Capitanes intrepidos - Rudyard Kipling - E-Book

Capitanes intrepidos E-Book

Rudyard Kipling

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Beschreibung

Harvey Cheyne es un niño rico de diez años que se aprovecha de su condición en el colegio en el que estudia. Suspendido por tratar de sobornar con dinero a un profesor para que le pusiera un examen más fácil, viaja hacia Londres junto a su padre, más preocupado de sus negocios que de su hijo.En el barco en el que viajan, Harvey cae accidentalmente al mar y es recogido por el pescador portugués Manuel Fidello, que lo lleva a la goleta We're Here, capitaneada por el viejo lobo de mar Disko Troop. Allí debe pasar los tres siguientes meses hasta que el pesquero regrese a puerto.

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Capitanes intrépidos

Rudyard Kipling

Capítulo I

LA gastada puerta abierta del salón de fumar dejaba pasar la niebla del Atlántico Norte, mientras el gran barco de pasajeros se hundía y se elevaba, sonando su sirena para avisar a los barquichuelos de la flota de pescadores.

-Ese chico, Cheyne, es la mayor molestia de a bordo -dijo un hombre cerrando la puerta de un portazo-. No lo necesitamos aquí. Es demasiado desvergonzado.

Un alemán de pelo blanco extendió la mano para apoderarse de un sandwich y farfulló mientras mordía:

-Conozco esa ralea. Abunda en Ameriga.

Siempre digo que deberrían permitir la im-porrtación libre de desechos de cuero para correas.

-¡Bah! Realmente, no es un mal muchacho. Merece más que se le compadezca -

comentó un neoyorquino arrastrando las palabras mientras estaba echado cuan largo era sobre los almohadones- Desde que era una criatura lo han arrastrado de un hotel a otro.

Esta mañana estuve hablando con su madre.

Es una mujer encantadora, que no cree que pueda manejarlo. Lo llevan a Europa a que termine su educación.

Un señor de Filadelfia, acurrucado en un rincón, comentó:

-Su educación no ha empezado aún. Ese muchacho tiene doscientos dólares mensuales para sus gastos. Él me lo ha dicho. Y todavía no ha cumplido dieciséis años.

-Su padrre posee varrias líneas de ferrro-carril, ¿no es así? -preguntó el alemán.

-Sí, y, además, minas, aserraderos y barcos. Tiene una casa en San Diego y otra en Los Ángeles. Posee media docena de líneas de ferrocarril, como también la mitad de los bosques de la costa del Pacífico, y deja que su mujer gaste el dinero -prosiguió cansino el de Filadelfia-. Parece que el clima del oeste no le conviene. Se pasa la vida viajando con su hijo y sus nervios, tratando de averiguar lo que puede divertir a su vástago. Supongo que empieza en Florida, sigue por los Adirondacks, Lakewood, Hot Springs, Nueva York y vuelta a empezar otra vez. La verdad es que el muchacho no parece otra cosa que un empleado de hotel de segunda clase. Cuando vuelva de Europa no habrá quien lo aguante.

-¿Por qué su viejo no se ocupa personalmente de él? -preguntó una voz.

-El padre se ocupa de hacer dinero. Supongo que no querrá que lo molesten. Dentro de unos pocos años advertirá su error. Es una lástima, porque, a pesar de todo, el muchacho no es malo en el fondo, si alguien se to-mara la molestia de descubrirlo.

-Mit1 un látigo, mit un látigo-gruñó el alemán.

La puerta volvió a abrirse, y entró por ella un muchacho alto y esbelto, de cuya boca colgaba un cigarrillo a medio consumir, y se apoyó en el quicio de la puerta. El color amarillo de su piel no condecía bien con su edad: su mirada era una mezcla de irresolución, atrevimiento y picardía, sin gran capacidad 1 Mit: con (en alemán en el original).

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