Deber o pasión - Clare Connelly - E-Book

Deber o pasión E-Book

Clare Connelly

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Beschreibung

Desear a la mujer equivocada podría llevarle a perder la corona…   El jeque Tariq de Savisia debía casarse con una princesa para asegurarse el trono. Todo parecía muy sencillo hasta que Eloise Ashworth, consejera y amiga de su futura esposa, recibió el encargo de negociar el enlace. En ese momento, Tariq descubrió que la presencia de Eloise ponía a prueba su ferviente devoción… La atracción que Eloise experimentó por el rey del desierto fue rápida y embriagadora. Sin embargo, la sensación de culpabilidad que sentía por ello la abrumaba. Eloise no podía traicionar a la familia real que le dio un hogar por la atracción que sentía por Tariq. Sucumbir al tórrido fuego que ardía entre ellos podría costarles todo lo que ambos tenían. Sin embargo, este se negaba a apagarse…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Clare Connelly

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Deber o pasión, n.º 3102 - agosto 2024

Título original: Desert King’s Forbidden Temptation

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410741836

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

El agua era siempre más oscura cerca de la superficie, aunque no debiera ser así. Allí, pocos centímetros por debajo de la superficie, se suponía que debería haber luz y que la calidez del sol atravesaría el mar. El agua siempre relucía, pero aquello no era realidad, sino más bien un sueño, una pesadilla. No era necesario obedecer las leyes de la física.

Aspiró profundamente, buscando el aire, pero solo encontró agua. Estaba ahogándose, extendiendo las manos, tocando, sintiendo, recordando. Había algo desconocido, pero, a la vez, extrañamente familiar, cercano, pero siempre, siempre inalcanzable. Cuanto más cerca estaba de recordar, de aferrarse a los hilos que danzaban en la periferia de su pensamiento, más parecían escurrirse lejos de sus dedos. Un ligero roce, suave e infinitamente reconfortante. Una fragancia, mezcla de vainilla y caqui, y la luz del sol danzando sobre los viejos tablones de madera del suelo, sobre el que flotaban motas de polvo. Y risas, muchas risas, la suya y la de otra persona, una voz distante, lejana y sin rostro.

La frustración se apoderó de él y lo expulsó del sueño. El que se había estado ahogando había sido un chico joven, incapaz de encontrar algo a lo que aferrarse en la oscuridad del océano. Sin embargo, era un jeque el que se había despertado, sin mostrar afectación alguna por la pesadilla que lo había estado turbando.

Había misterios en su pasado, preguntas que lo avasallaban cuando les permitía superar sus defensas. Sin embargo, había una cosa de la que estaba totalmente seguro. El deber de gobernar Savisia era suyo y solo suyo. El jeque Tariq al Hassan cumpliría con su destino hasta el último aliento de vida. Haría con gusto todo lo que se requiriera de él. Se lo debía a su país.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

No era algo que hubiera buscado conscientemente, pero, a pesar de todo, era un hecho innegable que Eloise Ashworth se había convertido en una experta a la hora de estudiar y comprender a la gente. Como todas sus habilidades, había nacido como producto de la necesidad y de su tumultuosa vida juvenil, con unos padres que peleaban constantemente. Después de la muerte de sus progenitores, su capacidad de observación se había acrecentado aún más.

En aquellos momentos, le resultaba casi imposible desconectar de ellos, por lo que descubrió que su mirada había estado prendida del rostro del jeque más de lo aconsejado. En lo que los demás habrían visto una mirada de total desinterés, Eloise iba más allá. Se fijaba en el ceño, ligeramente fruncido, en el modo en el que había entornado la mirada y en el hecho de que había apretado la mandíbula casi imperceptiblemente y se preguntó, como no podía ser de otra manera, qué era lo que le estaba causando tanta frustración.

La respuesta evidente era que quería evitar el matrimonio. No le apetecía lo más mínimo. Dado que su palacio lo había propuesto tres meses antes, eso no tenía mucho sentido. A menos que otra persona estuviera moviendo los hilos…

Examinó a los seis hombres que flanqueaban al poderoso jeque de Savisia y descartó la idea casi inmediatamente. Por ninguna razón aparente, le resultaba imposible creer que alguien pudiera obligar al poderoso jeque a hacer algo que no deseara. Aquella boda había sido idea suya, pero, desgraciadamente, no le gustaba. Eloise estaba segura de ello.

Se reclinó un poco en su asiento y lo estudió descaradamente. Después de todo, nadie la estaba mirando. De las doce personas que estaban ahí reunidas para hablar de la posibilidad de aquel enlace, ella era la única mujer y la única de los asistentes que no tenía un puesto de gobierno. Sospechaba que su opinión no era de mucho valor para los presentes. De hecho, hasta su asiento estaba en el extremo más alejado de la mesa. Nadie la miraba, nadie le preguntaba lo que opinaba. Irónico, dado que, en realidad, su mejor amiga, la princesa heredera Elana de Ras Sarat, había enviado a Eloise con el único propósito de decidir si el matrimonio debería seguir adelante. Después de todo, el jeque tenía una cierta reputación. Era un héroe, inteligente y profundamente patriota, adorado por su pueblo. Sin embargo, eso no daba indicación alguna de cómo era él como hombre. De hecho, era extremadamente celoso de su vida privada, por lo que las reiteradas búsquedas en Internet no le habían reportado más que un montón de fotografías de eventos oficiales, pero, aparte de eso, nada de interés.

Por ello, habían enviado a Eloise para que lo evaluara, para que valorara el futuro matrimonio. Después, debía regresar a Ras Sarat para aconsejar a Elana. Ella solo escuchaba a Eloise. Sus consejos eran la única voz que importaba a la hora de determinar si aceptaba el enlace. Sí, quería casarse con el jeque o, más bien, Elana aceptaba que era totalmente necesario. En realidad, no quería casarse con nadie. Si hubiera sido una ciudadana particular, habría podido llorar la pérdida de su amado prometido durante el resto de su vida. Elana lo había amado profundamente, pero lo había perdido y no creía que pudiera volver a amar de nuevo. Sin embargo, la unión que se estaba valorando no tenía nada que ver con el amor. Aquel matrimonio solo se debía a necesidades políticas. Mientras que el reino de Tariq era enorme y muy rico, Ras Sarat era pequeño y, tras décadas de gobiernos desastrosos se encontraba en un estado político y financiero totalmente ruinoso. El matrimonio con un hombre como Tariq le daría un empuje al país y le proporcionaría una inyección económica que necesitaba desesperadamente. También aliviaría el enorme peso que Elana llevaba sobre los hombros, un peso que todos, excepto Eloise, desconocían. Por esa razón, Eloise quería desesperadamente que el jeque fuera de su agrado. Ansiaba creer que sería un buen marido para su amiga y que dicho matrimonio funcionaría.

El aspecto del jeque le resultaba familiar gracias a las búsquedas que había realizado en Internet. Sin embargo, había algo en él que no se reflejaba en las imágenes de dos dimensiones. Era un hombre de una evidente apostura, pero el magnetismo y el carisma que trasmitía en la vida real eran imposibles de ignorar.

Era… fascinante y, en ese momento, durante un brevísimo instante, Eloise experimentó cómo esa fascinación la envolvía, inmovilizándola exactamente donde se encontraba.

Como si él sintiera aquella momentánea debilidad, sus ojos fueron a caer precisamente sobre Eloise, como si estuviera buscando un lugar tranquilo en medio del revuelo de los demás consejeros y diplomáticos que se levantaban para tomarse un breve descanso.

Eran unos ojos muy hermosos. Magnéticos y cambiantes, atractivos y profundos. Eloise no pudo apartar la mirada, tal y como le hubiera aconsejado el sentido común. Sus ojos se prendieron de los de él y provocaron una reacción desconocida y no deseada. Era consciente de cada bocanada de aire que tomaba y del modo en el que el vello de los brazos se le puso de punta.

El jeque la estudiaba con la misma intensidad que ella había estado empleando durante la última hora, pero en su caso resultaba más descarada y evidente. Con más autoridad. Estaba sentado en una enorme butaca, algo menos dramática que un trono, que estaba situada en el centro de la sala, dominando por completo toda la estancia. Había sido educado para ser rey. Su deber había quedado marcado desde su nacimiento. Con la muerte de su padre, el amado jeque Samir al Hassan, cinco meses atrás, Tariq había aceptado el papel que se le había adjudicado para el resto de su vida.

Era adorado por su pueblo. Siempre lo había sido, desde que sus padres ascendieron al trono y él había sido catapultado al papel de heredero. Después, su deber se había convertido en algo imperativo. Era la personificación de todos los rasgos que su pueblo admiraba. Era valiente, honorable, fuerte e imponente. No solo era el jeque, sino que se había convertido en un ídolo adolescente, en una celebridad admirada y adorada por todos.

Y, en aquellos momentos, observaba a Eloise con absoluta impunidad.

Cuando, por fin, Eloise se recompuso lo suficiente como para levantarse de su propia silla y tomar la carpeta con manos temblorosas, él habló con una voz que no invitaba en absoluto a la disensión.

–Quiero que se quede un momento.

Eloise había estado escuchándole toda la mañana. Entonces, ¿por qué aquellas palabras la paralizaron por completo?

–¿Yo?

Él inclinó la cabeza suavemente y le indicó la silla que quedaba frente a la de él.

–Por favor…

No pronunció aquellas dos palabras de la manera habitual. No era una súplica, pero tampoco parecía esperar que ella lo rechazara.

Eloise retiró la silla y se sentó. De niña, había estudiado danza. De hecho, había sido su pasión y, aunque no había contado con la aprobación de su tía abuela para las clases, un sentimiento de gracia y musicalidad había acompañado a Eloise desde entonces. Resultaba evidente en un gesto tan nimio como tomar asiento.

Solo entonces, cuando estuvo sentada, se atrevió a levantar los ojos hacia él. En el momento en el que conectaron, su sangre pareció cobrar vida por primera vez. Parecía fluirle por la venas como un río, abriéndose paso a través de ella. Le parecía que sus arterias eran finas como el papel, casi incapaces de contener aquel frenético tsunami.

–No nos han presentado.

–No, Su Alteza –respondió.

–En ese caso, rectificaremos eso ahora mismo. ¿Su nombre?

–Eloise, Su Alteza –respondió ella. El corazón se le aceleró un poco más.

–¿Eloise? –repitió él. Su voz era ronca e increíblemente atractiva. Era una pena que Elana hubiera jurado que jamás se sentiría atraída ni amaría a su futuro esposo. Eloise comprendía que su amiga tenía el corazón roto, pero a ella le parecía que resultaría bastante fácil prendarse del jeque Tariq.

–Ashworth –añadió ella.

–¿Inglesa? –le preguntó él. Eloise asintió–. ¿Y trabaja para la Familia Real de Ras Sarat?

–Sí, Su Alteza.

En realidad, lo de la «Familia Real», era una exageración. Solo la formaban Elana y un anciano tío político, que había actuado como regente en los años que habían transcurrido desde la muerte del padre de Elana hasta la mayoría de edad de esta.

Una vez más, el jeque la observó entornando la mirada y ella sintió que algo se le despertaba en el vientre. Se rebulló un poco en el asiento, pero inmediatamente deseó no haberlo hecho. La calidez que le recorría las venas comenzó a caldearle también sus partes más íntimas. Tuvo que clavarse las uñas sobre las palmas de las manos para poder centrarse.

–¿Desde hace cuánto tiempo?

–Tres años.

–No parece que tenga usted la edad suficiente –comentó él frunciendo el ceño.

–Tengo veinticinco años, Su Alteza –comentó Eloise con una ligera sonrisa.

–La misma edad que la princesa.

–Así es.

–¿La conoce bien?

–Sí.

–¿Son amigas? –insistió él, inclinándose ligeramente hacia ella para examinarle el rostro.

La sorpresa que le produjo la perspicacia del jeque la hizo guardar silencio durante unos instantes.

–Sí –respondió por fin.

–¿Amigas íntimas?

–Se podría decir que sí.

El jeque frunció el ceño. Eloise recordó que era el poderoso gobernante de un país muy rico. Por alguna razón, le resultaba fácil hablar con él de igual a igual, aunque no lo era. Debía tener muy presente aquella diferencia de rango.

–Sí, somos amigas íntimas, sí, Su Alteza –repitió con la deferencia debida.

Él entornó la mirada una vez más.

–¿Y ella le ha pedido que esté presente en las negociaciones y que luego le informe?

Eloise no había esperado aquel desafío, pero no le molestó. Estaba acostumbrada. Si el jeque no aceptaba su presencia, el enlace correría un serio peligro.

–¿Acaso es un problema?

–En absoluto –replicó él, sorprendiéndola–. De hecho, es lo más sensato. La princesa y yo nos conocimos hace años, pero muy brevemente. Me parecería una necedad por su parte acceder a esto sin un poco más de información.

–Sus consejeros valorarán los méritos del enlace –dijo ella después de un instante. Se sentía gratamente impresionada por una respuesta tan razonable–. Sin embargo, mi trabajo es… de una naturaleza más personal.

–Entiendo… –repuso. Y claro que lo entendía. Eloise estaba totalmente segura de ello. Si ella era una experta en leer a las personas, estaba segura de que compartía aquella habilidad con el jeque–. ¿Y si usted no da su aprobación?

–El resto de la delegación está encantada con su propuesta.

–Sin embargo, yo le estoy preguntando sobre su aprobación.

Eloise volvió a evitar responder la pregunta.

–¿Acaso tiene usted alguna razón que le haga pensar que no cuenta con mi aprobación, Su Alteza?

–No sé lo suficiente sobre usted para estar seguro. Después de todo, las experiencias de vida de una persona son lo que dan valor a sus opiniones, ¿no le parece?

–Trato de ser imparcial cuando aconseje a la princesa Elana.

–¿Incluso en asuntos como este?

Eloise se encogió de hombros.

–Esta es la primera propuesta de matrimonio que he considerado en su nombre.

El jeque volvió a fruncir los labios y ella sintió que el peso que sentía en el corazón se aligeraba. Le gustaba verlo sonreír. Le gustaba mucho. Ese pensamiento la asustó y la empujó a erguir la espalda y a borrar la sonrisa de su rostro. Sus rasgos asumieron una máscara de fría imparcialidad.

–¿Acaso le molesta mi presencia, Su Alteza?

–En absoluto –respondió él mirándola fijamente–, aunque sus respuestas me están resultando bastante esclarecedoras.

–¿En qué sentido?

–¿Estoy en lo cierto al presuponer que su opinión será la que más le importe a la princesa?

Eloise separó los labios ligeramente por la sorpresa y sintió que él le miraba rápidamente la boca. El instante fue suficiente para que sus pensamientos tomaran un millón de direcciones diferentes.

El jeque no tardó en volver a mirarla a los ojos.

Eloise se lamió el labio inferior y frunció un poco el ceño.

–No es una pregunta tan difícil…

–¿No? –murmuró ella.

–Espero que usted me la aclare.

–Su Alteza, aunque no me gusta tener que mostrar mi desacuerdo con usted…

–Siga –le invitó él, inclinándose un poco más hacia delante.

–… si mi respuesta es afirmativa, estoy admitiendo básicamente que estoy eclipsando la opinión de los miembro del gabinete de consejeros de la princesa que han viajado hasta aquí para reunirse con usted –comentó con mucha sensatez–. También estaría sugiriendo que el tiempo de Su Alteza, que estoy segura es muy valioso, se ha desperdiciado en estas reuniones sobre amnistía para los ciudadanos y condonaciones de deuda.

–Porque, a pesar de la naturaleza tan generosa de tales propuestas y de los evidentes beneficios para Ras Sarat en esos dos aspectos, si usted regresa junto a la princesa y le informa de que no le he gustado, ella no aceptará el enlace.

Eloise se tensó.

–No tiene nada que ver con si usted me ha gustado a mí o no… Su Alteza –añadió aclarándose la garganta.

–¿Si me da su aprobación entonces?

–Eso está más cerca de la verdad.

–En ese caso, le ruego que me diga cuál es su baremo.

–¿Cómo ha dicho?

–¿Qué conjeturas está utilizando para decidir si soy adecuado o no?

–Me temo que no se trata de algo tan científico –replicó ella encogiéndose de hombros–. Ellie es mi mejor amiga y lo es desde hace mucho tiempo. En realidad, somos más como hermanas. La conozco mejor que nadie. No sé exactamente qué es lo que estoy buscando, pero ella se merece ser feliz. Y no sé… Me gustaría saber que puede hacerla feliz, en especial después de lo que ha pasado.

Tariq se pasó una mano por la barbilla.

–Sé lo de su prometido.

Eloise palideció. Aquel suceso había sido un momento terrible en la vida de Elana, lo que significaba que lo había sido también para ella. Tragó saliva y trató de encontrar el modo de responder al comentario del jeque. No tardó en darse cuenta de que no había nada que pudiera ofrecer.

–¿Se tomó mal su fallecimiento?

Eloise frunció el ceño.

–Por supuesto, Su Alteza.

–Se amaban mucho el uno al otro.

Eloise asintió. Una ligera sonrisa de nostalgia acarició sus labios.

–Locamente.

–En ese caso, me imagino que mi propuesta le ha producido sentimientos encontrados.

Eloise abrió los ojos de par en par.

–Yo… –susurró. Se dio cuenta de que había hablado demasiado–. Si Elana hubiera decidido no aceptar su proposición, jamás me habría enviado aquí.

El jeque guardó silencio, como si estuviera evaluando aquellas palabras. Entonces, asintió.

–¿Usted también quiere que este matrimonio salga adelante?

¿Cómo podría Eloise responder aquella pregunta sin revelar las precarias circunstancias en las que se encontraba la nación de Ras Sarat? El estado de la economía y del sistema político del país era algo que no tenía intención alguna de revelar.

–Es mi intención mantener la mente abierta en todo momento.

El modo en el que el jeque frunció el ceño la intrigó. Una nueva reacción, que ella no había visto hasta aquel momento.

–Además de ser una amiga leal para la princesa, ¿tiene alguna titulación adecuada que la cualifique a usted como consejera digna de su confianza?

–La más importante es que ella confía en mí –dijo Eloise suavemente. Y eso era mucho decir. Elana se había visto rodeada con frecuencia por pirañas hasta que Eloise acudió a Ras Sarat–. Sin embargo, por supuesto tengo otras cualificaciones en las que ella confía además de esta.

–¿Cuáles?

–¿Acaso es relevante, Su Alteza? –replicó ella. Al darse cuenta de cómo acababa de hablarle, sintió que se sonrojaba–. Lo siento mucho. Ha sido una grosería imperdonable.

–Directa, pero no necesariamente grosera. Y, en cualquier caso, por si no se ha dado cuenta, prefiero las conversaciones sinceras.

–No obstante…

–No me interesa su disculpa.

Se cruzó de brazos, provocando que la atención de Eloise se prendiera en los fuertes pectorales. Llevaba la ropa tradicional de su país, amplia e impoluta, pero esta no lograba ocultar la definición física que Eloise había observado en las fotografías cuando él llevaba ropa occidental y su cuerpo había sido más visible.

Ella sintió que se le secaba la boca, por lo que tomó un vaso de agua que tenía frente a ella sobre la mesa sin darse cuenta de que pertenecía al anterior ocupante de la silla.

El jeque se puso de pie y, en ese momento, fue su altura lo que la dejó sin palabras. Debía de medir fácilmente más de un metro noventa, con un físico y un porte de gran belleza y con fascinantes proporciones. Eloise se sintió como si estuviera en presencia de uno de los dioses clásicos. Él se acercó a una mesa que había en el extremo opuesto de la sala y le sirvió otro vaso de agua. Sobre la superficie, flotaban trocitos de limón y semillas de granada, cuya fragancia captó Eloise cuando él se lo puso sobre la mesa.

–Gracias –murmuró.

Él inclinó la cabeza levemente, pero, en vez de regresar a su propio asiento, se sentó de medio lado sobre la mesa. Estaba tan cerca que parte de su túnica cubrió el reposabrazos de la silla de Eloise. Ella tomó el vaso de agua para evitar la tentación… ¿La tentación? Sintió que el sudor le humedecía la nuca y apartó la vista rápidamente para centrarse en la exquisita vista que se dominaba desde la ventana.

–Sus cualificaciones entonces son… –la animó, con voz aterciopelada e hipnótica. Estaba tan cerca que Eloise casi podía imaginársela envolviéndola y llenando todos y cada uno de los recovecos que había en su pecho.

–¿Por qué da por sentado que las tengo, aparte de mi amistad con Elana? –replicó ella, tras dar un sorbo de agua y volver a poner el vaso encima de la mesa.

–Su presencia aquí no se toleraría si solo hubiera una amistad.

–Creo que mi presencia aquí se tolera a duras penas –dijo Eloise. Entonces, al darse cuenta de lo que había dicho, sintió que se le caldeaban las mejillas y deseó de todo corazón no estar sonrojándose.

–No estuvo aquí ayer. Nadie parecía esperarla hoy.

Era muy, pero que muy perspicaz.

–Así es, Su Alteza. Yo no viajé con el contingente.

–¿Por qué no?

Había dos respuestas para aquella pregunta y las dos eran válidas. La primera, que los negociadores no habían deseado su presencia y habían hecho todo lo posible para acudir sin ella. Sin embargo, la más importante era que Eloise jamás volaba a ninguna parte si podía evitarlo. Solo pensarlo le provocaba sudores fríos.

–He venido en coche –dijo tras una ligera pausa.

–¿Desde Ras Sarat?

–No está tan lejos.

–Debe de haber tardado días.

–Sí.

Se apresuró a llenar el silencio antes de que él pudiera seguir interrogándola. Por alguna razón, su miedo a volar no era algo que quisiera compartir con un hombre como él. Era demasiado personal.

–Me gusta disfrutar del placer de recorrer diferentes lugares siempre que puedo.

El jeque frunció el ceño, lo que demostraba que no estaba en absoluto convencido. Sin embargo, guardó silencio.

–En cuanto a mis cualificaciones, soy licenciada en Derecho por la universidad de Oxford y tengo un grado en Economía de la London School of Economics.

Tariq permaneció impasible ante aquella repuesta, aunque no pareció muy sorprendido, como si sospechara de las credenciales de Eloise.

–¿Estudió con la princesa?

–En el colegio y en Oxford, sí.

El jeque pareció pensar durante unos instantes sobre ese dato. Entones, se dirigió a la puerta y la abrió.

–Si pueden ir pasando, retomamos la reunión…

Como si todos hubieran estado esperando al otro lado de la puerta, los delegados comenzaron a pasar de uno en uno en la sala de juntas. Eloise se puso de pie y regresó rápidamente a su propio asiento, situado al final de la mesa.

La conversación entre el jeque y ella había sido extraña y poco satisfactoria. La manera tan abrupta en la que él la había dado por concluida la había hecho sentirse rechazada y desilusionada. Había disfrutado su charla con él y contar con su total atención. Resultaba difícil no sentir un cierto resentimiento en aquellos momentos, cuando él se estaba dirigiendo a una sala llena de gente.

Entonces, de repente, él volvió a hablar y el mundo entero pareció detenerse por completo.