Bandas fuera, bandas dentro - Sonia Páez de la Torre - E-Book

Bandas fuera, bandas dentro E-Book

Sonia Páez de la Torre

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Beschreibung

Las «bandas» o «pandillas» han reemergido con fuerza en el debate público los últimos años. Titulares morbosos sobre los incidentes más sangrientos encabezan las portadas de los medios de comunicación; parlamentarios y representantes públicos llaman al orden y a la necesidad de «contención» de un objeto social, cuya naturaleza es descrita como intrínsecamente violenta. El llamado a la «mano dura» parece ser el único medio para la contención de una juventud en conflicto. No obstante, poco se conoce acerca de cómo es la vida al interior de las agrupaciones, la diversidad de prácticas, identificaciones, sentidos y formas de cotidianeidad que habitan en los grupos de distintos territorios del globo. Poco se conocen, también, las experiencias de mediación que han acontecido en países como España o Ecuador, que abren vías de resolución a los conflictos de manera pacífica y superan la óptica criminalizadora apostando por el diálogo. ¿Qué ha funcionado y qué ha fallado de estas experiencias? ¿Es la mano dura una vía efectiva para terminar con la conflictividad juvenil? ¿Cuáles han sido los efectos del diálogo y la mediación con los grupos? ¿Qué abordajes consideramos más útiles de cara al futuro?

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© Sonia Páez de la Torre, Begoña Aramayona y Eduard Ballesté Isern (eds.), 2023

© Del prólogo: Sonia Páez de la Torre

© Del epílogo: Carles Feixa

Corrección: Marta Beltrán Bahón

Montaje de cubierta: Juan Pablo Venditti

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Ned ediciones, 2023

Primera edición: mayo, 2023

Proyecto LEBAN: Este proyecto ha recibido financiación del Ministerio de Ciencia e Innovación, en el marco del Plan Nacional I+D+I, Convocatoria 2019: Retos Investigación. [PID2019-110893RB-I00]. http://www.upf.edu/web/leban

TRANSGANG Project: Este proyecto ha recibido financiación del European Research Council (ERC) en el marco del programa de Investigación e Innovación de la Unión Europea HORIZON 2020, grant agreement No 742705. www.upf.edu/web/transgang

          

Preimpresión: Fotocomposición gama, sl

ISBN:978-84-19407-07-8

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida bajo el amparo de la legislación vigente.

Ned Edicioneswww.nedediciones.com

ÍNDICE

Prólogo. ¿Legalizar las bandas? Sonia Páez de la Torre

Introducción. Más allá de castigar o reformar: nuevas agendas en el estudio de las agrupaciones juveniles de calle.Begoña Aramayona y Eduard Ballesté Isern

PARTE I: Bandas, sociedad y Big Data

Pandillas: intervención y control. Apuntes sobre tres realidades distintas. Sonia Páez de la Torre, Sabina Puig y Miquel Úbeda

¿Cómo me ves si ni siquiera me conoces? Una encuesta sobre las percepciones sociales de las bandas juveniles en España, Ecuador y El Salvador. Roger Soler, Anna Sanmartín y Héctor Grad

Bandas en el ágora virtual. Análisis de las percepciones sobre grupos juveniles de calle en las redes sociales. Ariadna Fernández, Xavier Moraño y Xavier Guiteras

PARTE II: Juventudes y bandas en España

«Modelo Barcelona»: relatos y recorridos de los grupos juveniles de calle. Eduard Ballesté Isern, Begoña Aramayona y Sonia Páez de la Torre

Madrid: «Bandas fuera», punitivismo y exclusión como paradigma de intervención. Begoña Aramayona, María Oliver y Héctor Grad

«Los Tribus y los Domis»: la trayectoria de los Trinitarios y los Dominican Don’t Play en Madrid. Katia Núñez

PARTE IIIJuventudes y bandas en El Salvador, Ecuador y Marruecos

El Salvador sin tregua: la cristalización de la Mano Dura y sus efectos. Alberto Martínez y Candy Chévez

Ecuador: la difícil integración societal de las agrupaciones juveniles de calle. René Unda Lara

Espacio urbano y violencia: paradojas de la percepción social de los grupos juveniles de calle en Marruecos. José Sánchez-García, Rachid Touhtou, Celia Premat, Xavier Moraño y Xavier Guiteras

PARTE IVGénero, políticas públicas y reducción de la violencia

Bandas, mujeres y cuerpos. Participación formal e informal de las mujeres en las bandas. María Oliver, Candy ChévezyNele Hansen

Bitácoras de acción: buenas prácticas y políticas preventivo-proyectivas con pandillas y agrupaciones juveniles de calle. Virginia Prades, Ángela Carbonell, Alba Benages, Sara Martínez-Gregorio, Mercedes Botija y José Javier Navarro-Pérez

Epílogo. Guerra y paz en las bandas juveniles. Carles Feixa

Postscriptum. Carles Feixa

Biografías de autores

Bibliografía

PRÓLOGO.¿LEGALIZAR LAS BANDAS?

SONIA PÁEZDELA TORRE

¿Tiene sentido hablar de bandas hoy? ¿Es lo mismo decir «banda» en España que en el Salvador o en Ecuador? ¿Qué imaginarios existen en torno a las bandas y a sus miembros? ¿Por qué y cómo se entrelazan estos sentidos? ¿Quiénes los fabrican y desde dónde? ¿Se puede legalizar a estas agrupaciones o integrar a sus participantes en nuestras sociedades? Estos han sido algunos de los interrogantes que nos han convocado a lo largo de estos tres años de investigación.1 En ese camino, hemos dialogado interna y externamente, tanto con la comunidad científica como con actores a quienes la problemática les ha interesado o les ha afectado directamente. Estos espacios de trabajo, estudio e intercambio nos han permitido responder algunas de nuestras preguntas, hacernos otras y avanzar, de este modo, en investigaciones que venimos realizando, desde distintas perspectivas y con distintos colaboradores hace casi veinte años.2

Poner en el centro la legalización nos ha impulsado a discutir cuestiones muy complejas y hasta ontológicas que nos han llevado a reflexionar sobre las bondades y las incomodidades que hay detrás de la flexibilización de las fronteras, sobre los desafíos que supone la convivencia y sobre el necesario cuestionamiento de las certezas con las que tendemos a señalar a los bárbaros y distinguirlos de los civilizados. En este proceso hemos imaginado mundos menos desiguales, más justos y, sobre todo, más pacíficos que acaso puedan abrazar la enorme diversidad cultural que conforma el tejido de las sociedades actuales.

Bandas fuera, bandas dentro es un esfuerzo colectivo por recoger la historia, en clave retrospectiva, de las agrupaciones juveniles de calle, o familias de calle, en España, Ecuador y El Salvador, tres territorios iberoamericanos donde el discurso sobre las «bandas», «pandillas» o «gangs» ha operado como dispositivo de gobernanza política, mediática y social sin igual en las últimas dos décadas. La atención cíclica que han desencadenado las alarmas provocadas por los medios de comunicación, en lo que va del presente siglo, ha desatado pánicos morales que han incidido, alternadamente, en la aplicación de políticas de mano dura (mayoritariamente) o de políticas inclusivas (minoritariamente) en los distintos contextos. Cuando los gobiernos —muchas veces presionados por la opinión pública—optan por dejar fuera a las bandas, activan los mecanismos de seguridad represivos y convierten al objeto «banda» en un «enemigo» a erradicar. Operación que borra la relación que este fenómeno tiene con el sistema capitalista contemporáneo y las causas estructurales como la violencia económica, la desigualdad, la exclusión social y la marginalidad urbana que engendran estas formaciones (Moreno Hernández, 2019; Feixa et al., 2021). En cambio, las experiencias que han apostado por las bandas dentro, contrarrestando los enfoques deshumanizantes, han brindado propuestas integradoras, oportunidades formativas, laborales y participativas con provechosos resultados para las juventudes y sus comunidades (Brotherton y Gude, 2018; Feixa y Andrade, 2020). Sin embargo, tanto las políticas de segregación como las que han trabajado desde una perspectiva más contenedora tienen claras limitaciones. A grandes rasgos, baste puntualizar que las primeras no han resuelto los problemas de raíz y han generado incluso mayor violencia; las segundas no han sido sostenidas en el tiempo y además han sido rechazadas por ciertos sectores de la sociedad y de las mismas agrupaciones. Por eso, uno de los objetivos de este libro es analizar los efectos de estas experiencias y hacer un balance sobre lo que ha funcionado y lo que ha fallado, ensayando propuestas y bosquejando lo que puede ser útil para encontrar otras (o nuevas) maneras de intervenir en estos conflictos.

El surgimiento de las «agrupaciones juveniles urbanas», siguiendo la terminología de Saskia Sassen (2017), o de las «subculturas callejeras», siguiendo a Brotherton y Gude (2018), se remonta a principios del siglo XX y está relacionado con los procesos de globalización que se fueron desarrollando a lo largo de la centuria y que han traído aparejados grandes desigualdades sociales, precarización laboral y desplazamientos poblacionales; favoreciendo el crecimiento de ciertos sectores sociales y la pauperización de otros, junto con la centralización de determinados espacios urbanos y la consecuente marginalización de otros, dando como resultado nuevas formas de sociabilización. Las ciudades se han vuelto densas y en las orillas de sus murallas, imaginariamente construidas y simbólicamente existentes, conviven una diversidad de actores, en ocasiones procedentes de universos diferentes, que luchan por subsistir frente a un sistema que los oprime y excluye. Así, la conformación de agrupaciones o culturas juveniles de calle es una manifestación que emerge como respuesta a la desterritorialización y que se emplaza como manera de cohabitar la ciudad. La lucha por la subsistencia y la violencia que produce la exclusión genera prácticas e interacciones que pueden funcionar cooperativa, solidaria y afectivamente frente a las carencias materiales y al sufrimiento provocado por el abandono socioestatal. A su vez, estas mismas prácticas e interacciones pueden también ser conflictivas y problemáticas en tanto generan enfrentamientos entre distintas agrupaciones y con otros agentes sociales que se sienten amenazados o que desde las estructuras de poder hegemónico buscan intervenir, ya sea erradicando, ya sea mediando, en estas realidades que atentan contra el orden establecido (Reguillo, 1995; Queirolo-Palma, 2017).

A lo largo de su evolución, las «culturas juveniles urbanas» han bebido de diversas tradiciones que les han sido útiles para expresar sus identidades. Unas «identidades híbridas» en las que, como señalan Feixa y Canelles (2006: 21-22) se entrelazan tradiciones locales y globales cuyas matrices son diferentes: la norteamericana que tiene sus orígenes en el modelo «gang», vinculada al proceso de urbanización de los Estados Unidos y la identidad étnica de las segundas y terceras generaciones de jóvenes cuyos antecedentes familiares eran migrantes realidad que ha sido investigada en el clásico estudio etnográfico realizado por Thrasher (1927/2021); la latinoamericana, representada por el modelo de «pandillas», expresión social fruto de la exclusión, la segregación y la discriminación que emerge en vecindarios o barrios delimitados geográficamente; la transnacional, encarnada por los «estilos juveniles subculturales» y conocida en España como «tribus urbanas», que emerge en contextos nacionales y que, a partir de los movimientos migratorios se propaga internacionalmente (como la estética punk, el heavy metal o el rap), entrando en contacto con la «escena juvenil global» de la que los jóvenes toman «elementos materiales e inmateriales»; y la tradición virtual, importada por las identidades juveniles que se difunden desde el ciberespacio, convirtiéndose en marcas que son consumidas por jóvenes en distintos puntos del globo y se transforman en «identidades nómadas» que fusionan elementos culturales de distintos territorios.

Un acercamiento más actual a estas prácticas y realidades, que emerge de la inspiración y el estudio de la obra de Thrasher (1927/2021), y que pretende orientar el estudio de las bandas transnacionales, puede encontrarse en la propuesta que han hecho Feixa et al. (2019) desde el proyecto TRANSGANG destacando la naturaleza, la función y las dinámicas de estas agrupaciones:

Una banda (transnacional) es un grupo intersticial formado en su origen espontáneamente e integrado después mediante el conflicto. Se caracteriza por el siguiente tipo de comportamiento: encuentros cara a cara (y online), peleas (y diversión), movimientos en el espacio como si fuera una unidad (y búsqueda de espacios íntimos), conflictos (y alianzas) con grupos similares y planificación. El resultado de este comportamiento colectivo es el desarrollo de una tradición, una estructura interna no reflexiva (y el establecimiento de reglas para regular los intercambios con otras bandas e instituciones), espíritu de equipo, solidaridad moral, conciencia de grupo e identidad vinculada al territorio (ya sea en su lugar de origen, en su nuevo hogar o en el ciberespacio) (Feixa et al., 2019: 46).

Alineados con el posicionamiento de ciertos sectores de la academia que han visto la necesidad de revertir el estigma asociado al concepto «banda» (Ballesté, 2022) y sobre todo con los avances producidos en el marco de las últimas investigaciones, en este libro elegimos referirnos a las bandas de un modo genérico con el nombre de «grupos juveniles de calle» (Brotherton y Barrios, 2004; Feixa et al., 2019) ya que a lo largo de sus páginas se abordan agrupaciones de diferentes contextos y formatos. Cabe, además, centrar la problemática de estas agrupaciones juveniles en el marco del modelo económico, político y social neoliberal salvaje que caracteriza al siglo XXI. Un modelo en el que las formas del Estado se han desdibujado y en el que el control se ejerce a partir de las esferas judiciales, legislativas y ejecutivas y el indiscutible poder de los mass media, que representan la realidad e influyen en la opinión pública. La función de estas instituciones se centra en nombrar, etiquetar, legislar y advertir en torno a las actuaciones desviadas de la sociedad. Un modus operandi que garantiza la (ansiada) seguridad y perpetúa un juego en el que la reglas (generalmente ambiguas) las imponen casi siempre los mismos y que ha conducido a la criminalización y estigmatización de estos grupos, sometidos a vigilancia y castigo.

Durante los últimos años, los discursos del odio, la intolerancia y las grietas sociales han aumentado. Esto puede evidenciarse en los comentarios que se lanzan en los foros abiertos de los entornos digitales mediáticos y en las manifestaciones discursivas en las redes sociales como Twitter y Facebook emitidos por sujetos anónimos y también por actores políticos que representan a determinados sectores de la sociedad. En la lucha por la producción de significados (Walsh, 2002), la academia y los medios de comunicación tienen un papel fundamental en tanto son catalizadores de sentido. Mientras que la mayoría de los medios trabaja con informes policiales, la espectacularización del fenómeno, la explotación de la violencia, la deshumanización de los pandilleros y lo que de consumible puede tener el fenómeno, parte de la academia se ha ubicado en el polo de la interrogación y la búsqueda de relación entre los fenómenos sociales y las condiciones o los factores que lo producen como problemática. Desde nuestro lugar, creemos que es importante subrayar que las realidades de estos jóvenes en todos los contextos que se abordan en este libro están atravesadas por diversas violencias inter-personales y sobre todo estructurales. Por lo tanto, es preciso entender el objeto «banda» como producto o reflejo de estas problemáticas. Teniendo en cuenta los efectos negativos de las políticas punitivas, no podemos dejar de señalar la necesidad de incluir a las «bandas», a los excluidos, a los que quedan fuera, en la búsqueda de solución para estos conflictos.

1. El proyecto en el que se enmarca este libro se titula LEBAN: ¿Legalizar las bandas? La constitución de asociaciones a partir de agrupaciones juveniles de calle en España, Ecuador y El Salvador: evaluación y prospectiva (2000-2025). Plan Nacional I+D+i. Convocatoria 2019: Retos Investigación. Investigador Principal: Carles Feixa. 2020-2023 [PID2019-110893RB-I00]. En el mismo han participado los siguientes investigadores e investigadoras: Adam Brisley, Alberto Martínez, Ángela Carbonell, Anna Sanmartin, Ariadna Fernández-Planells, Begoña Aramayona, Candy Chévez, Celia Premat, César Andrade, Eduard Ballesté Isern, Elisabeth Fuentes, Héctor Grad, José Javier Navarro, José Sánchez García Katia Núñez, Manuel Torres, Margot Mecca, María Oliver, Mercedes Botija, Miquel Úbeda, Nele Hansen, Patricia Tudela, Raúl Calvo Soler, René Unda Lara, Roger Soler-Martí, Sabina Puig y Sonia Páez de la Torre.

2. La trayectoria en el estudio sobre bandas del Investigador Principal, Carles Feixa, y parte del equipo, se remonta a finales de 1990 y principios de los 2000. Estas investigaciones se han transformado en diversos proyectos, siendo uno de las primeros JOVLAT: ¿Reyes y Reinas Latinos? Jóvenes de origen latinoamericano en España (2006-2008; Plan Nacional I+D+I) y uno de los más recientes y, sobre todo, más relevantes TRANSGANG: «Transnational Gangs as Agents of Mediation: Experiences of Conflict Resolution in Street Youth Organizations in Southern Europe, North Africa and the Americas (2018-2023; European Research Council Advanced Grant, H2020-ERC-AdG-742705), cuyos resultados también se han tenido en cuenta en la elaboración del presente libro. En todas estas investigaciones se ha buscado comprender la función social, política, económica y cultural de las prácticas y relaciones de agrupaciones juveniles en distintos territorios y desde perspectivas transnacionales.

INTRODUCCIÓN. MÁSALLÁDECASTIGARO REFORMAR: NUEVASAGENDASENELESTUDIODELASAGRUPACIONESJUVENILESDE CALLE

BEGOÑA ARAMAYONAY EDUARD BALLESTÉ ISERN

En las últimas tres décadas, el discurso público sobre las «bandas» o «pandillas» se ha movido en un terreno polarizado, relativamente estéril y, sobre todo, muy resbaladizo. La dificultad para poder abordar el fenómeno de las agrupaciones juveniles de calle desde un debate sosegado responde al clima de creciente polarización general que habitamos desde hace más de veinte años. No parece casual que las «bandas» o «pandillas» se hayan convertido en el objeto protagonista desde el que operan discursos de producción de odio, y a través del cual se consolidan políticas criminalizadoras, punitivitas, y estigmatizantes contra la juventud subalterna —a menudo, también, crecientemente racializada— en distintas urbes del planeta.

En nuestra experiencia, cada vez que se produce la muerte de un «pandillero», o cada vez que las pandillas protagonizan algún escenario de violencia explícita, suelen pasar dos cosas. Por un lado, los medios más reaccionarios desatan un ingente interés por describir, morbosamente, todos los escabrosos detalles del incidente, los códigos y rituales de las agrupaciones protagonistas, el color de la piel, el origen migratorio de los encausados, el número y características de las armas o el barrio en el que se producen los hechos. Por otra parte, los medios de corte más progresista dedican grandes esfuerzos en conseguir la voz de un «experto» que les «brinde luz» sobre el porqué y que desvele la caja mágica de las soluciones; como si de una receta de aplicación de medidas se tratara. No obstante, no deja de llamarnos la atención cómo esta atención pública, vehiculada a través de la alarma generada por los medios, se realiza de manera puntual (al calor de los incidentes), superficial (con intervenciones de minutos en televisión o pequeñas páginas en un diario) y, sobre todo, siempre alejada de la voz de sus verdaderos protagonistas (los miembros de las agrupaciones). La alarma social que generan las bandas, altavoceada por medios de comunicación y discursos políticos de manera puntual, sesgada e instrumentalizada, camina de la mano de un persistente desinterés por la realidad de las agrupaciones juveniles en particular, y de las juventudes subalternas y en los márgenes en general, en el día a día de nuestras sociedades.

Las bandas o pandillas se han convertido en un dispositivo de producción de discurso y gobernanza a escala mundial sin igual. En los últimos veinte años se han construido diferentes aproximaciones discursivas y de abordaje institucional al fenómeno en diversos territorios y países. En general, la aproximación institucional a la hora de lidiar con las bandas se ha movido en dos grandes estrategias. Por una parte, el modelo criminalizador de «mano dura» o «bandas fuera», consistente en la aplicación puntual o sistemática de procesos de persecución, vigilancia, represión y castigo de las agrupaciones. Esta estrategia, representada en el contexto de este libro a través de los casos paradigmáticos de Madrid (España) y El Salvador, centra su enfoque de intervención en el necesario combate bélico contra el «enemigo», que debe ser expulsado o eliminado. Por otra parte, la aproximación de «mano blanda» o «bandas dentro» se caracteriza por una apuesta por procesos de diálogo y mediación entre las agrupaciones y una diversidad de actores institucionales, cuya finalidad más inmediata ha solido ser la inclusión de las agrupaciones —o de algunos de sus miembros o sectores— en procesos de integración social por canales institucionales. De esta línea son paradigmáticos los casos del «Modelo Barcelona» donde, entre 2006 y 2008, ciertos sectores de las agrupaciones Latin Kings & Queens y Ñetas constituyeron asociaciones civiles con carácter jurídico, así como el caso ecuatoriano, que derivó también en la formalización de la «Corporación de Reyes y Reinas Latinos» e, incluso, en la incorporación de uno de sus miembros en la Asamblea Nacional durante el gobierno correísta. Para el lector interesado en construir horizontes de futuro más esperanzadores, una mirada rápida sobre estas dos propuestas de intervención podría llevar a la conclusión de que las vías de integración o «mano blanda» son las ideales para solucionar el problema de las bandas. No obstante, el alcance, las oportunidades, los límites y las consecuencias de estas experiencias a menudo son mucho más complejos, intrincados y borrosos, un aspecto que aspira a clarificar el volumen que presentamos aquí.

Para empezar, es preciso abordar la cuestión de las bandas o pandillas desde la nomenclatura. Las diferentes aproximaciones institucionales al fenómeno de las bandas o pandillas se han sostenido en base a la construcción y distribución de imágenes, definiciones y etiquetas que han explicado y delimitado lo que son o han sido las bandas, lo que hacen o han hecho sus miembros y el porqué de su existencia (Williams, 2015; Fraser y Hagedorn, 2018). El objeto «banda» se ha convertido en un terreno de producción de discursos resbaladizo, ya que la relación entre quien tiene legitimidad para hablar sobre el tema, y quien tiene acceso a la producción de discursos públicos, genera una tensión difícil de resolver. En ese sentido, encontramos que el desde dónde se interroga al objeto «banda» es fundamental: más allá de las versiones estrictamente estigmatizantes y criminalizadoras que habitualmente toman forma en los medios de comunicación tradicionales, en acalorados debates públicos y en informes policiales, las voces que apuestan por, como mínimo, un abordaje no punitivista contra las agrupaciones suelen encontrarse en un terreno relativamente hostil. En esta aventura se encuentran habitualmente aquellos miembros de la academia que, desde disciplinas como la antropología, la sociología, la psicología social, las ciencias políticas, la criminología crítica o los estudios urbanos, procuran comprender el fenómeno desde una visión crítica, que atienda a las violencias y desigualdades estructurales que subyacen socialmente en la constitución y en las dinámicas de las agrupaciones (Feixa et al., 2006; Feixa et al., 2021), a los factores identitarios y sentidos de pertenencia (Scandroglio, 2009), al rol de las bandas en tanto producción de discursos de orden (Queirolo-Palmas, 2017), y en las dinámicas de control y gobernanza (Ballesté y Feixa, 2022) o de acumulación del neoliberalismo urbano (Aramayona y Nofre, 2021). Cuando estas voces «expertas» son llamadas a intervenir en el discurso público a través de medios y prensa escrita suelen encontrarse en un terreno hostil, en el que habitualmente se invierten más esfuerzos por deconstruir visiones estereotipadas de las agrupaciones («no tienen un fin delictivo» o «castigarles, vía policial o judicial, no es la solución») que por realizar análisis pormenorizados sobre las causas de la constitución de los grupos y desvelar potenciales abordajes más allá del clásico reformales («no son malos chicos, hay que darles oportunidades»). Ciertas preguntas suelen quedar en un segundo plano como, por ejemplo, en qué medida la violencia que ejercen estos jóvenes es producto o consecuencia del escenario de violencia sostenida (estructural, social, económica y racial) que estos mismos chavales y chavalas encarnan en la larga onda de acumulación de procesos de desposesión de los últimos cinco siglos.

De entre todos los agentes que componen la producción del relato dominante sobre las bandas, normalmente los propios miembros han tenido una capacidad limitada, cuando no inexistente, tanto para definirse a sí mismos como para participar de esas representaciones públicas como un agente más en igualdad de condiciones. Con notables excepciones (véase, por ejemplo El Rey. Diario de un Latin King, coescrito por Carles Feixa y César Andrade y publicado en esta misma editorial), es difícil encontrar relatos en bruto de miembros de las agrupaciones. Tanto por el silenciamiento recurrente que han sufrido sus voces, como por la necesidad de instalarse en espacios normalizados desde los que poder elaborar discursos aceptados, pocas veces se ha dispuesto de voces directas, no mediadas y con suficiente altavoz que permitieran a los propios jóvenes protagonistas definir sus necesidades, sus dificultades, las violencias vividas y las reclamaciones políticas de trasfondo existentes. La habitual ausencia de estas voces también impacta claramente en las valoraciones que se pueden hacer de las políticas públicas y las aproximaciones que se han realizado al fenómeno. Así, la disyuntiva entre los posibles efectos de los dos caminos de abordaje institucional más recurrentes en dicha materia —su criminalización o su integración— aparece limitada otra vez por los agentes que generan valoraciones sobre estas temáticas.

Por otra parte, nos parece imprescindible recuperar y discutir las principales etiquetas y nociones que centran el cuerpo de estudio. Por un lado, el concepto banda —importado del anglosajón gangs— a través de su macroexposición mediática, tanto en medios de comunicación como también en producciones audiovisuales de diversa índole, ha apuntalado un imaginario común que suele ir vinculado a violencias, delincuencias y crímenes. Esa imagen mediática ha sido utilizada o nutrida por los propios agentes políticos interesados en su combate y erradicación a la hora de desarrollar políticas, o en el uso instrumental del discurso sobre bandas —actualmente también ampliado a los MENAS3— como chivos expiatorios de procesos de crisis estructural (véanse, por ejemplo, las intervenciones de partidos de ultraderecha como Vox y sus campañas de señalamiento en transportes públicos en Madrid). Por otro lado, como contrapartida, distintos esfuerzos protagonizados fundamentalmente por voces académicas, de ciertos partidos políticos progresistas o por entidades del tercer sector, han buscado desarticular esa noción estigmatizadora y marginalizante a través de la producción de nuevos conceptos: entre otros, conceptos como «grupos juveniles de calle» (Feixa et al., 2019) u «organizaciones de calle» (Brotherton, 2003) han buscado revertir esa lógica y proponer nuevas significaciones que busquen alejarse de la (re)producción de esos imaginarios criminales. Aun así, este ejercicio de cierta resistencia académica también ha significado muchas veces una pérdida de concreción sobre la cuestión y una distorsión de las referencias utilizadas. Tanto es así que los y las propias jóvenes que forman o han formado parte de estos grupos se identifican a ellos mismos explícitamente como miembros o exmiembros de una «banda». Aunque dicha identificación sea solo con la etiqueta y no con los atributos que le acompañan, sigue siendo el marco común identificativo para los propios jóvenes y la forma de reconocerse.

Más allá de la nomenclatura, creemos firmemente que la principal herramienta para desligar la etiqueta «banda» del estigma que recae sobre ella es la producción de imágenes alternativas, heterogéneas y complejas que traten de dotarla de más significados de los que actualmente dominan en el campo. Es decir, frente al discurso homogeneizador y totalizante del que a menudo adolece el discurso público sobre las «bandas», o en su versión desestigmatizadora, sobre las «agrupaciones juveniles de calle», consideramos imprescindible ponerle nombre y apellidos a las diferentes realidades que aparecen al tratar las formas heterogéneas de organización de la juventud en los márgenes: Latin Kings & Queens, Ñetas, DDPs, Trinitarios, Bloods, Back Panthers, Mara Salvatrucha, entre otras. Organizaciones todas ellas diversas y singulares en origen, trayectoria, filosofía política, rituales y códigos que, no obstante, comparten un mismo patrón: su raison d’être como sostén material y afectivo de una juventud subalterna crecientemente mestiza, transfronteriza, digital y en crisis, y su centralidad a la hora de protagonizar procesos de persecución, castigo y reforma por canales institucionales.

Este libro es producto del proyecto de investigación LEBAN, que durante más de tres años ha buscado analizar los agentes, las dinámicas y los impactos que han tenido los diferentes procesos de abordaje institucional sobre las bandas durante las últimas tres décadas en España, Ecuador y El Salvador. En ese sentido, nuestra mirada retrospectiva se enmarca en la línea de otros autores interesados en comprender la larga onda histórica que construye a las agrupaciones (véase también, por ejemplo, la reciente traducción de María Oliver y Carles Feixa del clásico libro de Thrasher (1927/2021) que analiza 1.313 bandas en Chicago, publicado en esta misma editorial). En esta misma línea, consideramos imprescindible mirar hacia atrás para poder buscar nuevos caminos y horizontes desde los que tejer estrategias novedosas de vinculación con las agrupaciones juveniles de calle. Sin embargo, nuestra aspiración se instala no solamente en analizar los límites y las consecuencias de cada experiencia dada, sino en buscar la emergencia de ciertas ausencias. Es decir, procuramos poner también sobre la mesa aquellos caminos que podrían haber sido y que, por distintos motivos, no se abrieron paso como abordaje dominante de aproximación sobre las bandas a lo largo de estas últimas décadas.

Con ello, partimos de la base de que la mayoría de las aproximaciones de abordaje institucional, social y mediático han tenido como finalidad o consecuencia (involuntaria o no) la eliminación o disolución de las bandas como sujeto social y político. Las políticas de criminalización, castigo y represión («mano dura») han buscado esa finalidad sin disimulos, aplicando a través de la fuerza de lo penal y lo policial, y siempre con un hilo de fondo mediático favorecedor, toda una serie de estrategias de persecución y encierro, bajo la finalidad de terminar con los grupos o de recluir a sus miembros a espacios socialmente apartados. Pero las políticas de mediación o de reforma («mano blanda»), enfrentadas física y discursivamente a las políticas de castigo, también se han regido por, unas veces, transformar la propia realidad de los grupos y sus formatos, otras, por enderezarles y normalizarlos hacia canales de comportamiento y de prácticas socialmente mejor aceptadas. Aunque más difícil de visualizar en este segundo caso, queremos poner encima de la mesa un argumento relativamente polémico: buena parte de las intervenciones dirigidas hacia las bandas tienen y han tenido como finalidad o efecto colateral (voluntaria o involuntariamente) la disolución de los grupos. Bien de forma explícitamente violenta (a través de la «mano dura»), bien a través de la búsqueda por convertirlos en sujetos reconocibles y aceptados socialmente con la construcción de «buenos ciudadanos» (a través de la «mano blanda»), las intervenciones institucionales han derivado, en buena medida, en la desaparición de la fuerza de las agrupaciones en tanto actores políticos y espacios de impugnación al orden. No obstante, por cada agrupación que es castigada (encarcelada, descabezada, perseguida) o reformada (neutralizada, normalizada, pacificada) surgen espontáneamente nuevas versiones, con otros nombres y con otros códigos, que siguen dando respuesta a la necesidad de la juventud por encontrar formas relativamente autónomas de existencia, supervivencia, identidad y respeto.

Sin romantizar a la juventud subalterna, más allá de situarles como «héroes (víctimas) o villanos (criminales)» (Feixa y Canelles, 2007), y entendiendo la compleja trama de resistencias, asimilaciones, y (re)apropiaciones de sentidos que la juventud construye en su cotidianidad, creemos necesario colocar en el centro del estudio sobre las bandas el análisis crítico (oportunidades, limitaciones y efectos indeseados) de los procesos de asimilación de las organizaciones juveniles en los que interviene la institución. Así, hablar de bandas hoy nos sirve de excusa para abordar cuestiones que trascienden a la juventud migrante en los últimos tiempos: los ciclos de migración y fronteras en los últimos veinte años y la emergencia de una «Europa fortaleza» que se resiste a ver a esos jóvenes como nuestros jóvenes; o una Europa que no quiere ver la relación entre los procesos de despojo acontecidos en los últimos cinco siglos y la grave crisis migratoria que habitamos en la actualidad. Hablar de bandas hoy nos permite también analizar la compleja trama de intereses, actores, discursos y prácticas de institucionalización del abuso contra la población migrante o subalterna. De manera crítica, hablar de bandas hoy —con una mirada retrospectiva— nos permite analizar la histórica y problemática relación de los Estados modernos con distintas formas de marginalidad urbana: del control de la gobernanza a través de la creación de unos otros a los que hay que castigar o reformar.

En ese sentido, en esa recurrente ausencia de centralidad de las voces en bruto (sin mediaciones, ni adornos) de los y las jóvenes protagonistas en el relato público, aparece también la ausencia de una mirada o de un espacio que los piense y los entienda como una entidad política con agencia propia. Ni el discurso académico más crítico, ni la intervención social, ni los movimientos sociales, hemos sabido encontrar fórmulas para que la dimensión política, más combativa y antisistema de las organizaciones juveniles se abriera paso en su potencial de transformación radical de la sociedad. Si estos grupos responden a situaciones de pobreza, marginalidad y violencia ¿por qué tan pocas veces han sido vistos o tratados como un agente político más que materializa/visibiliza y resiste en su quehacer cotidiano a todas estas situaciones de desigualdad estructural? ¿Por qué los movimientos sociales no han sabido generar esas alianzas, esos vínculos desde los márgenes, para tejer horizontes de lucha común? ¿En qué medida esta naturaleza combativa de ciertas organizaciones ha sido abordada, avorecida o neutralizada por las intervenciones públicas? Como relata Brotherton (Brotherton y Gude, 2021; Brotherton y Barrios, 2021), ya desde su creación en Estados Unidos, y también en su aparición en países como Ecuador, grupos como los Latin Kings respondieron a la necesidad de protegerse frente a ataques racistas, al abuso policial, a la marginalidad y la estigmatización que sufrían. Sus reivindicaciones políticas, de marcado carácter antirracista, fueron centrales en el origen y filosofía del grupo desde mediados del siglo XX. En esa misma línea, la agrupación de los Ñetas también surge como red de apoyo y solidaridad con las personas presas en las cárceles estadounidenses, lo que posteriormente fue también importado al contexto europeo. En España, esta dimensión política de las agrupaciones ha sido una de las principales perspectivas que ha quedado invisibilizada a la hora de «hablar» sobre bandas, tanto en los medios como en discursos políticos y académicos. Consecuentemente, esto ha llevado a que el prisma se centre siempre en el propio grupo, en sus acciones negativas o en sus posibles «bondades», y pocas veces se haya entendido a las agrupaciones como una voz más, emergida desde las periferias, que ponía y sigue poniendo sobre la mesa realidades marginalizadas existentes y otras formas de resistencia al racismo institucional y al neoliberalismo a escala global.

En esta línea, los discursos sobre legalización han tenido un papel fundamental a la hora de neutralizar las vías más «combativas» de las organizaciones. El propio proyecto de investigación que enmarca los trabajos que aquí se exponen parte de la pregunta general, pero no por ello generalista, sobre: ¿legalizar las bandas?. De la propia pregunta emerge un concepto que ha sido troncal históricamente en ciudades como Barcelona y Madrid, así como en la más reciente experiencia ecuatoriana: el de la legalización. De entrada, la aceptación de este marco interpretativo parte de la idea común de que los propios grupos viven en situaciones de ilegalidad y que, por ende, hay que aplicar políticas que favorezcan su eclosión y asimilación pública. Así, la constitución de «asociaciones juveniles» civilmente reconocidas ha sido uno de los mecanismos jurídicos más utilizados para favorecer cierta seguridad jurídica de las agrupaciones, como es el caso de la Organización Cultural de Reyes y Reinas Latinos de Cataluña y la Asociación Sociocultural, Deportiva y Musical de Ñetas. No obstante, en un ejercicio arqueológico, es necesario analizar críticamente el surgimiento de dicho marco interpretativo que guía y ha guiado prácticas y políticas aplicadas con o contra los grupos. La aceptación de la necesidad de una legalización parte entonces de un a priori cuestionable: que las organizaciones juveniles eran o son grupos ilegales y que, por ende, hay que canalizarlos o, en un sentido foucaultiano, normalizarlos hacia vías de existencia más aceptadas.

Aunque la necesidad de legalización normalmente ha sido defendida desde sectores críticos con los modelos de «mano dura», precisamente como un mecanismo de protección frente a los abusos policiales y la persecución institucional y mediática, así como de acceso a recursos públicos, a menudo ha favorecido también la aparición de efectos colaterales cuestionables. Por citar algunos de ellos podemos nombrar el impacto que tuvieron estos procesos en la neutralización de los componentes más políticos de la filosofía de las organizaciones en favor de un discurso «pro pacificación», el desmembramiento y división interna de las agrupaciones, así como el mayor conocimiento por los dispositivos penales y policiales del funcionamiento de las agrupaciones —tremendamente útil para el despliegue del aparato punitivo una vez finalizados los procesos de mediación—.

A este escenario se añade también una cierta tendencia general hacia la policialización del entorno social: al incremento de los dispositivos de fuerzas del orden en el espacio público se le suma un incremento de estos dispositivos en entornos habitualmente del campo de lo social (policía realizando charlas de prevención en escuelas, «agentes tutores» monitoreando el devenir de los chicos y las chicas). Sumado a ello, los y las educadoras y trabajadoras sociales, figuras por excelencia en contacto con «poblaciones vulnerables», asisten con cierto desconsuelo a una creciente merma del presupuesto público, a la externalización y privatización de sus servicios y a una mayor burocratización de su actividad. Así, el trabajo cotidiano, que con gran valor realizan buena parte del cuerpo de trabajadoras de lo social con jóvenes en lugares periféricos, se encuentra progresivamente más atado de pies y manos por la necesidad de demostrar cifras para asegurar su propia supervivencia: de participación, de éxito de las intervenciones en la provisión de «nueva oportunidades» y de limitarse a un discurso público suavizado, que no active las suspicacias de una Administración pública centrada en tapar los huecos del malestar que las políticas estructurales perpetúan en paralelo. Todo ello se relaciona también con una creciente privatización de la esfera social de intervención pública. Una privatización que coge dos formatos relacionales. Por un lado, la creciente pérdida de peso de los servicios sociales y los agentes públicos de intervención social en favor de su sustitución por asociaciones y entidades pertenecientes al tercer sector. Y, por otro lado, pero en consecuencia con lo anterior, por un aumento de la financiación privada de los proyectos de intervención social en ciertos barrios y zonas. Dicha financiación privada es la que, a su vez, puede condicionar las posibilidades de elaborar planes o estrategias de intervención con carácter estructural y de largo recorrido (normalmente desarrolladas desde lo público), y genera ese marco de necesidad de resultados y éxitos a corto plazo.

Es innegable el valor de los lazos construidos entre los jóvenes y los actores que procuran, desde el esfuerzo cotidiano y sostenido en el tiempo, construir nuevos horizontes para las personas reales, de carne y hueso, que acuden a su encuentro. Tanto desde el tercer sector como desde la academia o los servicios municipales, las experiencias de mediación han resultado en vínculos con las organizaciones que, en algunos casos, han «salvado vidas» en su literalidad más absoluta. No obstante, resuena de fondo también cierta incomodidad cuando el debate público se centra sobre los propios grupos y una especie de «¿qué hacer con ellos?», desligando cualquier posibilidad política, disidente, que emerja desde ellos mismos y situándoles, voluntaria o involuntariamente, en el marco común del «mal social» a remediar. Con ello, aquí no apostamos por entenderlos per se como un movimiento social en sí mismo, ni como formas de resistencia autoproclamada, sino como espacios de eclosión que nos muestran desigualdades y violencias sociales y también múltiples formas de hacerles frente, combatirlas, negociarlas o reapropiarlas en las cotidianidades. Si la mirada se ubica en este prisma, entonces podemos entender a las agrupaciones como una herramienta de subsistencia y, por ende, de resistencia, que como un sujeto desvinculado de cualquier cuestión social y política que emerge casi involuntariamente. Este cuestionamiento de la pregunta inicial que formulamos hace ya tres años (¿legalizar las bandas?) nos lleva necesariamente a preguntarnos, de una manera más compleja: ¿deben legalizarse las bandas? ¿Quieren legalizarse? ¿Qué entendemos por «legalización»? ¿Qué implicaciones tiene la producción de este discurso? Estas preguntas son las que guían parte de los trabajos que a continuación se presentan. En todos ellos hay una búsqueda por problematizar la aproximación institucional al fenómeno de las bandas —incluidas las principales políticas públicas aplicadas en cada caso— así como un interés por analizar los efectos en el devenir de las agrupaciones y las percepciones sociales que generan.

Dado que el desde dónde se construyen discursos públicos sobre las agrupaciones nos parece también un eje central de análisis, consideramos necesario explicitar desde dónde se habla en el libro, desde dónde emergen las voces que hablan sobre este tema y cuáles son estas. Por supuesto, lejos de huir de nuestra responsabilidad de sumar más voces y agentes externos a hablar del fenómeno, preferimos desvelar desde dónde lo hacemos. Primero, desde una dimensión geográfica, la propia investigación toma los acontecimientos ocurridos en Barcelona y Madrid en los últimos veinte años como casos paradigmáticos de dos caminos discordantes y paralelos que históricamente han tenido ciertas diferencias en la relación con las bandas. Esta centralidad debe ser entendida para que el lector comprenda y tenga presente la limitación de los propios autores que firman esta introducción a la hora de explicar o relatar situaciones, trayectorias y contextos en países como Ecuador y El Salvador. Así, aunque lo que guía tanto esta introducción como un porcentaje elevado de los trabajos presentados en el presente libro es la centralidad del caso español, fue necesaria la incorporación de las voces de investigadores e investigadoras locales que retratasen tanto el contexto latinoamericano como también a los propios jóvenes a través de la recolección de sus voces mediante intervenciones, entrevistas o grupos de discusión, entre otros.

El presente libro consta de cuatro bloques. En el primer bloque, bajo el título «Bandas, sociedad y Big Data», se presentan tres trabajos que sirven al lector como entrada y marco general a la temática. En el primer capítulo del bloque, Sonia Páez de la Torre, Sabina Puig y Miquel Úbeda, a través de una mirada retrospectiva y cronológica, nos contextualizan tanto la situación de las bandas como las cambiantes políticas públicas que se han venido aplicando sobre estos grupos en España, El Salvador y Ecuador. Este primer capítulo permite al lector no especializado introducirse en la temática, al mismo tiempo que nos presenta la disyuntiva entre las políticas de inclusión o de exclusión, mano dura frente a la mediación, que se han venido siguiendo en momentos concretos en cada uno de estos países. A continuación, Anna Sanmartín, Roger Soler y Héctor Grad exponen algunos de los principales resultados que emergen de la encuesta online que se realizó en el marco del proyecto en las ciudades estudiadas (Barcelona, Madrid, Valencia) y en los países de contraste (Ecuador y El Salvador). Con dicha encuesta se buscó entender el vínculo entre las políticas públicas aplicadas sobre las bandas en cada país y las percepciones de la opinión pública. Con ello, los autores intentan responder a la pregunta de si la aplicación de un tipo de políticas públicas o de intervención con las bandas tiene efectos reales a la hora de generar imágenes y percepciones sociales distintas sobre las agrupaciones. En el último capítulo de este bloque, Ariadna Fernández, Xavier Moraño y Xavier Guiteras articulan un análisis del tema bandas y grupos juveniles de calle en las redes sociales. A través de un análisis histórico de las redes sociales, principalmente de Twitter, este trabajo expone los impactos y las percepciones que se han generado alrededor de las bandas, así como una detección de los detonantes y los agentes que inician, amplifican o contribuyen a los debates más encarnados sobre la temática.

A continuación, el segundo bloque, titulado «Juventudes y bandas en España», se adentra de lleno en el análisis actual e histórico de la evolución de los grupos juveniles y las bandas en el contexto español. En el primer capítulo, realizado por los tres editores del libro, se realiza un análisis crítico del «Modelo Barcelona» como principal apuesta política de intervención y mediación no criminalizadora con bandas en la Ciudad Condal. La finalización del «Modelo» a principios de la segunda década de los dos mil, así como la posterior aplicación de medidas institucionales de persecución y encarcelación de jóvenes, permiten con cierta perspectiva despejar las consecuencias que estos cambios de enfoque han tenido para los propios grupos. En el siguiente capítulo, Begoña Aramayona, María Oliver y Héctor Grad abordan la experiencia de intervención sobre las bandas en el caso madrileño. Caracterizada por una persistente aplicación de «mano dura» y políticas punitivistas contra las agrupaciones, este capítulo expone los factores que influyeron en la oportunidad perdida de mediación y formalización de las agrupaciones en «asociaciones civiles» (como sí ocurrió en el caso de Barcelona) durante los años 2006 y 2008, así como las consecuencias de dicho fracaso en la actualidad (mayor clandestinización de los grupos y violencia intergrupal entre bandas). De manera crítica, también describe los principales modelos sobre los que se gestó la intervención pública sobre las agrupaciones («sacar a los chicos» y disolución a través de descabezamiento de líderes, centralidad de la «reducción de la violencia» y el fomento de actividades «prosociales», etc.) en detrimento de una apuesta por entender a los grupos como «movimiento». Para finalizar el bloque, Katia Núñez realiza un estudio de caso sobre la evolución de los grupos de Dominican’s Dont Play y Trinitarios en la ciudad de Madrid. Este capítulo es especialmente relevante para entender las nuevas estrategias, influencias y modos de accionar de las principales agrupaciones actualmente activas en el Madrid contemporáneo —fundamentalmente de origen dominicano—. También expone de manera central la relevancia de la esfera digital (youtubers y tiktokers convertidos en influencers) en la difusión de la popularidad de estas agrupaciones.

El tercer bloque, titulado «Juventudes y bandas en El Salvador, Ecuador y Marruecos», sirve como espacio de generación de puentes comparativos. Dada la movilidad de políticas, agentes, discursos e imágenes que se han dado entre estos territorios, la comparación con el contexto salvadoreño —exportador de imágenes, de tatuajes, armas y violencia en relación a las maras, así como de políticas de mano dura— y con el contexto ecuatoriano —laboratorio de recientes políticas de inclusión gracias a la influencia barcelonesa— es más pertinente que nunca. En el capítulo de Candy Chévez y Alberto Martínez se aborda la dramática historia de aplicación de políticas de «mano dura» y «súper mano dura» sobre las maras salvadoreñas durante los últimos veinte años, con consecuencias nefastas tanto en la gestión y reducción de la violencia como en la lamentable huella que deja en la reducción de libertades fundamentales. Su capítulo es especialmente relevante para entender la relación entre las políticas punitivas, la gobernanza de la pobreza y la corrupción política en un contexto de altísima violencia política. A continuación, René Unda nos contextualiza la evolución de las políticas públicas en materia de juventud, así como la inclusión de las bandas dentro de espacios institucionales en Ecuador. A través de un recorrido histórico hasta la actualidad, su trabajo nos permite reflexionar sobre el rol de la experiencia ecuatoriana, en tanto experimento de incorporación política, y el reconocimiento institucional acontecido durante 2008, que derivó en el «reconocimiento legal» de los Latin Kings como «Corporación de Reyes y Reinas Latinos». Reverberando con la experiencia barcelonesa, este capítulo es especialmente relevante para entender las oportunidades y límites de los procesos de mediación, diálogo e incorporación de las agrupaciones hacia vías institucionales. Por último, José Sánchez, Celia Premat, Rachid Touhtou y Xavier Moraño nos invitan a navegar la complejidad que emana de las sociabilidades juveniles en los márgenes, así como de su persistente estigmatización, en diferentes contextos del Sur global —incluso en aquellos donde el discurso sobre las «bandas» o «pandillas» no ha llegado—. Tomando como caso el barrio de Sidi Moussa en Casablanca, las autoras y autores exponen el vínculo entre el relato público de los jóvenes ‘ouled al-houma. Este capítulo es particularmente clarificador sobre la persistente estigmatización de ciertas agrupaciones juveniles con fuerte componente callejero, con dinámicas urbanas propias del neoliberalismo global y colonial.

El cuarto y último bloque, «Género, políticas públicas y reducción de la violencia», tiene una mirada más transversal y aplicada que busca reflexionar sobre las bandas en dos dimensiones distintas. Por un lado, el capítulo de María Oliver, Candy Chévez y Nele Hansen brinda luz sobre una realidad a menudo poco abordada en la literatura, a pesar de ser central en los discursos estigmatizadores de las agrupaciones: la dimensión de género en las bandas. A través de un fino análisis sobre el papel que ocupan las mujeres en el sostén de los grupos como los Latin Kings & Queens, DDPs, Trinitarios o pandillas salvadoreñas como MS13 y o M18, las autoras exponen la tensión que existe entre un continuo de posicionamientos de las mujeres al interior de las agrupaciones. Su capítulo es revelador, no solo en relación al papel que ocupan las mujeres en las bandas, sino a su compleja situación en casi cualquier organización social: por ejemplo, sobre la autonomía de las mujeres y la dificultad de acceso a puestos de membresía y liderazgo, el uso del cuerpo de las mujeres como territorios de disputa, o la complejidad de las relaciones afectivo-sexuales dentro de las organizaciones. Finalmente, el bloque cierra con el capítulo de Javier Navarro, Ángela Carbonell, Mercedes Botija, Virginia Paredes y Alba Benages, en el cual se trabaja en una herramienta de evaluación sobre las políticas públicas y las acciones sociales realizadas con estos grupos desde una mirada integradora, restauradora y participativa. En él, los y las autoras trabajan y exponen una bitácora de acción para su utilización tanto por parte de organizaciones sociales, de entidades públicas, como de otros agentes del tercer sector que se encuentren trabajando, desarrollando o pensando programas y proyectos con grupos de jóvenes de calle.

3. Menores extranjeros no acompañados.

PARTE I

Bandas, sociedad y Big Data

PANDILLAS: INTERVENCIÓNYCONTROL. APUNTESSOBRETRESREALIDADESDISTINTAS

SONIA PÁEZDELA TORRE, SABINA PUIGY MIQUEL ÚBEDA4

Introducción

Este capítulo presenta una visión general sobre el tratamiento que las pandillas juveniles han recibido en tres contextos diferentes: El Salvador, Ecuador y España. A la hora de estudiar este fenómeno es importante atender a las especificidades y particularidades de cada caso, analizando las experiencias locales, los significados, las creencias y las relaciones que acontecen en cada territorio. Sin embargo, abordar las singularidades concretas de cada territorio no supone negar las estructuras globales que contienen estas prácticas y que incluso explican ciertos aspectos de las mismas (Escobar, 2001). De hecho, en las diversas expresiones de las pandillas, confluyen elementos globales y transnacionales que las dotan de nuevos significados según nos situemos en contextos internacionales, regionales o locales.

Una de las hipótesis que se desprende del análisis de cada caso es que las soluciones a estos conflictos solo pueden imaginarse a partir del conocimiento profundo de cada contexto, así como de las lógicas estructurales que las atraviesan; teniendo en cuenta el trabajo que diferentes actores y organismos realizan a nivel comunitario y el poder que puede emerger de la interacción entre estos agentes.

Así pues, el objetivo de este capítulo consiste en brindar un marco general para cada contexto y claves para la lectura del presente libro. Con estos breves apuntes, buscamos pistas que ayuden a pensar el fenómeno de las pandillas en la actualidad y que generen preguntas que alimenten la discusión. Los capítulos que siguen profundizan aún más en estos aspectos.

Pandillas y violencias en El Salvador

Orígenes y magnitud del fenómeno

Entre los años 2000 y 2020, la tasa media de homicidios en El Salvador estuvo rondando los 60/100.000 habitantes, llegando hasta los 105/100.000 habitantes en 2015.5 Con estas estadísticas, El Salvador ha ocupado durante años los primeros puestos de los rankings mundiales de países con mayores tasas de homicidio, superando incluso a algunos territorios en guerra. El recuento de homicidios intencionales en el país ha sido y es la punta del iceberg de otras expresiones de violencia directa,6 como pueden ser desapariciones forzadas, violencia sexual, tortura, extorsiones, desplazamiento forzado, amenazas contra la vida, etc. Todas estas expresiones se manifiestan en un contexto de alta violencia estructural con un fuerte impacto en la vida cotidiana de muchas y muchos salvadoreños, especialmente entre los jóvenes: exclusión social, estigmatización, falta de acceso a servicios básicos, oportunidades educativas muy limitadas, preocupante número de familias con dinámicas disfuncionales (violencia intrafamiliar, ausencia de adultos referentes, etc.). Pese a los acuerdos de paz, tras la guerra civil salvadoreña, persisten en el país la presencia de grupos armados y una cultura de la violencia muy extendida en determinados sectores. Estos factores configuran en gran medida un contexto favorable a la expansión de la violencia criminal.