Como nace una madre - Loreto Molina - E-Book

Como nace una madre E-Book

Loreto Molina

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Beschreibung

A partir de mi propia experiencia, el trabajo clínico y estudios, desarrollé un libro sobre Maternidad consciente, que aborda los aspectos menos visibilizados del proceso de transformación que las mujeres experimentamos a partir del parto y durante el primer año de crianza. Mi propósito fue describir esos momentos a partir de experiencias concretas, exponiendo sus satisfacciones y desafíos, y ofreciendo herramientas claras y sencillas para enfrentarlos.

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Serie Ensayo

Cómo nace una madre

reflexiones atentas sobre maternidad

CÓMO NACE UNA MADRE

Reflexiones atentas sobre maternidad

© Loreto Molina Tapia

I.S.B.N. 978-956-396-094-5

© Editorial Cuarto Propio

Valenzuela Castillo 990, Providencia / Santiago de Chile

Teléfono: (56-2) 27926518

Web: www.cuartopropio.com

Diseño y dagramación: Rosana Espino

Diseño portada: Ariel Altamirano Valenzuela

Impresión: Prynt Factory

IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE

1ª edición, agosto de 2020

Queda prohibida la reproducción de este libro en Chile

y en el exterior sin autorización previa de la Editorial.

 HACIA UNA MATERNIDAD ATENTA 

Apego, crianza, lactancia, maternidad, paternidad, recetas, recomendaciones y fórmulas más y menos recomendables. Se ha escrito y se escribe mucho sobre esos temas. Poco se habla en cambio del mundo femenino único e inexplorado que nace con la llegada de un hijo/a. En ese momento, nace también una persona nueva; una madre, y en ella entran en juego las más intensas emociones. En el severo agotamiento de la maternidad, acechan los pensamientos intrusivos, libres de los mecanismos habituales que los controlan y nos permiten enfrentar cada día con la certeza de que podemos contener nuestras inquietudes, preocupaciones y ansiedades diarias. ¿Cuántas mujeres han visto al recién nacido y se han preguntado si están preparadas para asegurar su bienestar y a veces, su sobrevivencia? Somnolienta, emocionada, llena de amor y miedo, muchas veces sola, la mujer enfrenta y abraza la maravilla y la vulnerabilidad de la vida. ¿Puede existir una experiencia más intensa y transformadora que aquella?

Este es un viaje a ese espacio íntimo que va desde el parto hasta el primer año de vida, hito que cierra el primer tramo evolutivo de un niño, cuyo cuidado recae exclusivamente en la madre. Miraremos, no los bien abordados hitos del desarrollo, sino en la evolución de ese espacio psicológico-emotivo que experimenta la mujer que asume la crianza de un recién nacido. Un proceso permanente, que se renueva día a día en millones de mujeres, pero que se mantiene en buena medida oculta, una experiencia masiva, cotidiana que paradójicamente no se comparte, no se hace verbo. Un camino en el que tradicionalmente otras mujeres, madres, abuelas, amigas, vecinas, acompañaban desde la experiencia, pero que hoy, en una vida diaria fragmentada, muchas enfrentan casi sin guías.

Estas líneas no nacen en absoluto como un manual, no implican categorías o definiciones acerca de la maternidad; nacen de la experiencia propia y compartida ante la llegada de hijas o hijos. Mi intención es entregar un manifiesto vivo a partir de una especie de etnografía maternal, identificando los componentes transversales en torno a una experiencia única, personal y transformadora.

Es fundamental advertir que en este trabajo, fueron fundamentales los diálogos, análisis, discrepancias y experiencias que he compartido con un amplio grupo de mujeres de mi generación y anteriores. El mío no es un enfoque familiar-social, con su carga severa y mamiferizante, que naturaliza las experiencias tendencialmente hasta reducir el parto y la crianza a un proceso adaptativo que sólo el tiempo encauzará y frente al cual todas contaríamos con los recursos necesarios para afrontarlo. En esta mirada, no hay espacio para heridas, para dudas ni dolores. Todas estaríamos “preparadas” para la maternidad. Quienes no lo sienten así, callan, se avergüenzan.

La maternidad nos sitúa en un lugar sin tiempo. Lo afirmo desde el plano físico-temporal. Por un largo lapso, el día y la noche son indistinguibles, fugaces. En el somnoliento andar de la madre, el recién nacido es demanda constante. Difícil saber si es lunes o miércoles, cuando se vive en la urgencia de la muda, la lactancia, el cuidado que es siempre urgente, siempre “ahora”.

En ese lugar sin tiempo, una mujer se está transformando. Esa transformación, esa “muda” de piel de las mujeres es el punto crucial que guía estas reflexiones que aspiran a abrir un espacio de consciencia frente a este proceso y sus implicancias. Que busca crear un sentido común, no sólo en torno a los cuidados básicos de la mujer después del parto, sino también un espacio donde contenernos sin juzgarnos y compartir y evaluar la información que surge de nuestras emociones (¿por qué este miedo? ¿por qué esta tristeza entre tanta alegría?).

Las intensas emociones que se generan en la maternidad requieren ser integradas y redefinidas para re establecer la coherencia interna que a la mujer se le vuelve difusa. Cómo podría ser de otra forma, si los límites de quienes éramos, los límites de nuestra personalidad se empiezan a trasladar. Por un momento, es difícil distinguir dónde terminamos nosotros y dónde empieza el hijo o la hija. Nos volvemos pasajeras en tránsito.

Esta no es la ocasión de hablar del amor inmarcesible hacia nuestras hijas, hijos. Hoy quiero visibilizar a la mujer que se transforma en la maternidad, a la que se le exige enfrentar sin dudas ni debilidades uno de los procesos más complejos y extenuantes de su vida. A la que se le impone como única guía una mañosa definición de “instinto” que transformará por acto de magia su actuar en experticia, que le dirá exactamente qué hacer y cómo afrontar su labor.

Estas palabras también buscan acompañar una experiencia que la comunidad valora, pero que se tiende a vivir en soledad. Se le dice a la mujer, desde pequeña, que la maternidad se vive sola y que sólo se entiende en la experiencia, “cuando la estás viviendo”. La maternidad se entiende como un proceso frente al que la mujer “nace preparada”, biológicamente determinada. Cuánto dolor suma esa creencia a las dudas de una mujer frente a su hijo. Qué frustración de sentir que sólo una, en sus dudas, no está a la altura de aquello que la sociedad indica como parte de nuestra naturaleza. Cuánto riesgo en dejar a esa madre sin contención ni apoyo.

Muchas veces, la soledad del primer período de crianza contrasta con el proceso del embarazo, un espacio donde los vínculos sociales de la mujer forman un tejido importante de acogida. En los rituales y símbolos que rodean al embarazo, la mujer encuentra apoyo. La tribu la coloca en su centro. No así después del nacimiento. La literatura ha sido bondadosa frente al embarazo, las mujeres pueden hacerse una idea respecto a qué esperar de esos nueve meses. Desde allí, el salto es olímpico: el foco está en el recién nacido. La madre parece quedar sola.

Es esencial abordar los aspectos de la maternidad que influyen en el desarrollo emocional del niño y la niña. Ese tiempo es de vital importancia para la salud mental de los futuros adultos y adultas en quienes nos convertiremos. El apego, el cuidado, son factores que previenen el riesgo psicosocial en la infancia temprana y en ellos estaría la clave para aumentar los factores protectivos que rodean a una persona y que permiten alcanzar un funcionamiento adecuado, flexible y resiliente frente a los eventos de la vida. La psicología, la neurobiología, la pediatría han estado abordando esos temas en forma intensa en los últimos años.

Sin embargo, creo que resulta igualmente importante explorar este espacio psíquico de la mujer enfrentada a la maternidad a la que me refiero, cuya latencia nace antes de la crianza y que luego converge en un mismo cauce. Creo imprescindible iniciar un recorrido de las experiencias maternales, únicas en cada mujer, que permitirá de igual forma traer a la luz elementos transversales a nuestras experiencias, visibilizar el proceso, y asegurarnos que esa mujer también tenga acceso a desarrollar, dentro de la maternidad, el funcionamiento adecuado, flexible y resilente que esperamos de cada una de nosotras.

La invitación es a posicionarnos en un lugar de observación y apertura hacia la mujer en su vinculación paulatina a lo materno. Creo que visibilizar este proceso, compartir experiencias, genera también un sentido compartido de unidad, que nos proteja de las sentencias auto culposas, que nos ayuden a modular o contener nuestras emociones. Al encontrar un enfoque de diálogo y consciencia que haga presente lo imperceptible, es posible cambiar el paradigma evolucionista que conlleva la maternidad reemplazándolo en cambio por uno de observación, curiosidad, compasivo y de apertura, es decir, una maternidad atenta

I Cautiverio feliz

Recuerdo el día que llegué a casa con mi hija recién nacida. Sin saberlo, comenzaba una nueva vida, debutando en un rol para el cual no había tenido ensayo ni preparación. Tras el proceso del parto, que impone su naturaleza precipitada por sobre cualquier preparación o anticipo, recién iniciado el proceso de recuperación fisiológica (que toma mucho más tiempo del que la maternidad y las mujeres nos autoimponemos) aterrizado en ese espacio particular que alberga las horas, los días y las noches de la madre junto al hijo o la hija.

Mi pequeña también debutaba en el exterior. Y en la placidez de su rostro dormido, iniciaba también el proceso de adaptación y recuperación a un mundo nuevo, cargado de estímulos, sonidos, ruidos, voces y luces. La protección del mundo uterino era reemplazada por el sistema familiar y su promesa de protección.

En el recién nacido, el sistema reptiliano opera como voz principal, comandando las necesidades básicas para la supervivencia. El llanto como expresión urgente de sus alarmas metabólicas, de hambre, sueño, afecto, todos requerimientos inmediatos, momento a momento. Este nuevo sistema, del que poco sabe la flamante madre, funciona como un engranaje codificado. Las mismas necesidades se repiten, ordenadas de modo distinto cada día, afectadas por las muchas variables experimentadas por esta nueva vida. Desde el primer minuto, la maternidad pone a prueba nuestra flexibilidad. Empezamos a aprender de nuestros inevitables errores. En el inicio, hay oscuridad. No tenemos los elementos cognitivos previos que nos permitan descifrar esta lengua nueva, este sistema que se despliega ante nosotros y nos envuelve en su permanente demanda.

La madre empieza a vivir en función de las necesidades del recién nacido. Y aunque es personaje principal en esta trama, es muy fácil perderla de vista. Abducida en la unidad tiempo-espacio de los primeros momentos de la maternidad, la encontramos dormitando en la orilla de su cama.

En semi vigilia, la madre centinela acompaña el sueño del bebé. Si es profundo, permitirá al recién nacido el descanso necesario para generar las conexiones cerebrales que permiten su desarrollo, y a la madre el reposo suficiente para proveerse de la energía necesaria para generar el alimento –y porque no decirlo– el temple para afrontar el tiempo cíclico del cuidado, que no conoce los tiempos diarios y nocturnos en los que la madre ha vivido previamente.

Se genera, de alguna forma, un sistema de cautiverio. Sea invierno o verano, las salidas resultan extremadamente espaciadas. Toma un tiempo entender las dinámicas de demanda del hijo, y la adaptación de la madre a las formas más adecuadas de atenderlas. Las palabras resultan muy ligeras para describir la enorme complejidad del proceso: descifrar elcódigo de nuestra maternidad es tarea ardua. Cada vez que la madre inicia su labor, nace una necesidad nueva. En la espiral del aprendizaje materno, la mujer apenas percibe ciertos progresos. La sensación es que comienza cada ciclo en el mismo lugar. Tan pronto siente que ha logrado comprender al menos una parte del complejo sistema de demandas del recién nacido, la demanda se reordena y ella queda, una vez más, perpleja.

La mujer, a cargo de un recién nacido, empieza a adaptar su percepción ante este sistema en permanente reacomodo. Es difícil asumir una linealidad de acción cuando son varios los procesos que surgen en el espacio mental-emotivo materno. “¿Cómo está el día?”pregunta a veces la madre, no sólo porque apenas ha asomado la cabeza por la venta. El “afuera”, todo lo que sucede en “lo externo”, es percibido como una dimensión de la cual no se forma parte activa en ese momento. El bebé y su madre no se rigen por el marco artificial del reloj, ni por el andar natural de los ciclos circadianos, la luz que cambia durante el día. Los eventos que se desarrollan más allá de nuestra puerta, más allá de los primeros días de crianza, parecen extraños. La madre está profundamente alerta a lo que sucede dentro del hogar, al punto de parecer inmune a lo externo. Las voces del mundo externo parecen haber sido silenciadas. Cuando intentamos oírlas, nos sorprendemos de haber sido parte de una cotidianeidad que hoy nos parece lejanamente conocida.

La madre está en cautiverio, volcada hacia el interior. No está “privada de libertad” en término estricto, pero sí está, en alguna medida, recluida. La maternidad se vive como atemporal, sin tiempo.

En este “cautiverio feliz” en el que se instala la maternidad, observamos que el bebé va creciendo. De a poco, genera un repertorio mayor y más fino de expresión, que permite entender mejor sus dinámicas. Como en una danza, vamos entendiendo los movimientos de la maternidad. Tras la torpeza de los primeros pasos, vamos encontrando un equilibrio a través de la rutina.