muchas cosas en función de la evolución que ha experimentado. No deja de tener consecuencias que sea discípulo de Marx y que parta de sus intereses por la economía política y las especulaciones filosóficas. Al igual que se mantiene en el proletariado la utopía social apoyándola en la envidia y el odio, así también, según Adler, surge en el niño, como resultado de las comparaciones sociales, un ideal de personalidad elevado hasta lo utópico. Se trata pues de una teoría del medio de carácter racionalista, y entre ella y la inferioridad orgánica sobre la que se asienta desde un punto de vista fisiológico, se derrumba el inconsciente freudiano, por decirlo así, entre defectos orgánicos y formación ideal. Esta circunstancia permitirá a Adler encontrar más fácilmente eco entre fisiólogos y psicólogos teóricos que a Freud, pero sacrifica así el problema central, no siendo por ello la suya una auténtica solución: esto se dilucidará probablemente en la práctica.

En la medida en que basa toda inferioridad en el plano de lo corporal y todo lo corporal sobre lo genital, subraya su separación de Freud con demasiada fuerza. Dado que una debilidad corporal ulterior no le resultará suficiente como explicación, concibe la teoría de la libido tan sólo «como jerga corporal».24

Con Adler en la conferencia de Oppenheim25 sobre Fausto II (segunda conferencia). Buena e interesante. Estimulante también la discusión dirigida por Furtmüller25 (¿hasta qué punto es Fausto ese ser inferior en busca de compensación a quien no satisface más que lo inalcanzable?); en ella pudieron verse con gran claridad las desdibujadas líneas divisorias entre lo creativo y lo neurótico, ese problema tan poco definido. Habría muchas cosas sugestivas en el círculo de Adler si se mantuviera fuera del psicoanálisis.

C. G. JUNG, LIBIDO

He leído su último y desastroso trabajo;26 el doctor Tausk me trajo al hotel el Jahrbuch [Anales] para que pudiera tenerlo un día. Desgraciadamente, por culpa de Harden,27 que venía insistiendo en que nos viéramos, he decidido perderme una clase de Freud.

En mi veloz repaso del largo trabajo de Jung, he llegado a la siguiente conclusión: su principal error coincide con el de Adler; la síntesis prematura y consiguientemente estéril. Sólo que Adler no está embaucado por la teoría de la evolución y la verborrea del monismo y de la energética, y procede más filosóficamente, es decir, parte del hecho consciente en sí. Jung procede a la inversa: quiere explicar la libido genéticamente, y para que pueda abarcarlo todo en su interior diluye sus extremos según le conviene. Así, se le adjudica un estadio presexual, al que pertenecen ya pulsiones yoicas como el hambre, etcétera, y se sublima en forma postsexual dando lugar a todas las potencias del alma. No es posible apreciar con mayor claridad que en esta verborrea pseudofilosófica que el auténtico monista, es decir, el pensador unitario, es precisamente aquel que, empíricamente hablando, permite la subsistencia de cualquier dualismo, es decir, la polaridad dada de toda manifestación a fin y efecto de no desposeerla de la vida por necesidades de una sistemática árida y subjetiva.

Me han complacido las consideraciones de Jung sobre los pensamientos incestuosos y su extensión a la «añoranza del seno materno».28 Las simbolizaciones sexuales hallarían aquí un lugar adecuado para ser formuladas, presuponiendo que no las haga resaltar con el único objeto de debilitar el término prohibido de incesto. A veces llega uno a sospechar que la disputa terminológica desembocará en otra mucho más profunda y en absoluto ceñida a las palabras.

Sigmund Freud a Lou Andreas-Salomé(10denoviembre de 1912)

Si he entendido correctamente desea Vd. una entrevista conmigo. Hace tiempo que se la hubiera propuesto de no haberse sumado en los últimos tiempos a mis ocupaciones habituales las gestiones que comporta la creación de la nueva revista ya.

No sé si sus costumbres le permiten una discusión después de las 10 de la noche; mi tiempo libre no empieza antes. Si se decide a hacerme el honor de una visita a hora tan avanzada, me comprometo con agrado a acompañarla hasta su casa. En tal caso, el miércoles por la tarde podríamos fijar el día.

Ayer la eché a faltar en clase y me alegra saber que su visita al campo de la protesta masculina no es la causa de su ausencia. Tengo la mala costumbre de dirigir mi exposición a alguna persona concreta entre mis oyentes, y no dejé ayer de fijarme, como fascinado, en el asiento vacío que habían reservado para Vd.