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En un juego de venganza, ella se encontrará con su enemigo en el altar... El multimillonario Gianni Rossi había destruido a la familia de Issy Seymore, y ya era hora de vengarse. Issy tenía un plan: lo metería en un yate rumbo al Caribe, lo distraería y mientras, hundiría su empresa. Gianni sospechó de Issy desde el principio, y eso le permitió manejarla a su antojo. Pero, a medida que el calor entre ellos aumentaba, el italiano comenzó a sentirse más inseguro y decidió terminar con la farsa y desenmascararla con una descabellada propuesta de matrimonio. Entonces, Issy, en una última maniobra… ¡aceptó!
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Seitenzahl: 196
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2023 Michelle Smart
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Atada por una promesa, n.º 3089 - junio 2024
Título original: Bound by the Italian’s “I do”
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411808934
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
ISSY Seymore se encontró con la mirada de su hermana. Todo lo que habían sembrado desde hacía una década estaba a punto de dar sus frutos.
No esperaba sentir esa presión en un vientre que se esforzaba por mantener plano y tonificado. A Gianni Rossi le gustaba un tipo concreto de mujer. Y no eran morenas bajitas con tendencia a engordar.
–Estamos haciendo lo correcto, ¿verdad? –susurró.
–Si quieres echarte atrás… –Amelia asintió.
–No –interrumpió ella–. Son solo nervios, supongo.
Amelia esbozó una sonrisa. Si alguien entendía de nervios era ella. Las ojeras eran testimonio de la falta de sueño de ambas desde que, hacía cinco semanas había llegado el momento de poner en marcha el plan que habían estado perfeccionando durante años.
Amelia había trabajado dos años en territorio enemigo, cada minuto de su vida laboral viviendo con miedo a ser descubierta. Como las hermanas Seymore sabían por experiencia, los primos Rossi eran hombres sin conciencia. Sin humanidad. Las habían arruinado, y ya era hora de vengarse, haciéndoles probar lo que se sentía cuando te destruían la vida, aunque era imposible reproducir la magnitud del daño que los italianos habían causado a su familia.
Mientras Amelia se arriesgaba a diario en el trabajo, Issy la había apoyado inmersa en el mundo online. Pero había llegado el momento de dar la cara y desempeñar su papel en el mundo real.
Issy se irguió todo lo que le permitió su metro cincuenta y cinco.
–Acuérdate de no descalzarte delante de él –Amelia sonrió–. No querrás que se entere de que eres una enana.
Issy soltó una carcajada, y abrazó a su hermana mayor con fuerza.
–¿Me avisarás en cuanto aterrices? –preguntó Amelia.
–Te lo prometo.
–¿Llevas en la maleta el repelente de encantos?
–Sabes que no lo necesito –Issy resopló.
–Prométeme que tendrás cuidado. No corras riesgos inútiles.
–No lo haré. Ten cuidado tú también.
–Siempre lo tengo –una sombra cubrió el rostro de su hermana.
El teléfono de Issy sonó. El taxi había llegado.
Tras un último abrazo y un beso a su hermana, llegó la hora de partir.
De volar al Caribe y poner en práctica el plan que habían ideado durante diez años.
Diez días antes
Gianni Rossi sabía cuándo una mujer estaba interesada en él, y la hermosa rubia de fabulosas piernas, sentada en la barra del exclusivo club estaba definitivamente interesada. Había entrado con una gracia felina y, al pasar junto a su mesa, sus miradas se habían cruzado. Al llegar a la barra, había girado la cabeza para volver a mirarlo detenidamente. Bebía un cóctel, chupando una pajita, con un brillo en los ojos que sugería que le gustaría estar chupando otra cosa.
–¿Puedo? – Gianni señaló el taburete. Nunca rechazaba a una mujer guapa que mostraba interés.
–Por favor –unos labios carnosos, muy besables, se curvaron. Los ojos azul oscuro brillaron.
Él se sentó y llamó al camarero.
–¿Una copa? –preguntó.
–Claro.
–Bourbon doble para mí, y… –Gianni enarcó una ceja.
–Mojito, por favor –unos hoyuelos aparecieron en el bello rostro.
–Mojito para la dama.
Mientras el camarero preparaba las bebidas, Gianni la observó con ojo experto. Cabello rubio miel brillante hasta los hombros, algo más claro que sus cejas perfectamente depiladas. Hermosas facciones de duende. Un vestido corto de lentejuelas plateadas y tirantes finos que no salía de ninguna tienda. En su delgada muñeca llevaba un reloj de una marca que tampoco se vendía en la calle. Los pendientes de diamantes demostraban que era una mujer exigente con acceso a una holgada cuenta bancaria. Se preguntó cómo no se habían encontrado antes.
–Gianni –le tendió la mano.
–Issy –unos finos dedos la estrecharon. Su perfume caro y exótico llenó el espacio.
–Nunca te había visto antes por aquí… Issy –ese nombre no encajaba con la mujer elegante y segura de sí misma, de voz melodiosa, que hablaba un impecable inglés.
–Es mi primera vez –ella retiró delicadamente la mano y mostró unos bonitos dientes blancos.
–¿En serio? –Gianni sonrió.
Ella enarcó una de sus perfectas cejas y, sin apartar sus encantadores ojos azules de él, cerró los labios sobre la pajita. El erotismo que desprendía provocó un escalofrío en Gianni.
–¿Esperas a alguien? –él apoyó un codo en la barra.
–A mi amiga. Hemos quedado aquí, pero llega tarde.
–¿Amiga?
–Una amiga, sí –ella lo miró divertida–. ¿Qué creías que quería decir?
–Creo que lo sabes –Gianni sonrió lentamente–. ¿Tienes pareja? –preguntó, yendo al grano.
–La vida es demasiado corta para tener pareja –ella sacudió lentamente la cabeza.
–No podría estar más de acuerdo.
–¿Tú también estás soltero?
–Eternamente.
–Pues brindo por eso –ella apoyó un codo en la barra–. Y bien… Gianni –se acercó un poco más–. ¿Italiano?
–Sí.
–¿Un semental italiano? –Issy sonrió, aludiendo al apodo de Rocky Balboa.
–Eso me han dicho –cómo le gustaban las mujeres que sabían manejar el doble sentido.
–Apuesto a que sí –ella lo miró descaradamente de arriba abajo.
–Por la soltería –Gianni levantó su copa.
–Por la diversión –ella chocó su copa con la de él, los ojos azules fijos en los suyos. Luego pellizcó la pajita entre el pulgar y el índice y la introdujo lentamente entre los labios. El escalofrío que corría por las venas de Gianni se disparó.
Sonó el teléfono de Issy.
–Perdona –ella leyó el mensaje. Contestó rápidamente y sonrió con tristeza–. Tengo que irme.
–¿Ya?
–Un cumpleaños. Camilla iba a reunirse aquí conmigo, pero se le ha hecho tarde y ha ido directamente a Amber’s. Ha enviado su coche a recogerme. Llegará en unos minutos –Issy lo miró provocativamente–. Seguro que no le importará que nos acompañes.
Gianni conocía Amber’s, un pequeño club nocturno con una clientela formada casi exclusivamente por británicos de la alta sociedad.
–Noche de póquer –él señaló a los tres hombres sentados a su mesa–, pero podría reunirme con vosotras más tarde… si quieres.
–Sí, quiero –ella terminó su mojito y sacó seductoramente la pajita de la boca–, pero tengo que acostarme pronto, a medianoche como muy tarde, o me convertiré en calabaza.
Gianni apoyó los dedos en la mano de manicura esmerada que cada vez se acercaba más, y clavó su mirada en la de ella. Nada le gustaba más que una mujer sexy que supiera exactamente lo que quería y no tuviera miedo de demostrarlo, y esa mujer lo tenía todo. Sexy. Guapa. Rubia. De largas piernas. Y dejaba claro que lo deseaba. La perfecta calientacamas temporal.
–A mí también me vendría bien acostarme pronto.
–Por tentadora que resulte tu oferta implícita –sus ojos brillaron–, debo rechazarla. Vuelo a Barbados por la mañana y necesito mi sueño reparador.
–¿Barbados?
–Tengo mi yate en un puerto deportivo de Bridgetown –ella asintió y se levantó–. Paso un par de meses navegando cada verano.
–Qué coincidencia… vuelo al Caribe en un par de semanas.
–¿En serio? –ella abrió los ojos, sorprendida.
–Podemos quedar –Gianni asintió–. Si quieres…
–Me gustaría mucho –le susurró Issy al oído–. Dame tu número –añadió con una amplia sonrisa.
Él se lo dictó y ella lo grabó en su móvil.
–Mi carruaje está aquí.
–Entonces será mejor que te vayas antes de que te conviertas en una calabaza.
–Encantada de conocerte, Gianni –ella rio suavemente con los ojos brillantes.
Le lanzó un beso y se alejó con sus fabulosos tacones de aguja y la misma confianza sexy con la que había entrado en el bar, balanceando las caderas.
Gianni sacudió la cabeza e intentó reprimir una carcajada ante lo que acababa de suceder.
Pidió otro bourbon y regresó con sus amigos, sopesando echar a perder la partida para poder ir a Amber’s antes de que Cenicienta se convirtiera en calabaza.
Un instante después, llegó un mensaje a su teléfono.
La pelota está en tu tejado. Espero encontrarte pronto para divertirnos en el Caribe. Issy x.
Rápidamente le contestó.
Lo estoy deseando. Estaré en contacto. G x.
Issy paró el primer taxi que pasó.
–Nelson Street, Brockley –le dijo al conductor.
Hasta que no dejó de ver el club, no pudo respirar con normalidad.
Lo había conseguido.
Mientras se quitaba los horribles zapatos que le aprisionaban los pies, envió un rápido mensaje a su hermana.
¡Funcionó! Enganche, línea y plomada. De camino a casa. xx
Después, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
Se sentía mareada, excitada, inquieta. Las emociones revoloteando en su estómago casi vacío.
Cuanto más se acercaba el momento de llevar a cabo sus planes, más se inquietaba. Cuando Amelia había empezado a trabajar en Rossi Industries, se había comprometido a encontrar pruebas de corrupción contra los primos. Ambas necesitaban saber que lo que estaban haciendo no era solo venganza, sino algo bueno, que estaban salvando a otras víctimas del destino que había sufrido su familia. Y, por fin, hacía tres días Amelia había encontrado las pruebas.
Los mojitos se le subieron a la garganta. Issy cerró los ojos, deseando que se le pasaran las náuseas. Deseando aún más borrar la imagen de Gianni Rossi mirándola como si estuviera dispuesto a comérsela entera.
Y aún más olvidar la excitación que eso le había producido.
–Tío, acabo de ver salir de aquí a la mujer más sexy –anunció Rob Weller entusiasmado mientras se sentaba frente a Gianni.
–Debe ser la misma con la que se acaba de liar Gianni –respondió Stefan con una sonrisa cómplice.
–No nos hemos liado –aclaró Gianni.
–Le diste tu número.
Gianni sonrió. Aunque siempre dispuesto a salir con chicas, nunca hablaba de ello. Tampoco había nada que contar, solo una breve conversación con mucho coqueteo… y la posibilidad de algo más.
Durante cincuenta semanas al año, se mataba a trabajar. También salía de fiesta, pero el trabajo era lo primero. Lo mismo le pasaba a Alessandro, su primo y socio. Criados como hermanos, los primos Rossi tenían doce años cuando decidieron labrarse su propio camino en la vida, un camino que les alejara de sus monstruosos padres, y se habían dejado la piel, y superado enormes contratiempos, para convertir su empresa inmobiliaria en una empresa multimillonaria de renombre internacional. Sin embargo, Andro vivía y respiraba Rossi Industries. Rara vez se tomaba tiempo libre. Nunca salía con nadie. Gianni lo llamaba El Monje. Pero comprendía que Gianni necesitara desahogarse de vez en cuando y recargar las pilas, por lo que nunca se quejaba de las dos semanas que pasaba en el Caribe cada verano. Esa quincena era sagrada, marcada en la agenda de cada uno de los cien mil empleados de Rossi Industries. La empresa tendría que estar ardiendo para que Andro lo molestara, o permitiera que otro lo hiciera.
–¿Rubia de largas piernas, y un diminuto vestido plateado? –preguntó Rob.
–Esa misma –convino Stefan.
–Tío… –Rob sacudió la cabeza–. Casi me lanzo al taxi que paró para poder pelearnos por él.
–Un poco raro –señaló Gianni.
–¿Cómo si no conseguiría que una mujer así me mire sin enseñarle mi cuenta bancaria? – se defendió Rob–. A ti te da igual. No tienes más que mirarlas para que ellas quieran…
–¿Has dicho que paró un taxi? –interrumpió Gianni.
–Sí.
–¿No había un coche esperándola?
–No. Paró un taxi negro. ¿Por qué?
–Por nada –Gianni se encogió de hombros.
Issy le había dicho que el chófer de su amiga iba a recogerla. ¿Por qué mentir?
Se bebió el bourbon y sonrió. Lo único que le gustaba más que una mujer sexualmente segura era un enigma sexualmente seguro que rogaba ser resuelto.
Su viaje anual al Caribe prometía ser divertido.
–¿David? Isabelle Seymore –saludó Issy tras marcar el número.
–¡Issy! –exclamó el hombre–. ¿Qué puedo hacer por ti, cariño?
–Llegó la hora.
–¿Hora de qué?
–Ya lo sabes. Del yate.
–¿Para cuándo lo necesitas? –preguntó él tras una larga pausa.
–El próximo viernes.
–¿Tan pronto?
–Te advertí que cuando llegara el momento, tendría que ser rápido.
–¿Para dos semanas?
–Sí.
–¿Con tripulación?
–Sí –ella se pellizcó el puente de la nariz–. Y un mínimo de doce metros, como acordamos cuando pasé seis meses trabajando gratis para ti.
David era el conseguidor de los ricos. ¿Un jet privado para el fin de semana? David era el hombre. ¿Una fiesta repentina en una isla desconocida con un catering exquisito y diversión hedonista? Llame a David. ¿Le apetece fletar un superyate con tripulación completa? Exactamente… David.
Issy se había tomado seis meses sabáticos de su trabajo como auxiliar de enfermería para trabajar para David hacía dos años. Seis meses de trabajo gratuito a razón de unas cien horas semanales, y todo por ese momento. Si no hubiera sido la mejor amiga de la hermana pequeña de David, la habría hecho trabajar un año entero.
El taxi se detuvo frente al destartalado bloque de pisos que Amelia y ella llamaban hogar.
Volvió a meter los hinchados pies en los zapatos y subió lo mejor que pudo las escaleras hasta su casa. El ascensor, como de costumbre, estaba roto. Issy rememoró con claridad el día que había comprobado que los monstruos existían.
Era domingo. Su madre había cocinado un tradicional asado inglés. Issy había preparado las verduras, Amelia la masa para el pudin de Yorkshire y la salsa de queso. Durante la comida, sus padres se habían planteado si sacar a las niñas del colegio una semana antes para poder disfrutar de su casa toscana un poco más. No sabían que, en cuestión de semanas, las niñas saldrían de esa escuela definitivamente porque el dinero para la matrícula desaparecería.
Cuando sonó el timbre, ninguno sospechó lo que estaba a punto de ocurrir.
Brenda, su ama de llaves, tenía el día libre, así que la madre de las niñas, una hermosa mujer de gran presencia, había abierto la puerta. Regresó enseguida, la ansiedad reflejada en el rostro, y susurró a su padre, que se excusó.
Issy acababa de llevarse a la boca una patata asada cuando unas voces llegaron desde el estudio de su padre. Sin mediar palabra, las hermanas Seymore y su madre se levantaron de la mesa.
Unas voces masculinas, de fuerte acento, pero con una pronunciación precisa, permitió que las tres oyeran cada insulto, cada desprecio.
–Estás acabado, viejo. Cuanto antes lo aceptes, mejor para ti.
–Lo que era tuyo ahora es nuestro, patético fracasado. Acéptalo.
–Todo es nuestro.
–Despídete de tu empresa… y saluda a Lucifer. Te ha estado esperando.
Issy y Amelia se abrazaron con fuerza cuando la puerta se abrió y dos hombres altos y morenos, impecablemente trajeados, salieron del estudio con la expresión de un par de mafiosos. No vieron a la mujer y a las hijas del hombre al que acababan de despedazar. Pero ellas sí los vieron.
El tiempo se congeló. Cuando su padre salió por fin del estudio, había envejecido dos décadas. A la mañana siguiente, las asustadas adolescentes se despertaron de un sueño agitado y descubrieron que el cabello oscuro de su padre se había vuelto blanco. Un año después estaba muerto. Diez años después, su madre no era más que el envoltorio vacío de la mujer que había sido, angustiada y dependiente de estimulantes para levantarse de la cama cada mañana.
Issy y Amelia nunca habían estado muy unidas. Antes se habrían sacado los ojos que hacerse un cumplido. Ese día, sin embargo, las había unido como los primos Rossi jamás se habrían imaginado si se hubieran molestado en pensar en dos inocentes niñas atrapadas en el daño colateral de sus abominables acciones. Lo que las había unido era su propósito de venganza.
Y por primera vez en una década, Issy era capaz de imaginarse el sabor de esa venganza.
EL Palazzo delle Feste brillaba bajo el deslumbrante sol caribeño.
–¿Cómo demonios has conseguido esto para mí? –preguntó Issy, incrédula, a David.
–Llámame mago –él agitó una mano.
–¿Mago? –ella volvió a mirar el enorme barco atracado ante ella–. David, esto es mucho más de lo que pedí –el acuerdo había sido seis meses de trabajo gratis a cambio del uso de un elegante y moderno yate de al menos doce metros, algo que una mujer joven, económicamente independiente, o poseedora de un fideicomiso poseería–. Es demasiado –sacudió la cabeza.
Era demasiado llamativo. ¿Cómo iba a pasar desapercibida si las cosas se torcían y tenía que escapar? Además, algo de ese tamaño daría la impresión de que estaba en la liga de los multimillonarios. Sabía cómo fingir ser rica, a fin de cuentas lo había sido, pero eso era otra cosa.
–Necesito algo mucho más pequeño.
–Lo siento, cariño, pero no puede ser. Estamos en plena temporada de verano. Todo está reservado o los dueños lo quieren para ellos.
–Pero esto no es lo que acordamos.
–Cariño, te he conseguido uno de los mejores superyates del Caribe, ¿y te quejas? ¡Es una obra maestra! Tiene helipuerto, dos piscinas, biblioteca, sala de ocio, sala de juegos, sala de cine, casino, salón de belleza, spa y un tobogán hinchable por el que puedes deslizarte directamente al mar. Y, además, una lancha motora, motos acuáticas y un montón de artilugios para tu disfrute.
Era una embarcación equipada y dedicada a la diversión de su propietario.
–¿Sabe el dueño que lo vas a prestar gratis durante quince días? –alquilar algo así costaría alrededor de cien mil dólares. Por semana. En libras inglesas.
–No me hagas preguntas y no te mentiré.
Ella lo fulminó con una mirada que, en lugar de hacerle temblar, le hizo reír y abrazarla.
–Oh, Isabelle. ¿Por qué estás tan seria? Estás en el Caribe. Tienes un superyate con una tripulación de veinte personas a tu disposición. Disfrútalo, querida. Todo está incluido. Si estás fondeada en el mar y quieres un Methuselah de Moët o cien rosas blancas, pídelo y te lo llevaremos.
–¿De verdad no tienes nada más pequeño?
–¿Sabes cuál es la definición de estupidez? Hacer la misma pregunta una y otra vez esperando una respuesta diferente.
Desde el otro lado del puerto, en el balcón de su habitación de hotel, Gianni observó a través de sus prismáticos el intercambio entre Issy y el agente. Su bella buscavidas no parecía contenta. No necesitaba leer los labios para saber que estaba protestando. Sonrió cuando por fin pareció darse por vencida. Un segundo después, subieron las escaleras del Palazzo delle Feste. El capitán los recibió. Ella le estrechó la mano y siguió a los dos hombres hasta el interior.
«Bien jugado, David», pensó Gianni. Nada en el comportamiento del agente sugería que algo iba mal. La oferta de un cuarto de millón más si la estafadora aceptaba el yate era una tentación demasiado grande como para intentar meter la pata. Ese dinero se sumaba a los cien mil que Gianni ya le había pagado. La información tenía un precio, y Gianni estaba dispuesto a pagarlo.
Envió un mensaje.
Acabo de aterrizar. Deseando verte. G x
¿Cómo sabía que era una estafadora? Su infalible instinto. La única vez que lo había ignorado, las consecuencias habían sido desastrosas. Las pruebas también eran bastante convincentes. Una hermosa mujer entrando en un club famoso por ser el refugio de los ricos y poderosos, en busca de un hombre al que atrapar. Había interpretado su papel maravillosamente. Esa mirada de «ven a la cama». La sonrisa seductora. Su entusiasmo por la soltería. No había hablado de ninguna aventura sin ataduras por la que cualquier hombre salivaría, pero sí había establecido de forma inteligente y sutil que era rica, mencionando su yate. Se había puesto a su altura financiera para disipar cualquier duda que pudiera tener la víctima. Había estado magnífica. Si Rob no la hubiera visto subir a un taxi, Gianni no habría dudado de ella en absoluto. Había pedido a un estrecho colaborador de Barbados que preguntara en todos los puertos deportivos de Bridgetown por una bella rubia llamada Issy que tenía amarrado su yate allí. Nadie había oído hablar de esa mujer… pero había conseguido una deliciosa pista. El escurridizo David Reynolds, estaba pidiendo prestado un modesto yate de no menos de doce metros. Lo mejor de todo era que el codicioso David vivía en su propio yate, por lo que no lo necesitaría para él. Y, casualmente, lo necesitaba para el día en que Gianni volaba al Caribe.
Gianni pidió a su socio que hablara con David Reynolds. Tras entregarle una cantidad considerable de dinero, averiguó que el yate era para el uso exclusivo de una mujer llamada Isabelle Clements.
Podría ser una coincidencia. Pero Gianni no creía en las coincidencias. Solo había una forma de averiguarlo, y era ofrecer su nuevo yate, el Palazzo delle Feste, a la misteriosa Isabelle Clements.
Su instinto había acertado. La bella Issy era, en efecto, Isabelle Clements. Una estafadora.
Su teléfono vibró. La estafadora había respondido.
¡Qué coincidencia! ¡Acabo de atracar! ¿Te apetece quedar en Freddo’s más tarde? x
Habían intercambiado docenas de mensajes y numerosas llamadas desde su artificioso encuentro. Había sido muy divertido seguirle la corriente, haciéndole preguntas sobre lo que estaba tramando, preguntándose qué mentira descabellada se le ocurriría a continuación. «He pasado el día haciendo submarinismo», o «he pasado el día con unos amigos en Santa Lucía. ¿Lo conoces? ¡Es para morirse!». Pero eran las llamadas telefónicas las que más le gustaban. Se la imaginaba agobiada por las mentiras que él le obligaba a fabricar. No dejaba de captar toques de auténtico humor en su bella voz, que aumentaban la anticipación. ¿Un lío con una bella buscavidas con sentido del humor? ¿Qué hombre podría resistirse?
Respondió rápidamente.
No me lo perdería por nada del mundo. ¿A las 17:00? G x
Su respuesta llegó instantes después.
Perfecto. x
Empezaba el juego.