2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €
¿Está a salvo tu ropa interior? La atractiva Bobbie Callahan podía distinguir un hombre con calzoncillos largos de uno con cortos a diez metros de distancia, eso era todo lo que le había aportado hasta ahora el negocio de ropa interior que había heredado de su familia... Hasta que tuvo que llamar al nuevo sheriff, Aidan O'Shea, que, por cierto, estaba encantado de tener una misión. Y no solo porque aquella ciudad fuera un verdadero sopor, sino también porque Bobbie era la chica más sexy que había visto en su vida.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 172
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Delores Fossen
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Breve pero intenso, n.º 1421 - agosto 2016
Título original: Truly, Madly, Briefly
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8696-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
El Twango: Prenda del catálogo 231B. Comodidad, estilo e ilusión unidos en unos calzoncillos que moldearan su trasero y reducirán su estómago. Disponible en rojo Foxtrot, dorado Cha Cha y negro Mambo.
De no haber sido por la desaparición de la caja de ropa interior Magic Magenta, de talla triple X, Bobbie habría mantenido las distancias con el agente Aidan O’Shea.
Desde luego que sí.
Pero tal y como estaban las cosas, debía dejar a un lado cualquier pensamiento sobre loterías, amor y lujuria para poder denunciar un posible crimen. Un crimen realmente estrafalario, pero un crimen al fin.
Miró por la ventanilla para asegurarse de que el agente estaba en su despacho. Así era. Y estaba solo. Se encontraba de espaldas a ella, con el teléfono sujeto entre el hombro y la oreja. Desde donde se encontraba, Bobbie tenía una visión panorámica de sus ceñidos pantalones caqui, que algunas mujeres del pueblo habían definido como «la prenda idónea para ser quitada». Ninguna había tenido la oportunidad de cumplir aquel propósito, pero, al menos, la prenda había servido para alimentar la imaginación del pueblo.
Cuando sonó la campanilla de la puerta, el agente O’Shea se volvió a mirar por encima del hombro mientras Bobbie entraba y le hacía un gesto para que siguiera con su conversación.
—Sí, lo he anotado —aseguró el agente a la persona que se hallaba al otro lado de la línea.
Ah, el acento de Boston. Era pura música para los oídos de Bobbie, que estaban acostumbrados al arrastrado acento texano. Cada vez se sentía más agradecida a Boston por haberse sumado al programa de intercambio de agentes de policía. Pero debía reconocer que la mejor parte le había tocado a su pueblo, Liffey, pues a cambio de enviar a su agente Wes, primo de Bobbie, habían recibido al agente Aidan, y ninguna mujer del pueblo dudaba de que habían salido ganando con el cambio.
—Pero tendrá que venir a comisaría a presentar la denuncia, señora Determyer —dijo Aidan antes de hacer una pausa—. No, tendrá que venir. El sheriff Cooper sigue con la gripe y no puedo salir de la comisaría a menos que se esté cometiendo un crimen —otra pausa—. No. Una sensación de inquietud en la boca de su estómago no constituye ningún crimen.
Bobbie se sentó en la silla que había ante el escritorio y se limitó a escuchar. No pudo evitar una pequeña oleada de calor. Era una auténtica estupidez, pero el mero hecho de escuchar la voz del agente hacía que se acalorara y se pusiera sentimental. Era una lástima que debiera evitar precisamente aquello. El agente Aidan O’Shea solo iba a pasar seis semanas en el pueblo, y lo último que debía hacer ella era juguetear con algo temporal.
—¿En qué puedo ayudarla? —preguntó el agente.
Bobbie salió de su ensimismamiento y se puso en pie.
—Probablemente no me recordará…
—Usted es Bobbie Callahan, directora de Boxers & Briefs, la fábrica de ropa interior para hombres que está en Everton Road. Le han puesto cuatro multas de aparcamiento en los últimos seis meses. Tiene una denuncia por cruzar la calle imprudentemente. Ayer no asistió a su cita con el dentista y se le ha pasado la fecha de devolución del último libro que sacó de la biblioteca.
De manera que sí sabía unas cuantas cosas sobre ella. Cosas bastante embarazosas. Menudo pueblo de cotillas…
Probablemente no le habría servido de nada alegar que su primo, el agente Wes, le había puesto aquellas multas y la denuncia por cruzar solo para fastidiarla.
—Pagué las multas —explicó—. Volveré a pedir cita con el dentista y me ocuparé de devolver el libro a la biblioteca a primera hora de la mañana.
Pero al parecer, el agente aún no había terminado.
—También ha sido la ganadora de la lotería «Aidan».
Oh. Eso.
Bobbie debería haber imaginado que el agente acabaría enterándose de algo tan ridículo como la lotería organizada por un grupo de mujeres del pueblo que, evidentemente, no tenían nada mejor que hacer.
Lo más probable era que Aidan se hubiera enterado de quién había sido la ganadora segundos después de que Henrietta Beekins hubiera sacado de una enorme vasija de barro la papeleta con el nombre de Bobbie, vasija que contenía otras ciento treinta y siete papeletas.
Aidan miró el calendario que tenía sobre la mesa.
—Creía que el asunto de la lotería no comenzaba hasta mañana por la mañana.
—Supongo que sí, aunque no estoy segura. Ni siquiera quise participar en esa absurda lotería.
Aquello no había sonado muy convincente, pero lo cierto era que Bobbie no había querido participar en la lotería que daría a la ganadora los derechos exclusivos para perseguir durante una semana al tipo más macizo del pueblo: Aidan O’Shea.
No.
Ni siquiera se había planteado participar en ella. Después de liarse dos veces con Jasper Kershaw, necesitaba otro hombre tanto como una vaca un liguero.
—Mis tíos pensaron que me estaban haciendo un favor incluyendo mi nombre en el sorteo —explicó—. Estaban equivocados, como suelen estarlo siempre que deciden entrometerse en mi vida. No tengo intención de perseguirlo mañana ni ningún otro día. No es que piense que no merecería la pena, pero en estos momentos no estoy interesada en relacionarme con ningún hombre. Digamos que me estoy tomando unas vacaciones en el terreno sentimental… y en todo lo demás.
Por el asentimiento de cabeza del agente, Bobbie dedujo que le había gustado lo que había oído.
—¿Es a causa del agente de viajes que la ha dejado plantada en dos ocasiones?
Bobbie no se había atrevido a esperar que el agente no se hubiera enterado de los plantones de Jasper. A pesar de que Aidan solo llevaba una semana allí, probablemente habría oído hablar del fiasco en detalle. Jasper y ella seguían siendo uno de los tópicos principales de conversación del pueblo.
—Digamos que la experiencia me ha quitado las ganas de cualquier futura relación.
El agente volvió a asentir.
—Sus tíos —comentó—. Los he conocido.
Por la forma en que se comprimieron sus sensuales labios, no debía de haber sido un encuentro muy agradable. Ya que Bobbie no quería especular sobre lo que había pasado, se limitó a decir:
—¿Oh?
—Han pasado por aquí esta mañana —Adam desenvolvió un caramelo y se lo metió en la boca—. Han tratado de convencerme para que haga de modelo para el catálogo de ropa interior masculina de Boxers & Briefs —hizo una pausa—. No he tenido más remedio que rechazar su generosa oferta.
—Oh.
Era de esperar. A pesar de todo, Bobbie no podía culpar a sus tíos por intentarlo. Aidan O’Shea poseía un trasero de primera clase, y había una evidente escasez de ellos en Liffey. De hecho, había escasez de varones en funciones menores de cincuenta años. Y con sus ojos color verde mar, su pelo color chocolate y su metro ochenta, Aidan daba la talla de varón en funciones. Estaba hecho de la misma materia que los sueños.
O que las pesadillas, en el caso de Bobbie.
Por algún motivo, el agente no paraba de recordarle que ella también era una hembra en funciones. Y eso no estaba bien. No estaba nada bien. Sus hormonas, y otras partes femeninas, tendrían que encontrar otra forma de divertirse.
—¿Cómo está el sheriff Cooper? —preguntó, con la esperanza de distraerse.
—Bastante mal.
—Oh. Lo siento.
Aidan asintió.
—Deje que adivine. Ha venido a protestar por… —alzó un dedo— algún «tocón» y quiere que vaya de inmediato a su casa para comprobarlo.
—¿Se refiere a un «mirón»? —preguntó Bobbie, desconcertada.
—No. Me refiero a alguien que pasa despacio junto a su casa en coche y toca la bocina de un modo sugerente.
Bobbie frunció el ceño.
—No. No he venido a denunciar nada parecido. Llámeme ingenua si quiere, pero no sabía que una bocina pudiera sonar «sugerente». Supongo que hasta ahora he llevado una vida demasiado protegida.
Aidan no pareció divertido con su comentario. Alzó un segundo dedo.
—Cree haber visto un OVNI y quiere que esta noche vaya a hacer guardia en el interior de su casa.
Bobbie negó con la cabeza.
Él alzó un tercer dedo.
—Su gato se ha quedado atrapado en un árbol y quiere que vaya a su casa para convencerlo de que baje.
Bobbie arrugó la nariz.
—¿Recibe muchas llamadas como esa?
—A montones.
Y ella que pensaba que había tenido un día duro con el asunto de la desaparición de la caja de ropa interior…
—Yo he venido porque cierta mercancía ha desaparecido del almacén.
Aidan parpadeó, asombrado ante la posibilidad de un crimen real.
—¿Y quiere denunciar la desaparición?
Aquella parecía una pregunta sin truco.
—Por supuesto.
Aidan siguió mirando a Bobbie con escepticismo.
—¿Qué clase de mercancía?
—Calzoncillos —Bobbie sintió que se ruborizaba de la cabeza a las uñas de los pies, que llevaba pintadas de narciso dorado. Tras cinco años de dirigir Boxers & Briefs ya debería estar acostumbrada a hablar de ropa interior con un hombre, pero no era así.
Él alzó una ceja.
Bobbie supuso que querría más información. Cuando vio que alzaba la otra supo que estaba en lo cierto.
Asintió. Se encogió de hombros. Movió los pies, inquieta.
—El diseño se llama Gigolo. Tiene una parte delantera de seda floja y una especie de… vaina casi invisible.
Bobbie tuvo que reconocérselo; aparte de aquellas cejas alzadas, Aidan no reaccionó en absoluto. No sonrió. No tosió. Se limitó a permanecer sentado con una típica expresión de poli en su increíblemente atractivo rostro.
—¿Algún otro detalle que sirva para identificar la mercancía?
Bobbie le dio el número de almacenaje. Lo que no le dijo fue que el eslogan de venta del Gigolo era: «Una prenda para asegurar el cómodo acceso a las joyas de la familia».
—La caja contiene tres docenas —añadió—. Todos de color morado. Ah, y todos de talla triple X.
La expresión de Aidan permaneció inmutable. Como si aquel fuera el crimen más rutinario de su carrera, sacó un formulario del cajón de su escritorio y tomó un bolígrafo. Apenas había empezado a escribir cuando se abrió la puerta. El pomo y la campanilla golpearon contra la pared y la corriente dispersó los papeles que se hallaban sobre la mesa.
—¡Tiene que venir de inmediato! —exclamó Maxine Varadore. Se situó entre Aidan y Bobbie, pero no sin antes dedicar a esta una mirada de «¿pero qué diablos haces tú aquí?»
Bobbie le devolvió la mirada, pero tenía mucha práctica haciendo aquello con Maxine, sobre todo desde que la había echado hacía poco de su trabajo como costurera en la fábrica. Maxine tenía la extraña costumbre de encajar su trasero de talla catorce en unos vaqueros de talla seis, pero siempre había sido un desastre a la hora de bordar.
—Está ocupado redactando un informe —dijo Bobbie.
Maxine le dedicó una helada mirada de despreció y luego alzó su empolvada nariz.
—Ya no eres mi jefa, así que no tengo por qué escucharte —cuando volvió su atención de nuevo a Aidan, dejó escapar un gemidito y batió sus pestañas, cargadas de rimel—. Mi pobre gatita Sue Sue está atrapada en un árbol de mi patio. Tiene que ir a bajarla. Le advierto que puede llevarle un buen rato.
Aidan amontonó de nuevo los papeles y los colocó en el centro del escritorio. Miró a Maxine y luego a Bobbie, como diciendo «así que no me creía, ¿no?» Ella concedió su punto de vista con un encogimiento de hombros. De manera que aquello era con lo que tenía que enfrentarse cada dos por tres. Sintió lástima por él.
—No me dedico a rescatar gatos, señorita Varadore —dijo mientras tomaba el bolígrafo de nuevo para seguir con su informe—. Y de momento estoy atendiendo a la señorita Callahan.
Maxine dejó escapar un bufido que habría bastado para apagar las velas de la tarta de cumpleaños de un anciano.
—Puede que hayas ganado la lotería, Bobbie Fay Callahan, pero se suponía que no debías empezar a perseguirlo hasta mañana por la mañana. Ese fue el trato.
—Yo no acepté el trato —Bobbie ladeó la cabeza hacia Aidan—. Y él tampoco. Estoy aquí por un asunto oficial.
—Sí, claro. ¡Pero si tú ni siquiera tienes gato!
Aidan se levantó y dejó caer el bolígrafo en el escritorio.
—Pero tiene un problema que requiere mi atención profesional. Así que, si nos excusa…
Bobbie habría secundado aquello, pero su busca se puso a sonar en aquel momento. Mientras Aidan seguía con sus explicaciones y Maxine seguía rogándole que acudiera a rescatar a su gato, ella rebuscó en su bolso y apartó un manojo de folletos de viaje para localizar el artilugio. Le bastó una mirada a la pantalla para apagarlo. Luego cerró el bolso.
—Jasper —murmuró. Pero, obviamente, no debió de hacerlo en voz lo suficientemente baja, pues Maxine y Aidan se volvieron a mirarla.
—¿Jasper Kershaw ha vuelto al pueblo? —preguntó Maxine, esperanzada.
Bobbie asintió.
—Ha vuelto hace un par de horas.
Concretamente, hacía dos horas y catorce minutos. Seis personas, excluyendo al propio Jasper, la habían llamado ya para informarle del regreso de su ex prometido. Bobbie había jurado dejar de responder al teléfono. Era una lástima que no pudiera apagar el busca, pero habían quedado en llamarla del almacén para ponerla al tanto si surgía alguna novedad referente al asunto de la caja desaparecida.
—¿Vas a volver con él? —preguntó Maxine, aún más esperanzada.
—¡No! —Bobbie respondió tan rápido que casi se le salieron los dientes de la boca. Y su afirmación fue cien por cien cierta. Era una lástima que Jaspers no lo hubiera deducido ya por su cuenta. Ya la había llamado siete veces en las pasadas dos horas y catorce minutos.
Maxine chasqueó con la lengua.
—Volverás con él. Siempre lo haces. Eso cancelará el resultado de la lotería, por supuesto, así que habrá que celebrar otra para ver quién es la primera que se pide a Aidan. Pero te aseguro que esta vez seré yo la que saque la papeleta.
—Es solo una suposición, pero creo que al agente no le interesa una lotería —dijo Bobbie.
El busca volvió a sonar. Miró el interior de su bolso y volvió a ver el número de Jasper. Pulsó el botón para apagarlo y cerró el bolso.
Maldición.
Estaba claro que Jasper quería un tercer asalto, cosa que no iba a obtener. Después de haber sido abandonada por dos ocasiones en el altar, había aprendido la lección en lo referente a Jasper Kershaw.
—¿El informe? —le recordó Aidan. También lo dijo para recordar a Maxine que se esfumara, porque la ignoró por completo y se dispuso a trabajar. Miró un momento a Bobbie—. ¿Valor estimado de la mercancía desaparecida?
—Cuatrocientos treinta y dos dólares.
Maxine se inclinó hacia el escritorio para ver el formulario y puso los ojos en blanco.
—¿Alguien ha robado los Gigolos de talla triple X? ¡Pero si nadie usa esa talla en todo el pueblo!
Aparentemente consciente de que acababa de dar un detalle muy íntimo de su no tan íntima vida amorosa, Maxine volvió a alzar la barbilla.
—Volveré —advirtió tras lanzar otra torva mirada en dirección a Bobbie.
Bobbie se habría sentido más aliviada si su busca no hubiera sonado de nuevo. No necesitó mirar. Era Jasper. Tenía que serlo. Solo él podía ser tan molesto.
—¿Quiere utilizar el teléfono? —preguntó Aidan.
—No, gracias. Tengo uno en el bolso —Bobbie apagó el busca de nuevo.
—¿Significa eso que Jasper Kershaw va a presentarse por aquí para denunciar su desaparición porque no responde a sus llamadas?
Bobbie negó con la cabeza. Jasper no denunciaría su desaparición, pero sin duda iba a darle la lata de mala manera. ¿Por qué no se había mantenido alejado del pueblo?
Aidan volvió hacia ella el formulario que tenía en la mesa.
—Asegúrese de que los datos son correctos y firme.
El teléfono sonó en aquel momento y lo descolgó mientras le alcanzaba el bolígrafo a Bobbie.
—¿Un mirón que ha pasado despacio por delante de su casa y ha tocado la bocina? —preguntó Aidan al cabo de un momento—. ¿Y le gustaría que fuera a echar un vistazo?
Bobbie le habría dedicado una mirada compasiva si su busca no hubiera vuelto a sonar. En aquella ocasión lo miró. Era Jasper.
Masculló una maldición. Aquello empezaba a resultar insoportable. Sacó el busca del bolso, lo desconectó y lo arrojó a la papelera que había junto a la mesa.
—¿Cree que tendré que pasar la noche en su casa para atrapar al mirón? —continuó Aidan, que, evidentemente, estaba repitiendo las palabras de su interlocutora. Cerró los ojos e hizo una mueca.
Bobbie hizo lo mismo cuando el busca volvió a sonar. Obviamente, no lo había apagado bien. La papelera de metal vibró y amplió el sonido de los molestos pitidos. Aquello fue la gota que colmó el vaso. Sacó el móvil de su bolso y marcó el número de Jasper. Éste contestó de inmediato, pero Bobbie no le dio oportunidad de abrir la boca.
—No vuelvas a llamarme —advirtió—. Por lo que a mí se refiere, Jasper Kershaw, no eres mejor que un hongo contagioso, y haré lo que sea por evitarte.
Obviamente embarcado en su propia batalla de voluntades, Aidan continuó con su llamada.
—No, me temo que no puedo salir, señorita Martindale, ya que esa persona se ha limitado a tocar la bocina. Mi consejo es que no se desvista mientras esté ante una ventana abierta.
—Bobbie —dijo Jasper en tono zalamero, como si ella no acabara de compararlo con un hongo contagioso—. Cuánto me alegro de oír tu voz. Tenemos que hablar. ¿Dónde estás? Voy para allá enseguida.
—Ni hablar —dijo Bobbie justo cuando Aidan colgaba.
Sus miradas se encontraron. Bobbie vio en los ojos verdes de Aidan la misma frustración, el mismo hartazgo que sin duda reflejaban los suyos. Sin apartar la vista de él, apagó su móvil.
—¿Está pensando lo que yo estoy pensando?
Aidan entrecerró un ojo.
—No lo sé. ¿Por qué no me dice lo que está pensando?
Era una petición razonable, pero podía conducir a un momento realmente embarazoso si no estaban en la misma frecuencia. Después de todo, a Bobbie se le había ocurrido algo ridículo.
Pero tal vez necesario.
—Usted primero —insistió.
Ambos teléfonos volvieron a sonar. El busca también. Ninguno contestó. Se limitaron a seguir mirándose.
—Sé que apenas nos conocemos —dijo Bobbie—, pero tal vez podamos echarnos mutuamente una mano.
—Tal vez.
No era la respuesta más entusiasta que Bobbie había recibido en su vida, pero era un comienzo. Un comienzo que podía comprarles un poco de tiempo para recuperar la cordura.
—No estoy buscando nada ni remotamente romántico —continuó Bobbie. El ruido de los teléfonos y del busca estaban a punto de enloquecerla, de manera que alargó la mano hacia la papelera, sacó el busca, lo tiró al suelo y lo pisoteó enérgicamente con un pie. Necesitó tres golpes antes de que saltara hecho añicos—. Ya he tenido suficiente romance para un par de vidas. Y sospecho que usted está harto de recibir llamadas para rescatar gatos y ahuyentar a supuestos mirones.
Aidan asintió.
—Continúe.
Bobbie respiró hondo, con la esperanza de que surgiera alguna buena analogía en su mente.
No fue así.
Desafortunadamente, lo que surgió fue una mala analogía que asomó de inmediato a su charlatana boca.
—Es un poco como el Twango, uno de los productos de Boxers & Briefs que más se vende.
Por la expresión de Aidan, lo había dejado totalmente desconcertado.
—¿El Twango?
La mala analogía insistió.
—Es un calzoncillo para hombres satinado y encorsetado.
Aidan siguió mirando a Bobbie con la misma expresión.
El continuo repiqueteo de los teléfonos bastó para dar a Bobbie el coraje necesario para continuar.
—«El Twango: comodidad, estilo e ilusión unidos en unos calzoncillos que moldearán su trasero y reducirán su estómago» —dijo, repitiendo el eslogan con que se anunciaba la prenda.
Sin duda, aquel no había sido su mejor intento por explicar las cosas.
Pero, desgraciadamente, tampoco había sido el peor.
En lugar de seguir cavando un agujero en el que cada vez estaba más hundida, Bobbie esperó a comprobar si Aidan O’Shea estaba lo suficientemente desesperado como para aceptar su oferta.