Centuria - Alberto Amigo - E-Book

Centuria E-Book

Alberto Amigo

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Beschreibung

La humanidad entra en un sueño profundo. Cien años después, todos despiertan en un planeta prácticamente irreconocible. La civilización ha evolucionado de manera radical en su ausencia: la tecnología, los gobiernos, los métodos de producción y hasta la forma de relacionarse. Zenas, un periodista del Ministerio de Relaciones Exteriores, decide cuestionar el enigma de los años perdidos, adentrándose en un laberinto de intrigas políticas, secretos y falsedades. La realidad ha sido moldeada para proteger a unos pocos. Despertar solo fue el primer paso.

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© Centuria

Sello: Soyuz

Primera edición digital: Junio 2024

© Alberto Amigo

Director editorial: Aldo Berríos

Ilustración de portada: José Canales

Corrección de textos: Gabruela Balbontín

Diagramación digital: Marcela Bruna

Diseño de portada: Marcela Bruna

_________________________________

© Áurea Ediciones

Errázuriz 1178 of #75, Valparaíso, Chile

www.aureaediciones.cl

[email protected]

ISBN impreso: 978-956-6183-87-7

ISBN digital: 978-956-6386-18-6

__________________________________

Este libro no podrá ser reproducido, ni total

ni parcialmente, sin permiso escrito del editor.

Todos los derechos reservados.

Parte I: El sueño de los años perdidos

No pensaba alegremente acerca del progreso de la humanidad, y veía tan solo en el creciente acopio de civilización una necia acumulación que debía inevitablemente venirse abajo al final y destrozar a sus artífices.La Máquina del Tiempo, H.G. Wells

Capítulo 1 - El largo sueño

—¿En serio quieres dejarlo hasta aquí? —susurró sorbiendo el último rastro de café que quedaba en la taza.

—¿No crees que es lo mejor? —respondió mirando hacia otro lado—. Cuando acepté este trabajo, te advertí que tendría que darlo todo.

—Sí, lo entendí desde el principio. ¿Acaso te he pedido más de lo que puedes dar? —sus palabras quedaron en el aire sin respuesta—. Por favor, Katrina, te he dado todo el tiempo del mundo.

—No se trata de lo que tú estás dando, sino de lo que yo estoy dispuesta a sacrificar. ¿Comprendes?

Katrina había estado reflexionando durante meses sobre terminar su relación con Zenas. Cada día sopesaba la posibilidad, recordando los momentos que no habían compartido juntos. Su trabajo como ministra secretaria general de Estado, designada por el presidente de la República, Martín Valenzuela Strohmberg, había consumido su vida en los dos años desde que aceptó el cargo. Incluso desde que ambos apoyaron la campaña del candidato, sus caminos comenzaron a divergir sin que se dieran cuenta.

Durante un largo período de tiempo, esta unión no los había perjudicado; de hecho, había revivido la llama de su relación, que inevitablemente se estaba apagando después de ocho años juntos. Zenas pensó en ese instante que ella no era el amor de su vida, no porque no la amara, sino porque su convicción era más poderosa que lo que ella sentía por él. El día que tanto temía había llegado, y no se sentía preparado para enfrentarlo.

—No podemos permitir que esto afecte nuestra relación —dijo Zenas.

—Zenas, esto no afectó nuestra relación, simplemente adelantó una muerte anunciada hace muchos años —respondió ella—. Solo que ya no puedo evitarlo.

—¿Y esto afectará mi trabajo? —preguntó Zenas.

—Espero que no. Seguimos siendo compañeros de partido, seguiremos viéndonos, incluso después de que todo esto termine. Tengo claro que este puesto no es para siempre, pero quiero que mi decisión sí lo sea.

—¿Y si abandono el Movimiento Espejo? ¿Si abandono la política?

—No puedes, Zenas —dijo Katrina tajante—. Estás en un punto sin retorno, solo que sin mí.

—Está bien, Katrina, eso es lo realmente importante, ¿verdad? Dejar en alto el nombre de nuestro presidente.

—Sé que lo estás diciendo con sarcasmo —dijo ella con algo de titubeo—. Pero está bien. Haces bien tu trabajo, yo hago bien el mío, y estoy segura de que seguiremos creciendo, pero ya no juntos.

A Zenas le dolieron sus palabras, ya no había más que hacer. En los ojos de Katrina se reflejaba la decisión tomada, y descubrió que ella probablemente ya no lo amaba. En realidad, ni siquiera podía discernir cuáles eran sus verdaderos sentimientos. A pesar de la dureza de sus palabras, notó nerviosismo en ella: movía la pierna de un lado a otro, sus ojos estaban llenos de lágrimas y su voz se quebraba. Su lenguaje corporal contrastaba con sus palabras.

Mientras conversaban, las sirenas comenzaron a sonar en la calle. Cerca de la barra del café, un televisor montado en la pared emitió una alerta que captó la atención de todos en el lugar. El barista subió el volumen, esperando escuchar algún anuncio importante. El emblema del Gobierno apareció en la pantalla, dejando a Katrina sorprendida por el comunicado. De repente, el nerviosismo en sus piernas desapareció; se secó las lágrimas y se volcó por completo al televisor. Mientras tanto, Zenas se sentía perplejo por lo que estaba sucediendo. Su trabajo como periodista a menudo trascendía las horas laborales, y a pesar de que su jornada había terminado, le extrañó no recibir ningún mensaje del Ministerio de Relaciones Exteriores. Todo resultó horriblemente abrumador.

Antes de que alguien del Gobierno diera el anuncio, Zenas escuchó el ruido de un choque afuera del café. Se quedó mirando, absorto en sus propios pensamientos. Katrina intentaba realizar una llamada urgente desde su teléfono celular, y los clientes del café se levantaban para observar el tumulto de personas afuera. De repente, uno a uno, comenzaron a caer al suelo. Zenas se paró, sin escuchar la conversación de Katrina. Estaba en la puerta del café, a punto de salir, cuando ella le gritó.

—¡Zenas! ¡No salgas! Quédate aquí.

—¿Qué está pasando? ¿Sabes algo? —le preguntó mientras obedecía y regresaba a su mesa.

Las personas comenzaron a salir una por una para observar el caos. De pronto, quienes aún permanecían despiertos, se desplomaron cayendo rígidamente en el pavimento. Zenas pudo ver en la televisión que nadie del Gobierno apareció; solo se escuchó un zumbido estático. Esa fue la última imagen que captó antes de ver a Katrina desplomarse sobre la mesa.

Sus piernas se debilitaron. Miró torpemente su teléfono celular y pudo identificar la llamada de un colega que intentaba contactarlo. Antes de pensar en contestar, él también se derrumbó.

No solo en la cafetería y en las calles cercanas la gente caía en un profundo sueño, sino que en todo el mundo miles de millones de personas se desvanecieron casi al mismo tiempo. En cuestión de minutos, el ruido de la ciudad se desvaneció en un silencio absoluto.

Capítulo 2 - La pesadilla

Así como en cinco minutos todos los países del mundo quedaron en completo silencio, cinco minutos después de despertar, las voces de cientos de miles de personas comenzaron a resonar. La mayoría se sintió como si hubiera despertado de una resaca, con la sensación de sequedad en la boca después de haber dormido durante doce horas seguidas.

Las personas que despertaron rápidamente fueron clasificadas en cinco grupos distintos: aquellos que se durmieron en sus hogares o en lugares cerrados y al despertar se sintieron revitalizados, como si nada hubiera sucedido, emergiendo de un largo sueño intacto; la gente que se quedó dormida en las calles y al despertar se encontró reubicada en hospitales, hoteles, hostales, sillones de grandes almacenes y otros espacios diversos. Aunque se sentían secos y algo deshidratados, en general estaban bien; el tercer grupo eran las personas que se durmieron en vehículos en movimiento. La mayoría de ellos desaparecieron y no se encontraron en ninguna parte. Las familias que despertaron inmediatamente tomaron sus teléfonos para buscar a esos familiares que sabían que estaban de viaje, pero nadie entregó respuestas. En los días siguientes, recurrieron a la Policía de Investigaciones, pero la cantidad de personas desaparecidas era tan abrumadora que multitudes se apiñaban en las comisarías en busca de sus seres queridos.

El cuarto grupo de personas era mucho menor en número. Se identificaron a empresarios y miembros del Gobierno que parecían haber envejecido, no notablemente, pero con indicios de un paso significativo de tiempo. Los medios de comunicación también parecían haber estado despiertos, ya que minutos después de que la gente despertara, el comunicado de los presidentes apareció en todos los países del mundo para informar a la población sobre lo que había sucedido, con una verdad a medias, pero que iría en crecimiento con el paso de las semanas. Los medios tuvieron tiempo para realizar las gestiones y presentar un reportaje en los canales más importantes de todo el mundo. Todos recibieron la misma información y, si también hubieran estado durmiendo, no habrían tenido tiempo suficiente para conocer toda la verdad que se estaba comunicando.

Solo en la capital de Chile, de los 6.7 millones de habitantes, el 75% (5.025 millones de habitantes) se durmió en lugares cerrados o fueron reubicados, mientras que el 20% de la población que vivía por debajo del umbral de pobreza desapareció (1.34 millones de habitantes). Algunos ni siquiera estaban en vehículos motorizados, simplemente sus ubicaciones físicas dejaron de existir junto con ellos. Estas cifras alarmaron a la sociedad, y pronto en la televisión se informó que estas personas estaban desaparecidas o categóricamente muertas. Aparentemente solo el 5% de la población se mantuvo despierta, pero en la televisión no se habló al respecto. En las redes sociales, las personas comenzaron a teorizar, ya que carecían de información verídica proveniente de los medios de comunicación tradicionales.

Estaba claro que todo había cambiado: terrenos baldíos o vertederos habían sido reemplazados por edificios y un nuevo sistema de iluminación había sido implementado. Los enredados cables que antes dominaban las calles de la mayoría de las ciudades del mundo ahora habían sido sustituidos por pequeños tótems situados cada cuatro cuadras, encargados de transmitir electricidad de manera inalámbrica a los hogares.

África fue testigo de los cambios más radicales. Era como si el continente hubiera experimentado una transformación total. Los residentes restantes comenzaron a difundir imágenes en internet que reflejaban el nuevo aspecto de la región. La unificación había sido completa, y ahora el territorio se identificaba como Etiopía. Finalmente, el anhelo de los países desarrollados por explotar por completo África se había convertido en realidad, y al menos el 90% de la población ya no se encontraba en sus hogares, simplemente habían desaparecido. Todos se preguntaban dónde estaban, pero las respuestas eran evasivas y solo existían teorías sin pruebas sólidas. Cada vez que surgía una teoría, los medios se esforzaban por desacreditarla. Sin embargo, la pregunta más urgente aún carecía de una respuesta clara: ¿Qué había ocurrido con el resto de las personas?

En Chile y en el resto de Sudamérica, se produjo un fenómeno similar. Las ciudades se expandieron y un extenso sistema de metro conectaba todo el país, con una flota de trenes que pasaban cada cinco minutos. A pesar de la expansión de las principales ciudades, la mayoría de los asentamientos más pobres desaparecieron, siendo reemplazados por complejos de apartamentos donde se reubicó a la mayoría de los residentes. Sin embargo, comunas y localidades como La Legua, La Pincoya, Cerro Navia, La Pintana, Puente Alto y La Victoria, cuya población se desvaneció, se transformaron en espacios públicos y comunitarios, gracias a un fortalecimiento de la participación de los residentes de los barrios cercanos. A pesar del alivio que esto representaba para los sectores más privilegiados, persistía una sensación de vacío. En lugar de una solución real a la pobreza, como experimentaron aquellos que fueron reubicados, la gente simplemente se esfumó.

Este fue uno de los temas más debatidos en el país, junto con lo sucedido en las nuevas ciudades establecidas cerca de las zonas de producción, incluida la reconstrucción de la Ciudad Minera de Sewell en la Región de O’Higgins, gradualmente deshabitada a partir de la década de 1970. Los residentes despertaron allí, ajustándose a una nueva realidad, trabajando y encontrando, en cierto sentido, una vida mejor. A pesar de que algunos expresaban cierta insatisfacción, pocos estaban dispuestos a tomar medidas debido al nuevo horario laboral regulado, que les permitía trabajar treinta y seis horas a la semana y disfrutar de una amplia variedad de opciones de ocio. La mayoría se sentía preparada para acoger este nuevo futuro.

En tanto, el sur de Chile experimentó de los cambios más radicales, transformándose en una región próspera y vanguardista, impulsada por varios avances tecnológicos en el campo de la energía renovable. La implementación masiva de tecnología eólica avanzada había convertido la apacible región sureña en un próspero centro de generación de energía verde, alimentando no solo a Chile, sino también a los países vecinos. Sin embargo, las imágenes eran la única manera de contemplar aquel paisaje, ya que el clima del sur se volvió tan extremo que las tormentas y la neblina impedían apreciar la magnificencia de las máquinas.

El problema energético, que había provocado acalorados debates, se resolvió con la introducción de un marco regulatorio, diseñado para fomentar la transición hacia la energía eólica y otras fuentes de energía renovable. La reubicación de comunidades enteras se llevó a cabo utilizando el nuevo metro que cruzaba todo el país. Incluso, uno de los hechos más comentados fue el de una persona que se durmió en Arica y despertó como si nada en Punta Arenas. A pesar de los esfuerzos por facilitar la adaptación, el extremo frío y el cambio radical en el entorno presentaron desafíos significativos para su integración. Esta persona tuvo dificultades para adaptarse y, durante un tiempo enfatizó su situación en publicaciones en internet, hasta que un día simplemente dejó de publicar.

Era raro que alguien intentara acceder al sur de Chile por cualquier medio de transporte, y quienes lo intentaban necesitaban un permiso, siendo escoltados por militares, similar a lo que sucedía antes con la Antártica, que tenía su embajada, donde unos pocos tenían acceso. A pesar de la ausencia de permisos, las imágenes de este nuevo paisaje idílico y las personas que vivían allí, compartidas en internet, dejaron de ser motivo de conversación. A pesar del clima, todos parecían disfrutar de la vida en el sur, como si se tratara de un país aparte del resto de Chile.

Los avances en el transporte habían revolucionado la movilidad, reemplazando los antiguos sistemas de tránsito congestionado con redes de vehículos autónomos y sistemas de transporte público ultra eficientes. La reducción de la población había permitido una reconstrucción radical del paisaje urbano, convirtiendo antiguas zonas segregadas en espacios vibrantes y sostenibles, con parques exuberantes y modernas instalaciones comunitarias que promovían un estilo de vida equilibrado y ecológico.

La sociedad trabajaba en armonía con las máquinas, donde la automatización inteligente y la robótica colaborativa habían redefinido la naturaleza del trabajo, liberando a los individuos de tareas tediosas y rutinarias, y permitiéndoles enfocarse en la creatividad y la innovación. La coexistencia entre humanos y máquinas había creado un entorno productivo dinámico y eficiente, impulsando avances significativos en todos los sectores de la economía. Pero la gente seguía hablando.

Durante varios días, una teoría extravagante circuló en internet, sugiriendo que todos habían sido transportados a una nueva dimensión, dado que el presente era muy diferente a lo que conocían. Se rumoreaba que lo habían realizado con una innovadora tecnología de teletransporte, en su intento por abordar los desafíos de la superpoblación y la degradación urbana. Esta nueva dimensión presentaba una sociedad reestructurada y sostenible, con ciudades que se habían transformado en metrópolis inteligentes, integrando armoniosamente la tecnología en todos los aspectos de la vida cotidiana.

Una semana más tarde, tras la avalancha de interrogantes desatada en internet, se emitió un comunicado oficial para calmar las inquietudes de los millones de personas que buscaban respuestas sobre lo ocurrido. Sin embargo, lejos de acallar los rumores, la declaración provocó un aumento exponencial de las preguntas, ya que la verdad resultó ser mucho más abrumadora que cualquier especulación. Era como sostener una roca imposible de apartar.

Capítulo 3 - Comité de Gestión de Desastres

Zenas se enderezó frotándose los ojos con suavidad. Notó que el televisor, cuyo sonido blanco de fondo había dejado de escuchar, estaba apagado. La luz natural filtrada a través de los amplios ventanales de la cafetería indicaba que atardecía, dado que una brisa suave se colaba por la puerta abierta. Observó a las personas que habían caído en la calle y ahora estaban dentro del local, de pie y sosteniendo tazas de café para recuperarse del desmayo. Aunque Zenas se sentía bien, notó que los demás parecían lidiar extrañamente con una especie de resaca y dolores de cabeza intensos, que se manifestaban con temblores por todo el cuerpo.

Uno de los clientes era paramédico y usaba una linterna pequeña para observar la reacción de las pupilas y determinar el funcionamiento de sus sistemas nerviosos, buscando signos de daño cerebral debido a las caídas. Todo parecía normal. El paramédico se acercó a él para preguntarle cómo se sentía. Zenas, algo confundido, le preguntó qué había sucedido; el paramédico respondió que él tampoco lo sabía. Agregó que la gente comenzó a despertarse unos cinco minutos antes, y parecía que todos en la ciudad habían sido afectados, ya que no había nadie en la calle. Una vez más, el sonido empezó a resonar por la calle.

Después de ponerse en pie, Zenas buscó a Katrina a su lado. Sin embargo, para su sorpresa, no había nadie sentado junto a él. Katrina ya no estaba. Instintivamente, verificó su celular, que estaba apagado. “Ni se moleste”, le dijo el paramédico. “Todos los celulares están descargados y los enchufes están ocupados”. Era de esperar que las personas comenzaran a intentar comunicarse, reflexionó Zenas.

Al salir de la cafetería, Zenas quedó impresionado al ver a todos comunicándose. El habitual flujo de personas por las calles de Santiago ignorándose mutuamente había desaparecido. Ahora, desconocidos entablaban conversaciones entre sí, intentando descubrir qué había sucedido. Y así sucedía en todas las calles de Providencia. No encontró ningún cambio evidente, salvo el comportamiento de las personas. No había nada visible en la infraestructura ni en los vehículos que sugiriera algo inusual. Sin duda, había sido un desmayo colectivo que no había afectado más allá de lo que él conocía.

Recorrió Providencia durante varias horas, hasta que la luz del día desapareció y la noche se apoderó del entorno. Fue entonces, cuando la oscuridad cayó y las luces se encendieron, que se dio cuenta de que la luminiscencia era distinta. Los postes de luz que antes iluminaban y que estaban interconectados ya no existían. El cielo estaba completamente despejado, sin cables que obstruyeran la vista, un detalle que lo sorprendió, pues era una escena tan común que ni siquiera lo había notado previamente. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que cambiaron la disposición de las luces? Sin duda, había sido hace mucho tiempo, de lo contrario, habría escuchado sobre ello a través de sus colegas del ministerio.

Zenas solía estar bien informado sobre los acontecimientos en el país. Era inevitable no estarlo, ya que sus colegas a menudo discutían temas relevantes en los canales de WhatsApp, compartían notas y activaciones que en ocasiones involucraban a su ministerio, manteniéndose conectados con el contexto del país y preparándose para posibles comunicados de prensa. Nunca dejaba de trabajar, pensó, incluso cuando estaba en casa, continuaba reflexionando sobre las tareas pendientes para el día siguiente o atendiendo llamadas a altas horas de la noche por algún problema en la frontera que necesitara de su atención. Estaba tan absorto en ese momento, con su propio desmayo y el de toda la ciudad, que ni siquiera se le ocurrió encender su celular. Necesitaba llegar a su departamento, apagar la luz y simplemente desaparecer, una vez más, pero ahora de manera consciente.