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Lo último que podía esperarse… ¡Sentirse atraída hacia su marido de conveniencia! Clare Redmond se retiró del mundo, embarazada y de luto por la muerte de su prometido, sin esperar volver a ver a su distante hermano, Rocco. Atónita, vio cómo el hombre que siempre la había evitado irrumpía de nuevo en su vida, exigiéndole que se casara con él para darle a su hijo la vida que un Cosentino se merecía. Clare aceptó. ¿Cómo podía negarle a su hijo su derecho de nacimiento? Sin embargo, pronto descubrirá que la frialdad de Rocco escondía una pasión desenfrenada que la encendía. Pero conocer la verdad escondida tras la inesperada proposición podría destrozar a la nueva y preciada familia...
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Seitenzahl: 197
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2023 Jane Porter
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Deseo escondido, n.º 3126 - noviembre 2024
Título original: The Convenient Cosentino Wife
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410741980
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
El funeral se celebró el mismo fin de semana previsto para la boda.
El sepelio fue discreto, pues Rocco Cosentino no quería un servicio cargado de drama para Marius, su hermano menor y único pariente. Marius lo había sido todo. Pero el intrépido joven, de gran corazón, había muerto tras caer de un caballo mientras jugaba al polo, su pasión. Rocco estaba de luto, pero se negaba a que otros presenciaran su dolor y su pérdida. Había criado a su hermano desde que Marius tenía seis años, y Marius se había ido.
El aristocrático linaje Cosentino terminaría con Rocco.
Rocco había anunciado que era un funeral privado, solo para la familia. Pero no podía impedir que asistiera Clare Redmond, la americana de veinticuatro años, prometida de Marius.
Si Marius no se hubiera roto el cuello, Clare sería su esposa.
Si Marius no hubiera jugado ese último partido el miércoles, Clare sería su cuñada, pero ya era demasiado tarde. Marius se había ido para siempre.
Rocco permaneció junto a la joven vestida de negro de pies a cabeza, incluso con un velo, como salida de una novela gótica. No le veía la cara, pero la oyó llorar durante el responso.
Se decía que los funerales eran para los vivos, pero Rocco había asistido a demasiados en su vida, y ni una sola vez se había alegrado de estar vivo. Nunca halló consuelo en las palabras del sacerdote, ni durante el funeral de su padre, el de su madre, el de su joven esposa o el de su hermano.
Ser el último Cosentino no significaba nada para él. Su familia estaba maldita, y quizá fuera bueno que desapareciera. Ya no habría nadie más a quien llorar. No más funerales. No más gente buena a la que echar de menos. No más sensación de culpa por sobrevivir.
Cerraría la ancestral residencia Cosentino, vendería las fincas argentinas de Marius y se mudaría a una de sus propiedades más pequeñas, lejos de Roma. Lejos de todos. Estaba harto de la muerte, del dolor, de sentir algo por alguien.
Clare había llorado tanto los últimos días que no creía poder derramar una lágrima más, pero durante el servicio, al escuchar el precioso panegírico de su amado Marius, las lágrimas volvieron a brotar. Porque Marius era una de las mejores personas que había conocido: fuerte, amable, honesto y cariñoso. Nunca entendió cómo había llegado a serlo, criado por su severo hermano mayor, frío y desaprobador. Marius siempre defendía a Rocco, diciendo que podía no parecer cariñoso, pero que estaba ferozmente orgulloso de él, y que moriría por él.
«Morir por él». Clare lloró de nuevo, porque habría sido mejor que hubiera muerto Rocco y no Marius. Marius era luz y amor, mientras que Rocco apenas se relacionaba con el mundo, viviendo como un ermitaño en la monstruosa casa heredada a los dieciséis años, cuando sus padres murieron a causa de una enfermedad infecciosa contraída en sus viajes. Clare odiaba la enorme y oscura casa, pero Marius la arrastraba allí por Navidad o Año Nuevo, y a finales de julio para el cumpleaños de su hermano.
Rocco nunca se mostraba amistoso, y apenas le dirigía la palabra. Cuando Marius le propuso matrimonio, lo primero que pensó fue «sí, sí», porque lo amaba desesperadamente, pero después se le ocurrió que Rocco también sería su familia.
Un pensamiento nada agradable, que apenas la había dejado dormir.
Junto al hombre que nunca sería su cuñado, esperó la conclusión del servicio. Un coche la llevaría al aeropuerto. No tenía sentido quedarse en Roma. Allí no era querida ni necesaria. Rocco no necesitaba consuelo, al menos no de ella. No quedaba más que regresar a casa y pensar en cómo vivir sin su corazón, enterrado con Marius.
Desde el salón, Rocco vio el Mercedes negro que esperaba a Clare.
Admiró la previsión de la joven, y apreció su deseo de no prolongar los acontecimientos. Si Rocco deseaba guardar luto, lo haría en privado. Y sospechaba que Clare pensaba igual.
–Veo que ha llegado tu coche –anunció él.
–Sí –Clare aún llevaba el velo de encaje negro, pero Rocco veía el inquietante azul lavanda de sus ojos cuando lo miraba–. Odio dejarte así…
–Tonterías –él la cortó en seco–. No estamos unidos. No tenemos ningún deseo de llorar juntos.
–¿Llorarás por él? –ella levantó la cabeza.
–Era todo lo que me quedaba –en cuanto las palabras salieron de su boca, Rocco se sintió estúpido. Expuesto. Era más fácil que todos creyeran que era tan duro e insensible como parecía. Señaló la puerta–. No te retendré. No querrás perder el avión.
Clare asintió y apartó el velo de encaje, dejando al descubierto su cabello dorado y su rostro pálido con unas profundas ojeras bajo los ojos de color lavanda.
–Seguramente no volveré a verte –dijo–, pero quizá te ayude saber cuánto te quería Marius. Decía que eras el mejor hermano, padre y madre que uno podía tener –tras otra leve inclinación de cabeza, salió de la casa.
Aquella debería haber sido la última vez que Rocco la viera. Y cuando el sobre llegó a Argentina, donde supervisaba una finca de Marius, Rocco lo traspapeló.
Cuando lo descubrió, enterrado bajo más papeles, habían pasado once meses. Al abrir el sobre, Rocco supo que no era el último de su dinastía.
La hermosa estadounidense, Clare Redmond, había dado a luz a un niño hacía dos años.
El característico rugido de un helicóptero llamó la atención de Clare, cuyas manos se detuvieron sobre el teclado del ordenador.
Clare se acercó a la ventana del despacho de su villa y miró hacia arriba. El helicóptero, suspendido sobre ella, descendió, no sobre la villa renacentista del siglo XVI, sino directamente sobre el césped detrás de la villa.
No era la primera vez que aterrizaba un helicóptero allí, con invitados, políticos o famosos, pero ella siempre lo sabía de antemano. Su equipo era avisado, la seguridad alertada. Pero nadie le había avisado de la llegada de ese helicóptero. No sabía por qué la inquietaba, pero su instinto, perfeccionado por la pena y el trabajo, solía acertar. Bajó rápidamente la ancha escalera de mármol y salió por la puerta principal.
–¿Sabes algo de esto? –Gio Orsini, jefe de seguridad, apareció a su lado.
Ella sacudió la cabeza. Fuera quien fuera, lo abordaría de frente. Si algo había aprendido era que al miedo no se le podía dar poder. La adrenalina estaba bien, la debilidad no.
Clare siguió a Gio hasta la amplia escalinata de la villa. Hacía seis meses, era un exclusivo hotel de lujo, parte de su cartera de propiedades de lujo, pero había descubierto que en Villa Conchetti era feliz, y había cerrado el hotel para convertirlo en el hogar de su familia.
–¿Es un helicóptero chárter o privado? –preguntó.
–Privado, creo –Gio la miró–. ¿Adriano sigue durmiendo?
Ella asintió.
–Aseguraré el ala del cuarto infantil –añadió Gio–. Pero me sentiría más cómodo si regresaras a la casa hasta saber quién ha venido y por qué.
Gio la había protegido, a ella y a su hijo, durante los últimos dos años y medio, una constante en su vida desde que abandonara el hospital como madre soltera de luto.
–Espera –contestó Clare–. Tengo la sensación de saber quién es.
–¿Chi, allora? ¿Quién?
–Espero equivocarme.
Segundos después, del helicóptero saltó un hombre alto, de pelo negro y tez aceitunada. Aunque Clare no le veía la cara, supo de inmediato quién era.
Rocco.
El estómago de Clare cayó al vacío. Le había escrito sobre Adriano hacía más de dieciocho meses, pero, como él nunca respondió, había renunciado a esperarlo. Se le secó la boca y se le aceleró el pulso.
–¿Qué quiere que haga? –susurró Gio. Ambos sabían que Rocco Cosentino era una amenaza.
–Nada por ahora –contestó ella–. Que el personal se mantenga alerta.
–Por supuesto.
Clare permaneció aparentemente tranquila, aunque el salvaje latido de su corazón hacía que le temblaran las manos. Había dejado de preocuparse, de imaginar un desagradable reencuentro. Y justo cuando se había relajado, allí estaba, en la entrada de su casa.
–Te he estado buscando –anunció Rocco.
Su voz era más grave de lo que ella recordaba, pero igual de dura. Sus rasgos afilados carecían de expresión y su gélida mirada la recorrió de pies a cabeza. No había sonrisa en sus ojos, ni calidez en su saludo. Nada había cambiado.
–¿Durante más de año y medio? –ella lo miró a los ojos, de un inusual tono gris, parecido al estaño–. Y pensar que estaba a tan solo veinticuatro kilómetros de Roma.
–Esperaste un año para hablarme de mi sobrino.
–Y tú esperaste más de un año para aparecer –Clare lo señaló con un dedo–. Estarías ocupado.
–En cuanto lo supe, contraté detectives –Rocco se acercó a ella–. No fue fácil encontrarte. Aunque eso ya lo sabes –la comisura de sus labios se elevó, sin ser una sonrisa–. ¿Quizá la próxima vez podrías añadir un remite?
Ella estuvo a punto de asegurar que no habría una próxima vez, pero se lo pensó mejor. No debía provocar al hermano mayor de Marius. Siendo la primera vez que se veían desde el funeral, no quería crear fricciones innecesarias. Quería dejar atrás la hostilidad.
–El anuncio del nacimiento tardó en llegarme –aclaró Rocco–. Lo recibí en Mendoza. El sobre quedó enterrado entre papeles. Lo encontré en mayo.
–¿Te has mudado a Argentina? –preguntó Clare sorprendida.
–Pasé unos meses allí intentando solucionar algunos problemas en la bodega de Marius.
–Pensaba que ya la habrías vendido.
–No he vendido nada de mi hermano.
–¿Por qué no? Teníais enfoques muy diferentes sobre las finanzas –Clare sonrió ligeramente–. A él le gustaba gastar dinero y a ti no. No creo que la bodega esté obteniendo un rendimiento significativo.
–No, pero hace buenos vinos y, con una gestión adecuada, sería mucho más rentable –Rocco le sostuvo la mirada–. Pero no he venido a discutir mi estrategia de negocios contigo.
Ella se liberó de la mirada magnética. Los hermanos se parecían físicamente, aunque Rocco era más alto y corpulento. Se habrían parecido más de no ser por la gruesa cicatriz y la quemadura en la mejilla izquierda de Rocco, pero incluso sin las cicatrices, los ojos de Rocco eran muy diferentes de los de su hermano. Marius tenía unos preciosos ojos marrones, cálidos y sonrientes. No recordaba haber visto nunca sonreír a Rocco, sus iris plateados siempre fríos. Todo en Rocco era imponente y frío, y no lo quería cerca de ella, ni de su hijo.
Pero no podía dejarlo en la puerta de su casa eternamente.
–Vamos a la terraza –sugirió Clare–. Estaremos más tranquilos.
Lo guio por el amplio vestíbulo hasta la cristalera que daba a una terraza con vistas al mar. Tenía numerosos rincones para sentarse, y una mesa que Adriano y ella utilizaban para cenar fuera.
–Pediré que traigan refrescos –Clare eligió una zona sombreada y se sentó–. ¿Qué prefieres, zumo, soda o café?
–¿Qué tomarás tú? –preguntó Rocco, sentándose frente a ella.
–Una soda –contestó ella–. Hace calor.
–Yo tomaré lo mismo.
Clare miró a Roberto, su maggiordomo, de pie en la puerta, esperando instrucciones.
–Dos spritzers de vino –le pidió–, y quizás algo para picar.
Roberto desapareció, pero Clare sabía que Gio permanecía junto a la puerta, entre las sombras. Otros miembros de seguridad recorrían el perímetro de la propiedad. No corría riesgos con la seguridad de su hijo. Era su mundo, y todo lo que hacía era por él.
Clare cruzó cuidadosamente las piernas, el dobladillo del vestido rozándole las rodillas, dejando al descubierto sus delgadas pantorrillas. Sintió la mirada de Rocco posarse en sus piernas y vio un destello en sus ojos.
–Ha pasado mucho tiempo –comenzó ella con voz ronca–. Pensaba que ya no volvería a verte.
–De no ser por el anuncio del nacimiento, así sería –Rocco se encogió de hombros.
Ninguno habló durante largo rato, Clare contenta con dejar la pelota en el tejado de Rocco. Que dijera lo que tuviera que decir.
Rocco estuvo a punto de hablar, pero cerró la boca cuando Roberto apareció con una bandeja de plata y colocó las copas de vino y los platitos delante de ellos: frutos secos, crostini, una pequeña tabla de embutidos.
–Adelante –invitó ella cuando Roberto desapareció.
Rocco bebió un sorbo de su spritzer de vino y frunció el ceño.
–¿Demasiada agua con gas y poco vino? –preguntó ella.
–No. ¿Qué vino es? No es italiano, ¿verdad?
–Es un Chardonnay californiano, de Paso Robles –ella titubeó–. He comprado un viñedo allí. Y algunos olivares. Era una buena oportunidad, y la aproveché.
–Siempre me sorprendes.
–¿Porque no soy la tonta niña bien que creías que era?
Rocco la había rechazado desde el principio y, durante el tiempo que ella y Marius estuvieron juntos, su opinión sobre ella solo había empeorado.
–¿El anuncio del nacimiento se perdió realmente entre papeles?
–Me sentí increíblemente avergonzado al descubrir que había traspapelado el sobre. Durante mucho tiempo acusé al personal de Marius de haberlo tirado.
–¿Y qué sentiste cuando por fin lo abriste?
–Conmoción. Incredulidad –Rocco vaciló–. Todavía me parece imposible, sobre todo porque nadie parecía saberlo. Nadie del círculo de Marius. Nadie del tuyo, tampoco.
–No anuncié el nacimiento. De hecho, solo te lo dije a ti… porque es tu sobrino.
–Le he traído regalos.
–Muy amable por tu parte.
–No es amabilidad. Estoy decidido a reparar el daño, a recuperar el tiempo perdido. Pensar que tengo un sobrino desde hace años y que lo conoceré hoy –Rocco la miró fijamente–. ¿Cuándo podré verlo? ¿Está aquí?
–Está aquí. Nunca nos separamos. Está durmiendo la siesta. Si no duerme por la tarde, se transforma en un pequeño oso malhumorado.
–Eso no suena a Marius.
–¿No? Quizás lo haya heredado de mí –Clare sonrió. Adriano le había dado una razón para vivir. Su nacimiento la había centrado, fortalecido. No permitiría que nada ni nadie lastimara a su hijo.
–¿Querrías contarme la parte que me perdí? –Rocco soltó la copa.
Su voz era tan dulce que a Clare se le erizó el vello de la nuca. No se fiaba de él. Rocco no era un hombre con el que se pudiera jugar. Afortunadamente, ella no se dejaba intimidar fácilmente.
–¿Qué parte? –preguntó.
–La parte en la que mi difunto hermano engendró un hijo.
Sus miradas se fundieron. De eso se trataba, Rocco no la creía. Sinceramente, le daba igual. Ella no lo necesitaba, ni su dinero o su aceptación.
–Parece que concebí antes de que Marius muriera.
–Quizás –él enarcó una ceja.
Clare contuvo su indignación. No permitiría que él supiera cuánto le molestaba. No quería darle esa satisfacción. Al cabo de un momento sonrió.
–¿Es pregunta o afirmación? Por el tono no…
–Me resulta irónico.
–Quizá deberíamos pasar al italiano, porque me preocupa tu inglés. No es irónico, es trágico –los ojos de Clare brillaron–. Es trágico que tenga un precioso niño que nunca conocerá a su padre. Marius era el más ansioso por tener hijos. Yo no tenía prisa, solo quería disfrutar de ser recién casada –luchó con todas sus fuerzas para contener sus emociones–, pero Dios tenía otros planes para mí y aquí estamos, una madre y un hijo.
–Y un tío –añadió Rocco.
–No parece que quieras ser tío –ella enarcó una ceja.
–No me gusta que jueguen conmigo.
–¿Y por qué iba a hacerlo, Rocco? ¿Qué conseguiría con ello?
–¿Te has hecho la prueba de ADN? –preguntó Rocco, ignorando sus preguntas–. Para confirmarlo.
Clare contuvo la respiración y cerró los ojos. No maldeciría a Rocco Cosentino. No le escupiría un chorro de observaciones airadas y hostiles, por muy arrogante que fuera.
–No lo necesito –abrió los ojos y clavó su mirada en la de él–. Era virgen cuando nos conocimos. Marius fue el primero, el único y, probablemente, el último. No tengo intención de sustituirlo.
Rocco se limitó a mirarla fijamente, pero ella encontró su silencio insultante, casi tanto como la necesidad de hablar de su vida privada.
–Además, da igual lo que pienses. Adriano es mi bebé, mi hijo. No necesito demostrarte nada– Clare temblaba de ira, pero mantenía la voz uniforme–. Creo que deberías irte.
–He hecho un largo viaje para conocerlo.
–¿Y? –ella rio–. ¿Debería sentirme mal por ti?
–No se trata de mí.
–¿No? –Clare se levantó–. Casi me engañas –miró hacia la puerta donde Gio permanecía en las sombras y asintió.
–¿Me estás echando? –gruñó Rocco al percibir el gesto.
–De todos modos, no tenemos nada de qué hablar.
–Quiero ver a mi sobrino.
–No, no quieres. Has venido para avergonzarme, y no me avergonzarás. Sí, Adriano nació fuera del matrimonio, pero porque su padre murió dos días antes de la boda –los labios de Clare temblaban–. Marius siempre te defendió. Decía que no podías evitar ser como eras, que habías recibido demasiados golpes, demasiado joven, pero ese no es mi problema, ni el de Adriano. Así que, no, no quiero que conozcas a mi bebé. Hoy no, y quizá nunca.
Clare se dirigió hacia el fresco interior de la villa, mientras Gio salía para ocuparse del invitado.
Roberto, otro centinela en guardia, cerró la puerta, todos allí para proteger a Adriano, un niño vulnerable para aquellos con intenciones maliciosas. Ella aún no conocía las intenciones de Rocco, pero tenía la guardia alta y el mal genio a flor de piel.
Clare se dirigió hasta uno de los elegantes salones, convertida en la sala de música. El corazón le latía con fuerza y las emociones la invadían: confusión, frustración y rabia. Rabia porque Rocco por fin había aparecido, tantos meses después de esperarlo. Y, en lugar de llegar con calidez o sentimientos genuinos, la enfurecía de nuevo.
Había deseado tanto tener una familia feliz y compartir el amor de Marius por su hermano, pero nunca se sentía cómoda con Rocco. Era duro y despiadado, como las murallas en ruinas de la fortaleza medieval que había en la playa. Pero a ella no le interesaban las ruinas, trabajaba mucho para crear un mundo seguro para su hijo, dándole la estabilidad y el amor que ella nunca había conocido. El foco no debía estar en el pasado, sino en el futuro. El futuro de Adriano. El suyo. Un futuro con esperanza y felicidad.
–Mi scusi –interrumpió la doncella desde la puerta.
–¿Sí? –Clare se volvió.
–Ava quiere que sepa que su hijo está despierto.
Rocco probablemente seguiría en la terraza, seguro de que ella volvería. Porque, en realidad, ¿habían terminado la conversación? ¿Habían resuelto algo?
–Que Ava lo baje cuando haya merendado. Estaré en la terraza con nuestro invitado –Clare continuó con voz firme–. Y que Ava permanezca cerca, por si Adriano se sintiera incómodo.
La doncella asintió y desapareció. Clare respiró hondo y se preparó para la batalla, porque de eso se trataba con Rocco Cosentino. No era su amigo. Era un enemigo y ambos lo sabían.
Rocco suspiró. No había previsto un cálido recibimiento, y preguntar por la prueba de ADN no había ayudado, pero necesitaba saberlo. Había otras formas de verificar la ascendencia de Adriano, solo necesitaba tiempo. Una vez allí, no iba a alejarse sin más de ella. En realidad, nunca lo había hecho. Ella había abandonado la villa Cosentino en Roma después del funeral. Había pedido un coche, y él la había acompañado hasta él, porque era lo correcto.
Volver a verla era doloroso. Solo mirarla a los ojos le provocaba un intenso conflicto emocional.
Pero Rocco estaba decidido a bloquear los recuerdos y a controlar sus emociones. No podía dejarse arrastrar al pasado, a la culpa y el arrepentimiento. Se había odiado a sí mismo el día del funeral, tanto que… hubiera querido ser enterrado con su hermano, terminar con todo. Demasiados funerales, demasiada muerte, demasiado remordimiento, demasiado dolor. Desgraciadamente, Rocco Cosentino sobrevivió y siguió adelante con su vida, administrando sus propiedades y las de su hermano en España, Italia y Argentina.
¿Podía confiar en Clare? ¿Por qué iba a mentir? Ella misma era una heredera. Entre las dos familias juntaban miles de millones, una enorme fortuna, pero esa riqueza no les había protegido de la pérdida o la soledad. El nacimiento de un niño Cosentino, era algo enorme, pero que fuera hijo de Clare… lo volvía increíblemente problemático.
Rocco necesitaba asegurarse. Y, si Adriano era un Cosentino, debía permanecer cerca.
Miró al guardaespaldas que seguía en la terraza con él. Rocco sabía que en cuanto Clare decidiera echarlo de la propiedad, se haría, pero de momento no había sucedido, lo que le dio la esperanza de que Clare y él aún pudieran mantener una conversación civilizada.
Eso requeriría que Rocco controlara su temperamento, lo que no solía ser un problema, aunque desde el primer encuentro, Clare había sacado lo peor de él.
Le hacía sentir, y él lo odiaba.
Le hacía pensar en vidas no vividas, emociones no experimentadas.
La única manera con Clare era ocultándose, conteniéndose para que ella no pudiera conocerlo.
El duro exterior era una farsa, muros erigidos para mantenerla alejada, distante, para mantener él la cabeza fría.
Ella era una tentación.
Las puertas francesas se abrieron y Clare apareció en el umbral.
–¿Todavía aquí? –preguntó.
Clare se mantenía erguida, la barbilla alta y los ojos brillantes. Su nueva dureza no era el único cambio. Su pelo era más oscuro, las hebras doradas de color chocolate. Su rostro tenía algo de color, como si pasara horas en la soleada terraza, o en la playa.
–Te pido perdón –se excusó Rocco–. No era mi intención enemistarnos. Somos familia…
–Nunca hemos sido familia –lo interrumpió ella, acercándose–. Nunca me quisiste como familia –añadió–. ¿Recuerdas?
El guardaespaldas había regresado a las sombras y Clare estaba de pie frente a Rocco, las manos en las caderas, la cabeza echada hacia atrás, mostrando sus impresionantes ojos de color violeta.