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Esta obra se compone de varios capítulos en los que Clarín expone juicios críticos sobre distintos libros, autores y géneros. Sirvan de ejemplo los de la novela y su análisis sobre 'La tierra' de Zola; del teatro en general, destacando en un apartado a Zorrilla; de la prensa y cuentística de varios países; más de la poesía, citando en este género a Campoamor y a Núñez de Arce.
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Veröffentlichungsjahr: 2017
(Semblanza literaria)
«...Fuera deja-
ba yo la marejada de ideas fugaces, de con-vicciones efímeras, confusas, contradictorias, insípidas o deletéreas, vaivén inconsciente que la moda y otras influencias irracionales traen y llevan por los espíritus débiles de tantos y tantos que se creen librepensadores, cuando no son más que fonógrafos que repi-ten palabras de que no tienen verdadera conciencia.
»Dejaba fuera
también ese empirismo antipático que cree nacer de una filosofía y nace de la viciosa vida corriente, sensual y superficial, en la que no hay una emoción grande en muchos meses, ni un rasgo de abnegación en muchos años, ni una lágrima de amor en toda la vida; deja-ba fuera la envidia jactanciosa, la ignorancia dogmática... Y aquel espíritu noble y bien educado, clásicamente cristiano, cristiana-mente artístico, era como un asilo para quien, como yo, flaco de memoria, de voluntad y entendimiento, tiene, por tener algo bueno, un entusiasmo histérico, tembloroso, por la virtud y la belleza, por la verdad y la energía, entusiasmo que unas veces se manifiesta con alabanzas del ingenio y de la fuerza, y otras con reírme a carcajadas, que algunos toman por insultos, de la necedad vanidosa, de la impotencia gárrula y desfachatada, de la envidia mañosa y dañina...».
( Clarín,
hablando de Menéndez Pelayo.)
Por esas frases, arriba escritas, que siempre me han parecido sublimes por la salud de alma que revelan, comencé yo a conocer a Clarín. Hasta entonces sabía yo del escritor ingenioso, festivo, satírico y mordaz hasta la crueldad, autor de tanto y tanto palique, de-rroche de gracejo y fina intención; dómine iracundo e implacable, coco terrible de todos los aprendices de literato, y hasta de algún maestro; escritor con más o menos gramática que los otros, pero festivo y ligero al fin, superficial y formalista, a quien la pléyade en-tregaba las disciplinas por aquello de ser sólo tuerto en tierra de ciegos; por ofrecer el mé-
rito singularmente raro y exclusivo de saber sintaxis, en donde tan pocos la conocen...
En cuanto leí esos parrafitos y otras muchas cosas por el estilo, varié de opinión; caí en la cuenta de lo mucho que puede el odio de la envidia; comprendí que si tan mal hablaban todos de Clarín, discutiéndolo con tal rudeza en áspera polémica, sus méritos había de tener, y bien grandes, quien tan desusada polvareda levantaba, cegando la razón de sus enemigos y apasionando de tal modo hasta a los indiferentes. Entonces comprendí, y entonces adiviné en esas líneas que dejo copiadas, el pensamiento triste, la reflexión inten-sa, la honda meditación pesimista de un espí-
ritu delicadísimo en el cual deben de hacer vibrar con frecuencia hasta los afectos y pasiones más escondidas, la íntima y real perfi-dia de los hombres y el sarcasmo, a veces terrible, de las cosas...
Desde que conocí a Clarín, soy su devoto fervorosísimo. Honrosa y tentadora encontré la tarea de apuntar en el papel dos o tres de mis ideas acerca del maestro, para que fuera mi prosa junta con la suya en un mismo to-mo. No me hubiera atrevido nunca, sin embargo, a llevarla a cabo, si no fuera porque, obligado por la sinceridad de mi propósito al publicar la presente Biblioteca de vulgarización, creería faltar a su fin, si no diera en cada volumen a su especial público una noticia clara y sincera de cada uno de los autores que nos han favorecido honrándonos con sus trabajos. Ha sido uno de los primeros Leopoldo Alas, y a nadie se podía ya encomendar la delicada tarea, por apremios de tiempo y exigencias de imprenta. He aquí, pues, explicado el motivo de mi difícil situación. A falta de buenos...
Y digo difícil, principalmente, porque se trata de mi autor predilecto, del artista español de mis mayores simpatías, y... temo elogiarle más de lo justo. Prefiero, pues, confesar desde ahora francamente cuánta afición le tengo, declarando, para evitar mayores males, que hasta cuando yerra..., que hasta cuando se equivoca..., que hasta en sus mismos defectos...
Y no se crea que digo esto exagerando inten-cionadamente por si me vale algo el incienso... Defectos característicos en Clarín -en el sentir de los más- son el apasionamiento ciego, la parcialidad extremada, y precisamente en esas grandes crisis del crítico, en los momentos de indignación, de cólera, de desdén y desprecio, es cuando más es de admirar el temple de su espíritu, que sabe colocar tan alta su pasión, apartando del sagrado del Arte todas las pequeñeces de la vida literaria, tan necesitada de higiene y salubridad. Le-yendo el folleto Mis plagios y alguno que otro artículo del Madrid Cómico, piensa uno que el derecho de la fuerza, derecho bárbaro e injusto, es eterno: ayer era el tiránico poder de la fuerza bruta, material y grosera; hoy es otro poder más ideal, pero no menos despóti-co, el poder del talento, única fuerza en lo moderno soberana.
Conste, sí, que todo lo escrito no es más que sinceridad, y sólo sinceridad. Medrado había de andar Clarín si necesitase que yo ensalza-ra sus méritos positivos y reconocidos ya hasta por sus mismos enemigos, quienes no han de dejar de comprender que no puede negarse la luz, y menos la luz que hiere los ojos.
Por lo demás, poco ha de conocerme a mí -y nada tendría de particular- quien crea que digo todo esto por ver lo que se saca; y bien poco a Clarín, quien juzgue que se vende por elogio más o menos, por alabanza arriba o abajo.
«Nadie responda más que de sí mismo», ha dicho Alas hablando de su Renán, es decir, del Renán inspirado en la lectura de aquella prosa incomparable de FEUILLES DETACH-
ÈES, hecha con toda el alma, con el corazónabierto a los efluvios de simpatía que de estas páginas emanan como un perfume.
Pues bien, así, de ese mismo modo, he leído yo cuanto ha escrito Leopoldo Alas; desde sus hermosos estudios de alta crítica y honda psicología acerca de Baudelaire, Bourget, Zola y Daudet, hasta sus originales e intencionadísimos paliques del Madrid Cómico. Por eso mi Alas, no es el de Bonafoux, ni el de Ferrari, ni el de Grilo, ni el de Arimón, ni tampoco el de tanto y tanto académico que tienen que odiarle por razones particulares; por eso el Clarín que yo trato y admiro es otro, a quien todos esos señores no conocen siquiera todavía, ni conocerán nunca, probablemente.
Y de ese otro es de quien yo quiero hablar con el desengañadísimo lector.
***
Es Alas indiscutiblemente uno de los pocos a quienes se puede llamar maestros en literatura contemporánea. Su nombre irá unido al de los pocos españoles que algo hicieron por la vida intelectual de su patria, trabajando con esfuerzo entusiasta por la obra común de la cultura nacional. A él debe España en gran parte ese renacimiento modernísimo y ese momentáneo adelanto que tan pronto se echa de ver cuando se comparan épocas en la historia de nuestros días; la parte que Alas haya podido tener en ese grande movimiento de avance y de progreso, iniciado con el krausismo, que para nuestro pobre pueblo ignorante y retrasado ha sido tanto como una regeneración, es imposible de determinar, como imposible es distinguir en ninguna grande victoria el valor del triunfo de cada soldado, ni medir la grandeza del sacrificio de cada héroe anónimo.
Hoy es el escritor que tiene en España más enemigos. ¿Por qué?
Clarín sabe que nuestro tiempo no es de reflexión ni de estudio, Clarín sabe que la pre-dicación científica es infecunda hoy, porque nadie le hace caso, y se decide por la ense-
ñanza que nace de la sátira, por esa educación profunda, dura, sí, pero provechosa y eficaz, que brota de la irónica carcajada con que el espíritu fuerte se burla de las debilidades del prójimo; por virtud, sin duda, de alguno que otro desengaño, Alas se ha convencido de que a la masa deben inculcársele las ideas de modo que la diviertan, de modo que la distraigan, para que pueda tragarlas sin sentir. Y por eso escribe casi siempre en broma; broma sólo aparente y superficial, por supuesto, que si en ella se ahonda, suele encontrársele a menudo alguna más filosofía que a muchas estupideces respetadas por el vulgo como cosa seria. Por eso su lección es siempre la lección de la sátira, tan cruel como la Lección poética de Moratín, pero también beneficiosa y útil, porque de ella nadie se ríe por dentro, y mucho menos aquel a quien escuece.
Y claro es que todo esto no quiere decir que Clarín no pueda ser critico serio, no ya sólo retórico, a la manera de Boileau, sino historiador como Sainte-Beuve, o determinista como Tain, o representante insigne como Bourget y Lemaitre -y esta es la fija- de esa crítica neo-idealista, subjetiva y creadora, psicológica y estética, que convierte la ciencia en arte, de que son fruto estudios tan inspirados, tan humanos, tan sentidos como los que escribiera Leopoldo Alas pensando en Renán o acordándose de Zorrilla o de Moreno Nieto o de Fray Ceferino González...
Pero Clarín sabe la falta que hace en estos tiempos que se llaman de lucha y no son más que de anarquía mansa, esa crítica ingrata y abandonada que él llama higiénica y de policía, «particularmente en países como el nuestro, donde la decadencia de toda educación espiritual, del gusto y hasta del juicio, a cada momento nos empuja hacia los abismos de lo ridículo, o de lo bárbaro, o de lo bajo y grose-ro, o simplemente de lo tonto». Y por tal ra-zón, a pesar de que juzga que esta crítica al pormenor, perpetua avanzada contra el mal gusto, es la de menos brillo y la más incómo-da para quien se emplea en tal oficio, él es el único en España que a ella se dedica casi por entero, perdiendo gloria, y ganando odio, sólo por caridad, sólo por ver si consigue salvar alguna alma de la barbarie que se impone, precisamente por eso, por falta de defensa contra la ventaja del número... de los necios.
En este respecto importantísimo, Clarín se me figura un gladiador literario de otros tiempos, extraviado en una sociedad de poli-chinelas y perdido entre las frases hechas de nuestra baja y vulgar politiquilla literaria; prosista fecundo, vigoroso y desenfadado, cuyo desgarro nativo atrae y enamora; satíri-co de grandes alientos, temible controversis-ta, dialéctico, implacable, si bien duro y bron-co, casi siempre intemperante y procaz, pro-penso a abusar de su fuerza con frecuencia, como quien tiene excesiva confianza en ella.
Su mismo aislamiento, su dureza a menudo hasta brutal, en medio de esta literatura inco-lora, débil y desmazalada, le hacen interesante, ora resista, ora provoque.
La índole irascible de su carácter o su genio batallador, le arrastran a malgastar mucho ingenio en estériles escaramuzas; pero basta en las más insignificantes, hasta en las más ásperas y virulentas, se halla siempre algo que hace simpático al autor, algo que sobre-vivirá a esas infecundas riñas de plazuela, y es el vasto saber, el agudo ingenio, el estilo despreocupado y franco, el hirviente tropel de ideas que en él se adivina y sobre todo el amor entrañable del escritor a la verdad, su pasión fervorosa por el arte.
Clarín no podrá dejar ninguna obra digna de su talento, ninguna construcción acabada, ningún tratado didáctico, sino sólo controver-sias, ensayos, refutaciones, apologías, diatri-bas, la labor penosa diaria y meritísima de quien pasó la vida sobre las armas. Claro que esta polémica menuda, agria y enfadosa, es-teriliza en gran parte las preciosas dotes de insigne satírico, robando a muchas de sus obras críticas todo interés duradero y universal, [XII] pero esto no puede decirse a quien ha escrito que en estos tiempos, «...cada vez se piensa y se lee y se siente menos; se vegeta, se olvida la idealidad, se abandona la tribuna y la prensa a los ignorantes, audaces e inexpertos... y se aplaude lo malo, si intri-ga; y se crean reputaciones absurdas en pocos días; y es inútil trabajar en serio, ahon-dar pensando, ofrecer la delicadeza y el sentimiento en el arte. Nadie ve, nadie oye, nadie entiende nada; y los que pudieran ver, oír y entender, se cruzan de brazos, se ríen, co-mo si fuese baladí todo esto. ¡Baladí, y esa marea que sube es la de la barbarie!».
La misma intemperancia de sus controver-sias, la pobreza y trivialidad de los motivos de muchas de ellas, la saña con que persigue a escritorzuelos adocenados, que ni en bien ni en mal podemos influir en la corriente de las ideas, los rasaos de chocarrería vulgar y descuidada en apariencia con que matiza sus critiquillas, todo eso que en el sentir de muchos denuncia en el autor cierta falta de gusto y de tacto, no representa para quien le conozca a fondo, no significa para quien le haya estudiado sin prejuicios, sin vanidad y sin envidia, mas que el esfuerzo entusiasta y sincero de quien amando a su patria y amando la propia vocación, «aplica su crítica a una realidad histórica, que quiere mejorar y con-ducir por buen camino».
«Mi afición principal -ha escrito Clarín- está en las letras, y, desde hace muy cerca de 20
años, burla burlando procuro ir contra la corriente que nos lleva a la perdición, tal vez dejándome arrastrar a veces, por más no poder, pero volviendo a luchar siempre que tengo fuerzas. Bien puedo decir que cuando más lucho es cuando escribo estos paliques que algunos desprecian, aun apreciándome a mí por otros conceptos; estos paliques, que muchos tachan de frívolos, malévolos, inútiles para la literatura».
Si es verdad que la intención salva, y se ha de tener en cuenta el animus para juzgar el delito, este amor al arte de Clarín, que en alguna ocasión se traduce en ese apasionamiento que tantas veces le han echado en cara, perjudicial a su crítica como tal crítica, a pesar de ser justo la mayor parte de las veces, es muy discutible. Alas no es imparcial, aun cuando siempre sea sincero; y no es imparcial, porque ve las cosas a través de su singular y privilegiado temperamento, no con la severa impersonalidad que la Estética vieja y rigorista exige al crítico, sino con la intensí-
sima emoción del artista, y sólo del artista, con la lucidez de un apóstol del ideal: no con sensibilidad ingenua y sencilla, sino con amarga y honda ironía, rara vez encubierta ni velada... A menudo, por entre las líneas con que el escritor deja en el papel la huella de su idea con la de sus tristezas y sus desalientos, la simpatía del lector descubre que la voz grave del maestro tiembla... que la mirada serena y perspicaz del gran satírico es anu-blada por furtiva lágrima...
Sólo que es tan complejo el espíritu de Alas y tan inaccesible al análisis, que no es fácil tarea la de dilucidar hasta dónde llega la sinceridad del artista, y dónde comienza el artificio con que deslumbra el escritor viejo al cándido lector de buena fe...
Pero ante todo y sobre todo, es el de Leopoldo Alas un espíritu generalizador, de esos que de vez en cuando produce cada literatura para que se encargue de divulgar las altas verdades que el sabio descubre, de una manera atractiva, popular, agradable y al propio tiempo científica: un vulgarizador en la más noble acepción de la palabra. En este concepto, Clarín no tiene precio; para sus estudios de literatura popular no hay premio digno.
Los franceses más insignes por tal título no han hecho nada tan conforme con el espíritu de su país, tan oportuno, acertado y útil co-mo lo que a diario pone por obra Alas con sus paliques y revistas.
***
De Clarín en la novela poco puedo decir yo que no lo sepa todo el mundo. Que en este género es donde más se le discute y con más pasión y menos lógica; que pertenece, como la mayoría de los novelistas modernos, a la mal llamada escuela naturalista, aunque de-jándose influir por esa otra hermosa, seria y honda tendencia neo-mística, de vuelta alcristianismo (como hoy se dice, aun cuando esté mal dicho, puesto que de eso, bien en-tendido, nunca se salió), de que son representantes insignes Paul Bourget en Francia y León Tolstoy en Rusia, para no citar otros...
En la moraleja de todas sus novelas, a pesar de lo que por ahí digan, siempre se echa de ver el propósito hondamente moral, docente, el empeño de corregir, el afán de convertir y de salvar al que lee, primero, del tedio y del aburrimiento, después, de cosas peores que para las almas débiles guarda la vida corriente y vulgar, grosera y sensual. Hasta los más ciegos enemigos de Clarín, hasta los que más discuten y combaten su novela, como novela, no dejan de reconocer que, como sátira social, es incomparable. Testigo de mayor excepción, Emilio Bobadilla, a quien cito, porque lo que es como enemigo de Clarín, no es de los tibios y vergonzantes.
Tiene razón Emilio Zola: sólo las obras di [...]