0,99 €
Una historia sentimental, desgarradora y con personajes y situaciones perfectamente estudiados. Una mujer, que perdió a su único hijo, cree que un conocido pintor lo retrató y asedia al pintor para que le deje ver el cuadro. En la cabeza e la mujer la imagen del cuadro, el recuerdo del hijo y la presencia del pintor se confunden y se ofuscan poco en una trama de ensueños, soledades reconcentradas y un renacer casi póstumo de la vitalidad de una pobre vieja. Estremecedor.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Veröffentlichungsjahr: 2020
Leopoldo Alas Clarín
DOÑA BERTA
Traducido por Carola Tognetti
ISBN 978-88-3295-754-9
Greenbooks editore
Edición digital
Mayo 2020
www.greenbooks-editore.com
Doña Berta
I
Hay un lugar en el norte de España adonde no llegaron nunca ni los romanos ni los moros; y si doña Berta de Rondaliego, propietaria de este escondite verde y silencioso, supiera algo más de historia, juraría que jamás Agripa,* ni Augusto,* ni Muza, ni Tarick* habían puesto la osada planta sobre el suelo, mullido siempre con tupida hierba fresca, jugosa, oscura, aterciopelada y reluciente, de aquel rincón suyo, todo suyo, sordo, como ella, a los rumores del mundo, empaquetado en verdura espesa de árboles infinitos y de lozanos prados, como ella lo está en franela amarilla, por culpa de sus achaques.
Pertenece el rincón de hojas y hierbas de doña Berta a la parroquia de Pie del Oro, concejo de Carreño, partido judicial de Gijón; y dentro de la parroquia. se distingue el barrio de doña Berta con el nombre de Zaornín, y dentro del barrio se llama Susacasa la hondonada* frondosa, en medio de la cual hay un gran prado que tiene por nombre Aren. Al extremo noroeste del prado pasa un arroyo orlado* de altos álamos, abedules y cónicos humeros* de hoja oscura que comienza a rodear en espiral el tronco desde el suelo, tropezando con la hierba y con las flores de las márgenes del agua.
El arroyo no tiene allí nombre, ni lo merece, ni apenas agua para el bautizo; pero la vanidad geográfica de los dueños de Susacasa lo llamó desde siglos atrás el río, y los vecinos de otros lugares del mismo barrio, por desprecio al señorío* de Rondaliego, llaman al tal río el regatu,* y lo humillan cuanto pueden, manteniendo incólumes capciosas servidumbres* que atraviesan la corriente del cristalino huésped fugitivo del Aren y de la llosa;* y la atraviesan ¡oh sarcasmo! sin necesidad de puentes, no ya romanos, pues queda dicho que por allí los romanos no anduvieron; ni siquiera con puentes que fueran troncos huecos y medio podridos de verdores redivivos* al contacto de la tierra húmeda de las orillas. De estas servidumbres tiranas, de ignorado y sospechoso origen, democráticas victorias sancionadas por el tiempo,* se queja amargamente doña Berta, no tanto porque humillen el río, cruzándole sin puente ( sin más que una piedra grande en medio del cauce, islote de sílice, gastado por el roce secular de pies desnudos y zapatos con tachuelas), cuanto porque marchitan las más lozanas* flores campestres y matan, al brotar, la más fresca hierba del Aren fecundo, señalando su verdura inmaculada con cicatrices que lo cruzan como bandas un pecho; cicatrices hechas a patadas. Pero dejando estas tristezas para luego, seguiré diciendo que más allá y más arriba, pues aquí empieza la cuesta, más allá del río que se salta sin puentes ni vados,* está la llosa, nombre genérico de las vegas de maíz que reúnen tales y cuales condiciones, que no hay para qué puntualizar ahora; ello es que cuando las cañas crecen, y sus hojas, lanzas flexibles, se columpian ya sobre el tallo, inclinadas en graciosa curva, parece la llosa verde mar agitado por las brisas. Pues a la otra orilla de ese mar está el palacio, una casa blanca, no muy grande, solariega de los Rondaliegos, y ella y su corral, quintana,* y sus dependencias, que son: capilla, pegada al palacio, lagar (hoy con vertido en pajar), hórreo* de castaño con pies de piedra, pegollos,* y un palomar blanco y cuadrado, todo aquello junto, más una cabaña con honores de casa de labranza, que hay en la misma falda de la loma en que se apoya el palacio, a treinta pasos del mismo; todo eso, digo, se llama Posadorio. II