Cómo atrapar a un marido - Ruth Jean Dale - E-Book

Cómo atrapar a un marido E-Book

Ruth Jean Dale

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Beschreibung

Julia 1038 La agencia matrimonial La Rosa Amarilla presumía de poder encontrar al hombre adecuado para cualquier mujer. Emily no podía negar que, al menos sobre el papel, Cody James parecía perfecto. Pero la realidad era aún mejor. Alto, atractivo y sexy, Cody dejó completamente anonadada a Emily. El problema era que ella no se había dirigido a la agencia para encontrar un marido, sino para escribir una historia para el día de San Valentín… sobre cómo cazar a un hombre. Desgraciadamente, Cody era el único disponible… y Emily se dio cuenta de que tal vez la historia requiriera una investigación más minuciosa.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1998 Ruth Jean Dale

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Como atrapar a un marido, JULIA 1038 - noviembre 2023

Título original: Bachelor available!

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411805308

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

De: [email protected]

Enviado: Domingo, 1 noviembre, 9:42 p.m.

A: [email protected]

Asunto: ¡Ya es suficiente!

De acuerdo, Emily, he sido muy paciente, pero te conozco y si no te das prisa con lo de la Rosa Amarilla ahora mismo, sé que nunca lo harás. Una promesa es una promesa, no es que me lo debas o algo por el estilo. ¿Cuál es tu problema? Puede que tengas suerte…

 

 

El primer detalle que llamó la atención de Emily Kirkwood cuando entró en la Agencia Matrimonial La Rosa Amarilla en San Antonio, Texas, fue el olor de las rosas… El segundo fue el vaquero más atractivo que había visto en su vida.

Uno de esos dos pequeños detalles fue lo que la detuvo en seco. Ella prefirió pensar que era el aire perfumado, ya que, normalmente, no era el tipo de mujer que dejara que cosas tan superficiales como el aspecto físico la afectaran. Se enorgullecía de interesarse por cosas más profundas, como el honor, la integridad y la honradez.

Por supuesto, esas cualidades no se veían a primera vista, mientras que sí que podía ver el pelo negro y rizado y unos vivarachos ojos azules, unas largas piernas cubiertas con unos vaqueros y unos anchos hombros bajo una camisa de cuadros rojos. También veía la chispa de interés que le saltó en aquellos ojos tan increíbles cuando se volvió a hablar con la recepcionista.

—Soy Cody James —le dijo a la recepcionista con un fuerte acento texano y una sonrisa deslumbrante, mientras daba vueltas al sombrero entre las manos—. Tengo una cita a las once en punto con Wanda Roland pero he llegado con unos minutos de antelación, así que me sentaré y esperaré hasta….

—¡No, señor James! —exclamó la recepcionista, tan impresionada por el aspecto físico de aquel hombre como Emily—. Wanda le está esperando. Por favor, entre —añadió, señalando la puerta.

—Gracias, señorita —respondió Cody, antes de llamar y entrar al despacho.

—¡Madre mía! —exclamó la recepcionista, una atractiva mujer de mediana edad, cuya placa decía Teresa, abanicándose—. A ése me apunto yo también.

—¿Son todos los clientes de esta Agencia Matrimonial así de guapos? —preguntó Emily, riendo mientras trataba de mantener el tono crítico bajo control.

En su experiencia, no se podía confiar en los hombres que eran así de guapos. Eran casi tan poco dignos de confianza como los ricos, y la combinación rico y guapo era la más peligrosa del mundo. Los únicos hombres en los que ella estaba dispuesta a confiar de nuevo eran los pobres pero honrados, atractivos pero no de los que le dejan a una paralizada.

En cualquier caso, su opinión no importaba en aquellos momentos. Emily no había ido a aquella Agencia Matrimonial para encontrar a su media naranja sino para conseguir información para el artículo de su primo Terry. Él lo había denominado «simple documentación», pero a ella le parecía más bien espiar.

Ya había hecho algo similar para su primo en algunas ocasiones antes de que su jefe hubiera decidido trasladarla temporalmente de Dallas a San Antonio para colaborar en la apertura de una nueva sucursal de su empresa A&B Construction en aquella ciudad. Lo que su primo le había pedido en Dallas no le había supuesto más que rellenar un formulario, grabar una cinta de vídeo terriblemente embarazosa y conseguir una única cita con un genio de los ordenadores. Por último, le había escrito a Terry un diario de la cita y había considerado el asunto cerrado.

Sin embargo, resultaba raro como había salido aquella experiencia. Había respondido todas las preguntas con total sinceridad, a pesar de que ella no estaba buscando realmente pareja. Sólo estaba devolviéndole una vieja deuda de honor a su primo. No estaba buscando ningún tipo de relación. A la edad de veinticinco años, no estaba segura de querer casarse después de ver por todo lo que habían pasado sus padres. Igualmente, haber sido abandonada prácticamente delante del altar no había hecho que estimara más a los hombres.

En ese momento, Teresa dio unos golpecitos en el mostrador con el lápiz, con una sonrisa cálida y afectuosa.

—¿En qué puedo ayudarla, señorita…?

—Emily Kirkwood —respondió ella, dándose cuenta de repente que debía de haber algún tipo de error—. Yo también tenía una cita con la señora Roland a las once, pero no me importa volver en otro momento —añadió ella, volviéndose a la puerta, aliviada de que hubiera habido aquel malentendido.

—¡Dios mío! —exclamó Teresa—. ¿Se ha equivocado Wanda otra vez? —se dijo, levantando una mano para evitar que Emily se fuera, mientras con la otra descolgaba el teléfono y marcaba tres cifras rápidamente—. Por favor, espere mientras yo… ¿Wanda? Me temo que debe de haber habido otra equivocación. Emily Kirkwood está aquí y dice que tiene una… Pero si acaba de entrar el señor James, así que di por sentado… ¡Oh! De acuerdo —concluyó Teresa colgando el teléfono—. Saldrá enseguida.

—De verdad que no me importa volver en otra ocasión —respondió Emily, intentando escurrirse hacia la puerta—. La verdad es que hoy tampoco me venía muy bien. Tal vez…

En aquel momento, la puerta por la que había desaparecido el atractivo vaquero se abrió y salió una mujer. Emily se quedó muy quieta y la miró fijamente.

Wanda Roland parecía un hada madrina de una película de Walt Disney. Tenía el pelo blanco como la nieve, pero la cara era tan alegre y juvenil que le hacía parecer mucho más joven. Y tenía una sonrisa maravillosa.

—Querida mía, siento tanto esta confusión —le dijo la mujer, acercándose a ella con las manos extendidas.

—No pasa nada. Precisamente le estaba diciendo a Teresa que…

—Y ella me transmitió sus preocupaciones, puede estar segura. Todos conocemos muy bien nuestro trabajo aquí en la Rosa Amarilla —le dijo Wanda, con unos ojos azules muy claros reluciéndole bajo las blancas cejas—. Por favor, ¿quiere pasar a mi despacho?

—Pero usted ya tiene a otro cliente allí —replicó Emily, resistiéndose—. No creo que sea muy buena idea.

—Todas mis ideas son buenas, querida. Ya lo verás. Es un despacho muy grande y hay espacio de sobra para dos clientes al mismo tiempo. Además, todo lo que tú estarás haciendo será rellenar unos formularios —concluyó, haciendo un gesto como si aquella actividad le resultara especialmente desagradable.

—No, de verdad…

—¡Qué tímida! —le dijo a Teresa, mientras tomaba a Emily por la cintura—. Vamos, querida, yo sé lo que te conviene.

A Emily no le quedó otra opción que hacer lo que la mujer le pedía. Se consoló pensando que cuanto antes saliera de aquella situación, mejor. Así su primo no podría pedirle nada más.

Al entrar en el despacho, el vaquero levantó la mirada mientras sostenía una rosa amarilla, de tallo muy largo, entre las manos. Cuando vio que ellas entraban, la volvió a dejar en el jarrón que había al lado de su sombrero y frunció las cejas. Wanda no quiso dejar que se produjera ningún silencio incómodo, por lo que dijo con toda rapidez:

—Señor James, ¿le importa si le llamamos Cody?, ésta es Emily Kirkwood. Y a usted, ¿le importa si le llamamos Emily?

—En absoluto —respondieron los dos al unísono.

Wanda invitó a Emily a que se sentara en un sillón al lado del que ocupaba Cody. Emily tuvo que moverlo un poco para poder ver el otro lado del escritorio, ya que había un enorme ordenador que ocupaba gran parte de la mesa.

—Ahora que estamos todos aquí —dijo Wanda con satisfacción—, podremos conocernos un poco mejor. ¿No os parece?

—Bueno… —respondió Cody James, echando una mirada de reojo a la recién llegada—. ¿Es así como tratas a tus nuevos… clientes?

—Bueno, no, en realidad no —replicó Wanda—. Vosotros sois un caso especial.

—Yo me siento muy incómoda con todo esto —comentó Emily, volviéndose al vaquero, que también parecía estar muy incómodo—. No quiero quitarle el tiempo que le habías asignado al señor James…

—Cody —le dijo él con rapidez—. No me importa, señorita Kirkwood, sólo estoy un poco confundido.

—Emily, por favor —le corrigió ella—. Sí, Cody, yo estoy tan confusa como tú.

—¡Veis lo bien que os lleváis! —exclamó Wanda.

—Sí, pero me siento como una intrusa —insistió Emily—. ¿Por qué no puedo volver otro día?

—No me gustaría causarte ninguna molestia —observó Cody, mirándola de repente con los hermosos ojos azules muy abiertos—. Mira, nos han dado a los dos la misma cita, ¿por qué no soy yo el que vuelve otro día? Tú tienes tanto derecho como yo a estar aquí.

—Exactamente —insistió Wanda—. No hay necesidad de que nadie se vea perjudicado.

—Pero… —dijeron los dos de nuevo al unísono.

—Tranquilos, tranquilos —les interrumpió Wanda—. Miradlo de esta manera. Así me haréis un favor. Así sólo tendré que dar la charla de orientación sobre la Rosa Amarilla una vez en vez de dos.

Emily miró a Cody, quien le devolvió la mirada, y vio que él sonreía, por lo que ella sonrió a su vez. De aquella manera tan silenciosa, ambos acordaron que se quedarían los dos para ver lo que Wanda tenía que decírles.

—De acuerdo, muchachos, —añadió Wanda muy satisfecha—. Quiero que estéis totalmente seguros de que aquí en la Rosa Amarilla haremos todo lo posible para satisfacer vuestros intereses. Si las cosas se hicieran como nosotros queremos, todos los habitantes de Texas estarían felizmente casados y no pararíamos de recibir cartas hablándonos del nacimiento de los hijos.

—Yo no he venido aquí para casarme —se apresuró Emily a explicar—. Soy nueva en la ciudad y pensé que sería muy agradable conocer a algunas personas.

—Así es como empieza siempre —le dijo Wanda muy alegremente—. No te puedes casar con nadie hasta que lo conozcas, ¿no?

—Efectivamente, Wanda —afirmó Cody—. Yo, al contrario, no quiero otra cosa que no sea casarme. Los años no pasan en balde y me gustaría tener una casa llena de hijos mientras todavía pueda disfrutarlos.

Emily no podía creer lo que estaba escuchando. Un hombre tan atractivo como él seguramente no necesitaba una celestina para encontrar un montón de mujeres que estuvieran dispuestas a casarse con él. Todo aquel asunto le parecía muy extraño…

—Ése es el espíritu, Cody —asintió Wanda—. Estoy segura de que podré encontrar la mujer adecuada para ti. Mientras tanto, hay una serie de cosas que mi jefe insiste en que os diga.

«Ahora llega lo bueno. Es mejor que preste atención para que le pueda contar todo a Terry», pensó Emily, aguzando los oídos.

—La Agencia Matrimonial La Rosa Amarilla es la agencia más antigua de este tipo en la ciudad de San Antonio, e incluso tal vez de toda Texas —les informó Wanda, que había cambiado el tono amigable y cálido de su voz por una especie de sonsonete, lo que evidentemente indicaba que aquella no era la parte que más le gustaba de su trabajo—. Tenemos una elevada tasa de éxito porque utilizamos los ordenadores más modernos, con programas especialmente diseñados para nosotros —añadió, dando un golpecito al ordenador, de una manera tan torpe como si el contacto que ella tenía con la máquina se ciñera a lo estrictamente necesario—. Este es George. Os garantizo que podéis confiar en él.

Emily se quedó muy sorprendida al ver que le había puesto nombre al ordenador. Mientras tanto, Cody se reclinó en la silla y extendió sus largas piernas por debajo del escritorio.

—Ésa fue una de las razones por las que escogí esta agencia —dijo Cody—. Estoy completamente a favor de los ordenadores. Nosotros los usamos en el rancho constantemente. Sin embargo… todavía no les hemos puesto nombre.

—Y tú querida —le preguntó Wanda a Emily tras asentir profusamente al oír las palabras de Cody—, ¿por qué escogiste nuestra agencia?

—Porque me gusta el nombre —respondió Emily, mordiéndose la lengua para no decir que su primo le había empujado a hacerlo—. Me encantan las rosas, y las amarillas son mis preferidas.

—¡Qué respuesta tan encantadora! Pero sigamos con lo nuestro… La Rosa Amarilla tiene tanto éxito porque estamos completamente informatizados. Evaluamos la personalidad de nuestros clientes, les hacemos un perfil… y… bueno… les hacemos una cinta de vídeo, si os gustan ese tipo de cosas —concluyó apresuradamente, como si se le acabara el gas.

—A mí no —replicó Cody, frunciendo el ceño—. Supongo que a lo que te refieres a eso de sentarse delante de una cámara y hablar de uno mismo. Si quieres saber mi opinión, me parece una subasta. Nosotros no somos vacas…

—¡Exactamente! —exclamó Wanda, chispeando de alegría—. El trato humano es lo que marca las diferencias.

—Sí. Yo sólo estaría de acuerdo una vez que el ordenador haya analizado la información —dijo Cody.

—Pero… —observó Emily, mirando de uno al otro, completamente asombrada—. Yo pensé que hoy en día, todo este proceso estaba automatizado e informatizado, para hacerlo completamente impersonal y científico.

—¡Dios mío! —protestó Wanda—. ¿Te gustaría vivir en un mundo en el que las máquinas te dijeran a quién debes amar?

—Bueno, no, pero…

—¿Y en un mundo en el que mostraran en vídeo, como al ganado de una subasta? —le interrumpió Cody.

—No, pero…

Aquella vez, Emily se interrumpió a sí misma. Si lo que Terry estaba buscando era información sobre una agencia matrimonial completamente informatizada, no parecía que fueran a conseguirlo en La Rosa Amarilla. Sin embargo, las pesquisas que Terry había hecho apoyaban la afirmación que había hecho Wanda sobre el éxito de la agencia. Por eso se había puesto tan contento al saber que iban a trasladar allí a Emily.

—De acuerdo —dijo ella—. Es que me ha sorprendido, eso era todo.

—Bueno —respondió Wanda, abriendo un cajón del escritorio—, supongo que ahora que nos entendemos, creo que ha llegado la hora de que rellenéis estos formularios. La información que reflejéis aquí será estrictamente confidencial, y se mostrará sólo cuando se haya encontrado una posible pareja. Con ellos, sólo tratamos de establecer la compatibilidad de carácter y encontraros una pareja perfecta. Eso es lo que nosotros buscamos, la perfección. ¡Ah! Aquí están.

Entonces, Wanda sacó un montón de papeles del cajón los extendió por el escritorio, para empezar luego a tomar hojas de un lado, rechazar otras y luego agrupándolas en varias categorías.

Emily miró de reojo a Cody y vio que él la estaba mirando a ella, por lo que los dos apartaron la mirada con rapidez. De nuevo, Emily se preguntó el por qué un hombre con aquel aspecto físico tenía que recurrir a una agencia matrimonial para encontrar pareja. Todo lo que tenía que hacer era pasearse por la calle y le seguirían en bandadas.

—Aquí tenéis —le dijo Wanda, dándole un montón de papeles a cada uno y un bolígrafo amarillo con una rosa dibujada—. Ahora podéis poneros cómodos en la mesa de conferencias —añadió, indicándoles una mesa.

Emily volvió a sentirse de nuevo muy incómoda. ¿Realmente quería sentarse delante de aquel hombre y contar mentiras, aunque fueran escritas? Sin embargo, Cody se levantó obedientemente mientras Wanda le sonreía con aprobación. Emily se dio cuenta de que no le quedaba ninguna elección que no fuera seguirlo y sentarse en la silla que él le apartaba de la mesa. Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para ocultar el placer que le producía ver que todavía seguía habiendo hombres que guardaban las buenas costumbres.

 

 

Cody se quedó mirando fijamente el papel, intentando concentrarse. La primera parte era fácil: Cody James, 30, vaquero. Bueno, efectivamente era un vaquero, se repitió, para aliviarse la conciencia. Ingresos. Ésa ya la tenía preparada. Con mucho cuidado escribió: Los suficientes para mantener a una mujer e hijos, si no tienen gustos muy extravagantes.

Entonces leyó la siguiente pregunta. Constitución. Bueno, si por aquello entendían construcción, efectivamente había ayudado a construir un cobertizo para el heno en el rancho Flying J hacía un par de meses. Sin embargo, no le pareció que fuera aquello lo que querían saber, por lo que se saltó la pregunta.

Al mover un poco la cabeza, vio que Emily Kirkwood estaba completamente concentrada, mordiéndose el labio inferior mientras rellenaba los impresos. Aquel gesto le hacía la boca agua.

A Cody le había gustado Emily desde el primer momento, pero nunca volvería a tener relación con una mujer hermosa mientras viviera. Y desgraciadamente, Emily era muy guapa.

Tratando de concentrarse, volvió la atención a los impresos. Estado Civil: divorciado. Hijos: No, pero me gustaría mucho tenerlos, escribió.

A continuación se le preguntaba por el tipo de residencia en el que vivía. De hecho, él vivía en la casa principal del rancho Flying J con el resto de los James, pero no quería que aquello se supiera tan pronto. Si iba a encontrar a una mujer más interesada en él que en el número de cabezas de ganado y de búfalos y los acres que tenía su familia, era mejor que omitiera cierto tipo de cosas. Casa escribió sencillamente.

Mascotas. Aquello era fácil. Perros y un búfalo. Debajo del apartado de Animales favoritos, incluyó a los caballos. Animales menos preferidos, los gatos. Deporte favorito: el rodeo, también incluido en las actividades que le gustaba ver. Comida favorita: La Tex-Mex.

Cody suspiró. Hasta entonces, todo iba bien. De nuevo volvió a levantar la vista y su mirada se cruzó con la de aquella rubia de ojos marrones tan atractiva que estaba sentada enfrente de él. Y durante un momento, se olvidó de todas las promesas que se había hecho al divorciarse: Nunca más estaré con mujeres hermosas. No se puede confiar en ellas.

 

 

Mientras tenía la mirada entrelazada con la de Cody, a Emily se le olvidó respirar. Pensó, algo asustada, que no había sido sólo su aspecto físico lo que le había gustado. Él parecía un hombre bueno y amable.

Emily sonrió rápidamente y volvió la atención de nuevo al cuestionario. En Dallas había contestado todas las preguntas con mucha exactitud, y la cita le había salido rana. En aquella ocasión, no veía ninguna razón por la que tuviera que vaciarse el alma.

En la siguiente pregunta. Niños, Emily escribió: Dios mío, ¡no!. En realidad, los niños le gustaban, y, si alguna vez se casaba, efectivamente le gustaría tenerlos, pero para eso quedaba todavía mucho tiempo. No había necesidad de entrar en detalles.

Mascotas: Dos gatos. Los tenía en el apartamento que compartía con su vieja amiga, Laurie Billingsley. Animales menos preferidos. Aquella pregunta le hizo pensar, ya que en realidad le gustaban todos los animales. Por fin escribió: Cualquier cosa grande

En la pregunta de la Actividad no deportiva debía haber contestado, si hubiera sido sincera, la lectura. Pero, ¿a quién le interesaría una mujer que diera aquella respuesta? Por eso, escribió: Ir de fiesta, a pesar de que aquello era mentira. La respuesta al apartado de Intereses Generales/Hobbies debía de haber sido el trabajo voluntario. En Dallas, había enseñado a leer a los niños, y lo volvería a hacer cuando regresara. Pero, como no estaba dispuesta a decir la verdad, escribió: ¡Ir de compras!

Su comida favorita eran los macarrones con queso, pero escribió: Vegetariana, porque le pareció más sofisticado. A la pregunta de Cómo sería tu cita ideal, respondió: Una cena en un restaurante de cuatro tenedores e ir a bailar, a pesar de que lo que realmente le gustaba era ver una película romántica en casa junto al fuego de la chimenea y con una botella de vino.

¿Vacaciones ideales? Un crucero en el Caribe , escribió ella, de manera muy extravagante, a pesar de saber que le gustaría mucho más irse a una cabaña a la montaña. La pareja perfecta sería alguien…

Aquella pregunta la detuvo en seco. No podía escribir «pobre, pero honrado y cariñoso», porque, a pesar de que era verdad, nadie se lo creería. Así que escribió: Sofisticado, rico, guapo y un hombre de mundo , mientras intentaba no levantar la vista para mirar al hombre que estaba sentado frente a ella. Efectivamente, él parecía honrado, cariñoso, y era tan guapo que se le aceleraba el pulso con sólo mirarlo.

Se recordó que ella no había ido a la agencia para encontrar marido. Ni siquiera buscaba una relación seria. Estaba allí para pagar una deuda de honor, por lo que bajó la cabeza y se obligó a concentrarse en la siguiente pregunta. Qué es lo que busco en una relación.

Nada. Ella no buscaba nada. Una vez que acabara aquel cuestionario y se alejara del atractivo Cody James, no le sería tan difícil recordarlo. Pero, como tenía que escribir algo, puso: ¡Diversión y juegos!, con letras bien grandes. No quería que le asignaran otro cerebro de los ordenadores.

 

 

La pareja perfecta sería alguien… Cody frunció el ceño, deseando que se le ocurriera algo que contestar. No estaba seguro de cómo sería su pareja ideal, pero sí que sabía perfectamente cómo no tenía que ser. No tenía que ser como Jessica.

Sólo al pensar en su ex-mujer, sintió una ligera irritación. Ella le había dicho todo lo que él deseaba oír… hasta que le tuvo bien atado. Entonces, de repente, no quería tener niños, no quería llevar una vida aburrida en un rancho, y al final, acabó por no quererlo a él.

Lo que sí quería, era el dinero de Cody y se llevó un buen pellizco. Para entonces, él se había hecho a la idea de que no merecía la pena intentar seguir a su lado. Sin embargo, a veces recordaba lo que le gustaba de ella, cosas como una sonrisa, un rápido sentido del humor, una naturaleza apasionada… Y era realmente atractiva.

Rubia, de ojos marrones, la piel suave y dorada y una figura que hacía volver la cabeza a los hombres, Jessica se parecía mucho a Emily Kirkwood. Jessica sabía perfectamente el poder que ejercía sobre los hombres, pero Cody tardó mucho en darse cuenta. Dos años después del divorcio, Cody se daba cuenta de que había basado sus sueños y esperanzas en lo que ella le había dicho, no en lo que le había demostrado. Había estado ciego. Se la había imaginado rodeaba de niños, y a ella no le gustaban en absoluto. Se la había imaginado con su familia en el rancho, pero aquél no era el mundo que Jessica había buscado.

Sin embargo, ella le repetía constantemente que le encantaban los niños y la vida en el rancho, que adoraba las familias grandes, y que lo amaba a él, lo que había sido la mayor mentira de todas. Cody se daba cuenta de que si se hubiera fijado más en la manera en que ella se comportaba y menos en lo que le decía, se habría ahorrado muchos sufrimientos.

Cuando la puerta se abrió, Cody salió de su ensoñación. Vio a Wanda sonriendo.

—¿Habéis terminado ya?

—Casi —respondió Emily—. ¿Me das unos minutos más?

—Claro —respondió Wanda, saliendo de nuevo.

Emily miró a Cody. Aquélla no era la manera en la que Jessica lo había mirado. De alguna manera, parecía que Emily realmente lo veía.

—Es difícil —le dijo ella, con una sonrisa, con una voz tan suave e íntima que Cody tardó algunos segundos en responder.

—¿Qué es difícil?

—Responder todas estas preguntas personales —replicó ella, arrugando un poco la nariz respingona—. Lo que quiero decir es que resulta difícil a menos que uno se pase el día pensando sobre uno mismo. ¿Lo haces tú?