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«Lina es una persona que posee muchas virtudes, en este libro afloran dos en especial: la honestidad y un pragmatismo especialmente inteli- gente. Me consta que todo lo que aquí se dice fue así, tal cual está escrito. En cada capítulo hay una serie de lucidez que nos llega con fuerza. No es un impacto solo para las personas que padecen cáncer de mama, sino una experiencia vital que le hace frente al sufrimiento, no importa si estás o no enfermo o enferma».
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Seitenzahl: 172
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© 2023 Lina Hinestroza
© 2023, Sin Fronteras Grupo Editorial
ISBN: 978-628-7544-86-4
Coordinador editorial:
Mauricio Duque Molano
Asesoría editorial:
Patricia Rosas-Godoy y Maricarmen Cervelli N.
Edición:
Juana Restrepo Díaz
Diseño y diagramación:
Paula Andrea Gutiérrez R.
Fotografía de cubierta:
@camaralucida
Fotografía de solapa:
Germán Velásquez
Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado: impresión, fotocopia, etc, sin el permiso previo del editor.
Sin Fronteras, Grupo Editorial, apoya la protección de copyright.
Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions
A mi esposo y mis hijos, mi luz en medio de la oscuridad
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1
EL REGALO QUE NUNCA ME HUBIERA GUSTADO RECIBIR
Capítulo 2
EL REGALO MAL EMPACADO
Capítulo 3
ME AGUANTO27 DÍAS, PERO NO 27 NOCHES
Capítulo 4
PREPARACIÓN PARA LAS QUIMIOTERAPIAS
Capítulo 5
LAS PRIMERAS QUIMIOTERAPIAS
Capítulo 6
LINA, LA BLOGUERA
Capítulo 7
EL PELO
Capítulo 8
ADEMÁS DEL PELO…
Capítulo 9
QUIMIOTERAPIAS BLANCAS
Capítulo 10
Y SE FUE MI MAMÁ
Capítulo 11
MASTECTOMÍA
Capítulo 12
EN LAS BUENAS Y EN LAS MALAS
Capítulo 13
PARA TI QUE CUIDAS A UNA PERSONA CON CÁNCER
Capítulo 14
MÓNICA
Capítulo 15
EL LADO B DE ESTA HISTORIA
Capítulo 16
¡TERMINÉ!
EPÍLOGO
NOTA AL PIE
Conocí a Lina, hace más de veinte años, cuando era gerente de una editorial en Medellín en la cual empecé a publicar mis libros. Desde el comienzo tuvimos una buena relación. No existe la palabra me “amisté” para referirse a la amistad, como sí existe me enamoré para el amor. Pero a veces ocurre algo extraordinario: “amistad casi a primera vista”. ¿Qué la produce?: quizás un gesto, una sonrisa, un chiste, una coincidencia, en fin, el estilo de relacionarse, uno hace clic. Eso ocurrió con ella y aún ocurre.
Pese a mi amistad con Lina, trataré de ser lo menos subjetivo posible al referirme a este libro. Debo reconocer que, a medida que uno va recorriendo el texto, es imposible desprenderse de quien es ella, y esto se debe a que El cáncer, un regalo mal empacado, es ella. De punta a punta. Desde la primera página hasta la última.
Lina es una persona que posee muchas virtudes, en este libro afloran dos en especial: la honestidad y un pragmatismo especialmente inteligente. Me consta que todo lo que aquí se dice fue así, tal cual está escrito. Sin anestesia. Realismo en estado puro, casi feroz. De acuerdo con mi experiencia de tantos años como terapeuta, solo ver las cosas como son, sin sesgos y autoengaños, ayuda y nos hace crecer. Se le atribuye a Buda lo siguiente: “Ven y mira”. No dice: ven e interpreta, inventa, distorsiona. Lo que es, sin analgésicos, con la verdad de quien está sufriendo.
En cada capítulo hay una serie de lucidez que nos llega con fuerza. No es un impacto solo para las personas que padecen cáncer de mama, sino una experiencia vital que le hace frente al sufrimiento, no importa si estás o no enfermo o enferma. A medida que uno se mete en la lectura, encuentra una forma clara de analizar y detallar el viaje por un camino escarpado y difícil, que no es otra cosa que la manifestación de un espíritu de lucha, que ella testimonia, por momentos, con una naturalidad sorprendente.
No es teórico, ni son elucubraciones científicas o conceptos complejos, es experiencia concentrada. En estado puro. Aspectos de un padecimiento, explicados desde un lugar donde habitan los guerreros y las guerreras.
El paso a paso de la travesía angustiante y la forma de afrontarla se sienten. No pasan desapercibidos. Hay que leerlo con el corazón en la mano.
El pelo, las uñas, la familia, la muerte, la vida no vivida, el miedo y, como esquema general, la relación con ella misma, con los demás y con el universo, se entremezclan en el contexto de una incertidumbre literalmente “mortal”. Es casi que un manual de cómo pasar de un dolor destructivo a uno constructivo. De cómo transformar la adversidad, en un crecimiento postraumático, aunque se sufra hasta la médula… Por más resiliente que sea una persona, siempre habrá dolor ante una situación estresante que parece escapar de su control.
Es que no se habla de cualquier cosa, sino de la existencia misma: cuando un peligro te acecha y pretende arrancar de cuajo tu subsistencia, y alejarte de los que amas.
Aquí se manifiesta una visión desde dentro, clara y, como dije, franca. Agregaría también que es espontánea. El carácter testimonial del texto le otorga una validez indiscutible y, sobre todo, una herramienta especialmente útil para todos aquellos que pasaron o están pasando por algo parecido. La sensación que posiblemente quede en un lector víctima del cáncer es: no estás sola o solo en esto.
Un aspecto fundamental para destacar es el cambio en la visión del mundo que Lina expone muy bien, luego de una situación límite: la percepción cambia, tu juicio de valor no es el mismo, tus principios se reacomodan, lo que era imprescindible se vuelve prescindible y aprendes a estar dispuesto o dispuesta a la pérdida. Es como salir de una pandemia personalizada, es descubrir la propia fragilidad y separar, de una vez por todas, lo que vale la pena de lo que no.
Por eso, además de ser un libro bien escrito y organizado, es una muestra completa de la manera de encarar una situación que pensamos que a nosotros no nos va a pasar… Lina deja muy claro sus vulnerabilidades y sus temores. No es una heroína, es alguien valiente que enfrenta el miedo con miedo. Alguien decía una vez, que el héroe es aquel que solo aguanta el miedo cinco minutos más que los demás. La valentía no es ausencia de temor, sino hacerle frente, así te tiemble hasta el ama.
También queda claro que, aunque ciertas situaciones afectan y transforman tu cuerpo y tu mente, es posible mantener una aceptación incondicional de uno mismo o una misma, es decir, consiguen aporrear la autoestima, pero no tu ser.
¿Cómo pudo Lina tener este desenlace positivo? No podemos decirlo con exactitud, las variables que intervienen son muchas, pero retomando lo que se sabe científicamente en psicología, yo diría que influyeron tres factores que conforman una personalidad resistente. Creo que Lina los ha tenido desde siempre, pero lo interesante es que se pueden adquirir. Alguien capaz de resistir se caracteriza por comprometerse con lo que hace, por sentir que puede controlar los eventos y por considerar las situaciones difíciles como un reto. Así la depresión asome y la ansiedad trate de que escapes o te des por vencido o vencida, hay una persistencia vital, como si la vida insistiera en mantenerte respirando.
Eso vemos en este libro: la capacidad de levantarse cuando te tumban y seguir levantándote una y otra vez. Con cada golpe que recibía, Lina se ponía de pie. No deponía sus armas, no las entregaba, lo que la movía era la testarudez de seguir viva. Una bella “testarudez”, inspirada por unos nietos que aún no han nacido y por querer seguir abrazada a sus seres queridos.
Recomiendo sinceramente este libro. No quedarás igual después de leerlo. Y aprenderás, entre otras cosas, que la alegría de existir puede convertirse en un factor de inmunidad o de curación.
Lina, con su ejemplo, nos indica un camino, aunque cada uno debe inventar de qué manera andará por él. Cada uno tiene un estilo personal para administrar el coraje y la esperanza que impulsan a seguir adelante. Así que, bienvenido, bienvenida: un regalo mal empacado.
WALTER RISO
Barcelona,20 de diciembre de 2022
Hoy cuando abrí mis ojos agradecí poder respirar, eso me hace sentir viva.
Hoy cuando abrí mis ojos agradecí respirar sin sentir dolor, eso me hace sentir sana.
El 15 de agosto del 2013 recibí una noticia que transformó mi vida: “Tienes cáncer”, me dijeron. Una enfermedad que está asociada con dolor, angustia, desesperanza. Una enfermedad que despierta nuestros peores miedos. Una enfermedad que está relacionada con la muerte, con el final.
¡Dios mío! Uno siente que el mundo se derrumba y, como en una película, pasan mil cosas por la cabeza: lo que has venido posponiendo, lo que falta por vivir, lo que quisieras haber hecho mejor. Es increíble cómo una palabra de tan solo seis letras tiene el poder de transformarte en cuestión de segundos. Tu mente y tu corazón y los de quienes te aman empiezan a sufrir de un momento a otro.
Yo sentí culpa, el examen que pospuse tantas veces…
Yo sentí miedo, del tratamiento, de lo que se veía venir…
Yo sentí tristeza, mi esposo, mis hijos adolescentes, mis padres, mi familia…
Fueron ellos y el propósito de acompañarlos y verlos crecer, los que me impulsaron a tomar la decisión de cambiar mi mirada, de cambiar esa creencia que yo tenía sobre el cáncer. Fueron ellos los que me retaron a llenarme de herramientas para enfrentar mi realidad. Fue también una oportunidad para darle más valor a mi cuerpo y a mi vida. Una oportunidad para cumplir la promesa que me hice, desde ese mismo momento, de disfrutar como nunca el presente y darle un valor infinito a cada día de mi vida.
Durante mi transitar por exámenes, quimioterapias y cirugías tuve muchos desafíos para poder ver la luz en medio de la oscuridad, para darme cuenta de que el dolor iba a llegar, pero el sufrimiento era opcional, estaba en mis manos y, sobre todo en mis pensamientos, para tener la posibilidad de atravesar esta etapa de la mejor manera posible.
Y así pasaron días, semanas, meses: en total quince meses y aunque viví muchos momentos en los que lloré a escondidas, que me dolía el alma, el cuerpo al respirar, mis manos no sostenían un vaso y no podía caminar, ya hoy, corro maratones, me paro en la cabeza y ¡me río a carcajadas más que nunca!
No soy escritora ni médica, soy “paisa” y, por lo tanto, exagerada. Soy esposa, mamá e hija, amo los perros, pienso más rápido de lo que escribo y me río sola. Por eso, de antemano, te confieso que en estas páginas no encontrarás un trabajo literario, ni una narrativa de lujo. Eso sí, te garantizo que encontrarás, en cada palabra, un pedacito de mi corazón y el objetivo común de demostrarte que ES POSIBLE encontrar la felicidad en medio del dolor, la luz en medio de la oscuridad.
Con el tiempo me he dado cuenta de que aprender a darle la vuelta al cansancio, al dolor y a las dificultades que acompañan a esta enfermedad, es el secreto para poderla dominar y vencer.
Cuando elegí, como paciente, cambiar la forma de ver la enfermedad, todo se transformó; cuando entendí el poder que tenían mis pensamientos en mi salud y su impacto en mi biología y en mis emociones, les di permiso para entrar a la alegría y la esperanza. Ellas llegaron para quedarse.
Estar viviendo esta experiencia y querer ser asertiva en cómo la manejaría, me llevó a investigar, a formarme. Encontré información muy valiosa, busqué cursos y me enamoré tanto del autoconocimiento y de cómo cada uno tiene el poder para transformarse y ayudar a otros que, a los meses, me certifiqué como coach. Durante mi tratamiento, creé una fundación que hoy tiene por nombre AlmaRosa. Allí estoy en contacto permanente con las mujeres y sus familiares que viven este momento “diferente” de la vida.
Esto me ha permitido acompañarlas, de manera respetuosa, en su recorrido y ha sido muy gratificante ver en cada una de ellas su transformación. En especial, ha sido muy emocionante ser testigo de su empoderamiento y despertar, porque nadie es la misma persona después de enfrentarse con el cáncer ¡dejar pasar esta oportunidad para ser más feliz el resto de la vida sería una lástima!
Este libro es para ti que estás atravesando esta enfermedad y también para quienes están contigo día a día, porque ellos también te acompañan con tus miedos y, a la vez, serán cómplices y testigos de tu feliz despertar. Sí, porque esto también es un despertar.
Uno siente que el cáncer se quedará ahí y no es cierto. Lo sé. Se pasa, se avanza, se crece y se trasciende.
Con el tiempo entendí que las cosas no me pasan, pasan para mí.
Nunca olvides que hoy es el primer día del resto de tu vida. Gracias por estar aquí.
Hoy cuando abrí mis ojos agradecí por ver las flores en medio de la neblina. Hoy cuando abrí mis ojos agradecí, por fin, poder empezar este libro y estar aquí para ti.
Con amor,
LINA HINESTROZA
15 de agosto de 2013. 2:00 p.m. Yo estaba feliz porque empezaba el curso de Programación Neurolingüística y Coaching Estratégico: “El amor es hoy”. Llegué, ese jueves, muy motivada por la experiencia de una amiga que me había dicho que gracias al curso había transformado su vida y hoy era ¡más feliz que nunca!
Yo, en ese momento, no tenía “ninguna piedra en el zapato”. Pero ¿quién no quiere ser más feliz? Allá fui a dar, como todo lo mío, sin pensarlo mucho e impulsada por la emoción. ¿Qué tal? Ahora entiendo como es todo tan perfecto, llevaba meses detrás de ese cupo y, mágicamente, a pesar de que la gente hacía fila por años, se abrió un espacio para mí.
Ese primer día nos preguntaron por qué estábamos allí, si teníamos algún desafío que enfrentar en ese momento. Yo, inocente del tema que me esperaba, no tenía ninguno, incluso me sentí como “mosco en leche”, al escuchar a mis nuevos compañeros que hablaban de las adversidades tan complejas que estaban viviendo y de su deseo de encontrar allí la anhelada paz:
—Mi nombre es Nancy y estoy aquí para superar el dolor y el miedo que me dejó un cáncer de mama que hace poco atravesé.
Yo me quedé mirándola. Estaba bastante familiarizada con el tema, pues cuatro primas y mi hermana mayor habían sido diagnosticadas con esta enfermedad, una tras otra, en los últimos años. Entendía muy bien lo que pasaba por la cabeza de ella y por supuesto de sus familiares, quienes, como me pasó a mí, sufrían en silencio.
Sentí mucha compasión y, al ver su pelo, que empezaba a salir de nuevo, recordé con dolor, hace menos de tres años, el momento en el que yo le rapaba la cabeza a mi hermana. Reviví también, como si fuera ayer, verla llorando muy suave mientras yo me esforzaba por tragarme las lágrimas.
Llegó el descanso y de inmediato me acerqué. Sentía que debía hablarle. Me contó lo duro que habían sido estos meses y, con lágrimas en sus ojos, admiraba mi pelo largo, añorando el suyo. Se lamentaba de su debilidad y de su angustia, la misma que no desaparecía incluso cuando ya le habían dicho que estaba sana.
A esa misma hora en la que el universo me conectaba de frente con esta realidad, mi esposo, ginecólogo, recibía una llamada del radiólogo en su consultorio: mi biopsia había salido maligna.
Mi esposo me escribió un mensaje mientras estaba en clase y me invitó a comer a un restaurante. Minutos después cambió de planes: me dijo que fuéramos mejor al parqueadero donde habían vivido mis suegros antes. ¿Un parqueadero? Me pareció sospechoso ese lugar, y sin dudarlo me fui convencida de que me tenía una sorpresa. La verdad yo pensaba que me iba a regalar un carro, ¿a qué más va uno a un lugar como ese? Llegué entonces muy puntual a las 7:00 p.m. con toda la actitud, muy sonriente, expectante y ¡feliz!
Fue muy inteligente la elección del lugar: él pensó que lo ideal sería elegir un sitio que yo no frecuentara pues esa noticia y la emoción que sentiría la guardaría en mi memoria para siempre. ¡Y sí que tenía razón! Hoy, después de que han pasado tantos años, cuando transito así sea cerca del parqueadero, se aviva el fuego del dolor en mi estómago como el que tuve esa noche. No falla y cuando lo siento, para transformarlo, me doy la bendición y doy gracias a Dios y al universo por estar viva.
Me monté a su carro, él estaba ahí, oyendo su Luis Miguel que tanto le gusta “... si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida”. Me saludó como si nada y me empezó a preguntar cómo había estado mi tarde, mi curso… La verdad lo noté como si estuviera haciendo tiempo, “Ya debe estar que entra el carro con el moño gigante encima” pensé y, de repente, le bajó a la música:
— Linda, llegaron los resultados.
— ¿Cuáles, amor?
— Los de la biopsia.
*En ese momento, el mundo se detuvo*
¿Y qué pasa? ¿salieron malos? ¿tengo cáncer?, le pregunté.
— No tuvo que responderme, vi la angustia en su cara. Tapé la mía con mis manos. Me sentí como si estuviera volando: el piso se me fue, sentí un frío enorme que recorrió todo mi cuerpo, el mismo que me da siempre que tengo miedo. Sin derramar ni media lágrima y en un profundo silencio, a los pocos minutos le dije:
— ¿Y entonces? ¿Qué debemos hacer?
— Mañana, ir donde tu ginecólogo-oncólogo.
— ¿Por qué mañana? ¡Vamos ya!
Ya era de noche, pero igual llamamos al médico. Por fortuna no había salido del consultorio. Al escuchar la voz de Juan Luis le dijo que nos esperaría y de inmediato fuimos hacia allá. Revisó los resultados y ordenó una serie de exámenes que debía hacerme al otro día, a primera hora.
Salimos de allí como un par de entes, “Vamos con toda, amor”, le dije en el ascensor y emprendimos, sin hablar una sola palabra, el rumbo a nuestra casa.
Yo me repetía en mi mente: ¿CÁNCER? ¿Yo? ¿Cáncer de mama? ¿Eso no es para personas mayores?, si yo apenas tengo cuarenta y dos años. Me parecía increíble. Además, yo me sentía TAN bien.
Cáncer, esa palabra asociada con los peores adjetivos: sufrimiento, dolor, angustia… muerte… ¡No! Era imposible. Si solo unos minutos antes yo me sentía plena, era demasiado feliz.
El miedo abruma la mente y oscurece la esperanza. Mientras subíamos a la montaña de nuestra casa pensaba en todos los que se habían ido por culpa de esa enfermedad. Sentía culpa, mucha culpa. No pronunciamos una sola palabra. Nos cogimos de la mano mientras él manejaba. Yo podía ver en su cara la angustia y sentir el dolor tan intenso en el ambiente. No había música, ya no sonaba Luis Miguel ni nada, algo poco usual en nuestra vida. Nuestro corazón y nuestra alma estaban de luto.
Era mi culpa, me repetía eso. Aplacé mis citas por un cliente, porque no fui prioridad. Me retumbaban las palabras que me dijo mi esposo cuando se enteró de que, por segunda vez, había pospuesto mi ecografía mamaria y que mi cita de control, que debía ser cada seis meses, sería en nueve:
—No puedo creerlo, linda: ¿Tú le cumples a todo el mundo y tú qué? No es charlando que tienes que cuidarte. Me reprochó mi marido en ese momento.
¿Será que no vería crecer a mis hijos? Como una película a toda velocidad pasaban imágenes de ellos por mi cabeza. Mi niña que quería ser arquitecta y diseñadora de interiores y los otros dos, que en aquel entonces querían ser médicos, como el papá: ¿Me los iba a perder? ¿Y mis nietos? ¿Los que me he soñado toda la vida?
Pensaba en mis padres, ya muy mayores, porque soy la menor de ocho hijos y lo que podría significar para ellos que la niña, la que nunca dejó de serlo, se fuera antes de tiempo.
Pensé en mis hermanos, mis amigos… Pensé en todas las cosas que había pospuesto: ya no podría aprender italiano y los encuentros con las personas que amo y los viajes soñados se quedarían sin hacer. Sentí que, en minutos, todos esos sueños de tantos años se desmoronaban frente a mí.
Al otro día, después de una larga noche en vela, y sin contarle a nadie, nos fuimos a escondidas a la clínica. Los exámenes empezaron a las 6:00 a.m. Juan Luis y yo casi no hablábamos, pero con la mirada, los abrazos y las manos apretadas nos decíamos todo. Recuerdo la angustia cuando al ingresar a uno de esos chequeos, giré mi cabeza a decirle algo a mi esposo y vi que se estaba dando la bendición. En ese momento, no sentí miedo, sentí pavor. A la vez, fue increíble como un acto de esos que me confrontó tanto con la realidad, me dio la claridad de lo que estaba viviendo y la energía que necesitaba para sentir que, por él y por mi familia, iba a darlo todo y más.