Cinco años de ausencia - Dani Collins - E-Book

Cinco años de ausencia E-Book

Dani Collins

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Beschreibung

Ella quería ser su esposa… El matrimonio relámpago de Tanja con Leon Petrakis se había terminado. Ella no había vuelto a ver a Leon desde que él se marchó a Grecia hacía cinco años. Sin embargo, para poder adoptar a una niña, Tanja necesitaba que Leon siguiera siendo su esposo. Dejar atrás el excitante vínculo que tenía con Tanja no fue fácil para Leon. Pero, para protegerla de las cicatrices que habían dejado en él el nefasto ejemplo de su familia, no le quedó elección. Le costó rechazar la petición de Tanja para hacer que sus sueños de tener una familia se hicieran realidad, pero ignorar la pasión que aún ardía entre ellos le resultó totalmente imposible.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Dani Collins

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Cinco años de ausencia, n.º 2888 - noviembre 2021

Título original: What the Greek’s Wife Needs

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-208-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Cinco años atrás…

 

Había llegado la hora. Tanja Melha era una mujer moderna e iría a por lo que deseaba: un hombre. Eso le hacía dudar de lo moderna que ella era exactamente, pero, después de todo, era humana. Leon Petrakis era muy sexy y estaba soltero y ella regresaría a la universidad unas pocas semanas después. Aquella era la única oportunidad que tenía de que un amor de verano le curara de una atracción de la que no parecía capaz de olvidarse.

Saltó al muelle, con cuidado de no pisar las gruesas maromas que estaban enroscadas en el suelo y que, entre otros objetos peligrosos, podrían hacer que perdiera el equilibrio. Aquella tarde de agosto era algo más fresca allí, junto al agua.

Sus amigos de la infancia se habían apresurado a abandonar la isla para dirigirse a Vancouver, Calgary o Toronto. Tanja había ido a la universidad en Victoria y, en ocasiones, incluso allí se sentía demasiado lejos de Tofino, la pequeña ciudad que había en la costa oeste de la isla de Vancouver en la que se había criado.

Aquella era otra razón por la que tenía que carpe ese hombre en aquel diem. Leon era griego, pero en realidad ciudadano del mundo dado que vivía en un barco. Tenía la intención de quedarse el resto del verano para ayudar al hermano de Tanja a expandir el puerto deportivo del padre de ambos, pero Leon era la clase de hombre soltero y sin raíces que podía desaparecer en cualquier momento.

Cuando llegó al lugar en el que su barco estaba atracado, lo vio. Llevaba unos pantalones vaqueros recortados y algo deshilachados y en la parte de arriba nada más que su bronceado.

Dios, estaba hecho a la perfección. Tanja admiró los anchos hombros y la fuerza de su espalda, el ligero vello que le cubría los muslos y el modo innato en el que plantaba los pies y cabalgaba el movimiento del barco cuando lo golpeaban las olas.

–Hola, marinero…

Se suponía que tenía que haber sido un saludo casual, pero sonó ronco por el deseo que la atenazaba.

Él se irguió y se dio la vuelta, sin prisa. Su belleza resultó aún más magnética cuando esbozó una ligera sonrisa.

–Hola, Tanja.

Su cabello negro era lo suficientemente largo como para mostrar su ondulación natural. Tenía los ojos oscuros, que mostraron una cierta admiración mientras deslizaban la mirada por el minivestido azul que Tanja llevaba puesto.

Ella le hizo lo mismo. Se fijó en el modo en el que el vello que él tenía en el pecho se movía con el viento para danzar como llamas hacia los oscuros pezones. Otra línea oscura atraía la mirada hacia el botón que tenía junto al ombligo y que parecía sujetar a duras penas los pantalones cortos sobre las caderas.

–Tengo pagados todos mis derechos de amarre. ¿A qué debo el placer?

–Me preguntaba si querías compañía –comentó ella mientras le mostraba la botella de vino que llevaba en la mano.

Después de una breve pausa, él inclinó la cabeza y contestó.

–¿Cómo podría negarme? Sube a bordo.

Él tomó la botella con una mano y extendió la otra para ayudarla. No se apartó para darle espacio. Cuando ella puso un pie en la cubierta, los dos estaban prácticamente pegados, unidos por completo. Él no le soltó la mano y la miró fijamente.

–Soy demasiado mayor para ti, ¿sabes?

–¿Con veintinueve años? Por Dios. Yo tengo veintidós. No he venido aquí a perder mi virginidad.

Sin embargo, sí había ido allí para hacer el amor. No podía fingir, mucho menos cuando tenía la respiración tan entrecortada que, cada vez que inspiraba, los senos rozaban el musculado torso de él.

Leon sonrió lentamente.

–¿Lo abro ahora o más tarde?

Era tan directo… Tanja se dijo que por eso le gustaba tanto. Quería saber lo que se sentía al estar con un hombre como él, que seguramente conocía perfectamente las curvas del cuerpo de una mujer.

–Más tarde –susurró ella. No podía apartar la mirada de sus labios.

–Vamos abajo.

Tanja debería sentirse nerviosa y, en cierto modo, lo estaba. No solía enrollarse con hombres que no conocía. Había tenido algunos novios y había salido con algunos hombres en la universidad, pero nunca había sido tan directa.

–Es muy bonito –dijo ella mirando el interior. Estaba mucho más ordenado de lo que había imaginado, dado lo libre que parecía ser su personalidad.

–Gracias –respondió él mientras metía el vino en el frigorífico y se lavaba las manos–. En realidad, no estaba esperando compañía.

–¿No?

–Me vuelven loco las minifaldas. ¿Qué te puedo decir? Y las piernas largas –añadió mientras se las miraba–. Y el cabello rojo.

–¿Y por qué no me lo dijiste? Habría venido mucho antes.

–Ya sabes por qué –susurró mientras la invitaba a acercarse un poco más a él.

–No, no lo sé –le aseguró ella mientras trataba de actuar con normalidad–. Los dos somos mayores de edad.

Un ligero temblor se apoderó de ella, poniendo en peligro la madurez que afirmaba poseer. Dudó un instante antes de colocar las manos sobre los poderosos músculos del torso de Leon. Él le rodeó la cintura con las manos. No la besó. Se limitó a mirarla fijamente a los ojos.

–Mezclar los negocios con el placer puede ponerse feo. Y, como puedes ver, me gustan las cosas bien colocadas.

–Los negocios los tienes con mi hermano.

–Mmm –murmuró, frunciendo los labios como si no estuviera del todo seguro–. ¿Y tú estás aquí por placer? –le preguntó mientras le dedicaba una tórrida mirada.

–Esa esperanza tenía –bromeó ella mientras se inclinaba un poco más hacia él–. Pero hasta ahora parece que tú solo quieres hablar.

–Te aseguro que no….

Leon bajó el rostro y acarició los labios de Tanja con los suyos, como si estuviera comprobando si ella estaba del todo segura. Después, la besó largamente, sin prisa, de una manera que provocó un terremoto dentro de Tanja.

Ella había sentido que, con Leon, las cosas serían muy diferentes. Más fuertes. Más excitantes. No había imaginado nunca que él la llenaría con la energía de mil tormentas.

Le rodeó los hombros desnudos con los brazos, aferrándose a él, gimiendo por lo vital y fuerte que él era. Leon la estrechaba con fuerza contra su cuerpo, aplastándole los senos contra su pecho. El aroma de la sal y de la crema de protección solar emanaban de su piel. La incipiente barba le erosionaba la barbilla y el ligero aroma del café invadió la boca de Tanja cuando él le introdujo la lengua para besarla más profundamente.

Solo la estaba besando, pero estaba a millones de kilómetros de lo que Tanja había experimentado en el pasado. Parecía que todo su ser se abría y la empujaba a devolverle el beso con un abandono que no era propio de ella, pero que no podía evitar. Cuanto más profundamente la besaba él, más excitaba se sentía y más quería excitarlo a él.

Leon dejó escapar un sensual sonido cuando apretó la mano contra el trasero de Tanja para encontrarle la separación de los glúteos. Le apretó uno de ellos desde abajo, levantándola para que pudiera notar mejor la abultada bragueta y la firme columna que se adivinaba debajo. Estaban los dos pegados el uno al otro, besándose como si sus vidas dependieran de ello.

Leon se apartó de ella un instante y susurró algo en griego.

–Realmente no esperaba esto –murmuró con su sensual acento mientras le mordisqueaba la mandíbula y la barbilla antes de enterrarle la boca en el cuello–. ¿Estás segura?

El corazón le latía con tanta fuerza que Tanja lo notó. Cuando Leon levantó la cabeza, había algo agudo y brillante en su mirada. ¿Una advertencia? ¿La revelación de que él estaba tan asombrado por todo aquello como Tanja? Fuera lo que fuera, ella sintió que se le tensaba el vientre. Los huesos parecieron licuársele mientras apretaba las caderas con el cuerpo de él para reafirmar el contacto.

Él dejó escapar un suspiro entrecortado. Con un ligero movimiento, se irguió y la dirigió a ella hacia una puerta.

Cuando entraron en el camarote, él corrió las cortinas. Tanja se bajó los tirantes del vestido y dejó que este cayera al suelo, quedándose tan solo con el tanga azul claro que se había puesto para él.

Leon se mordió los labios al mirarla. Con una mano se sujetó contra el techo cuando el barco hizo un repentino movimiento y, con la otra, se desabrochó el botón de los pantalones y se bajó la cremallera. Dejó caer la prenda al suelo y se quedó completamente desnudo. Desnudo y excitado. Muy, muy excitado…

Tanja tragó saliva. Sintió que llevaba una mano hasta una estantería cercana para sostenerse.

Leon se sentó sobre el amplio colchón que cubría prácticamente todo el espacio.

–Ven aquí…

Tanja se acercó a él, sentándose sobre la cama y sobre él con un fluido movimiento en el que fusionó la boca con la de él al hacerlo.

Leon estaba tan caliente… El cuerpo le ardía por todas partes. La firmeza de su cuerpo resultaba casi dolorosa, pero también muy excitante.

Él le deslizó los dedos por la espalda, en un gesto posesivo y delicado a la vez, explorándola con lacónica dedicación, realizando un mapa de su cuerpo, desde la nuca a los hombros. Iba trazando su espina dorsal, rodeándole los costados y apretándola contra su cuerpo como si estuviera celebrando todo lo que ella era.

Tanja le colocó las manos sobre los hombros y comenzó a moverse con él, acariciándole por todo el cuerpo, gimiendo contra su boca para demostrarle lo mucho que gozaba teniéndolo bajo ella. Dureza y suavidad de raso, caliente y duro, vital y fuerte. Él le enredó los dedos en la tira del tanga y le marcó el trasero con las manos mientras la guiaba para que se colocara a horcajadas encima de él y subiera un poco más hacia su cuerpo.

–Quiero tus pezones –murmuró con voz gutural.

Ella se levantó un poco más para colocarle los pechos al nivel de la boca. Leon comenzó a chupárselos y ella sintió que todo su cuerpo se tensaba. No se mostraba tímido y seguía acariciándole el trasero, los muslos e incluso más allá de la húmeda tira del tanga…

Tanja llevaba pensando en aquello todo el día. En realidad, desde hacía semanas. Meses. Por supuesto que estaba húmeda y caliente. Gimió y se ofreció a él mientras Leon la acariciaba y la torturaba con dedos y labios. De tal magnitud eran las sensaciones que estaba produciendo en ella que Tanja perdió la cabeza. En pocos segundos, alcanzó un poderoso clímax que la hizo temblar y gemir de placer.

Leon le soltó el pezón y la miró con tal carnalidad que ella sintió el deseo de nuevo entre las piernas.

–Quiero sentir eso mismo cuando esté dentro de ti –dijo con voz ronca.

–Y yo también…

Se movieron un poco. Tanja se quitó el tanga mientras que él se colocaba rápidamente un preservativo. Entonces, se tumbó de espaldas y la invitó a que se colocara de nuevo encima de él. A que lo acogiera en su cuerpo.

Leon tenía una gruesa erección, tanto que apenas parecía real. No se podía negar que era todo un hombre. Comenzó a acariciarle los muslos lleno de deseo mientras ella se colocaba. Apretó los dientes por el esfuerzo de mantener el control.

–Tú también lo has estado deseando…

–Sí.

–Entonces, ¿por qué?

–Estamos aquí ahora –susurró mientras levantaba las caderas debajo de ella–. Dime si te hago daño…

–No, está bien…

Tanja apoyó las manos contra el techo del compartimiento, por encima de su cabeza. Entonces, comenzó a ondularse encima de él, gimiendo de placer por lo exquisito que le resultaba cabalgar sobre él con el mismo ritmo del barco.

Leon le acariciaba constantemente, pellizcándole los pezones y amándole los pechos, para luego agarrarle con fuerza las caderas y empezar a hundirse dentro de ella con más fuerza.

Tanja nunca se había sentido así. Totalmente mujer, como si su cuerpo hubiera sido hecho exclusivamente con aquel propósito. Para él. Eran los dos únicos seres humanos en todo el mundo, pero no parecían de este mundo. Eran dioses exaltados que estaban creando el universo con la frenética unión de sus cuerpos.

Cuando él le tocó perezosamente el henchido centro de su placer, Tanja gimió con fuerza.

–Eres tan hermosa… Dime cuándo…

–Nunca –replicó ella–. Quedémonos así para… Oh….

Un ligero movimiento del barco provocó un cambio de ritmo que le provocó una intensa oleada de placer. Leon realizó un sonido similar, lleno de anticipación y gozo. La sujetó con fuerza y dijo:

–Muy pronto, preciosa. Aguanta un poco más. Cuando yo te diga…

El pulgar acariciaba y acariciaba, moviéndose en círculos, convirtiéndose en lo único que la unía al mundo. El punto en el que existía mientras que los músculos internos de su cuerpo apretaban el miembro de él a pesar de los deliciosos y perezosos envites de su cuerpo.

No pasó mucho tiempo hasta que los sonidos que comenzaron a escaparse de la garganta de Tanja se hicieron más torturados. Aquel coito se estaba convirtiendo en mucho más de lo que era capaz de soportar. No podía encontrar palabras para describir lo bien que se sentía. No podía decir ni hacer nada que no fuera empujar contra el techo y quedarse inmóvil para recibir las potentes embestidas hacia arriba de Leon. Sus caricias. Esperando y esperando a que él le diera la orden.

–Ahora.

Los dos se rompieron en mil pedazos.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

En la actualidad…

 

Alguien llamó a la puerta justo cuando Tanja se estaba metiendo en la cama. Sintió que el corazón le daba un vuelco. Había llegado la hora. Habían ido por fin a buscarla. Ella era una extranjera y querían interrogarla. Tal vez algo peor.

Temblando, se puso los vaqueros. Estuvieron a punto de caérsele, pero se metió la camiseta por dentro y consiguió que siguieran en su lugar.

Su instinto la animaba a salir huyendo, pero, ¿adónde? Era imposible escapar de Istuval desde que la pequeña isla, que estaba frente a las costas de Túnez, estaba bajo el control de los rebeldes.

Oyó que Kahina, su amiga y compañera de piso, gritaba que ya iba. Aksil, el hermano de Kahina, entró y dijo secamente:

–Kahina, unos hombres han venido a buscar a Tanja.

Tanja sintió que se le doblaban las rodillas. No quería poner en peligro a Kahina cuando su amiga había sido tan amable y la había acogido a pesar de todo lo que estaba pasando. Decidió que se enfrentaría a lo que le esperara. Tenía las manos heladas y el cuerpo no paraba de temblarle.

Tocó suavemente a Illi, que dormía plácida y cálidamente y sintió que el corazón se le partía en dos. Se mordió los labios para evitar un grito de agonía. Decidió que no se dejaría llevar por la histeria. No había tiempo. Se escuchaban pesadas pisadas entrando en la casa. Besó delicadamente la mejilla de la pequeña de cuatro meses e inhaló profundamente su dulce aroma. Los ojos se le llenaron de lágrimas y tenía un nudo tan grande en la garganta que casi no podía ni respirar.

Cuando se irguió, sintió una fuerte presión en el pecho. Entonces, salió lentamente de la habitación para enfrentarse a su destino.

Al otro lado de la puerta había cuatro hombres. Aksil debió de haber ido corriendo desde su casa cuando vio que llegaban los soldados. Iba descalzo y tenía la cabeza descubierta. Abrazó protectoramente a Kahina y asintió.

Dos de los hombres llevaban uniformes caqui y portaban fusiles automáticos. El último hombre apareció desde detrás de ellos. Era alto y corpulento, tanto como los soldados, pero llevaba un jersey azul marino, pantalones negros y unos zapatos que, en otra vida, Tanja habría dicho que eran zapatos náuticos.

Ella miró el rostro sin afeitar, el revuelto cabello negro y la fiera mirada. Entonces, sintió que el suelo cedía bajo sus pies.

–¡Dios mío! –exclamó tapándose inmediatamente la boca para cubrir su blasfemia, como si a aquellos mercenarios les importara el cumplimiento de la religión. Ellos imponían sus leyes para controlar a la gente, pero no les importaba de verdad la modestia ni la fe.

¿Qué estaba haciendo allí su esposo? ¿Podría llamar así a Leon Petrakis? No se habían visto desde hacía cinco años, desde que él se marchó de repente, días después de su boda secreta, cuando su padre murió repentinamente.

Había dejado de ser el encantador y seductor playboy con el que ella se había casado. Una semana más tarde, por fin se había dignado a responder a uno de los muchos mensajes de texto que ella le había enviado, en los que le preguntaba cuándo iba a regresar.

No voy a regresar.

Y eso había sido todo. Tampoco le había dicho mucho más a Zachary, el hermano de Tanja. Supuestamente, Leon había estado esperando a que se liberara un fondo a su nombre el día que cumpliera treinta años. Había prometido inyectar capital en el puerto deportivo cuando eso ocurriera, pero había preferido ignorar a ambos, destruyendo el modo de vida de su hermano y la jubilación de su padre al mismo tiempo. Tanja había tenido que renunciar a sus ahorros para ayudar a Zach y aún debía los préstamos que había pedido para terminar sus estudios universitarios.

Todo ello significaba que no tenía muchas ganas de ver a Leon Petrakis. Sin embargo, él la miró y habló en un tono parecido a la… ¿ternura?

–Agape mou. Por fin. He venido para llevarte a casa.

Se acercó a ella con pasos firmes y seguros, como los del león del que tomaba su nombre, compartiendo con el felino la fuerza cuando la estrechó contra su fuerte y firme cuerpo.

Tanja sintió que el corazón se le encogía, alarmado por el enorme tamaño de él. Se había olvidado de la dinámica energía que él tenía, de su magnetismo y de su atractivo sexual. De cómo la hacía sentirse totalmente adorada cuando la apretaba contra su cuerpo.

Por supuesto, todo era una mentira. Lo vio en sus rasgos, distantes y duros. Seguía siendo muy guapo, pero ahora su rostro poseía fiereza. Duro y serio. Todo lo que Leon era se había duplicado. Era como una nueva versión de sí mismo, Leon 2.0. Más delgado, más acerado y más fuerte.

A pesar de lo falso que ella sabía que era aquel abrazo, después de tantas semanas de preocupación, su cuerpo compró lo que él le estaba vendiendo. Tembló involuntariamente y se apoyó sobre él, aferrándose inconscientemente a él como si fuera una pieza de su antigua vida, como si fuera la seguridad y la estabilidad a la que tanto ansiaba volver.

Se dio cuenta de que el miedo le estaba haciendo perder la cabeza porque los retazos del amor que había sentido por él se abrieron paso a través de ella. Le odiaba. Había decidido eso ya años atrás, pero en vez de pegarle un puñetazo y de recriminarle por ser un canalla sin corazón, Tanja se relajó. Su ser más primitivo gozaba con su presencia del mismo modo que los pulmones lo hacían con el oxígeno, como si fuera algo que podría absorberse para ayudarla a mantenerse con vida.

Leon le agarró la mandíbula para obligarla a levantar el rostro. Entonces, le acarició la mejilla con el pulgar. Los hombres armados desaparecieron y ella sintió una oleada de placer cuando su esposo inclinó la cabeza para posar suavemente su boca sobre sus temblorosos labios.

Una inesperada chispa saltó entre ellos, estallando en el pecho de ella como si fueran fuegos artificiales. Él la miró sorprendido, como si hubiera experimentado también algo parecido.

Solo habían sido amantes unas pocas y breves semanas, pero parecía que aquel fuego no se había apagado. Tanja suavizó los labios y él profundizó el beso moviendo ligeramente las caderas contra las de ella.

Tanja cerró los ojos y se apoyó completamente sobre él. Resultaba embriagador, perfecto. Era exactamente como había sido hacía cinco años. El beso de Leon era duro, cálido y contenía un huracán de pasión que la habría absorbido por completo si él no la hubiera tenido sujeta fuertemente entre sus brazos.

Se tambaleó, asombrada al descubrir que la realidad se cernía sobre ella como sombras oscuras. Nada de todo aquello tenía sentido. Ni la presencia de Leon allí ni el hecho de que el corazón de Tanja latiera tan fuertemente.

Sin soltarla, Leon se volvió para enfrentarse a los soldados. Les habló en francés, que, además del dialecto local, era mucho más común allí que el inglés.

–¿Veis? Os lo dije. Es mi esposa. Vino a enseñar inglés, pero cuando ocurrió el cambio, no pudo marcharse sin un pariente masculino. Ahora, la llevaré a casa.

«Cambio», pensó ella. Un eufemismo bien rebuscado para «invasión militar extranjera». Sin embargo, se dejó llevar. Le rodeó la cintura con un brazo y se inclinó sobre él. Le colocó la otra mano sobre el pecho mientras lo miraba y trataba de buscar algo en su rostro que le dijera cómo había sabido dónde encontrarla. ¿Por qué había ido? Tanja había estado totalmente segura de que él se había olvidado de su existencia.

Los soldados se rebulleron con incomodidad e intercambiaron miradas de escepticismo.

–¿Vives aquí? –le preguntó a Tanja uno de ellos–. ¿Sin un pariente masculino?

Aksil tomó la palabra rápidamente.

–Mi hermana y la señorita Melha…

–La señora Petrakis –insertó rápidamente Leon.

–Sí, por supuesto –afirmó Aksil–. La señora Petrakis daba clase con mi hermana en la escuela femenina antes de que cerrara. Yo llevo a mi hermana de compras cuando necesitan comida, pero ahora Kahina vendrá a vivir con mi familia –añadió Aksil mientras abrazaba protectoramente a su hermana.

Leon asintió como si todo estuviera decidido. Se habría llevado a Tanja hacia la puerta, pero ella se resistió. Estuvo a punto de preguntarle qué pasaba con Illi.

Justamente en ese momento, la pequeña empezó a llorar.

El sonido del llanto de la pequeña dejó a todo el mundo totalmente inmóvil.

Tanja miró a Kahina. Su hermano la acogería con los brazos abiertos en su casa, pero esta estaba ya llena de los sobrinos de Kahina. Pedirle a su amiga que se quedara con Illi sería algo más que una imposición. Illi les quitaría comida a los hijos de Aksil.

Illi tal vez no fuera hija biológica de Tanja, pero ella era su madre en aquellos momentos. No iría a ninguna parte sin la pequeña. Así era como se había quedado atrapada allí.

El modo en el que actuara en los siguientes segundos condicionaría la situación, pero solo se le ocurría una manera de actuar. Aquella era su única oportunidad de poder llevarse a la niña a casa.

–Agape mou –susurró implorando con la mirada a Leon–, debes de tener muchas ganas de conocer a tu hija.

Leon endureció la expresión de su rostro antes de esbozar una ligera sonrisa.

–No he pensado en otra cosa –dijo con voz distante.

–Iré a por ella –dijo Kahina mientras iba rápidamente a la habitación en la que se encontraba la pequeña.

 

 

Entrar. Salir. Divorciarse. Ese había sido el sencillo plan de Leon cuando recibió el correo electrónico de Zach, el hermano de Tanja.

 

Tanja está atrapada en Istuval. Ella necesita un pariente masculino que la saque de allí. Mi esposa se va a poner de parto en cualquier momento. Si no, iría yo mismo. Mi padre lleva muletas y no puede viajar. Dado que tú, técnicamente, sigues siendo su esposo…

 

¿Técnicamente? Era su esposo, a pesar de los cinco años que llevaban separados. Disolver el matrimonio no había sido una prioridad para Leon mientras estaba reconstruyendo el imperio de su padre. Los papeles del divorcio habían invitado a su esposa a extorsionarle con un acuerdo de separación, lo que habría puesto en peligro todo lo que estaba tratando de recuperar. Por lo tanto, había dejado esa tarea a un lado.

Con aquel rescate, Leon había visto la oportunidad de terminar con Tanja sin que ella tratara de sacarle el dinero. Se había marchado a Malta, donde había comparado un trimarán de carreras. Tras poner a punto el barco y preparar sobornos en varias divisas, había hecho acopio de pañales y de leche maternizada.