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Al volver a su ciudad natal... no esperaba encontrar el amor. La agente de la policía de Nueva York Rayanne Garrett iba a tener que enfrentarse a algunos momentos embarazosos al llegar a Longhorn, Texas, a sacar a su tía Evie de la cárcel. Las cosas no podían ponerse peor, porque resultaba que el nuevo sheriff era precisamente el hombre al que Rayanne no quería enfrentarse. Once años antes había ocurrido algo entre ella y Rios McKay que hacía que le resultara muy difícil volver a mirarlo a los ojos. Pero si quería ayudar a su tía iba a tener que hacer cualquier cosa... incluyendo salir con el sheriff.
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Seitenzahl: 143
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Delores Fossen
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Esposado a ti, n.º 1397- abril 2020
Título original: The Deputy Gets Her Man
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1348-170-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
«Cuando dudes, murmura».
Bumper Ditties, Evie E. Garrett.
Rayanne estaba mirando cómo su casi amante trataba de maldecir y de subirse la cremallera de los vaqueros al mismo tiempo. Aparentemente algo tan fácil era muy difícil para Rios McKay.
—¿Por qué? —preguntó Rios, entre palabrotas por haberse pillado el dedo con la cremallera.
Aparte de haber deseado que se hubiera pillado con la cremallera otra parte de su cuerpo, Rayanne no podía hacer nada. Acababa de sufrir el mayor bochorno de su vida, pero Rios pensaba que él era el que tenía que estar enfadado.
Había algo que ella no entendía.
—¿Por qué? —murmuró ella.
Esperaba que le dijese la razón por la que en el último momento él se había catapultado bruscamente separándose de ella.
Él la miró atónito.
—¿Por qué, qué? No me creo que tengas que preguntármelo. ¿Por qué no me habías dicho que nunca habías estado con un hombre?
—Lo he hecho —contestó ella intentando conservar algo de su dignidad.
Rayanne se levantó del suelo y empezó a vestirse.
—Sí, me lo has dicho un segundo antes de que lo comprobara por mí mismo. Por Dios, Rayanne, deberías habérmelo dicho antes de que te tumbara en el suelo. Eso es algo que no se le debe ocultar a un hombre.
—No te lo he dicho porque hemos estado besándonos durante la última media hora. Es muy difícil hablar con tu lengua en la boca —contestó ella desistiendo en ponerse las medias. Se puso la falda y la camisa—. Aparte, ¿por qué mi falta de experiencia te importa tanto? Tú has estado con tantas mujeres que no las podrías ni contar.
Él se puso una mano en el pecho.
—No te hubiera tocado de haberlo sabido antes —dijo sin mirarla—. Yo no hago el tonto con niñas inocentes.
Aquello dolió a Rayanne.
—Yo no soy ninguna niña, tengo dieciocho años y quería que tú fueses el primero.
Ella había deseado a Rios durante años. Él era el chico malo de Longhorn, Texas, y había sido el protagonista de todos sus sueños eróticos. Pero en aquel momento le hubiera arrancado uno a uno con pinzas cada pelo de su cuerpo.
—¿El primero? —repitió él dándole una patada a una piedra—. No este hombre, no yo. No quiero ser el primero de nadie, ¿lo entiendes?
Rayanne quería darle una contestación memorable antes de irse, algo que Rios no olvidase nunca. Una contestación como los dichos que solía utilizar su tía Evie, pero había un par de problemas. El primero era que estaba tan avergonzada que no podía pensar en nada y el segundo era que no se podía ir a ninguna parte puesto que Rios la había llevado hasta Whiskey Creek en coche; irse ella sola suponía una caminata de unas diez millas por el campo y de noche. Aun así lo estaba considerando, pero el aullido de un coyote en la lejanía le quitó aquella idea de la cabeza.
Rayanne levantó la barbilla y miró a Rios a los ojos.
—Casa —fue lo único que fue capaz de decir.
¿Casa? Acababa de experimentar la situación más vergonzosa de toda su vida y todo lo que había dicho era «casa». Rayanne intentaba, pero no podía pensar en nada mejor, además, realmente quería irse a su casa.
Lo único que la consolaba era que su tía nunca sabría lo tonta que había sido y el ridículo que había hecho. Aunque Rayanne pronto averiguaría lo equivocaba que había estado al pensar aquello.
«Vengas de donde vengas, ya no estás allí».
Bumper Ditties, Evie E. Garrett.
Nueva York, once años después.
—No ha tenido otra alternativa. No le ha quedado más remedio que detener a esa gallina, detective Garrett. Estaba interfiriendo en su deber y eso será lo que le contaré a cualquiera que me pregunte —dijo el novato intentando no reírse sin conseguirlo.
Rayanne pudo ver cómo le temblaban las comisuras de los labios.
—Bueno, sí —acordó ella, esperando que eso fuese todo lo que él dijera acerca del suceso.
Pero no fue así.
—Lo que quiero decir es que no paraba de revolotear en su cara cuando usted estaba tratando… —entonces su expresión seria se transformó en una amplia sonrisa—, de negociar con ella —añadió mientras entraban en la comisaría.
Como superior que era, ella debería haberle corregido, pero fue incapaz de hacerlo. Ella, detective Rayanne Garrett del Departamento de Policía de Nueva York, había arrestado a una gallina durante una redada. Y si eso no fuese suficiente, el psiquiatra del distrito, el doctor Malcolm Knee, estaba esperándola.
—¿Estás bien? —le preguntó Malcolm—. Alguien me ha dicho que ha habido una redada con un grupo radical.
A Rayanne no le gustaba aquel tono nervioso. Aquel hombre parecía que siempre estaba al borde de un ataque de nervios.
—Sí, así ha sido, pero todo ha terminado sin incidentes.
—Bueno, sin contar con lo de la gallina —terció el novato—. Hay heces de gallina esparcida por todo el asiento trasero del coche patrulla.
Rayanne le lanzó una mirada que hizo que el joven novato se encogiera de hombros y se alejara rápidamente.
—Una gallina… —repitió Malcolm.
—Sí —contestó ella—. Miembros de un grupo a favor de los derechos de los animales se habían encerrado, junto con algunos animales y el dueño de un restaurante, en la parte trasera de una casa. Cuando estaba intentando que liberasen a su rehén, dejaron sueltos a los animales. Y entre ellos estaba esa maldita gallina, que no paraba de revolotear y de molestar a mi alrededor. Por eso la atrapé y la metí en el coche patrulla.
—Una gallina —volvió a repetir él.
Rayanne iba contestarle cuando la recepcionista de la comisaría se acercó hasta ellos y le dio una hoja de papel con tres mensajes. Los tres decían que Rios McKay había llamado.
—¿Ha dicho por qué quería hablar conmigo? —preguntó ella; estaba muy sorprendida de que la hubiese llamado.
—No, no lo ha dicho, pero ha dicho que vendría en cuanto tuviese la oportunidad —dijo la recepcionista.
—¿Aquí? ¿Para qué?
—No tengo ni idea —contestó ella.
Estupendo. Aquello significaba que Rios estaba en la ciudad, probablemente de vacaciones. ¿Por qué tendría que haber escogido Nueva York entre todas las ciudades y por qué querría verla? No habían estado en contacto desde el vergonzoso suceso en Whiskey Creek, hacía ya muchos años. No tenía ninguna intención de verlo, lo evitaría.
Rayanne hizo una bola con el papel de los mensajes y lo lanzó a una papelera.
—Si vuelve a llamar dile que no quiero que venga y que le devolveré la llamada en cuanto tenga tiempo.
«Es decir, cuando el ecuador se congele», pensó Rayanne. No necesitaba ninguna visita de Rios.
—Está bien —le aseguró la recepcionista—. He oído lo de la gallina.
—¡Qué rápido! —exclamó Rayanne mirando el reloj—. Pero si solamente ha pasado una hora.
—Aquí las noticias viajan muy rápido, no sé por qué necesitamos faxes y cosas así.
Rayanne asintió con la cabeza y al darse la vuelta para dirigirse a su cubículo, se dio cuenta de que su escritorio estaba lleno de fotos de gallinas.
—¿Lo ves? —apuntó Malcolm—. Eso es exactamente de lo que hablaba el otro día. Se están riendo de ti, esto es acoso sexual.
—No es acoso sexual —contestó Rayanne poniendo los ojos en blanco—. No se ríen porque sea una mujer, eso les da igual. Se lo harían a cualquiera.
—No puedes tolerar este comportamiento, es muy infantil —insistió él.
—Déjalo, Malcolm —dijo ella suspirando—. Tengo muchas cosas que hacer.
Él dudó unos instantes y apretó la mandíbula con fuerza.
—Bueno, hablaremos de ello esta noche, mientras cenamos —dijo antes de alejarse definitivamente.
—Cena —murmuró ella para sí cuando se quedó sola.
Se había olvidado completamente de ello. Había acordado cenar con Malcolm para discutir unos asuntos sobre los novatos. Rayanne había querido reunirse con él en su oficina, pero él había conseguido que ella aceptase hacerlo mientras salían a cenar.
No tenía ningún sentido alentar una relación con Malcolm, cuando ella no tenía ninguna intención de salir con él. Simplemente aquel hombre no era su tipo. De hecho, Rayanne aún estaba intentando dilucidar cuál era su tipo de hombre. No estaba muy segura, pero definitivamente no era un hombre como Malcolm, que parecía que estaba en constante necesidad de sedantes. Ella estaba buscando una influencia más sosegada en su vida.
—¿Se ha puesto ya en contacto con usted? —le preguntó el detective Beech.
—¿Quién? —exclamó Rayanne frunciendo el ceño.
—No ha dejado su nombre. Un tipo alto, con botas de vaquero. Me ha dicho que la ha estado llamando, pero que no ha podido hablar con usted. Estaba por aquí hace menos de un minuto.
—Botas de vaquero —repitió Rayanne. No le gustaba nada el escalofrío que había recorrido su espalda, pero aquel escalofrío se convirtió en sacudida cuando giró la cabeza hacia su cubículo y vio al hombre—. ¡Rios McKay! —dijo ella casi sin aliento.
Él estaba sentado a pocos metros de distancia, nada menos que en su silla, bueno, de hecho, no estaba sentado. Estaba medio tumbado, con las piernas sobre la mesa. Parecía como si hubiera estado media vida sentado en aquella silla, con las botas de vaquero sobre su escritorio. El hombre tenía la audacia de sonreírle.
El estómago de Rayanne se encogió. Había algo sobre Rios y su sonrisa que no le gustaba nada. Era un hombre muy atractivo y él lo sabía.
Once años no lo habían cambiado mucho. Aquel pelo negro seguía siendo un poco largo, pero no era afeminado, nada en Rios era afeminado. Podría haber posado para un anuncio de elevar el nivel de testosterona. Tenía unas ligeras arrugas en la comisura de los ojos, pero no lo envejecían, solamente tenía treinta y tres años. Había gente que las llamaba «arrugas con carácter», como si a Rios le hiciera falta más carácter en esa cara…
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Rayanne cuando recordó que tenía la capacidad de hablar. Lo único que deseaba era que él no notara su nerviosismo en la voz. Definitivamente no era su voz de policía.
—He venido para verte.
Ella no enrojecería, no lo haría, no lo haría, ya era demasiado tarde. Ya no tenía dieciocho años, era una mujer madura. No quería darle la satisfacción de avergonzarla.
—Bueno, ¿qué puedo hacer por ti? —dijo ella en el tono más casual que pudo.
Él sonrió con picardía.
—Eres la misma Rayanne de siempre, sigues haciendo esa cosa con tu respiración.
—¿Qué cosa?
—Es como un pequeño hipo —dijo Rios imitándolo—. Deja que te diga una secretito, siempre he pensado que era muy sexy.
Ella decidió que hablaría lo imprescindible.
La atención de Rios se desvió a las fotos de las gallinas.
—¿Tienes un decorador nuevo?
—No —contestó Rayanne fríamente—. Es una broma de aquí —ella no tenía ni la más mínima intención de compartirla con él.
—Entonces, ¿te gusta trabajar aquí? —preguntó Rios.
—Sí, me gusta, pero estoy increíblemente ocupada, con lo cual me temo que no puedo perder más tiempo.
Él, como si fuera un gato, retiró sus botas de encima de la mesa y se puso de pie, frente a ella. Rayanne hizo un esfuerzo por no dar un paso hacia atrás. Se recordó a sí misma que era un policía, pero entonces, ¿por qué Rios la hacía sentirse como una colegiala con relleno en el sujetador?
—Por favor, dime por qué has venido —añadió ella.
—Tu tía me ha mandado.
Rayanne se puso rígida.
—¿Le ha pasado algo malo a tía Evie?
—Supongo que podría decirse que sí. Está en la cárcel de Longhorn.
—¿En la cárcel? —preguntó ella. Tampoco puso su voz de policía aquella vez—. ¿Con qué cargos?
—Intento de asalto con arma mortal.
Rayanne dejó que la pared sostuviera su peso.
—¿Se trata de una broma pesada?
—No bromeo, apuntó a Bennie Quinn.
—¿Al señor Quinn? —se trataba del hombre más rico y poderoso del estado—. ¡Dios mío! No le hizo nada, ¿verdad?
Rios se metió un puñado de caramelos en la boca.
—Él está bien. Evie ni siquiera llegó a disparar, pero a Bennie eso le dio igual. Te lo advierto, Rayanne, él intentará por todos los medios ganar el juicio, ya sabes lo cabezota que es.
Rayanne se pasó una mano por el pelo, estaba siendo un día muy largo para ella.
—Lo primero que tengo que hacer es mandarle el dinero de la fianza.
—Ella no quiere el dinero, créeme, una docena de personas ha intentado pagarle la fianza, incluido yo, y no ha querido. Evie dice que no abandonará la cárcel hasta que tú no vayas.
—¿Por qué?
—Dios sabrá por qué. Recuerda que estamos hablando de Evie Garrett. La mujer no siempre se ha destacado por actuar con lógica.
Rayanne no lo reprendió por hacer aquel comentario, porque era verdad. No había sitio para la lógica en la cabeza de aquella mujer.
—¿Mi tía quiere que tome un avión hasta Longhorn simplemente para que pague su fianza? Está tramando algo.
—Yo también lo creo.
Se entrecruzaron las miradas. Rios tenía los ojos del color del té helado, aquello era lo que solían decir todas las chicas de Longhorn. Pero Rayanne no pensaba que tuviesen nada de fríos, más bien parecían dos brasas calientes.
—¿Tienes alguna idea de la verdadera razón por la que mi tía me quiere allí? —preguntó Rayanne—. ¿Por qué te ha mandado para que me cuentes todo esto?
Lo que realmente quería preguntarle era qué era lo que él hacía en Longhorn. Lo último que había oído sobre él era que estaba participando en un circuito de rodeo en la Costa Este. Pero, por supuesto, no iba a preguntarle nada de eso, no quería parecer interesada por él, porque no lo estaba, realmente no lo estaba.
Él se encogió de hombros perezosamente, como el resto de sus movimientos.
—Evie me ha dicho que venga y yo he venido —contestó poniendo otra vez aquella sonrisa picarona—. Entonces, ¿vas a venir a Longhorn o no?
Rayanne negó con la cabeza.
—No, simplemente la llamaré y…
—No aceptará tu llamada —la interrumpió Rios.
—Que ella, ¿qué? ¿Por qué?
Él se metió la mano en un bolsillo y sacó un trozo de papel. Lo desdobló y empezó a leer.
No te molestes en llamarme, Rayanne. Solamente hablaré contigo cara a cara. Si no puedes faltar a tu trabajo, lo entenderé. Mi abogado, Clyde Mueller, hará todo lo posible para que se haga justicia. Si no lo consigue, quizá puedas visitarme en Navidad, aquí mismo, en la cárcel de Longhorn. Te quiere, tía Evie.
—¡Estupendo! —gruñó Rayanne—. Claramente está tramando algo —añadió volviendo a mirar a Rios—. ¿Cuánto tiempo lleva en la cárcel?
—Dos semanas.
—¡Dos semanas! —exclamó Rayanne—. ¿Y nadie se ha molestado en contactar conmigo antes? Debería haberme enterado inmediatamente. Estamos hablando de mi tía.
Él se volvió a encoger de hombros.
—Bueno, ¿vas a venir a Longhorn? —volvió a preguntarle.
—Por supuesto que iré. Primero tendré que organizar un par de cosas, pero creo que podré llegar allí mañana por la noche.
Rios volvió a sonreír.
—Entonces, supongo que te veré por allí.
Solamente si Rayanne tenía muy mala suerte. Durante los últimos once años había ido a Longhorn una docena de veces y nunca se había encontrado con Rios. Cada vez que lo veía volvía a revivir aquella noche horrible que intentaba olvidar para siempre.
Él avanzó un paso hacia ella.
—¿Sabes qué? Ninguno de esos tipos parecen actores de televisión.
—¿No? Bueno, bienvenido a la realidad. Simplemente somos un puñado de policías trabajando.
Rios la miró fijamente.
—Tú al menos has llenado mis expectativas. Estás estupenda.