Deséame - Monica Murphy - E-Book

Deséame E-Book

Monica Murphy

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Beschreibung

Él es un multimillonario arrogante que siempre consigue lo que quiere, pero ¿y si la hermana de su mejor amigo es la única mujer que no puede tener? El millonario Archer Bancroft es un atractivo soltero que siempre se sale con la suya. Pero ahora quiere a Ivy Emerson, la hermana pequeña de su mejor amigo, la única mujer a la que no puede permitirse desear. Ivy no es lo único que Archer desea, también está la apuesta de un millón de dólares con sus amigos para conseguir ser el último soltero del club. Ivy sabe bien que Archer no da más que problemas: es exasperante, soberbio… y completamente embriagador. Sin embargo, todo cambia cuando un beso robado conduce a una noche que ninguno de los dos podrá olvidar. La autora superventas del New York TimesMonica Murphy lanza su electrizante serie El Club de los Solteros Millonarios con una irresistible apuesta, una noche de pasión y un futuro juntos que nunca pareció posible.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

Deséame

Título original: Crave

© 2013, Monica Murphy

© 2024, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

Publicado por HarperCollins Publishers Limited, USA

© De la traducción del inglés, HarperCollins Ibérica, S. A.

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Publishers Limited, USA.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.

 

Imagen de cubierta: Dreamstime.com

 

ISBN: 9788410640467

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Agradecimientos

Si te ha gustado este libro…

1

 

 

 

 

Archer

 

Hay pocas cosas a las que pueda resistirme en la vida. Probablemente por eso me metí en tantos problemas durante mis años de adolescencia. El control lo es todo, y eso es lo único que he aprendido del malnacido de mi padre. No ganas nada por ser impulsivo, mostrando tus emociones, volviéndote vulnerable.

Si eres incapaz de resistirte a las cosas que te atraen, seguramente sufrirás un caos indeseado. Ya he tenido bastante de eso en mi vida personal mientras crecía. Joder, también en mi vida profesional, aunque por fin he dado un giro estos últimos años.

Pero ¿a qué pocas cosas no puedo resistirme? Un reto. Una apuesta.

—Es un absoluto imbécil por casarse —dice Gage. Su voz llena de disgusto me saca de mis pensamientos.

Gage Emerson es mi mejor amigo. Matt DeLuca también. Los conozco a los dos desde el instituto. Estamos en el banquete de boda de nuestro compañero de universidad Jeff Lewiston, observando desde un rincón oscuro del abarrotado salón de baile y despotricando sobre la supuesta santidad del matrimonio.

El matrimonio representa una soga alrededor de mi cuello que aprieta más con cada miserable día. Mis padres son un brillante ejemplo del peor matrimonio de la historia de los matrimonios. Se odian. Se engañan. Se pelean. Sin embargo, siguen juntos.

No tiene ningún maldito sentido.

—Parece contento —responde Matt, el más optimista de nosotros tres, y tanto Gage como yo le lanzamos una mirada que le hace callar.

—Su mujer es atractiva, hay que reconocerlo —concede Gage mientras bebe de su copa de champán—. Pero en cuanto vuelvan de la luna de miel en Tahití, se convertirá en la mayor zorra del planeta, te lo garantizo.

—Ni siquiera la conoces —murmura Matt, que sacude la cabeza.

—No hace falta. Todas lo hacen. Atractivas, guapas y dulces cuando las conoces, no piensas en nada más. El sexo es increíble y lo tienes constantemente. Se ponen de rodillas cuando se lo pides y te hacen una mamada de primera. Lo siguiente es que les estás comprando un anillo. —Gage se calla, da otro sorbo al champán y vacía la copa.

Ya hemos hablado de esto antes. Hemos visto a nuestros amigos caer uno tras otro como soldados caídos al matrimonio, sobre todo este último año.

—Le pones ese anillo en el dedo, pasas por toda esa mierda de ceremonia matrimonial, y luego no te queda más que una esposa gritona y una polla flácida como secuela. Siempre echándote mierda porque nunca estás en casa y trabajas demasiado.

Hago una mueca porque, santo cielo, eso suena como mi peor pesadilla.

—Aunque seguro que nunca se quejan cuando gastan tu dinero. —Gage hace un gesto con su copa vacía.

—Exacto, puto exacto —digo, devolviendo el gesto con mi copa antes de acabármela.

—Sois unos cínicos. Los dos actuáis como si ya hubierais hecho este tipo de cosas antes. —Matt se cruza de brazos—. ¿Cuándo fue la última vez que alguno de vosotros tuvo novia? —No lo formula como una pregunta porque ya sabe la respuesta.

—Nunca —digo con desprecio.

Las novias formales no cuentan. Ninguna me ha interesado lo suficiente como para querer tenerla cerca.

A excepción de una mujer, a la que no puedo tocar. Es demasiado joven, demasiado dulce, demasiado buena, demasiado todo lo que yo no soy. Es tan jodidamente tentadora y está tan fuera de mis límites que sería un maldito idiota si intentara algo con ella.

Pero quiero hacerlo. Desesperadamente.

—Toda esta charla sobre cómo una mujer no es más que grilletes y cadenas, como una especie de condena a prisión de por vida. Estoy deseando veros caer a los dos y caer jodidamente fuerte —se ríe Matt.

Gage y yo nos fulminamos con la mirada.

—No tengo intención de caer pronto —murmura Gage.

—Más bien nunca en esta vida —añado.

—Por favor. —Matt resopla—. Los dos acabaréis dándoos cuenta de que no queréis pasar esta cosa llamada «vida» sin una mujer a vuestro lado. Entonces, os revolveréis a una edad vergonzosa, como los cuarenta y cinco años, los eternos solteros en busca de alguna tía buena que quiera ser vuestra novia. Pero ninguna de esas jovencitas veinteañeras os mirará a menos que le enseñéis algo de dinero.

—¿Quién es el cínico ahora? —replico, ganándome una fulminante mirada de Matt.

—Digo la verdad —dice encogiéndose de hombros—. Y lo sabéis.

—Te metes con nosotros por estar solteros; sin embargo, tú también lo estás —señala Gage—. ¿Por qué no has sentado la cabeza aún?

La pregunta de Gage hace que Matt se encoja de nuevo de hombros.

—Aún no he encontrado a la mujer adecuada.

Su respuesta es tan sencilla y suena tan condenadamente lógica que me dan ganas de abofetearle.

—No existe la mujer adecuada —digo, queriendo reventar la burbuja de felicidad eterna de Matt—. Al final lo aceptarás. Créeme.

—Y tú también —dice Gage, aunque sé que no está en desacuerdo conmigo—. Lo que sé es que yo no pienso conformarme. No pienso atarme.

—Yo tampoco —le doy la razón—. Conformarse es de cobardes.

—Totalmente —dice Gage con gravedad.

Matt centra su atención únicamente en mí.

—Apuesto mucho dinero a que serás el primero en caer.

—¿Caer cómo? ¿Sobre una mujer? —Gage se ríe—. ¿Caer enfermo? ¿A qué coño te refieres?

—Serás el primero en enamorarte de una mujer y suplicarle que se case contigo —dice Matt.

Se me seca la boca. Siento como si una soga invisible me apretara el cuello y me impidiera respirar.

—Sí, claro —consigo decir por fin.

—Vosotros dos os resistís tanto a tener una relación que me imagino que a ambos os darán un golpe en la cabeza y caeréis estrepitosamente. Y ocurrirá más pronto que tarde —dice Matt, con la voz cargada de confianza.

Ese tono de suficiencia me enfada muchísimo.

—No tengo ninguna intención de enamorarme pronto —digo.

—Yo tampoco —asiente Gage.

—Si queréis creerlo así, pues genial. Vivid en vuestro mundo de negación, me da igual. —Nuestro amigo está intentando cabrearnos. Y funciona.

—¿Quieres hacer esa apuesta que acabas de mencionar? Porque me apunto. Te lo demostraré. No necesito una mujer ni una relación. —Afirmo, cruzándome de brazos.

Matt ya ha hecho esto antes. Disfruta sacándonos de quicio a los dos. Me pone de los nervios.

Así que a ver si se atreve. Siempre pasándose de listo. Es hora de callarlo.

Gage resopla.

—No apuestes solo por él. Apostemos los tres.

—¿De cuánto estamos hablando? —Matt se pasa la mano por la mandíbula.

El tipo está forrado. Todos estamos forrados; procedemos de familias adineradas y vivíamos en la misma urbanización durante el instituto. Cuando todos cumplimos veintiún años con pocos meses de diferencia, empezamos a ir a Las Vegas y a gastar dinero a lo grande como una persona normal juega a las tragaperras de veinticinco centavos. Cuando terminamos la universidad y tuvimos vidas reales, hubo que dejar esa mierda. Aún lo echo de menos. Más o menos.

—Un millón de pavos para el último soltero que quede en pie —lanza Gage, con un brillo triunfal en la mirada. Actúa como si ya hubiera ganado la apuesta.

—¿Un millón de dólares? —A Matt prácticamente se le salen los ojos de las órbitas.

El capullo se comporta como si no dispusiera de esa cantidad; ha tenido que renunciar recientemente a un lucrativo contrato de béisbol profesional debido a una lesión que puso fin a su carrera, pero no ha perdido ni un dólar de ese contrato. El tipo tiene dinero a espuertas. Hace poco invirtió parte en una bodega no muy lejos de donde vivo, solo para poder declarar pérdidas en Hacienda.

En definitiva, que no tiene problemas económicos. Gage tampoco. Es uno de los mejores inversores inmobiliarios de toda el área de la bahía, justo por detrás de su padre. Ambos tienen un toque mágico, encuentran propiedades y negocios por una ganga y los reforman de modo que obtienen un enorme beneficio.

La industria hotelera asegura que yo también tengo un toque mágico, a pesar de la irritación de mi padre por esa afirmación en particular. No tengo la culpa de haber visto una necesidad y haberla cubierto con el hotel en pérdidas que me dio. Él estaba seguro de que fracasaría.

Joder, le he demostrado que se equivocaba. Y ahora me estoy preparando para ampliar. Y está que echa humo.

Es como si mi propio padre disfrutara viéndome fracasar.

—¿Qué, tienes miedo? —Lo digo porque sé que es imposible que pierda esta apuesta. Ninguna mujer podrá clavarme sus garras tan profundamente que no consiga escapar.

De ninguna de las maneras.

Gage se ríe y sacude la cabeza.

—No seas cobarde, DeLuca. Un millón de pavos es calderilla en tu cuenta bancaria.

—La verdad es que sí —murmura Matt—. No me preocupa. Voy a ganar.

Ja. Que Matt haga una afirmación tan categórica me incita a demostrarle que se equivoca.

—¿De verdad lo crees?

—No, lo sé. —Matt sonríe—. Incluso apostaría cincuenta de los grandes más a que acabarás casándote con la próxima mujer con la que hables.

—Menuda estupidez, hermano. Acepta la apuesta —dice Gage, dándome un fuerte codazo en el hombro—. Déjanos en paz, Matt. No se me ocurre ninguna mujer en toda la sala con la que Archer quisiera hablar, y mucho menos casarse.

Permanezco en silencio. Hay una mujer con la que no me importaría hablar. Pasar tiempo con ella. No en el sentido serio o de posible matrimonio, porque, diablos, no, eso no está en mi futuro. Pobre mujer, sería un marido terrible, y lo sé. Por eso la dejo en paz.

Ella quiere ese tipo de cosas: un marido e hijos y una valla blanca alrededor de la bonita casita que ha decorado. Sé que lo quiere. Es una soñadora, una romántica, una mujer que merece ser tratada como una reina. Yo solo acabaría haciéndole daño y no podría vivir conmigo mismo si lo hiciera. Gage tampoco me dejaría vivir.

Él la conoce bien, teniendo en cuenta que me refiero a su hermana pequeña.

Hace tiempo, cuando era más joven, yo también pensaba en ella como en una hermana pequeña. Pero luego se convirtió en una atractiva adolescente que me hacía tener pensamientos peligrosos cada vez que me acercaba a ella. Ivy, de diecisiete años, me hacía sentir como un pervertido. No ayudaba que, cada vez que intentaba evitarla, ella quisiera hablar conmigo. Como si supiera que me volvía loco y estuviera decidida a meterse en mi piel con sus maneras dulces y atentas. Cómo se reía de mis chistes y me miraba como si pudiera ver a través de mí.

Y cuando se convirtió en esa mujer hermosa, sexi y segura de sí misma, supe sin ninguna duda que tenía que evitarla a toda costa. Quería estar con ella de la peor manera. Es la primera mujer que me ha importado de verdad. No quiero hacerle daño, porque se lo haría. He hecho daño a todas las mujeres de mi vida. Pregunta a mi madre. Pregunta a cualquier mujer que haya pensado que tenía una oportunidad, aunque fuera fugaz, de estar conmigo.

—Quizá podrías ir a hacer de canguro de Ivy un rato —sugiere Gage.

Me vuelvo hacia él, incrédulo. ¿Puede meterse en mi cerebro y leer mis pensamientos? Joder, qué miedo cómo acaba de hacerlo.

—¿Qué quieres decir? —pregunto con recelo.

—¿Quieres ganar fácilmente cincuenta de los grandes? Ve con Ivy. Como si fuera a casarse con alguien tan lamentable como tú. —Gage se ríe, aunque yo no. ¿Por qué soy lamentable? Vale, sé que no soy digno de Ivy, pero, joder, sus palabras aun así escuecen.

Como no digo nada, Gage continúa:

—Rompió con el tío con el que salía hace unas cuantas noches. La verdad es que no era digno de ella, pero desde entonces está deprimida —explica Gage—. Podrías pasar el resto de la noche con ella, y utilizarla así como escudo contra cualquier otra mujer que se acerque. Siempre le has caído bien, aunque no sé por qué, eres un verdadero capullo. —Hace una pausa, con los ojos entrecerrados—. Está claro que disfrutas persiguiendo a todo lo que lleva falda, pero sé que no te aprovecharás de mi hermana. ¿Verdad?

La mirada mordaz que me dirige es intensa y clara. Quiero prometerle que no me aprovecharé de ella. Pero está hablando de Ivy…, y yo siempre quiero lo que no puedo tener.

Sobre todo a ella.

—De todas formas, ella no cuenta —dice Matt riendo entre dientes—. Al fin y al cabo, solo es Ivy.

—Exacto. Solo es Ivy. —Asiento con la cabeza mientras miro a mi alrededor, esperando localizarla.

Está aquí. La he visto antes, aunque me ha evitado. La mayoría de las veces, prefiero molestarla en lugar de dejarle ver lo que siento realmente.

—¿Quieres decir que ella no cuenta para esa loca apuesta que acabas de hacerme?

—Eso es, ella no cuenta. Además, Gage te mataría —dice Matt con naturalidad—. Hay aproximadamente veinticinco mujeres vigilándonos en este preciso momento, todas ellas hermanas de fraternidad, o lo que sea, de la novia. Se mueren porque al menos las mires, Archer. Te garantizo que te casarás con la primera con la que hables.

—Y una mierda —murmuro. Mi amigo ha perdido la maldita cabeza.

—Vale. —Matt se ríe, al igual que Gage, pero los ignoro.

Echo un vistazo por la habitación y localizo a Ivy. Sentada sola en una mesa, observando a las parejas que se mecen juntas en la pista de baile al son de alguna ñoña canción de amor. Lleva el pelo largo y castaño ondulado, aunque normalmente lo lleva liso, y siento la tentación de pasarle la mano para ver si es tan suave y sedoso como parece. Su vestido es de un azul intenso y oscuro, sin tirantes, y deja al descubierto un montón de piel suave y blanquecina que mis dedos literalmente se mueren por tocar.

El anhelo nostálgico de su rostro es evidente y me siento obligado a ir hacia ella. Invitarla a bailar. Tenerla cerca, sentir cómo sus curvas se amoldan a mí mientras respiro su dulce aroma.

¡Joder!

Sí. Probablemente me mandaría al infierno antes de bailar conmigo.

—No tengo intención de tocarla —digo, lo cual es mentira porque me encantaría tocarla, joder—. Puedes confiar en mí.

Más mentiras. Gage debería darme una patada en los huevos solo por pensar en su hermana. Y no digamos por hacerle algo a ella. Con ella. Encima de ella, debajo de ella, de cualquier forma que pueda. Ivy es la única que podría tentarme a perder la loca apuesta que acabo de hacer. Quien podría hacerme querer ir en contra de todo en lo que he creído desde que era un niño.

Pero no lo haré. Me niego a ceder. Ella no es para mí.

Por mucho que lo desee.

 

 

Ivy

 

No hay nada peor que ir sola a una boda, sobre todo cuando he tenido un acompañante hasta hace aproximadamente cuarenta y ocho horas. Antes de darme cuenta de que el hombre con el que salía continuaba viendo a la mujer con la que decía haber roto hacía más de seis meses.

¿Cómo me enteré de esta asombrosa mala noticia? La supuesta ex me llamó al móvil y me echó la bronca mientras estaba mirando muestras de papel pintado con un cliente. Eso sí que es humillante. Es convertir mi vida en un episodio de Jerry Springer. Me hizo sentir como una prostituta infiel que quería robarle a su hombre, que es lo último que soy. No soy una ladrona de hombres. Sé que a algunas mujeres les atraen los hombres con pareja. A mí no. Los hombres comprometidos dan demasiados problemas, muchas gracias.

Colgué el teléfono a la supuesta exnovia, que seguía quejándose, y enseguida llamé a Marc para informarle de que no podía seguir viéndolo. Apenas protestó, lo que no me sorprendió. Menudo imbécil.

Así que ahora estoy sentada aquí sola, en la mesa de los solteros y sin pareja, porque cuando llamé a la novia y le dije que no iba a traer a mi novio, Cecily se puso como loca. Afirmó que iba a estropear su cuidadosamente orquestada disposición de los asientos y «oh, dios mío, ¿no podrías traer a tu novio y ya está?».

Creo que por decir un no rotundo acabé en la sección de desesperados y solteros como castigo.

Suspirando, apoyo el codo en el borde de la mesa y descanso la barbilla en la mano, mientras observo a todas las parejas que bailan, los novios en el centro de la pista, sonriéndose como tontos. Parecen felices. Todo el mundo parece feliz.

Siento envidia por toda la felicidad que me rodea. Las bodas me recuerdan que estoy sola. Por una vez, me gustaría encontrar a alguien. He tenido mala suerte con los hombres. Escojo mal, me ha dicho mi madre más de una vez. Me describe como una «recomponedora». Elijo a los tipos rotos e intento recomponerlos. Ella lo llama «el síndrome de Humpty Dumpty».

Vaya, gracias, mamá.

Mi hermano dice que soy demasiado joven para querer sentar la cabeza, pero no me parezco en nada a él. Él solo quiere tirarse a mujeres y quedarse soltero para siempre. Gage no sabe lo que quiero. ¿Lo sé yo? No estoy segura. Yo creía que sí. Pensaba que con Marc tenía posibilidades.

Pero resulta que se partió en mil pedazos. Está claro que no hubiera podido volver a armarlo.

Quizá no debería tomármelo todo tan en serio. Quizá debería relajarme y hacer algo completa y totalmente loco. Como encontrar a un tío cualquiera y enrollarme con él en un rincón oscuro. Echo de menos que un hombre me acaricie la cara y me bese lentamente. Con pasión. Por desgracia, Marc no besaba muy bien. Metía demasiado la lengua, aunque yo creía firmemente que podía ayudarle a corregir esa molesta costumbre.

No me dio ninguna oportunidad, lo cual está bien, porque en realidad la química lo es todo. Si no siento una chispa con un beso, está claro que ese tío no es adecuado para mí.

Si voy a plantearme una relación con un hombre, eso es lo que quiero. Lo que necesito. Una chispa. Química. Unos cuantos besos robados, manos errantes, palabras susurradas en un rincón tranquilo donde cualquiera podría pillarnos. Me apoyaría contra la pared, acunaría mi cara entre sus manos y me besaría con pasión…

Frunzo el ceño. Estoy sentada sola en el banquete de una boda imaginándome cómo me enrollo con un tipo sin rostro. ¿Desde cuándo estoy tan desesperada?

—¿Qué te pasa, pipiola? —me pregunta una voz familiar por detrás de mí, y pongo los hombros rígidos.

Estupendo. Reconocería esa voz profunda y aterciopelada en cualquier parte. Archer Bancroft. El último hombre con el que quiero tratar esta noche.

Hablando del tipo Humpty Dumpty. Archer sabe que está roto y dañado. Y definitivamente no quiere que lo vuelvan a recomponer. ¿Lo más retorcido? Le gusta ser así. Se regodea en su rotura.

No, gracias. Hasta yo conozco mis límites. A pesar de lo guapísimo que es, porque, Dios mío, Archer es guapísimo. Pelo oscuro, ojos oscuros, alto y ancho, con un cuerpo fuerte y musculoso sin llegar a ser exagerado; es para desmayarse.

Y es el mejor amigo de mi hermano. Conozco a Archer desde que yo tenía doce años y él se mudó a la casa de al lado con sus padres fríos como el hielo. Sentí un flechazo inmediato, porque por aquel entonces era lo más exótico que había visto en mi aburrido y fijo vecindario.

El flechazo murió rápidamente cuando me di cuenta de lo ligón que era. Incluso a los doce años pude ver la fea verdad.

Las chicas listas no se mezclan con Archer.

Me roza el dedo por el hombro desnudo, sacándome de mis recuerdos y haciéndome estremecer.

—Pareces muy deprimida para estar en este feliz acontecimiento, pipiola.

Miro por encima de mi hombro y veo que me dedica esa sonrisa característica derritebragas. Me niego en redondo a dejar que mis bragas se disuelvan ni por una fracción de segundo.

—Me gustaría que no me llamaras así —le digo irritada, frunciéndole el ceño.

Llamarme pipiola dos veces en el mismo número de minutos es señal de que intenta sacarme de quicio.

¡Qué raro!

Se ríe, mientras sus ojos castaño oscuro brillan. No es justo lo guapo que es. Con esa mandíbula pronunciada y esa boca exuberante. Y ese hoyuelo, que tiene un aspecto tan curioso que, siempre que lo veo, inmediatamente quiero besarlo. Lamerlo.

Frunzo el entrecejo. No debería estar pensando en lamerle la cara a Archer. ¿Qué demonios me pasa? ¿Demasiado champán o qué?

«Más bien sueñas demasiado con que te arrastren a un rincón oscuro y te besen hasta que no puedas respirar».

—No «Hola, Archer, ¿cómo estás?». —Sacude la cabeza y apoya la mano en el respaldo de mi silla. Sus nudillos rozan mi piel desnuda e intento reprimir el escalofrío que me invade ante su contacto casual—. Tú sueles ser más educada.

—Archer, déjate de tonterías. —Encuentro su mirada, observo con satisfacción cómo la sonrisa se borra de su rostro. ¿Alguna vez le he hablado así? Probablemente no, pero no puedo con esto. Esta noche no—. No estoy de humor. He tenido una mala semana.

—Sí, lo he oído —dice en voz baja, con los ojos llenos de compasión—. Siento lo del tipo ese.

Voy a matar a mi hermano por cotillear. Ahora me siento más miserable. Probablemente Archer ha venido porque le he dado lástima. Lo he visto hablando con Gage y Matthew DeLuca hace unos minutos, aunque no se han fijado en mí. ¿Se estaban riendo de mi nuevo intento fallido de encontrar a un hombre decente? Probablemente. Esos tres llevan años burlándose de mí. Ya se ha convertido en una costumbre.

—No es para tanto. Era un completo imbécil.

—Yo diría que por dejarte marchar tan fácilmente.

¿De verdad acaba de decir eso? ¿Qué quiere decir?

—¿Hay algo de lo que quieras hablar? —Estoy deseando librarme de él.

Por la razón que sea, esta noche me está confundiendo con unas pocas palabras y no me gusta. Ya estoy bastante confundida con mis deseos secretos de ligar al azar con tíos buenos.

Tíos buenos como Archer…

—Sí, lo hay. —Vuelve la sonrisa, más suave ahora, no llena de la fanfarronería habitual—. ¿Quieres bailar?

—¿Contigo? —No me lo creo. Y me dan ganas de reírme cuando veo que se siente obviamente ofendido por mi pregunta.

—Sí, conmigo. Vamos. —Me tiende la mano—. Sé mi escudo antes de que alguna loca intente arrastrarme a la pista de baile. Están dando vueltas, jovencita. Están a punto de saltar sobre mí si no tengo cuidado.

Tiene razón. Veo que algunas mujeres empiezan a acercarse a nosotros. De repente, abrumada por la necesidad de hacerles saber que no está disponible, dejo que me coja de la mano, que sus largos dedos rodeen los míos mientras me pone en pie. Me observa descaradamente, su mirada recorre todo mi cuerpo y se detiene en mi pecho, y yo quiero pegarle un puñetazo y al mismo tiempo preguntarle si le gusta lo que ve.

Sí, definitivamente confundida.

Aparece ante nosotros una mujer, con una sonrisa tan amplia que me pregunto si no le dolerá la cara.

—Hola, eres Archer Bancroft, ¿verdad? ¿De los Hoteles Bancroft? ¿Del Secreto Resort & Spa? —pregunta con voz falsamente alegre.

—Lo soy. —Tira de mí para acercarme, soltándome la mano para rodearme los hombros con el brazo de forma propietaria, como si me reclamara. Su pulgar hace círculos contra mi piel, acelerándome un poco la respiración, y dejo caer la mirada al suelo, en un intento por recuperar la compostura—. ¿Nos conocemos?

—Una vez, hace mucho tiempo, pero seguro que no me recuerdas. —Levanto la mirada y veo cómo crece su sonrisa. ¿Cómo es posible?—. Siempre he querido ir allí. Al Secreto.

El Secreto Resort & Spa. El hotel que el padre de Archer le regaló como una especie de castigo después de que casi no se graduara en la universidad. Lo convirtió en uno de los complejos para parejas más exclusivos y exitosos de todo el país, si no del mundo. Se convirtió en muy poco tiempo en lo más candente y lo más solicitado. Guapo y sexi, inteligente y despiadado, las mujeres lo querían, los hombres querían ser él. Y el imbécil arrogante lo sabía.

—Te sugiero que hagas una reserva. —Su voz está llena de irritación. Intenta que nos movamos rodeándola, pero ella no cede.

—No puedo. No tengo pareja. —Mueve literalmente las pestañas—. ¿Quizá podrías ayudarme con eso?

—Seguro que podríamos encontrar a uno de tus amigos para emparejarla, ¿no crees, cariño? —Sonrío a Archer, enviándole una mirada significativa para que entienda lo que intento hacer.

Parpadea, sin duda sorprendido de que le llame cariño, lo cual es divertido. Es algo sexi cuando está confuso, aunque resulta difícil descolocar a Archer. Así que decido seguir un poco más.

Inclinándome hacia él, le acaricio el cuello, inhalando su aroma picante y único. Dios, huele de maravilla. ¿Por qué no me había dado cuenta antes? No es que estemos tan juntos siempre, pero siento la tentación de frotarme contra él como un gato.

¿Se habrá creído ya la mujer que somos pareja? Si tengo que seguir así, puede que haga alguna locura. Como… morderle.

—Seguro que eso podría arreglarse —dice él, con voz áspera mientras su brazo me rodea los hombros.

Le paso el brazo por la espalda. Es sólida como una roca. Me pregunto qué aspecto tendrá debajo de toda esa ropa. No le he visto sin camiseta desde que yo estaba en el instituto, y desde entonces ha ensanchado considerablemente.

—Si nos disculpas —le digo a la señorita Persistente con una sonrisa terriblemente dulce antes de dirigirme a Archer—. Vamos a bailar, cariño.

Me lleva a la pista de baile sin mediar palabra, rodeándome entre sus brazos justo cuando empieza otra canción lenta. Su mano se apoya en la parte baja de mi espalda mientras empezamos a movernos al ritmo de la música y todo mi cuerpo siente un cosquilleo ante su cercanía. Y es extraño porque: 1) No tengo ningún deseo de estar así con Archer y 2) Hace años que soy inmune a su encanto.

Qué raro.

—Eres buena, con lo de «cariño» y lo de frotar la nariz contra mi cuello —murmura cerca de mi oído.

Su cálido aliento hace que me estremezca; ¿lo habrá notado? Ha tenido que sentirlo.

Y realmente no me importa. Soy muy consciente de él, de su tamaño, de su calor y de su fuerza. Su gran mano se desplaza por mi espalda, rozándome el trasero con las yemas de los dedos, e inhalo bruscamente. Apuesto a que también sabe cómo utilizar esas manos.

«Dios mío, es Archer por quien estás babeando. ¡Basta ya!».

—¿Crees que se ha tragado nuestra actuación? —pregunto sin aliento.

—No estoy seguro. —Duda un instante, lo que hace que levante la vista hacia él. Me quedo muda ante su mirada ardiente, la forma en la que me mira como si quisiera engullirme. No sé si le he devuelto la misma mirada, porque de repente siento el impulso de besarle. Durante horas, si es posible—. Pero sé que yo lo hice.

2

 

 

 

 

Archer

 

Bueno, esto ha sido totalmente inesperado.

Sigo dándole vueltas, aunque hago todo lo posible por actuar como si no me afectara en absoluto. Todo eso de «solo es Ivy» se ha esfumado cuando he visto el brillo de determinación en su mirada al darse cuenta de que podía ayudarme a librarme de esa mujer tan pegajosa. Cómo se me echaba encima y me llamaba cariño. Me ha mostrado una sonrisa sexi y reservada, como si supiera exactamente cómo se me ve desnudo y le gustara.

Luego ha seguido y me ha acariciado el cuello con la nariz, poniéndomela tan dura que aún me duele el recuerdo justo antes de que se alejara.

Hablando de tortura. No me extraña que la evite. A los pocos minutos de estar cerca de ella, ya estoy empalmado e imagino cómo sacarla de aquí para desnudarla y hacer con ella lo que quiera toda la noche.

—Me estás tomando el pelo —me reprende, con sus bonitos ojos color avellana observándome atentamente mientras bailamos.

No hay muchas parejas en la pista, pero los novios están cerca, las luces son tenues y el ambiente es espantosamente romántico.

—No te has creído el numerito. Venga ya.