Cosas sin importancia - Ruth Jean Dale - E-Book
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Cosas sin importancia E-Book

Ruth Jean Dale

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Beschreibung

¿Podía Dara Linnell casarse con un completo desconocido? ¡Pues sí! Necesitaba urgentemente un marido que la librara de su manipulador y tiránico abuelo. Y Zane era perfecto para el trabajo: era joven, valiente... y estaba soltero. ¿Qué importancia podía tener que solo lo hubiera conocido unas horas antes? De acuerdo, aún no lo amaba, pero estaba totalmente convencida de que ese momento llegaría... en cuanto averiguara algunos detalles sobre él, como de dónde era, cómo se apellidaba... y otras insignificancias.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1997 Ruth Jean Dale

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Cosas sin importancia, n.º 1358 - febrero 2022

Título original: Dash to the Altar!

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-576-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ZANE FARLEY estaba teniendo un auténtico mal día. Empezó cuando se cortó mientras se afeitaba; siguió cuando, media hora antes de que empezara el concurso de lazo de terneros más importante del año, descubrió que su caballo, Scout, había perdido una herradura; y se estropeó definitivamente cuando alzó la vista y vio a Jody Mitchell mirándolo.

Jody era una corredora de barriles profesional y una de las mujeres más atractivas en el negocio de los rodeos, al menos, en la respetada opinión de Zane. Llevaban un par de años saliendo intermitentemente, ya que se veían a menudo en los diferentes rodeos que se celebraban a lo largo de todo el país. No era nada serio, pero Zane esperaba que todo siguiera igual allí, en la Final Nacional de Rodeos que se celebraba en Las Vegas.

Por eso se quedó bastante sorprendido cuando Jody extendió un brazo hacia él para mostrarle el anillo de diamantes que llevaban en su mano izquierda.

—¿Qué diablos se supone que quiere decir eso? —gruñó Zane.

—Que estoy comprometida —respondió ella con aspereza.

—¿Con quién?

—¡Contigo no, desde luego! Aunque podría haber sido así —Jody se encogió de hombros antes de añadir—: Pero no importa; no me lo he tomado como un asunto personal.

A Zane no le dio esa sensación.

—Jody, tranquilízate y…

—¡No te atrevas a decirme que me tranquilice, Joe Farley! Estoy harta de esperar. Pero yo seré la última en reír. Algún día te verás solo, cansado de esta vida que llevas, y buscando todavía a la mujer perfecta con la que sueñas —Jody apoyó las manos en las caderas y miró a Zane con furia contenida—. ¡Me encantaría ver a la mujer capaz de atraparte, vaquero, pero no creo que exista!

Sin decir nada más, se volvió y se alejó balanceando ostensiblemente las caderas.

¿Y por qué disgustó tanto aquella noticia a Zane? A fin de cuentas, no tenía ninguna intención de casarse con Jody. De hecho, no tenía ninguna intención de casarse, y punto. Zane no creía en el matrimonio. Dejó de creer en esa institución cuando su madre se escapó con otro hombre, abandonando a su marido y a sus dos hijos pequeños. Zane tenía cinco años y su hermano Jake acababa de cumplir los diez.

No era algo sobre lo que Zane hablara a menudo, pero cuando su madre se fue, su fe en las mujeres se extinguió para siempre. No se fiaba de ninguna cuando las cosas se ponían feas. Así que, ¿cómo era posible que la noticia del compromiso de Jody lo hubiera afectado hasta el extremo de hacerle necesitar trece segundos y medio para tumbar un ternero? En circunstancias normales, le habría bastado con siete. Su tiempo fue tan poco habitual en él que se convirtió en el cotilleo del día entre los participantes habituales de los rodeos.

Horas después, de pie junto a la barra del Golden Gringo Casino, en medio de una multitud de colegas, Zane alargó una mano para tomar su segunda cerveza.

—¿Te sigue molestando el brazo? —preguntó el vaquero que estaba junto a él.

—Un poco —tras dar un sorbo a su cerveza, Zane dejó el vaso en la barra y se frotó con la mano el codo izquierdo—. Me llevé un buen revolcón.

Un becerro había caído con todo su peso sobre uno de sus brazos cuando logró tumbarlo. El animal pesaba más de doscientos kilos, y Zane sabía que se habría librado por poco de una seria fractura.

—¿Tomas algo para el dolor?

—No. No he querido hacer cola para acudir al médico.

—Lo entiendo —el vaquero rebuscó en un bolsillo de su pantalón y sacó un pequeño sobre blanco—. Toma. Probé estas pastillas cuando me partí la clavícula y funcionaron realmente bien. Toma unas cuantas.

Zane miró las patillas con recelo.

—Gracias, pero creo que paso. No sé qué contienen.

El vaquero se encogió de hombros.

—No pueden ser muy malas, ya que me las dio un doctor. De todas formas, haz lo que quieras. Si cambias de opinión, dímelo.

—Gracias, pero no creo que cambie de opinión. Mientras no trate de hacer el tonto en la pista de baile, todo irá bien…

En ese momento se abrió la puerta del Golden Gringo, dando paso a Slim, un viejo amigo de Zane, que iba acompañado de la mujer más preciosa que éste había visto en su vida. Dejó de hablar para mirar.

Tenía el pelo rubio y ondulado y llevaba un traje pantalón que se ceñía a ella como un guante. Ajena a la ávida mirada de Zane, se detuvo en seco y miró a su alrededor con los ojos abiertos de par en par, como si nunca hubiera visto un salón vaquero.

Tal vez era así. No tenía el aspecto de las mujeres que frecuentaban aquella clase lugares. Cuando se volvió para decirle algo a Slim, la luz cayó directamente sobre ella y Zane contuvo el aliento. ¿Fue el brillo de unas lágrimas lo que percibió en sus pestañas o simples polvos mágicos?

En cualquier caso, supuso que aquella mujer sería la candidata ideal para ayudarlo a olvidar a Jody. El bueno de Slim haría las presentaciones. Zane dio con el codo al vaquero que estaba a su lado.

—He cambiado de opinión —dijo—. Creo que voy a probar esas pastillas.

Sonriendo, el vaquero sacó el sobre de su bolsillo. Zane se tragó las pastillas que le dio con medio vaso de cerveza.

 

 

Dara Linnell se aferró al brazo del viejo vaquero y miró a su alrededor, consternada. El Golden Gringo sólo tenía dos teléfonos públicos y había al menos media docena de personas esperando a utilizarlos. Miró a Slim.

—Tal vez debería salir a buscar un taxi —dijo.

—¡Ni hablar! —Slim pareció indignarse ante la sugerencia—. La noche es joven y acabo de ver a algunos amigos míos. ¿Por qué no nos reunimos con ellos hasta que alguno de los teléfonos quede libre?

Dara se sentía extraña en aquel ambiente.

—No sé si debo—pero su mirada siguió la de Slim, y, como atraída por una fuerza magnética, se posó directamente en un hombre que se hallaba al final de la barra. Contuvo el aliento.

Era increíblemente apuesto. Nunca había visto a un hombre tan atractivo. Un pelo oscuro como una noche sin luna caía suavemente sobre su frente, dándole un aspecto informal y desenfadado. Una típica camisa vaquera ocultaba sus anchos hombros. Fue todo lo que pudo ver entre la multitud que abarrotaba el bar.

Pero fue suficiente.

—Oh… —susurró, sin apenas darse cuenta.

—Sí —asintió Slim con satisfacción—. Ése es mi viejo amigo, Zane Farley. Los Farleys son dueños del Bar F, pero no podrían apañárselas sin mí. Ven y deja que te los presente.

Sin protestar, Dara siguió a Slim mientras éste se abría paso entre la gente. El Golden Gringo estaba abarrotado esa noche, y la mayoría de los clientes eran vaqueros.

Una pequeña zona se despejó ante el atractivo Zane. Dara comprobó que sus ojos también eran oscuros, y que su piel estaba curtida por el sol. Su rostro era todo fuerza y confianza, y una arrugas provocadas por las sonrisas adornaban las comisuras de sus sensuales labios. Dara sintió que la boca se le secaba sólo con mirarlo.

Slim le tocó un codo.

—No consigo recordar cómo te llamas, señorita.

—Dara. Dara Linnell.

—En ese caso, señorita Dara Linnell, quiero presentarte a Zane Farley, mi viejo compañero de silla y un hombre con el que merece la pena cabalgar. Zane, esta es…

—Dara —dijo él, y su forma de decir el nombre fue como una caricia. Alargó un mano y tomó la de Dara.

Ella lo miró, hipnotizada. La sensación de la mano de Zane rodeando la suya, poseyéndola, le provocó un cálido estremecimiento. Apenas pudo respirar. Nunca había conocido a nadie que la afectara tanto y de forma tan inmediata.

—Zane —Dara se humedeció los labios—. Nunca había conocido a nadie que se llamara así.

—Me pusieron ese nombre por Zane Grey, el famoso escritor de novelas del oeste —dijo él, sin soltar la mano de Dara ni apartar la mirada de ella—. Tengo la impresión de que no eres de por aquí.

—No —recuperando finalmente el sentido, Dara apartó su mano de la de Zane, sintiendo que la sensación de su tacto le llegaba hasta el codo. Era demasiado pronto; ¡no podía estar respondiendo ya a otro hombre! Tratando de calmarse, dijo—: Soy de San Francisco.

Zane se movió para dejarle un lugar junto a la barra.

—¿Has venido a ver el rodeo?

—¿El rodeo? —Dara parpadeó, sorprendida—. No. No sabía que hubiera un rodeo.

—Es el rodeo más importante del país —dijo Slim, evidentemente orgulloso—. Es la final nacional, niña. Sólo se clasifican los quince primeros vaqueros de cada especialidad. Hay millones en premios.

La atención de Dara estaba demasiado centrada en Zane como para fijarse en lo que había dicho Slim.

—¿Eres un vaquero de verdad? —preguntó, maravillada. No sabía que quedaran vaqueros fuera de las películas del oeste.

Dara notó que la sonrisa de Zane afectaba peculiarmente a su respiración. Blake Williams nunca la había afectado de aquella manera. Sintió un repentino y completamente inesperado alivio por no haberse casado con Blake antes de descubrir que existían hombres como el que tenía delante.

—¿No se nota en mi forma de vestir? —contestó Zane en un tono ligeramente burlón—. No hay duda de que eres una chica de ciudad —cuando tocó el codo de Dara, ésta saltó como si hubiera recibido una descarga eléctrica—. ¿Qué te apetece beber? ¿Una cerveza?

A Dara no le gustaba especialmente la cerveza, pero aquel no parecía el lugar adecuado para pedir un vino o un refresco. Además, él estaba bebiendo cerveza.

—Sí, por favor —dijo.

Zane hizo una seña al camarero.

—Y ahora, cuéntame cómo una chica bonita como tú ha acabado con el viejo réprobo de Slim —dijo, en tono aún burlón.

Aquella era precisamente la pregunta que a Dara le hubiera gustado evitar.

—La verdad es… —se mordió el labio. Según su experiencia, la indecisión sólo daba problemas, de manera que continuó con tono firme—. Él me ha enamorado.

—¿Que él…?

Slim interrumpió a Zane.

—Veamos, Dary… ¿te importa que te llame Dary? Tengo tendencia a poner motes. El caso es que eso no es exactamente lo que ha pasado, Dary. Lo cierto es que el chico Benson, el joven… ¿cómo se llama?

—Tom Benson —sugirió Zane.

—Sí, ése. Él y otros cuantos jóvenes han tratado de mostrarse amistosos con esta damita, así que he tenido que intervenir.

El camarero colocó tres cervezas ante ellos. Dara tomó una.

—Has sido muy amable, Slim, pero no corría ningún peligro —miró a Zane y vio que éste la observaba atentamente—. Lo cierto es que Slim y yo ya habíamos empezado a hablar y…

—No hace falta que entres en detalles —interrumpió Slim—. Da un trago a tu cerveza.

—Pero yo…

—Toma una patata frita —Slim le acercó un recipiente.

—Calla y deja hablar a la dama —Slim gruñó, pero obedeció. Zane sonrió, animando a Dara a continuar—. Me estabas diciendo cómo os habías conocido tú y este vaquero.

Dara asintió, sin apartar la mirada de su cerveza. Después de esa noche no volvería a ver a Zane, pero no le gustaría pensar que se había quedado con una mala impresión de ella.

—Nos hemos conocido ahí mismo, en la calle. Slim se ha acercado y me ha dicho que era la cosa más perdida que había visto en su vida, o algo así. Y tenía razón. Estaba perdida porque… —respiró profundamente y miró a Zane, tratando de mostrarse fuerte a pesar de la humillación sufrida—. Había venido a Las Vegas a casarme —murmuró.

—¿Y te han dejado abandonada ante el altar? —preguntó Zane, con un gesto de horrorizada incredulidad.

—Peor —Dara trató de sonreír—. Me han dejado abandonada frente al Golden Gringo.

 

 

Menos de una hora antes, Dara estaba contemplando el perfil clásico de su prometido, Blake Williams. Alto, moreno y atractivo como un actor, también había demostrado ser un hombre atento y romántico. Pero en esos momentos había algo… algo ansioso en su actitud.

Dara se humedeció los labios y miró sin ver por la ventanilla del elegante deportivo alquilado, cegada más por los nervios que por las brillantes luces de Las Vegas.

Iban a casarse dentro de una hora. Ella se convertiría en la señora de Blake Williams… y a partir de ese momento su abuelo tendría que dejar de controlar su vida! A fin de cuentas, ya tenía veinticinco años, edad más que suficiente para tomar sus propias decisiones. Y había decidido…

El teléfono móvil se puso a sonar en ese momento, haciendo que su corazón latiera más deprisa. Pero no podía ser su abuelo, se dijo; Donald Linnell creía que estaba en Beverly Hills, visitando a una amiga. Cuando se fue de San Francisco, su abuelo aún seguía en el despacho. Lo más probable era que ni siquiera supiera que ya se había ido.

Fue a responder, pero Blake se le adelantó, arrancándole prácticamente el teléfono de la mano.

—¿Sí? —contestó—. Ajá… uh… eso es —Blake mantuvo la mirada fija al frente—. De acuerdo, pero da lo mismo.

Evidentemente, la llamada no debía ser importante. Dara dejó de prestar atención.

Ya habían comprado la licencia de matrimonio y iban camino de una de las innumerables capillas especializadas en bodas de Las Vegas. Aunque le convenía, Dara se quedó un poco sorprendida al descubrir que los juzgados de Nevada permanecían abiertos desde las ocho de la mañana del viernes hasta la media noche del domingo para conceder licencias matrimoniales: ni análisis de sangre, ni esperas, ni nada.

Todo el asunto parecía superficial y comercial y le hacía sentirse bastante incómoda. No había planeado fugarse con un amante, aunque prácticamente todo el mundo en su familia lo había hecho una u otra vez, con desastrosas consecuencias. La oposición de su abuelo la había obligado a ello. Pero siempre imaginó que seguiría la tradición familiar, casándose de blanco y con una gran ceremonia de por medio.

Pero la sistemática oposición de su abuelo a cualquier pensamiento o acción independiente por su parte habían hecho que aquello resultara imposible. No le había quedado más remedio que huir. La tensión contenida que captó en las palabras de Blake mientras hablaba por teléfono llamaron su atención.

—Vamos camino de la capilla. Si cree que vamos a cambiar de opinión a estas alturas… —de pronto, acercó el coche a la acera y lo detuvo.

A continuación, escuchó atentamente

— ¡Hecho! —dijo al cabo de unos segundos, y su tensa expresión de hacía unos momentos se transformó en otra de alivio. Apretó el botón para desconectar la llamada y miró a Dara.

Ella sonrió.

—¿Qué sucede, cariño? Espero que no fuera alguno de los muchos empresarios de bodas de Las Vegas tratando de convencerte para que cambiáramos de capilla.

Por unos instantes, Blake se limitó a mirarla como si no la hubiera visto nunca. Luego dijo:

—Lo siento.

Dara se llevó una mano al pecho, asustada.

—¿Lo sientes?

—Pensaba que, de hacer algo, lo habría hecho hacía unos días.

—¿Hacer algo? ¿Quién?

—Tu abuelo.

—Pero… pero él no sabe que nos hemos escapado. ¿Cómo ha podido enterarse?

—Lo sabe —Blake parecía incómodo, como si se sintiera incapaz de seguir mirando a Dara—. Yo se lo dije.

—Pero… —¿qué estaba diciendo? Dara se mordió el labio. Si su abuelo lo hubiera sabido, no le habría permitido irse, a menos que… —. No—miró al hombre que estaba a su lado—. ¡No!

—Me temo que sí, corazón —el tono de voz de Blake parecía de arrepentimiento, pero su expresión era de ansiedad, ansiedad por acabar con aquello cuanto antes—. No se puede decir que estés locamente enamorada de mí —argumentó—. Lo único que quieres es jugársela a tu abuelo.

—¡Eso no es cierto! —al menos, no era cierto del todo.

Blake la miró con gesto escéptico.

—A pesar de todo, no puedes negar que tiene un aspecto positivo.

—¡No imagino cuál!

—Tú y yo no habríamos durado juntos los cinco años necesarios para llegar a controlar tu fondo de fideicomiso, y si nos hubiéramos divorciado antes, lo habríamos perdido todo.

—¿Cómo sabías que…? —Dara se interrumpió, comprendiendo—. El abuelo te lo dijo.

—Lo importante no es cómo lo he sabido. Lo que de verdad importa es que no habríamos podido permanecer juntos hasta que cumplieras los treinta, y los dos lo sabemos.

—¡Yo no lo sé! —Dara apretó los puños hasta que las uñas se clavaron en su carne—. Dijiste que me querías, Blake —por supuesto, ella también había dicho que lo amaba, cuando en realidad siempre había dudado que existiera el amor profundo y romántico del que hablaban los libros.

Simplemente se había conformado con lo que pudo obtener.

Lo que, al parecer, no incluía a Blake.

—Sí, te quiero —dijo él—, pero la verdad es que quiero más al dinero. Así es como funcionan las cosas aquí, en el mundo real, no como en la torre de marfil en la que siempre has vivido. Puedo tomar mi parte ahora o esperar cinco años. Prefiero lo primero.

Dara apoyó las palmas de las manos sobre sus ardientes mejillas.

—Lo he arriesgado todo por ti, Blake —dijo con brusquedad—. Mi autoestima, incluso mi futuro económico. ¿Cómo puedes humillarme de esta forma?

—Porque, a mi modo, me preocupo verdaderamente por ti… y porque tu abuelo me ha hecho una oferta realmente generosa. De hecho, es una oferta que no puedo rechazar —Blake palmeó la rodilla de Dara—. Un poco de humillación ahora es mejor que mucha humillación más tarde —dijo en tono zalamero—. Cuando te recuperes de la sorpresa, verás que tengo razón.

—¡Todo lo que veo es que eres tan malo como mi abuelo decía que eras!

—Olvídalo, Dara. Mientras haya dólares de por medio, nunca lograrás librarte de Donald Linnell —irguiendo los hombros, Blake añadió—. ¿Quieres que te acerque al hotel? Tengo que tomar un avión y no me queda mucho tiempo.

—¡No! —exclamó Dara, asiendo la manija de la puerta. ¿Cómo podía haberse dejado engañar por aquel gusano?—. ¡Prefiero volver andando a California antes que pasar otro minuto en tu compañía!

Blake parecía dolido.

—Tu actitud me parece infantil, pero haz lo que quieras.

—Eso voy a hacer —Dara abrió la puerta. Sosteniéndola abierta, vio que el rostro de Blake reflejaba el tono rojo de un brillante neón cercano.

Finalmente, había visto el diablo que había en él.

—Algún día verás que tengo razón y me lo agradecerás —dijo Blake.

El orgullo acudió en rescate de Dara.

—Te lo estoy agradeciendo ahora.

Pero era pura fanfarronada. Mientras veía cómo se alejaba el coche de la acera, tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por contener las lágrimas.

¿Acaso no iba a encontrar nunca un hombre lo suficientemente fuerte como para resistir las ofertas de su abuelo? No estaba pidiendo un imposible.

No esperaba el gran amor del que tanto hablaban los poetas.

Pero sí había conocido el típico enamoramiento; le había sucedido con Blake. A pesar de todo, habría sido una buena esposa para él… ¡lo habría sido! Se había esforzado mucho en convencerse de que el respeto mutuo y la consideración habrían sido suficientes para construir un buen matrimonio.

Ahora, todo lo que sentía era derrota y humillación. Aunque, por supuesto, aquello le había servido para saber que estaba mejor sin Blake. Pero su traición le dolía.

—Discúlpeme, jovencita, ¿pero se ha perdido o algo parecido?

Sorprendida, Dara se volvió a mirar a quien había hablado. Era un hombre mayor, vestido de vaquero; pantalones vaqueros, botas y una camisa de cuadros de manga larga. Una enorme y brillante hebilla adornaba su ancho cinturón de cuero, y el sombrero que llevaba puesto debía haber visto mejores días. Cuando sonrió, su curtido rostros se llenó de arrugas.

—Gracias, pero no me he perdido —contestó Dara con cautela.

—No sé —el hombre echó hacia atrás su sombrero con un pulgar—. Pareces la cosita más perdida que he visto en mi vida.

A pesar de su confusión y dolor, Dara sonrió. Se alegraba incluso de tener aquella pequeña distracción.

—Sólo necesito un teléfono —dijo—. ¿Por casualidad sabe dónde puedo encontrar uno?

—Desde luego —el vaquero señaló la destellante fachada frente a la que se encontraban. Un gran cartel de neones decía Golden Gringo y a su lado, también en brillantes luces, se veía la figura de un vaquero montado a caballo—. Vamos dentro y te digo dónde están.

Parecía un hombre inofensivo, pero Dara no estaba acostumbrada a seguir a desconocidos a ninguna parte.

—No sé… —murmuró—. Creo que lo que de verdad necesito es un taxi. Puede que si me quedo aquí…

—¡Menudo bombón!

Las palabras surgieron de un grupo de jóvenes vaqueros que en ese momento pasaban junto a ellos por la ajetreada acera. Uno de ellos estuvo a punto de chocar contra Dara y dio un paso atrás.

—¿Puedo invitarte a una cerveza, preciosa? —preguntó, quitándose el sombrero.

—Está conmigo, muchacho —el hombre mayor dedicó al vaquero una mirada de advertencia.

El joven apartó la mirada de Dara. Su gesto de sorpresa demostró que había reconocido al hombre mayor.

—Hola, Slim. No sabía que esta señorita era amiga del Bar F.

—Ahora ya lo sabes —dijo el hombre llamado Slim, sonriendo amistosamente. Y ahora, ¿por qué no seguís adelante y dejáis de molestar a las damas?

—Eso vamos a hacer —el joven vaquero volvió a quitarse el sombrero, en esa ocasión con más respeto—. Discúlpeme, señorita.

Dara no había necesitado que la salvaran, pero el vaquero lo había hecho de forma tan agradable, que no pudo evitar dedicarle una sonrisa.

—Slim, ¿no?

Él asintió.

—Slim Sanders, señorita, del rancho Bar F, en Faraway, Colorado.

—Colorado está lejos —dijo Dara, asintiendo.

Slim sonrió.

—Sí. Faraway está en las montañas, al oeste de Denver —tomando a Dara por el brazo, cosa a la que ella no se opuso, añadió—: Y ahora ven conmigo y yo me ocuparé de que te atiendan. No tienes de qué preocuparte. Éste es un establecimiento casi familiar, al menos cada diciembre, durante la celebración de la FNR.

Dara dejó que la guiara. Al menos, y aunque fuera brevemente, aquella situación hacía que se distrajera de sus problemas.

—¿Qué es la FNR?

—¿No sabes lo que es la FNR? —preguntó Slim, sorprendido—. Se trata de la Final Nacional de Rodeos, y es el mayor acontecimiento de la temporada, incluyendo la liga de baloncesto, el campeonato del mundo de…

Sin dejar de hablar, el viejo vaquero abrió la puerta del establecimiento y animó a Dara a pasar.

Y así había conocido Dara a Zane Farley. Y el gesto de amable comprensión que éste le estaba dedicando en aquellos momentos hizo que le resultara imposible contener una lágrima que se había empeñado en deslizarse por su mejilla.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ZANE no podía creerlo. Primero Jody y ahora aquella preciosidad. ¿Acaso no pensaban las mujeres en otra cosa que en casarse?

A pesar de todo, no pudo evitar hacer lo que surgió espontáneamente en él. Rodeando con sus brazos los delgados hombros de Dara, la apoyó suavemente contra su pecho. No había nada personal en ello, se dijo, tan sólo un ser humano ofreciendo consuelo a otro.