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En un Londres neblinoso y enfangado, un pleito se eterniza en el decadente Tribunal de la Cancillería. La anquilosada maquinaria judicial asiste al paso de generaciones, al suicidio o al enloquecimiento de algunos querellantes, al enmohecimiento de las posesiones y a la ruina material o espiritual de incontables individuos con una impasibilidad que llega a lo cruel.
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Charles Dickens
Casa Desolada
Vol. I
Indice
Prefacio a la primera edición
Capítulo 1 En Cancillería
Capítulo 2 El gran mundo
Capítulo 3 Un recorrido
Capítulo 4. Una filantropía telescópica Capítulo 5. Una aventura matutina
Capítulo 6. En casa
Capítulo 7. El paseo del fantasma
Capítulo 8. Que abarca una multitud de pecados.
Capítulo 9. Signos y símbolos
Capítulo 10 El copista
Capítulo 11. Nuestro querido hermano Capítulo 12. En guardia
Capítulo 13. La narración de Esther Capítulo 14 El buen Porte
Capítulo 15. Bell Jard
Capítulo 16. Tomsolo
Capitulo 17. La narración de Esther Capítulo 18. Lady Dedlock
Capítulo 19. Hay que circular
Capítulo 20. Un mero inquilino
Capítulo 21. La familia Smallweed
Capítulo 22. El señor Bucket
Capítulo 23. La narración de Esther Capítulo 24. Un caso en recurso
Capítulo 25. La señora Snagsby lo comprende todo
Capítulo 26. Tiradores de primera
Capítulo 27. Más que un ex soldado Capítulo 28. El metalúrgico
Capítulo 29. El joven
Dedicado, en recuerdo de nuestra
AMISTAD Y COOPERACION
A MIS AMIGOS DE LALIGA DE LA LITERATURA Y LAS ARTES
(Dedicatoria de la edición de 1853) Prefacio a la primera edición
Hace unos meses, en una ceremonia pú-
blica, un magistrado de la Cancillería tuvo la amabilidad de comunicarme, como miembro de un grupo de 150 hombres y mujeres sos-pechosos de demencia, que el Tribunal de Cancillería, pese a ser objeto de tantísimos prejuicios del público (en cuyo momento me pareció que el magistrado me echaba una mirada de reojo), era algo casi inmaculado.
Reconoció que había habido alguna cosilla que criticar en el ritmo de sus actuaciones, también se había exagerado mucho, y todo se había debido a la «parsimonia del público», cuyo culpable público, según parecía, había estado empeñado hasta hacía poco y con la mayor terquedad en no aumentar en absoluto el número de magistrados de Cancillería establecido por... creo que por Ricardo II, pero da igual cualquier rey.
Aquel chiste me pareció demasiado bueno para insertarlo en el cuerpo de este libro, pues si no se lo hubiera atribuido a Conversa-tion Kenge o al señor Vholes, uno de los cuales creo que debió ser su creador. En boca de uno de ellos lo podría haber apareado con una cita idónea de uno de los sonetos de Shakespeare:
Mi naturaleza está sometida
Al material que trabaja, como la mano del tintorero:
¡Apiadaos, pues, de mí, y deseadme re-novado!
Pero como es bueno que el parsimonioso público sepa lo que ha estado pasando, y sigue pasando, a este respecto, menciono aquí que todo lo narrado en estas páginas acerca del Tribunal de Cancillería es fundamentalmente cierto, y se ajusta a la verdad.
El caso de Gridley se ha tomado en todo lo esencial de un caso real, hecho público por una persona desinteresada familiarizada por motivos profesionales con toda aquella mons-truosidad desde el principio hasta el final.
Actualmente1 hay un caso ante ese Tribunal que se inició hace casi veinte años, en el cual se sabe que han llegado a comparecer de 30
a 40 abogados al mismo tiempo, en el cual se han acumulado costas de 70.000 libras, que no es sino un pleito que resolver amiga-blemente, y que (según me aseguran) no se halla ahora más cerca de su fin que cuando se inició. Hay en Cancillería otro famoso pleito, todavía sin fallar, que se inició antes de fines del siglo pasado, y en el cual las costas ya han engullido más del doble de 70.000
libras. Si quisiera buscar más bases para JARNDYCE Y JARNDYCE podría llenar páginas enteras al respecto, para gran vergüenza de... un público parsimonioso.
No deseo hacer sino otra observación más.
La posibilidad de la llamada Combustión Espontánea se viene negando desde que murió el señor Krook, y mi buen amigo el señor 1 En agosto de 1853 (N. del A.).
LEWES2 (quien en seguida averiguó que se había equivocado, al suponer que las autoridades habían abandonado la cuestión) publicó algunas cartas ingeniosas (dirigidas a mí) cuando se publicó el relato de aquel acontecimiento, en las cuales aducía la total imposibilidad de que existiera la Combustión Espontánea. Huelga observar que no pretendo in-ducir a error a mis lectores por acción ni por omisión, y que antes de escribir lo que digo me preocupé de investigar el asunto. Hay constancia de unos 30 casos, el más famoso de los cuales, el de la Condesa Cornelia de Bandi Cesenate, lo investigó y describió con gran minuciosidad Giuseppe Bianchini, pre-bendario de Verona, persona distinguida en el mundo de las letras, que publicó un relato al 2 George Henry Lewes (1817—1878), publicista y periodista británico muy influido por el positivismo de Conte, acerca del cual escribió varios libros.
Trabajó en 1848 en la compañía de teatro aficionado de Dickens. Se oponía por razones científicas a la teoría de la combustión espontánea respecto en 1731 en Verona y después lo reeditó en Roma. Las apariencias observadas en aquel caso fuera de toda duda racional son las mismas observadas en el caso del señor Krook. El caso más famoso después de aquél ocurrió en Rheims seis años antes, y en aquella ocasión el cronista fue LE CAT, uno de los médicos cirujanos de más renombre de Francia. El sujeto fue una mujer, a cuyo marido la ignorancia lo condenó por asesinato, pero tras un recurso solemne a una instancia más alta, salió absuelto, pues se demostró en la prueba que la esposa había fallecido de la muerte a la que se da el nombre de Combustión Espontánea. No creo necesario añadir más de estos notables datos ni a la referencia general a las autoridades que se hallará en la página 78 del segundo volumen, las opiniones y las experiencias escritas de distinguidos catedráticos de Medicina, franceses, ingleses y escoceses, de tiempos más modernos, y me contento con observar que no rechazaré esos datos hasta que se haya producido una Combustión Espontánea de los testimonios que habitualmente sirven para demostrar los acontecimientos humanos.
En Casa desolada me he detenido adrede en el lado romántico de las cosas corrientes.
Creo que nunca he tenido tantos lectores co-mo en este libro. ¡Ojalá volvamos a encon-trarnos!
Londres, agosto 1853
En Cancillería 3
L on d r e s. Hace poco que ha terminado la temporada de San Miguel, y el Lord Canciller en su sala de Lincoln's Inn’s4. Un tiempo im-3 La Cancillería, en la que Dickens había trabajado como taquígrafo en su juventud, era el Tribunal presidido por el Lord Canciller de Inglaterra. Hasta 1873 fue el más alto tribunal de Inglaterra, después de la Cámara de los Comunes. Por su origen en la capellanía («cancillería») del rey, se suponía que sus veredictos se inspiraban en principios de conciencia, más que de derecho, de ahí el nombre de Tribunal de Equidad (equity). Pero, de hecho, a partir del siglo XVI se dedicó sobre todo a asuntos civiles en materia económica (hipotecas, herencias, fideicomisos...) y «equity» pasó a significar que la Cancillería no utilizaba como norma más que su propia jurisprudencia. A partir de 1875 las leyes sobre la Judicatura unificaron derecho y equity, y la Cancillería pasó a formar parte, como Sala, del Alto Tribunal de Justicia.
4 A lo largo de esta novela irán apareciendo varios de estos Inns en relación con asuntos de derecho y placable de noviembre. Tanto barro en las calles como si las aguas acabaran de retirarse de la faz de la Tierra y no fuera nada extraño encontrarse con un megalosaurio de unos 40
pies chapaleando como un lagarto gigantesco Colina de Holborn arriba. Humo que baja de los sombreretes de las chimeneas creando una llovizna negra y blanda con copos de hollín del tamaño de verdaderos copos de nieve, que cabría imaginar de luto por la muerte del sol. Perros, invisibles en el fango.
Caballos, poco menos; enfangados hasta las anteojeras. Peatones que entrechocan sus de los tribunales. Su nombre (salvo dos que también se llaman Temples) se derivan de los cuatro Inns iniciales fundados en el siglo XIV como posadas o albergues en los que se servía de comer a los estudiantes de derecho. Gradualmente fueron evo-lucionando hacia una mezcla de bufetes y escuelas de abogados y salas de tribunales, y hoy día son básicamente clubs y despachos de abogados, aunque todavía controlan la admisión a los colegios competentes.
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
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