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Lily no había imaginado que su casero, que quería echarla de casa, sería el atractivo magnate Bastian Carrera. La hostilidad inicial los había llevado a un encuentro extraordinariamente sensual cuyas consecuencias fueron sorprendentes. Para reivindicar su derecho a ejercer de padre y a estar con la mujer que tanto lo había hecho disfrutar, Bastian le pidió a Lily que se casase con él. ¿Pero podía ser ella completamente suya cuando lo único que le ofrecía era un anillo?
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Seitenzahl: 162
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Maggie Cox
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Batalla sensual, n.º 2674 - enero 2019
Título original: Claiming His Pregnant Innocent
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-492-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
QUÉ QUIERES decir con eso de que la inquilina necesita más tiempo para reconsiderar su situación? ¿Me estás queriendo decir que se niega a marcharse?
Bastian Carrera no podía creer lo que acababa de oír. Aquello era la último que había querido escuchar después de haberse pasado el último mes convenciendo a compradores extranjeros para aumentar la cuota de mercado de la empresa de su familia, dedicada al aceite de oliva ecológico. De hecho, al día siguiente tendría que volver a viajar.
Había pasado brevemente por casa, en Italia, antes de marcharse a Brasil a hacer negocios y a dar una conferencia. El negocio de su familia era uno de los líderes del sector y había muchas personas interesadas en saber cómo había conseguido semejante éxito. Su familia era extremadamente rica y, con treinta y seis años, Bastian podía haberse tomado las cosas con más tranquilidad si hubiese querido hacerlo, pero lo cierto era que todos los aspectos del negocio lo interesaban personalmente.
No obstante, se sintió molesto al ver preocupación en el rostro bronceado y arrugado de su padre. Era evidente que se sentía culpable por no poder darle mejores noticias.
Antes de marcharse, Bastian había avisado a los inquilinos que ocupaban las casas de piedra de la finca que tendrían que marcharse, era necesario para que el resto del terreno pudiese considerarse ecológico. En general, se tardaba unos tres años en convertir la tierra, y él tenía la intención de plantar en ella todos los olivos ecológicos de la mayor calidad que pudiera.
Durante generaciones, su familia había sido una de las principales productoras del mejor aceite de oliva de Italia y así habían conseguido su fortuna, pero nunca se había tratado solo de dinero. El objetivo era conseguir el mejor aceite posible, y Bastian hacía todo lo que estaba a su alcance para lograrlo.
Su padre suspiró.
–No, no es que se niegue, pero…
–¿No le has dejado claro que no tiene elección? ¿Que necesitamos el terreno?
Alberto Carrera se ruborizó ligeramente y levantó un hombro.
–Sí, pero esa señora no se quiere marchar. Se ha divorciado hace poco tiempo y está centrada en su carrera. La luz que hay en la villeta es perfecta para su trabajo, dice, y ha instalado el caballete bajo el tragaluz.
–¿Quién es? ¿Una estudiante de arte? –replicó Bastian en tono molesto, frunciendo el ceño.
–No es esa clase de artista. Lily es ilustradora de cuentos infantiles y tiene derecho a quedarse en la villeta porque ha firmado un contrato de dos años y solo lleva seis meses en ella.
Bastian volvió a fruncir el ceño y juró entre dientes, pero su rostro siguió siendo fuerte y atractivo. Alberto solía decirle a todo el mundo que se parecía a su madre… que toda la familia de esta había sido excepcionalmente bella. Su único hijo era lo último que le quedaba de Annalisa, la encantadora mujer de la que se había enamorado tantos años atrás y que había fallecido demasiado pronto, al dar a luz…
–¿Y le has ofrecido a esa mujer la compensación de la que hablamos y le has dicho que le encontraremos otro lugar adecuado para vivir?
–Sí, lo he hecho, hijo, pero tengo la sensación de que no va a ser tan fácil convencerla y lo cierto es que no la culpo.
Bastian se llevó las manos a las caderas, impaciente, le brillaron los ojos.
–¿Cómo que no la culpas? Cualquiera diría que esa mujer te ha hechizado. ¡Padre! Solo voy a estar aquí dos días y tengo que saber que voy a disponer del terreno antes de volver a marcharme. No importa… ya hablaré yo con ella.
Bajó las grandes escaleras de estuco de la casa y agradeció que hiciese un poco de aire. Estaba furioso con aquella mujer que, al parecer, pensaba que podía hacer lo que quisiera con su padre. ¿Cómo se atrevía a aprovecharse de él mientras Bastian no estaba presente? Le iba a dejar las cosas claras…
De camino a la modesta casa de piedra que habían construido sus ancestros, reflexionó acerca de su testaruda inquilina.
En realidad, no la conocía ni la había visto nunca. Había dejado aquella parte del negocio a su padre.
Alberto había perdido eficiencia desde que, un año antes, le había dado aquel infarto, y Bastian había querido que trabajase lo mínimo posible. Junto con el ama de llaves, Dolores, tenían personal de confianza que atendía la finca y los olivares, y él mismo colaboraba todo lo que podía porque le encantaba estar cerca de la tierra. En su opinión, no había otro olor igual…
Por suerte, su padre no había protestado demasiado acerca de sus nuevas tareas y Bastian había pensado que se estaba haciendo mayor. Se había dejado la piel trabajando, levantando aquel negocio, pero el ataque al corazón le había dado un buen susto.
Llegó a la casa situada en la parte trasera de los olivares, que era un lugar con mucha intimidad, y subió las estrechas escaleras de piedra con su habitual agilidad. Levantó la vista a uno de los balcones con barandillas de hierro forjado, situado debajo del tejado inclinado, cubierto de buganvilla roja, y se tomó un momento para aspirar su aroma, que impregnaba el ambiente.
Empezó a relajarse. Se sentía bien en casa, aunque no fuese a quedarse mucho tiempo.
Entonces recordó el motivo de su visita y llamó con impaciencia a la puerta. Tenía que ganarle terreno a la inquilina, no darle ninguna ventaja. Al menos, aquel era el plan.
Pero entonces se abrió la puerta y su mirada se posó en una belleza de ojos verdes y melena rubia, descalza y despeinada, ataviada con un vestido de tirantes multicolor que se pegaba a un cuerpo tan esbelto que podría haber sido el de una primera bailarina. Y Bastian se olvidó de sus planes.
–¿En qué puedo ayudarlo? –preguntó la mujer, sin saber si sonreír o no.
«¿Por dónde empiezo?», se dijo él. El deseo y la atracción eran tan fuertes que le impedían hablar.
Intentó recuperar la compostura rápidamente y respondió:
–¿Signora Alexander? Soy Bastian Carrera, su casero.
–¿El hijo de Alberto?
La mujer sonrió por fin y Bastian se dijo que no había mujer inmune a los encantos de su padre. Lo que le costó creer era que aquella mujer hubiese podido estar casada y se hubiese divorciado. Tenía un cierto aire de pureza…
–Eso es. ¿Puedo pasar? Me gustaría hablar con usted.
A pesar del calor del día, supo que su tono de voz había sido un poco frío. Por muy atractiva que fuese Lily Alexander, iba a pedirle que se marchase. Al fin y al cabo, los negocios eran los negocios, y él no iba a permitir que la libido le anulase el sentido común.
–Vayamos al salón. ¿Quiere algo de beber?
–No. Solo quiero hablar con usted.
Con el corazón ligeramente acelerado, Lily condujo a aquel serio italiano al encantador salón, con un agradable y pequeño balcón donde se veía, a lo lejos, el maravilloso mar.
Bastian Carrera no parecía muy simpático, pero sí era muy atractivo. Llevaba el pelo moreno largo hasta los hombros, tenía los pómulos marcados y la mirada marrón e intensa. Además, iba vestido con una camisa blanca y vaqueros azules claros que le sentaban muy bien. Aunque, con aquel cuerpo, Lily estaba segura de que podía ponerse cualquier cosa.
Intentó centrarse y se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no miraba a un hombre con deseo. Eso se lo debía a su exmarido, al que nunca le habían interesado las relaciones íntimas. En cualquier caso, no iba a permitir que la atracción que había sentido por aquel guapo italiano la desviase de su objetivo de seguir viviendo en la villeta. Allí había encontrado la libertad que necesitaba para concentrarse en su trabajo y poder ganarse mejor la vida.
Siempre se había sentido bendecida por sus dotes artísticas, aunque a su pragmático exmarido le hubiesen desconcertado.
–No puedo fingir que comprendo tu devoción por el dibujo cuando podrías tener un trabajo mucho mejor pagado si te lo propusieras –le había dicho.
El problema era que Marc había dedicado toda su energía en su trabajo de bróker en la ciudad y que, para él, lo único que merecía la pena en la vida era el dinero. Lily tenía que haberse dado cuenta desde el principio de que no compartían los mismos valores, pero la búsqueda de estabilidad en su vida la había llevado a casarse con un hombre con dinero y propiedades, que pudiese darle seguridad, y se había equivocado.
Marc era un hombre atractivo, comprometido y simpático, y cuando habían empezado a salir le había declarado con frecuencia lo mucho que le gustaba estar con ella, mucho más que con ninguna otra mujer con la que hubiese salido. No obstante, la amistad que Lily había sentido por él no se había transformado en deseo.
De hecho, ni siquiera estaba segura de ser capaz de sentir semejante emoción.
En realidad, aquella agradable amistad jamás debía haberlos llevado al matrimonio. Era evidente. Poco después de casarse, su relación había empezado a estropearse. Además, a Lily cada vez le había gustado menos la vida tan falsa que llevaban en Londres, rodeados de amigos y compañeros de Marc con los que no había conseguido conectar, ya que, en su opinión, anteponían el dinero y las posesiones a todo lo demás.
No había sido la vida que ella habría elegido si hubiese hecho uso de su sentido común y, por lo tanto, el divorcio había sido inevitable e incluso bienvenido. Cuando había recibido la sentencia un año antes, se había prometido que no volvería a cometer la locura de casarse con alguien a quien casi no conocía. No, iba a empezar a ser mucho más sensata.
Tenía a su favor la certeza de saber que podía ganar dinero con su trabajo. Y que tenía ahorros. No obstante, Marc había insistido en que aceptase un generoso cheque para poder empezar una nueva vida. Lo había hecho porque quería conservar su amistad.
Aquella encantadora y antigua villeta era el lugar perfecto para trabajar en sus ilustraciones y, con un poco de suerte, recuperar la confianza en sí misma. En especial, después de un matrimonio que le había hecho dudar de su capacidad para encontrar a un hombre que la desease de verdad, o ella a él.
Tal vez no fuese posible.
–¿Por qué no nos sentamos? –sugirió, señalando el castigado sofá granate mientras ella se instalaba en un sillón.
Bastian se sentó y Lily observó que apoyaba las manos en las rodillas, como si quisiese estar dispuesto a pasar a la acción si era necesario. Aquello le sugirió que se trababa de un hombre al que le costaba contener su energía y relajarse. Querría zanjar aquel tema cuanto antes.
–¿Recuerda que hace un par de semanas le notificamos que tenía que dejar la casa? –empezó.
Lily frunció el ceño.
–Sí. Me dijeron que les hacía falta el terreno.
–Según mi padre, ha cambiado de opinión acerca de marcharse.
–En ningún momento accedí a hacerlo y así se lo dije. Cuando alquilé este lugar firmé un documento que establecía un periodo de alquiler de dos años. Solo llevo aquí seis meses.
–Soy consciente de ello, signora, pero esperaba que la compensación económica que le ofrecimos subsanase cualquier inconveniente que le hubiésemos podido causar, además, encontraríamos otro lugar adecuado a sus necesidades.
Lily suspiró y se sentó con la espalda más erguida.
–Lo cierto es que… me encanta este lugar. Aquí he encontrado la inspiración que estaba buscando.
Bastian arqueó una ceja y se cruzó de brazos.
–¿Le costaba encontrarla en otras partes?
–He tenido lo que se suele llamar un periodo de sequía. Tomé una mala decisión y se me complicó un poco la vida, lo que me llevó a perder la confianza en mí misma.
Lily se agarró las manos para impedir que le temblasen, pero supo que era demasiado tarde porque su casero se había dado cuenta.
Se sintió mal por haberse mostrado débil ante él, que en esos momentos la miraba intensamente.
–Pero, supuestamente, sus editores van a querer su trabajo.
–Sí, por supuesto. Ilustro cuentos para un escritor infantil muy conocido y, por el momento, no he tenido quejas. Los libros van muy bien a pesar de mis recientes desafíos.
–¿No le gustaría escribir sus propios libros e ilustrarlos?
Aquella pregunta le hizo gracia. Siempre había soñado con ello.
Lily tragó saliva y la sonrisa de Bastian la desconcertó. Empezó a temblar, pero por otro motivo…
–Sí. De hecho, he escrito un par de ellos, pero… Bueno, no es una profesión fácil.
–Así que prefiere seguir haciendo lo que hace, ¿no?
Aquel comentario la indignó.
–Yo no he dicho eso. Solo pienso que es mejor hacer cada cosa a su tiempo.
–Entonces, ¿no le gusta asumir riesgos?
–Ha venido aquí a hablar del alquiler, signor Carrera… ¿no será mejor que se ciña a eso?
Bastian paseó la mirada por los bonitos rasgos de aquella mujer y se dio cuenta de que algo que debía de haberle resultado sencillo: ir directamente al grano, le estaba resultando agotadoramente complicado.
Se preguntó qué habría querido decir Lily con eso de que su vida había sido complicada y que por ello había perdido la confianza en sí misma. Se preguntó si habría estado deprimida, si se estaría recuperando de un accidente o de una enfermedad, o si la habrían engañado y había perdido todo su dinero.
Entonces recordó que su padre había comentado que se había divorciado hacía poco tiempo. Debía de haber sido aquel matrimonio fallido lo que había minado su confianza. Y si seguía enamorada de su ex…
La idea lo molestó más de lo debido, así que hizo un esfuerzo por concentrarse en el motivo de su visita.
–Muy bien. Hablemos de negocios. Por desgracia, necesitamos que deje la propiedad lo antes posible, signora, y estaremos encantados de compensarla por ello. Como ya le hemos dicho, le proporcionaremos una vivienda similar en la misma zona.
Lily se frotó los brazos desnudos como si tuviese frío y a él se le aceleró el corazón al pensar en cómo darle calor. Hacía mucho tiempo que no le atraía tanto una mujer y el hecho de que lo atrajese justo aquella podía ser un problema.
–¿De verdad espera que acceda a marcharme así, sin más? –le preguntó ella, metiéndose un mechón de pelo rubio detrás de la oreja–. No sé si sabe que tengo derechos.
–Por supuesto que los tiene. Por eso le estoy haciendo una buena oferta. Vamos a compensarla y a buscarle otro lugar donde vivir.
Bastian tomó aire y se sintió cómodo al añadir:
–Si no accede a marcharse, me temo que tendré que acudir a las autoridades para echarla.
Ella se puso en pie de inmediato. Bastian vio que le temblaban los labios y que se ruborizaba.
Se sintió fatal por haberla puesto en aquella situación. De hecho, no quería decepcionarla.
–¿De verdad haría eso? ¿De verdad piensa que es justo?
Él levantó un ancho y musculoso hombro y volvió a dejarlo caer. Decidió hablar en tono neutro para evitar una desagradable confrontación.
–Le hemos dado tiempo para aceptarlo –añadió, pasándose las manos por el pelo–. No me diga que no ha sido suficiente.
–Sí, pero… no.
Lily decidió que no iba a dejarse amedrentar por Bastian Carrera. No iba a tolerar que él, ni nadie, la tratase como a un ser indefenso y débil.
En el colegio se habían burlado de ella por ser tímida y no querer formar parte de ningún grupo. La habían aislado y hostigado, haciéndola sentirse todavía más sola que en casa. Una casa que no había sido precisamente el mejor hogar. Y todo aquel dolor hacía que, en esos momentos, estuviese todavía más dispuesta a enfrentarse a su casero.
–¿A usted le gustaría que lo echasen de su casa así? ¿Como si sus necesidades no importasen nada? –inquirió enfadada–. Es evidente que las personas como yo no importamos nada cuando nos interponemos en sus objetivos, ¿verdad?
–¿Qué quiere decir con eso?
–Sabe muy bien lo que quiero decir. Es evidente que piensa que mis necesidades no valen nada en comparación con las suyas. Soy una mujer normal y corriente, que intenta ganarse la vida, y que no va a permitir que un hombre que se considera superior solo porque ha heredado dinero y tierras y no tiene que depender de nadie para tener un hogar le diga lo que tiene que hacer.
–¿Piensa que no aprecio lo que tengo? ¿Que no valoro mi buena suerte? –preguntó él–. No tiene ni idea de lo equivocada que está. Trabajo tan duro, sino más, que cualquiera de mis empleados que necesitan alimentar a sus familias porque es lo que he aprendido de mi padre. Su ejemplo me ha enseñado que un negocio vale lo que valen las personas que lo dirigen, que tenemos que valorar a las personas que trabajaban para nosotros y hacerles saber que su ayuda es esencial para el éxito y el bienestar de todos.
La pasión de su voz hizo que Lily se diese cuenta de lo mucho que había molestado su comentario a Bastian. Su reproche había sonado a celos, pero en realidad no era eso lo que sentía. Solo quería que la tratasen de manera justa.
–No he dicho que no sepa valorarlo. Yo también me enorgullezco de trabajar duro, es solo que…
De repente, tenía a Bastian justo enfrente y tuvo que hacer un esfuerzo para no desconcentrarse con su apabullante presencia.
–¿No podría esperar algo más de tiempo a convertir este terreno en un olivar ecológico? Al menos, hasta que se termine mi contrato. ¿No podría, a menos, considerarlo?
Respiró hondo, estaba sudando y eso la incomodaba. Hacía un día particularmente caluroso, pero la temperatura exterior no era el único motivo por el que tenía tanto calor.
Era Bastian Carrera la que la hacía sudar.
Al ver que este no respondía inmediatamente, añadió:
–Sinceramente… ha hecho que me enfade.
Él forzó una sonrisa. De repente, su enfado había desaparecido.
Lily lo miró a los ojos y lo que vio en ellos fue mucho más peligroso.
–Es la frase típica que diría una amante.
–¿De qué está hablando?
Estaba demasiado agitada para entender cómo o por qué había tomado aquel rumbo la conversación. Aunque, en realidad, lo sabía.
La tensión que había entre ambos era cada vez más intensa.
Y, como para confirmarla, el italiano levantó su fuerte mano y se la apoyó en la nuca mientras inclinaba el rostro hacia ella. A Lily no le dio tiempo a pensar nada más que en lo mucho que lo deseaba.
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