Voltaire
Candido
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tabla de contenidos
CAPITULO PRIMERO.
CAPITULO II.
CAPITULO III.
CAPITULO IV.
CAPITULO V.
CAPITULO VI.
CAPITULO VII.
CAPITULO VIII.
CAPITULO IX.
CAPITULO X.
CAPITULO XI.
CAPITULO XII.
CAPITULO XIII.
CAPITULO XIV.
CAPITULO XV.
CAPITULO XVI.
CAPITULO XVII.
CAPITULO XVIII.
CAPITULO XIX.
CAPITULO XX.
CAPITULO XXI.
CAPITULO XXII.
CAPITULO XXIII.
CAPITULO XXIV.
CAPITULO XXV.
CAPITULO XXVI.
CAPITULO XXVII.
CAPITULO XXVIII.
CAPITULO XXIX.
CAPITULO XXX.
CAPITULO PRIMERO.
Donde
se da cuenta de como fué criado Candido en una hermosa quinta, y
como de ella fué echado á patadas.En
la quinta del Señor baron de Tunderten-tronck, título de la
Vesfalia, vivia un mancebo que habia dotado de la índole mas
apacible naturaleza. Víase en su fisonomía su alma: tenia bastante
sano juicio, y alma muy sensible; y por eso creo que le llamaban
Candido. Sospechaban los criados antiguos de la casa, que era hijo de
la hermana del señor baron, y de un honrado hidalgo, vecino suyo,
con quien jamas consintió en casarse la doncella, visto que no podia
probar arriba de setenta y un quarteles, porque la injuria de los
tiempos habia acabado con el resto de su árbol genealógico.Era
el señor baron uno de los caballeros mas poderosos de la Vesfalia;
su quinta tenia puerta y ventanas, y en la sala estrado habia una
colgadura. Los perros de su casa componian una xauria quando era
menester; los mozos de su caballeriza eran sus picadores, y el
teniente-cura del lugar su primer capellan: todos le daban señoría,
y se echaban á reir quando decia algun chiste.La
señora baronesa que pesaba unas catorce arrobas, se habia grangeado
por esta prenda universal respeto, y recibia las visitas con una
dignidad que la hacia aun mas respetable. Cunegunda, su hija,
doncella de diez y siete años, era rolliza, sana, de buen color, y
muy apetitosa muchacha; y el hijo del baron en nada desdecia de su
padre. El oráculo de la casa era el preceptor Panglós, y el
chicuelo Candido escuchaba sus lecciones con toda la docilidad propia
de su edad y su carácter.Demostrado
está, decia Panglós, que no pueden ser las cosas de otro modo;
porque habiéndose hecho todo con un fin, no puede ménos este de ser
el mejor de los fines. Nótese que las narices se hiciéron para
llevar anteojos, y por eso nos ponemos anteojos; las piernas
notoriamente para las calcetas, y por eso se traen calcetas; las
piedras para sacarlas de la cantera y hacer quintas, y por eso tiene
Su Señoría una hermosa quinta; el baron principal de la provincia
ha de estar mas bien aposentado que otro ninguno: y como los marranos
naciéron para que se los coman, todo el año comemos tocino. De
suerte que los que han sustentado que todo está bien, han dicho un
disparate, porque debian decir que todo está en el último ápice de
perfeccion.Escuchábale
Candido con atención, y le creía con inocencia, porque la señorita
Cunegunda le parecía un dechado de lindeza, puesto que nunca habia
sido osado á decírselo. Sacaba de aquí que despues de la
imponderable dicha de ser baron de Tunder-ten-tronck, era el segundo
grado el de ser la señorita Cunegunda, el tercero verla cada dia, y
el quarto oir al maestro Panglós, el filósofo mas aventajado de la
provincia, y por consiguiente del orbe entero.Paseándose
un dia Cunegunda en los contornos de la quinta por un tallar que
llamaban coto, por entre unas matas vio al doctor Panglós que estaba
dando lecciones de física experimental á la doncella de labor de su
madre, morenita muy graciosa, y no ménos dócil. La niña Cunegunda
tenia mucha disposicion para aprender ciencias; observó pues sin
pestañear, ni hacer el mas mínimo ruido, las repetidas experiencias
que ámbos hacian; vió clara y distintamente la razon suficiente del
doctor, sus causas y efectos, y se volvió desasosegada y pensativa,
preocupada del anhelo de adquirir ciencia, y figurándose que podía
muy bien ser ella la razón suficiente de Candido, y ser este la
suya.De
vuelta á la quinta encontró á Candido, y se abochornó, y Candido
se puso también colorado. Saludóle Cunegunda con voz trémula, y
correspondió Candido sin saber lo que se decia. El dia siguiente,
despues de comer, al levantarse de la mesa, se encontraron detras de
un biombo Candido y Cunegunda; esta dexó caer el pañuelo, y Candido
le alzó del suelo; ella le cogió la mano sin malicia, y sin malicia
Candido estampó un beso en la de la niña, pero con tal gracia,
tanta viveza, y tan tierno cariño, qual no es ponderable; topáronse
sus bocas, se inflamáron sus ojos, les tembláron las rodillas, y se
les descarriáron las manos…. En esto estaban quando acertó á
pasar por junto al biombo el señor barón de Tunder-ten-tronck, y
reparando en tal causa y tal efecto, sacó á Candido fuera de la
quinta á patadas en el trasero. Desmayóse Cunegunda; y quando
volvió en sí, le dió la señora baronesa una mano de azotes; y
reynó la mayor consternación en la mas hermosa y deleytosa quinta
de quantas exîstir pueden.
CAPITULO II.
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