Creer en la pasión - Shirley Jump - E-Book
SONDERANGEBOT

Creer en la pasión E-Book

Shirley Jump

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Como florista, Callie estaba siempre rodeada de novias emocionadas. Pero ella ya no creía en el amor por culpa de un error que había cometido hacía años. Había dejado marchar a un buen hombre y ahora quería proteger su corazón. Pero, ¿qué iba a hacer ahora que el buen hombre había vuelto a su vida? Jared Townsend sabía que debería haber luchado por Callie en el pasado, pero ahora había decidido sacarla de su caparazón y hacer salir a la mujer bella y llena de vida que había sido en otro tiempo. ¿Podría enseñarle de nuevo a reír, a sentir… y a amar?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 189

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Shirley Kawa-Jump, Llc

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Creer en la pasión, n.º 2192 - octubre 2018

Título original: Sweetheart Lost and Found

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-063-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Callie Phillips puso la última flor en el alegre ramo de novia, dio un paso atrás para admirar su trabajo y se maravilló de la ironía de su elección de carrera profesional.

Una mujer que no creía en el «felices para siempre» diseñaba ramos para novias de ojos brillantes, convencidas de que Cenicienta no era un cuento.

Callie tocó el follaje verde que rodeaba las flores y simbolizaba esperanza. Amor verdadero. Un final feliz. Sus clientes de Bodas Bellas le pagaban para que actuase como si creyera que los cuentos de hadas se hacían realidad. Y Callie creaba sueños con vibrantes rosas blancas y frisias de delicados tonos pasteles, escondiendo el hecho de que los pétalos de su corazón herido se habían marchitado hacía tiempo.

–Otra gran creación, cariño –dijo Bella Mackenzie, propietaria de Bodas Bellas y jefa de Callie, entrando en la zona de diseño floral. Estaba impecable, como siempre, con falda y jersey rojo brillante, que contrastaba con su cabello gris y hacía que aparentara muchos menos de los cincuenta y tantos que tenía–. Eres increíble. ¿Cómo se te ha ocurrido esa combinación? –Bella se inclinó para inhalar la fragancia de los tulipanes naranja tostado, mezclados con calas de color morado intenso y gloriosas carmesí.

–Por la novia –dijo Callie–. Becky es tan extrovertida que este diseño parecía encajar con su personalidad y con el colorido de los vestidos de sus damas de honor.

–No sé cómo lo haces. Lees a las personas como si fueran libros –Bella sonrió–. Lo mejor que he hecho en mi vida fue contratarte.

–No, yo creo que fue al revés –sonrió Callie–. Lo mejor que he hecho yo fue entrar aquí y pedir trabajo.

Bella había tomado a Callie bajo sus alas años antes, al captar su enorme talento creativo y que necesitaba una figura maternal y estable en su vida. Le había enseñado el arte de los arreglos florales; después, cuando expandió su empresa de planificación de bodas y creó Bodas Bellas, le había dado a Callie el puesto de florista. Y, al mismo tiempo, le había ofrecido un grupo de buenas amigas que se había convertido en el punto de apoyo de Callie.

Le había proporcionado a su inestable vida una base firme.

Callie se pasaba los días hablando de calas y rosas con novias de ojos llenos de estrellitas, pero sin creer ni por un momento que ella volvería a llevar un ramo, abrir su corazón una segunda vez o volver a creer que un hombre estaría a su lado para siempre.

La idea de «para siempre» le daba ganas de echar a correr. Lo había probado una vez y había sido un fracaso. Callie no repetiría bajo ninguna circunstancia.

–Formamos un buen equipo, ¿verdad? –Bella le sonrió–. Las bellas de Bodas Bellas.

–¿Incluso si una de nosotras no se siente atraída por el lado oscuro?

–¿Te refieres al lado blanco, el altar? –Bella rió con ganas–. No es tan malo como piensas. Y un día te convenceré de que enamorarse y casarse no es la sentencia a cadena perpetua que pareces creer.

Desde que Bella la había contratado, tres años antes, intentaba convencerla de que el matrimonio era una institución para todos los públicos. A Callie no le sorprendía su insistencia; la gregaria propietaria del centro de planificación de bodas había estado casada varias veces y había iniciado el negocio porque le gustaban los finales felices.

Pero Callie opinaba de otro modo. Para algunas personas, el amor era un sentimiento que era mejor limitar a las tarjetas de felicitación.

–Bella, ya probé el matrimonio una vez y no funcionó –Callie cortó el borde de la cinta de raso carmesí que había atado alrededor del ramo y añadió algunos alambres reflectantes con delicada cuentas de cristal, para añadir un toque de glamour.

–Es cuestión de práctica –rió Bella–. La segunda vez siempre es mejor. Y si no, la tercera es deliciosa. O, en mi caso, tal vez lo sea la cuarta.

–No tengo intención de repetir –dijo Callie.

Se había divorciado hacía dieciocho meses, y su matrimonio con Tony le había enseñado algo: ella, con más razón que nadie, no debía volverse a casar.

–¿Sabes lo que deberías hacer? –preguntó Bella–. Celebrarlo.

–¿Celebrar qué?

–Ser soltera otra vez. Llevas de vuelta en el mercado más de un año, Callie, y aún no has salido del establo.

–¿Salir del establo?

–A elegir otro semental en el corral –Bella le guiñó un ojo–. Hay muchos ahí fuera, cielo. Sólo tienes que elegir al que te haga cocear mejor.

–Oh, no –Callie se rió del consejo de Bella–. Seguiré trabajando con las flores. Ellas no me fallan.

–Tampoco calientan tu cama por la noche.

–Me compraré una manta eléctrica.

Callie puso el ramo y el resto de las flores para la boda en la cámara frigorífica y subió las escaleras con Bella. Un par de horas después, las bellas lo entregarían todo y verían a una novia más caminar hacia el altar.

–Bueno, antes de elegir esa manta, ¿puedes pasar por O’Malley’s esta noche y dejar las nuevas invitaciones para la boda de su hija? El impresor transformó el nombre del novio, de Clarence a Clarise. Menos mal que vimos el error antes de enviarlas.

–¿Eso es un truco para obligarme a salir?

–Puede –Bella esbozó una sonrisita.

Audra Green, la contable de la empresa, las saludó cuando llegaron a la zona de recepción. Toda la habitación, con sus paredes de color amarillo brillante, reluciente suelo de roble y remates de madera blancos, reflejaba la personalidad alegre de Bella. Igual que ella misma, daba una sensación de bienvenida y calidez a todos los que entraban allí.

–¿Qué tramas, Bella? –preguntó Audra–. Veo un brillo travieso en tus ojos.

–Quiero demostrarle a Callie que don Perfecto podría estar a la vuelta de la esquina.

–Junto con el Conejito de Pascua y Santa Claus –sentenció Callie, recogiendo la caja de invitaciones que había sobre el escritorio.

–Así que le he dicho que vaya a O’Malley’s a entregar las invitaciones y a ver cómo está el ambiente para ligar –siguió Bella con optimismo–. Volver a montar antes de que olvide dónde están los estribos.

Callie y Audra se rieron y después la contable le dirigió a Callie una sonrisa compasiva.

–¿Quieres compañía? –le ofreció.

–Gracias, pero no la necesitaré. A pesar de los planes casamenteros de Bella, dejaré las invitaciones y nada más –dijo Callie.

–¿Y si don Perfecto está sentado a la barra? –preguntó Bella.

–Si está –Callie se rió de la indómita fe de Bella y agitó una invitación en el aire–, estoy completamente segura de que serás la primera en anunciárselo al mundo entero.

 

 

Jared Townsend creía en el poder de las pruebas. Si algo podía probarse sin asomo de duda, lo aceptaba como hecho. Su pasión por las pruebas era la razón por la que había sobresalido en Geometría, pero no en Pensamiento abstracto. Por la que casi había suspendido Análisis poético y encontrado su refugio en el mundo concreto de la Estadística.

En ese momento se encontraba en un lugar muy ajeno a él, un bar un jueves por la noche, con el fin de probar la estadística más improbable: que el amor verdadero podía medirse, analizarse y evaluarse.

Por eso llevaba una tablilla portapapeles y lápices, y pretendía entrevistar a una docena de parejas antes de que cerrara el bar, suponiendo que consiguiera mantenerse despierto.

–Bienvenido a O’Malley’s. ¿Qué quiere? –el barman, fornido y con perilla gris, se acercó con una sonrisa en la boca. En el otro extremo de la barra había un hombre mayor, con los hombros encorvados y la cabeza caída, mirando su cerveza.

–Una cerveza estará bien –Jared colocó el portapapeles en el mostrador, junto con algunos lápices bien afilados. Estaba deseando empezar.

No era extraño que Jared no hubiera tenido una cita en tres meses. Ir a todas partes con un portapapeles no era el mejor gancho para atraer a las mujeres.

El barman arqueó una ceja al ver los lápices y el portapapeles, pero calló y sirvió la cerveza. Le pasó la jarra a Jared sin decir palabra.

Entró una pareja. Jared agarró un lápiz. A primera vista parecían ideales para su encuesta. Veinteañeros, chica rubia, chico moreno, hablando rápidamente como si estuvieran…

Discutiendo.

–Eres un imbécil –decía la chica–. No sé qué he podido ver en ti. En serio, Joel, mi tostador tiene más cerebro que tú, incluso después de quemar la tostada.

–Tía, eso es insultante.

–Y deja de llamarme «tía». Soy tu novia, o al menos lo era. No tu tía –apartó su mano y se alejó de él. Pidió un chupito de tequila y se lo bebió de un trago. Era obvio que lo había hecho antes. Más de una vez.

Jared dejó el lápiz. Suspiró, se acomodó en el taburete y tomó un trago largo de cerveza. No había nadie más en el bar, a pesar de que eran casi las nueve y el cartel de fuera prometía una noche de karaoke. Pensó que tal vez debería haber elegido un bar más céntrico, en vez de próximo a su apartamento.

–Eh, O’Malley, ¿una para el camino? –dijo el hombre que había al otro extremo de la barra. Alzó el vaso con un brazo tembloroso.

–Creo que ya has bebido bastante –dijo el barman, a quien por lo visto debía su nombre el bar.

–No, no. Aún no es bastante, aún no –el hombre se tambaleó en el taburete.

Jared oyó sus palabras, tan familiares, y desvió la vista. Su mente recordó otra voz que arrastraba las palabras, e insistía en un trago más.

–Estás fatal –gruñó O’Malley con disgusto–. ¿Por qué no te vas a casa?

–No quiero irme a casa –el hombre soltó un suspiro y bajó del taburete–. Allí no hay nadie. Nadie –chocó con un par de taburetes y se agarró a la barra.

Los recuerdos asaltaron a Jared. Se puso en pie, agarró al hombre por el codo y lo enderezó justo antes de que perdiera el equilibrio y cayera.

–Póngale un café –le dijo Jared al barman–. Y llame a un taxi.

–No pienso pagar por eso –gruñó O’Malley–. Si me ocupara de cada borracho…

–Yo pagaré –el hombre era un desconocido, pero su historia le resultaba familiar a Jared. Agarró al hombre y lo ayudó a sentarse en una silla, ignorando su olor a alcohol–. Señor, ¿por qué no se sienta aquí un rato? Tome un café mientras llega el taxi.

Un segundo después el desconocido pareció comprender lo que le decía.

–Es un buen hombre –le dio una palmadita a Jared en la espalda–. Mi nuevo mejor amigo. Y ni siquiera sé cómo se llama.

–Jared Townsend –dudaba que el hombre recordase su nombre por la mañana, pero daba igual.

–Yo soy Sam –arrastraba las eses. Su apretón de manos fue tembloroso, pero con sentimiento. Jared puso el café ante Sam y lo animó a beber.

La puerta se abrió de nuevo y Jared se dio la vuelta, agarrando su tablilla y lápices. Esa vez entró una mujer sola. Jared se desanimó. Era obvio que había elegido el bar incorrecto. No era extraño, teniendo en cuenta su escasa experiencia en esas cosas.

Pensó que debía marcharse, probar un local con más ambiente…

Rayos. Callie Phillips.

Jared se quedó sin respiración. El lápiz que tenía en la mano rodó por el suelo de madera. Sonaba una canción sobre un corazón roto, Sam decía algo sobre el café y la pareja que tomaba tequila seguía discutiendo; pero Jared no prestaba atención. Se subió las gafas y miró de nuevo para asegurarse.

Sí, era Callie.

Acababa de entrar en el bar para perturbar su perfectamente ordenada y equilibrada vida.

De nuevo.

Tenía la ventaja de poder observarla mientras los ojos de ella se acostumbraban a la penumbra. Escrutó los cambios que se habían producido en nueve años que a su corazón le parecían nueve días.

Se había cortado el pelo y los rizos de color rubio oscuro enmarcaban su rostro. Seguía teniendo el mismo rostro de rasgos finos, enormes ojos verdes y esos labios…

Labios pintados de color carmesí, labios que siempre habían parecido suplicar que los besara, que lo habían hipnotizado cada vez que ella hablaba. Contempló cómo se aproximaba, recorriendo con la mirada sus esbeltas curvas, delineadas por pantalones vaqueros y una blusa de color azul turquesa, para luego volver lentamente a su rostro y a sus labios. Se le tensó el estómago.

Y Jared Townsend, que nunca hacía nada sin una razón, olvidó por completo por qué estaba allí.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Jared? ¿Jared Townsend? ¿Eres tú? Vaya… –Callie tomó aire y sus pechos se elevaron, igual que la temperatura interna de Jared–. Santo cielo. Qué… sorpresa –Callie se detuvo ante él, con una caja grande en las manos y expresión atónita–. ¿Qué haces tú aquí?

–Eh… –su cerebro paró, chisporroteó y volvió a arrancar–. Investigación.

–Deja que adivine –sonrió ella–. ¿Intentas averiguar cuál es la mejor cerveza para sobreponerse a un corazón roto?

–Coors –intervino Sam–. Ésa es la mejor –les saludó con la mano y puso rumbo hacia los aseos.

Jared miró su jarra. La cerveza no lo había ayudado a superar el corazón roto que le había provocado ella, pero eso era una historia del pasado que nunca sacaba a relucir.

Sólo un masoquista sacaría un esqueleto como ése del armario. Pero su maldito cuerpo estaba empezando a jugar a la Arqueología, resucitando viejos sentimientos… y mucho más. No había nada analítico, estadístico o sensato en ello. Nunca lo había habido, tratándose de Callie. Recordó que ella le había hecho daño, y mucho. Lo inteligente sería saludarla como a una vieja conocida y dejarlo ahí.

–Estoy aquí por trabajo –le dijo–. En serio. Aunque no lo parezca.

–No lo parece, excepto por el portapapeles que es tan… típico de ti –encogió los hombros, soltó una risita y empezó a alejarse–. Me alegro de haberte visto, Jared.

Jared maldijo para sí. Así que el portapapeles era típico. Tal vez fuera cierto, pero en otros tiempos ella había llegado a pensar algo muy distinto de él.

«Sí, ¿y adónde te llevó eso?», pensó.

Acalló su voz interior. Una parte quería que Callie viese que había madurado y cambiado. Era un hombre distinto. No el profesor atontado que ella había dejado atrás sin pensarlo dos veces.

Un hombre capaz de mantener una conversación con ella sin que lo afectara en absoluto.

–Callie –llamó. Ella se dio la vuelta–. ¿Has quedado con alguien? –mientras esperaba su respuesta, el ritmo de su corazón se duplicó. Contuvo el aliento.

Esa noche había entrado en territorio desconocido para entrevistar a parejas, tomar datos, introducirlos en un ordenador y entregar su análisis a Juegos Wiley, que desarrollaría la nueva generación de juegos y productos orientados a las parejas. No era la investigación de gama alta que Jared había pretendido hacer tras doctorarse, pero pagaba sus facturas.

En cualquier caso, había una persona muy concreta a la que no quería incluir en su estudio, y ésa era Callie Phillips.

–No, no he quedado con nadie, esta noche no.

Esa respuesta no le daba datos sobre su estado civil. ¿Soltera? ¿Emparejada? No lucía alianza, así que no debía de estar casada ni comprometida. Jared se preguntó qué habría ocurrido con Tony.

–Eh, Callie, ¿qué te trae por aquí? –el barman se acercó con una sonrisa amistosa en la cara.

–Tu hija ahora se casará con Clarence, en vez de con Clarise –dijo Callie, alzando la caja.

–Gracias –O’Malley soltó una risita y aceptó la caja–. Me alegro de que vierais el error antes de que enviáramos las invitaciones. Habría sido un desastre.

–De nada. La boda va a ser preciosa.

–Mi Jenny es un ángel –la expresión de O’Malley se suavizó–. Me cuesta creer que vaya a casarse. Y que yo sea lo bastante viejo para ser el padre de la novia –se rió, le dio las gracias de nuevo y fue a rellenar los chupitos de la pareja.

Callie se dio la vuelta para marcharse. Jared, sin pensar en lo que estaba haciendo, ni en si era un error, señaló el taburete que había a su lado.

–¿Te gustaría tomar algo? –de inmediato, se preguntó por qué la invitaba. Se dijo que era simple curiosidad. Por ponerse al día respecto a su vida.

–Creí que estabas trabajando –dijo ella.

–No hay gente, así que… –llamó al barman con la mano–. Una margarita, con hielo y sal.

–¡Te has acordado! –Callie sonrió.

–Sí –recordaba mucho más que su bebida favorita, pero no lo dijo. Callie y él habían roto por una razón, y romper había sido lo mejor para ambos.

Ella se sentó, rozándolo al hacerlo. Él inspiró y captó el ligero y dulce aroma floral de su perfume.

–Gracias –le dijo a O’Malley cuando le sirvió su bebida.

–De nada, Callie –O’Malley miró a Jared y arqueó la ceja, alegrándose de que el «pazguato» tuviera a una mujer bonita al lado.

–No hay nada más sexy que la Estadística –dijo Jared con una sonrisa, señalando el portapapeles.

–Si tú lo dices, amigo… –el camarero fue hacia la pareja que, acabada la segunda ronda de tequila, se disponía a empezar el segundo asalto del combate.

–¿Qué tipo de investigación estás haciendo? –preguntó Callie.

–Contando el número de mujeres bonitas que entran solas en un bar. Llevo una. Creo que debería dejarlo ya –sonrió–. La verdad es que es un sondeo de parejas. Un proyecto de investigación para la empresa en la que trabajo.

–Suena interesante.

–Es mucho más interesante cuando la información está en el ordenador y hay que manipular los datos, calcular las probabilidades estadísticas y las previsiones. Si tengo suerte, conseguiré datos suficientes para escribir un artículo serio en una revista especializada. Algo más respetable que el fundamento del próximo «Veinte excitantes juegos de dormitorio».

–¿Juegos de dormitorio? –Callie soltó una risita–. ¿Eso hace el hombre que se disfrazó de motorista en la fiesta de Halloween de la universidad? ¿Qué pasó con la chaqueta y las botas de cuero?

–Estarán en algún armario. Ahora soy hombre de traje y corbata. Se acabó la vida alocada en la carretera y desgastar las posaderas.

Su breve incursión de una sola noche en ese personaje había sido una mala idea. Había creído que poniéndose una chaqueta de cuero negro y montándose en una Harley conseguiría que Callie se fijara en él por fin. Y se había fijado un momento, hasta que Tony se la había robado de nuevo, dejando a Jared con un casco de más y mucho de lo que lamentarse.

–Lástima –Callie probó su copa.

–¿Qué quieres decir con eso?

–Eras muy divertido en tu época de… no exactamente chico malo, más bien malillo.

–Haces que suene como un niño de cinco años que se niega a irse a la cama.

–Si recuerdo bien, no había mucho problema en llevarte a la cama –Callie se sonrojó de repente y concentró la atención en su bebida.

Jared también lo recordó, demasiado bien. Una noche que él nunca había olvidado, pero que ella le suplicó que no volviera a mencionar nunca, para poder casarse con Tony con la conciencia tranquila.

Tony, que había sido el mejor amigo de Jared. Tony, el hombre que se había interpuesto entre ellos y había sido todo lo que Jared no era.

Y sí todo lo que Callie deseaba.

El recuerdo fue como un puñetazo en la boca del estómago. Tuvo que tragar saliva. Había dejado que Callie se marchara y había cambiado de universidad sin volver la vista atrás, porque había pensado que sería lo mejor para ella… ¿Lo habría sido?

¿Había tomado la decisión correcta?

Diablos, sí. Ella no habría sido feliz con Jared, lo había dejado muy claro. Jared había pensado que después de nueve años esa última noche con Callie ya no dolería, que se habría convertido en una neblina.

Pero nada que tuviera que ver con Callie Phillips era una neblina. Pensar lo contrario sería mentirse a sí mismo. Carraspeó y tomó un trago de cerveza.

–¿Qué haces ahora? Supongo que ya no eres la bohemia que yo recuerdo.

–No –rió ella–. Soy una florista responsable que paga sus impuestos.

–¿Florista? –la miró–. Sí, lo creo. Transformaste ese tugurio de soltero que yo llamaba apartamento en un lugar acogedor. Siempre tuviste buen ojo para el color y el diseño –Jared se enderezó, se ajustó las gafas e hizo la pregunta que había tenido en la punta de la lengua desde que la había visto entrar–. ¿Cómo van las cosas con Tony? –preguntó–. ¿Tenéis familia?

–Estamos divorciados. Sin hijos.

Jared vio dolor en su mirada y deseó preguntar más. Pero sólo llevaban juntos cinco minutos y no sería correcto, por más que lo pinchara la curiosidad, la necesidad de saber. ¿Qué habría ocurrido? ¿Cuándo se había empañado la felicidad de la pareja dorada? ¿Se arrepentía Callie de lo ocurrido? ¿Pensaba alguna vez en cuánto lo había afectado que lo dejara?

Jared tomó otro trago de cerveza y buscó un tema más seguro.

–¿Vives aquí, en la ciudad?

–Sí. Me instalé en Boston hace tres años, cuando Tony encontró trabajo en la ciudad. Entonces empecé como florista en Bodas Bellas.

–¿Bodas Bellas?

–Es una empresa que planifica bodas, en la calle Newbury. Somos seis y trabajamos para una mujer que se llama Bella, y da nombre a la empresa.