Aquella noche inolvidable - Dani Collins - E-Book

Aquella noche inolvidable E-Book

Dani Collins

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Beschreibung

Pasó de la plantilla del jefe… a su cama. Jaya. El nombre retumbaba en la cabeza de Theo Makricosta al ritmo de los rotores de su helicóptero privado. Debía encontrarla porque solo Jaya podía ayudarlo a cuidar de sus pequeños sobrinos… no porque no hubiera dejado de pensar en la única noche de tórrida pasión que había compartido con la exótica belleza. Jaya Powers no había podido negarle nada a su atractivo y millonario jefe griego cuando trabajaba para él y tampoco podía negárselo en aquellos momentos. Sin embargo, en aquella ocasión, ella tenía un secreto. La noche que pasaron juntos tuvo una consecuencia que podría cambiar la perfecta y ordenada existencia de Theo para siempre.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Dani Collins

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Aquella noche inolvidable, n.º 2915 - marzo 2022

Título original: An Heir to Bind Them

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-379-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Theo Makricosta parpadeó para que el sudor no se le metiera en los ojos. Tenía la mirada atenta entre el indicador del depósito de combustible y la costa, que cada vez estaba más cerca. Era un hombre de números, por lo que no perdía los nervios en momentos como aquel. Simplemente calculaba. Tenía por costumbre llevar el doble del combustible necesario para cualquier vuelo. Apenas había aterrizado en el yate antes de despegar de nuevo y regresar. De A a B es igual que de B a A. Por lo tanto, debería de tener suficiente.

Sin embargo, en aquel caso, B significaba barco, por lo que era un punto en movimiento.

Había tomado una decisión en cuestión de segundos mientras despegaba del Makricosta Enchantment: ir a Marsella en vez de a Barcelona. Había sido una decisión instintiva, la clase de impulso que no era en absoluto propio de él. Había sentido un pánico poco característico en esos pocos segundos, cuando tomó altura. Y había dirigido el helicóptero hacia lo que le parecía que era su salvación.

En realidad, no le preocupaba su propia vida. Si se estrellaba, nadie lo echaría de menos. Sin embargo, no ocurría lo mismo con sus pasajeros. La presión por salvaguardar sus vidas le provocaba tal tensión que temía que pudiera partir en dos el mando del helicóptero.

No lo ayudaba el hecho de que, a pesar del ruido de los rotores y de los cascos que llevaba puestos y conectados a la radio, pudiera escuchar a los dos bebés llorando. Menos mal que nunca se le había ocurrido ser padre.

Se secó la palma de la mano sobre el muslo y se sacó el teléfono del bolsillo. Usar el teléfono y pilotar era tan desaconsejable como usar el teléfono y conducir un coche, pero, si conseguía llegar a salvo a tierra, tendría muchos problemas a los que enfrentarse. Su instinto de dirigirse al norte en vez de al oeste no iba tan descaminado. La única persona que podía ayudarlo estaba en Marsella.

Eso si ella estaba dispuesta.

Abrió el mensaje que debería haber borrado hacía mucho tiempo.

Este es mi nuevo número, por si esa es la razón de que no me llames nunca. Jaya.

Ignoró la vergüenza que aún le producían aquellas palabras en su conciencia y, en silencio, esperó que el corazón de Jaya fuera tan bueno como lo recordaba.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Dieciocho meses antes…

 

Jaya Powers oyó el helicóptero a media mañana, pero, a las cinco, Theo Makricosta aún no la había llamado. Técnicamente, ella ya había terminado el turno. De hecho, ni siquiera formaba ya parte de la plantilla. Y se marcharía para siempre en doce horas.

Decidió ignorar la sensación de tristeza y vértigo que sentía en su interior y se recordó que el señor Makricosta no seguía un horario normal de trabajo. Viajaba mucho y, si quería archivos, estadísticas o informes, llamaba sin importarle la hora que fuera. Se los pedía muy cortésmente y, entonces, le recordaba que lo contara como horas extra y le daba las gracias por haberlo ayudado. Daba gusto trabajar para él y Jaya iba a echarlo de menos más allá de lo que era apropiado.

Se miró en el espejo y vio las maletas ya organizadas a sus espaldas. Se preguntó por qué seguía vestida con el uniforme de Makricosta Resort. Sacudió la cabeza. Se había recogido el cabello, se había retocado el maquillaje y se había lavado los dientes. Todo estaba listo para cuando él la llamara.

Después de todo lo que le había hecho salir huyendo de su hogar en la India, jamás habría creído en lo que se iba a convertir: una mujer totalmente enamorada de su jefe.

¿Sabía él que ella se marchaba y no le importaba? Nunca se había metido en cuestiones personales. Nunca. De hecho, a Jaya no le sorprendería si él no se hubiera dado cuenta de que era una mujer.

Lanzó una carcajada. Si no lo hubiera visto invitando a cenar a alguna mujer que estaba de vacaciones en solitario en el resort e incluso ocupándose de todos los gastos de su estancia, Jaya habría llegado a pensar que no se fijaba en ninguna mujer.

Sin embargo, estaba con una cuando le convenía y eso hacía que ella se sintiera… extraña. Desilusionada e incluso celosa, lo que era una incongruencia, dado que no deseaba acostarse con él. ¿O sí?

Sintió que la tensión se apoderaba de ella. No era terror y náusea. No era el modo en el que solía sentirse cuando pensaba en el sexo. Sin embargo, tampoco se trataba de fuegos artificiales y estrellas fugaces. Entonces, ¿por qué le importaba que tal vez no tuviera la oportunidad de decirle adiós?

Se sintió mal. Tenía que despedirse. No era lógico sentirse tan apegada a alguien con quien solo había tenido una relación profesional, pero así era.

Los desafíos de su carrera habían hecho que él fuera una gran parte de su vida. Además, la respetaba y la consideraba una persona útil y competente y había conseguido que ella volviera a sentirse segura en su lugar de trabajo. Había hecho que Jaya sintiera que, tal vez, solo tal vez, podría volver a ser una mujer entera y no una que se había distanciado de todos sus atributos femeninos, a excepción de los más básicos.

¿Quería decirle todo aquello? No. Por lo tanto, se marcharía a Francia sin despedirse de él.

Sin embargo, en vez de desatarse el pañuelo rojo y blanco, tomó su tarjeta de seguridad y se dirigió a la puerta. Se dirigió al ascensor. ¿Y si estaba con otra mujer?

Unos minutos más tarde, se secó las palmas de las manos contra la falda antes de llamar a la puerta. Técnicamente, la planta catorce pertenecía a la familia Makricosta, pero Demitri, el hermano menor, no era tan entregado a sus deberes como Theo. Adara, la hermana de ambos, la cabeza figurativa de la empresa, programaba sus visitas a Bali para poder tomarse un descanso de los fríos inviernos de Nueva York.

Theo, el señor Makricosta, se recordó, era muy metódico. Inspeccionaba los libros de cada hotel de la cadena al menos una vez por trimestre. Era predecible y de fiar. A Jaya le gustaban esos rasgos.

Se lamió los labios y llamó suavemente a la puerta.

La palabra que se escuchó desde el interior pudo ser «entre», pero no estaba del todo segura. Había llegado hasta allí, así que utilizó la tarjeta y…

–He dicho que «ahora no» –dijo él, que estaba reclinado sobre el sofá, con las mangas enrolladas y un antebrazo sobre los ojos. En la otra mano, tenía un vaso. Aún no se había afeitado y tenía la ropa arrugada. Sobre la mesita de café, había papeles y carpetas por todas partes. También sobre el suelo, como si él los hubiera tirado presa de un gesto poco característico por su parte. El ordenador estaba sobre la mesa también, abierto, pero en modo hibernación.

Al ver aquel desorden, Jaya dio un paso atrás. Los hombres enojados podían ser peligrosos. Lo sabía perfectamente.

Sin embargo, había un punto de desesperanza en su cuerpo e incluso en el ambiente. Inmediatamente, Jaya se sintió apenada por él, aunque no supo por qué.

–¿Ha ocurrido algo? –le preguntó.

–¿Jaya? –replicó mientras se apartaba el brazo de los ojos–. ¿Te he llamado? –añadió mientras se sentaba y tomaba el teléfono para encender la pantalla y comprobar el registro de llamadas.

–No me importa ayudarte a encontrar los documentos que necesites, en especial si te sientes mal por la forma en que se ha hecho algo.

–Mal, efectivamente. Así es como me siento.

Apoyó los codos sobre los muslos. Entonces, tras tensarse un poco más, se mesó el cabello con las manos mientras la miraba a ella con una profunda tristeza.

–Has venido en un mal momento.

Jaya sintió que la boca se le secaba. Ella nunca reaccionaba ante los hombres, en especial a los que eran morenos, fuertes y guapos. Theo tenía todas aquellas características. No era tan moreno como sus compatriotas, pero tenía el cabello y las cejas oscuras. Con el pelo de punta, parecía mucho más joven que los casi treinta años que tenía.

La mano de Jaya anhelaba atusarle el cabello, pero instintivamente supo que a él no le gustaría. A pesar de todo, estaba increíble. La mandíbula, cubierta por la barba de un día, era lo suficientemente amplia para enmarcar perfectamente su amplia boca. Los pómulos sobresalían lo justo para hacer más estilizadas sus mejillas. Tenía las cejas largas, no demasiado espesas, lo que les daba a sus vivos ojos castaños una imagen de inteligencia.

–Lo haremos mañana. Ahora no es buen momento –le dijo él. Aquellas palabras contenían un tono ronco que le provocó a Jaya un escalofrío visceral por todo el cuerpo–. No puedo aprovecharme de tu ética de trabajo –añadió–. Podría socavar nuestra relación entre jefe y empleada.

Abrumada, ella apartó la mirada y la bajó al suelo, sonrojándose de nuevo. ¿Cómo? En los últimos años, cualquier tipo de insinuación de carácter sexual por parte de un hombre le había detenido el corazón. El terror era su reacción y su primer instinto era escapar. Pensamientos tales como «me pregunto cómo me sentiría si él me rozara los labios con la barba» nunca se le habían ocurrido, pero, durante unos segundos, se había dejado llevar por una ensoñación.

El cuerpo le ardía como si estuviera quemándose, pero no solo de mortificación. Había algo más, una curiosidad que apenas recordaba de hacía un millón de años. Si tuviera la inteligencia que siempre reclamaba tener, le habría dejado con la palabra en la boca. Se habría excusado y se habría marchado a Marsella para no regresar jamás. Sin embargo, a pesar de lo incómoda que se sentía, no pudo moverse.

–En realidad, ya no tenemos esa clase de relación –replicó ella dejando de nuevo el ordenador sobre la mesa de café–. Hoy es mi último día. Debería haberme cambiado, pero me está costando marcharme.

Él se echó hacia atrás y colocó las manos en las rodillas. Parecía asombrado.

–¿Por qué no me han informado? Si te vas a la competencia, te aseguro que igualaremos la oferta que te hayan hecho.

–No se trata de eso –contestó Jaya mientras se sentaba frente a él. Se agarró las manos para poder transmitir más compostura de la que en realidad poseía–. Tú… bueno… quiero decir la empresa, se ha portado muy bien conmigo facilitándome una preparación. Yo no podría mostrarme tan desagradecida y marcharme a la competencia.

–Creemos que es muy importante invertir en nuestros empleados.

–Lo sé, pero yo nunca había imaginado que podría pasar de camarera de planta a ocupar un puesto en Administración en tan poco espacio de tiempo, y mucho menos dirigir el departamento. La confianza que tenía en mí misma cuando empecé a trabajar aquí estaba en niveles muy bajos –confesó ella con una sonrisa–. Si tú no me hubieras preguntado si pensaba presentarme al puesto de recepcionista nocturno, creo que ni siquiera lo habría considerado y, por ello, te estoy muy agradecida.

–Si no es a la competencia, ¿adónde vas?

Jaya trató de no mirar las fuertes manos que no dejaban de masajearse las rodillas. Theo no estaba tan tranquilo como quería aparentar.

–A Francia. A Marsella concretamente. Un asunto de familia. Muy repentino. Lo siento.

No sabía por qué había añadió la disculpa. Suponía que por costumbre. Sin embargo, sí que era cierto que lo lamentaba. Sentía dejar aquel trabajo, sentía causarle inconvenientes a él y, sobre todo, sentía que su prima se estuviera muriendo.

–No te irás a casar, ¿verdad? ¿No será uno de esos matrimonios de conveniencia?

Sonaba tan escandalizado que Jaya tuvo que sonreír. Los occidentales podían tener tantos prejuicios… Como si todas las relaciones que él tenía fueran por amor en vez de por otros motivos.

–No.

Pensó por qué no se sentía amenazada por aquella conversación. Habían tenido un millón de aquellos breves encuentros, todos muy cortos. Durante aquellos cuatro años, ella había levantado la cabeza en muchas ocasiones y lo había sorprendido observándola. Después se había vuelto a concentrar tan rápidamente en su trabajo que ella había atribuido aquellos intensos segundos a su imaginación, convenciéndose de que él ni siquiera sabía que estaba viva.

«Nuestra relación entre jefe y empleada…».

¿Era eso lo que le había impedido mostrar interés antes? A Jaya no le sorprendería. Theo nunca hacía un movimiento en falso. Sin embargo, si era eso lo que se lo había impedido, ¿qué significaba en esos momentos, cuando Jaya estaba a solas con él en su suite y él sabía que ella ya no le estaba vedada porque había dejado de ser su empleada?

–Esto es un duro golpe para la empresa. Te redactaré una carta de referencias, por supuesto, pero ¿no sería más apropiado una baja? Así tu puesto seguiría disponible.

–Yo… No.

Sacudió la cabeza, para tratar de no profundizar en el tema. Sentía la tentación de decir que regresaría, pero el cáncer de Saranya lo hacía muy poco probable.

–Voy a irme a vivir con mi prima y su esposo. Ella está muy enferma y no va a sobrevivir. Estoy muy unida a su hija y ella me necesita.

–Lo siento mucho. No quiero parecer insensible, pero ¿ayudaría el dinero?

–Gracias, pero no se trata de eso. El marido de mi prima es muy rico. Se portaron muy bien conmigo cuando me marché de la India y me acogieron hasta que pude mantenerme por mí misma. No podría perdonármelo si no estuviera con ellos en este trance.

–Lo comprendo.

¿De verdad lo comprendía? Su familia parecía muy extraña, casi como si no se llevaran bien. El comentario que él había hecho sobre su hermana había sido lo más personal que le había oído decir nunca. En las pocas ocasiones en las que los había visto juntos, ninguno de los dos parecía haber mostrado aprecio o vínculo alguno.

De todas maneras, ¿quién era ella para juzgarlo? Había sido desheredada por su propia familia.

Theo parecía tener unos pensamientos igual de sombríos. Miró los papeles que él tenía esparcidos sobre el suelo.

–¿Quieres hablar sobre… lo que te preocupa? –le preguntó ella.

–Preferiría beber hasta quedarme inconsciente –respondió él tras tomar un ligero sorbo–. Pero solo tengo un poco de soda, así que…

Dejó el vaso y se puso de pie. Jaya trató de no tomárselo a mal. Theo era un hombre muy reservado.

–Siento que no vayamos a seguir trabajando juntos, Jaya. Te ruego que te pongas en contacto conmigo si vuelves a estar interesada en trabajar para Makricosta. Tenemos tres resorts en Francia.

–Lo sé, muchas gracias. Lo haré.

Tragó saliva y se preguntó si terminaría haciendo el ridículo echándose a llorar. Entonces, se puso de pie, estrechó la mano que él le ofrecía y trató de hacerlo con fuerza, para luego soltársela rápidamente.

Sin embargo, él le impidió retirarla. La mantuvo en la suya, acariciándole los nudillos con el pulgar.

Jaya sintió un fuerte hormigueo en la piel. El estómago le dio un vuelco. Miró a Theo a los ojos, pero él estaba mirando las manos que tenían entrelazadas. De repente, giró la mano y subió la palma, hasta el punto que Jaya pensó que iba a llevársela a los labios. Entonces, él levantó la mirada y la sensación fue aún más fuerte. La mirada que él le estaba dedicando era sexo en estado puro.

La expresión de su rostro, casi siempre tan distante, ardía con admiración y algo más, algo agresivo y hambriento. Deslizó la mirada desde la mejilla a la boca y las sensaciones que ella experimentó fueron como fuegos artificiales que estallaron dentro de su cuerpo. El corazón le latía a toda velocidad.

Estaba experimentando excitación sexual. Las sensaciones fueron acrecentándose cuando él se acercó más aún y bajó la cabeza. Iba a besarla…

Jaya se rebulló con aprensión y él se irguió de nuevo

–Tienes razón, no es apropiado –dijo. La desesperación volvió a apoderarse de el–. Me disculpo.

–No, yo… –susurró. Jaya esperaba que su piel oscura lograra ocultar el rubor que le cubría el rostro–. Me has sorprendido. Entré aquí recordándome que no debía llamarte Theo. No creía que pensaras en mí de ese modo. Yo…

¿De verdad iba a hacerlo? Tenía que correr el riesgo. Nunca más iba a tener otra oportunidad.

–Me gustaría que me besaras.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Jaya…

El suave tono de la voz de Theo le hizo estremecerse. Desear que un hombre la tocara era algo tan nuevo para ella… No podía evitar sentir miedo.

Theo la miró fijamente.

–Tienes que saber lo bonita que eres. Por supuesto que me he fijado en ti. También me he dado cuenta de que no sales de fiesta como el resto de las mujeres de tu edad. No eres de las que tienen aventuras de una noche.

–He dicho un beso, no que me gustaría acostarme contigo.

El desdén con el que ella pronunció aquella frase le hizo gracia a Theo.

–Así es. Ya ves que soy un seductor, porque no se me había ocurrido que no estuvieras ofreciéndote a pasar la noche conmigo.

Theo encogió los hombros. Parecía tan cansado y con tanta necesidad de consuelo… Jaya sintió que el conflicto se apoderaba de ella. Quería que él la viera como disponible, pero también deseaba protegerse. Resultaba muy frustrante.

–¿Cuáles crees que son las mujeres de mi edad? Tengo veinticinco años –le desafió ella irguiéndose tanto como él–. ¿Cuántos tienes tú? ¿Treinta?

–¿De verdad? Pareces más joven –contestó él mirándola como si estuviera valorándola de nuevo, algo que incitó más sentimientos contradictorios en ella.

«Vete», se dijo. «Es más seguro».

–Tener una profesión es muy importante para mí –añadió ella–. Makricosta me la ha dado y no he hecho nada para poner en peligro mi trabajo aquí. Supongo que no te sorprenderá que te diga que envío dinero a mis padres. No me puedo permitir perder un turno porque tengo resaca.

–Eso no me sorprende en absoluto. Siempre me has parecido muy leal y cariñosa. Incluso virginal.

Jaya sintió que los ojos le escocían y los bajó para mirarse las manos.

–No lo soy –admitió con una vocecilla. No quería que aquellos recuerdos se entrometieran cuando se sentía tan a salvo con él.

–¿Y se te ha juzgado por eso? Los hombres tienen doble rasero. Odio mi sexo. Mírame a mí. Me acuesto con mujeres y no vuelvo a hablar con ellas. Eso es lo que hago, Jaya. De verdad –confesó, como si se despreciara a sí mismo.

Jaya notó la advertencia que había en aquel extraño intento por tranquilizarla. Ella agradeció el esfuerzo, aunque se había equivocado. Sí, la habían juzgado, pero por el delito de un hombre contra ella, no algo que ella hubiera hecho.

–Yo también odio los hombres –admitió. «Pero no a ti», se dijo en silencio.

–Ah, un canalla te rompió el corazón. A mí se me da muy bien ser el hombre con el que las mujeres acaban de rebote.

–¿Por eso ligas con las turistas? –le preguntó ella, sin poder evitarlo, divertida–. ¿Les estás ofreciendo primeros auxilios?

–Soy el hombro sobre el que lloran. ¿Te engañó? –dijo como si estuviera hablando con una de las turistas a las que se habían referido–. Es un idiota.

–¿De verdad eres tan superficial? –le preguntó Jaya. No se lo creía. Cuando se marchaban aquellas mujeres estaban relajadas y eufóricas, no tristes. Siempre había sentido envidia. Curiosidad.

–Muy profundo no soy, pero no les miento. Saben muy bien lo que van a sacar de mí.

–Una noche –aclaró ella.

–Una noche –afirmó él mientras se metía las manos en los bolsillos–. Y, aparentemente, tú lo restringes a un beso. Aunque, si aún lo ofreces, estoy dispuesto a aceptarlo.

El anhelo que había en su mirada era tan evidente que Jaya se sonrojó. Se cubrió las mejillas con las manos y se echó a reír. No podía mirarlo a los ojos.

–No hago más que pensar que, si me marcho sin besarte, me preguntaré siempre cómo habría sido.

–Sí…

Theo le miraba fijamente los labios, lo que hizo que Jaya sintiera un hormigueo en ellos que trató de aplacar lamiéndoselos.

En ese momento, él contuvo el aliento. Se acercó un poco más. Era tan alto y tan corpulento… Su presencia resultaba casi abrumadora. Sin embargo, cuando le acarició a Jaya ligeramente la mandíbula y se inclinó, ella se sintió totalmente paralizada por la anticipación que sentía.

Había habido algunos besos en su vida, ninguno de ellos muy memorables, pero cuando Theo colocó la boca sobre la de ella, supo que recordaría aquel durante el resto de su vida.

La suave textura de sus labios se selló con la de los de ella. Theo no la obligó a que abriera la boca. Fue ella quien los entreabrió y dio la bienvenida a aquella inminente invasión, que la debilitaba a pesar de los nervios que la atenazaban. Theo profundizó el beso, por lo que a Jaya no le quedó más remedio que abrir más la boca, mientras se sentía envuelta por deliciosas oleadas de placer. Los labios de ambos se habían humedecido y se deslizaban eróticamente…

Theo le lamía el interior de la boca y ella gemía de placer, poseída por una exquisita sensación de gozo. Aquel beso era la clase que había leído en los libros y por fin lo había experimentado. Tuvo que apoyar una mano sobre el hombro de él para no perder el equilibrio. Se puso de puntillas, esperando más presión, más caricias.

Con un gruñido, Theo la rodeó con un brazo y la estrechó con fuerza contra su cuerpo, apretándole suavemente la boca mientras le enredaba los dedos en el cabello. Jaya le rodeó el cuello con los brazos. Le encantaba cómo él la besaba. Se apretó con fuerza contra el duro tórax y…

Theo estaba duro por todas partes.

Sin poder evitarlo, dio un paso atrás, turbada por la intensidad de su respuesta y la complicada situación en la que se había colocado.

Theo no la soltó enseguida. La sujetó primero y luego la dejó ir. Entonces, se mesó el cabello con una mano y lanzó una maldición.

–Demonios, Jaya. Había sospechado que sería bueno, pero no sabía que lo sería tanto. ¿Estás segura de que no quieres quedarte a pasar la noche?

–Yo…

«Di que no. Vete». ¿Y si él era el hombre con el que podría dejar de ocultar su sexualidad bajo el miedo?

–En realidad, no estaba esperando esto. Tienes razón en que no tengo aventuras. No sé si eso es lo que quiero en estos momentos, pero… –se interrumpió un instante. No podía dejar de retorcerse las manos como la virgen que él le había acusado de ser–. Me ha gustado mucho besarte.

–¿Estás tratando de decirme que no con delicadeza? Porque te aseguro que no es necesario.

–¡No! Te aseguro que estoy verdaderamente confusa sobre lo que quiero –dijo ella con frustración.

Theo sonrió y dijo:

–Tú no eres la clase de mujer que tiene aventuras de una noche, pero tu vida ha sufrido un gran impacto y el sexo podría ayudarte a que te olvidaras de todo. Créeme. Te comprendo perfectamente.

–¿Es esa la razón por la que me estás pidiendo que me quede?

–¿Tan evidente soy?

–Estás haciendo que me preocupe por mis amigos. ¿Acaso hay un problema con la empresa?