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Harvey Cheyne es un niño rico de diez años que se aprovecha de su condición en el colegio en el que estudia. Suspendido por tratar de sobornar con dinero a un profesor para que le pusiera un examen más fácil, viaja hacia Londres junto a su padre, más preocupado de sus negocios que de su hijo.En el barco en el que viajan, Harvey cae accidentalmente al mar y es recogido por el pescador portugués Manuel Fidello, que lo lleva a la goleta We're Here, capitaneada por el viejo lobo de mar Disko Troop. Allí debe pasar los tres siguientes meses hasta que el pesquero regrese a puerto.
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Rudyard Kipling
LA gastada puerta abierta del salón de fumar dejaba pasar la niebla del Atlántico Norte, mientras el gran barco de pasajeros se hundía y se elevaba, sonando su sirena para avisar a los barquichuelos de la flota de pescadores.
-Ese chico, Cheyne, es la mayor molestia de a bordo -dijo un hombre cerrando la puerta de un portazo-. No lo necesitamos aquí. Es demasiado desvergonzado.
Un alemán de pelo blanco extendió la mano para apoderarse de un sandwich y farfulló mientras mordía:
-Conozco esa ralea. Abunda en Ameriga.
Siempre digo que deberrían permitir la im-porrtación libre de desechos de cuero para correas.
-¡Bah! Realmente, no es un mal muchacho. Merece más que se le compadezca -
comentó un neoyorquino arrastrando las palabras mientras estaba echado cuan largo era sobre los almohadones- Desde que era una criatura lo han arrastrado de un hotel a otro.
Esta mañana estuve hablando con su madre.
Es una mujer encantadora, que no cree que pueda manejarlo. Lo llevan a Europa a que termine su educación.
Un señor de Filadelfia, acurrucado en un rincón, comentó:
-Su educación no ha empezado aún. Ese muchacho tiene doscientos dólares mensuales para sus gastos. Él me lo ha dicho. Y todavía no ha cumplido dieciséis años.
-Su padrre posee varrias líneas de ferrro-carril, ¿no es así? -preguntó el alemán.
-Sí, y, además, minas, aserraderos y barcos. Tiene una casa en San Diego y otra en Los Ángeles. Posee media docena de líneas de ferrocarril, como también la mitad de los bosques de la costa del Pacífico, y deja que su mujer gaste el dinero -prosiguió cansino el de Filadelfia-. Parece que el clima del oeste no le conviene. Se pasa la vida viajando con su hijo y sus nervios, tratando de averiguar lo que puede divertir a su vástago. Supongo que empieza en Florida, sigue por los Adirondacks, Lakewood, Hot Springs, Nueva York y vuelta a empezar otra vez. La verdad es que el muchacho no parece otra cosa que un empleado de hotel de segunda clase. Cuando vuelva de Europa no habrá quien lo aguante.
-¿Por qué su viejo no se ocupa personalmente de él? -preguntó una voz.
-El padre se ocupa de hacer dinero. Supongo que no querrá que lo molesten. Dentro de unos pocos años advertirá su error. Es una lástima, porque, a pesar de todo, el muchacho no es malo en el fondo, si alguien se to-mara la molestia de descubrirlo.
-Mit1 un látigo, mit un látigo-gruñó el alemán.
La puerta volvió a abrirse, y entró por ella un muchacho alto y esbelto, de cuya boca colgaba un cigarrillo a medio consumir, y se apoyó en el quicio de la puerta. El color amarillo de su piel no condecía bien con su edad: su mirada era una mezcla de irresolución, atrevimiento y picardía, sin gran capacidad 1 Mit: con (en alemán en el original).
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