Todo menos casarse - Ruth Jean Dale - E-Book

Todo menos casarse E-Book

Ruth Jean Dale

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Beschreibung

Jessica tenía un padre maravilloso. Matt Reynolds era fuerte, guapo y amable, pero lo que Jessica necesitaba de verdad era una madre. Su primer plan consistió en poner un anuncio para buscar una, pero entonces tuvo una idea mejor. Su amigo Zach tenía una madre estupenda. Laura era dulce, bonita y sin marido, y Zach quería un padre casi tanto como Jessica una madre. Solo había un inconveniente en el plan de los jóvenes celestinos, ¡que Matt y Laura no se soportaban! De hecho, lo único que tenían en común era que harían cualquier cosas por sus hijos, ¡salvo casarse!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Ruth Jean Dale

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Todo menos casarse, n.º 1494 - diciembre 2020

Título original: Parents Wanted

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-139-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LA SEÑORITA Forbes, recepcionista de siempre de la revista Review, de Rawhide, Colorado, levantó la mirada de la pantalla del ordenador y sonrió.

–¡Vaya, Jessica Reynolds! ¿Cómo estás? No te he visto desde la fiesta de tu noveno cumpleaños y eso fue, por lo menos, hace tres meses.

Jessica se agitó incómoda y escondió tras ella la bolsa de plástico que llevaba para que la señorita Forbes no le preguntara por su contenido.

–Mi cumpleaños es el dieciséis de abril. Gracias por el balón de fútbol.

–De nada. ¿Quieres un caramelo?

–Sí, gracias.

La señorita Forbes siempre tenía un tarro con caramelos en su mesa. Jessica tomó unos cuantos y se metió uno en la boca.

–¿Y qué te ha traído a esta aburrida redacción en este bonito día de julio?

–He venido a ver a mi abuelo. ¿Está aquí?

–Claro que sí.

–¿Puedo hablar con él?

–Por supuesto.

La señorita Forbes le indicó la puerta con el cartel que decía: Editor, Redactor, Dueño y Rey.

–Pasa, querida. Ya lleva dos horas trabajando en un editorial y, si no está bien ya, nunca lo estará. ¡Y le puedes decir que te he dicho eso!

Después de volver a sonreírle, volvió a ponerse a escribir.

Jessica se metió otro caramelo en la boca y cuadró los hombros. Había ido a ver a su abuelo para algo muy importante y no quería cometer errores.

Se dirigió decididamente a la puerta y la abrió.

John Reynolds levantó la mirada de lo que estaba escribiendo y sonrió encantado. Su cabello blanco estaba despeinado y Jessica pensó que necesitaba un corte de pelo. Pero también lo necesitaba su padre. Y ella misma, ya puestos.

John siguió sonriendo y le dijo:

–Hola, chica. ¡Ven a darle un besazo a tu bisabuelo favorito!

–Tú eres el único que tengo.

Y era cierto, pero John sería su bisabuelo favorito aunque tuviera una docena de ellos.

Se acercó corriendo y le dio un fuerte beso en la mejilla, con cuidado de mantener tras ella la bolsa que llevaba.

–¿Y qué te trae por aquí cuando deberías estar jugando con tus amigos? –le dijo él luego, haciéndole un gesto para que se sentara.

Jessica lo hizo y las piernas le colgaron del borde de la silla. ¿No debería haberse vestido adecuadamente para la ocasión? A su bisabuelo le gustaba verla bien vestida y solo llevaba unos vaqueros cortos y gastados y una camiseta roja igual de gastada. Frunció el ceño al ver que sus zapatillas tenían idénticos agujeros sobre los dedos meñiques. Suspiró. Ya era demasiado tarde para preocuparse de eso.

Él estaba esperando una respuesta, así que apretó los labios y trató de pensar en cómo empezar.

–Bueno, mira… huh…

John dejó de sonreír, pero no pareció enfadado ni nada así.

–Bueno, me parece que esta vez has venido por negocios, ¿no, jovencita?

–¡Claro!

Jessica se puso en pie de un salto y, por fin, le mostró la bolsa. La dejó en el suelo y sacó su hucha con forma de cerdo, la misma que su bisabuelo le había regalado las últimas navidades. Luego la dejó sobre la mesa, delante de él.

John la miró y se pasó los pulgares por detrás de los tirantes.

–¿Qué es esto?

–Todo mi dinero. Espero que sea suficiente.

–¿Para qué?

La niña se volvió y volvió a rebuscar en la bolsa y sacó luego un trozo de papel con el corazón agitado. Contuvo la respiración y se lo dio.

Él lo desdobló y lo extendió con mucho cuidado sobre la mesa. Tomó sus gafas y empezó a leer.

Jessica siguió conteniendo la respiración. Había pensado mucho en el anuncio que quería poner en el periódico de su abuelo. ¿No le había dicho él siempre que se podía conseguir cualquier cosa que se quisiera o librarse de lo que no se deseara con un anuncio en su periódico?

Ella estaba a punto de ponerlo a prueba. Había trabajado mucho en su anuncio, tratando de encontrar las palabras más adecuadas y reescribiéndolo una y otra vez. Lo había leído tantas veces ya que lo podía recitar de memoria.

 

Se busca esposa. Príncipe Azul rico y guapo al que le gustan los niños y las mascotas necesita una esposa. Debe ser bonita y agradable, y gustarle los niños y las mascotas también.

 

–Bueno, bueno, bueno, –dijo su bisabuelo quitándose las gafas y mirándola sorprendido–. Príncipe Azul, ¿eh? ¿Estás refiriéndote con esto a alguien a quien conozcamos?

Jessica se rio nerviosamente.

–Ya sabes que sí, abuelo. Estoy hablando de papá.

Él asintió muy serio.

–Eso es lo que pensé hasta que llegué a eso de rico.

–Muy rico. Una vez le oí decir a la señorita Forbes que era un muy buen partido. ¿No es eso lo mismo?

John hizo girar los ojos en sus órbitas.

–Bueno, en cierta manera, podría ser. Pero yo tampoco diría que mi nieto sea un Príncipe Azul, precisamente.

–Tengo que poner algo agradable o nadie responderá al anuncio.

John se rio.

–¿Es tan importante para ti, querida? ¿Es que no eres feliz? ¿Es que tu padre no se ocupa bien de ti?

Aquella era la parte que Jessica más temía, lo de tratar de explicarle a su bisabuelo cómo se sentía.

–Él es… un encanto como papá. Pero como madre… Bueno, como madre, abuelo, es…

–¿Apesta?

Jessica suspiró.

–Sí, eso es.

–Pero yo creía que tenía novias. ¿Es que no sale de vez en cuando?

Entonces fue el turno de Jessica para hacer girar los ojos.

–Claro, pero no con madres. Son bonitas y todo eso, pero se limitan a darme una palmadita en la cabeza y tratar de largarse tan pronto como pueden. Esa tal Brandee es la peor.

–¿Te refieres a Brandee Haycox, la hija del banquero?

Jessica parpadeó.

–No lo sé. Solo sé que a ella no le gustan nada los niños y que odia a los perros. la primera vez que vio a Fluffy, gritó.

–Querida, Fluffy es un husky siberiano de cuarenta kilos de peso, con ojos plateados y colmillos de lobo.

Jessica se mordió el labio inferior.

–¡A esa mujer no le gustan los perros! ¿A qué clase de persona no le gustan los perros?

–En eso te doy la razón. ¿No pensarás que tu padre está pensando en casarse con ella? –le preguntó John muy seriamente.

A Jessica se le llenaron los ojos de lágrimas.

–Espero que no, pero se tiene que casar con alguien. ¡Yo necesito una madre! Necesito a alguien que sepa cómo peinarme sin arrancarme el pelo de raíz –dijo llevándose una mano al largo cabello, liso salvo en las puntas–. Y quiero aprender a cocinar, y necesito a alguien que me cosa los botones y todo lo demás. Abuelo, a papá no se le dan muy bien las cosas de chicas.

–Nunca.

–Así que tengo que hacer algo.

Miró a su alrededor y tomó un pisapapeles metálico. Iba a romper la hucha con él cuando su abuelo la contuvo.

–¡Espera! –dijo agarrándole el brazo a medio camino.

Jessica frunció el ceño.

–¿No quieres saber cuánto dinero tengo? Tal vez no sea suficiente.

–Tienes de sobra –respondió él quitándole el pisapapeles de la mano–. Estoy seguro.

Aquello había sido una gran preocupación para Jessica y suspiró aliviada.

John le puso un dedo bajo la barbilla y la miró a los ojos.

–Esto es realmente importante para ti, ¿no pequeña?

Jessica volvió a suspirar.

–Lo es, abuelo, estoy creciendo. Tengo casi diez años…

–Apenas nueve.

–…Y pronto voy a ser una adolescente. Alguien tendrá que enseñarme cómo ser una chica o puede que meta la pata.

Su bisabuelo se quedó mirándola en silencio, con una mirada triste y pensativa. Entonces, de repente, se enderezó en su asiento.

–Muy bien, lo haremos –dijo.

Jessica se arrojó a sus brazos, tan llena de alivio que apenas podía hablar.

–¡Gracias, gracias!

–Y así será como lo hagamos. Pondremos un anuncio ciego…

–¡Los anuncios no pueden ver!

John se rio.

–Eso significa que no diremos de quién es el anuncio. Diremos que se envíen las respuestas al apartado postal del periódico.

–Muy bien.

Jessica no entendía muy bien lo que quería decir, pero no le importó mucho, con tal de que su anuncio se publicara.

–Luego, cuando las tengamos todas, si es que alguien responde, le diremos a tu padre lo que hemos hecho.

–Vamos a rezar –sugirió Jessica sin hacerse muchas ilusiones de que aquello le fuera a gustar a su padre.

Pero como él siempre le decía, ella estaba haciendo eso por el bien de él, se diera cuenta él o no.

–Ya lo sabes –dijo John sonriendo–. No creo que esto le vaya a gustar mucho, pero para cuando lo sepa, ya será demasiado tarde.

Intercambiaron una mirada conspirativa. Luego él dijo más alegremente:

–De todas formas, ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él. Ya ves, chica. No eres la única a la que le gustaría verlo sentar la cabeza con una buena chica.

–A la que le gusten los niños y los perros –le recordó, ya que esa era la parte más importante.

–Por supuesto –dijo él levantándose–. Toma tu hucha y vete ahora. Tengo que hacer que el anuncio salga en el ejemplar de hoy mismo.

–Gracias, abuelo –exclamó Jessica abrazándolo–. Pero quiero que te quedes con mi hucha. Papá dice que solo los canallas no pagan sus deudas.

–Bueno, puedo esperar a que me pagues hasta ver si la cosa funciona, supongo. Guardaré la hucha hasta entonces.

–Gracias, abuelo. Te quiero.

–Y yo a ti también. ¿Dónde está hoy tu padre?

–Trabajando en la casa de la señorita Gilliam.

–¿Todavía?

–Y no creo que lo arregle nunca –dijo la niña muy seriamente, repitiendo lo que había oído en casa.

–Probablemente no. Pobre Laura. Así que es por eso por lo que dijo que llegaría tarde hoy…

 

 

Matt Reynolds se echó atrás la gorra, puso los brazos en jarras y miró fijamente a Laura Gilliam. La editora de ecos de sociedad del Review podía ser la cliente más exigente que se había encontrado desde que había empezado con su propia empresa de construcciones hacía ya años.

Ella le devolvió la mirada con una expresión exasperada en el rostro. Por cierto, un rostro muy bonito, pero terco. Muy terco.

Él le dijo con los dientes apretados.

–¿Te das cuenta de que, si sigues cambiando de idea, nunca terminaremos este salón familiar?

Ella levantó sus esbeltas cejas sobre unos aterciopelados ojos castaños. Pero, a la vez, poseedores de una mirada de lo más decidida.

–Deja de dirigirme, Matthew Reynolds –le dijo–. Este es el único salón familiar que voy a añadir a esta casa y quiero que sea tal como yo lo quiero.

–Muy bien…

¿Qué diferencia habría cuando se acostumbrara a ello en que el bar estuviera seis pulgadas a la derecha o a la izquierda? Pero ponerlo donde ella lo quería, requeriría cambiar la puerta de sitio y que tuvieran que mover también las ventanas, y que el frigorífico… ¡demonios!

–Ya sabía yo que lo entenderías –dijo ella dulcemente.

–¿Quién lo entiende? Pero si es eso lo que quieres…

–Lo es –respondió ella rápidamente–. Muchas gracias por tu… ¿paciencia? Y ahora, si me disculpas, he de ir a trabajar.

–Claro. No te preocupes.

Cuando ella se volvió, Matt se encontró admirando la curva de sus caderas bajo la falda vaquera, sus esbeltas piernas y su melena rubia. Cuando ella se fue a vivir a la ciudad hacía tres años para trabajar en el Review, él había pensado que, tal vez…

Pero se había equivocado de mala manera. Laura Gilliam podía estar bien, pero protegía ferozmente su intimidad. Por lo que él sabía, raramente salía, a pesar de ser muy admirada por la población masculina de la ciudad.

Todo un desperdicio.

Ella desapareció por la puerta que conectaba temporalmente la nueva construcción con el resto de la casa y la oyó decir:

–Abby, me voy al trabajo.

Matt sabía que Abby era Abby Royce, una chica recién graduada en el instituto que hacía de niñera durante el verano del hijo de seis años de Laura, Zach. Oyó otras voces y luego el ruido de la puerta de la calle al cerrarse, seguido del ruido del motor de su coche.

Zach apareció entonces por la puerta.

–Hola, señor Reynolds –dijo el niño tan alegremente como siempre–. ¿Qué está haciendo? ¿Puedo ayudarlo?

Matt sonrió. Laura podía ser un grano en el trasero, pero Zach era un gran chico. Un gran chico sin padre, se corrigió a sí mismo. Y se le notaba. El chico siempre estaba ansioso por compañía masculina.

–Siempre me puede venir bien un buen ayudante –le dijo–. Estaba esperando a que viniera alguien a sujetarme los clavos.

–¡Yo lo puedo hacer!

–¿Sabes? Estoy seguro de que sí puedes.

Mientras Zach lo ayudaba, Matt sintió un curioso calor invadiéndolo. Todos los niños pequeños necesitaban un hombre cerca. Pero teniendo en cuenta lo obstinada que era la madre de ese niño en particular, eso no iba a suceder pronto.

Pobre niño.

 

 

Cuando subía los escalones de entrada del periódico, Laura se encontró con la bisnieta de su jefe saliendo del edificio. Jessica era un verdadero encanto, al contrario que el pesado de su padre.

–Hola, querida –le dijo–. ¿Has venido a ver a tu abuelo?

La niña se paró en seco y la miró con los ojos azules muy abiertos.

–Sí, pero no se lo diga a nadie.

Una respuesta peculiar.

–De acuerdo, si no quieres que lo haga.

Automáticamente le apartó un mechón de cabellos castaños que le caía sobre los ojos. La pobre niña siempre tenía el cabello desarreglado y, si se lo cuidara, lo tendría precioso.

La niña la miró.

–¿Es que tengo mal el cabello? –le preguntó ansiosamente–. Me lo he peinado esta mañana, de verdad.

–Está bien –respondió Laura terminando de colocárselo–. Tienes un cabello realmente precioso.

–¡Es horrible! Llevo queriendo cortármelo desde segundo, pero mi padre no me deja. A él le gusta largo, pero a mí me está molestando todo el rato.

–¿Por qué no te haces una trenza o una coleta?

–Porque no sé cómo –murmuró.

–¡Bueno, si es solo ese el problema…!

Tomó a la niña de la mano y subieron los escalones.

–Ve adentro. Yo te puedo enseñar en cinco minutos.

–¿De verdad?

–De verdad.

Y lo hizo. Luego la invitó a un refresco y se pasaron media hora charlando.

–Ven a verme cuando necesites que te ayude con tu coiffure.

–¿Mi qué?

–Coiffure. Eso es peinado en francés.

–Coiffure –repitió Jessica–. ¡Ni siquiera sabía que tenía de eso!

Laura pensó que eso era porque no tenía una madre y sintió mucha lástima por la pobre niña. Y, al parecer, su padre no estaba haciendo nada para ayudarla en eso. Estaba creciendo rápidamente y había muchas cosas que una chica tenía que aprender.

La pobre Jessica de verdad necesitaba tener cerca a una mujer, pero teniendo en cuenta lo terco que era su padre, eso no iba a suceder pronto.

Pobre niña.

 

 

–Hola, papá.

Matt levantó la vista de los planos que tenía delante y vio a su hija acercarse. Parecía diferente y tardó un momento en ver que era así porque llevaba el cabello recogido en una perfecta trenza, en vez de colgando libre alrededor de su rostro.

Estaba bonita. se preguntó quién se la habría hecho.

Ella se plantó delante y giró la cabeza de un lado para otro.

–¿Te gusta mi coiffure?

Zach, que estaba tumbado jugando con un trozo de papel de lija, frunció el ceño.

–¿Qué es eso? –preguntó.

Jessica sonrió ampliamente.

–Un peinado, tonto.

Matt contuvo una sonrisa.

–¿Y quién te lo ha hecho y te ha enseñado esa palabra?

Ella señaló a Zach.

–Su madre.

Zach aplaudió.

–¡Hurra por mamá!

–Sí, hurra –respondió Matt, no muy a gusto por la noticia–. ¿Y dónde has estado?

–Por ahí –respondió la niña con aire de superioridad.

–¿Sabe tu niñera dónde has estado?

–Le dije a la señora Brown que iba a ver los trabajos manuales del colegio.

–Pero no has ido.

Zach se levantó.

–Me alegro de que hayas venido a mi casa, Jessie. ¿Quieres jugar?

Ella miró primero a su padre y luego al niño.

–¿Papá…?

Zach la tomó de la mano.

–Jessie, tengo una película nueva de vídeo. ¿Quieres verla?

Matt frunció el ceño.

–Jessica, te he preguntado si has ido al colegio a ver los trabajos manuales.

Incluso en un sitio tan pequeño y tranquilo como Rawhide, a él no le gustaba nada la idea de que su hija fuera por ahí a su aire.

Ella asintió sin mirarlo a los ojos.

–¿Puedo ir ahora con Zach? Probablemente sea cosa de niños pequeños, pero…

–¡No lo es! –exclamó Zach poniéndose colorado–. Sale un caballo, una vaca, un perro y…

Matt cedió entonces.

–Adelante, chicos. Jessica, te llamaré cuando termine.

–De acuerdo.

Los vio alejarse de la mano. Buenos chicos, pensó. Los dos.

Pero ahora tenía que ver cómo recolocar la maldita puerta para poder terminar ese proyecto de la terca Laura.

Pero el cabello de Jessica había quedado muy bien.

 

 

La niñera de Zach les dio una manzana y un vaso de limonada a cada uno, les puso el vídeo y se fue a doblar la ropa limpia. Jessica solo tardó un momento en decidir que, en contra de la opinión de Zach, aquello era para niños pequeños.

Zach la miró con el ceño fruncido.

–¿Qué pasa? –preguntó.

–Es muy aburrida.

–¡No lo es!

Jessica lo miró con aire de superioridad.

–Para mí sí. Además, estoy pensando en algo importante.

–¿Importante? –le preguntó el niño dedicándole toda su atención.

Jessica miró a su alrededor por si los oían y luego le susurró:

–¿Puedes guardar un secreto?

Se sentía como si fuera a estallar si no le contaba a alguien lo que había hecho.

Zach se hizo una cruz en el pecho con el índice.

–Que me muera si no –dijo.

–Muy bien entonces. ¡Voy a tener una nueva madre!

–¿Una nueva…? ¿De verdad? ¿Quién?

–Todavía no lo sé. He puesto un anuncio en el periódico de mi abuelo –dijo sacando el ejemplar que había conseguido de camino y buscó la página.

Luego leyó el anuncio orgullosamente.

–Mi mamá es bonita y agradable y le gustan los niños y las mascotas –dijo Zach cuando terminó.

De repente frunció el ceño y luego preguntó:

–¿Puedo yo conseguirme un padre de la misma forma?

–¿Te refieres a poner un anuncio en el periódico?

Jessica se lo pensó un momento y añadió:

–Bueno, no lo sé, pero no creo. En primer lugar, tú no tienes dinero para pagarlo.

–Tengo todo un dólar que me dejó el Ratón Pérez la semana pasada.

–Eso no es suficiente. Además, seguramente que una madre sea más fácil de encontrar que un padre.

–¡Pero yo ya tengo una madre! –exclamó Zach a punto de ponerse a llorar.

Justo entonces, su gran gata naranja, Lucy, se subió en su regazo. La abrazó tan fuertemente que la gata maulló y se marchó.

Fue en ese preciso momento cuando Jessica tuvo de repente una idea verdaderamente brillante…

 

 

–¿Tú de nuevo?

Jessica se rio y corrió a abrazar a su bisabuelo.

–¿No te alegras de verme, abuelo?

Él sonrió.

–Ya sabes que sí –dijo y la miró escépticamente–. ¿Has visto tu anuncio?

Jessica asintió.

–¿No te ha gustado?

–¡Me ha encantado!

–¿Entonces…?

–¡Ya tengo una respuesta!

John la miró sorprendido.

–¿Cómo? El anuncio apenas ha tenido tiempo de llegar a la calle.

–No me importa, ¡tengo una respuesta! No sabía qué hacer con ella, así que te la he traído –dijo pasándole una hoja de papel idéntica a aquella en que había escrito el anuncio.

De nuevo John la desdobló y la leyeron juntos.

 

Querido Prinsipe Hazul. Mi mamá es agradable y vonita. Por favor, quédate con ella, mi papá está muerto.

Te quiero: Zach G.

 

–Es solo un niño pequeño –le explicó Jessica–. Yo le he dicho cómo se escribía todo, pero no me ha hecho mucho caso…

Miró a su bisabuelo y entonces dejó de hablar repentinamente.

Casi parecía como si John tuviera lágrimas en los ojos.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EL DÍA siguiente era sábado, y no era precisamente el día preferido para Laura de trabajar. Pero lo que tenía que hacer era algo especial, el anuncio del Ciudadano del Año de Rawhide. El nombre del ciudadano en cuestión sería anunciado en la fiesta anual en el parque, a la que estaba invitada toda la comunidad.

Eso significaban jóvenes y viejos, así que fue con Zach al parque poco antes de las once. Ella aportaba su famosa tarta de manzana a la festividad y también llevaba su cuaderno de reportera y una cámara. Zach caminaba alegremente a su lado por el parque.

El día era cálido y brillante, uno de esos preciosos días de las Montañas Rocosas. Mientras caminaba, iba respondiendo a los saludos que le dirigía la gente.