Compartiendo una ilusión - Michelle Celmer - E-Book

Compartiendo una ilusión E-Book

Michelle Celmer

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Beschreibung

Se suponía que sería una aventura de una noche… Eran dos rivales que habían acabado pasándoselo muy bien juntos, pero aquello no había sido más que un desliz… Hasta que Miranda Reed descubrió que se había quedado embarazada y decidió que tendría que enfrentarse al padre, a pesar de que Zack Jameson era la última persona que deseaba volver a ver… ¿O quizá no? Como hombre tradicional que era, Zack insistió en casarse con Miranda y cuanto más tiempo pasaba con la ardiente escritora, más deseaba formar parte de su vida… para siempre.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Michelle Celmer

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Compartiendo una ilusión, n.º 338 - marzo 2022

Título original: Accidentally Expecting

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-533-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ESTÁcasada con un matón? ¿Está harta? Los abusos psicológicos no dejan marcas, no rompen huesos, pero el daño va por dentro. ¿Le parece imposible demostrarlo? Piénselo de nuevo. Una grabadora o una cámara de vídeo pueden ser los mejores amigos de una mujer.

Extracto del libro: Guía para mujeres modernas: cómo divorciarse y las ventajas de estar soltera.

 

Iba a seducirlo.

Miranda Reed estaba sentada entre las sombras, al fondo del recibidor del hotel, tomándose un Martini, con los ojos clavados en su presa. Él estaba solo, sentado en la barra del bar, viendo un partido de fútbol, sin saber que lo estaban observando. Había dejado la chaqueta en el taburete que tenía detrás, se había remangado la camisa y se había aflojado la corbata. Aun así, a pesar de su aspecto informal y de estar relajado, destacaba entre los demás hombres de negocios. Todo en él era sutilmente exagerado.

Zachary Jameson era algo más alto que la mayoría de los hombres, tenía un físico armonioso y vestía ropa hecha a medida para acentuar todas sus cualidades. Lo que más le impresionaba a ella era la «cualidad» que descansaba en el taburete.

Le gustaban los hombres con un buen trasero.

Siempre estaba bronceado, pero sin que se le curtiese la piel ni pareciese estar cocido, cualquier signo de edad que hubiese en su rostro le hacía parecer distinguido, no viejo. El pelo, corto y moreno, tenía un aspecto despeinado y sexy, como si acabase de pasarse la mano por él, cuando lo más probable era que se hubiese pasado horas delante del espejo. Tenía una boca generosa, una sonrisa cálida y genuina, y los dientes blancos y bien colocados. Ella supuso que serían fundas. Nadie tenía unos dientes tan perfectos por naturaleza.

Se comportaba con desenfadada autoridad, con una gracia masculina que hacía que la gente se volviese a mirarlo. Miranda nunca había conocido a un hombre que irradiase tanta confianza en sí mismo, que estuviese tan cómodo en su propia piel.

Era una pena que fuese un cerdo machista sobrevalorado y con unas ideas pasadas de moda.

Cuando le pidieron que hiciese el programa de radio con aquel gurú de las relaciones personales, que había construido un imperio que giraba entorno a los valores de la familia tradicional, su editor le había dicho que sería una buena publicidad para el libro que había co-escrito: Guía para mujeres modernas: cómo divorciarse, y las ventajas de estar soltera.

Craso error.

Aquel hombre había hablado con tanta lógica y había tergiversado sus palabras con tanta habilidad que, al final del programa, su mensaje se había perdido y ella había parecido ser una feminista radical que odiaba a los hombres.

No podía olvidar el modo en que la había mirado con sus penetrantes ojos azules, tan profundos que casi se podía nadar en ellos, que no mostraban la superioridad ni la satisfacción que debía de haber sentido al desacreditarla. De hecho, cuanto más enfadada y agresiva se había puesto ella, más tranquilo y razonable había estado él.

Tal vez fuese mezquino o poco civilizado, pero Miranda tenía pensado vengarse a la antigua usanza. Aunque sólo ella supiese que lo había hecho.

Iba a poner a prueba los altos ideales de Zachary Jameson y ver si de verdad creía todas las tonterías que había dicho acerca del matrimonio y la familia. En concreto, lo referente a la vida íntima. Su versión actualizada del rechazo del sexo antes del matrimonio. La idea de que un hombre y una mujer debían estar comprometidos, preferentemente con planes de boda, antes de consumar una relación.

Ya lo verían.

Miranda observó cómo la camarera le llevaba a Zachary la copa que ella le había pedido, y vio la curiosidad en el rostro de él. La camarera señaló en su dirección y, cuando él se volvió, ella sonrió de oreja a oreja y lo saludó con la mano. Él también le dedicó una de sus arrebatadoras sonrisas al reconocerla.

Dejó unos billetes en la bandeja de la camarera, un hombre como él debía de dar unas propinas muy generosas, agarró la chaqueta y la copa y fue hacia su mesa sin dejar de mirarla. Miranda se había soltado el pelo, su color oscuro resaltaba el verde de sus ojos. La intensidad con la que la miraba la ponía un poco nerviosa, era como si no existiese el mundo a su alrededor. Cuando se acercó más, Miranda no pudo evitar quedarse sin aliento, era como si él absorbiese todo el aire de la sala.

Aquella noche podía ser muy satisfactoria, en más de un aspecto.

—Señor Jameson —lo saludó cuando él se detuvo al lado de su mesa.

—Señora Reed —respondió él, moviendo la cabeza. Tenía la voz de un locutor de radio: profunda y cautivadora. Una voz que encantaba a auditorios enteros durante horas—. ¿Puedo sentarme?

Ella señaló hacia la silla vacía, intentando comportarse del modo más seductor y gracioso posible. Si había algo que había aprendido al convertirse en una mujer moderna e independiente, era cómo seducir a un hombre.

—Por favor.

Él dejó la copa en la mesa y colgó la chaqueta en el respaldo de la silla antes de sentarse, lo hizo todo como si hubiese planeado cada movimiento antes de ejecutarlo.

—¿Está disfrutando de su estancia en Nueva York? —le preguntó él.

—Está siendo… interesante —por no decir frustrante y humillante—. Entre la firma de libros y las entrevistas han sido unos días agotadores. Estoy deseando volver a Dallas.

—Había esperado poder hablar con usted después del programa.

—¿Para poder restregarme su victoria por la cara, tal vez? —preguntó ella en tono dulce.

—No, para decirle que había sido un placer conocerla. Me gustó hablar con usted. Me impresionó mucho.

—No me engaña —dijo ella, mirándolo con incredulidad.

—¿Sigue ejerciendo la abogacía? —inquirió él, sonriendo.

—Últimamente, no. El libro parece haber dominado mi vida.

—Supongo que no es una abogada litigante.

—¿Cómo se ha dado cuenta?

Él se relajó en su asiento y dio un trago a la copa; la estudió durante unos segundos.

—Podría decirle lo que hizo mal durante la entrevista. Perdió el control.

Ella se cruzó de brazos y se echó hacia delante, apoyándose en la mesa y dejándole que viese bien el nacimiento de sus senos gracias a la blusa escotada de seda que llevaba puesta.

—Ésta si que es buena.

Él no movió los ojos de su rostro.

—Me atacó. Se pasó todo el tiempo intentando convencerme de que su modo de ver las cosas es mejor que el mío. Que sus opiniones tienen más credibilidad.

—Yo diría que eso fue lo que hizo usted.

—Más bien lo contrario. Yo nunca dije que sus ideas fuesen equivocadas.

Miranda abrió la boca para contradecirlo, luego se detuvo, intentando recordar algo que hubiese dicho él para desacreditarla. Pero tenía razón. Él no le había llevado la contraria en ningún momento. Mientras ella lo acusaba de estar anticuado y de no tener una mente abierta, él se había limitado a defender su punto de vista con lógica y tranquilidad.

Pero ella no había perdido el control. Nunca lo hacía.

—Mi objetivo no consiste en convencer a la gente de que viva como si fuesen muñecos de papel —añadió él.

Miranda resopló de un modo ordinario, nada femenino.

—Claro que sí —afirmó.

—No estoy de acuerdo —estaba tan tranquilo, era tan racional, que era irritante y fascinante al mismo tiempo—. Lo que hago es dar opciones a la gente. Les enseño los principios de las dinámicas familiares. Luego, que decidan adoptar ese estilo de vida, o cómo decidan integrarlo en sus vidas, total o parcialmente, es asunto de cada individuo.

Por mucho que le fastidiase reconocerlo, Miranda se había equivocado, y odiaba equivocarse. De hecho, en los libros de Zachary Jameson, que había hojeado, y en el seminario suyo que había visto en DVD, nunca le había oído decir que su manera de hacer las cosas fuese la buena. Tal vez ése era el motivo por el que la gente estaba abierta a escuchar sus ideas.

Intentó abordarlo desde un ángulo diferente.

—No está casado. De hecho, he leído que no ha estado nunca casado.

—Todavía no —admitió él.

—¿Por qué no?

—Supongo que todavía no he encontrado a la mujer adecuada —contestó, encogiéndose de hombros.

—Tal vez sea porque la mujer que está esperando no exista.

—No lo creo. Todo el mundo tiene un alma gemela, pero yo todavía no he conocido a la mía.

—Teniendo en cuenta sus ideas acerca del sexo antes del matrimonio, debe de llevar una vida muy… solitaria.

—Creo que hay que esperar a que la relación sea seria antes de practicar el sexo. A pesar de no haber estado casado nunca, sí he tenido varias relaciones serias —se echó hacia delante ligeramente y le lanzó una mirada tan sexy, que a Miranda se le pusieron los pelos de punta—. Serias, y muy satisfactorias.

¿Quién estaba seduciendo a quién en esos momentos? O tal vez sólo estuviese jugando con ella. En cualquier caso, Miranda se estaba divirtiendo demasiado. Y aquel hombre no tenía ni idea de con quién jugaba. Teniendo en cuenta sus conservadoras ideas acerca de las relaciones, debía de ser igual de conservador en la cama. Dado que a ella le gustaba llevar la voz cantante, se llevarían bien. Tal vez incluso pudiese enseñarle una o dos cosas.

—¿Cómo puede un hombre que nunca ha estado casado ser una autoridad en lo referente al matrimonio? —preguntó Miranda después de dar un trago a su copa.

—¿Acaso un psiquiatra tiene que tener una esquizofrenia para tratarla? ¿O tiene un abogado defensor que haber cometido un crimen para representar a su cliente?

Aquel hombre tenía una respuesta para todo. No obstante, era fascinante ver cómo funcionaba su mente. Era apasionado sin ser arrogante, defendía sus ideas incondicionalmente, pero no era intolerante con las opiniones de los demás. Además, era muy guapo.

Según fueron charlando y tomándose las copas, Miranda fue sintiéndose cada vez más cautivada por su voz, atrapada en la profundidad de sus ojos. Había otras mujeres alrededor de ellos, pero él no las había mirado en ningún momento. Sus ojos eran sólo para ella. Su mirada la hacía sentir como si fuese la única mujer del universo.

Más de dos horas y varias copas después, y a pesar de que Miranda empezaba a sentirse más que contenta, seguían allí. Todavía hablando y debatiendo. Y en lo único que podía pensar ella era en llevárselo a su habitación, desnudarlo y demostrarle una o dos cosas acerca de las mujeres de verdad. ¿Cómo sabrían sus labios? ¿Tomaría él la iniciativa o la dejaría hacerlo a ella?

Su deseo de venganza se había visto sobrepasado por un deseo mucho más básico e instintivo, por la atracción sexual. Tal vez Zack y ella tuviesen ideas opuestas acerca de las relaciones, pero había química entre ambos. Una combinación letal de hormonas, feromonas y testosterona.

Y Miranda estaba segura de que él también la sentía. Cuanto más tiempo llevaban allí sentados, más conscientes de ello eran. Los ojos de él empezaron a bajar hacia su escote, acariciándola con la mirada, eso sí, con pureza. La miraba a los labios y bebía, todo con movimientos lentos y exagerados. Seductores y sensuales. Cuando sus pies rozaron los de ella debajo de la mesa, Miranda supo que había sido un movimiento intencionado. En vez de sentirse perturbada, deseó estar más cerca. Se echó hacia delante, y él hizo lo mismo. Como si los dos necesitasen estar más cerca. La atracción era irresistible.

Si no hubiese habido una mesa entre ambos, y si no hubiesen estado en un lugar público, a esas alturas ya habrían estado abrazados.

Miranda miró a su alrededor y se dio cuenta de que el bar estaba casi vacío. Zack se miró el reloj.

—Es tarde.

—¿Hace rato que debería estar durmiendo? —preguntó ella, intentando hacerlo en tono de broma, para que él no notase su decepción. ¿Acaso lo había malinterpretado? ¿Acaso no estaba él tan excitado como ella? ¿O era que realmente respetaba su regla acerca del sexo sin compromiso?

—Estaba pensando que tal vez usted quisiera acostarse. ¿La acompaño a su habitación? —preguntó, dedicándole otra de esas sensuales sonrisas y diciéndole con la mirada que quería hacer mucho más que acompañarla a la habitación, y ella sintió un escalofrío de pies a cabeza.

Ya lo tenía donde había querido tenerlo.

¿O era él el que la tenía a ella?

 

 

—Lo he pasado muy bien esta noche —le dijo Miranda a Zack al salir de ascensor.

Estando de pie a su lado, había sido todavía más consciente de su estatura. Y eso que ella no era pequeña.

La gracia con la que se movía, su masculinidad, eran hipnotizantes. Era un hombre guapo, y lo sabía. Pero no resultaba arrogante.

¿Cómo lo hacía?

Miranda estaba deseando tocarlo, desabrochar los botones de su camisa y explorar su piel, pero tenía que hacerlo bien. Tenía que ser sutil. Él se había comportado como un perfecto caballero hasta entonces. Sólo le había tocado ligeramente un codo. Ella había sabido que no se lanzaría sobre ella en público.

Aunque habría sido emocionante saber que la deseaba tanto, que no podía resistirse.

—Yo también me he divertido —admitió él, sonriendo—. Es refrescante discutir con alguien que no está de acuerdo con todo lo que dices.

—Usted es distinto de cómo me lo imaginaba.

—¿Y cómo me imaginaba?

—¿Quiere que sea honesta? Esperaba que fuese un cerdo arrogante y machista.

Él no pareció ofenderse, de hecho, sonrió todavía más.

—No habría sido la primera persona que me hubiese acusado de algo así. Entiendo que mis ideas pueden ser duras de aceptar para algunas personas.

—Si le consuela, tal vez no esté de acuerdo con sus ideas, pero las respeto. Sería estupendo que la vida funcionase así. Desgraciadamente, sé por experiencia que no es así.

Llegaron a la habitación de Miranda, y ella buscó la tarjeta en su bolso, pero sus dedos no funcionaban como de costumbre. Cuando la encontró, él se la quitó de las manos y abrió la puerta. Ella entró y se volvió con la intención de invitarlo a pasar. Antes de que le diese tiempo a decir una sola palabra, él estaba dentro con ella, había cerrado la puerta y la estaba abrazando.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

APRETADA contra su cuerpo largo, caliente y sólido, a Miranda no le cupo ninguna duda de que Zack se sentía atraído por ella. Estaba excitado, y parecía que todas las partes de su cuerpo eran proporcionales.

Una lámpara que había encima de la mesilla, al lado de la cama, desprendía una tenue luz, y pudo ver el deseo en sus ojos.

El primer instinto de Miranda fue resistirse, apartarlo. Zack había entrado en su habitación y había tomado el control de una situación que ella tenía planeado dirigir, así que estaba nerviosa. Pero su cuerpo no le hacía caso a su cabeza. No sabía si había sido el alcohol lo que la había dejado confusa o la estimulación verbal de Zack, pero estaba temblando. Él olía ligeramente a aftershave y a cierta marca conocida de jabón, pero ninguno de esos dos olores cubría su único y masculino olor.

Miranda no había esperado algo así. Era ella la que iba a seducirlo. Tenía que hacer algo para recobrar el control.

—Llevo toda la noche deseando acariciarte —dijo él, tocándole el rostro con un movimiento cuidadoso y firme al mismo tiempo. Luego la besó. Fue un beso profundo, intenso y encantador, y ella sintió que el deseo la dominaba. Aquel hombre sabía lo que quería y no le daba vergüenza tomarlo.

¿Cómo podía algo tan equivocado ser, al mismo tiempo, tan bueno? Normalmente, era siempre ella la que llevaba la voz cantante en el sexo. Pero aquello estaba ocurriendo demasiado deprisa y no podía hacer nada para detenerlo. No quería detenerlo.

Él la besó en los labios, en la garganta, le mordisqueó la piel, como si quisiese devorar cada centímetro de ella. Le mordió el lóbulo de la oreja con tanta fuerza, que le hizo dar un grito ahogado, pero, para su sorpresa, su cuerpo tembló de placer.

Zack se quitó la chaqueta y la tiró a un lado. Miranda intentó desabrocharle la camisa, pero él la agarró por las muñecas y le puso las mano detrás de la espalda, luego la apoyó contra la puerta. Si cualquier otro hombre le hubiese hecho aquello, ella le habría dado un rodillazo en la entrepierna, pero ningún otro hombre la había hecho sentir así antes.

Mientras le sujetaba las dos muñecas con una mano, le desabrochó la blusa con la otra. Tal vez ella hubiese podido intentar liberarse, pero, en esos momentos, ya no quería hacerlo.

Él le bajó la blusa por los hombros, hasta que llegó a sus muñecas. Miranda no tenía un pecho generoso, pero era firme y tenía una forma bonita. A excepción de su marido, que se había quejado siempre de todo, nadie más le había puesto pegas.

Y teniendo en cuenta el modo en que la estaba mirando Zack, él tampoco parecía descontento. Su mirada hacía que le ardiese la piel. Miranda había trabajado duro para conseguir tener aquel cuerpo, y él parecía estar de acuerdo con que estaba en buena forma.

Zack bajó la cabeza, mordiendo el borde de su sujetador de encaje, echándole el aliento caliente en la piel. Ella gimió y arqueó la espalda.

—Yo no hago nunca esto —dijo él con una intensidad que hizo que Miranda sintiese un escalofrío—. Nunca tengo aventuras con mujeres a las que acabo de conocer.

—Yo tampoco —admitió ella.

—Nunca había deseado a una mujer como te deseo a ti en estos momentos.

Las palabras de Zack la llenaron de satisfacción, pero por razones equivocadas. Razones que no tenían nada que ver con la venganza. Deseaba a Zack. Quería que la devorase. Habría podido decir que lo necesitaba, pero ella no necesitaba a nadie.

Él le puso la mano en el muslo y le levantó la falda, gimiendo de placer al descubrir que llevaba liguero. Después de divorciarse de un hombre que pensaba que su ropa interior sexy no era «apropiada», se había gastado cientos de dólares en ropa interior osada que él nunca le había dejado llevar. Era agradable conocer a alguien que apreciaba su gusto.

Zack le soltó las muñecas, y la blusa cayó al suelo. Le bajó la cremallera de la falda y se la quitó, dejándola sólo con su conjunto de sujetador y tanga, el liguero de encaje, las medias negras de seda y los tacones de aguja. Miranda nunca se había sentido tan sexy.

Él se puso de rodillas delante de ella y hundió el rostro en su estómago, haciéndola temblar. Todo su cuerpo ardía de deseo y de pasión. Él le mordisqueó el estómago, le pasó la lengua por el aro de oro que llevaba en el ombligo, agarrándola por la cadera con sus grandes manos.

Estiró con fuerza del tanga, que se rompió entre sus manos, pero ella estaba demasiado excitada para pensar que le había roto su favorito. Podía romper lo que quisiera, si eso lo excitaba la mitad de lo excitada que estaba ella.

Miranda se sentía débil y temblorosa, y tuvo que agarrarlo por la cabeza para mantenerse en pie. Su respiración era cada vez más rápida, su deseo aumentaba, y cuando Zack enterró por fin el rostro entre sus piernas, gritó. Su cuerpo se arqueó, lo agarró por el pelo. Se le doblaron las rodillas, pero él la agarró antes de que se cayera y le puso una rodilla en su hombro. Miranda estaba a punto de experimentar una explosión, las chispas estaban cada vez más cerca de su mecha.

Cuando llegó al clímax, la explosión la hizo sacudirse. Fue tan perfecto, que le dieron ganas de gritar. Nunca antes la había hecho sentirse así. Eso la asustaba y la emocionaba al mismo tiempo.

No pudo ni pensárselo cuando él la llevó en volandas hasta la cama. Estaba demasiado saciada para hacer otra cosa que no fuese observar cómo se desvestía él. Tenía un cuerpo tan sorprendente como ella se había imaginado.

Zack se arrodilló en la cama, a su lado, le quitó los zapatos y los tiró al suelo. Cuando Miranda fue a desabrocharse el sujetador, él la detuvo.

—Déjatelo puesto —le pidió, sin dejar de mirarla, arrodillándose entre sus muslos. Le puso las manos por debajo de las rodillas y la acercó a él, haciéndole cosquillas en la piel con el vello de sus piernas. Actuaba de un modo exigente y abrumador, pero, al mismo tiempo, conseguía ser tierno.

Entonces, cerró los ojos y juró, utilizó una palabra malsonante que ella no había pensado que dijesen los hombres como él.

—¿Qué pasa?

—Acabo de darme cuenta. No he traído protección.

¿No tenía preservativos? ¿Qué hombre de su edad no llevaba preservativos en los tiempos que corrían?

Los hombres que no practicaban el sexo hasta que no tenían una relación seria, algo que normalmente debía de tardar más de dos horas y tres copas.

Afortunadamente para él, las mujeres modernas siempre estaban preparadas. Miranda lo tenía todo previsto.

—Hay en mi bolso.

Él le dio el bolso, y ella sacó un preservativo. Zack intentó quitárselo de las manos.

—De eso nada —se negó ella—. Ésta es mi parte favorita.

Miranda vio cómo él la observaba con deseo mientras se lo ponía. Luego, lo agarró por la nuca, lo atrajo hacia ella y lo puso encima, sintiendo el cálido peso de su cuerpo, pero sin aplastarla. Todo el cuerpo de Zack estaba caliente, era fuerte y sólido.

Él la besó profundamente mientras la torturaba dándole pequeños empellones con las caderas. Miranda se aferró a él, clavándole las uñas en los hombros, en la espalda, ardiendo de impaciencia. Nunca había estado tan descontrolada, tan loca de deseo. Era como si Zack quisiese que le rogase, quisiese que supiese que estaba completamente bajo su control, y así era. Habría hecho cualquier cosa que le hubiese pedido en esos momentos.

Y eso la asustaba casi tanto como la excitaba.

Después de aquello, todo se convirtió en una desconcertante neblina de intensa sensación. Los suspiros, los sonidos y los sentimientos se mezclaron en algo tan poderoso, que Miranda no supo cómo llamarlo. Y cuando llegaron al clímax juntos, ella supo que su idea de cómo tenía que ser el sexo acababa de cambiar.

Así era cuando uno estaba completamente conectado con otra persona.

No podría volver a ver a Zachary Jameson nunca más.

 

 

Zack estaba sentado al ordenador, en el despacho de su casa, donde había estado trabajando la mayor parte del tiempo durante los últimos días, intentando escribir la columna mensual que debía estar en el escritorio del editor a finales de semana. Desgraciadamente, en lo único en lo que había conseguido pensar durante los dos últimos meses, desde su viaje a Nueva York, era en Miranda Reed.