Cuento de Navidad - Charles Dickens - E-Book

Cuento de Navidad E-Book

Charles Dickens.

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Beschreibung

Publicado originalmente en 1843, "Cuento de Navidad" es un relato de fantasmas que ha gozado del favor del público desde el mismo momento de su aparición y es uno de los clásicos del genial autor británico Charles Dickens. 

"Cuento de Navidad" narra la inquietante Nochebuena de Ebenezer Scrooge, un anciano miserable y tacaño que es una de las más acabadas representaciones del avaro en la historia de la literatura y otro de los inolvidables personajes de la amplia galería de Dickens.
La visita del espectro de su antiguo socio, Jacob Marley, hace desfilar ante Scrooge la visión de los espíritus de las Navidades pasadas, presentes y futuras intentando conmover su corazón. Algo va a cambiar.
Con este tierno relato, el autor se propuso remover las conciencias de sus lectores y convencerlos de la necesidad de ser bondadosos y de practicar la caridad en un mundo injusto.

La novela ha sido vista por la crítica como una condena del capitalismo industrial del siglo XIX y también se ha considerado que contribuyó a la restauración de la Navidad como una época de celebración y festividad en el Reino Unido y Estados Unidos tras un periodo más sombrío. 

"Cuento de Navidad" consiguió un inmediato éxito y el aplauso de la crítica y ha sido adaptado en numerosas ocasiones al cine, al teatro, la televisión y otros medios.

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Tabla de contenidos

CUENTO DE NAVIDAD

Primera estrofa

Segunda estrofa - El primero de los tres espíritus

Tercera estrofa - El segundo de los tres espíritus

Cuarta estrofa - El último de los espíritus

Quinta estrofa - Conclusión

CUENTO DE NAVIDAD

Charles Dickens

Primera estrofa

Para empezar: Marley había muerto. Sobre ello no había ni la menor sombra de duda. La partida de defuncion estaba firmada por el cura, por el sacristan, por el encargado de las pompas fúnebres y por el presidente del duelo. Scrooge la habia firmado y la firma de Scrooge circulaba sin inconveniente en la Bolsa, cualquiera que fuera el papel donde la fijara.

El viejo Marley estaba tan muerto como un clavo de puerta.

Aguardad: con esto no quiero decir que yo conozca, por mí mismo, lo que hay de especialmente muerto en un clavo. Si me dejara llevar de mis opiniones, creería mejor que un clavo de ataud es el trozo de hierro más muerto que puede existir en el comercio; pero como la sabiduría de nuestros antepasados brilla en las comparaciones, no me atrevo, con mis profanas manos, á tocar á tan venerados recuerdos. De otra manera ¡qué seria de nuestro país! Permitidme, pues, repetir enérgicamente que Marley estaba tan muerto como un clavo de puerta.

¿Lo sabia así Scrooge? A no dudarlo. Forzosamente debia de saberlo. Scrooge y él, por espacio de no sé cuántos años, habian sido sócios. Scrooge era su único ejecutor testamentario, su único administrador, su único poderhabiente, su único legatario universal, su único amigo, el único que acompañó el féretro, aunque, á decir verdad, este tristísimo suceso no le sobrecogió de modo que no pudiera, en el mismo dia de los funerales, mostrarse como hábil hombre de negocios y llevar á cabo una venta de las más productivas.

El recuerdo de los funerales de Marley me coloca otra vez en el punto donde he empezado. No cabe duda en que Marley habia fallecido, circunstancia que debe fijar mucho nuestra atencion, porque si nó la presente historia no tendría nada de maravillosa.

Si no estuviéramos convencidos de que el padre de Hámlet ha muerto antes de que la tragedia dé principio, no tendria nada de extraño que lo viéramos pasear al pié de las murallas de la ciudad y expuesto á la intemperie; lo mismo exactamente, que si viéramos á otra persona de edad provecta pasearse á horas desusadas en medio de la oscuridad de la noche y por lugares donde soplara un viento helador; verbigracia, el cementerio de San Pablo, y tratándose del padre de Hámlet, tan sólo impresiona la ofuscada imaginacion de su hijo.

Scrooge no borró jamás el nombre del viejo Marley. Todavía lo conservaba escrito, años después, encima de la puerta del almacen: Scrooge y Marley. La casa de comercio era conocida bajo esta razon. Algunas personas poco al corriente de los negocios lo llamaban Scrooge-Scrooge; otras, Marley sencillamente, mas él contestaba por los dos nombres; para él no constituía más que uno.

¡Oh! ¡Y que sentaba bien la mano sobre sus negocios! Aquel empedernido pecador era un avaro que sabía agarrar con fuerza, arrancar, retorcer, apretar, raspar y, sobre todo, duro y cortante como esos pedernales que no despiden vivíficas chispas si no al contacto del eslabon. Vivia ensimismado en sus pensamientos, sin comunicarlos, y solitario como un hongo. La frialdad interior que habia en él le helaba la aviejada fisonomía, le coloreaba la puntiaguda nariz, le arrugaba las mejillas, le enrojecia los párpados, le envaraba las piernas, le azuleaba los delgados labios y le enroquecia la voz. Su cabeza, sus cejas y su barba fina y nerviosa parecian como recubiertas de escarcha. Siempre y á todas partes llevaba la temperatura bajo cero: transmitia el frio á sus oficinas en los dias caniculares y no las deshelaba, ni siquiera de un grado, por Navidad.

El calor y el frio exteriores ejercian muy poca influencia sobre Scrooge. El calor del verano no le calentaba y el invierno más riguroso no llegaba á enfriarle. Ninguna ráfaga de viento era más desapacible que él. Jamás se vió nieve que cayera tan rectamente como él iba derecho á su objeto, ni aguacero más sostenido. El mal tiempo no encontraba manera de mortificarle: las lluvias más copiosas, la nieve, el granizo no podian jactarse de tener sobre él más que una ventaja: la de que caian conprofusion; Scrooge no conoció nunca esta palabra.

Nadie lo detenia en la calle para decirle con aire de júbilo: ¿Cómo se encuentra usted, mi querido Scrooge? ¿Cuándo vendrá usted á verme? Ningun mendigo le pedía ni la más pequeña limosna; ningun niño le preguntaba por la hora. Nunca se vió á nadie, ya hombre, ya mujer, solicitar de él que les indicase el camino. Hasta los perros de ciego daban muestras de conocerle, y cuando le veian llevaban á sus dueños al hueco de una puerta ó á una callejuela retirada, meneando la cola como quien dice: «Pobre amo mio: mejor es que no veas, que no ver á ese hombre.»

Pero ¿qué le importaba esto á Scrooge? Precisamente era lo que quería: ir solo por el ancho camino de la existencia, tan frecuentado por la muchedumbre de los hombres, intimándoles con el aspecto de la persona, como si fuera un rótulo, que se apartasen. Esto era en Scrooge como el mejor plato para un goloso.

Un dia, el más notable de todos los buenos del año, la víspera de Navidad, el viejo Scrooge estaba sentado á su bufete y muy entretenido en sus negocios. Hacia un frio penetrante. Reinaba le niebla. Scrooge podia oir cómo las gentes iban de un lado á otro por la calle soplándose las puntas de los dedos, respirando ruidosamente, golpeándose el cuerpo con las manos y pisando con fuerza para calentarse los piés.

Las tres de la tarde acababan de dar en los relojes de la City, y con todo casi era de noche. El dia habia estado muy sombrío. Las luces que brillaban en las oficinas inmediatas, parecian como manchas de grasa enrojecidas, y se destacaban sobre el fondo de aquella atmósfera tan negruzca y por decirlo así, palpable. La niebla penetraba en el interior de las casas por todos los resquicios y por los huecos de las cerraduras: fuera habia llegado su densidad á tal extremo, que si bien la calle era muy estrecha, las casas de enfrente se asemejaban á fantasmas. Al contemplar cómo aquel espeso nublado descendia cada vez más, envolviendo todos los objetos en una profunda oscuridad, se podia creer que la naturaleza trataba de establecerse allí para explotar una cervecería en grande escala.

La puerta del despacho de Scrooge continuaba abierta, á fin de poder éste vigilar á su dependiente dentro de la pequeña y triste celdilla, á manera de sombría cisterna, donde se ocupaba en copiar cartas. La estufa de Scrooge tenia poco fuego, pero ménos aún la del dependiente: aparentaba no encerrar más que un pedazo de carbon. Y el desgraciado no podia alimentarla mucho, porque en cuanto iba con el cogedor á preveerse, Scrooge, que atendia por sí á la custodia del combustible, no se recataba de manifestar á aquel infeliz que cuidase de no ponerlo en el caso de despedirle. Por este motivo el dependiente se envolvia en su tapabocas blanco y se esforzaba en calentarse á la luz de la vela; pero como era hombre de poquísima imaginacion, sus tentativas resultaban infructuosas.

— Os deseo una regocijda Noche Buena, tio mio, y que Dios os conserve; gritó alegremente uno. Era la voz del sobrino de Scrooge. Este, que ocupado en sus combinaciones no le habia visto llegar, quedó sorprendido.

— Bah, dijo Scrooge; tonterías.

Venia tan agitado el sobrino á consecuencia de su rápida marcha, en medio de aquel frio y de aquella niebla, que despedia fuego; su rostro estaba encendido como una cereza; sus ojos chispeaban y el vaho de su aliento humeaba.

— ¡La Noche Buena una tontería, tio mío! No es esto sin duda lo que quereis decir.

— Sí tal, dijo Scrooge. ¡Una regocijada Noche Buena! ¿Qué derecho os asiste para estar contento? ¿Qué razon para abandonaros á unas alegrías tan ruinosas? Bastante pobre sois.

— Vamos, vamos, dijo alborozadamente el sobrino; ¿en qué derecho os apoyais para estar triste? ¿En qué motivo para entregaros á esas abrumadoras cifras? Usted es bastante rico.

— Bah, dijo Scrooge, que por entonces no encontraba otra contestacion mejor que dar; y su ¡bah! fué seguido de la palabra de antes: tonterías.

— No os pongais de mal humor, tio mio, exclamó el sobrino.

— Y cómo no ponerme, cuando se vive en un mundo de locos cual lo es este. ¡Una regocijada Noche Buena! Váyanse al diablo todas ellas. ¿Qué es la Navidad, sino una época en que vencen muchos pagarés y en que hay que pagarlos aunque no se tenga dinero? ¡Un día en que os encontrais más viejo de un año, y no más rico de una hora! ¡Un dia en que despues de hacer el balance de vuestras cuentas, observais que en los doce meses transcurridos no habeis ganado nada. Si yo pudiera obrar segun pienso, continuó Scrooge con acento indignado, todos los tontos que circulan por esas calles celebrando la Noche Buena, serian puestos á cocer en su propio caldo, dentro de un perol y enterrados con una rama de acebo atravesada por el corazón: así, así.

— Tio mio, exclamó el sobrino queriendo defender la Noche Buena.

— Sobrino mio, replicó Scrooge severamente; podeis gozar de la Noche Buena á vuestro gusto; dejadme celebrarla al mio.

— ¡Celebrar la Noche Buena! repitió el sobrino; ¡pero si no la celebrais!

— Entonces dejadme no gozarla. Que os haga buen provecho. ¡Como os ha reportado tanta utilidad!

— Muchas cosas hay, lo declaro, de las que hubiera podido obtener algunas ventajas que no he obtenido, y entre otras de la Noche Buena; pero á lo menos he considerado este dia (dejando aparte el respeto debido á su sagrado nombre y á su orígen divino, si es que pueden ser dejados aparte tratándose de la Noche Buena) como un hermoso día, como un día de benevolencia, de perdon, de caridad y de placer; el único del largo calendario del año en el que, según creo, todos, hombres y mujeres, parece que descubren por consentimiento unánime, parece que manifiestan sin empacho, cuantos secretos guardan en su corazon y que ven en los individuos de inferior clase á la suya, como verdaderos compañeros de viaje en el camino del sepulcro, y no otra especie de seres que se dirigen á diverso fin. Por eso, tio mio, aunque no haya depositado en mi bolsillo ni la más pequeña moneda de oro ó de plata, creo que la Noche Buena me ha producido bien y que me lo producirá todavía. Por eso grito: ¡viva la Noche Buena!

El dependiente aplaudió desde su cuchitril involuntariamente; pero habiendo echado de ver en el acto la inconveniencia que habia cometido, se puso á revolver el fuego y acabó de apagarlo.

— Si oigo el menor ruido donde estais, gritó Scrooge, celebrareis la Noche Buena perdiendo el empleo. En cuanto á vos, prosiguió encarándose con su sobrino, sois verdaderamente daderamente un orador muy distinguido. Me admiro de no veros sentado en los bancos del Parlamento.

— No os incomodéis, tío mío. Ea, venid á comer con nosotros mañana.

Scrooge le repuso que querría verle en… sí, verdaderamente lo dijo. Profirió la frase completa diciendo que lo querría ver mejor en… (el lector acabará si le parece.)

— Pero ¿por qué? exclamó el sobrino; ¿por qué?

— ¿Por qué os habéis casado? preguntó Scrooge.

— Porque me enamoré.

— ¡Porque os enamorasteis! refunfuñó Scrooge, como si aquello fuera la mayor tontería después de la de Noche Buena: buenas noches.

— Pero tío, antes de mi boda no ibais á visitarme nunca; ¿por qué la erigís en pretexto para no ir ahora?

— Buenas noches, dijo Scrooge.

— Nada deseo, nada solicito de vos. ¿Por qué no hemos de ser amigos?

— Buenas noches, dijo Scrooge.

— Estoy pesaroso, verdaderamente pesaroso de veros tan resuelto. Jamás hemos tenido nada el uno contra el otro; á lo menos yo. He dado este paso en honra de la Noche Buena, y conservaré mi buen humor hasta lo último; por lo tanto os deseo una felicísima Noche Buena.

— Buenas noches, dijo Scrooge.

— Y un buen principio de año.

— Buenas noches.

Y el sobrino abandonó el despacho sin dar la más pequeña muestra de descontento. Antes de salir á la calle se detuvo para felicitar al dependiente quien, aunque helado, sentía más calor que Scrooge, y le devolvió cordialmente la felicitación.

— Hé ahí otro loco, murmuró Scrooge que los estaba oyendo. ¡Un dependiente con quince chelines (75 reales) por semana, esposa é hijos, hablando de la Noche Buena! Hay para encerrarse en un manicomio.

Aquel loco perdido, después de saludar al sobrino de Scrooge, introdujo otras dos personas; dos señores de buen aspecto, de figura simpática, que se presentaron, sombrero en mano, á ver á Mr. Scrooge.

— Scrooge y Marley, si no me equivoco, dijo uno de ellos consultando una lista. ¿A quién tengo el honor de hablar, á Mr. Scrooge ó á Mr. Marley?

— Mr. Marley falleció hace siete años, contestó Scrooge; justamente se cumplen esta noche misma.

— No abrigamos la menor duda en que la generosidad de dicho señor estará dignamente representada por su socio sobreviviente, dijo uno de los caballeros presentando varios documentos que le autorizaban para postular.

Y lo estaba sin duda, porque Scrooge y Marley se parecían como dos gotas de agua. Al oír la palabra generosidad, Scrooge frunció las cejas, movió la cabeza y devolvió los documentos á su dueño.

— En esta alegre época del año, Mr. Scrooge, dijo el postulante tomando una pluma, deseamos, más que en otra cualquiera, reunir algunos modestos ahorros para los pobres y necesitados que padecen terriblemente á consecuencia de lo crudo de la estación. Hay miles que carecen de lo más necesario, y cientos de miles que ni aún el más pequeño bienestar pueden permitirse.

— ¿No hay cárceles? preguntó Scrooge.

— ¡Oh! ¡Muchas! contestó el postulante dejando la pluma.

— Y los asilos ¿no están abiertos? prosiguió Scrooge.

— Seguramente, caballero, respondió el otro. Pluguiera a Dios que no lo estuviesen.

— Las correcciones disciplinarias y la ley de pobres ¿rigen todavía? preguntó Scrooge.

— Siempre y se las aplica con frecuencia.

— ¡Ah! Temía, en vista de lo que acabáis de decirme, que por alguna circunstancia imprevista, no funcionaban ya tan útiles instituciones; me alegro de saber lo contrario, dijo Scrooge.