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Nunca habría imaginado que su matrimonio tuviera tantos secretos Para reclamar una herencia, el magnate de Texas Jake Thorne necesitaba encontrar esposa y fundar una familia… ¡cuanto antes! Su tímida secretaria Emily Carlisle era la elección perfecta. Ella no perseguía su dinero ni su poder... y tenía los labios más dulces y tentadores que él había probado nunca. Pero cuando Emily descubrió que Jake se había casado con ella sólo por dinero, la dulce gatita demostró que tenía garras. Para evitar que ella lo abandonara, Jake tendría que convencer a su reticente esposa para que se enamorara de él.
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Seitenzahl: 180
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2008 Sara Orwig. Todos los derechos reservados.
BODA CON ENGAÑO, N.º 1652 - enero 2012
Título original: Wed to the Texan
Publicada originalmente por Silhouette® Books
Publicada en español en 2009
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9010-456-9
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Para conseguir lo que quería, Jake Thorne sabía que tenía que casarse cuanto antes. Se removió incómodo en su lujoso sillón de trabajo mientras contemplaba Dallas desde el piso 25 donde se hallaba su oficina. ¿Cómo haría para encontrar una esposa a su gusto en tan sólo unas pocas semanas?
Había muchas mujeres en su vida, pero ninguna le despertaba suficiente interés como para mantener una relación larga, mucho menos casarse. Especialmente, cuando la mayoría sólo querían beneficiarse de su fortuna y su posición social. Tenía que encontrar a alguien que no persiguiera su dinero.
El sonido del intercomunicador lo sacó de sus pensamientos. Emily Carlisle, una de sus secretarias, necesitaba que firmara algunos papeles.
La observó entrar en el despacho: le había crecido el cabello y se lo recogía en un moño en lo alto de la cabeza. Al igual que siempre, vestía una blusa de algodón y una falda recta de colores suaves que la hacían fundirse con la decoración de la oficina. Aunque llevaba varios años trabajando para él, Jake apenas reparaba en ella más allá del terreno profesional. Emily era tranquila, agradable y una de las secretarias más eficientes que había tenido nunca, así que lo demás no era relevante. Sabía, porque se lo había preguntado una vez, que llevaba gafas para parecer más adulta, no por necesidad. Sin embargo, desconocía si ella estaba con alguien; tampoco le importaba mucho.
Emily dejó un montón de cartas e informes sobre la mesa y le tendió dos notas rosas.
–Había dos mensajes en el contestador esta mañana: uno de Kalas Jaskowski y otro de Miranda Gable –anunció ella.
–Concierta una entrevista por teléfono con Jaskowski –indicó él–. Y a Miranda dile que la llamaré cuando vuelva de Australia, dentro de dos semanas.
Miranda seguramente quería invitarlo a una de sus fiestas para intentar retomar una relación que para él estaba más que terminada.
Emily asintió y le recordó la agenda del día, repleta de reuniones.
Muy avanzada la tarde, Jake celebró quedarse solo por fin en su despacho. Tenía muchos contratos por leer y necesitaba que Emily le mecanografiara unas cartas. Estaba haciéndole trabajar horas extra, pero ella le aseguró que no había problema.
A las seis, Jake tomó su abrigo para marcharse y se sorprendió al ver a Emily todavía frente al ordenador. Se acercó a su mesa.
–Por hoy ya hemos terminado, Emily. Vete a casa.
–Estoy dejando algo preparado para mañana –contestó ella con una sonrisa.
Jake desenchufó el ordenador.
–Recoge tus cosas, te invito a cenar –anunció.
Emily lo miró sorprendida.
–No tiene por qué hacerlo…
–Ya lo sé, pero me apetece –insistió él–. ¿Estás libre esta noche?
Jake se regocijó al verla debatirse interiormente. Desde que tenía trece años no recordaba a ninguna mujer así ante él.
–Sólo es una cena, Emily –añadió.
Ella se sonrojó, agarró su bolso y se acercó a él, sin dejar de mirarlo perpleja.
–¿Hay algún hombre en tu vida al que le importe que cenemos juntos? –preguntó él.
–En absoluto –respondió ella tajante.
Jake se preguntó si estaría tan harta como él de citas superfluas. Le abrió la puerta y, al pasar, Emily dejó un rastro de agradable perfume. Cubierta por el abrigo, apenas se percibían sus formas. Pero Jake, dada su necesidad urgente de encontrar esposa, la observó más detenidamente. Proponerle matrimonio era una idea absurda, se dijo, sus mundos eran totalmente diferentes.
Llegaron al coche, un elegante Maserati negro, y Jake percibió la desaprobación de Emily. Le intrigó, ninguna mujer rechazaba nunca su dinero.
Una vez en la mesa del restaurante, Jake alargó la mano y le quitó las gafas a Emily.
–Sé que no las necesitas –le explicó.
Emily tenía unos hermosos ojos azules y largas pestañas. Se había quitado la chaqueta y su holgada blusa beige dejaba adivinar más de una curva.
–Es cierto, no las necesito –respondió ella con una sonrisa guardándolas–. Se me olvida que las llevo.
–Háblame de ti, ¿qué te gusta hacer en tu tiempo libre? Deduzco que no hay un hombre en tu vida en estos momentos.
–Ni lo va a haber en mucho tiempo. Las cosas no salieron demasiado bien la última vez –comentó ella con cierta amargura–. Tal vez espero demasiado.
–¿Demasiado, como qué?
Emily se encogió de hombros.
–Un hombre compatible conmigo y al que le guste mi familia.
–Así que la familia es importante para ti. Esperas casarte y tener la tuya propia algún día, ¿me equivoco?
–Es lo más importante de mi vida –respondió ella–. Supongo que no es así para ti, que persigues el éxito profesional. Trabajas sin descanso, incluso los fines de semana.
Jake se sonrió al pensar en su yate y su casa en la montaña.
–El dinero y mi carrera profesional me importan, pero yo también quiero casarme y tener hijos –aclaró–. Háblame de tu familia.
Ella le contó que sus padres vivían en Dallas y que tenía tres hermanos y una hermana, todos casados. Su padre era pastor de una orden. Emily bebió un sorbo de vino y siguió hablando mientras comían sus ensaladas. No estaba haciendo ningún esfuerzo por gustarle y menos aún por flirtear con él, pensó Jake. Tampoco parecía interesada en su fortuna. Era una conversación amigable, igual que en la oficina.
Jake descubrió que ella tenía treinta años, sólo un par menos que él. Era responsable, inteligente y digna de confianza. Las mujeres con las que él solía salir no poseían esas cualidades, tal vez por eso no se planteaba casarse con ninguna.
Jake sonrió al escuchar a Emily pedir una caja para llevarse las sobras de la copiosa cena. Él hacía lo mismo hasta que recibió su primer cheque con seis cifras. Desde entonces, había dejado de preocuparse por el dinero y pretendía seguir así.
A la salida del restaurante, él la tomó del brazo.
–La noche es joven. Déjame que te enseñe mi casa, podemos tomar una copa y seguir allí la conversación.
–Gracias, pero me voy a casa. Mañana tengo mucho que hacer: soy tutora de matemáticas en mi parroquia.
A Jake se le aceleró el pulso: ¿Desde cuándo una mujer rechazaba su invitación a conocer su casa? ¿Había encontrado la solución a su dilema? No tenía por qué haber amor, él llevaba treinta y dos años sin encontrarlo. Y necesitaba una esposa y una familia lo antes posible para obtener lo que quería.
–Vivo en Oak Avenue en un complejo de apartamentos –le informó ella.
–Vives cerca de la oficina.
–Sí, se llega fácilmente andando o en bici –respondió ella sonriente.
Jake sabía que ella nunca lo invitaría a subir, así que, cuando llegaron frente a la casa de Emily, apagó el motor y se giró hacia ella.
–Emily, pareces tan harta de relaciones como yo.
–Supongo que sí.
–Aun así, los dos queremos casarnos y formar una familia, ¿cierto?
Ella sonrió ligeramente y asintió. Iba a abrir la puerta y salir, cuando él añadió:
–He estado pensando en mi futuro, Emily. Y esta noche que te he conocido un poco mejor he tomado una decisión: deberíamos plantearnos un matrimonio de conveniencia. Creo que podría funcionar. Así los dos conseguiríamos lo que queremos.
–¡Casarnos! –balbuceó ella con sus grandes ojos azules muy abiertos.
Jake se fijó en que ella tenía unos labios carnosos y apetecibles.
–Eso es. Un matrimonio decidido con cabeza y planificado con lógica. Un matrimonio que satisfará nuestras necesidades y al mismo tiempo se mantendrá práctico y sencillo. Llevamos siete años trabajando juntos, no somos unos extraños. Es ideal.
–¡Es absurdo! –exclamó ella.
–No, es perfecto –rebatió él.
Jake tomó una de las manos de Emily entre las suyas y la miró a los ojos.
–Emily, ¿quieres casarte conmigo?
Diecisiete meses después
La brisa mecía las hojas de las palmeras y el sol hacía relucir las blancas paredes de la villa de Jake. Desde la veranda, Emily contemplaba la límpida piscina con cascadas y fuentes rodeada de un exuberante jardín de césped y flores tropicales. La playa se divisaba algo más allá.
En Dallas, septiembre todavía era tiempo de verano, pero allí por la brisa marina las tardes ya eran frescas. La isla privada de su marido debería de resultarle un paraíso, no una prisión. Pero Emily quería regresar a Texas. Jake llegaría a casa en cualquier momento y ella iba a exponerle sus planes.
Sumida en sus pensamientos, no percibía la belleza que la rodeaba. Durante diecisiete meses había estado encerrada en un matrimonio de conveniencia; ya estaba lista para romper sus votos. Ella no era la mujer que Jake necesitaba, aunque le costaba aceptarlo.
Estaba harta de vivir en la isla. Jake salía todos los días para trabajar, así que seguramente no echaba de menos Dallas o ni siquiera notaba la diferencia. Pero esa vida ociosa no era para ella, igual que tampoco lo sería para Jake.
El motor de un coche deportivo anunció la llegada de Jake. Emily entró en la casa a esperarlo. Ventiladores de techo movían perezosamente el aire por encima del mobiliario de bambú.
Emily comprobó su aspecto en un enorme espejo. Su largo pelo castaño estaba recogido en una cola de caballo. Llevaba un vestido corto azul claro y sandalias. Últimamente había adelgazado. Jake no lo había percibido, pero a Emily no le sorprendía.
Cuando lo oyó abrir la puerta principal, lo llamó. Nada más verlo, a Emily se le aceleró el pulso. Desde el principio le había parecido un hombre guapo y sexy, pero no había ido más allá porque era su jefe. Además, a menudo llamaban a la oficina mujeres a las que Jake había roto el corazón y que intentaban volver con él. Ella no quería verse en esa situación.
Sin embargo, desde que él se había fijado en ella, su cuerpo respondía apasionadamente ante él, cosa que la asustaba un poco.
Lo que más le gustaba de Jake eran sus ojos grises de largas pestañas, la volvían loca. Su mandíbula cuadrada, nariz recta y pómulos marcados completaban un hermoso rostro que llamaba la atención. Además, alto y siempre impecable, desde el corte de pelo hasta los trajes a medida, desprendía éxito y seguridad en sí mismo. Emily trató de aplacar su deseo recordándose que no podía seguir con aquel matrimonio. Temía la siguiente hora, pero debía pensar en su futuro.
–Estás preciosa. Qué alegría llegar a casa –dijo él acercándose y abrazándola.
Emily se vio envuelta en su colonia y su cuerpo musculoso.
–¿Por qué esa cara larga? –preguntó él levantándole la barbilla.
–Jake, quiero hablar contigo –respondió ella con un hilo de voz.
Emily no estaba segura de poder decirle lo que tanto había ensayado. En brazos de él, su determinación empezaba a flaquear. Jake era un hombre maravilloso lleno de cualidades y ella sentía que estaba fallándole: no conseguía darle el hijo que él deseaba.
–Yo también quiero que hablemos, ¿qué te parece después de hacer el amor… ahora? –propuso él en un susurro.
Comenzó a acariciarle el cuello y Emily vibró de placer.
–Te he comprado un regalo –anunció él tendiéndole un estuche con un lazo rojo.
–No deberías hacerme regalos así –protestó ella.
–No veo por qué no. Quiero hacerlo. Ábrelo –le ordenó él impaciente por ver su reacción.
Emily se estremeció al leer el deseo en sus ojos. Abrió el estuche: un fabuloso collar de diamantes y zafiros refulgió al sol de la tarde.
–Es impresionante –dijo ella entristeciéndose más aún.
–¿Qué ocurre? –preguntó él haciendo que lo mirara–. ¿No te gusta?
Emily inspiró profundamente. Ninguna mujer haría lo que ella estaba a punto de hacer. Su hermana Beth ya le había dicho que era una locura.
–El collar es precioso, Jake, no es eso… Algo no funciona. Nuestro matrimonio, nuestro acuerdo… no funciona.
Jake frunció el ceño.
–Apenas llevamos casados un año y medio, danos una oportunidad. ¿Qué es lo que te hace infeliz exactamente?
–Acordamos que queríamos un bebé. Los médicos han comprobado que los dos estamos sanos, pero no me quedo embarazada. Siento que estoy fallándote.
–Relájate, dale tiempo –la tranquilizó él y sonrió travieso–. De hecho, podemos trabajar en ello esta noche.
Comenzó a besarle el cuello. Emily cerró los ojos, a punto de sucumbir como tantas otras veces. Jake era apasionado, comprensivo y siempre trataba de complacerla, era imposible resistirse a él. Pero por una vez, ella recurrió a su sentido común y se apartó de Jake.
–¡Jake, escúchame! Sabes que puedes distraerme, pero necesitamos hablar de esto.
Él le acarició la mejilla con suavidad.
–Cariño, intento darte todo lo que quieres. Te propongo algo: ve a cambiarte, cenaremos en las islas Caimán. Llevas un mes en esta isla, ya es hora de que salgas. Además, así podremos hablar durante toda la velada. Avisaré para que preparen el jet y reservaré el restaurante.
–Jake, podemos quedarnos aquí perfectamente…
–Ya lo sé, pero quiero salir contigo. Voy a darme una ducha y afeitarme –anunció él y salió como una exhalación.
–A esto me refería –dijo Emily a la habitación vacía–. No me escuchas. Haces únicamente lo que tú quieres.
Frunció los labios y se dirigió a su amplísimo dormitorio para arreglarse. Entró en el vestidor, tan grande como la mitad de su antiguo piso, y dejó el collar de diamantes y zafiros sobre el aparador. Lo miró y suspiró. A muchas mujeres les entusiasmaría un regalo como aquél.
Desde las ventanas abiertas llegaba el sonido del mar. Aquello era un paraíso. Y una prisión. Igual que su matrimonio.
Supuso que cenarían en un restaurante elegante, así que eligió un vestido azul oscuro liso sin mangas, cerrado al cuello con finos botones de ébano. Era de líneas sencillas, pero le sentaba muy bien. Se cepilló el pelo y se lo recogió en un moño en lo alto de la cabeza. No solía maquillarse demasiado, así que tras ponerse unas sandalias de tacón y agarrar un bolso de seda, estaba lista para reunirse con Jake. Se detuvo a contemplar de nuevo el collar. Lo juzgó demasiado elegante para aquella ocasión, pero sí se adornó el pecho con un diamante en gota que Jake le había regalado anteriormente. Ella no daba importancia a las joyas y apenas solía llevar ninguna, pero sabía que a Jake le complacía que luciera sus regalos.
Conforme bajaba al vestíbulo, se preguntó si conseguiría que Jake la escuchara. Tal vez simplemente debería marcharse dejándole una nota.
Jake la esperaba en la puerta principal concentrado en su Blackberry. Con sólo verlo, a Emily se le aceleró el pulso. Nadie ponía en duda que su marido era guapo. Vestido con un traje azul marino hecho a medida y una camisa blanca, tenía todo el aspecto del multimillonario que era.
Jake tenía unos rasgos perfectos, pero lo que lo destacaba del resto de hombres eran sus ojos grises. Ojos irresistibles que podían arder de deseo, brillar de diversión o evaluar una situación de un simple vistazo. Cuando ella se acercaba lo suficiente, podía ver las diminutas gotas verdes junto a la pupila. Pero esos mismos ojos ocultaban los pensamientos de Jake con total eficacia. Y Emily conocía también su mirada de acero cuando estaba decidido a salirse con la suya.
Cortar con él suponía romper con todo lo que le habían enseñado y eso la hacía sentirse culpable. Pero sus temores por el futuro y su incapacidad de tener un bebé eran más poderosos.
¿Se arrepentiría algún día de haberlo dejado? Llevaba tres semanas preguntándose lo mismo. Él no tendría problemas para rehacer su vida, miles de mujeres desearían reemplazarla.
Si lo dejaba, no habría vuelta atrás. Jake no la perdonaría, ya le había visto aplicar esa faceta suya en el trabajo. No estaba acostumbrado a no salirse con la suya.
Iba a ser una noche complicada.
Jake guardó la Blackberry y recorrió a Emily lentamente con la mirada. Se acercó a sólo unos centímetros de ella y la abrazó por la cintura.
–Estás muy hermosa y hueles de maravilla –le susurró con voz ronca.
–Gracias –contestó ella seria.
Elevó la vista hacia él y se le aceleró el pulso al ver la expresión de su mirada.
–Eres mucho más apetecible que cualquier cena –añadió él elevando la temperatura de la sala.
Posó su mirada en la boca de Emily haciéndola suspirar. Se acercó más a ella.
–Eres deliciosa –añadió él rozándole suavemente los labios con su boca.
Emily cerró los ojos y posó sus manos sobre los brazos de Jake. Podía sentir sus poderosos músculos bajo la elegante tela. Jake la atrajo hacia sí y la besó. Emily entreabrió los labios y él deslizó su lengua en el interior encendiendo un fuego que ella no podía controlar: gimió suavemente y se entregó a él. Lo abrazó por el cuello, se apretó contra él y le devolvió el beso ardientemente.
Cuando Jake la soltó por fin, Emily necesitó unos segundos para volver en sí. Abrió los ojos y se lo encontró mirándola. Su rostro mostraba dos emociones: deseo y satisfacción. Él sabía demasiado bien que con un beso podía hacerle olvidar todas sus quejas y discusiones.
–Jake, besarnos no resuelve nada –le advirtió ella.
–Tienes razón. Provoca un incendio que sólo tú puedes apagar después –murmuró él insinuante–. Llevas el diamante que te regalé. Me alegro de que te guste.
–Es adorable.
–Antes de que salgamos, hay una cosa que mejorará aún más la noche –comentó él.
Sin dejar de mirarla, comenzó a desabrocharle los botones del vestido desde el cuello hacia abajo.
–Aunque estamos casados, sigues ocultándome tus preciosas curvas –comentó.
Emily deseaba desabrocharle la camisa, recorrer su escultural pecho con las manos y besarlo de nuevo. Por otro lado debía controlarse, o nunca conseguiría que él la escuchara. Si hacían el amor, todo lo demás pasaría a un segundo plano. Pero era tan difícil no reaccionar mientras él iba soltándole los botones uno a uno…
Emily lo sujetó por la muñeca.
–Ya es suficiente, Jake.
–Uno más, deja que disfrute de la vista. Dos más hasta que salgamos del avión.
Ella sonrió, incapaz de negarse. Jake soltó tres botones más y bajó el cuello del vestido para que formara una V pronunciada. Recorrió el escote con los dedos haciéndola estremecerse.
–Ahí lo tienes. Estás para comerte –señaló él.
–Y tú eres irresistible –le confesó ella.
–Eso espero –contestó él solemnemente–. ¿Nos vamos?
Con su habitual aire autoritario, la tomó del brazo y la condujo al coche sin esperar respuesta. Era un deportivo convertible, uno de los numerosos coches que Jake poseía repartidos entre sus distintas casas.
Emily se acomodó en el asiento de cuero y, mientras Jake rodeaba el coche para sentarse a su lado, ella aprovechó para abrocharse los tres botones que él acababa de soltar.
En unos minutos llegaron al hangar donde les esperaba su avión privado. Toby Uride, su chófer, y Brick Pentriss, su guardaespaldas, también los acompañarían. A Emily le había llevado algún tiempo habituarse a toda la gente que trabajaba para Jake. Le costaba especialmente moverse con guardaespaldas.
En breve sobrevolaban la isla y a continuación el mar Caribe. Emily divisó el imponente yate de Jake anclado en el puerto. Algo más allá navegaba un luminoso crucero sólo un poco más grande que el yate de Jake.
Emily se giró y se encontró con la mirada de Jake.
–Eres preciosa, Em.
Él tomó una de sus manos y comenzó a acariciarle los nudillos. Emily inspiró hondo. Con una simple mirada y un roce, Jake conseguía que lo deseara ardientemente.
–Gracias –respondió casi sin aliento.
–Ésa es una de las muchas cosas que me gustan de ti: siempre respondes –comentó él suavemente–. Mi cuerpo reacciona a ti incluso aunque tú no lo pretendas. Como ahora: sin hacer nada, estás encendiéndome.
–Si te sentaras bien y dejaras de tocarme y de flirtear conmigo, ninguno de los dos nos encenderíamos –apuntó ella, sin importarle sonar remilgada–. Esta noche lo único que quiero es una oportunidad de hablar contigo sin distracciones. Quiero que me escuches.
Jake asintió.
–Prestaré atención a cuanto me digas, pero preferiría mantener este flirteo. Deseo que me excites. Así, cuando volvamos a casa y hagamos el amor, será aún mejor.
Su tórrida mirada y su voz insinuante resultaban tan provocadoras como sus caricias. Emily confiaba en que él no fuera consciente de lo mucho que la excitaba, aunque temía que lo sabía demasiado bien. Retiró su mano y volvió a mirar por la ventana.
–Esto es precioso, Jake. Deberías verlo.
–Ya lo estoy viendo –indicó él sin dejar de mirarla.
Emily mantuvo la vista clavada en el exterior. No quería que Jake descubriera lo mucho que había logrado encenderla.
Fue un vuelo rápido. Al aterrizar, con Toby al volante de la limusina y Brick en el asiento del copiloto, se dirigieron a uno de los lujosos hoteles de un amigo de Jake.
El restaurante se encontraba en el ático. El maître saludó a Jake por su nombre y los condujo a un romántico rincón que ofrecía unas espectaculares vistas sobre la playa.
Emily pidió té helado y Jake vino. En cuanto se quedaron a solas, Jake le acarició la mano nuevamente. Una descarga recorrió a Emily.
¡Ojalá se quedara embarazada! Cada día lo deseaba, y cada día se recordaba que debía dejar de desear lo imposible. Habían visitado a los mejores médicos, habían hecho el amor todo el tiempo, pero nada de embarazo.