Cambio de luz - Leopoldo Alas Clarín - E-Book

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Leopoldo Alas Clarín

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Beschreibung

A sus cuarenta años don Juan Arial era, para los que lo conocian un hombre muy feliz. Tenia amigos, admiradores y discipulos.Pero su familia (su esposa y sus dos hijos) era lo mas importante y don Juan se gastaba mucho dinero, no solo en alimentarlos, sino tambien en vestirlos. Don Juan era cientifico, y se pasaba las horas leyendo e investigando, pero tambien era muy catolico.

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Veröffentlichungsjahr: 2017

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Cambio de luz

Leopoldo Alas «Clarín»

1

A los cuarenta años era don Jorge Arial, para los que le trataban de cerca, el hombre más feliz de cuantos saben contentarse con una acerada medianía y con la paz en el trabajo y en el amor de los suyos; y además era uno de los mortales más activos y que mejor saben estirar las horas, llenándolas de sustancia, de útiles quehaceres. Pero de esto último sabían, no sólo sus amigos, sino la gran multitud de sus lectores y admiradores y discípulos. Del mucho trabajar, que veían todos, no cabía duda; mas de aquella dicha que los íntimos leían en su rostro y observando su carácter y su vida, tenía don Jorge algo que decir para sus adentros, sólo para sus adentros, si bien no negaba él, y hubiera tenido a impiedad inmoralísima el negarlo, que todas las cosas perecederas le sonreían, y que el nido amoroso que en el mundo había sabido construirse, no sin grandes esfuerzos de cuerpo y alma, era que ni pintado para su modo de ser.

Las grandezas que no tenía, no las ambi-cionaba, ni soñaba con ellas, y hasta cuando en sus escritos tenía que figurárselas para describirlas, le costaba gran esfuerzo imagi-narlas y sentirlas. Las pequeñas y disculpa-bles vanidades a que su espíritu se rendía, como, verbigracia, la no escasa estimación en que tenía el aprecio de los doctos y de los buenos, y hasta la admiración y simpatía de los ignorantes y sencillos, veíalas satisfechas, pues era su nombre famoso, con sólida fama, y popular; de suerte que esta popularidad que le aseguraba el renombre entre los muchos, no le perjudicaba en la estimación de los es-cogidos. Y por fin, su dicha grande, seria, era su casa, su mujer, sus hijos; tres cabezas rubias, y él decía también, tres almas rubias, doradas, mi lira, como los llamaba al pasar la mano por aquellas frentes blancas, altas, des-pejadas, que destellaban la idea noble que sirve ante todo para ensanchar el horizonte del amor. Aquella esposa y aquellos hijos, una pareja; la madre hermosa, que parecía her-mana de la hija, que era un botón de oro de quince abriles, y el hijo de doce años, remedo varonil y gracioso de su madre y de su her-mana, y esta, la dominante, como él decía, parecían, en efecto, estrofa, antistrofa y épo-do de un himno perenne de dicha en la virtud, en la gracia, en la inocencia y la sencilla y noble sinceridad. «Todos sois mis hij [...]